(Sin)Sabores de la Comuna

Por Ernesto Teuma Taureaux

En «La Comuna: encuentro de Juventudes Revolucionarias», allá por los lejanos 25 y 26 de febrero del 2022, los ingredientes quedaron montados y comenzó a cocinarse un plato diferente. Pero en todo un año de cocción es poco lo que se puede mostrar como resultado. Incluso peor,

tan leve ha sido su presencia posterior que vale, siquiera como ejercicio, preguntarse ¿La Comuna sucedió?

Apenas tres hechos puntuales bastan para ilustrar semejante pregunta.

El primer hecho preocupante, apenas una semana después del encuentro, sucedió el 8 de marzo. Producto de un ingente esfuerzo de coordinación entre muchos de los mismos que junto a la UJC organizaron La Comuna, la llamada «Articulación del Pabellón» llevaba meses planificando una acción para celebrar de manera creativa, diferente y reivindicadora el 8 de marzo, Día Internacional de la Mujer. El evento tuvo lugar en el Anfiteatro de Marianao — y fue replicado en Santa Clara con mejor suerte — , pero no sin enfrentar resistencias burocráticas que pusieron en peligro su propia realización, resistencias que llegaron hasta el límite de cancelar una de las acciones públicas que se habían planificado en el parque Fe del Valle. Hacia el final del día el objetivo se había logrado: mostrar la conexión profunda, en la Revolución, de las corrientes múltiples de la emancipación y de las liberaciones pendientes; pero la sensación era agridulce. ¿No era precisamente de la necesidad de ese tipo de acciones de lo que se había hablado?

La celebración del 4 de abril de 2022 es la segunda muestra. En este usual homenaje a la UJC y a la Organización de Pioneros fueron invitados no pocos delegados y delegadas de La Comuna. A pesar de ello, ni el discurso ni la organización del acto registraron u orientaron ese cambio necesario dentro de la Juventud que La Comuna presagiaba, siquiera en alguna «línea de mensaje». Tampoco existió referencia al contexto inmediato en que la militancia se desenvolvía — escasez, esperanza, migración, creación, voluntad, ansiedad sobre el presente — , lo cual dejaba una sensación extraña de incertidumbre y vacío, que hacía deslucir el homenaje que se realizó durante la velada. El sabor del acto — sus imágenes, sus tiempos, su discurso — era demasiado familiar: se trataba de la misma UJC en la que militan, y hay que decirlo para quienes lo olvidan todo el tiempo, muchos de los delegados de La Comuna, pero fuera de la cual, paradójicamente, realizan el grueso de sus actividades políticas, formativas, culturales. Se trataba de los mismos rituales y las mismas palabras que La Comuna intentó dotar de sentidos más profundos, nuevos y picantes. De la «mística» ensayada en el Pabellón en aquellos días no había rastro, como tampoco había huella de los discursos e iniciativas que allí se habían congregado bajo la bandera de la Revolución y el socialismo. Y solo había pasado un mes.

Podemos añadir un tercer hecho:

el desconocimiento generalizado de los contenidos, discusiones y significación de La Comuna entre la militancia de base de la UJC, sus cuadros intermedios, la juventud revolucionaria y el pueblo en general.

Más allá de la exigua cobertura de prensa, unas decenas de tuits y publicaciones en Facebook, y dos o tres columnas de opinión, sobre La Comuna sobrevino el silencio. Circuló la Declaración, claro, pero los compromisos concretos pactados en la resolución firmada por todos los asistentes no se divulgaron, ni siquiera en los circuitos interiores de la Juventud, por ejemplo, en las reuniones de preparación de secretarios generales, al menos en La Habana.

Y esta ausencia de información, divulgación y comunicación, ausencia que he constatado en cada entorno militante en que comparto con otros compañeros y compañeras, contrasta con el marcado interés con que, en los meses inmediatamente posteriores, esos compañeros me preguntaban «¿y qué pasó con La Comuna más allá de aquel encuentro? ¿Qué se discutió exactamente allí?». Esta carencia, para un suceso que pretendía transformar modos de hacer, pensar y decir dentro de la organización revolucionaria, no es fácil de digerir. ¿Era tan difícil circular los documentos?

