Introducción al libro titulado “El Partido marxista-leninista”, publicado en 1963.
Ernesto Che Guevara
Este pequeño libro está destinado a iniciar a los militantes del Partido, en el amplio y riquísimo acervo de las ideas marxistas-leninistas.
La elección de los temas es simple y efectiva. Se trata de un capítulo del Manual de marxismo-leninismo de Otto V. Kuusinen y de una serie de discursos de Fidel Castro. La selección es buena porque en el capítulo del Manual de marxismo-leninismo se sintetiza la experiencia de los partidos hermanos y se da un esquema general de lo que debe ser y cómo debe actuar un partido marxista-leninista, y en la sucesión de discursos del compañero Fidel se ve desfilar la historia política de nuestro país a través de las palabras en algunos casos autobiográficas, del dirigente de la Revolución.
Las dos cosas están íntimamente ligadas, la teoría general como expresión de las experiencias del Partido Comunista de la Unión Soviética y de los partidos marxistas-leninistas de toda la humanidad y la aplicación práctica de estas ideas generales a nuestras especiales características. De las peculiaridades que dan el marco al desarrollo de los acontecimientos sociales en esta región del mundo, no debe inferirse que existan excepciones históricas; simplemente, en el marco general de la teoría, hija de la experiencia, cabe el caso específico de la situación cubana que agrega nuevas experiencias al movimiento obrero del mundo.
El manual nos enseña con meridiana claridad qué es un partido marxista-leninista:
«personas fundidas por una comunidad de ideas que se agrupan para dar vida a las concepciones marxistas, es decir, para llevar a cabo la misión histórica de la clase obrera».
Explica además cómo un partido no puede vivir aislado de la masa, cómo debe estar en permanente contacto con ella, cómo debe ejercer la crítica y la autocrítica y ser muy severo con sus propios errores; cómo no debe basarse solamente en conceptos negativos de lucha contra algo, sino también en conceptos positivos de lucha por algo, cómo los partidos marxistas no pueden cruzarse de brazos esperando que las condiciones objetivas y subjetivas, formadas a través del complejo mecanismo de la lucha de clases, alcancen todos los requisitos necesarios para que el poder caiga en manos del pueblo como una fruta madura. Enseña el papel dirigente y catalizador de este partido, vanguardia de la clase obrera, dirigente de su clase, que sabe mostrarle el camino al triunfo y acelerar el paso hacia nuevas situaciones sociales. Insiste en que aun en los momentos de reflujo social, es necesario saber retroceder y mantener firmes los cuadros para apoyarse en la próxima ola y avanzar más lejos, hacia el fin fundamental del partido en la primera época revolucionaria, que es la obtención del poder.
Y es lógico que este partido lo sea de clase. Un partido marxista-leninista mal podría ser de otra manera; su misión es buscar el camino más corto para lograr la dictadura del proletariado y sus militantes más valiosos, sus cuadros dirigentes y su táctica salen de la clase obrera.
No puede concebirse que la construcción del socialismo se inicie con un partido de la clase burguesa, con un partido que tuviera entre sus integrantes una buena cantidad de explotadores y estos fueran encargados de fijar su línea política. Evidentemente, una agrupación de ese tipo solo puede dirigir la lucha en una etapa de liberación nacional, hasta ciertos niveles y en determinadas circunstancias.
En el momento siguiente, la clase revolucionaria se convertiría en reaccionaria y se establecerían nuevas condiciones que obligarán a la aparición del partido marxista-leninista como dirigente de la lucha revolucionaria. Y ya, en América Latina al menos, es prácticamente imposible hablar de movimientos de liberación dirigidos por la burguesía. La Revolución Cubana ha polarizado fuerzas; frente al dilema pueblo o imperialismo, las débiles burguesías nacionales eligen el imperialismo y traicionan definitivamente a su país. Se pierde casi totalmente la posibilidad de que en esta parte del mundo se produzca un tránsito pacífico al socialismo.
Si el partido marxista-leninista es capaz de prever las etapas históricas a sobrevenir y es capaz de convertirse en bandera y vanguardia de un pueblo aún antes de haber liquidado la etapa de liberación nacional — tratándose de nuestros países colonizados — entonces ese partido habrá cumplido una doble misión histórica y podrá afrontar las tareas de la construcción del socialismo con más fuerza, con más prestigio entre las masas.
