Ponencia presentada en el Coloquio a propósito del 50 aniversario de la revista Pensamiento Crítico
Por: Natasha Gómez Velázquez*
*Profesora Titular. Facultad de Filosofía e Historia, Universidad de La Habana.
[Esta ponencia forma parte de las presentadas en la Mesa 2 del Coloquio a propósito del 50 aniversario de la revista Pensamiento Crítico. A medida que tengamos los trabajos irán apareciendo en el dossier que hemos dedicado al evento].
Cuando era estudiante, entre los años 1983 y 1988, frecuentaba las Librerías de libros viejos. Mis preferidas eran la Científica de la calle I y la Anteneo Cervantes, que estaba frente a la Moderna Poesía. En el viaje de regreso a mi pueblo siempre llevaba tres o cuatro volúmenes y algún número de una revista de cuyo nombre ya tenía noticias, pues había heredado un librero con algunos ejemplares. Ahí tenía para leer, estudiar y anotar algunos meses. No sé bien por qué, pero consideraba entonces aquellas lecturas muy importantes. ¿Dónde pude haber escuchado nombres como los de Sartre, Gramsci, Debray, Levy Strauss, Luxemburgo, Weber? Quizás fue intuición, pero estoy casi segura que María del Pilar Díaz Castañón de vez en vez mencionaba a Althusser; y Joaquín Santana, nombraba a veces a un húngaro llamado Lukacs.
Yo estudiaba Filosofía Marxista-leninista, carrera que se había establecido desde 1976, cinco años después del “cierre” del primer Departamento de Filosofía y de Pensamiento Crítico. Como indicaba el nombre de la carrera, esta solo incluía en el currículum esa específica interpretación del marxismo. Tal reduccionismo, había dejado también atrás las consideraciones racionales y empáticas respecto al marxismo latinoamericano, su historia y praxis guerrillera, que antes encontraran lugar preferente en las páginas de aquella revista cuyos ejemplares iban creciendo en mi librero.
No obstante, sería muy injusta si no reconociera que algunos excelentes profesores hicieron a mi generación aprender, interrogar y filosofar a partir de la bibliografía disponible en los 80. Y, ¡hay que decirlo!, difícilmente generaciones posteriores (no digo anteriores) hayan conseguido un dominio temático -por obra y página- de lo escrito por Marx, Engels, y Lenin, como el que nosotros tuvimos. Eso fue resultado de lecturas exigidas desde todas las asignaturas durante los cinco años de estudio, y obedeció no solo a cuestiones académicas sino también a circunstancias políticas.
Ese amor a la sabiduría que descubrí en la Facultad era el que me conducía en los 80 a aquellas librerías que vendían volúmenes viejos y extraños. Pero los estudiaba de manera literaria, pues no disponía de referencia contextual alguna –sencillamente, no había cómo obtenerla, ni sabía si existía- que me permitiera comprender críticamente su significado.
Sí me había percatado de que casi todos los textos de mi preferencia llevaban el sello R y que definitivamente me interesaba seguir la revista llamada: Pensamiento Crítico, todo fechado –curiosamente- entre 1966/67 y 1971. Ese fue, aún sin saberlo, mi primer contacto y afinidad con el primer Departamento de Filosofía.
Hoy se encuentran esos, mis queridos libros R y la Revista Pensamiento Crítico, en la primera fila de mi librero. Están garabateados con estilo personal, y su status sigue siendo de permanente consulta y estudio. El aprecio tan particular que les tengo, obedece a que me abrieron horizontes de conocimiento –especialmente sobre marxismo- cuando no había otras alternativas. Quizás también por eso, me creo versada en la obra de algunos de esos ilustres, pues estuve años releyéndolos. De todas formas, sus proposiciones teóricas solo adquirieron real significado para mí, mucho más tarde en los años 90, cuando logré acceder a otras lecturas que me permitieron situar a aquellos sobrevivientes textos en el mapa general de la tradición marxista (o del pensamiento social), y especialmente en el mapa de la trayectoria reciente del marxismo y su enseñanza en Cuba.
