Por La Tizza
Después de conocerse los resultados definitivos del referéndum constitucional, el presidente de Chile, Gabriel Boric, expresó: «Esta decisión de los chilenos y chilenas exige a nuestras instituciones y actores políticos que trabajemos con más empeño, con más diálogo, con más respeto y cariño hasta arribar a una propuesta que nos interprete a todos, que dé confianza, que nos una como país y allí el maximalismo, la violencia y la intolerancia con quien piensa distinto deben quedar definitivamente a un lado».
No sabemos si al referirse a la «violencia y a la intolerancia» hacía alusión a la oligarquía y a la burguesía chilenas que aún nos siguen debiendo miles de vidas.
En cuanto al maximalismo, creemos que pudo aludir a un hecho histórico de gran trascendencia: la aprobación del Programa de Erfurt, en el Congreso del Partido Socialdemócrata de Alemania en 1891.
De ahí en más, los maximalistas eran aquellos que querían la aplicación de todo el programa, hasta un Estado socialista; y los minimalistas se convertirían en los campeones del reformismo, el pragmatismo y las «revoluciones» por parcelas o pedacitos.
El primer gran «maximalista» fue Marx, con su Crítica al Programa de Gotha.
Los términos y los conceptos tienen una historia. No solo desde finales del siglo XIX hay una fuerte disputa entre el maximalismo y el minimalismo. La hora actual nos muestra que la recurrencia de ciertas disputas no es casual.
En diciembre de 1972, Miguel Enríquez le responde a Gabriel Boric y a las clases dominantes de Chile, las cuales desean y trabajan por un programa mucho menos que «minimalista»:
Pensamos que no es posible hablar de lucha por el poder o del poder popular sin hablar del Estado. Del Estado burgués, del aparato del Estado capitalista.
No diremos ni aportaremos ninguna novedad teórica, pero ocurre un poco en Chile que la suma de tácticas, la flexibilidad política va rayando en oportunismo, y es poco frecuente recordar cuál es la esencia real de las cosas y cómo realmente se reordenan las fuerzas y los aparatos dentro de una sociedad.
El Estado es en esencia un instrumento de dominación de clase. Busca y ejerce fundamentalmente una coerción, se trata de mantener una mayoría explotada dominada por una minoría explotadora. Lo hace a través de dos formas fundamentales: formas represivas: allí están las masacres — Pisagua para los que lo olvidan — , los desalojos, la represión policial o militar en sus distintas instancias, y tiene también componentes y formas ideológicas, que son la moral, el derecho, la legalidad, etcétera. Todo está allí construido y justamente para mantener la explotación y la dominación de una clase por otra. Tiene varios componentes, entre ellos está el aparato ejecutivo, está el aparato armado, verdadero esqueleto del aparato del Estado, las FF. AA., está el aparato burocrático, está el parlamento, está la justicia y una serie de otros componentes, cada uno encargado de específicas funciones. La base fundamental de él en la sociedad capitalista es el Estado de derecho que se consagra por escrito en la llamada Constitución, en las leyes. Por escrito se representan los intereses de una minoría para explotar a una mayoría, por escrito se consagra el derecho a la represión y a la explotación de una mayoría por una minoría. La Constitución, y no hay ningún teórico capaz de demostrar lo contrario, no representa los intereses de la nación, de todo el pueblo, representa los intereses de una minoría, y está y existe en función de explotar, reprimir y mantener la dominación de una minoría sobre una mayoría…
Más adelante continúa:
¿Cuál era en esa peculiar situación la tarea que los revolucionarios debimos y debieron proponerse? Fundamentalmente desarrollar la política concreta que permitiera hacer madurar un período pre-revolucionario a una situación revolucionaria y que luchara teniendo como eje fundamental la conquista del poder. Todo esto entendido en la particular forma que adoptaba la lucha de clases en Chile. No se trataba de ir conquistando el poder por pedazos, como quien corta un salchichón en pedazos, y cada pedazo que se va ganando o conquistando es una supuesta cuota de poder.
El hecho de conquistar el gobierno no permitía hablar de una cuota de poder al interior de la sociedad. Más bien, decimos, son posiciones que son valorables y hay que valorar como positivo, a partir de las cuales puede realmente combatirse, si se colocan en sentido correcto, por la conquista del poder. Pero no puede entenderse que toda posición que se tome en el aparato del Estado es una cuota de poder que se va tomando. Por la vía de la caricatura podríamos llegar incluso a decir que cuando Recabarren era diputado, hace muchas décadas, había ya una cuota de poder en manos del proletariado, o cuando tenemos a un suboficial de izquierda tenemos una cuota de poder al interior del aparato del Estado. Y si exageramos esto, cuando tenemos una oficina pública que controlamos, o tengamos algún funcionario público, tendríamos otra rebanada del salchichón llamado poder. Nosotros no estamos con esto subvalorando lo que puede entenderse como el uso del instrumento que pudiera haberse hecho del gobierno en manos de fuerzas de izquierda ni mucho menos. Pensamos que era de verdad un poderoso instrumento que, orientado en un sentido correcto, pudo haber permitido avanzar mucho, o por lo menos más de lo que realmente se avanzó. ¿Qué entendíamos que había que hacer?
Entendíamos que había que acumular fuerzas y la fuerza no se podía encontrar al interior del aparato del Estado. Esa fuerza no estaba en los pasillos del Congreso, en los pasillos del ministerio; esos eran instrumentos, posiciones que, colocadas al servicio de la búsqueda de la fuerza en la fuente fundamental, el movimiento de masas, podían permitir acumular realmente la fuerza a favor del pueblo. Esa era la tarea fundamental, es la tarea fundamental, y la relación entre el movimiento de masas y el gobierno debió haber sido y debe ser el uso del instrumento gobierno al servicio de las luchas del pueblo. Para acumular fuerza al interior del pueblo. No en su freno, no al contrario, el movimiento de masas detrás y teniendo al gobierno de la UP como meta única, incluso última en oportunidad. ¿Cómo entendíamos que eso podía hacerse? Había que levantar un programa y hacer las adecuaciones al programa de la UP que fueran necesarias. Después habrían de emerger programas adecuados. Había al mismo tiempo que readecuar las tareas políticas, las alianzas, las movilizaciones del pueblo, que identificar a los enemigos políticos y no confundirlos, y para andar rápido, no ahondo sobre eso, había a la vez, y aquí llegamos a los Comandos Comunales, que ir estructurando al interior de esta particular situación, órganos autónomos del pueblo, órganos autónomos de clase, que fueran independientes de las clases dominantes. Esos órganos autónomos son los que empiezan hoy a germinar en los Comandos Comunales…
Frente a la victoria momentánea del «Rechazo», el maximalismo de Miguel debe ser la respuesta. Este es el voto del Pueblo:
¡Ahora es tu turno, Miguel!
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