Por Hilario Rosete Silva y Julio César Guanche / Entrevista a Natalia Bolívar Aróstegui
Tomado de Rosete Silva, Hilario y Julio César Guanche. El hombre en la cornisa. Casa Editora Abril, 2006.
Los fragmentos entre corchetes [] pertenecen a la versión original de los autores.
Desde el Castillo de Averoff, en Mantilla, hasta 26 y 7ma., en Miramar, en bicicleta, llegó Alma Mater a casa de Natalia Bolívar, estudiosa de la cultura afrocubana, autora de un centenar de libros y folletos, manuscritos y mecanuscritos, artículos y conferencias publicados en Cuba y en el extranjero.
Discípula de don Fernando Ortiz y Lidia Cabrera, la anfitriona, miembro del desaparecido Directorio Revolucionario 13 de marzo, recibió a los redactores con agua fría y cafecito caliente.
Bastó mostrarle una de sus obras impresas, Cuba, imágenes y relatos de un mundo mágico, contentiva de un jugoso currículo, para que la entrevistada revisara la tapa del libro, hiciera una advertencia, «aquí falta una importante etapa de mi vida» y, sin mayor preámbulo, desatara la historia.
El arte bello de la Revolución
En 1955 cursé Arte Cubano en la entonces Facultad de Filosofía y Letras de la Universidad de La Habana. Había estudiado Pintura y Escultura en la escuela anexa de San Alejandro, y Dibujo al Natural, Pintura y Composición en el Arts Students League, en Nueva York, con los profesores Will Barnet, Morris Kantor y Norman Rockwell, estrellas del dibujo norteamericano. Desde 1956, y hasta mediados del cincuenta y ocho, trabajé en el Palacio de Bellas Artes, primero como guía e intérprete de inglés y francés, y luego como responsable de la sala de Etnología Cubana. Eran los días en que Lezama Lima, acompañado de vez en cuando por el Padre Gaztelu, dedicaba dos horas todas las mañanas a conversar con nosotras en memorables tertulias.
Por todo este historial, al triunfo de la Revolución me nombraron directora del Museo Nacional de Bellas Artes. Hasta el año 1966 realizamos allí un serio trabajo de restauración y rescate de obras halladas en manos privadas. Varias secciones fueron mudadas para la Academia de Ciencias y a la colección del conde de Lagunillas — arte antiguo — , apiñada en una sala, le dimos casi la mitad de un ala del edificio. Simultáneamente, participé en el «parto» y la dirección del Museo Napoleónico, enclavado en la antigua residencia — la Dolce Dimora — de Orestes Ferrara, senador republicano en tiempos de Gerardo Machado. Buena parte de las piezas museables fueron entregadas al museo en calidad de depósito por el acaudalado cubano Julio Lobo.
Entretanto, usted fue miembro del Directorio Revolucionario 13 de marzo.
Sí. Por esas actividades fui arrestada en julio de 1958, me trasladaron al Buró de Investigaciones, y me ficharon con el número 24837. Ya en libertad, permanecí en la clandestinidad hasta el primero de enero de 1959. Conspiré junto a Alberto Mora, Raúl Díaz-Argüelles, Gustavo Machín y Julio García Oliveras, entre otros compañeros.
Mujer, combatiente del Directorio Revolucionario 13 de marzo, e investigadora, ¿cuál es la Natalia que debemos conocer?
Deberían conocer a la Natalia ser humano, una mujer que siendo de la alta burguesía y graduada de Bachiller en el colegio del Sagrado Corazón de Jesús, conoció a los jóvenes del Directorio y se integró a ellos. Sí, en aquellos tiempos yo viví una doble vida. Mi familia no me permitía salir sola ni unirme con personas de otra clase social y yo, con la fachada de Bellas Artes, estaba conspirando. Eso costaba caro, en ese entonces aunque tuvieras veinte años tus padres podían zumbarte un buen regaño. Fui amiga íntima de René Portocarrero, Wifredo Lam, Mariano Rodríguez… Con esas influencias, mi formación profesional, y mi amor por las artes plásticas, habría sido pintora, pero como decimos nosotros, «me quedé en esa», debía dedicarle el cuerpo y el alma a la pintura o a la Revolución, y la revolucionaria Natalia Bolívar «quemó sus naves» y se metió en Revolución en contra de su familia. Mi madre casi se muere cuando caí presa, y cuando pasé a la clandestinidad dejó de comer y se mantuvo a calditos durante ¡seis meses!
Fue una vida rica, no sabría decir si lo más importante fue mi condición de revolucionaria clandestina, o mis vivencias de juventud en el seno de la familia, cada ciclo marcó una pauta. La familia es un valor esencial, los jóvenes deben saberlo, para mí significó mucho, pero se desbarató cuando triunfó la Revolución y mis parientes se fueron de Cuba. La clandestinidad también fue un tiempo especial, signado por una bella afinidad con mis compañeros que después se rompió cuando algunos se olvidaron de casi todas las mujeres.