En resumen, tanto la ausencia de una transformación en los modos, discurso y «estilo» de la UJC, las resistencias y desconocimientos burocráticos a la acción directa de colectivos revolucionarios, de los que se suponía que La Comuna era espacio habilitante, sumados a la ignorancia generalizada de los contenidos de La Comuna en las filas de la propia organización,

nos lleva a repetir la duda radical que habíamos colocado al inicio: si todo parece ser de la misma forma que antes era, si nada ha cambiado, ¿qué efectos tuvo el encuentro del 25/26 de febrero?

Durante esos dos días discutimos los contenidos de una declaración y una resolución que cimentaban una convergencia inédita entre la organización política tradicional de la juventud revolucionaria cubana y militancias que, como resultado del propio impulso de la Revolución y los problemas de la organización, nacían o actuaban fuera de ella. Incluso las había no precisamente nuevas o emergentes sino tan antiguas como la propia UJC, por ejemplo el Movimiento Estudiantil Cristiano, pero que no habían encontrado este tipo de diálogo y reconocimiento en fecha reciente. La resolución que se aprobó adelantaba mecanismos para transformar nuestras prácticas políticas en áreas tan sensibles como la comunicación, la formación política y el trabajo de base, y hacía compromisos concretos sobre maneras de organizar la conversación entre esa franja organizativa y la UJC sobre la base del respeto, el reconocimiento y la cooperación.

¿Qué explica esa convergencia tan insólita que tuvo lugar ahí en el Pabellón Cuba y que buscaba un mecanismo de concertación entre actores que coexistían en paralelo pero no colaboraban? ¿Qué explicaba la necesidad de un espacio de cooperación, diálogo y creación conjunta?

Podemos avanzar algunas hipótesis.

En primer lugar, está la crisis de las organizaciones políticas y de masas tradicionales en el marco del remolde y reconfiguración de aquello que llamamos sociedad civil cubana. Habría mucho que desempacar de esa larga oración que intenta, rápido y mal, sintetizar discusiones que llevan treinta años en pie. Este es un elemento que anteriores análisis sobre La Comuna normalmente no recogen, pero que nos parece relevante pues, en el caso de las juventudes revolucionarias, es el marco general que permite comprender la situación.

En el lejano 2012, el documento base de la Primera Conferencia del PCC expresaba:

«Al evaluar el trabajo de estas organizaciones [políticas y de masas], se aprecia que este se fue distorsionando y dejaron de actuar de manera prioritaria con sus estructuras de base. La participación de sus cuadros en un excesivo número de comisiones y reuniones limitó el vínculo con las personas. A ello se suma la falta de creatividad y sistematicidad en el desempeño de sus misiones, el exceso de convocatorias a sus miembros, que afecta su tiempo libre y genera molestias en la población. (pág. 3, 1.16)»

Todas las señales estaban sobre la mesa en aquel entonces, pero sus peligros quizás eran menos evidentes que ahora. De cualquier manera,

se dibuja en ese párrafo de un documento partidista el panorama de una organización burocratizada y ajena, limitada en sus vínculos con las bases, aquejada de falta de creatividad y sistematicidad.

¿Qué tipo de militancia podía generar en ese momento y a futuro una organización así descrita? En el caso específico de la Juventud Comunista un dato en particular — y la fuente de ese dato — nos da la dimensión más dramática de su crisis.

En el artículo 1 de sus Estatutos, se define que «la máxima aspiración de un militante de la UJC (…) es ingresar en las filas del Partido Comunista de Cuba.» Y en su artículo 7 repite que «la trayectoria de un militante en la Unión de Jóvenes Comunistas constituye un período de preparación para su ingreso al Partido.» Con este encargo en mente podemos leer con sorpresa el discurso inaugural del 8vo. Congreso del PCC.

En la única mención que se realiza sobre la organización, a la que en anteriores congresos siempre se le dedicaba al menos un párrafo más o menos extenso, cuando no todo un epígrafe, se subraya que solo un tercio de los nuevos ingresos al Partido proceden de la UJC. Y más aún, que el propio Partido finalmente había logrado revertir una tendencia al decrecimiento de sus filas. Esto último, sin contar con todos aquellos militantes de la UJC que, cualquiera que sea su porcentaje, deciden no pasar al Partido una vez llegada la edad máxima para pertenecer a la organización.