Luego viene la experiencia cubana; experiencia rica por todo lo que tiene de nuevo, por todo lo que tiene de vigoroso en esta época de desarrollo de la revolución americana y también por lo rico en enseñanzas que son sus errores, analizados y corregidos públicamente, en contacto con las masas y ante el juicio de la opinión pública.
Particularmente importantes son los discursos del compañero Fidel referidos al Partido Unido de la Revolución Socialista y a los métodos de trabajo empleados en las ORI [Organizaciones Revolucionarias Integradas] que marcan dos etapas fundamentales de nuestro desarrollo. En la primera [2 de diciembre de 1961] se expresa la confusión franca de un revolucionario cabal que ha llegado al pináculo del camino ascendente de la evolución de su pensamiento y proclama sin dudas, ante el mundo, su profesión de marxista-leninista. Pero lo hace, no como una simple afirmación verbal, sino mostrando los rasgos, los hechos más salientes de la evolución del dirigente, de la evolución del movimiento y del Partido hacia una conjugación destinada a integrar el Partido Unido de la Revolución Socialista.
Analizándose a sí mismo, el compañero Fidel reconoce la cantidad de concepciones regresivas que el medio había inculcado en él; cuenta cómo instintivamente fue luchando contra esas concepciones y forjándose en la lucha, cuenta de sus dudas y explica el porqué de esas dudas y cómo se resolvieron.
En esta etapa el Movimiento 26 de Julio constituía algo nuevo, muy difícil de definir; Fidel Castro, héroe del Moncada, prisionero de Isla de Pinos [actual Isla de la Juventud], entrena un grupo de expedicionarios que tiene como misión alcanzar las costas de Oriente, iniciar el incendio revolucionario de la provincia y separarla del resto de la isla en un primer momento o avanzar inconteniblemente, de acuerdo con las condiciones objetivas, hasta la propia Habana, en una sucesión de victorias más o menos sangrientas.
La realidad golpeó sobre nosotros; no estaban dadas todas las condiciones subjetivas necesarias para que aquel intento cristalizara, no se habían seguido todas las reglas de la guerra revolucionaria que después aprenderíamos con nuestra sangre y la sangre de nuestros hermanos en dos años de dura lucha. Fuimos derrotados y allí comenzó la más importante historia de nuestro movimiento.
Allí se mostró su verdadera fuerza, su verdadero mérito histórico; nos dimos cuenta de los errores tácticos cometidos y de que faltaban algunos factores subjetivos importantes; el pueblo tenía conciencia de la necesidad de un cambio, faltaba la certeza de su posibilidad. Crearla era la tarea, y en la Sierra Maestra comienza el largo proceso que sirve de catalizador al movimiento entero de la Isla y que va provocando huracanes ininterrumpidos, incendios revolucionarios ininterrumpidos en todo el territorio.
Se empieza a demostrar con los hechos que el Ejército Revolucionario, con la fe y el entusiasmo del pueblo correctamente encaminados, en condiciones favorables para la lucha, puede ir aumentando su fuerza mediante el adecuado uso de las armas y destruir un día el ejército enemigo.
Esa es una gran lección en nuestra historia. Antes de lograr el triunfo, ha ido cambiando la correlación de fuerzas hasta convertirse en inmensamente favorable al movimiento revolucionario; se han creado las condiciones subjetivas necesarias para realizar el cambio y provocado la crisis de poder esencial para el mismo. Se da una nueva experiencia revolucionaria a América Latina, se demuestra cómo las grandes verdades del marxismo-leninismo se cumplen siempre; en este caso, que la misión de los dirigentes y de los partidos es la de crear todas las condiciones necesarias para la toma de poder y no convertirse en nuevos espectadores de la ola revolucionaria que va naciendo en el seno del pueblo.
Al mismo tiempo, al mostrar la necesidad de que los núcleos armados que defienden la soberanía popular estén a cubierto de sorpresas, de ataques, de aniquilamientos, indica la importancia de que la lucha armada tenga por escenario los terrenos más favorables a la guerra de guerrillas, es decir, los lugares más accidentados de las zonas rurales. Ese es otro aporte de la Revolución a nuestra lucha de emancipación americana; del campo se va a la ciudad, de menor a mayor, creando el movimiento revolucionario que culmina en La Habana.
