Por Juan Valdés Paz
Palabras leídas por su autor durante la primera sesión del Ciclo-Taller: «Problemas y desafíos de la democracia socialista en Cuba hoy», desarrollada en el Instituto Cubano de Investigación Cultural (ICIC) “Juan Marinello”, La Habana, 9 de diciembre de 2020.
Antes de hacer mi exposición quisiera llamar la atención, me llama a mí la atención, sobre la forma en que hemos colocado las sillas en el salón, lo que lo hace mucho más parecido a un ágora. Por ello y a propósito del tema que hoy nos ocupa, quisiera hacer una anécdota que seguramente muchos conocen, que es la del Cardenal Cisneros, Consejero de las monarquías de los Austrias y un grande de España. Un cortesano quiso hacer una gran fiesta con toda la nobleza, como diríamos nosotros ahora «para anotarse una pata», y tuvo mucho cuidado de ordenar los puestos de la mesa según como él entendía la jerarquía de los invitados. Iniciado el banquete, el anfitrión se da cuenta de que un cardenal es un príncipe de la Iglesia y de pronto se le reveló que Cisneros era el que más jerarquía tenía de los allí reunidos y, sin embargo, no estaba a la cabecera de la mesa. Por lo tanto, se pasó todo el tiempo del banquete tratando de ver cómo le pedía excusas al Cardenal. Por fin, cuando lo creyó oportuno le dijo, «monseñor, perdóneme, usted debiera estar presidiendo, estar en la cabecera de la mesa» y Cisneros le respondió «no te preocupes hijo, que la cabecera de la mesa está donde yo me siente». Creo que todos podemos sacar de esta anécdota nuestras respectivas conclusiones.
1. Introducción
Hay muchas inquietudes sobre el tema que nos convoca, he escuchado muchas inquietudes, que me es imposible pretender siquiera satisfacerlas y había pensado que mi contribución, un poco, sería presentar una visión desde las ciencias sociales sobre este tema de la democracia, que es un tema que aparece reiteradamente no solo en las discusiones más recientes, sino desde siempre entre nosotros: que si falta democracia, cuánta más democracia, qué democracia, la democracia de quién — de los de arriba, de los de abajo, de los del medio — en fin… Y porque también es el tema más recurrente de las ciencias políticas; la mitad de cualquier biblioteca de ciencias políticas está dedicada a la democracia. Y porque también es un tema que tiene 2.000 años de discusión, desde los griegos hasta nosotros.
De manera que no nos encontramos con un tema fácil, más bien un tema muy complejo, con muchas aristas, etcétera y, además, tratado y maltratado a lo largo de esta historia. Yo diría al respecto lo siguiente:
Hay una dimensión, digamos, ideal en el tema de la democracia y una dimensión más realista de lo que ha pasado con este tema en la historia. Desde el punto de vista ideal, de la teoría, de las ideas, la cuestión de la democracia tributa a las distintas filosofías políticas que han existido y coexistido. No hay una definición de la democracia por fuera de una filosofía política en particular. De manera que cada filosofía política le da una connotación al término y lo utiliza ad hoc.
Lo segundo es que — voy a ser muy puntual, perdónenme que no emplee muchos argumentos — viendo el conjunto de esas ideas, una manera de simplificarlas es representarlas como dispuestas a lo largo de un eje que tiene en uno de sus dos extremos todas las ideas que identifican a la democracia como una forma de ordenar a las instituciones políticas, como una forma de Gobierno. Y en el otro extremo de dicho eje están las propuestas, las ideas, las filosofías que tratan a la democracia como un ordenamiento de la sociedad, no de lo político, sino de la sociedad. Como ustedes ven son dos figuras polares, dos interpretaciones polares del término y, seguramente, la verdad práctica estará en el punto medio de ese eje y que es, un poco, lo que hemos dado en llamar una democracia popular, una democracia que tiene en cuenta tanto su presencia en las instituciones como su realización en la sociedad. Esta, digamos, es una manera de sintetizar la caracterización ideal del tema.
Lo otro que quiero decir muy rápidamente es que, en esos extremos, en cada uno de ellos, podemos colocar al liberalismo, o a las distintas variantes del liberalismo; y en el otro extremo, el comunismo, el anarquismo y quizás alguna otra corriente que se me olvide.
