Por Zaida Capote Cruz
Prólogo a Tinísima de Elena Poniatowska (Fondo Editorial Casa de las Américas, 2006)
La última novela de Elena Poniatowska, El tren pasa primero –un relato de los avatares del movimiento de trabajadores ferroviarios a cuyo líder, Demetrio Vallejo, entrevistara ella en la prisión de Lecumberri en 1958–, acaba de ser presentada en Tehuantepec. La reseña de los actos sucesivos muestra la singularidad de algunas presentaciones. La más notoria tuvo lugar en medio de una gran movilización popular, cuyos responsables debieron ayudar a Elena a trasponer los retenes que impedían el paso en la carretera de acceso al poblado de marras. Finalmente, la autora apareció, vestida de tehuana y cargada de flores, para recibir el agasajo de sus lectores y corresponderles con el más reciente fruto de su tenaz laboreo.
Imposible no relacionar ese nuevo libro de Poniatowska con el José Trigo de Fernando del Paso, e imposible también evitar otra asociación, esta vez referida al escenario de la anécdota: el Itsmo es cuna de mujeres fuertes, como testimonió el lente de Graciela Iturbide en su inolvidable serie «Juchitán de las mujeres»; tehuana fue Josefina Bórquez, la Jesusa de Hasta no verte Jesús mío, y tehuanas son las mujeres que dan abrigo a Tina Modotti luego de la muerte de Julio Antonio Mella, casi al comienzo de Tinísima. Como las tehuanas de su relato, Poniatowska acoge a Tina para rehacerla, para relanzarla a la conquista de su propia vida. Donarle su fuerza al otro, concederle el derecho a la palabra, es un ejercicio que Poniatowska ha repetido. Lo hace, esta vez, con Tina Modotti, una mujer que fue sucesivamente cuerpo, objeto del deseo y extranjera injuriada, y cuya celebridad, por otro lado, ha estado teñida con frecuencia por la ignorancia en torno a otros aspectos de su vida.
Poniatowska consigue adentrarse en la fascinante historia de México, una vez más, con soltura. No es casual que haya dedicado algunos de sus libros más célebres –La noche de Tlatelolco, Fuerte es el silencio, y el proyecto colectivo Nada, nadie. Las voces del temblor– a desentrañar los gestos de resistencia de la gente común, protagonistas verdaderos de los grandes sucesos que han conmovido a la sociedad mexicana. Fabuladores, sí, pero también testigos y cronistas, sus testimonios alcanzan a crear mundos enteros donde historia y ficción comparten espacio en el relato, terreno que da savia y flor a la tremenda capacidad de Poniatowska para dar con el tono justo y para calcar el habla popular, sin descuidar la estructura, la dramaturgia, pudiera decirse, de la historia que cuenta. Con Tinisima, Poniatowska consiguió fundir sus saberes narrativos en un libro irrepetible, abarcador como ningún otro de los suyos.
Enmarcada entre dos muertes –la de Julio Antonio Mella, que abre la novela, y la de la propia Tina Modotti, que la cierra–, la anécdota de Tinísima cautiva a cualquier lector ávido no sólo de conocer la vida de la fotógrafa que devino rígida y dedicada militante comunista, sino también de documentarse sobre las primeras décadas del siglo xx. Documentarse, porque este libro de ficción integra personajes, escenarios y hechos históricos en abundancia, que pocas veces, sin embargo, hemos sentido más cercanos. La novela abarca buena parte de la vida de Tina: su relación con los artistas mexicanos y con el movimiento comunista internacional, su desvelo por un mundo mejor y la renuncia –tan significativa– a su propia creatividad en la fotografía para actuar como una «camarada» más al servicio del Partido. Elena Poniatowska ha escrito un libro inconmensurable que no evita alusiones al encanto sensual de la protagonista. En él habitan todas las Tinas que Tina fue: la militante comunista, la amante, la artista, la mujer…
Cuando se publicó en 1992 –quizá precisamente por su mirada itinerante y detallista, tan abarcadora–, Tinísima debió enfrentar tanto el interés desaforado del público como los reclamos de una crítica inconforme. Puesto que el libro respeta en gran medida las normas estructurales de la biografía, es inevitable que como tal sea leído. Pero la inserción de elementos evidentemente ficticios (entre los cuales destacan los largos monólogos de la protagonista y la fusión de anécdotas varias) ha provocado que esta «biografía» peculiar se considere insuficiente, incompleta. En los días posteriores a la publicación de la novela, la prensa mexicana abundó en entrevistas a testigos cercanos de la vida de muchos de los «personajes» del texto. Todos parecían querer saber qué parte era estrictamente histórica, real, y cuál no. En ciertos casos, incluso, se le hicieron reproches a la autora por asumir una perspectiva tan cercana a su protagonista para contar la historia, una crítica acaso válida a los efectos de una biografía, pero no pertinente para una novela cuya pretensión es rescatar la memoria, sí, pero desde la creación, es decir, desde la libertad.