Este dato tan elocuente está sazonado por una contra-tendencia, expresión también de la crisis de estas organizaciones, y de la UJC en particular, pero que

posee un tinte esperanzador sobre la vitalidad de los acumulados políticos y culturales de la Revolución en la sociedad cubana: la emergencia, activación y protagonismo de colectivos, agrupaciones y organizaciones de signo socialista que operan fuera del marco de las organizaciones tradicionales.

Esta sección, en aquel momento pujante y visible, es parte de una renovada sociedad civil revolucionaria que apunta más allá de sus institucionalizaciones del pasado. Sin embargo, comparte vínculos discursivos, de sentido y horizonte y a veces hasta dobles o triples militancias con esos mismos espacios tradicionales: en el terreno abonado por la parte más dinámica y sana de ese legado se ha expandido un espacio de innovaciones, algunas desde la elaboración teórica, otras desde el mundo de lo digital o de las nuevas luchas, identidades y reivindicaciones que amplían el arcoíris emancipatorio hacia nuevos horizontes antirracistas, feministas, ecologistas, animalistas.

Pero a nuestro criterio la innovación, aunque importante, no ha sido su rasgo más característico y sobresaliente, sino su protagonismo en coyunturas críticas, en las que asumieron el riesgo de ocupar el espacio público, y su capacidad autónoma de tomar la iniciativa frente a la demora o pasividad percibida de otras organizaciones. Protagonismo que de ninguna manera implica exclusividad, pero sí denota mayor resolución, firmeza y capacidad de acción inmediata. Su ajuste táctico a la situación generó el salto a la efectividad política. Así sucedió en La Tángana del parque Trillo, evento inaugural de este ciclo político para las fuerzas revolucionarias emergentes, que por su productividad y tensiones merecería una mirada retrospectiva. Así sucedió en la Sentada de los Pañuelos Rojos, que incrementó el arsenal simbólico y práctico de las fuerzas revolucionarias — la sentada como táctica, el énfasis en lo artístico, la comunicación desde plataformas digitales, el pañuelo rojo como elemento distintivo — .

Habrá quien quiera leer en nuestro análisis de la «crisis de la UJC» maldad o saña, y sobran también los que padecen delirios a partir de frases sueltas y descontextualizadas. Hasta se ha lanzado la acusación de expedir certificados de defunción o declaratorias de coma. De esas acusaciones podemos decir que son falsas y reiteramos que la nuestra es, en verdad, una autocrítica desde el interior de nuestra militancia política, como militantes de la organización y como militantes comunistas a secas.

En un segundo registro, son usuales también los intentos de particularizar el problema como un defecto de carácter de tal o más cual dirigente puntual, como evasión a la problemática, tan cara a la tradición marxista, de la organización política y hasta de la des-organización.

La primera «opinión», que ignora por completo la crisis incluso ante documentos partidistas que la atestiguan y la opinión de muchos militantes, solo puede calificarse de poco sincera, y en última instancia ciega y suicida, pues no deja espacio a ningún aprendizaje o discusión. Y a esta opinión no la llamaremos dogmática, pues se extraña en ella la solidez de los «artículos de fe» de una escolástica estudiada. Esa postura, solo se sustenta en el oportunismo y en la «guataconería»: lisa y llanamente es sectarismo.

La segunda mirada, aquella que coloca el problema en «un cuadro» particular, en una situación puntual, o en la insuficiencia individual del militante que se queja del funcionamiento de la organización, es sincera, pero en mi opinión tampoco logra dar en la diana del problema. De hecho, ese ejercicio de individualización solo produce patologías morbosas, como reclamar a los militantes de base que si la UJC funciona mal la arreglen ellos haciendo funcionar bien su comité de base, como si reparar dos o tres ladrillos y repellar sobre un grieta que se abre, pudiera prevenir que un desperfecto estructural terminara en derrumbe. En resumidas cuentas, esa visión reconoce la crisis, pero solo puede dar diagnósticos insuficientes.

