Por Fernando Rodríguez Bianchi / Entrevista con La Tizza
Hay mil formas de encontrarnos. Ya otra cosa es conocernos y caminar juntos. Hace unos años ya que andamos juntos. Nos juntamos por la política y la literatura. ¡Como si esas chicas rebeldes caminaran separadas! De este argentino, «aplatanado» en Cuba, sentimos más de una vez «Los olores del cuerpo», como escribió el poeta Bladimir Zamora.
La Tizza conversa con Fernando Rodríguez Bianchi, quien se define como:
Fernando Rodríguez Bianchi (FRB): Mala persona. Siempre es mejor avisar, así después no hay reclamos. Me han dicho que soy músico. Y no. Para eso debería tocar todos los días. Tocar un instrumento no implica ser músico del mismo modo que actuar no te convierte en actor. ¿Escritor? Más cerca. No existe un día en que no intente escribir. Aunque sólo cuando pase unos quince o veinte años más dedicándome quizá sí me atreva a decir «soy escritor». Pero eso tampoco es algo que deba pronunciar uno.
Cuando hace algún tiempo me tocó escribir una reseña para la revista Anfibia, delegué la tarea acerca de quién soy y después me arrepentí. El modo en que me narraron, los rasgos y pinceladas elegidas para describirme… en ese entonces alguien tomó las riendas de mi personalidad y mintió, declaró que el motivo por el cual me fui a vivir a Cuba fue por una mujer. Falso. Quizá el periodista quiso divertir, eso sucede. Llegué a una mujer, sí, pero esa mujer era un país. ¿Qué mujer no lo es? Era una isla. Muchas islas dentro de la isla. Como libros.
Ahora, si me preguntas qué o quién soy… Me resulta imposible decir quién soy. Nos buscamos en sueños. Y al hacerlo, jamás estamos solos ni solas. Soy quienes me rodean. Me debo siempre a los y las demás. «Rico es quien tiene relaciones humanas», escribió cierta vez Rigoberta Menchú. Soy los árboles sembrados y los perros alrededor de mi padre allá lejos en un campo que ya no existe. Soy el pueblo donde nací y no su cementerio. Allí, en ese pueblo de viento y sol frío, en el cementerio donde descansa mi padre y a donde desde su entierro nunca más volví, también estoy. Jamás sabemos los lugares donde vamos a habitar. Somos también lo impredecible y no planificado, eso es maravilloso. Mi viejo fue el hombre que más amé en el mundo y ni siquiera sé dónde está enterrado. Y ahora mismo, al evocarlo, me pican los ojos. Como si me hubiese entrado pasto revolcándome con los perros. Soy eso. El caballo que él me regaló y el arroyo donde iba solo a pescar de niño. El primer casete de Sting cuando tenía seis años, los de Queen y Héndrix antes de cumplir los diez, junto con el de Gardel y Los Andariegos. Cajones en casa llenos de casetes y discos, bibliotecas y libros por el suelo y la televisión en un cuarto aparte. Jamás en el comedor.
De todos modos, creo más en quien soy allá lejos con mi madre leyéndome cada noche sentada a orillas de la cama. Por la mañana nos despertaba entonando canciones, levantaba las persianas. Luz y canto eran una misma melodía. Quizá por eso me despierte de buen humor, optimista y erecto. Y por eso también les huyo a las personas con mal humor, ese lujo un tanto histérico porque sí, por si acaso, por las dudas que se dan muchas personas, quizá, porque nunca les sucedió nada verdaderamente grave. Soy mi madre hablando con las plantas, haciendo aparecer flores, cantando en el patio. Hoy mi vieja canta en el patio.