No recuerdo haber identificado en los 80 el interés por esos libros y ejemplares de Pensamiento Crítico en alguno de mis compañeros de estudio, aunque es posible que existiera. Nunca salieron esas lecturas en clase ni en las conversaciones de los históricos bancos y muros de la Facultad.
Sin embargo, no puedo decir que siendo estudiante mi interés se dirigiera a forzar los límites que por entonces conformaban la norma de las lecturas legítimas. Se trataba simplemente de saber más. No había intención desafiante, pues creía vivir en un universo unitario, homogéneo, y coherente de marxismo. Y es que mi generación tuvo una formación marxista unilateral, que solo ha salvado la motivación individual de saber de cada quien. Y no me refiero precisamente a la “autosuperación”, sino a la capacidad personal para generar un cambio de paradigma; comprehender lo hasta entonces ajeno; y recomponer la totalidad discursiva y factual.
Solo a mitad de los 90 descubrí que en la primera década de Revolución, al menos en la Universidad de La Habana, jóvenes profesores habían estudiado –entre otras cosas- una buena parte de todo el marxismo existente hasta ese momento. Pensamiento Crítico, los otros programas editoriales y docentes, los documentos recuperados (otros aún permanecen guardados), y el gran patrimonio intangible del antiguo Departamento eran la prueba.
Precisamente fue en los 90, después de la caída del socialismo en la URSS y la interrogación de su marxismo, que se ganó un espacio en distintas universidades para comenzar a investigar, de manera documental, el pasado del proceso de masificación e institucionalización de esa teoría en Cuba (y también de la historia real de la teoría y experiencias socialistas). Esos acontecimientos generaron (de manera muy localizada) cierta conciencia crítica –en calidad de motivación exclusivamente personal, y nunca a nivel institucional- sobre lo que era y había sido el marxismo corriente en nuestro país. Fue entonces que se comenzó a reconstruir la historia del primer Departamento de Filosofía y su Pensamiento Crítico. Comprendí entonces cuál fue la voluntad de saber que animó aquellas páginas, que yo leía en mi época de estudiante y que, fuera de su génesis –y hasta el sol de hoy- no encajan en ninguna otra parte.
Todas estas investigaciones –especialmente lo relativo a Pensamiento Crítico– empezaron a adquirir legitimidad como tema científico en los primerísimos años de este siglo, pero tuvieron entonces fuerte resistencia real y simbólica. Esta provenía –y proviene- de una mezcla entre historia de vida, dogmatismo, e ignorancia. Actualmente se han publicado numerosos ensayos, artículos, libros y entrevistas al respecto. Y de distintas formas el asunto ha entrado a la docencia de pre y postgrado. Los principales protagonistas de los ya históricos proyectos surgidos en aquel Departamento de Filosofía han sido reconocidos justamente con Premios Nacionales.
En el año 95 empecé a estudiar el origen de esa historia relativa al marxismo, su enseñanza, difusión, sus polémicas de los 60. Fueron años de lecturas en Bibliotecas (tengo un gran número de resúmenes manuscritos, como los monjes del medioevo) y entrevistas, cuando no había transporte en La Habana y tenía cinco grupos de clase en la Ciudad Universitaria José Antonio Echevarría (CUJAE). Defendí (en sentido literal) mi tesis doctoral a mitad del 2001 –que malgasta páginas solo en intentar hacer aceptable lo que era necesario decir-, legitimando el tema en el medio científico de la academia. Eso sí, con todos los votos en contra que se puedan tener y una advertencia de que los resultados no podían ser publicados. Durante aquella investigación se me develaron muchos misterios relativos al primer Departamento de Filosofía, y a un susurro denominado Pensamiento Crítico.
La Facultad comenzaba a cambiar en los 90. Proyectos intelectuales abrieron un intercambio con Universidades extranjeras, que proporcionaron ¡cajas de valiosos libros! Por entonces algunos profesores ampliaron –con emoción y angustia- la interpretación del marxismo, el socialismo, y el pensamiento filosófico que se llevaba a las aulas y a las defensas de doctorado (no siempre con éxito, ante la poderosa indisposición al cambio), pero eran tiempos duros. Tanto fue así que en algún momento la matrícula de estudiantes de Filosofía Marxista-leninista disminuyó hasta llegar a la cifra de uno.