En otra parte Fidel expresa claramente: condición esencial del revolucionario es saber interpretar la realidad. Refiriéndose a la huelga de abril,[1] explica cómo no supimos interpretarla en ese momento y por ello sufrimos una catástrofe. ¿Por qué se declara la huelga de abril? Porque había en el seno del movimiento una serie de contradicciones que nosotros llamamos de la Sierra y del Llano y que se hacían patentes a través del análisis de los elementos considerados fundamentales para decidir la lucha armada, los que eran diametralmente diferentes en cada una de las alas.
La Sierra estaba dispuesta a derrotar al ejército cuantas veces fuera necesario, ir ganándole batalla tras batalla, conquistando sus armamentos y llegar algún día a la toma total del poder sobre la base de su Ejército Rebelde. El Llano era partidario de la lucha armada general en todo el país con un epílogo de huelga general revolucionaria que expulsara a la dictadura batistiana y sentara la autoridad de los «civiles» como gobernantes convirtiendo al nuevo ejército en «apolítico».
El choque de esta tesis es continuo y no es lo más adecuado para la unidad de mando que se requiere en momentos como este. La huelga de abril es preparada y decretada por el Llano con la anuencia de la dirección de la Sierra que no se siente capaz de impedirla, aunque tiene serias dudas sobre su resultado y con las expresas reservas del PSP [Partido Socialista Popular] que advierte el peligro a tiempo. Los comandantes revolucionarios van al Llano para ayudarla y así Camilo Cienfuegos, nuestro inolvidable Jefe del Ejército, empieza a hacer sus primeras incursiones en la zona de Bayamo.
Estas contradicciones tienen una raíz más honda que las discrepancias tácticas: el Ejército Rebelde ya es ideológicamente proletario y piensa en función de clase desposeída; el Llano todavía sigue pequeñoburgués, con futuros traidores en su dirección y muy influenciado por el medio en que se desenvuelve.
Era una lucha menor por el control interno, en el marco de la gran lucha revolucionaria por el poder. Los recientes acontecimientos de Argelia se explican claramente por analogía con la Revolución Cubana: el ala revolucionaria no se deja desplazar del poder y lucha conquistándolo íntegro, el Ejército de Liberación es el representante genuino de la revolución que triunfa.
Los choques se suceden periódicamente y solamente se logra la unidad de mando (todavía no acatada por todos, sin embargo) cuando Fidel es nombrado Primer Ministro, algunos meses después de logrado el triunfo de la Revolución.
Hasta ese momento ¿qué habíamos hecho?; habíamos adquirido, como dijera Fidel, el derecho a empezar.
Solo habíamos culminado una etapa que se basaba en la lucha a muerte contra el sistema establecido en Cuba, representado en el dictador [Fulgencio] Batista, pero el hecho de seguir consecuentemente una línea revolucionaria tendente a mejorar el estado de nuestra sociedad y liberarla lo más posible de todas las trabas económicas, nos llevaba por fuerza a una lucha frontal con el imperialismo.
Para el desarrollo y profundización de nuestra ideología, el imperialismo ha sido un factor muy importante; cada golpe que nos daba precisaba una respuesta; cada vez que reaccionaban los yanquis, con su soberbia habitual, tomando alguna medida contra Cuba, nosotros teníamos que tomar la contramedida necesaria y de esta manera iba profundizándose la Revolución.
El Partido Socialista Popular entraba en este frente y los compañeros de vieja militancia revolucionaria y los compañeros que llegaban al poder a través de la lucha en la Sierra empezaban una tarea de fusión. Ya en ese momento Fidel advertía contra algunos peligros del sectarismo y criticaba al que estregara en la nariz de otros los 15 o 20 años de militancia y el sectarismo de las barbas en la Sierra o del tiratiros de la ciudad.
