El internacionalismo de Manuel Piñeiro en las relaciones exteriores de Cuba

Primera entrega

Por Roberto Regalado

El internacionalismo de Piñeiro es expresión directa del internacionalismo de Fidel

El presente artículo se escribe en homenaje a Manuel Piñeiro Losada, con motivo del noventa aniversario de su natalicio el 14 de marzo de 1933. La característica definitoria de la vida de Piñeiro es su consagración al internacionalismo, tal como lo concibió y ejerció el máximo líder de la Revolución cubana, Fidel Castro Ruz.

El internacionalismo de Fidel se expresó en casi todos los contenidos y las formas posibles, entre ellos, el antimperialismo, el anticolonialismo y la solidaridad con otros pueblos en muy diversos terrenos, entre los que resaltan la salud, la educación y el deporte. En las más de seis décadas de la Revolución cubana en el poder, cientos de miles de cubanos y cubanas hemos participado en tareas internacionalistas, tanto en otros países como en la propia Cuba, en este último caso, por ejemplo, brindando atención médica a pacientes o impartiendo docencia a estudiantes.

Dentro del universo del internacionalismo de Fidel, Piñeiro se desenvolvía principalmente en la franja del antimperialismo y el anticolonialismo, en especial, en las relaciones de Cuba con todo el espectro de las fuerzas políticas y sociales del continente americano. Ello incluía a fuerzas revolucionarias, de izquierda, progresistas, democráticas y otras que no corresponden a estos calificativos, pero que se establecían a partir de intereses comunes o convergentes y se mantenían sobre la base del respeto mutuo, sin quebrantar valores, transgredir principios, ni afectar las relaciones con las fuerzas populares.

El internacionalismo de Piñeiro es expresión directa del internacionalismo de Fidel. Fidel fue el «arquitecto» que concibió, diseñó y dirigió; y Piñeiro fue el «ingeniero civil» que «a pie de obra» construyó, condujo y periódicamente renovó uno de los principales órganos de solidaridad y relaciones internacionales con los que ha contado la Revolución cubana. Como es de conocimiento público por diversas fuentes, entre ellas, testimonios y anécdotas que han sido divulgadas por compañeros que pertenecieron a él desde sus orígenes: ese órgano, entre 1961 y 1974, fue el Departamento «M», luego Viceministerio Técnico (VMT) y más adelante Dirección General de Liberación Nacional (DGLN) del Ministerio del Interior (Minint). Luego, entre los años 1974 y 2010 fue el Departamento América (DA) y, por último, el Área de América (AA) del Departamento de Relaciones Internacionales (DRI) del Comité Central del Partido Comunista de Cuba (CC del PCC).

https://medium.com/la-tiza/manuel-pi%C3%B1eiro-losada-el-arte-de-la-conspiraci%C3%B3n-revolucionaria-i-ed0b6ea89a91

Este texto sintetiza algunas de mis vivencias, experiencias y opiniones personales sobre el trabajo político y político diplomático desarrollado por este órgano de solidaridad internacional dirigido por Fidel y conducido por Piñeiro. Todo ello lo adquirí durante los 39 años (1971 a 2010) en que tuve el honor de pertenecer a ese órgano, y también durante los cuatro años (2015 a 2018) en que colaboré con el Departamento de Relaciones Internacionales bajo la dirección, por segunda vez, de José Ramón Balaguer Cabrera. Este último vínculo se dio después de haber dejado de trabajar en el Área de América — por solicitud propia, para dedicarme a la investigación y la docencia — y después de la disolución de ese órgano, ocurrida en noviembre de 2010. Dicha colaboración externa fue en función de mantener o recuperar, según el caso, las relaciones y espacios de trabajo abiertos durante las décadas de 1990 y 2000, periodo en que, en su condición de miembro del Buró Político y el Secretariado del PCC a cargo de los departamentos Ideológico y de Relaciones Internacionales, Balaguer fue mi jefe superior desde 1992 hasta 2003.

Esas relaciones y espacios de trabajo habían sido abiertos, en algunos casos, en la batalla «cuesta arriba» de la década de 1990, librada a contracorriente de las secuelas del derrumbe del llamado bloque «socialista» europeo; y en otros casos, sobre la «cresta de la ola» de la cadena de elecciones y reelecciones de gobiernos de izquierda y progresistas de la década de 2000.

Su mantenimiento y/o recuperación se hizo especialmente necesario a partir de 2015, cuando las guerras mediática, jurídica y parlamentaria se agudizaron en contra de las fuerzas populares y democráticas de la región. Sin embargo, a partir de la jubilación de Balaguer este trabajo se interrumpió y revirtió. Llamar la atención sobre la necesidad y urgencia de retomarlo, es también objetivo de estas páginas.