En una lectura superficial, el libro de Poniatowska puede parecer una biografía convencional. El texto reproduce el modelo clásico, incluso en cuanto a su estructura externa, pues conserva la lista de entrevistados y documentos en un anexo final. A la presunta objetividad del relato contribuían también las numerosas fotografías que se insertaron en la edición original (Era, 1992); al mismo tiempo, la percepción del texto como biografía se ve alterada, contradictoriamente, por la clasificación genérica proporcionada por el volumen mismo pues, según sus editores, es una novela. Al reproducir el modelo biográfico, bajo esa clasificación, Poniatowska impugna la pretendida veracidad del género biográfico, y clausura así toda posibilidad de ubicarse en una perspectiva cómplice del discurso autoritario, unívoco y defensor de una sola verdad. En cambio, nos ofrece una historia que progresa en múltiples direcciones, cual el ramaje de un tule centenario, y nos invita a cotejar versiones a veces contradictorias, pero también a interrogar nuestras propias nociones del mundo, de la vida.
En palabras de Fabienne Bradu, la autora ignoró en Tinísima «la obligación del biógrafo de ser un “novelista bajo juramento”, es decir, el respeto por una posible verdad y del rigor en la reconstrucción histórica».[1] Aquella reseña –dedicada a Tina, la biografía de Pino Cacucci– abunda en reproches rayanos casi en la agresión. Da por sentado, por ejemplo, la participación de Vittorio Vidali en el asesinato de Mella, al tiempo que acusa a ambos biógrafos, y de paso, también a Tina: «Lo que ninguno de los dos autores explica es cómo y por qué Tina pudo volverse amante y compañera de Vidali, a sabiendas de que él había sido el asesino (intelectual o real) del hombre a quien, según sendos biógrafos, más había amado en su vida».[2] Luego de aleccionar a Poniatowska sobre la necesidad de utilizar la ironía, o sea, de distanciarse de su personaje, su crítica más vigorosa la reprende porque en Tinísima «la libertad del novelista se desvirtuó en una tiranía del narrador hacia su personaje». Si he glosado con amplitud inmerecida la infeliz reseña de Bradu es porque ella revela otro fenómeno que va más allá de la clasificación genérica del libro. Es obvio que si se trata de una novela –lo que echaría por tierra las pretensiones de veracidad que caracterizan el discurso biográfico tradicional e impugnaría su pretendida autoridad incontestable– no hay por qué exigirle precisiones que corresponden al terreno de lo estrictamente histórico. Es la ideología del lector, en buena medida, a pesar de todas las inscripciones visibles, la que (re)ajusta el género del volumen.
Precisamente, en una entrevista cercana a la publicación de la novela, Poniatowska comentó su dificultad para decidirse a catalogar el libro como biografía, a pesar de haber llevado a cabo una investigación minuciosa de lo concerniente a la vida y la obra de su protagonista. En aquella ocasión declaró:
No puedo decir que es una biografía porque no soy una investigadora metodológica; eso no quiere decir que no haya investigado y leído muchísimo, que no haya tratado de que la novela sea lo más cercana posible a la realidad […]. Por eso preferí darle el nombre de novela, para no tener problemas de que me digan «eso no es cierto» o «las cosas no fueron así» o «es usted una mentirosa».[3]
Pero la cautela manifiesta en tales declaraciones no la salvó de malentendidos y exigencias. La salvó –para el futuro en el que ya estamos– el libro inconmensurable y magnífico que consiguió escribir.