Cuarenta y tantos años más tarde, ¿cuáles son sus mayores preocupaciones?
Si ustedes les preguntaran a los muchachos de hoy, buena parte no sabrían distinguir al Directorio Revolucionario como uno de los núcleos — el Movimiento Revolucionario 26 de julio era otro — que a fines de los años cincuenta agruparon en sus filas a la nueva generación enfrentada a Batista. Varios episodios de su historia se han borrado con el tiempo. Años atrás, una tarja colocada en la antigua Quince Estación de Policía, en el actual municipio de Playa, decía que el ataque perpetrado contra ella en noviembre de 1958 fue ejecutado por comandos del M-26–7 y no por un grupo de Acción y Sabotaje del 13 de marzo. Si nos despreocupamos, en cualquier momento los jóvenes de ahora dirán que la toma de Radio Reloj en marzo del cincuenta y siete fue ejecutada por Frank País y no por José Antonio Echeverría. Es preciso profundizar en la historia. Durante años impartimos una historia muy superficial. Cuando nosotros faltemos, ¿quién contará la verdadera historia?
De mujer alma, corazón y vida
Para eso estamos nosotros aquí, ¿dónde estaban, por ejemplo, las mujeres, el 13 de marzo de 1957?, ¿por qué apenas se habla de ellas?
Haciendo un análisis objetivo, pudiera pensarse en un prejuicio de género: para algunos nosotras no existimos, aunque debo decir que nuestro compañero Julio García Oliveras publicó recientemente un artículo en Juventud Rebelde titulado «Las Mujeres del Directorio», donde nos rinde homenaje. Sin embargo, ahí están Mery Pumpido, alma y fuerza del Directorio; Lala y Zenaida Becerra, fieles compañeras; Marta Jiménez, la viuda de Fructuoso Rodríguez, con una trayectoria relevante; Zayda Trimiño, presidenta de la Escuela de Ciencias, cuyas manos guardaron el último escrito de Fructuoso Rodríguez en su época de presidente de la FEU, una carta que no llegó a firmar, lo matan antes en Humbolt-7, donde le reiteraba al Consejo Universitario el acuerdo del Directorio de cerrar la Universidad por la muerte de José Antonio Echeverría, y de desarrollar la guerra revolucionaria contra Batista; Susana Escalona, quien fuera aspirante a presidenta de la Escuela de Filosofía y Letras; Gudelia García y Delia Coro, que escondieron a varios de los muchachos…
De estas mujeres nadie habla, se han mantenido casi al margen de la historia, sería bueno hacerles justicia. En cuanto a mí, tal vez parezca una inmodestia revelarlo, estoy entre las cubanas que por aquellos años participaron directamente en una acción de guerra, el mencionado ataque a la Quince Estación de Policía de La Habana. Aunque pensándolo bien, de todas estas compañeras pudiera decirse lo mismo, ¿acaso no eran acciones de guerra esconder y trasladar armas, regar manifiestos y proclamas, acompañar a los hombres a poner una bomba, alquilar y atender, con fachada de matrimonio, las casas que les servían de refugio, llevándoles comida, lavándoles la ropa, buscando a los médicos y otras cosas? ¿Quién dice que estas no eran acciones de guerra? Cualquiera puede imaginar el final del que atraparan en esto, corría el mismo peligro que quien empuñara un arma. ¡Imagínense ustedes, trasladar a Julio García Oliveras, un hombre de más de seis pies! Llegó un momento en que toda la policía de la capital sabía que el Directorio contaba con un «faro» de ese tamaño. Por un tiempo, el gran disfraz de Julio fue el de oficial de la marina yanki, como diría Eusebio Leal, con él «anduvo toda La Habana». Pero después lo «chivatearon» y ya no sabíamos cómo enmascararlo. [Un día me tocó acompañarlo para asistir a una reunión, era un disparate reunirnos en el mismo lugar donde nos escondíamos. Debíamos ir a pie hasta casa de Zoila Lapique, hoy día una de nuestras grandes historiadoras, trabajadora durante años de la Biblioteca Nacional, una persona de la cual se habla muy poco, en aquel entonces miembro de Mujeres Oposicionistas Unidas, de grandes vínculos, ella y su familia, con el M-26–7. ¿Saben cómo encubrimos a Julio? Lo pintamos como a «Chicharito», por aquellos años la versión popular del «negrito» del teatro vernáculo, un personaje interpretado por un actor blanco. Pero estando en verano, caminando unas ocho cuadras hasta donde vivía Zoila, con una ametralladora y todo, que la llevábamos en una jaba, Julio empezó a derretirse, y comenzó a teñírsele de negro la guayabera. No quiero acordarme. Para regresarlo tuvimos que quitarle la pintura, con el calor era imposible devolverlo así, el engaño era evidente, y buscarle otra camisa, mas como el tinte no era bueno se nos quedó medio manchado. Digan ustedes, qué habría sucedido si de pronto nos para una perseguidora. De seguro yo no estaría aquí haciéndoles el cuento].
