Por Leyner Ortiz Betancourt
Hay que preguntarse por qué el conflicto público entre fuerzas de izquierda provoca tanto temor. Es cierto que la falta de unidad ha sido siempre debilidad de los subalternos. Pero
la unidad, por sí sola, si bien puede garantizar estabilidad, no es garantía alguna de revolución.
De este tenor son los miedos que hoy se levantan por las severas pugnas entre los masistas de Bolivia. ¿Cuál es la situación concreta? En el nivel más explícito, se trata de la confrontación entre dos miembros prominentes del partido Movimiento al Socialismo: Evo Morales y Luis Arce, quienes se enfrentan por la preponderancia de uno sobre el otro, y de cara a las elecciones presidenciales en 2025. Se trataría entonces de meras rencillas por el poder, con un carácter marcadamente personal. Empero, se pecaría de simplismo si olvidáramos que
las manifestaciones en la cúspide de la política siempre son concomitancias de procesos históricos más abarcadores, densos y enrevesados.
Ampliado del campo de batalla
Aunque de lejos a veces pareciera que no hay ya una oposición contra la cual luchar, esta permanece viva y a la espera de su oportunidad. Tanto Evo como Arce han reconocido, en repetidas ocasiones, que el conflicto fundamental es con la derecha oligárquica y golpista. Los miedos que se esgrimen por sus disputas desfavorables a la unidad se basan en la existencia de este enemigo, diestramente articulado con el imperialismo estadounidense y otras oligarquías regionales, como la brasileña. Pero algo ha cambiado en esta derecha que en 2019 venció al Estado popular más duradero de la historia boliviana.
Quizás ha sido la consecución de dos derrotas estratégicas: las elecciones de 2020 y el encarcelamiento de sus nuevos líderes. Con una insurrección de cinco años, entre 2000 y 2005, el triunfo de Evo en las elecciones presidenciales de 2006 y el sostenimiento de su gobierno por catorce años, las fuerzas populares de Bolivia lograron derrocar a la oligarquía de su tradicional dominio sobre el Estado y sobre el Altiplano. Ello, sin embargo, no significó el aniquilamiento de estas clases, sino su desplazamiento hacia el Oriente del país, en particular hacia el pujante departamento de Santa Cruz de la Sierra.
https://medium.com/la-tiza/bolivia-el-censo-santa-cruz-y-la-violencia-70bc754ffb50
En cambio, el control del Altiplano, centro del poder nacional en Bolivia, fue ocupado por una nueva fuerza plebeya, inexperta en las cuestiones de gobierno, pero depositaria del empuje emancipador del momento.[1] Es así que en 2019 aquella oligarquía, ahora renovada y con nuevos liderazgos — Fernando Camacho, Marco Pumari, Jeanine Añez — retomó su dominio sobre el Altiplano por medio de un golpe de Estado, pero la brevedad de su gobierno, de apenas un año, es evidencia de su incapacidad política para organizar a la derecha, ampliar su base social y liderar al país. Terminaron rendidos ante el empuje de los movimientos y del MAS, que lograron catapultar a Luis Arce a la presidencia del país en 2020.
En cuanto al encarcelamiento de los principales líderes civiles del golpe del 2019, esto es equivalente a descabezar a la nueva oligarquía, afectar su función de liderazgo y comprometer su legitimidad social.
El descabezamiento de la nueva derecha ha sido una victoria política estratégica, imputable en gran medida a la destreza técnico-política del gabinete de Arce.
No es mero azar que luego del encarcelamiento de Camacho se hayan disparado las tensiones internas en el MAS; algo similar, aunque más atenuado, tuvo lugar luego de la victoria estratégica de 2008, cuando las fuerzas oligárquicas del Oriente sucumbieron ante el empuje de las masas del Altiplano y el audaz liderazgo de Evo Morales. Cuando el enemigo está lamiendo sus heridas se reactivan las tensiones a lo interno del bando victorioso.[2]
Pero quizás en esto haya una subvaloración a las fuerzas enemigas, que aún poseen los principales medios de comunicación, importantísimas empresas y negocios, y numerosas instituciones de la sociedad civil; por no mencionar que en el plano hegemónico lideran las propuestas regionalistas, que tanto arraigo tienen en la sociedad boliviana.
Tampoco es despreciable el tradicional prestigio de clase dominante y de etnia o nacionalidad privilegiada que conservan estas élites, con una capacidad de movilización demostrada durante las jornadas golpistas de 2019.
La lucha entre dos líneas
Hay algo no del todo explícito que motiva las complejas tensiones entre Evo Morales y Luis Arce, más allá de la incidencia que en ello pueda tener la oligarquía. Es preferible enfocar esta disputa como una lucha entre dos líneas políticas divergentes. Del lado de Arce se encuentran representadas buena parte de las clases medias urbanas que se sintieron excluidas durante el gobierno de Evo. Su administración combina elementos del nacionalismo mestizo y del indigenismo, y tiene una fuerte impronta estatista, tecnocrática y administrativa, bastante diferente de la dinámica de los movimientos sociales y del estilo de Evo. Su orientación es conciliadora y trans-clasista, pero ha logrado contener los peores efectos de la crisis mundial en Bolivia y ha mantenido la ventaja estratégica sobre las fuerzas de derecha.