En un artículo de Raúl Palmero, uno de los organizadores principales de La Comuna desde el Comité Nacional de la UJC, se reconoce como uno de los «factores esenciales» para el desarrollo de estos colectivos «las expresiones de anquilosamiento en algunas estructuras y niveles de las organizaciones juveniles con reconocimiento institucional, que no lograron satisfacer las demandas de actuación y activismo de distintos sectores jóvenes». Pero el mismo Palmero es capaz de afirmar, unos párrafos más abajo, que no «es valeroso achacar a instituciones errores humanos de personas (sic) que no hayan podido mantenerse a la vanguardia» como si las instituciones no fueran estructuras sutiles, hechas de personas y cultura, de sus relaciones entre ellas y con la situación.

No basta con la crisis de la UJC, ni con la creatividad de este sector ahora visible y reconocido para explicar La Comuna, sino de un tercer ingrediente que vincula a ambos: su impotencia y los límites de su acción. Impotencia y límites tanto de la UJC como de esta franja organizativa.

Un tal Lukács planteaba en 1924:

«La organización debe integrarse como instrumento en el conjunto de estos conocimientos [de la situación] y de las acciones que de ellos se deducen. Si no lo hace así, será sobrepasada por la evolución de las cosas, una evolución que, en tal caso, no habría comprendido y, en consecuencia, no podría dominar. De ahí que todo dogmatismo en la teoría y toda rigidez en la organización sean funestos para el partido. Porque, como dice Lenin: “Toda forma nueva de lucha, unida a nuevos peligros y sacrificios, ‘desorganiza’ inevitablemente todas aquellas organizaciones que no están preparadas para esta nueva forma de lucha”. Recorrer esa vía necesaria, de manera libre y consciente, adaptándose y transformándose antes de que el peligro de la desorganización sea demasiado agudo, actuando sobre las masas en virtud de dicha transformación, formándolas e incitándolas es, en realidad, la tarea del partido, tarea que a él mismo le incumbe y con mayor motivo.»

Esa «des-organización», demostrada en la incapacidad para «dominar la evolución de la situación», a pesar de su escala, recursos, tradición e historia, es una señal de la impotencia de la UJC tanto en efectividad política como habilidad para reorganizarse, y es una impotencia tanto más peligrosa cuando se trata de una de las organizaciones políticas tradicionales de la Revolución. En las antípodas precisamente por su pequeña escala, diminutos recursos y pingüe alcance, la sección más avanzada de esta franja de colectivos y agrupaciones, a pesar de su lectura ajustada al contexto y movilidad táctica — evidenciada en su capacidad de respuesta en coyunturas críticas — es también impotente, por su pequeñez e insuficiencias, para impulsar cualquier transformación dentro del campo de la Revolución que profundice el socialismo y garantice la soberanía.

Esta pequeñez no se explica tampoco solo por defectos personales o ausencia de voluntad de estas organizaciones en crecer — como los problemas de la UJC no se reducen a la personalidad de sus cuadros a cualquier nivel — , sino por rasgos peculiares de la cultura política del campo de la Revolución que valdría la pena analizar.

¿Qué obstáculos existen para articulaciones de este tipo, más allá de la experiencia específica de La Comuna? Al fin y al cabo no es la primera vez: la propia experiencia de la Red de Jóvenes Anticapitalistas, que se gestó como idea desde espacios emergentes tuvo derivaciones similares, del mismo modo que la Articulación del Pabellón. Lo que ocurre es que, en aquel momento, el centro de la apuesta por La Comuna tenía que ver con las posibilidades «reales» que se abrían con la participación de la UJC y su entramado institucional, por lo que esos obstáculos parecían menos importantes de lo que a la larga terminarían siendo.

Incluso en las mejores condiciones, la carencia generalizada de una formación política profunda sobre hábitos organizativos, reglas de discusión, formas de movilización, participación y articulación que viabilicen sus proyectos particulares y los esfuerzos colectivos, más allá de algunos individuos y organizaciones que sí la han desarrollado, debilita cualquier esfuerzo. Este otro rasgo, podemos suponer que está detrás de los fracasos de articulación anteriores a La Comuna, y los intentos de impulsarla en estos meses de silencio.

No bastan los discursos, las pasiones y la buena disposición sin las tácticas, las técnicas y las tecnologías colectivas que sostienen la militancia.

Parte vital de la práctica política es la producción de una visión común sobre la coyuntura, hoy ausente, lo que no significa que todos en la franja carezcan de una visión organizada sobre ella, que informe su estrategia y acciones, sino que el momento sintético, público y sobre todo compartido de elaboración del análisis de coyuntura no sucede, o no se socializa, como un elemento fundamental de la acción política.