Usted mencionó a Mujeres Oposicionistas Unidas, ¿quiénes la integraban?
Ese es uno de los capítulos olvidados de la historia. La formaban amas de casa y mujeres de todas las fracciones, militantes o simpatizantes del Directorio, del M-26–7, de Resistencia Cívica, de Organización Auténtica, del Partido Socialista Popular (PSP), y de distintas organizaciones, cada movimiento tenía su representación. Entre sus variadas actividades se destacó la ayuda al preso político. Reuníamos comida, ropas y medicinas, y se las entregábamos a una comisión que funcionaba entre los detenidos del Castillo del Príncipe, a donde íbamos una vez al mes. Ellos se encargaban de repartirlas por igual, sin reparar en que un recluso fuera del veintiséis o del 13 de marzo. También nos encargábamos de buscarles abogados defensores y asilo político.
Aunque varias Mujeres Oposicionistas Unidas luego abandonaron Cuba, en su momento desempeñaron su papel e hicieron su aporte a la lucha antibatistiana. Funcionábamos como una central coordinadora. Si las del Directorio necesitábamos tirar una proclama, las del PSP conseguían imprimirla con el mimeógrafo del partido, mientras las cartas a los cuadros del Ejército de Batista, instándolos a abrazar la causa, las editaban las del veintiséis. Yo tenía buenas relaciones entre los diplomáticos, y en más de una ocasión conseguí asilar a los perseguidos. Esto me trajo algunos dolores de cabeza, por ejemplo con Virgilio Chiriboga, el embajador de Ecuador: sin decirle de quién se trataba, logré de su embajada asilo para Mario Reguera, que conjuntamente con Guillermo Jiménez había participado en el atentado contra Luis Manuel Martínez. En cambio, otros embajadores, como los Leitao Da Cunha, de Brasil, jamás preguntaron nada sobre los cargos imputados a las personas que amparaban.
La fuerza alcanzada por la organización radicó en su unidad. Nos propusimos no hacer diferencias entre si un muchacho en peligro era del 13 de marzo, del Partido Socialista Popular o del 26, nadie preguntaba de dónde venía ni qué había hecho. Llegamos a hacer gestiones hasta para encontrar un lugar en el cementerio donde enterrar a los jóvenes masacrados. Ese fue el caso del propio Reguerita, sepultado en el panteón de la familia Montoro. Como él, varios muchachos fueron inhumados en espacios provisionales, hasta que al triunfo de la Revolución sus restos fueron trasladados bien por sus familias hacia otros sitios o bien hacia el Mausoleo a los Héroes del 13 de Marzo.
Mujeres Martianas fue otra importantísima agrupación. Sería bueno que Alma Mater se ocupara de su historia. Ellas, también sin preguntar mucho, ayudaban a cualquier joven revolucionario. Se distinguían por su formación política y sus tradiciones de lucha. Al triunfo de la Revolución, tanto las Mujeres Oposicionistas Unidas como las Mujeres Martianas se integraron a la Federación de Mujeres Cubanas.
Historia limpia tendida
Usted mencionó a Reguerita. Se ha dicho que en el sepelio de este niño-gigante de solo 21 años se reunieron madres, hermanas, viudas, en fin, una multitud de mujeres.
Fue una marcha de mujeres. A Reguerita lo asesinaron el 20 de abril de 1958, cuando intentaba, junto a otro compañero, ejecutar una acción para rendir homenaje en el primer aniversario del crimen a los mártires de Humboldt-7. En un encuentro frente a frente con un policía en la calle, se le encasquilló la pistola, cayó herido, y ahí le pegaron el tiro de gracia. Pero de eso no nos enteramos inmediatamente. De pronto Reguerita desapareció, y todos me llamaban preguntándome por él. En eso Marta Jiménez me avisa: «Lo mataron, su cadáver está en el necrocomio.»
Cuando llegamos, hacia el final de la mañana, encontramos el cuerpo desnudo tirado en el piso, muerto como de dos-tres días, envuelto en periódicos. Le pedimos permiso al director para buscarle ropa y un sitio donde sepultarlo. Entonces el hombre nos enseñó un escrito: el criminal Ventura, jefe de la Quinta Estación, había ordenado avisar a la policía en cuanto alguien viniera a reclamar los despojos. Con todo, se compadeció de nosotras, éramos jóvenes y aquel espectáculo de Reguerita sin vida nos puso muy mal, y nos dio de plazo para enterrarlo hasta la hora en que la necrópolis reabría sus puertas por la tarde.
