Por Gabriel Ramos Carrasco: “La coyuntura se refiere a que por primera vez, la oligarquía no tiene a uno de los suyos en la presidencia. Nada menos, pero nada más”
Primero que todo: el poder sigue en manos de los mismos, han perdido una silla, pero la oligarquía mexicana ya afila todas sus armas para inmovilizar al nuevo gobierno e incluso ponerlo a su servicio. Tiene recursos y posibilidades de hacerlo, esa será su apuesta en la nueva coyuntura.
¿Quién es Andrés Manuel López Obrador? Siempre una persona cercana a la política institucional, con desviaciones de juventud a la lucha social y ubicado siempre a la izquierda, aún cuando era priísta. El peje tiene límites claros: no sólo no es un revolucionario, es un liberal de hueso duro. Convencido de que el sistema de representación burgués funciona, mientras todo se haga sin corrupción.
No hay en él ninguna pretensión de cambio estructural en lo económico (capitalismo) ni en lo político (sistema de partidos) para México.
Representa a la histórica alianza entre el nacionalismo priísta y el reformismo de izquierda que se dio cuando el PRI se acopló a la ola neoliberal de los años 80. Esa posición es la cuna del nuevo presidente. Por decisión propia, no va a caminar a la profundización del proceso. Por decisión propia, no hará ningún intento de modificar las reglas del juego político, dejando abierta la posibilidad del regreso de la derecha.
MORENA no es un movimiento ni una organización de corte popular, aunque hoy agrupa a buena parte del pueblo inconforme. Es un partido hecho ex profeso para llevar a AMLO a la presidencia. Con ese objetivo actuó con la misma lógica de los demás partidos: reclutando todo aquello que representara votos, dando preferencia a los grupos de poder con maquinaria electoral en desmedro de los candidatos elegidos por su propia militancia. Fuera de la figura de AMLO, su capacidad de convocatoria y movilización es casi nula y muy seguramente jugará un papel de contención hacia cualquier intento de rebasar a AMLO por la izquierda.
¿Por qué ganó? Es una victoria atrasada. Desde 2006 la mayoría del pueblo mexicano apostó por un gobierno de AMLO. Entonces fue atacado por toda la fuerza de la oligarquía mexicana, sufrió una campaña de desprestigio terrible, llegó a la elección con una ventaja pequeña y se dejó robar. Desde entonces las cosas han empeorado dramáticamente para la gran mayoría de los mexicanos. El hartazgo es demasiado y la certeza de que todos los políticos tradicionales están embarrados en la corrupción y el crimen se reflejó en un apoyo masivo que hizo demasiado evidente la superioridad, haciendo del fraude un costo político impagable.También hay que tomar en cuenta que desde 2006 se ha dado un ciclo de movilizaciones masivas (movimiento #Yosoy132, Ayotzinapa) y de procesos organizativos del pueblo para defenderse del despojo y la delincuencia (autodefensas, movimiento magisterial).
Este proceso ha dado como resultado una masa crítica, que ha madurado políticamente y ya no se traga las burdas campañas de “seremos como Venezuela”. Incluso amplios sectores ofrecen a AMLO un apoyo táctico, crítico, no un cheque en blanco. Múltiples descontentos del pueblo se expresan en la votación masiva, buscando la satisfacción de sus demandas en un mejor contexto. No se puede obviar que hubo una fisura en la derecha, no pudieron cerrar filas para presentar una candidatura unida. Los tecnócratas que dirigen el PRI con Peña Nieto impusieron a su candidato, pero no lograron despertar al PRI profundo, a los líderes sindicales y populares que hacen funcionar la invencible maquinaria electoral en el terreno. Varios de los caciques locales incluso abandonaron al candidato priísta y negociaron con Morena para poner la maquinaria electoral a su servicio. En el PAN sucedió una división parecida: los dos expresidentes panistas terminaron apoyando al PRI.
Esta división es coyuntural, el poder político de la derecha se va a rehacer más pronto que tarde.