Soy el haberme ido a pasar mi último cumpleaños a solas con ella a la provincia argentina de Jujuy, en la frontera con Bolivia, y reírnos con dientes de caballo, sus ojos cerrados al sol y al viento en la cima de un cerro de siete colores, tomando vino del pico de una botella, brillante como una yegua de cristal bajo el rayo de la luna. Eso soy, incluso, antes de ser. Soy Omairy, la enorme mujer actual que me acompaña y permite vivir en Cuba, acaricia y serena hoy, que es toda la vida. Ambos sabemos que somos de distintos países y nadie sabe nunca de mañana.
Nací y me criaron en Benito Juárez, un pueblo más cerca de la provincia de La Pampa que de la ciudad de «Malos Aires», como escribió Darío Keiffer. Será curioso o sistémico, pero en Cuba, más que en mi pueblo, he encontrado más personas con idea de quién fue Benito Juárez. Sin contar un libro de poemas, tengo dos libros escritos y estoy a mitad de una novela, una novela sobre la muerte de dos menores en el pueblo donde nací. Un pueblo de muchachas verdes y niños en bicicleta detrás del sol. Tierra y viento.
La muerte de los chicos mencionada con antelación sucedió hace cuatro años, no hay responsables, y la impunidad siempre genera ficción, múltiples versiones: a los chicos los mató la policía, a los chicos los mandaron a matar, los atropelló un camión… Argentina es un país policial. Sólo en lo que va de año hay más mujeres asesinadas que días transcurridos, y de las últimas cinco mujeres, tres, fueron asesinadas por parejas o exparejas vinculadas a las fuerzas de seguridad, policías o expolicías.
A nadie se le ocurre en Cuba que aparezcan dos chicos de catorce y quince años muertos y haya sido la policía. En Argentina sí. En Argentina no existe un decreto 349 — para que luego no se diga que no hablamos de eso — , como tampoco existe el asedio exterior que existe desde Estados Unidos y Europa hacia Cuba, ¿lo vamos a negar? Y esto habla de cuán extranjerizada está la Argentina. Ya lo sabemos. Cuando te entregas, dejan de darte palos burdamente. Los datos no son metafóricos. Durante la pandemia la policía asesinó en Argentina casi noventa personas. Y esto no es poesía ni es relativo. No es un «te matan las ideas brother». Eso suena bien, tiene tono. Pero las ideas, ya lo sabemos, no se matan. Que te maten es que alguien te quite la vida.
Yo no extraño mi país, su realidad. Yo extraño a mi madre que es mi compañera, mis hermanos y amistades. En Argentina la dimensión de amistad es enorme, algo que no coincide con el proyecto de país forjado. En Argentina la amistad, uno que conoce ambos países, tiene mucha fuerza. Las reuniones, las juntadas, la música. En Argentina no se le dice amigo a alguien y se pasa cuatro meses sin verlo teniendo un transporte que se demora media hora en llevarte hasta su casa. La amistad en Argentina es sanguínea. Con los amigos uno se junta, se visita muchísimo. Después sí, sucede que en Argentina te falla el proyecto político y cultural. Porque esa dimensión de amistad, esa dimensión afectiva no se traduce en un proyecto social más amplio. Pero ahí ya estaríamos hablando de otro tema que es el proyecto de país, el modo en que se construyó el Estado.
En Argentina trabajé y aún trabajo desde Cuba como corrector y editor de textos educativos. Toco un instrumento boliviano, el charango. Es poco conocido, forma parte de la colonización y la invasión cultural. Soy graduado del Centro de Formación Literaria «Onelio Jorge Cardoso». ¿Ves? No podría decir «soy esto». Di clases en la facultad de periodismo en Argentina, en la cátedra de Comunicación/Educación. Estudié el Profesorado en Comunicación. Pasé la universidad trabajando por la mañana en una telefónica y cursando las materias por la tarde-noche. Y sólo por curiosidad y aprender un poco más, cursé materias de la orientación periodismo que no necesitaba para graduarme, como por ejemplo Gráfica III, materia que muchas personas que eligen la orientación periodismo esquivan. Yo no elegí la orientación periodismo, elegí la orientación profesorado. Pero en Argentina, en la ciudad de La Plata donde me fui a estudiar, ambas orientaciones comparten veintitrés materias. Más tarde se elige la especialidad. Yo quería ser periodista hasta que cursé la materia Comunicación/Educación y conocí a Jorge Huergo, el titular de la cátedra donde luego terminé dando clases. Jorge falleció, y no parece. Me cambió el rumbo, como en Cuba me cambió el rumbo haber pasado por la persona de Eduardo Heras León. Jamás somos los y las mismas después de transitar por un espacio de formación — imagínate si después de vivir seis años en Cuba puedo ser el mismo de cuando me fui de Argentina — .