En cierta ocasión, cuando por su cercanía a Tina, le preguntaron si era comunista, Elena respondió: «Ay, […] yo no pertenezco a ningún partido, ni milito en ningún partido, y fíjate: decir ahorita con la perestroika que alguien es comunista es absurdo. Además ya no tiene ningún sentido puesto que en el mundo se está acabando el comunismo, por eso creo que muchos viejos comunistas se sienten tan mal.» Y al insistir la periodista en si se identificaba con Tina, Poniatowska alegó: «Absolutamente en nada. Me costó trabajo entenderla para escribir Tinísima, porque no sabía nada de nada del comunismo, ni de la guerra de España. Además yo provengo de una familia de lo más reaccionaria.» Evidentemente, aún la novela no había sido leída, todavía no era la piedra de la discordia que sería luego, no se había revelado todavía cuán cerca estaban, cuán juntas habían permanecido, en efecto, la autora y su personaje. Según comentaba entonces la escritora, el libro surgió de un guión que le pidiera Gabriel Figueroa. La idea era realizar al mismo tiempo dos películas sobre mujeres célebres en la historia mexicana del siglo xx: una sobre Antonieta Rivas Mercado, que haría Carlos Saura, y otra sobre Tina Modotti. Pero después alguien clausuró esta opción con un argumento que, incluso repetido con sorna por Poniatowska, sigue siendo demoledor: «si se iban a hacer dos películas sobre putas, entre una puta italiana y una puta mexicana, escogía a la mexicana que era Antonieta Rivas Mercado»[4]
Como puede leerse, Poniatowska asume en la conversación antes referida una suerte de languidez irresponsable; como si ella hubiera llegado a Tina casi por accidente, no tuviera mucho que ver con ella o hubiera hecho el trabajo por encargo; lo que no explica por qué siguió con la investigación y estuvo trabajando a lo largo de diez años en un texto tan elaborado. Evitó así que se le viniera encima una avalancha –que a juzgar por lo que ocurrió entonces, hubiera podido ser aun mayor– de controversias acerca de la elección de su protagonista, de la elaboración de la novela, de los hechos que decidió relatar y de las fotos que decidió incluir. De este modo, por así decir, Poniatowska evadió el dar explicaciones. Al restarle importancia al acto mismo de la escritura, al casi desmarcarse de la novela, estaba creando un escenario menos agresivo y menos dependiente de la reacción crítica. Y es que escribir un libro como Tinísima entraña riesgos; la existencia misma de Tina estuvo llena de incomprensiones y no sería muy distinto, como lo demostró la suerte corrida por esta novela, con la recreación literaria de esa vida.
En cuanto a la clasificación de Tinísima, la intervención de su autora es menos sutil, pero igualmente efectiva. Las fotografías incluidas en la primera edición, muchas de ellas tomadas por la propia Tina o por otros de los personajes que comparten el espacio del relato (Manuel Álvarez Bravo, Robert Cappa, Gerda Taro, Edward Weston), parecen desmentir continuamente el hecho de que estemos leyendo una novela. Imaginables como el documento por excelencia, esas imágenes, garantes de que el testimonio es totalmente veraz, contradicen el rótulo que ostenta la portada. Reveladora así de la falacia de toda una tradición, esta suerte de biografía novelada se nos presenta como ficción. En eso radica su desafío. Si en algunas biografías previas de Tina Modotti[5] ya el discurso biográfico había sido cuestionado dentro de su propio terreno, desde dentro de sí mismo, o con los recursos más cercanos a él, como los del testimonio, aquí la subversión genérica contradice y descalifica ese discurso.
El tono periodístico de algunos segmentos, evidentemente influidos por las publicaciones periódicas de la época y congruentes con el desempeño de su autora como la cronista que sigue siendo, así como la extensísima lista de agradecimientos a personas e instituciones que ofrecieron documentos o compartieron sus recuerdos durante la pesquisa, invitan al lector a confiar poco menos que ciegamente en la historia contada por Poniatowska, como agravantes recurrentes en la disputa entre novela y biografía. Desde su título, el libro tiende un puente entre historia y ficción. Al elegir el apelativo con que Mella llamaba a Tina, se sugiere el vínculo entre ficción y realidad, entre fabulación y credibilidad, el mismo vínculo que rodeó sin respiro la vida de Tina y que reaparece, más amablemente, en este libro de Elena Poniatowska. Tal contradicción explícita entre el bagaje documental y la indicación genérica aporta, no a pesar de la incertidumbre que provoca, sino precisamente por ella, el signo distintivo de una escritura que reniega del monologismo de la biografía tradicional para instaurar la duda como principio de la reflexión sobre la historia. Absteniéndose de decir, como prefiere la tradición autoritaria del discurso biográfico, cuál es la verdad total sobre Tina Modotti, la autora nos invita a decidir en qué creer y en qué no, sin sugerir siquiera cuál es el modo adecuado de resolver la duda. Al optar por una clasificación genérica disidente, Poniatowska se aparta de aquellos narradores que siguen la lógica de un poder autoral absoluto. El compromiso de «decir la verdad» ha sido sustituido, para suerte nuestra, por el compromiso de decir y dejar decidir a los demás, o sea, a nosotros.