Sin un mismo lente ¿cómo se puede definir en común el objetivo?

Y, por último, otro rasgo de esa cultura política podría ser, por ejemplo, la hipótesis sostenida en varios espacios por el compañero Iramís Rosique sobre cómo aquello que no recibe reconocimiento desde las estructuras tradicionales es mirado siempre con recelo y sospecha, como algo peligroso y por lo tanto aislado (ciber-campañitas aparte).

Es por ello que La Comuna, como espacio de reconocimiento, era un paso favorable en una dirección positiva al ampliar el margen del disenso y discusión dentro de la Revolución: lo diferente reconocido en la lucha contra lo antagónico.

Pero también ese reconocimiento es fruto de señales muy precisas: ¿Y si el presidente y primer secretario del Partido Comunista de Cuba no hubiera aparecido en la Tángana? ¿Si no hubiera compartido con los Pañuelos Rojos en la Sentada? ¿O si justo antes de la primera reunión en la que se planteó la posibilidad del evento, no se hubiera reunido con la máxima dirección de las organizaciones juveniles y les hubiera planteado la necesidad de que «la FEU y la UJC se acerquen a otros movimientos de jóvenes que también están aportando mucho a la Revolución»?

Es necesario que se reconozca que el III Pleno del Comité Nacional discutió este tema, del que resultó la iniciativa de realizar el encuentro y que la UJC demostró su capacidad de ser un espacio aglutinador, de proyectarse de una forma diferente. Pero

sin esas señales no sabemos si La Comuna hubiera tenido lugar, y el hecho de que fueran estas señales, y no la necesidad sentida desde la dirección de esas organizaciones por operar de manera diferente o tener otro tipo de interacción con estos movimientos — aunque en las bases el fenómeno se manifiesta de manera diferente y promiscua, fértil — , explica también la precariedad de esa convergencia y la vuelta aparente al estatus inmediato anterior.

Resulta preocupante que incluso esas señales no hayan sido suficientes para sostener en el tiempo esa convergencia, lo que también habla de una transformación del momento político que sería demasiado largo analizar ahora. Es necesario decir también que unos meses más tarde, a la altura del IV Pleno, había desaparecido cualquier mención a este tema: en seis meses la discusión había saltado al olvido, al punto de apenas ser mencionada hace poco en la nueva estrategia presentada por el Comité Nacional para «fortalecer» la UJC.

La Comuna, con certeza fue vista por la mayoría de sus integrantes como una solución al problema del reconocimiento, o la encarnación, al fin, de reclamos sobre la deliberación o el trabajo de articulación. Pero en un nivel más profundo, y quizás presente pero no totalmente concientizado para todos sus participantes, La Comuna serviría para superar la doble impotencia descrita creando un espacio de complementariedad, concertación y convergencia, de renovación y refundación programática. Y es por eso que, casi un año después de realizada, su ausencia no es marca sino de un entumecimiento que se prolonga en el tiempo, ineficaz y peligroso.

¿Qué le falta a La Comuna entonces para ser?

Como foro de concertación, le falta alguna norma que evite que la diversidad que contiene se aniquile a sí misma, sobre todo cuando el cierre prematuro del grupo de discusión digital que mantenían los delegados demostró que era un peligro muy real, sumado a posteriores polémicas en redes sociales virtuales, a veces con efectos reales sobre la vida cotidiana de algunos delegados.

Dicha norma también debe regular el tipo de interacción y trabajo que tendrán tanto los que fueron delegados al primer encuentro de juventudes revolucionarias como los otros muchos que se incorporen luego. La Comuna proponía un «reglamento», que ha tomado un tiempo considerable de redactar por la comisión mixta que se nombró para ello y aún está pendiente, y tiene además el desafío de generar reglas precisas en un espacio donde, si bien están claros algunos consensos, hay peligros como los que ya señalara Raúl Escalona en un ensayo publicado a pocos días del 26 de febrero:

