Vacaciones en paz para Aali

Por Manuela Valadés y Javier Mestre

Foto: EFE

Aali Alien vino desde el campamento de El Aaiún, Daira Hagunia, a finales de junio de 2010. Era un muchacho bajito, negro como un tizón, de ojos avispados y cuerpecillo inquieto. Lo recogimos en Don Benito (Badajoz), dentro de la sección local de la parte extremeña del programa «Vacaciones en paz», dirigida por un pequeño grupo de personas encabezadas por la incombustible Marisa. Impresionaba su ferviente compromiso con la causa y el pueblo saharaui. Conocimos a muchas familias que estaban desarrollando lazos extraordinarios con las familias saharauis que tenían la suerte de poder sacar a sus hijos en verano de los calores extremos de la Hamada, el duro y pedregoso desierto argelino de la zona de Tinduf, donde están asentados desde finales de los setenta los refugiados del Sahara Occidental. Lo cierto es que la solidaridad se mostraba a una escala meramente humana, de corazón a corazón, lejos de motivaciones políticas o de ningún tipo de internacionalismo militante; era una solidaridad intuitiva, basada en la empatía y en un rescoldo del sentimiento de responsabilidad española por el abandono traidor y cobarde de la que fue una colonia estrechamente unida a la metrópolis.

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Para nosotros, Aali fue un miembro provisional de la familia al que quisimos mucho mientras estuvimos con él. Nuestros hijos, Pablo y Marcos, más o menos de su edad, lo integraron en sus veranos con asombrosa naturalidad. Se hicieron cómplices de trastadas y compañeros de aventuras. Todos nos maravillamos con el rostro del niño cuando vio llover por primera vez en España. O cuando pisó, inocente, un hipermercado. Era divertida su cara de indignación cuando atravesábamos las carreteras agrícolas de las vegas altas del Guadiana, llenas de tomates espachurrados caídos de los remolques a rebosar de los camiones cosecheros.

Fueron cuatro años, lo que dura oficialmente el programa, en los que no le fallamos a Aali, ni él a nosotros. Siempre estaba deseando volver a su casa en Tinduf, a pesar de las evidentes carencias y la notoria diferencia respecto del estilo de vida que conoció entre nosotros.

Echaba de menos a su extensa familia y regresaba feliz con un paquetón enorme de ropa y regalos y un dinerillo que recolectábamos aquí entre toda la familia. Durante muchos años hemos seguido en contacto con él a través del teléfono e Internet. No hemos sabido nada de él desde hace algo más de un año, prácticamente desde que comenzó la nueva etapa de guerra de los saharauis con Marruecos.

Este es el testimonio de nuestro hijo Marcos:

Mi experiencia con un niño saharaui, desde los ocho a los doce años, fue bastante interesante. Para empezar, la cultura y forma de ver el mundo no eran exactamente iguales. Era bastante sorprendente cuando Aali diseccionaba todos los aparatos que veía para quedarse con las pilas, o estaba fascinado con cosas que para mí resultaban naturales, como el simple hecho de que lloviera intensamente durante más de cinco minutos.

A pesar de estas diferencias no fue muy difícil congeniar con él y desarrollar algún tipo de amistad, no pasó nada de tiempo y ya estábamos corriendo y jugando como con cualquier otro niño. Era además muy fantasioso y pasábamos horas imaginando situaciones rocambolescas, como, por ejemplo, que él mismo se enfrentaba a toda su familia con una cuchara y escapaba a vivir a España.

Se convirtió en un gran compañero de aventuras a la hora de explorar el campo, atrapar insectos y todo tipo de seres vivos e ingeniar todo tipo de travesuras.

Tenía un lado duro que solo sacaba cuando se veía amenazado; recuerdo que en un campamento de verano tumbó de un solo golpe a un chico mucho más grande y mayor que él, debido a que no paraba de burlarse.

En resumen,

Aali nos enseñó otra forma de ver el mundo bastante diferente a lo que había visto hasta el momento, fue muy interesante cómo se desarrolló nuestra convivencia.


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