Tinísima es, en cuanto novela, un libro descomunal, desmesurado, no sólo por su extensión, sino porque es un libro poco común. Un libro humano, entrañable, profundamente perturbador, un libro que ríe y se entristece con sus protagonistas; un libro que da cuenta de su entusiasmo por la vida, de la tristeza ante los reveses, del disfrute de una puesta de sol y de los horrores de la guerra. Es también un libro abarcador no sólo porque cuenta la historia de una vida como la de Tina Modotti, cuyo destino –en un gesto que la haría íntimamente nuestra– quedó ligado al de Julio Antonio Mella, después del asesinato del líder cubano mientras caminaba a su lado por las calles de la ciudad de México el 10 de enero de 1929. La muerte de Mella, el juicio sucesivo, la tragedia de la pérdida, conforman uno de los momentos más intensos de la vida de Tina Modotti novelada con sabiduría por Elena Poniatowska. La historia de esa vida, contada con tanta sensibilidad y comprensión como si fuera la propia, se ve relegada por momentos en el libro, y entonces ya no es Tina quien ocupa el centro del relato, sino la época esplendorosa y terrible de la modernización de México, la guerra costera, el despertar del feminismo, la aventura del muralismo, las peripecias del movimiento comunista internacional, la vida en la URSS en tiempos de Stalin, la tragedia tremenda del ascenso del fascismo en Europa y la experiencia de la Guerra Civil Española, marcada con fuego en cada uno de sus participantes, hasta la lancinante caída de la República.
Tina Modotti, obrera textil en la Italia de su adolescencia, emigrante a los Estados Unidos en las bodegas de un trasatlántico donde se apilaban cientos como ella, y actriz exótica en el Hollywod de los años veinte; viuda temprana de un artista bohemio junto a quien descubrió México; alumna y amante de Edward Weston; fotógrafa talentosa, enamorada de las líneas y la elegancia formal, pero también testigo y testimoniante de la desesperada pobreza del pueblo mexicano y autora de fotografías memorables; amante de Mella en la etapa final de su exilio mexicano; activista del Partido Comunista; amiga de Concha Michel; modelo para los murales de Diego Rivera; traductora al servicio del Partido; colaboradora de El Machete; víctima de los malos oficios del periodismo más conservador, que consiguió su expulsión de México después de una vergonzosa campaña de descrédito moral y falsas acusaciones de conspiración; agente del Socorro Rojo Internacional en los años más duros de la persecución a los comunistas de todo el mundo; contacto y esperanza de refugiados de todas partes; enfermera y jefa de cocina en España, al servicio de la República, cuya derrota la marcó para siempre; compañera de Vittorio Vidali, el célebre comandante Carlos del Quinto Regimiento, con quien terminó volviendo a México al fin de su vida; Tina Modotti, prematuramente envejecida y moralmente aniquilada por tantas decepciones, derrotas y sinsabores, murió sin ruidos ni testigos en el taxi que la devolvía a su casa en vísperas del Día de Reyes de 1942. Y aún después de muerta debió padecer la funesta insinuación de que fue asesinada por sus propios compañeros, quienes ni siquiera alcanzaron a reunir fondos suficientes para darle otro destino que una tumba pobrísima en el panteón de Dolores. Su cuerpo, aquel floreciente y bellísimo cuerpo que posara desnudo para Weston, no podía tener otro destino; su alma de militante esforzada, que renunciara al placer de la fotografía para darle toda su energía a «la causa», terminaría compartiendo la suerte de los más pobres entre los pobres.
Está claro que una vida así es un asunto de excepción para cualquier novelista; es de esas vidas cuya riqueza enciende la imaginación y hace arder las palabras. Una vida como la de Tina Modotti anima a la creación. Pudiera parecer casi natural que el homenaje termine en una obra maestra, pero hace falta mucho talento para hacer posible tal mutación. Elena Poniatowska lo consiguió con esta novela entrañable. Su título es la mejor elección para esta obra también superlativa. Poniatowska ha construido una novela monumental por su estructura abarcadora, por la sucesión detallada de acontecimientos, por el esfuerzo de imaginación y creatividad que supone el darle vida y voz propia a una mujer que tantas veces fue de los otros: de sus amantes, del Partido, del dolor, que parecía acosarla infatigable; pero también monumental por su inclusión de personajes mínimos, olvidados, laterales, lo cual contribuye a recomponer ese tiempo ido a cuyo develamiento asistimos.