En la época de la lucha armada había un grupo de compañeros que trataban de defender al movimiento del aparente caudillismo del compañero Fidel y cometieron el mismo error, que se repitiera después en la época del sectarismo, de confundir los grandes méritos del dirigente, los grandes méritos del líder de la Revolución y sus innegables dotes de mando, con el individuo cuya única preocupación era asegurarse el apoyo incondicional de los suyos y establecer un sistema de caudillaje. Fue una lucha de principios falsos llevada por un grupo de compañeros, lucha que no terminó siquiera el primero de enero o el momento en que Fidel asumiera el cargo de Primer Ministro, sino mucho después, cuando el ala derecha del Movimiento 26 de Julio era destrozada. Así cayeron, por oponerse a la voluntad popular, [Manuel] Urrutia, [José] Miró Cardona, [Manuel] Ray, Hubert Matos, David Salvador y tantos otros traidores.
Surge, después de la victoria total contra el ala derecha, la necesidad de estructurar un partido: el Partido Unido de la Revolución, exponente del marxismo-leninismo en las condiciones de Cuba. Debiera ser un organismo ligado a las masas y por cuadros estrictamente seleccionados, de una organización centralizada y elástica a la vez y, para todo ello, confiábamos ciegamente en la autoridad ganada en muchos años de lucha por el Partido Socialista Popular, haciendo dejación casi total de nuestros criterios organizativos. De esta manera se fueron creando una serie de condiciones para que madurara el fruto del sectarismo.
En el proceso de estructuración, el compañero Aníbal Escalante se encargaba de la organización y comenzaba una etapa negra aunque, felizmente, muy corta, de nuestro desarrollo. Se erraba en los métodos de dirección; el Partido perdía sus cualidades esenciales de ligazón a las masas, del ejercicio del centralismo democrático y del espíritu de sacrificio.
Recurriendo, a veces, a verdaderos malabarismos, se colocaban gentes sin experiencia y sin méritos en lugares dirigentes, por el hecho de haberse acomodado a la situación imperante.
Las ORI pierden su función de motor ideológico — y de control de todo el aparato productivo a través de esta función — y pasa a ser un aparato administrativo; en estas condiciones, los llamados de alerta que debían venir de las provincias, explicando la serie de problemas que allí existían, se perdían, porque quienes debían analizar el trabajo de los funcionarios administrativos eran precisamente los dirigentes del núcleo que cumplían una doble función de partido y de administración pública.
La etapa de los conceptos equivocados, de las equivocaciones garrafales y de los trasplantes mecánicos ha finalizado, afortunadamente. Las viejas bases en que se fundara este engendro sectario se han roto.
Frente a los interrogantes, la decisión de la Dirección Nacional presidida por Fidel fue volver a las masas, recurrir a las masas, y así se estableció el sistema de consulta de todos los centros de trabajo para la elección de los obreros ejemplares por la masa, la posibilidad de ser seleccionados para integrar los Núcleos del Partido, de un partido íntimamente unido a ellas.
Como parte de los cambios del Partido se reformó el sistema de educación, premiando con ella, no como en momentos pasados, a los amigos, a los «claros», a los «bachilleres del marxismo», sino a los mejores trabajadores, a los hombres que han demostrado con su actitud frente a la Revolución, con su trabajo diario y su entusiasmo y espíritu de sacrificio las superiores dotes de miembro del partido dirigente.
De acuerdo con eso se han cambiado todos los criterios y empieza una nueva época de vigorización del Partido y de los métodos. Se abre ante nosotros un amplio y luminoso camino de construcción socialista en la que al Partido le toca la tarea de conducción. Esa conducción no será la de la orden mecánica y burocrática, la del control estrecho y sectario, la del mandar hacer, la del consejo que debe seguirse en cuanto a expresión verbal y no por constituir un ejemplo vivo, la del privilegio de las ideas o de la historia pasada.
El partido del futuro estará íntimamente unido a las masas y absorberá de ellas las grandes ideas que después se plasmarán en directivas concretas; un partido que aplicará rígidamente su disciplina de acuerdo con el centralismo democrático y, al mismo tiempo, donde existan, permanentes, la discusión, la crítica y la autocrítica abiertas, para mejorar el trabajo continuamente. Será en esta etapa un partido de cuadros, de los mejores, y estos deberán cumplir su tarea dinámica de estar en contacto con el pueblo, transmitir las experiencias hacia las esferas superiores, transmitir a las masas las directivas concretas y ponerse en marcha al frente de estas.
