Triunfo popular en Guatemala: una Semilla que ahora deberá «romper la piedra más fuerte»

Por Pablo Solana*, desde Ciudad de Guatemala, Especial para La Tizza

Tras conocerse los resultados de la segunda vuelta electoral para elegir presidente en Guatemala, las movilizaciones en la Plaza de la Constitución y en el Obelisco de la ciudad capital tuvieron la frescura, el color y la espontaneidad de las autoconvocatorias. Aunque la victoria era muy probable, Bernardo Arévalo, el presidente electo, aclaró que ni él ni su partido convocaron al pueblo a celebrar. Sin embargo, el pueblo celebró. Con banderas azules y blancas como único estandarte, y con bocinas que aportaron el ruido necesario en toda buena fiesta, miles de personas se movilizaron al punto que les quedaba más cercano para expresar su alegría. Lo mismo sucedió en Quetzaltenango, Totonicapán o Huehuetenango, las principales ciudades del país. «Aquí este tipo de celebraciones se suelen hacer por festejos de fútbol, no por una contienda presidencial», reconoció Arévalo.

Es cierto: desde las elecciones que ganó su padre, el presidente Juan José Arévalo, que encarnó la «Revolución de 1944», y las de su sucesor, Jacobo Árbenz, electo en 1950, quien dio continuidad a aquel período de transformaciones nacionalistas a tono con lo que sucedía en otros países de la región, en los últimos 70 años el pueblo guatemalteco no volvió a tener motivos para festejar.

En la Plaza de la Constitución, entre las pancartas escritas a mano destacaba una pequeña, sencilla, con un mensaje cargado de historia: «La primavera llegó». Sobre la explanada quedó pintada otra frase similar: «En Guatemala florecerá otra primavera». La expresión remite a la primavera democrática que se vivió en este país en aquellos años, a los que siguieron décadas de contrarrevolución, guerra y genocidio.

Primaveras en el país de la eterna tiranía

En 1944, las protestas populares contra la dictadura del general Jorge Ubico acabaron con una década y media de entronización del dictador en el poder. El profesor Juan José Arévalo asumió la presidencia un año después. Fue la primera vez en la historia de Guatemala que hubo un gobierno popular. Tras el mandato de Arévalo, en 1950 fue electo Jacobo Árbenz, otro nacionalista que siguió los pasos de su antecesor. Durante casi diez años el pueblo vivió una inédita «primavera en el país de la eterna tiranía», como definió el escritor guatemalteco Luis Cardoza y Aragón (parafraseando a Alexander Von Humboldt, quien había dicho de Cuernavaca, México, que era la «ciudad de la eterna primavera»). Pero el 27 de junio de 1954 se acabó el buen tiempo. Árbenz fue forzado a renunciar en nombre del anticomunismo agitado por los Estados Unidos y de los intereses de la United Fruit Company, la bananera que hacía sus grandes negocios en Centroamérica y de paso servía como cobertura a la Agencia Central de Inteligencia norteamericana, la CIA, que se encargaba de promover golpes de Estado en los países que pretendían dejar de ser el «patio trasero» de los Estados Unidos en América Latina.

A partir de entonces se abrió una etapa de violencia contrarrevolucionaria que desató la cacería de dirigentes populares y volvió a anular las libertades democráticas. Las conquistas que se habían logrado durante aquella primavera fueron desmontadas. En la década de 1960 surgieron los grupos guerrilleros que resistieron a las nuevas dictaduras y buscaron forjar sus propios caminos de liberación. Con flujos y reflujos, la lucha revolucionaria y la guerra sucia contra el pueblo pulsearon hasta entrados los años ochenta. Esa década fue la más sangrienta del conflicto: arreciaron las violaciones masivas a los derechos humanos y las masacres a manos del Ejército nacional capacitado y dirigido por la injerencia norteamericana.

Recién en 1996 la Unión Nacional Revolucionaria Guatemalteca (UNRG), que reunía a todas las fuerzas insurgentes del país, concretó unos Acuerdos de Paz con el Estado que, al poco tiempo, incumplió todos los compromisos que debían dar una matriz democrática a la vida política y social. Desde entonces el país quedó en manos de la misma oligarquía de siempre, complementada con una nueva burocracia política corrupta.

La izquierda, enredada en los laberintos de una institucionalidad diseñada para los dueños del poder, no encontró la forma de salir de la trampa. Hasta que, en estas elecciones, a quienes controlan los hilos del país se les escapó de las manos el hijo del padre. Bernardo Arévalo, nacido en el exilio uruguayo del expresidente nacionalista que encendió por primera vez la ilusión de un gobierno popular en este país, se coló inesperadamente en el balotaje y ya no lo pudieron parar.