Entonces nos movilizamos. Gracias a nuestros contactos, el dueño de la funeraria La Nacional, aún hoy en la calle de Infanta, llamó a su gente, y les pagó a los sepultureros por trabajar en horario de descanso. A toda velocidad le avisamos a las Mujeres Martianas, a las Oposicionistas Unidas y, de la familia de Reguerita, a su abuela, no había más tiempo, mientras yo me fui como una loca por la calle 23, tocando a las puertas, pidiendo una ropa adecuada para vestirlo. Sobre la una y cuarto o la una y media logramos enterrarlo, ya les dije, en el panteón de la familia Montoro, cuya viuda nos otorgó el permiso. Pero cuando ya estábamos poniéndole la tapa al sepulcro, nos rodeó la policía, y cada cual se fue como pudo, corriendo entre las tumbas, porque empezaron a dar palos a diestra y siniestra. [Por cierto, cuando abrimos la cripta de los Montoro, encontramos varios cadáveres de «casquitos» en bolsas de polietileno. Al Ejército no le interesaba reconocer sus bajas en la Sierra Maestra, y al parecer a estos soldados habaneros muertos en combate los habían sepultado allí en secreto].
En julio de 1958, Natalia Bolívar es detenida y trasladada al Buró de Investigaciones. En una casa alquilada por ella en el Vedado, la policía de Batista asesinó a otros dos miembros del Directorio Revolucionario. ¿Recuerda cómo fueron los hechos?
¡Cómo no! El 10 de julio de ese año, en aquella casa de la calle B, entre 19 y 21, en el Vedado, inmolaron a Pedro Martínez Brito, vicepresidente por sustitución de la FEU después del crimen de Humboldt-7, y a Tato Rodríguez Vedo. Ese día teníamos una cita a las seis de la mañana, yo debía llevarles los documentos que a su vez ellos entregarían a la Asociación de Estudiantes Latinoamericanos por intermedio de Hilda Granados, la compañera de Eduardo García Lavandero. Los papeles denunciaban el estado de zozobra en que vivían los jóvenes revolucionarios cubanos, obligados a la clandestinidad. Pero me quedé dormida, cosa rara, y cerca de las siete de la mañana me despertó el teléfono: ¡«Natalia!», me dice una vecina del apartamento de la calle B, también guía de Bellas Artes, «corre para acá, que están matando a tus amigos». Me vestí y tomé un carro de alquiler. Cuando llegué ya era tarde. Tratando de escapar, los muchachos se tiraron desde la azotea del tercer piso. Tato se golpeó contra un tanque de agua, y cayó al patio, donde lo remataron. A Pedro, que tenía las llaves de la casa, lo agarraron atontado, lo subieron de nuevo al tercer piso, y lo mataron en el interior del apartamento. Allí, dentro de la vivienda, y merodeando por los alrededores, se quedaron los policías, vestidos de civil, esperando que otros compañeros se acercaran. Me quedé vigilando para avisarles a los demás, después del mediodía teníamos allí una reunión, pero hacia las tres de la tarde mi presencia se hacía sospechosa, y me retiré. A los cinco minutos, llegó Raulito Díaz-Argüelles, tocó a la puerta, y ahí mismo se formó el tiroteo. Raúl corrió hacia el final del pasillo, logró tirarse por una ventana, se enganchó de unos cables, cayó arriba de un pollero y se partió un pie. La policía se asomó y comenzó a dispararle, pero él, con buena puntería, eliminó a uno de ellos, y en lo que los otros decidían volverse a asomar, brincó, salió por la casa de al lado, y se fue en un carro de alquiler encañonando al chofer. Al final, terminó en la embajada de Brasil, el pie nunca le soldó bien.
Sin tiempo ni espacio para nuevas anécdotas, ¿qué les recomendaría a los jóvenes?
Al igual que a mis hijas, cualquier joven de hoy podría ser hijo mío, les recomendaría hurgar en la historia, investigar, no quedarse con lo que dicen ciertos textos e indagar en la tradición oral. Sobre todo les aconsejaría buscar en la historia más antigua para conocer nuestras raíces y saber de dónde vienen nuestras ansias libertarias. En ellas hay mucha herencia negra, los negros preferían «cimarronearse», «apalenquearse», suicidarse, todo menos ser esclavos. Es hermoso estudiar a profundidad la Historia de Cuba: [¡nosotros somos el fruto de esa Historia!]
Este texto forma parte de la serie «La unidad no es hija única»
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