Pero lo interesante es que ninguno de los extremos, ni el liberalismo ni el socialismo, han realizado la democracia; lo cual introduce el tema de la realización de la democracia en la historia. Por tanto, más que hablar de democracia, creo yo, habría que hablar de desarrollo democrático. ¿Cuál es el grado de desarrollo democrático alcanzado, según su propia filosofía, en las respectivas sociedades?
Si los liberales creen que su propuesta es la democracia, bueno, ¿cuánto la han realizado? Y viceversa, si se trata de la propuesta comunista, ¿en qué medida la hemos realizado? Yo creo que esta noción de desarrollo democrático permite pasar de la discusión de las ideas a la historia de los procesos históricos reales.
La otra observación con respecto a esto es que, examinando la historia, la realización de los ideales democráticos ha sido casi siempre, por no decir que siempre para no ser dogmático, el resultado de las luchas populares. Nunca la realización de los ideales democráticos ha venido de arriba, de los sectores dominantes de las sociedades. Siempre ha sido el resultado de la actividad, la demanda, la lucha de los sectores populares.
De manera que me parece que es el pueblo, el soberano, los ciudadanos, los actores fundamentales llamados a realizar la democracia y eventualmente, alcanzar un mayor desarrollo democrático.
Agregaría, para terminar este pequeño escorzo teórico, la idea de que la forma política que ha permitido en la historia realizar, en algún trecho, estos ideales democráticos es la forma republicana. Nosotros no logramos siempre armonizar la idea o los ideales democráticos con la forma republicana de organizar la sociedad. No una forma de gobierno, sino una forma de organizar la sociedad. Lo dejo ahí como una incitación para la reflexión.
2. El debate de la modernidad
Esto me permitiría entonces decir lo siguiente. Siendo estas las concepciones polares, a que me refería antes, propuestas liberales, propuestas socialistas, una de las cosas que debemos observar es que en esta batalla de ideas, en la que siempre estarán presente estos polos, se ha vivido a lo largo de la modernidad una confrontación de aspectos esenciales de las propuestas de unas concepciones y de otras. Esto sería muy extenso, pero querría al menos de una manera muy puntual llamar la atención sobre algunos de los términos contrapuestos de una y otra de estas versiones.
Mientras que el liberalismo reclama libertades, que siempre son libertades individuales y políticas; el socialismo reclama las mismas libertades, las adecúa a los derechos humanos y agrega a las libertades individuales y políticas los derechos socioeconómicos y culturales. Es decir, que tenemos una propuesta más compleja de qué serían las libertades democráticas para el socialismo.
Mientras que el pensamiento liberal concilia su propuesta con la desigualdad social, le corresponde al socialismo vincular la realización de la democracia a la igualdad y mejor, a la equidad social.
Vale lo mismo, las dos comparten la idea de la representación; pero la versión socialista insiste — volveré sobre esto más tarde al referirme a Cuba — sobre el concepto de participación, una democracia es socialista en la medida que es más participativa. Los dos comparten la idea de un gobierno representativo, pero los gobernantes en la propuesta liberal son auto-responsables, y en la propuesta socialista están, además, bajo el mandato imperativo de sus electores, a los que rinden cuenta. Está claro, vuelvo a insistir, que estas propuestas son metas por alcanzar.
El pensamiento liberal le da mucha importancia — y desgraciadamente no se la ha dado lo suficiente, pienso yo, el pensamiento socialista — a las cuestiones procedimentales: la importancia de los procedimientos cuando de democracia hablamos; sobre todo cuando hablamos de realizarlas. Y a lo que ya conocemos más o menos tradicionalmente por parte de la propuesta liberal: elecciones, voto universal, candidatos propuestos por partidos políticos y un elector restringido, porque siempre hay una exclusión de posibles electores; en la propuesta socialista se comparten los de las elecciones y el voto universal, pero la candidatura no debe ser producida por partido político alguno y, finalmente, los votantes no deben ser restringidos, y todas las categorías sociales deben fungir como electores. Más o menos sobre estos puntos gira gran parte del debate.
Llamo la atención acerca de lo que llamaría la coherencia entre estas propuestas. No nos podemos comprar nada más un pedazo del pastel, ser liberales o socialistas; o socialistas y liberales. Es decir, hay una propuesta que integra estos puntos, de uno y otro lado, y eso es lo quiere decir la batalla de ideas. No podemos terminar la discusión con uno solo de los temas, si no nos interrogamos acerca de qué está pasando con los demás.
Una manera de resumir el debate anterior, para seguir adelante, sería definir la «democracia» como el conjunto de: el ejercicio de todos los derechos humanos; la equidad o justicia social; la representación efectiva; y la participación. Estos serían los contenidos fundamentales de lo que vamos a entender por democracia.