La poca confianza que se tenía en el sistema

«Esta es una victoria no solo de Arévalo y el Movimiento Semilla sino también de las juventudes, de los pueblos, de las mujeres de Guatemala que han luchado muchos años por cambiar este país», analiza Andrea Plician, una joven de 24 años que participa activamente en la Casa de la Memoria Kaji Tulam. «Hasta ahora en Guatemala se veía un aumento en la desesperanza de las juventudes, por ver líderes criminalizados, estudiantes criminalizados, personas que han tenido que salir del país, pero hace poco más de tres meses eso empezó a tomar otro rumbo», cuenta. El domingo, Andrea se ofreció como fiscal voluntaria en su centro de votación; lo hizo con tanta concentración y energía que por la noche lamentó que no le quedaran fuerzas para ir a los festejos. «Guatemala tiene un problema estructural, que ha existido por más de 500 años –continúa–; es una sociedad enraizada en el clasismo, el racismo, la misoginia, la LGBTIQ-fobia, es un país violentado que históricamente ha vivido genocidios. Ahora el Movimiento Semilla empezó a reflejar las demandas de las juventudes, no solo Arévalo sino también la candidata a vicepresidenta, Karin Herrera, que representa a las mujeres, y el mismo equipo de Semilla que empezó a representar a muchas jóvenas… Por eso las juventudes depositamos la poca confianza que se tenía en el sistema y empezamos a pensar cómo podíamos construir un país diferente. Esa esperanza encontró en el Movimiento Semilla una apertura. Ahora, esa esperanza va a tener que trabajarse no solo desde el gobierno estatal sino desde la sociedad, que necesita hacer transformaciones también en sus imaginarios sociales», concluye.

Venimos de otra historia

Raúl Nájera también fiscalizó las elecciones para cuidar los votos del Movimiento Semilla durante toda la jornada. Es uno de los referentes de H.I.J.O.S. Guatemala. «En este contexto de confrontación que propone el poder fáctico, es necesario fortalecer el apoyo al nuevo gobierno. Hay ideas expresadas por Arévalo y por dirigentes de Semilla con las cuales no comulgamos, que tienen que ver con cuestiones económicas o con el rol del Ejército, pero eso se va a ir viendo en el camino», reflexiona. La sigla de su organización significa Hijos e Hijas por la Identidad y la Justicia contra el Olvido y el Silencio, y bajo ella se agrupan jóvenes que asumieron el desafío de luchar contra la militarización en que quedó sumido el país tras la firma –y la traición por parte del Estado– de los Acuerdos de Paz de 1996. «Se vienen días inciertos, se esperan acciones judiciales contra Semilla y contra quienes han sacado la cara enfrentando al poder, por lo que deberemos fortalecer el respaldo a este proceso de transformación que se inicia. Pero Semilla deberá también abrirse a las ideas del movimiento indígena, campesino, estudiantil y sindical», propone.

Concluye su razonamiento con una aclaración que, aunque no opaca el apoyo que manifiesta hacia el nuevo gobierno, deja en claro las diferencias: «La socialdemocracia no es lo que queremos, venimos de otra historia, de otros procesos revolucionarios. Nuestro apoyo tiene que ver con entender que se tiene que afianzar el poder popular, que se tiene que volver a los barrios, hay que meterse en las comunidades campesinas e indígenas».

Lo primero que hay que valorar

El líder campesino Carlos Barrientos, un histórico militante de las luchas revolucionarias de su país, coincide con Raúl: «Semilla es un partido fundamentalmente urbano, con una presencia limitada en pueblos campesinos e indígenas. Ellos se sienten más cómodos definiéndose como socialdemócratas, más que como izquierda. Es un progresismo que tira al centro más que a la izquierda. Lo que ellos se plantean es el combate a la corrupción, pero también que se logre recuperar la función social del Estado, es decir, que haya políticas sociales que beneficien a las mayorías. No están planteando una transformación del sistema», analiza. Actualmente Carlos es secretario ejecutivo del Comité de Unidad Campesina (CUC) y delegado guatemalteco para la Vía Campesina Internacional y la articulación de movimientos sociales del ALBA. Desde esa experiencia internacionalista y continental, evalúa los posibles alineamientos con otros gobiernos de la región:

Creo que está todavía por verse si puede ponerse a Arévalo en la línea de los progresismos o las izquierdas latinoamericanas. Lo que se sabe es que el Movimiento Semilla busca identificarse con AMLO [Andrés Manuel López Obrador, actual presidente de México], o ubicarse más cercano al presidente Gabriel Boric en Chile. Hay una distancia importante con otras expresiones mucho más progresistas, más de izquierda, más radicales, como Cuba o Venezuela. Sin embargo, está por verse, porque hay muchas demandas que se han aplazado históricamente. El Movimiento Semilla se va a tener que recostar hacia el pueblo, ahí es donde se verá.