Sin embargo, jamás me definiría en torno a un título universitario, aunque sea lo que a quienes tuvimos la oportunidad de estudiar nos salte primero a la boca. Resulta quizá un poco fácil, me parece, además de soberbio. ¿Cómo se definen quienes quisieron y no pudieron ir a la universidad? ¿Y los sueños, y lo irrealizado? ¿Y nuestros miedos? Nuestros miedos nos constituyen tanto como nuestro mar de alegrías, nuestro océano de frustraciones. En Argentina son varios pares de millones quienes desean y no pueden estudiar. Sin una madre, un padre que te empuje económicamente, sin un Estado que garantice universidad gratuita, es muy difícil. Es mezquino creer que las cosas las hacemos solos. Nadie se educa solo. Siquiera en el sexo, la literatura o en el feminismo, nadie se educa solo. Hay alguien que empuja, una fuerza intencional. Siempre alguien te educa. La meritocracia existe y, por lo general, es una bandera levantada por quienes ya se llevaron lo suyo. Niega que no es lo mismo un gobierno abriendo puertas que clausurando puertas. Pero sucede: cuando me va bien, el mérito es mío. Cuando me va mal, la culpa es del Estado.
He vendido rifas con diecisiete años. Fabricado y vendido cerámica. Separado chatarra con gitanos. He sido cartero en Argentina y mensajero en Cuba, impartido clases a sueldo y ad honorem ya graduado. He trabajado para una consultora. Jamás dije: de esto no trabajo. En Cuba, en el municipio de Alamar, donde durante los 70’ y 80’ iban a parar los refugiados de las dictaduras argentina, chilena y uruguaya, trabajé como agricultor. En Alamar tuve la fortuna de conocer ex-integrantes del ELN, con quienes aún tengo vínculo. Personas soñadoras, nobles, desprendidas de lo material. Amantes de la justicia como sea. Hombres y mujeres jugados de verdad con quienes salíamos por escuelas a brindar conversatorios sobre la vida de Camilo Torres, el cura asesinado en Colombia.
Resulta imposible crear literatura si estoy rodeado de afectos o personas tóxicas. No puedo. Y es curioso, en mi caso, al momento de escribir, la raíz de cualquier relato o cuento nace de un principio periodístico: jamás escribir sobre lo que no se conoce. A uno tiene que haberle pasado, estar ahí.
Soy curioso, y el curioso es buceador. No del pasado, no del futuro. El curioso no sabe de qué. Existe un mar y en el fondo, púrpura, un corcel afiebrado, desnudo y sin montura. Sólo que la curiosidad es como la poesía o la riqueza de lenguaje al momento de escribir prosa. Es necesario colocarle las riendas. Sin curiosidad es imposible crear. Escribir. Reescribir. Cuba para mí fue reescribirme. Volver a leer, corregir, es un ejercicio tan necesario como recordar. Es volver sobre uno, que ya no es el mismo.
Volviendo. Jamás publiqué un libro. Hay quien publica el único libro que escribe y no escribe más. También está lleno de escritores que no escriben. Una fuerza interna y otra extraña mantiene mis dos o tres libros en el anonimato. Hace ya un tiempo Diana, la hermosa persona de Diana Lio Busquet, Directora de la Casa Editorial Abril, leyó uno de mis cuentos en la revista El Caimán Barbudo y me llamó a ver si quería publicar un libro. Esto fue hace más de dos años. Y el pasado diciembre falleció. Guardo un secreto de nuestra conversación. Fue cuando le pregunté por qué le interesaba publicar un libro con mis cuentos. Ahora y aquí no importa, pues ella no está.