3. La democracia en Cuba
Esto me lleva a entrar al tema Cuba. Hay una historia de la democracia en Cuba; esto es importante retenerlo, hay una historia de la democracia en Cuba. No voy a regresar al siglo XIX porque todos sabemos que las luchas de independencia enarbolaron el tema de la democracia como parte del programa independentista libertador. No me detengo en eso, pero me voy a detener en lo que tuvimos de República prerrevolucionaria, a la que podemos llamarle de cualquier manera y una de ellas es nuestra República liberal. Considero importante esto porque, en muchas discusiones, parecería como si la cultura política cubana no tuviera una experiencia de democracia liberal.
Ya hemos vivido una democracia liberal.
Se puede decir que fue imperfecta, como era de esperarse; y que podría ser mejor, lo cual cabría discutir; pero es importante en cualquier debate retener que una de las cosas que tenemos que hacer hoy es superarla; qué debió hacerse y qué se ha hecho, creo yo, en gran medida; y en todo caso quedarían siempre las tareas pendientes para tener una democracia superior a la democracia liberal que tuvimos antes de la Revolución. Esa democracia liberal, los historiadores podrán argumentar mejor que yo en qué consistía, primero era un experimento de democracia que tenía de trasfondo un capitalismo dependiente, la dominación imperialista y el alineamiento de los sectores dominantes de la sociedad cubana a esas condiciones de dependencia y de dominación. La democracia liberal no eran todos estos principios declarados, sino esa puesta en escena. Esa puesta en escena en la historia real de Cuba y de alguna manera la Revolución de 1959 venía o tenía — obviamente, podemos recordar el Programa del Moncada — como primera tarea la superación de esa secuela de limitaciones históricas a la realización de la democracia.
A mí me parece que la cuestión más importante a tener en cuenta es que con el advenimiento de la Revolución se constituye un poder revolucionario y que ese poder revolucionario es, como le gusta decir a los filósofos, «la condición de posibilidad» de la democracia en Cuba, al menos, ese es mi criterio.
Sin el poder revolucionario no hay nada de lo que hemos dicho, no hay desarrollo, no hay independencia, no hay antimperialismo, no hay un poder al servicio de las grandes mayorías del país, no hay nada de eso.
Y si no hay nada de eso entonces es difícil saber de qué estaría basada la democracia que pretendemos o cuál es el desarrollo democrático posible. Entonces me parece que el ojo del canario es el poder revolucionario, que es el que hace posible todo lo demás y a quien hay que demandarle que realice la democracia que prometió.
El otro aspecto que querría tener en cuenta, ya hablando del periodo revolucionario de esta historia, es que además de superar la experiencia de la República liberal debía asumir el desafío socialista.
No estoy hablando del socialismo realmente existente, como dijo Brezhnev, sino del socialismo que nos prometimos todos. Aquel que Rosa Luxemburgo definía como la posibilidad de una «democracia plena».
Podemos discutir qué queremos decir con democracia plena, a dónde llega la plenitud, pero esa es la meta del socialismo que tenemos. Le hemos ofrecido a la sociedad una democracia plena y el desarrollo democrático al que aspiramos, el que necesitamos y el que esperamos, es el de alcanzar una democracia plena.
Sin embargo, el alcanzar esta meta, este desarrollo democrático, ha enfrentado y enfrenta numerosos obstáculos. El compañero Germán [Sánchez Otero] se va a extender mucho más en estos desafíos de una democracia en Cuba, pero voy a mencionar puntualmente algunos:
Primero, todo examen del tema democrático por fuera de un escenario de agresión de los Estados Unidos, pierde sentido.
No solamente porque Estados Unidos produzca San Isidro, sino porque Estados Unidos produce en el seno de la Revolución posiciones duras y conservadoras; cosa que por supuesto la estrategia norteamericana prevé: ese escenario de permanente hostilidad de parte de Estados Unidos va a endurecer las posiciones entre los revolucionarios y van a propiciar la disidencia y la contrarrevolución.
Es decir, que sacar de cualquier discusión la agresión, la política de los Estados Unidos hacia Cuba — no me refiero al periodo del coronavirus, ni me refiero al trumpismo, me refiero a la historia toda, hasta hoy y para mañana — es un sinsentido. Estados Unidos no puede sacarse de la ecuación porque ellos no nos sacan de su proyecto de dominación y, por tanto, hay que contar con eso para explicarse no solamente el gran obstáculo sino las restricciones a la democracia que hayamos tenido que asumir.