Del lado de Evo, en cambio, se ven representadas las clases populares, en especial el amplio y diverso campesinado boliviano, así como otros sectores indígenas. Ahora que se encuentra alejado del gobierno vuelve a ser encarnación plena de los movimientos sociales, mientras los grupos académicos, burocráticos y técnico-industriales se acercan más a la línea de Arce. Lo que se enuncia acá es una fractura parcial que antes el liderazgo unitario de Evo y el MAS subsanaron bajo la consigna del «gobierno de los movimientos sociales». La presidencia de Evo, en efecto, había sintetizado estas dos líneas en una única dirección.
Lo crucial es que las tensiones entre Evo y Arce dan cuenta, en la cúspide de la política, de una separación básica entre los movimientos sociales y el Estado.
Ello se evidencia no solo en la menor presencia de líderes sociales en el gobierno de Arce, también en su orientación política, en la manera en que los asuntos de Estado se resuelven en el marco de su institucionalidad, con poca convocatoria sobre los movimientos. Entre otras cosas, ello se debe a que en el entramado asociativo indígena-campesino Evo continúa siendo el líder indiscutido.
De todo esto cabe una enseñanza doble. Por un lado, se ha constatado que es posible un gobierno popular-nacional sin el apoyo irrestricto de los movimientos sociales y sin degenerar en oligarquía. Ello da cuenta de un nuevo tejido social y ciudadano capaz de sostener un orden republicano y plebeyo, más allá de sus capacidades de auto-organización colectiva al margen del Estado. Pero también de un reforzamiento del propio Estado en su nueva orientación popular-nacional.
Por otro lado,
en caso de una arremetida de la reacción oligárquica también se ha demostrado que solo la autonomía y capacidad de acción colectiva de los movimientos sociales del Altiplano es capaz de restituir la democracia de orientación popular.
Quiere esto decir que hay una suerte de empate de poder entre la línea de Arce y la línea de Evo. La dificultad para cerrar filas, empero, no solo es consecuencia de este empate de poder, también remite a una larga tradición de luchas antiestatales por parte de los movimientos sociales, que se interrumpió durante el gobierno de Evo y se está actualizando y reconfigurando desde el 2019, primero contra la oligarquía y ahora en confrontación no antagónica con el gobierno.
Pero hay una ventaja extraña en Evo y el MAS, pues tienen de su lado la «larga» duración para los estándares de la política boliviana. Evo ha sido quizás el líder más duradero en la historia del país, tanto en su prestigio social como en sus catorce años de presidencia. Pero la historia política de Bolivia ha estado marcada por la irregularidad, en particular con respecto a los asuntos de Estado. Lo cierto es que las elecciones tienen un gran componente de azar, y quien está hoy en la presidencia, puede no estarlo ya en cinco años. Es en ese sentido que el poder estatal, relativamente autónomo y bajo la dirección de Arce, es en el fondo inseguro. Los movimientos sociales de Bolivia, en cambio, han probado responder a una dinámica de mayor estabilidad, nunca exenta de dificultades, cambios bruscos y conflictos. Y esa es una diferencia notable entre el MAS y el viejo MNR: el primero da testimonio de un vínculo — contradictorio pero fluido — entre «instrumento político» y movimientos sociales, mientras que el segundo se mantuvo siempre distante de la Central Obrera Boliviana y su corazón militante, el sindicato minero.
La confrontación entre Evo y Arce da cuenta de contradicciones realmente existentes que, de una forma u otra, tendrían una emergencia en lo social. Quizás esta forma pública y ríspida no sea, per se, negativa, pues permite canalizar traumas y conflictos por medio del discurso de los líderes.
Hay, empero, un peligro en todo ello, acaso más profundo que el quebrantamiento de la unidad: el olvido de la necesidad de refundar el proyecto hegemónico del MAS, es decir, de las fuerzas progresistas de Bolivia.
Más allá del desafío de unidad de izquierda en las elecciones, las rencillas entre altos dirigentes pudieran dar lugar a una reconfiguración hegemónica que amplíe las bases sociales del proyecto y reconquiste las pasiones del país. Si las rencillas no apuntan conscientemente a este desafío mayor, significa que la batalla cultural queda en manos de la «espontaneidad», que es otra forma de referirse a las fuerzas de la dominación. Sin embargo, sería bueno no sobredimensionar la capacidad de los líderes para determinar los destinos de la sociedad: aún hay lugar para confiar en el pueblo, pues la historia, en su fondo, es hechura de las masas.
Notas:
[1] Orellana Aillón, Lorgio: La caída de Evo Morales, la reacción mestiza y el ascenso de la gente bien al poder, Universidad Mayor de San Simón, Agencia Sueca para el Desarrollo Internacional, Cochabamba, 2020.
[2] Stefanoni, Pablo y Fernando Molina: «¿Cómo derrocaron a Evo?», 11 de noviembre de 2019, y Stefanoni, Pablo: «Evo vs Arce/Arce vs Evo: la guerra interna del MAS boliviano», 13 de abril de 2023.
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