Roto y descosido, entre las páginas de aquella mañana, guardo el manual de técnicas narrativas del Centro literario «Onelio Jorge Cardoso», compilado por Eduardo Heras León. Director del Centro, premio nacional de literatura, miliciano en Playa Girón. Tuve la fortuna de tenerlo como profesor. Dos balas en los ojos: el saber y la humildad. Una bala en la lengua: su ternura.
El amor, la vida y la muerte, son una trilogía típica de la literatura universal que nunca se gasta. Diana me regaló ese libro, y el verano pasado me subí a un transporte en Argentina rumbo a la embajada de Cuba. Iba camino a tramitar un divorcio y me tocó el asiento ocho. Como el transporte venía semivacío me cambié de asiento. Me fui hacia atrás. Quería terminar un cuento llamado Hombres, donde se narra la noche en que una vecina me tocó el timbre y al abrir la puerta no la reconocí. Su pareja, un abogado cocainómano, le había desfigurado a golpes hasta fracturarle el maxilar. Siempre sucede lo mismo, cuando uno se encuentra a mitad de camino en la escritura de un texto, desde que uno se levanta hasta que se acuesta, hagas lo que hagas, tu mente no piensa más que en terminar de tejer ese texto. Como si ese texto fuera un abrigo y luego de quitártelo de encima pudieras respirar mejor. Déjame decirte que si esto te sucede, si abres los ojos y aquello es en lo primero que piensas; si te acuestas a las tres de la mañana teniéndote que levantar a las ocho y de pronto vuelves a encender la luz para anotar desde la cama aquella línea o esas cuatro palabras que consideras pueden alumbrar más intensamente un párrafo de tu historia, entonces puedes declarar que tienes una relación con la literatura. De lo contrario no la tienes. Si no te escapas de la casa de alguien deseoso de leer, escribir o corregir, si no sientes que encontrarte con ese libro o ese texto puede ser más importante que hablar con algunas personas, entonces no amas lo que haces. Antes de la literatura yo no evaluaba si conversar con una persona era más o menos rico que leer dos páginas. Muchas personas te quitan tiempo, las redes te parecen una pérdida de tiempo. Se trata del amor y se trata de la edad: uno no regala su tiempo a cualquiera. Amar es dedicar tiempo, ser disciplinado.
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Te contaba que entonces fui hacia atrás, en busca de silencio. Abrí la computadora, coloqué el manual de técnicas narrativas que me había regalado Diana en el asiento de acompañante, y a la media hora el transporte volcó. Entre los ocho pasajeros fallecidos había un niño de tres años y las dos mujeres que antes de cambiarme de asiento iban delante de mí. ¿Qué hubiera sucedido de no haberme cambiado de asiento para terminar una historia? No lo sé. Yo creo que me salvó la literatura. Me fui hacia atrás porque quería escribir, el transporte volcó, y quienes estaban delante de mí fallecieron. Con el ómnibus de costado salí por una ventanilla, puse los pies en la tierra, y lo primero inconsciente fue ¡la máquina, la historia la perdí! Y al segundo: ¡la gente! Volví a entrar, vi personas moviéndose aún y muertas segundos después, rompimos con otra mujer el vidrio trasero para facilitar la salida, y cuando volví a salir la escena era la de un estallido producido por una explosión. No tiene sentido describir. Sólo mencionar que de allí salió otro cuento. Se llama Accidente, y donde el accidente fatal no es en el transporte, sino el haber conocido a una persona que en lugar de facilitarme las cosas se empecinó en complicarlas.
Eduardo Heras León siempre nos habló de que las buenas historias cargan con dos historias. Una, viaja por arriba; la otra, transcurre por debajo.