«la burocratización de su estructura. Creer que el propósito es fundar una nueva organización (…) no es solo un reduccionismo sino un error. […] Un segundo peligro (…) será el apego a ultranza a lo que son nuestras diferentes experiencias en este momento y que, por pudor, miedo o sospecha, todo cambio que promueva o genere la futura relación se rechace […] Un tercer peligro es la instrumentalización discursiva de lo que representa la Comuna (…) [que] sirva de apropiación oportunista para afirmar y paralizar (…)»

https://medium.com/la-tiza/la-comuna-hacia-una-posible-coronaci%C3%B3n-de-la-esperanza-797243fbb4c9

El reglamento, no obstante, se convirtió en un punto contencioso aunque de una manera un tanto insólita: el borrador del texto, que había sido derivado de la Declaración firmada en el encuentro y que reconocía la preeminencia de la UJC; de la Resolución pactada, redactada por una comisión elegida por votación entre los miembros de La Comuna, con un tercio de la comisión misma integrada por representantes de la UJC; fue acusado de pretender crear una organización política paralela en la que la UJC tendría una posición subordinada incluso llegando al punto de afirmar que la existencia de La Comuna «no sería legal» y hasta sería «inconstitucional». No en una, sino en dos declaraciones posteriores, dicho sector tuvo que retractarse de esas afirmaciones, pero el hecho de que hayan ganado tracción un conjunto de argumentos que carecían de cualquier sostén empírico o racional nos da una pista de los desafíos que se dibujan a futuro.

Lo más curioso e irónico es que estas afirmaciones provienen del único espacio de cuantos han emergido en los últimos dos años que, a pesar de sus desmentidos sobre sus fines «puramente logísticos», es la única que realiza regularmente encuentros anuales, posee «células territoriales» casi en cada provincia de Cuba — que incluso son reconocidas como interlocutores en algunos territorios — , que posee reglamento interno y declaración de principios, modo de apelación, identidad, equipo coordinador permanente, chats, canales, páginas de Facebook, espacios regulares y un largo etcétera.

Un análisis pormenorizado de este fenómeno ayudaría a aclarar un panorama en el que el llamado «maniwerismo» (sic) se encuentra en el centro o los alrededores de muchas de las discusiones y polémicas más amargas, infértiles y dañinas de los últimos tiempos en las redes sociales. Convendría también separar a las personas que por una razón u otra han encontrado ahí cauce para su militancia, de un minúsculo grupo que de manera sistemática usa esa cobertura para campañas de descrédito y linchamiento.

Y otra gran ironía es que la diana predilecta de estos ataques, polémicas y discusiones, Los Pañuelos Rojos, han carecido ellos mismos como colectivo de cualquier tipo de organización o disciplina comparable, y no han logrado un anclaje más orgánico, y menos centrado en lo comunicativo y sus expresiones «identitarias», con una práctica política sistemática, lo que ha derivado en acciones erráticas, esporádicas, desconectadas y a su reducción a un conjunto de publicaciones en redes sociales, muy lejos de las expectativas que podían generarse de su acción inaugural, tan promisoria.

De haber nacido ya, La Comuna quizás hubiera evitado tanto la deriva sectaria como la falta de una orientación y anclaje práctico-político en esa franja emergente, y ya a lo mejor se hubiera planteado el que es, al final, su verdadero desafío: no la organización de aquellas juventudes que se reconocen como revolucionarias, sino una expansión más allá de ellas hacia el resto de las juventudes cubanas, hacia su politización revolucionaria.

Un error conceptual y teórico, y por lo tanto un error en la práctica política, que traslucen esas discusiones es el confinamiento de la política a ciertos espacios, ciertas personas y ciertos momentos, y la declaración como improcedente de cualquier política que venga de otro lugar en el amplio espacio de la Revolución, ya no emergente, sino al interior mismo de organizaciones como la UJC. De concretarse La Comuna, serviría de «ejemplo práctico» para desterrar una vieja dicotomía entre la sociedad política y la sociedad civil, y una vez superada esa falsa distinción, colocarnos en un mejor lugar para pensar sus sentidos y superar obstáculos «epistemológicos» y políticos como se lee en otro artículo de Iramís Rosique:

«Desde adentro de las organizaciones históricas y del gobierno, identificados superficialmente a menudo como el absoluto reino de lo viejo, se dan todo el tiempo prácticas renovadoras de la política revolucionaria que pugnan con otras menos radicales, e incluso, no revolucionarias. Asimismo, desde la supuesta frescura de los espacios emergentes puede reproducirse lo más gris y pútrido de las mentalidades burocráticas, dogmáticas y mediocres.»