Yo creo que tenemos restricciones democráticas a esa democracia plena de la que hablamos. Creo que algunas son inevitables, como son todas las situaciones de conflicto, pero creo que nuestro déficit está en que pueden ser más de las necesarias, no las esclarecemos ante la opinión pública y no buscamos el consenso de la población para cada una de esas restricciones que entendamos como necesarias, y cuando parezcan necesarias. Ese me parece que es otro de los obstáculos a resolver.
Otro obstáculo a resolver, diría yo, es lo que podríamos llamar problemas y defectos de nuestras instituciones y orden institucional.
¿Hasta qué punto nuestras instituciones y el orden institucional favorecen alcanzar la democracia plena que defendemos, favorecen mayor desarrollo democrático? Esa es una de las preguntas que nos debemos hacer. Ahí entra, no hay tiempo para detenerse en eso, el hecho de que tenemos un socialismo de Estado, el hecho de que tenemos una institución altamente centralizada, el hecho de que tenemos una gran desviación entre la norma institucional y el comportamiento real de las instituciones, el hecho de que tenemos una alta burocratización de nuestras instituciones y, también, que son altamente ineficientes.
Entonces, esta limitación institucional, sobre la cual no revelo nada nuevo, tiene que ver con el desarrollo democrático que pretendemos y, casi inmediatamente, voy a explicar por qué.
Agregaría a ello la dimensión cultural del problema. Es decir, ¿tenemos una cultura democrática? Un tema es si tenemos o no condiciones democráticas para un mayor desarrollo democrático, pero ¿tenemos una cultura democrática o hay un sector de la población, abajo y arriba, que no participa de una cultura democrática? Hay sectores populares a quienes no les interesa el tema, hay sectores de las capas de dirección que no lo entienden, no lo quieren entender o tampoco lo comparten. Necesitamos afincar ese desarrollo con una cultura democrática. No me detengo en esto porque es un tema en sí mismo, pero quiero decir que me parece que carecemos, que tenemos una insuficiente cultura democrática.
Creo que a lo largo del tiempo el desarrollo democrático no se ha interrumpido. He escrito recientemente un libro [La evolución del poder en la Revolución cubana] y he tratado de mostrar que a lo largo de toda la historia de la revolución ha habido también un desarrollo democrático. Es insuficiente, no nos conforma, pero ha habido un ininterrumpido desarrollo democrático.
Y más recientemente han aparecido nuevos términos; hemos pasado de no utilizar nunca en el discurso oficial el término «democracia» a aceptar que tenemos una meta de «socialismo próspero, democrático y sustentable». Esta expresión de «socialismo próspero, democrático y sustentable» la pronunció el compañero Raúl Castro en la clausura del VII Congreso del Partido, pero antes, alguno de nosotros vio en la televisión una Comisión que discutía la propuesta de un compañero de incluir el término «democrático» y los compañeros de la mesa le dijeron que no, qué cosa era eso, que con decir socialismo ya habíamos dicho todo lo demás. Es decir, que antes, pudimos ver una mesa donde se rechazaba el término, y que por suerte el primer secretario del Partido lo incluyó en su intervención. Recordarlo es una manera de dar a entender las diferencias que al respecto existen entre los revolucionarios mismos acerca de este tema y nuestro nivel de compromiso con él.
4. La democracia participativa
Terminaría con un punto y unas breves conclusiones. Nosotros no decimos que somos la democracia o que la nuestra es también una democracia participativa; decimos, le hemos puesto un apellido a la democracia nuestra, de «democracia participativa». Esto rápidamente lleva a la discusión de qué es lo participativo; nunca se explicita. También sobre eso he escrito, no digo nada nuevo, pero cuando estudié qué cosa sería la tal participación me encontré dos problemas fundamentales, que me interrogaron.
Uno, ¿participar en qué? Llegué a la conclusión de que la democracia era participar en el poder o no era nada, era una frase. Participar, es participar directamente en el poder.
Y, en segundo lugar, esta era una situación que también se me presentaba como un proceso. Comencé a ver en la literatura que el tema estaba muy estudiado y que los mejores trabajos y reflexiones sobre él veían a la participación como un proceso y distinguían diferentes momentos de ese proceso. Me interrogué entonces acerca de cuáles y cómo se comportaban entre nosotros esos momentos del proceso de participación. Obviamente, veríamos diferencias si estamos hablando de una esfera u otra, de una sociedad u otra, de una actividad u otra e, inclusive, de una institución u otra. Pero podemos generalizar en esta exposición.