No pretendo que este artículo sea un dechado de integralidad, rigurosidad y exactitud. Nadie, salvo Piñeiro, y por supuesto Fidel, conocían todo el trabajo del órgano de solidaridad del que aquí se habla, tanto porque ese trabajo era amplio y diverso, como porque Piñeiro cuidaba mucho el respeto al principio de compartimentación: que cada cual supiera lo que necesitaba saber y, a la inversa, que no supiera lo que no debía saber. Además, solo conozco «de oídas» anécdotas de lo que fueron «M», el VMT y la transformación de este último en DGLN. Seguramente, otros compañeros y compañeras que pertenecieron a ese órgano desde sus orígenes poseen informaciones, vivencias y opiniones diferentes a las mías, quizás mejor informadas y más atinadas. Pero estas son las mías y, como tales, las que me competen. Antes de hacerlo, cumplo con el deber elemental de reconocer el papel que en ellas desempeñaron:

– la concepción internacionalista, tercermundista, latinoamericanista y caribeñista, y la guía estratégica de Fidel;

– la formación, conducción, control, apoyo y trato humano que en todo momento recibí de Manuel Piñeiro Losada;

– la continuidad que José Antonio Arbesú Fraga supo darle, en todo sentido y en todo momento, al legado de su ex jefe y mentor;

– el excelente traspaso de funciones que me hizo mi predecesor en lo que, a inicios de 1988, era el Grupo de Análisis del Área de América, Germán Sánchez Otero, de quien recibí un equipo, una proyección y un sistema de trabajo impecablemente concebidos y estructurados, con el cual trabajé durante mis últimos 22 años en el órgano de solidaridad;

– la orientación, respaldo e impulso de José Ramón Balaguer Cabrera durante once intensos y difíciles años que abarcaron, desde la «resaca» del derrumbe del «socialismo real», la neoliberalización de la socialdemocracia internacional y la socialdemocratización de una parte de la izquierda latinoamericana, hasta el comienzo de la cadena de elecciones y reelecciones de gobiernos de izquierda y progresistas inaugurada por Hugo Chávez Frías en 1998;

– la relación con todos mis compañeros y compañeras del órgano de solidaridad;

– la relación con el Centro de Estudios sobre América, de cuyos aportes no solo se nutrían las relaciones internacionales del PCC, sino todas las relaciones exteriores, e incluso áreas de la política interna de Cuba;

– la colaboración mutua con los equipos de relaciones internacionales de la UJC, el ICAP, las organizaciones de masas y sociales, y otras instituciones y ONGs; y,

– la excelente y fraternal colaboración con el MINREX y otros organismos del sector externo del Estado.

Juicios y prejuicios versus realidades del «Departamento América»

Debido a que esa fue su primera «identidad pública», es decir, debido a que sus identidades previas eran parte de los servicios especiales del Estado, y a la poca variación ocurrida entre la primera y la segunda de sus identidades conocidas — Departamento América y Área de América del Departamento de Relaciones Internacionales del CC del PCC — , al órgano de solidaridad internacional que, por decisión de Fidel, Piñeiro fundó y condujo durante más de 30 años, y que después siguió funcionando otros 18 años bajo la conducción de José Arbesú, por lo general, se le conoce como «Departamento América».

La clave para desentrañar la relación dialéctica de continuidad y cambio existente entre todas las «identidades» que tuvo ese órgano de solidaridad, la deduzco de unas casi desconocidas palabras de Fidel que hace mucho tiempo tuve la oportunidad de escuchar presencialmente.

Tras su invasión a Granada, realizada en octubre de 1983,[1] durante el año electoral 1984 el gobierno de Ronald Reagan extremó la amenaza de intervenir militarmente a Nicaragua e intensificó la retórica de «ir a la fuente», es decir, de atacar a Cuba. Reagan y su entonces secretario de Estado, el ex general Alexander Haig, habían mantenido dicha amenaza desde el comienzo de su primer periodo de gobierno. En ese contexto, el 4 de noviembre de 1984, dos días antes de los sufragios en que Reagan resultó reelecto, se produjeron las primeras elecciones nicaragüense posteriores al triunfo de la Revolución Popular Sandinista, donde, a pesar del boicot, sabotaje y no reconocimiento por parte del gobierno de los Estados Unidos, el comandante Daniel Ortega Saavedra, hasta entonces coordinador de la Junta de Gobierno de Reconstrucción Nacional, fue electo presidente.

Fidel asistió a la toma de posesión del presidente Ortega, efectuada el 10 de enero de 1985, oportunidad que, como era usual, aprovechó para sostener la mayor cantidad posible de contactos con figuras y fuerzas políticas y sociales del país. Allí se produjo el intercambio de Fidel con la Asamblea Sandinista — equivalente al Comité Central del PCC — de enero de 1985, ocasión en la que, por cierto, Piñeiro fue parte de la delegación que lo acompañó. Fidel sabía que, entre las medidas adoptadas en respuesta al recrudecimiento de la guerra contrarrevolucionaria, incluida la amenaza de agresión directa de los Estados Unidos, el FSLN había disuelto su Departamento de Relaciones Internacionales y enviado a sus funcionarios y funcionarias a los Batallones de Lucha Irregular, que defendían al proceso revolucionario en los inmensos territorios boscosos y montañosos donde operaban las bandas contrarrevolucionarias.