Primeros en el estudio, primeros en el trabajo, primeros en el entusiasmo revolucionario, primeros en el sacrificio; en todo momento los más buenos, más puros, más humanos que todos los otros, deben ser los cuadros de nuestro Partido.
Porque hay que recordar siempre que el marxista no es una máquina automática y fanática dirigida, como un torpedo, mediante un servomecanismo hacia un objetivo determinado. De este problema se ocupa expresamente Fidel en una de sus intervenciones [11 de abril de 1962]:
¿Quién ha dicho que el marxismo es la renuncia de los sentimientos humanos, al compañerismo, al amor al compañero, al respeto al compañero, a la consideración al compañero?
¿Quién ha dicho que el marxismo es no tener alma, no tener sentimientos? Si precisamente fue el amor al hombre lo que engendró el marxismo, fue el amor al hombre, a la humanidad, el deseo de combatir la desdicha del proletariado, el deseo de combatir la miseria, la injusticia, el calvario y toda la explotación sufrida por el proletariado, lo que hace que de la mente de Carlos Marx surja el marxismo cuando precisamente podía surgir el marxismo, cuando precisamente podía surgir una posibilidad real y más que una posibilidad real, la necesidad histórica de la Revolución social de la cual fue intérprete Carlos Marx. Pero, ¿qué lo hizo ser ese intérprete sino el caudal de sentimientos humanos de hombres como él, como Engels, como Lenin?
Esta apreciación de Fidel es fundamental para el militante del nuevo partido, recuérdenlo siempre, compañeros, grábenselo en la memoria como su arma más eficaz contra todas las desviaciones. El marxista debe ser el mejor, el más cabal, el más completo de los seres humanos pero, siempre, por sobre todas las cosas, un ser humano; un militante de un partido que vive y vibra en contacto con las masas; un orientador que plasma en directivas concretas los deseos a veces oscuros de la masa; un trabajador incansable que entrega todo a su pueblo; un trabajador sufrido que entrega sus horas de descanso, su tranquilidad personal, su familia o su vida a la Revolución, pero nunca es ajeno al calor del contacto humano.
En el terreno internacional nuestro Partido tendrá deberes importantísimos; como el primer país socialista de América Latina, un ejemplo a seguir por otros países, una experiencia viva para ser captada por los demás partidos hermanos; una experiencia viviente, repetida y cambiante, que muestra a la luz del conocimiento público todos sus aciertos y sus errores. En esta forma su ejemplo es más didáctico y no tiene la aspiración de ser elevado solamente ante quienes han hecho profesión de fe del marxismo-leninismo, sino ante las masas populares de América Latina.
La Segunda Declaración de La Habana es una guía para el proletariado, el campesinado y los intelectuales revolucionarios de América Latina; nuestra propia actitud será guía permanente. Debemos ser dignos de ese lugar que tenemos, debemos trabajar todos los días pensando en nuestra América Latina y fortalecer más y más las bases de nuestro estado, su organización económica y su desarrollo político, para poder también, al mismo tiempo que nos superamos internamente, convencer más y más a los pueblos de América Latina de la posibilidad práctica de iniciar el camino del desarrollo socialista, en la etapa actual de correlación de fuerzas internacionales.
Todo esto sin olvidarnos de que nuestra capacidad emocional frente a los desmanes de los agresores y los sufrimientos de los pueblos, no puede estar limitada al marco de América Latina, ni siquiera al marco de América Latina y los países socialistas juntos; debemos practicar el verdadero internacionalismo proletario, recibir como afrenta propia toda agresión, toda afrenta, todo acto que vaya contra la dignidad del hombre, contra su felicidad en cualquier lugar del mundo.
Nosotros, militantes de un partido nuevo, en una nueva región liberada del mundo y en nuevas situaciones, debemos mantener siempre en alto la misma bandera de dignidad humana que alzara nuestro [José] Martí, guía de muchas generaciones, presente hoy con su frescura de siempre en la realidad de Cuba: «Todo hombre verdadero debe sentir en la mejilla el golpe dado a cualquier mejilla de hombre».
[1] Se refiere a la Huelga General del 9 de abril de 1958, que tuvo lugar en varios lugares del país, organizada y protagonizada por el Movimiento Revolucionario 26 de Julio.
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