Sin embargo, hubo noticias comenzando los 90: ¡reabría Sociología! La carrera fue cerrada en 1976 por considerarse entonces que el “Materialismo Histórico” –paradójicamente, en su definición más estéril- era omnicomprensivo respecto a los procesos sociales. Los estudios de la especialidad de Filosofía se transformaban. Se eliminaron algunos nombres de disciplinas, especialidades, así como sus contenidos y puntos de vista que obedecían a la versión vulgar del marxismo que había sido hegemónica por largos años.
Los estudiantes de la especialidad en la Universidad de La Habana hoy –y quizás en las Universidad de Las Villas y Santiago de Cuba-, tienen como un hecho natural el estudio de la obra de importantes teóricos y militantes de la tradición marxista y de la filosofía contemporánea, así como la formación desde el marxismo crítico y para su ejercicio. Algo que de lo que no dispuso mi generación, ni las que estudiaron entre los años 70 y mitad de los 90. Toda esa escalada de graduados tiene una deuda de lecturas inmensa. Esa deuda incluye el marxismo guerrillero latinoamericano y tercermundista, y el pensamiento de los grandes marxistas de la historia de Cuba, todo lo cual llenaba las páginas de Pensamiento Crítico, y evidentemente, ocupaba el tiempo, y la vida de quienes lo concebían, allá por los 60. La falta de lecturas de generaciones posteriores solo ha sido saldada por una minoría a través del esfuerzo individual de una vida, por medio de soliloquios –ante la ausencia de vida científica apropiada-, del encuentro fortuito con algunos ejemplares de Pensamiento Crítico y Ediciones R. Y también por otras vías, cuando fue posible empezando este siglo. En cambio, los estudiantes de ahora, tienen un mundo de textos digitales a su disposición, que ojalá sea aprovechado y convertido en saber, siempre político, tal y como hubiéramos ansiado nosotros entonces. Esto se acompaña de una presentación docente que está en condiciones de abrir posibilidades hermenéuticas múltiples para su asimilación.
Hoy escucho a mis estudiantes discutir sobre Luxemburgo y Trotsky en clase; permitirse enfoques críticos; leer polémicas históricas enteras, es decir, no reducidas a la exposición y valoración crítica de una sola parte. Después hablarán de Marcuse, Habermas, Benjamin, Anderson y sus clasificaciones. En otras materias leen a Deleuze, Foucault, Vattimo. Pero ellos no saben que eso se ha logrado con mucho esfuerzo y pasión de profesores de algunas generaciones –empezando por la primera-, y no como un simple resultado de la actualización de los Planes de Estudio o desarrollo lógico del conocimiento y la investigación.
Sin embargo, las investigaciones genealógicas de años recientes –iniciadas en los 90- sobre la trayectoria del marxismo institucional en Cuba y sus conflictos en la década del 60, no han logrado un replanteo fundamental de la teoría, una reconstrucción personal y colectiva de los conceptos y su historia, o una consciencia crítica generalizada sobre el marxismo corriente. No han promovido la pasión por volver con ojos propios a Marx y a todo el marxismo clásico de fines del XIX e inicios del XX que ha sido omitido, y a los más contemporáneos aún, que integran el marxismo a discursos académicos o praxis políticas de izquierda en Cuba, Latinoamérica y el mundo. Algo que ya hacían los profesores y editores de Pensamiento Crítico en la década de los 60.
Me gustaría decir que a esta altura del calendario hemos logrado conectarnos con la heterogénea voluntad de saber del primer Departamento de Filosofía, que se concretó en aquel Pensamiento siempre Crítico; que la internet –aunque limitada- y los libros digitales han logrado consumar la ambición de entonces, que no era propiamente docente o intelectual, sino más bien político-revolucionaria. Y lo más importante, ese proyecto ha inspirado siempre la “pasión imprudente del saber”. Deberíamos recordar eso cuando leamos –¡ahora se puede!- una buena parte del todo.
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