Yo no voy a decir que Accidente sea una buena historia. Eso no puedo decirlo yo. Está narrada en tercera persona, no en primera como sucedió, y el accidente lo tiene una mujer. Eso me permitió distanciarme del hecho. De no haber pensado en la técnica narrativa o en la intencionalidad, el tono de que quería inyectar el relato, me hubiera ganado el yo, y la historia, entonces, estaría narrada en primera persona. No viene al caso. Cuento esto para dar una idea de mi relación con la literatura. El vuelco me sorprendió escribiendo una historia, y del vuelco salió otra historia. Maravilloso. De eso se trata escribir. Y esta idea no es mía, es de Raúl Aguiar. Él también fue mi profesor y lo es aún hoy. Un tipo que no para de enseñar y aportar. Me recuerda mi primer profesor de música en Argentina, Hugo Cardona, de la provincia de Jujuy, en la frontera con Bolivia. Él nació en un pueblito llamado Maimará. En el idioma Aymara significa «Estrella sobre el cielo». Se trata de esas personas que nada se guardan, todo lo brindan y por eso tienen el don de la humildad, la humildad de los grandes. «La persona que escribe tiene un enanito todo el tiempo en el hombro que ve, que escucha, que no para de elucubrar historias de cuanto ve y escucha.»
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Ahora mira cómo son las cosas, lo importante que es la comunicación de la emoción tanto en la literatura como en las personas. A mi profesor de artes marciales en Cuba, Frank Casón, a él lo he escuchado decir frases que sirven al momento de escribir.
«Humildad, trabajen en silencio». «Trabajo y disciplina, caballeros». «Entrenas, tienes resultados. No entrenas, no tienes resultados». «No te preocupes, ocúpate». «Yo no quiero veinte golpes que no sirvan, prefiero cuatro efectivos». Palabras que me parece que sirven también para el arte o la estrategia política — que debe ser un arte pues de lo contrario no es política — .
Y también hoy soy esto. Soy el grupo de San-Da, boxeo chino del Municipio Regla. Un grupo humilde, potente y callado. Con fuerza interna y externa. Control, equilibrio. Disciplina. Frank mismo es un padre para mí. Cuando he tenido un problema: «Sal de ahí. Vete, antes de que crezca». Frases muy útiles incluso para las relaciones de pareja. «Vete, antes de que el problema crezca». «Quédate callado, aunque a veces estés convencido que tienes razón».
Pero te contaba de mis relatos. Cada uno de ellos guarda un principio periodístico. La raíz siempre real. Sucedió. Luego, el lenguaje y la imaginación le inyectan elementos fantásticos. Pero en la raíz, el centro, siempre es real. Y por eso ciertos temas de lo real, y esto mismo ahora que sucede con el periodismo en Cuba me afecta. Estudié en la facultad de comunicación. He escrito en revistas como Marcha y Anfibia en Argentina. Por eso lo acontecido en Cuba desde noviembre hasta acá, observando el debate actual en torno al periodismo independiente, quisiera mencionar algunas cosas. ¿Puedo?
La Tizza: Ahora no, disculpa. Eres un argentino que puso proa a Cuba. Llama la atención que ese «viaje» no se dio tras el telúrico parteaguas que fue enero de 1959 o el exilio para la vida que impusieron las dictaduras militares latinoamericanas, en este caso la Argentina. Llegaste a Cuba en los 2000. ¿Por qué Cuba? ¿Qué caminos te condujeron a ella? ¿Qué busca(ba)s? ¿Qué encuentras?
FRB: ¿Por qué Cuba?, quizá eso forme parte también de quién es uno. Podría decir que, si te vas, dime dónde vas y te diré quién eres. Pero esto no es así. De Cuba se ha ido gente queriendo quedarse. Sabemos que para vivir en Cuba no puedes ser cómodo. Cuba es una y es diferente. Una diferencia que creo, observando desde lejos el país donde nací, debería cuidarse más. Tan distinta como imposible de explicar. Y los distintos, las personas distintas, siempre sufren.