Para transmitir una idea, un ejemplo, del nivel alcanzado en cada momento de la participación — porque seguimos en la idea del desarrollo democrático — aprecio que el nivel alcanzado en cada uno de ellos — alto, medio o bajo — ha sido: Primero, en tener voz o emitir demandas, que creo yo es bastante alto. Después, hay un segundo momento que llamaríamos de «agregar demandas», donde el nivel alcanzado me parece medio, con tendencia a la baja; no es que Germán tenga una demanda, ni que yo tenga una demanda o también Josué, sino que los tres pudiéramos agregar nuestras demandas, lo que tiene que ver un poco con los sucesos más recientes. Tenemos después, otro momento en el cual el nivel se torna muy bajo, el de «hacer propuestas», es decir la capacidad, el momento participativo de hacer propuestas. Este vuelve a ser bajo, en mi opinión muy bajo, quizás el más bajo de la participación, en «la toma de decisiones». Vuelve a ser muy alta en la «ejecución», porque para la ejecución sí nos convocan a todos y participamos casi todos. Y vuelve a ser de nivel medio en «controlar el proceso de participación», controlar esas decisiones. Finalmente, vuelve a ser baja la «evaluación del proceso de participación», que la sociedad pueda evaluar por dónde anda eso que hemos llamado «participación».
La idea que quiero transmitir — que pueden ser estos momentos o pueden ser otros, cada cual puede hacer su lista — pero que les presento a manera de ejemplos más concretos, es que cuando decimos que la nuestra es una «democracia participativa», nos complican más el problema, no me lo han simplificado y, por tanto, me hago más interrogantes y tengo más expectativas. Y si hablo de desarrollo democrático, cabe preguntarse por dónde estamos en cada uno de esos momentos, sean los que yo he tomado u otros que ustedes u otros autores quisieran identificar.
Por último, sabemos que nosotros desde que nacemos hasta que morimos, vivimos en realidad, no como nos creemos subjetivamente, con nosotros mismos, sino en el marco de instituciones.
Por tanto, la pregunta para el tema que nos ocupa es ¿cuál es el espacio y cuáles los mecanismos que presentan las instituciones realmente existentes o eventualmente, las que tengamos que crear, para poder realizar esta democracia participativa?
Tenemos ciertos espacios o ciertas actividades. Generalmente pasamos buena parte de nuestras vidas revolucionarias en asambleas, presentando quejas, con algún acceso a las comunicaciones, sería el caso, en algunas consultas de que hemos sido objeto, en algún momento de rendición de cuentas de las autoridades, digamos que son algunos de los espacios que podíamos haber aprovechado y quizás no lo hicimos. Pero, queda en pie — lo repito — ¿qué instituciones de las realmente existentes favorecen o no la participación? y, ¿cuáles serían los procedimientos idóneos para que pudiéramos realizarla?
5. Conclusiones provisionales
Esto me lleva a terminar mi presentación con dos o tres conclusiones. Primera, opino que, tanto en la teoría como en la historia, el socialismo es la condición del desarrollo democrático posible en nuestro país y para la sociedad cubana en su conjunto. No creo que tengamos ninguna otra opción, no la tuvimos ni creo que la tendremos, si no es bajo las condiciones del socialismo.
Nos toca exigirle a nuestro socialismo nuestra democracia.
Segunda, creo que el desarrollo democrático, como ya dije conlleva en las condiciones históricas y concretas nuestras: inevitables restricciones que habría que reconocer y consensuar; habría que superar los obstáculos que enumeré antes; y habría que considerar que en el proceso de reformas en curso quede incluido, se alcance o no la democracia plena, un mayor desarrollo democrático. Creo que nos hemos movido en esto, hay una reforma política implicada en la nueva Constitución de la República; de hecho, he escuchado y visto echar mano de la Constitución para defender puntos de vista diferentes, lo cual me parece positivo. La nueva Constitución es la que se ha dado el pueblo, la ciudadanía, y yo creo que debe ser ésta, efectivamente, el referente y marco de nuestras reivindicaciones.