El foro, que debía reunirse el verano pasado y se pospuso, entre otras razones por la delicada situación del país en una secuencia de desastres que van desde el incendio en la base de supertanqueros en Matanzas hasta la devastación provocada por el huracán Ian, sí tuvo una especie de encuentro «uno y medio» que se convocó a principios de diciembre. Luego de meses de inactividad, la sensación entre los delegados nuevamente reunidos era de expectación, aunque mezclada con algo de escepticismo. ¿Se repetiría lo sucedido? Pero el centro del trabajo ya no podía ser exclusivamente lo que se había definido en febrero. En el ínterin, y con una mención a La Comuna en su parte introductoria, el Comité Nacional había propuesto y aprobado una «Estrategia para fortalecer el papel integral de la UJC» y este encuentro, aparte de una breve puesta al día de los acuerdos pendientes, quería someter la Estrategia a debate.

La intención, sin embargo, se veía empañada por varios factores, entre ellos el hecho de que a esas alturas de diciembre ya el texto de la estrategia había sido aprobado por el Comité Nacional en su pleno y por el Pleno del Comité Central, en el que el primer secretario del Partido había planteado la necesidad de una discusión más amplia sobre la misma. En el debate sostenido se pasó lista a varios de los puntos flacos de la estrategia aprobada, desde la necesaria transparencia sobre el diagnóstico hasta cambios de formato y organización de los puntos tratados, pasando por la dispersión en muchos temas que, más que contribuir a establecer metas y concentrar los esfuerzos, hacían de los 82 puntos un listado enorme de tareas por hacer sin una definición clara de los tiempos y prioridades. La propia discusión evidenció una vez más las potencialidades de la cooperación, la coordinación y la concertación al interior de la Revolución y el alineamiento de lo pactado en febrero a la nueva estrategia en términos de la impostergable necesidad de un sistema de formación política, el desafío de una nueva estructura de base «territorializada» o la necesidad de ir más allá del enfoque sobre los cuadros y hacia los militantes de base y sus organizaciones, elementos que luego han sido recurrentes en las discusiones sobre la Estrategia que han sucedido a la largo del país. No obstante, ya pasados dos meses de ese momento siguen los mismos pendientes en cuanto a La Comuna.

Quedan entonces muchas interrogantes. Cabe preguntarse por los grupos de trabajo, por lo menos los tres primeros, en los que se cifraba la posibilidad de un impacto inmediato, y sobre los que cae una doble responsabilidad: ni la UJC les dio seguimiento, ni siquiera burocrático, para que nacieran enlazados orgánicamente al trabajo de sus departamentos; ni los colectivos lograron armarlos para que, al menos desde ellos, generaran iniciativas de comunicación, formación y trabajo de base más allá de las que ellos mismos impulsan en sus parcelas, en otro ejemplo de esa doble impotencia. Cabe preguntarse también por la socialización de los sentidos y significados de la propia Comuna más allá de los que participaron en ella, y aún hasta para los que estuvieron ahí los dos días y fueron parte de las discusiones. Se hace urgente la necesidad de resultados concretos desde lo pactado, sobre todo cuando parece que volvemos, luego de una calma aparente, a una situación crítica.

En cualquier caso,

La Comuna queda como punto de acumulación, como paso al que hay que darle sentido en el futuro con otros pasos, con más crecimiento. Entender La Comuna como punto de llegada, y no como «algo-más-de-todo-lo-que-se-intenta-y-se-hace» como parte de esa revolución molecular en proceso, clausura su posibilidad de contribuir como experiencia y como momento organizativo. La Comuna no ha sido. Y si será, depende por entero de nosotros, tanto en su duración como en su posteridad.

La tentación de esclarecer sobre La Comuna tampoco puede convertirse en una conversación inútil, aunque sí hay de qué hablar y mucho. Citando a la referencia fundamental de su nombre: «La Comuna — escribió Marx — debía ser, no una corporación parlamentaria, sino una corporación de trabajo, legislativa y ejecutiva al mismo tiempo.»

Pongamos manos a la obra, pues, con urgencia. La mesa está servida. Último aviso.


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