Me enamoró de Cuba la sociabilidad, existe mucha salud mental aún en Cuba, sobre todo en los adultos mayores, que son quienes más bebieron de las décadas del 60’ y el 70’. Y por eso conservo una amistad con el grupo de alumnos y alumnas de la universidad del adulto mayor, allá en el Taller de Transformación Cultural del Barrio, en el barrio de Alamar donde viví cerca de dos años. Allí armamos un taller de poesía y luego quedó el vínculo, la amistad y la poesía. Creo son una misma palabra.
Son generaciones que están alejadas del fenómeno actual que creo sucede con generaciones más jóvenes en Cuba y es lógico, el mundo es así, el mundo allá afuera no es resultado del proyecto revolucionario cubano… y yo prefiero a éste último. Decía, en un país donde las mayorías acceden a espacios en los que en otros países jamás les permitirían poner un pie — un marginal montado en el transporte público que nos obliga a taparnos la nariz, una butaca sucia en el cine que nos molesta cómo huele porque «entra y se sienta cualquiera», en un país donde muchas cosas son de muchos, tiene también mucho valor lo propio, lo que es solamente mío — .
Pero esto es el mundo, no se le puede endilgar al proyecto socialista ésta idea de propiedad. A Cuba muchas veces, incluso militancias socialistas de otros países, le hacen preguntas que no se hacen a ellos mismos. Es hipócrita acusarle al otro un recibo que no eres capaz de pagar en tu vida cotidiana. No le pidas a Cuba que sea siempre la desinteresada y generosa. Sé tú así.
Lo real, y no lo ficticio, fue que en el primer viaje llegué a Cuba a pasar veinte días, me hospedé en el Centro Martin Luther King y yo no sabía, pero a la mañana siguiente comenzaba allí un curso de formación, de Educación Popular. En ese momento en Argentina era integrante de una organización, el Frente Popular Darío Santillán. Daba clases en la universidad, clases que dejé para dedicarle más tiempo a la organización. En una organización o partido, el trabajo territorial son dos o tres días a la semana. Te come. Yo no tenía siquiera pareja. Incluso dejé hasta de dar clases en la universidad para dedicarle más tiempo al trabajo de la organización en el barrio. Hoy, seguro, lo haría de otro modo. Pero no era una apuesta personal, era una estructura organizativa. El trabajo territorial no son publicaciones en las redes. Es invisible. En Argentina, en Cuba hay miles y miles de personas en el anonimato luchando por sacar el país adelante. Por eso hay que rascar a ver qué hay detrás de las publicaciones en las redes. Cuál es el sujeto por el que supuestamente se lucha. Las redes hoy son innegables, pero vistos los sucesos de noviembre en Cuba, uno veía desde el principio que mucho de lo publicado eran descargas. Personas sueltas sin ningún trabajo real con personas. Y por eso al principio golpean y luego se debilitan. Porque todo es tiempo. Todo lleva tiempo y trabajo. Los acumulados virtuales, son muy tramposos. Hoy las redes te dan la falsa idea de participación y también de poder. En el arte mismo hay una falsa noción en cuanto a eso. Cuando, en realidad, uno no va a mejorar su escritura estando más tiempo en las redes. Falso. ¿Qué hay información? Sí, claro. Pero la información no puede confundirse con la formación. Que las personas estén informadas sobre procesos y sucesos no significa que se encuentren en condiciones organizativas en relación con esos sucesos.
Pero bueno, fue durante esa semana en el curso del Centro Martin Luther King que conocí gente que me ofreció quedarme en Cuba. Entonces volví. Abandoné los trabajos, la organización que un año después se partió en dos, conformándose así el Frente Patria Grande, dejé mis ocho perros con mi familia y amigos, perros con los que vivía desde hacía quince años y jamás creí me iba a poder desprender. De hecho, hoy no existe un día que no me acuerde de alguno, a pesar de haberse ido, siempre me acompañan.