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Aunque no recuerdo sus palabras textuales,

la esencia que capté del pensamiento de Fidel es que nunca se debe destruir al órgano de solidaridad con que cuenta una Revolución en el poder. Aunque en algún momento pueda parecer que surgen otras condiciones y otras prioridades — agregaba Fidel — , a tono con las cuales se considere posible o pueda parecer conveniente prescindir de ese órgano, más tarde o más temprano será necesario y, cuando eso ocurra, se habrán dispersado las y los compañeros conocedores de esa labor, se habrán distanciado, interrumpido o cortado las relaciones con los amigos y amigas que más activamente colaboraban con la revolución, y se habrán perdido la información, la experiencia y el conocimiento acumulados.

Estas palabras me revelaron la concepción estratégica de Fidel sobre las relaciones internacionales en general, y sobre las relaciones con las fuerzas políticas y los movimientos populares en particular. En virtud de aquella respetuosa y fraternal observación, la Dirección Nacional del FSLN restableció su Departamento de Relaciones Internacionales.

Cuando escuché el concepto de Fidel sobre el órgano de solidaridad, lo asumí como directa y exclusivamente relacionado con el hecho concreto al que se estaba refiriendo. Con el paso del tiempo, comprendí que en aquella intervención estaba la clave que permitía identificar y comprender la relación dialéctica, de cambio y continuidad, existente entre las identidades, los objetivos, los medios y los métodos que, por decisión suya, tuvo el órgano de solidaridad conducido por Piñeiro.

Con respecto al grado de inexactitud que, sin duda alguna, debe tener esta reconstrucción que tantos años después aquí se hace de sus palabras, pienso que, por muy inexacta que sea en cuanto a forma, es rigurosa en cuanto a contenido. En todo caso, Fidel habló expresa y directamente sobre ese tema y, no obstante lo «mala» o lo «selectiva» que sea nuestra memoria, no dudo que constituye la esencia de lo planteado por él. Es probable que las palabras de esa ocasión se puedan localizar en los archivos del Consejo de Estado o en el Centro Fidel Castro Ruz, gracias a la encomiable labor de recopilación documental del Dr. José Millar Barruecos, entonces secretario del Consejo de Estado.

En unos casos por desconocimiento y en otros por motivos políticos, hay quienes tienden a asociar al «Departamento América» con la estereotipada creencia en que era un órgano monocromático y aferrado al apoyo a la vía armada como única forma de lucha revolucionaria. También hay quienes creen que fue una «rueda suelta» propensa a entrar en contradicción con las prioridades nacionales o con las funciones de otros órganos del Estado cubano. Ni lo uno ni lo otro tiene el menor fundamento.

En las páginas que siguen sintetizo algunos elementos demostrativos de la amplitud, diversidad, flexibilidad y agilidad de la labor desarrollada por Piñeiro y el órgano de solidaridad que su liderazgo prestigió, así como de su absoluta concordancia y correspondencia con los cambios que, durante las décadas de 1960 a 2000, se fueron produciendo en el mundo, en el continente y el país. No obstante, hay tres puntos que prefiero enunciar primero:

1. El órgano de solidaridad que Fidel concibió, diseñó y dirigió; y que Piñeiro construyó, condujo y renovó periódicamente, fue un órgano que existió y funcionó a lo largo de medio siglo con múltiples rupturas, derrumbes, finales, nuevos comienzos y «borrones y cuentas nuevas». Medio siglo es demasiado tiempo para que lo sobreviviera un órgano «monocromático» y «aferrado» a cosa alguna.

2. Los «cambios de identidad» por los que atravesó el órgano de solidaridad fueron, precisamente, reubicaciones, reducciones y/o cambios de perfil a los que aludió Fidel en su reunión con la Asamblea Sandinista en Nicaragua, en1985. Todos ellos estaban destinados a actualizar y adecuar sus objetivos, medios y métodos de trabajo en correspondencia con los cambios que se iban produciendo en la situación internacional, continental y nacional.

3. Fidel, personalmente, orientó y controló todo lo que ese órgano de solidaridad hizo en los más de 30 años durante los cuales Piñeiro lo condujo y en 14 de los 18 años durante los cuales lo condujo Arbesú, hecho que descarta la infundada presunción de que fuese una «rueda suelta».

Notas:

[1] El gobierno de Ronald Reagan aprovechó el caos creado por el magnicidio del primer ministro granadino Maurice Bishop para, a través de su invasión, erradicar los restos del gobierno revolucionario del Movimiento de la Nueva Joya.

(CONTINUARÁ)


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