Cuando leí Tinísima por primera vez me sobrecogió la extensión del talento de Poniatowska, la intensidad perturbadora de su relato. Por esa época dediqué más tiempo a tratar de dilucidar por qué su autora había preferido llamarlo novela, cuando podría sin ambages considerarse una biografía excelentemente documentada, una biografía novelada, como tantas que hemos leído siempre. Creí ver entonces un exceso de pudor profesional en aquel gesto, un ponerse en guardia frente a los reproches de infidelidad que de todos modos llegarían, y gasté unas cuantas páginas intentando explicarlo.[6] He querido compartir algunas de aquellas reflexiones, revivir mis primeras reacciones al libro y a su inmediata y polémica recepción pública. Ahora, más de diez años después, puedo reconocer que, a pesar de la discusión que se produjo entonces, el género del libro es lo que menos importa, y la lucha por establecer una verdad (que pudiera acentuarse si se hablara de una biografía) parece fútil. Elena Poniatowska se documentó rigurosa y admirablemente y nos está dando aquí, en este libro, apenas una versión de los hechos, su versión. Así que, aunque hubiera intentado evitarlo, imposible que sus propias pasiones no se hayan hecho carne en esta narración. Imposible, puesto que su propuesta es desentrañar al ser humano que habitó en su protagonista, bajo todas sus máscaras, bajo todas sus identidades, sólo sacar a la luz a esa mujer que fue Tina Modotti.
Ahora me parece mucho más clara y respetable su decisión de clasificar este libro como una novela, pues reconoce –al margen del atractivo que el género tiene– el obligado tránsito por el territorio de la ficción, de lo imaginario. Esa franqueza intelectual de Poniatowska es una lección; una lección de sensibilidad, de dedicación, de valentía. En su libro aparecen los rostros amables y los rostros fieros de quienes lucharon incansablemente por la justicia; los aciertos y los errores, que fueron, es verdad, innumerables; no se niega nada: todo sirve para ir armando este inmenso mural colorido de la historia mundial durante la primera mitad del siglo xx.
A poco más de una década de su publicación en México, la Casa de las Américas edita ahora la que tal vez sea la novela más ambiciosa de Elena Poniatowska. Tinísima es quizás el libro donde se hacen más ostensibles –junto con Hasta no verte Jesús mío, también publicado en esta colección– los afanes de esa mujer que suele cautivar a sus lectores con sensibilidad e inteligencia, oficio y honradez intelectual, y que está –desde hace mucho– empeñada en que México consiga ser un país mejor.
Notas:
[1] Fabienne Bradu: «Tina», Vuelta 193 (1992): 44–45.
[2] Bradu se ve obligada a aclarar que «por supuesto, no hay pruebas fehacientes ni en un caso ni en el otro, y Cacucci se limita a sugerir coincidencias, sembrando así una duda tal vez incomprobable y hasta la fecha incomprobada». Lo que la autora de la reseña no explica es cómo esa duda incomprobada que alienta Cacucci puede ser mucho más cercana a la verdad que el tratamiento del tema en Tinísima, por qué la actitud del biógrafo italiano lo hace más riguroso. Tales objeciones merecen, cuando menos, la sospecha de una lectura crítica no sólo interesada, sino malintencionada.
[3] Entrevista con Amalia Rivera, Doble Jornada, suplemento de La Jornada, México, 4 de enero de 1992, p. 8.
[4] Adela Salinas Salinas: «Los ojos que Elena Poniatowska tiene escondidos», Revista de la Universidad de México 494 (1992): 54–55.
[5] Mildred Constantine: Tina Modotti: una vida frágil. Trad. De Flora Bottom Burlá. México, Fondo de Cultura Económica, La Habana, 1979 [1975], y Christiane Barckhausen-Canale, Verdad y leyenda de Tina Modotti. Casa de las Américas, 1989.
[6] «Biografía y ficción: el desafío de Tinísima», Casa de las Américas, 195, La Habana, 1994: 129–133.
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