«Necesitamos levantar la cara»

Diálogo con la organización popular feminista Mikamaru, del sur de Perú

Por La Tizza

Imagen de manifestaciones en Arequipa, de donde es nuestra entrevistada. Foto: José Sotomayor Jiménez / EFE

¿Cuáles han sido las características del movimiento popular organizado de los últimos años, desde la caída de Fujimori y cómo ello ha sido una potencia, o una impotencia, frente al neoliberalismo que se ha mantenido incólume?

Considero que es importante situar algunos momentos cruciales de los últimos años, y ampliarlos luego. En el 2000 se produce la caída de la dictadura fujimorista. Una década después se percibe lo que podemos considerar el fin del adormecimiento y la apatía generalizada condicionada por dicho régimen. En estrecha relación con ello, en el año 2012 se inicia la recomposición del movimiento social que desemboca, a la altura del 2015, en la existencia de organizaciones sociales con agendas específicas y un incipiente protagonismo de fuerzas de izquierda. Pero como la derecha no descansa, entre 2016 y 2019 se da lo que podemos considerar un reacomodo fujimorista y la implementación del acaparamiento de los poderes del estado.

Si me lo permiten, quisiera ampliar esta especie de periodización.

El movimiento sindical y gremial fue prácticamente aniquilado en la dictadura fujimorista. Los pocos espacios sindicales, gremiales, sociales en el país terminaron cediendo a los intereses de grupos de poder y adoptaron una praxis clientelar, poniéndose al servicio de los gobiernos de turno. Esto generó que la población no se sintiera representada, atomizando el espacio dirigencial.

A nivel de las organizaciones populares la dinámica fue diferente en los distintos territorios del país: los pueblos originarios no eran considerados parte de la agenda nacional; las organizaciones sociales altoandinas se debilitaron hasta casi llegar a la extinción, producto del conflicto armado y el terrorismo de estado implementado a través de la criminalización de la protesta en el contexto de la «lucha contra el terrorismo»; las organizaciones juveniles se extinguieron y la implementación del modelo neoliberal y su hegemonía cultural adormecieron las mentes y corazones.

Después de la caída de la dictadura, entre 2000 y 2010, se mantuvo un silencio organizativo producto de la represión de la dictadura fujimontesinista.

Sin embargo, en los cinco años siguientes, hasta 2015, se empiezan a reconfigurar espacios sociales de lucha en el escenario de gobiernos que siguen la ruta neoliberal que dejó implementada el fujimorismo, donde el hambre y la escasez abundan en todo el país.

Se trata de luchas puntuales por reivindicaciones específicas como la defensa de los territorios en temas ambientales, contra la pobreza y el desempleo, la lucha por derechos para las mujeres, el magisterio asume la batalla por mejoras salariales y desde lo sindical es quien impulsa la lucha nacional organizada de los maestros, la lucha por la reforma universitaria y otros ejes temáticos de pequeño alcance.

Por otro lado, las fuerzas de izquierda empiezan a acomodarse y organizan un frente denominado Frente Amplio, donde varias corrientes progresistas de corte socialista se aglutinan para plantear una salida contra el neoliberalismo y la derecha, poniendo la agenda de cara a las necesidades del pueblo.

En el año 2016 Keiko Fujimori es derrotada en segunda vuelta, pero logra colocar congresistas que petardean la democracia junto con las fuerzas conservadoras del país instaladas y coludidas con ellos. Retoman el control del Ministerio Público, Fiscalía y otros entes del poder nacional con representantes que deja la dictadura fujimorista y que trabajan para garantizar la impunidad de los actores neoliberales.

El movimiento popular se reacomoda y reorganiza, los sindicatos empiezan a accionar a escala nacional, siendo los principales la Confederación General de Campesinos del Perú (CGCP), la Confederación de Trabajadores del Perú (CGTP) y el Sindicato de Trabajadores de la Educación del Perú (SUTEP). Ellos representan las tres instancias más grandes y aglutinadoras que propugnan por levantar la agenda de cambio en mejoras agrícolas, laborales y económicas.

https://medium.com/la-tiza/tres-textos-a-falta-de-siete-ensayos-sobre-la-realidad-peruana-f3f34c9b7e35

En esos años, el movimiento social aún incipiente está disperso, y se organiza solo por reivindicaciones sectorizadas.

Para 2018–2019 se produce la renuncia de Pedro Pablo Kuczynski, producto de sus evidentes nexos con la corrupción y también por la notable campaña de desestabilización del fujimorismo en el Legislativo. Asume la presidencia Martín Vizcarra, y continúa la campaña de desestabilización. Vizcarra disuelve el Congreso por no llegar a consensos y se convoca a elecciones congresales en 2019. Instalado el nuevo Congreso se genera otra crisis y es vacado Vizcarra, imponiéndose a la fuerza por esta instancia a Manuel Merino, de las filas de Acción Popular, partido que se mueve en las esferas de poder con lazos profundos con el fujimorismo. Esto provoca la primera movilización nacional de características masivas y de acción contundente, casi 20 años después de la Marcha de los Cuatro Suyos dada para sacar a Fujimori del gobierno.

Los gremios y sindicatos, aun con prácticas clientelares, se acomodan y organizan a escala nacional de manera más cohesionada; se empieza a discutir el tema de fondo: el cambio de constitución.