Llamo la atención sobre un problema colateral que es, como yo lo veo, y es que la Revolución cubana ha transitado con un alto nivel de legitimidad; es decir, ha tenido una alta capacidad de construir un consenso mayoritario en la población. Ya sabemos que hay cualquier cantidad de quejas o discrepancias; yo siempre digo que en una cola del pan nadie está con el socialismo, pero cuando se plantea la política social de la Revolución o la cuestión nacional y la agresión externa, el 95 por ciento de la población apoya el socialismo, los fundamentos de esa soberanía. Ese consenso es una resultante, como en Física — aquí tenemos varios compañeros físicos — de muchos consensos, lo que no excluye las discrepancias puntuales. Pero me parece que la legitimidad de que hemos dispuesto hasta ahora ha tenido algunas fuentes objetivas, para llamarlo de alguna manera, de legitimidad. Se suele identificar entre nosotros la legitimidad histórica, se hizo una revolución, existe una historia heroica, escenarios de lucha, están presentes muchos de los actores de esa historia, se transitó con un liderazgo extraordinario, etcétera; digamos que hay una legitimidad histórica.
Existe también la legitimidad de la obra de la Revolución, aunque esta puede haber tenido también sus variaciones. Existe la legitimidad de que la Revolución ha transcurrido en derecho, es decir, en el marco de una cierta juridicidad. También, que se ha dispuesto de un proyecto de mejor sociedad. Y como ya dije, que se ha tenido un continuado, aunque insuficiente, desarrollo democrático. Reitero que no tenemos tiempo de argumentar todo esto más extensamente.
Ahora, una de las cosas que me preocupa a mí es que la historia como fuente de legitimidad va perdiendo su peso relativo en el tiempo. La obra de la Revolución va perdiendo su peso relativo. Todos los días hablo con jóvenes y nietos que me dicen «no me hables más de la educación, yo nací con eso». Y yo me espanto porque digo, valdría haber puesto la guillotina en la Plaza de la Revolución nada más para haber tenido al 100 por ciento de los niños de Cuba con uniforme en una escuela, cosa inexistente, no digo en el Tercer Mundo, ni en el Primero. De manera que hay una apreciación generacional, yo hubiera puesto la guillotina y algunos jóvenes me dicen que no les dé más «teque» sobre la educación. Probablemente la obra de la Revolución también tiene un techo específico y otras exigencias; si a ello le agregamos tener una crisis en los noventa, una estagnación en los 2000 y estar al borde de otra crisis económica en el 2020, algo lejos de la prosperidad, entonces vemos como que la obra de la Revolución pierde ese peso relativo como fuente de legitimidad.
Y finalmente está el desarrollo democrático. Yo creo que la juridicidad — de ahí la importancia de la Constitución — y el desarrollo democrático serán cada vez más, y tenemos que llamarnos la atención sobre ello, las fuentes fundamentales de legitimidad, no las únicas, pero ganarán cada vez más peso relativo. Por eso el tema del desarrollo democrático y el debate que hacemos ahora, en este momento, sobre la democracia es tan relevante para el destino de la Revolución, para su legitimidad futura.
Terminaría diciendo lo siguiente: no hay democracia sin construcción de ciudadanía. ¿Quién es el portador de la democracia? La democracia es un atributo de la soberanía popular, pero ¿quién quiere, persigue y demanda la democracia? El sujeto de ella no es abstractamente el pueblo, que también, si no los ciudadanos. Hay un tema de construcción de la ciudadanía en el que no solemos reparar. Este es un tema de larga data en el pensamiento de izquierda en América Latina: la construcción de la ciudadanía. No vamos a tener ciudadanía con ciudadanos enfermos, pobres, miserables, marginados, enajenados por los medias; es decir ¿cómo construirla? Yo diría que es evidente la contribución que ha hecho el socialismo cubano, lo que ha avanzado en la construcción de esa ciudadanía. Pienso yo que tenemos más ciudadanía potencial que potenciada, más de esas capacidades ciudadanas que las que utilizamos, que las que somos capaces de utilizar. Lo pongo ahí también como otro de los desafíos presentes.
Esperemos que la democracia siga siendo entre nosotros la superación de la República dependiente que fue y de las malas enseñanzas del «socialismo real»; que no solamente nos tenemos que curar de esa experiencia histórica liberal, sino también de las experiencias de las llamadas «democracias populares», las que no desaparecieron casualmente. Y no hemos reflexionado suficientemente, creo yo, acerca de por qué desaparecieron.
Entonces, veo que el tema de la democracia y, más que la democracia, la voluntad y perseverancia de alcanzar ininterrumpidamente un mayor desarrollo democrático, es el mayor desafío que tuvo mi generación y que tiene delante vuestra generación.
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