Es importante señalar que AMLO no llega a la presidencia precedido de un movimiento popular que haya cimbrado a las estructuras de poder (como sucedió en Argentina, Bolivia, Ecuador). Su proceso es más parecido al de Lula: él se fue atemperando hasta ser aceptable para buena parte de los poderes fácticos. De 2006 a la fecha, en su tercer intento, su programa se ha corrido al “centro”. Ya no habla de recuperar las empresas y la riqueza que se ha privatizado en más de 30 años de neoliberalismo, ni de restitución de derechos laborales, no menciona los acuerdos de San Andrés (la demanda histórica del EZLN), que era el primer punto de su programa en 2006.
No parece haber nada que desmonte al neoliberalismo. Pretende redistribuir la riqueza únicamente a partir del combate a la corrupción y a la austeridad del gobierno, pero sin tocar el capital acumulado (y por acumular) de la oligarquía. Ahí hay un límite claro de su política económica. Para llegar a la presidencia, hizo alianzas con empresarios que se han beneficiado de la ola neoliberal, con sectores tradicionales del poder (en su equipo cercano hay panistas y priístas de carrera), hizo compromisos con los poderes fácticos, incluso se acercó a las televisoras.
En su equipo de gobierno quien va a dirigir la economía es un empresario norteño del círculo Forbes mexicano, acusado de corrupción por el propio AMLO hace doce años. En la secretaría de educación, un tecnócrata de pasados gobiernos priístas y alfil del dueño de TVazteca. También tiene un secretario de agricultura que promovió la ley Monsanto cuando era diputado. Como contrapeso, hay figuras reconocidas por una trayectoria de lucha en la Secretaría de energía, Desarrollo Social y Ciencia y Tecnología, etc.
El filo más interesante de su proyecto, la posibilidad de desarmar al núcleo duro de los verdaderos poderes neoliberales que dominan en el país (simbiotizados con la delincuencia), se ha desdibujado con los llamados a la reconciliación, la amnistía, la declaración explícita de perdonar a Peña Nieto y a Salinas (el expresidente emblema del neoliberalismo mexicano y jefe de la mafia del poder).
Ahora bien, la elección de AMLO es la coyuntura más importante que se ha abierto en el país en los últimos 80 años. Es innegable que este triunfo tiene un tufo a victoria popular que modifica el estado de ánimo en el pueblo. Cristaliza, aunque sea de momento, la disposición de cambio de una amplia masa.
La coyuntura se refiere a que por primera vez, la oligarquía no tiene a uno de los suyos en la presidencia. Nada menos, pero nada más. El resto es camino abierto: puede terminar siendo funcional a los intereses de la oligarquía (un proceso involutivo), puede profundizar su proceso y abrir paso a una transformación política en favor de los intereses del pueblo… y todas la variantes que hay en medio. Eso dependerá del desarrollo de la lucha de clases en el nuevo escenario. AMLO cede a la presión de los poderosos donde no hay contrapeso popular.
Su llegada a la presidencia pone en el primer plano de la discusión, por ejemplo, la necesidad de reformar un sistema que expulsa medio millón de jóvenes de la educación media y superior, la inviabilidad del nuevo aeropuerto de la ciudad de México, la posibilidad de modificar la estrategia de guerra contra el crimen, echar atrás las reformas neoliberales de los últimos seis años.
Dos temas que deberán afrontar AMLO y su equipo, casi de forma inmediata, son definitorios para medir qué tanto se modifica la relación de fuerzas con la sola elección: el tema de la reforma educativa y el de la construcción del nuevo aeropuerto de la Ciudad de México en las tierras de los campesinos de Atenco y Texcoco. Ambos temas han desatado luchas emblemáticas de los últimos años en el país. Nueve años de movilizaciones magisteriales, más de 17 años de pueblos resistiendo el despojo, es lo que se juega en estas decisiones. Estos puntos no sólo son importantes por su contenido, sino porque son el primer round en el que se va a definir de qué lado se inclina la balanza del poder real en los próximos seis años. Nada de esto se modificará por sí solo. Si no hay presión popular, se impondrá al nuevo gobierno la presión empresarial.
No se trata de colocarse como oposición al gobierno de AMLO, ni de buscar rutas de interlocución para obligarlo a cumplir. La tarea es desatar la lucha contra los que aún tienen el poder, aprovechar el empuje de este triunfo para ir imponiendo victorias frente a la oligarquía, no someterse a los tiempos en los que AMLO pretende implementar su proyecto.
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