Por último, más allá de los análisis rigurosos, reconoce: «Es una alegría que se haya logrado un triunfo, eso es lo primero que hay que valorar. Hay muchas esperanzas de que pueda haber cambios y está la expectativa de que esos cambios se puedan realizar».

Tres o cuatro rubros fundamentales

Conrado Martínez mantuvo un férreo optimismo durante toda la campaña. Diez días antes de la segunda vuelta apostó que Arévalo alcanzaría el 85 por ciento de los votos. Perdió esa apuesta, pero su felicidad es tal que dice que la pagará con gusto. «Ganamos la oportunidad de terminar con la corrupción y avanzar hacia el desarrollo nacional que el pueblo de Guatemala se merece y necesita, pero los próximos cuatro años serán una tarea gigantesca», reconoce, tal vez para bajar a tierra el desmedido entusiasmo. Como tantas de las personas de sesenta y tantos o setenta y tantos años que se movilizaron el domingo por la noche tras confirmarse los resultados, Conrado tuvo su participación en las organizaciones revolucionarias de la UNRG. Padeció exilios y, cuando pudo, regresó a su país para integrarse a la vida social y política. Trabaja en proyectos de viviendas populares, y junto a sus compañeros propondrán que el nuevo gobierno cree un Ministerio de Vivienda, algo que Guatemala nunca tuvo. «Es urgente realizar obras para mantener el apoyo en estos cuatro años. Eso se puede hacer en infraestructura, en educación, en salud, donde hay una gran necesidad», propone. «Guatemala tiene tantas carencias en la vida diaria, que con tres o cuatro rubros fundamentales en los que se pueda avanzar, ya eso le traerá apoyos al gobierno».


Bernardo Arévalo, sociólogo y diplomático de carrera, sumó el 58 por ciento de los votos como candidato del Movimiento Semilla, una fuerza política nacida de los sectores progresistas tras las protestas del año 2015. Venció a Sandra Torres, dirigente política de Unidad Nacional de la Esperanza (UNE), exesposa del fallecido empresario Álvaro Colom, quien gobernó Guatemala entre 2008 y 2012; en 2019 Torres había pasado cuatro meses presa por malversación de fondos públicos. El contraste entre las fuerzas políticas y los candidatos explica la orientación del voto masivo en esta elección: un sociólogo progresista, de modales serenos y trayectoria honesta, al frente de una fuerza política nueva, venció a una dirigente política de uno de los partidos del poder, manchada por escándalos de corrupción.

Sin embargo, hay otra lectura menos nítida, aunque, tal vez, más determinante:

al menos desde el año 2015 diversos procesos organizativos se han venido revitalizando en Guatemala en el movimiento indígena, entre los estudiantes, en los sectores urbanos. Ese fermento es, en última instancia, el que abonó la Semilla que a partir de ahora necesitará de todas las fuerzas del pueblo para germinar.

Nuestra América está plagada de ejemplos: si los pueblos pujan, las esperanzas nacen. Lo dijo Andrea, la joven militante de la Casa de la Memoria: esta victoria es del Movimiento Semilla, pero sobre todo «de las juventudes, de los pueblos, de las mujeres de Guatemala que han luchado muchos años por cambiar este país». Un país manejado impunemente por unas clases dominantes que no ahorraron violencia y crueldad, pero que aun así no podrán mantenerse en pie cuando el pueblo se decida.


Durante la campaña electoral, el ahora presidente electo Bernardo Arévalo leyó unos versos del poeta guatemalteco revolucionario Luis de Lión, secuestrado por el Ejército de su país en 1984 y aún desaparecido:

¿Por qué se empeña la muerte

en matar, vanamente, a la vida,

si la más humilde semilla

rompe la piedra más fuerte?

Dicen que en esos versos está inspirado el nombre la fuerza política que canalizó el deseo de cambio de la sociedad.

Con el triunfo, el pueblo de Guatemala se ganó el derecho a ilusionarse con una nueva primavera democrática. Estará por verse si, como cantó el poeta, esta vez la humilde Semilla es capaz de romper las piedras más fuertes.


* Pablo Solana es editor de la Revista Lanzas y Letras y de La Fogata Editorial (Colombia). Se encuentra en Guatemala presentando su libro «Otto René Castillo. El poeta que convocó a su patria a andar y dio su vida para que suceda.»


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