Los movimientos sociales encabezados por grupos ambientalistas, de jóvenes y mujeres lideran los procesos de organización del sector popular con espacios de diálogo en torno a demandas de fondo y que frente a los evidentes malos manejos del Congreso, con leyes a medida y rasgos de corrupción desbordantes, empiezan a plantearse la necesidad de una nueva constitución.

¿Cuál ha sido el peso del fujimorismo en todos estos años y en la crisis agudizada desde Pedro Pablo Kuczynski?

El control que ejerce el fujimorismo desde los noventa en el aparato estatal es bastante profundo. Es importante decir que, si bien se derroca al dictador en el 2000, sus secuaces siguen operando en las alas de poder y manejando la ruta neoliberal hasta el día de hoy, con la consigna clara: beneficiar, blindar y corromper.

¿Existe el movimiento indígena organizado? ¿Cómo interactúa con el resto del campo popular?

El movimiento indígena se organiza en medio de la lucha por reivindicaciones de tierra y agua, en un escenario de crisis ecoambiental, de lucha contra el narcoterrorismo, por proteger sus zonas de influencia y no ser arrasados por la explotación minera, petrolera, etcétera. Esta última ha sido la consigna neoliberal implantada en el país por décadas; y en los territorios empieza a ser criminal y descarado el abuso por los actores del estado amparados en la constitución de la dictadura fujimorista, que da rienda suelta a concesiones y toma de tierras a favor de transnacionales y grupos de poder económico.

En un inicio, se parte de estas necesidades territoriales. Luego empieza a surgir un diálogo con otras fuerzas del movimiento social y se encamina una lucha por demandas de fondo, lo que permite niveles de coordinación y cohesión.

Se ha planteado la cuestión de la salida por la vía Constituyente, ¿hay condiciones de posibilidad para ello?

Desde el 2019 se pone en la mesa, de manera inicial, el tema de una nueva constitución. Con ello, el crecimiento de la demanda ha ido en aumento, los movimientos sociales y algunos espacios políticos la hacen suya y empieza a crecer la posibilidad de un cambio constitucional. En la actualidad, estamos dando pasos dentro del momento constituyente: la exigencia de las fuerzas organizadas del país y de un 50 % de la población nacional (según la última encuesta del IEP) indican que la necesidad de ir a un referéndum para preguntarle al pueblo si desea o no una nueva constitución es urgente. Ello permitiría, de ser aprobada, pasar a una Asamblea Constituyente, representativa, popular y con asambleístas de todas las regiones del país, pueblos originarios, mujeres, diversidades, etcétera. Para ello,

el proceso constituyente requiere de involucramiento de los movimientos sociales y de la ciudadanía sobre el tema en sí, o sea, la construcción de la propuesta como tal, que hoy es incipiente.

¿Por qué no «cuaja» una figura de izquierda que aglutine, aunque sea en primera instancia, una salida a la larga crisis política peruana?

Porque la misma situación de crisis no lo permite, los liderazgos son caudillistas o se desinflan con gran facilidad.

Otra condición es la resultante de tiempos de apatía política generalizada, con partidos de izquierda que no han llevado adelante procesos formativos ideológicos, atomización de las dirigencias burocráticas, todo esto sumado a que la convulsión nacional desde el 2019 no permite constituir un cuadro que represente el sentir y el clamor nacional.

Veronika Mendoza podía y aun puede, si decide tomar con mayor fuerza y dinamismo la batuta, construir un proceso de unidad de las fuerzas progresistas. No obstante, presenta claras debilidades: no cuenta con aparato movilizador, no tiene respaldo económico para tal empresa que le permita mínimamente movilizarse por el país llevando las banderas de esperanza y cambios de fondo, dentro de su movimiento cuenta con dirigencias sin capacidad organizativa (por sus claros defectos burocráticos) que le permitan ir cubriendo territorios… La apuesta por ahora se hace lejana.

No identificamos a la vista un o una representante mayor de aglutine.

¿Hay alguna estrategia de las izquierdas en el nuevo escenario? ¿Cuáles serían sus líneas gruesas?

Algunas estrategias giran en el diálogo entre los sectores populares que han sido dejados de lado. Esta es la consigna inmediata para orientar los procesos de lucha: constituir una fuerza amplia con sectores afines que permita levantar una agenda común y la recomposición del aparato militante, mediante procesos de formación.

Necesitamos levantar la cara, escondidos y con miedo no avanzamos. Por eso la izquierda atomiza.

Pedro Castillo, ¿más parecido a Evo Morales, a Mel Zelaya, Juan Domingo Perón o a Alberto Fujimori?

A ninguno, inicialmente levantó una agenda de corte popular muy parecida a la de Evo Morales, pero una vez instalado en Palacio de Gobierno perdió el norte, se mezcló con sectores de centro y su protagonismo perdió capacidad ya que no se sostiene sobre los ejes de un hombre mínimamente formado en la izquierda. Sus falencias ideológicas le impidieron sostener con firmeza el proceso de cambio, desarrollando rasgos narcisistas, egocéntricos y, lo más grave, alejando a las fuerzas de izquierda del gobierno. Se rodeó de oportunistas y corruptos que lo llevaron al derrotero final y a sus acciones completamente marcadas por una falta de estrategia política.


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