Ya esta segunda vez, cuando llegué al aeropuerto fue con trabajo fijo y lugar de residencia. En el aeropuerto me esperaba un auto, pasamos por el Canal Educativo a buscar unos músicos acabados de salir al aire, y viajamos dos horas de noche hasta la Ciénaga de Zapata, en la provincia de Matanzas, cerca de Playa Girón, donde está el Conjunto artístico Korimakao. Que mi tarea era trabajar con la comunidad. Pero no sabía en verdad dónde estaba cuando llegué ni tampoco cuando levanté al otro día. Fue como escribir, eso de tener que ver las cosas como la primera vez. Desarmar y volver a armar. De hecho, en el Korimakao me tomé la tarea de recuperar una sala y armar una biblioteca. No sé si existirá. Los textos que uno escribe son como si no existieran. Es amar y continuar. Pero jamás olvidar. Somos arrecifes. Una capa sobre otra capa.
Yo aprendí a desprenderme. Del consumo, por ejemplo. De los objetos. Pero no de mis afectos. Y a medida que crezco me persiguen más. La sonrisa de mi madre es así, muy desprendida. Se cuelga de cualquier situación y eso la convierte en hermosa, en libre. Por eso pronunciar quién soy no me resulta fácil. Las definiciones siempre son cerradas, estáticas. Igual a las etiquetas. La identidad, en cambio, es abierta, múltiple y contradictoria: es más humana. Facebook, es completamente lo contrario. En líneas anteriores por ejemplo soy mi madre. En la siguiente ya no.
Entonces, te contaba, regresé a Cuba. No por el mar, yo conocí Varadero después de tres años de vivir en Cuba. Porque siempre que iba con mi pareja de entonces para la provincia de Matanzas, donde está Varadero, nos quedábamos allí. Íbamos a ver teatro, El teatro de las Estaciones y El Portazo. Personas de una fraternidad… mucha calidad humana, artística. Allí visitábamos amigos que ahora están en Miami, gente espléndida. Pero viajábamos a Matanzas a ver teatro, no a la playa. El Centro literario «Onelio Jorge Cardoso», y eso de ir a ver teatro, una, dos, hasta tres veces a la semana, cambió mi escritura. Estudiar y ver. Porque cuando se escribe el lector tiene que poder ver. Y por eso, lo mal o bien que pueda escribir, se lo debo primero a mi familia, después a Cuba. Otra vez: nadie se educa solo.
A mí de Cuba me enamoró el proyecto social, cultural, político. No es posible desprender el proyecto social y cultural del proyecto político. Son su invención. El placer, el dolor, en diferentes países, jamás son idénticos. Tampoco los deseos. En Cuba, muchas de las cosas por las que en Argentina las organizaciones y partidos luchan están resueltas. No perfectas, porque no son invenciones angelicales. Resueltas. Cosas básicas.
Nosotros y nosotras en Argentina, por ejemplo, en la organización, el Frente Darío Santillán, nos vimos en la tarea de construir una escuela, barrios en Argentina donde no existe una escuela y donde allí mismo la policía te mata un alumno, o te viola una alumna por ser transexual. Armar una radio, fabricar los pies de micrófonos con restos de sillas soldadas, constituir grupos de chicos para después armar programas y que en mitad de un programa entre un vecino al estudio soplando una bolsa de pegamento, y lejos de paralizarte tener que improvisarle un lugar, que hable sus siete palabras cayéndoseles las babas… antes de irme a vivir a Cuba yo habitaba lugares así y no me olvido. Tengo afectos, memorias en lugares así. Allí, los chicos con quienes armamos la radio comunitaria me eligieron director. Lo fui por poco tiempo. Hasta que el contexto se la tragó. La robaron dos veces, y la segunda los chicos y chicas ya no quisieron volver a armarla. Tranquilamente puedes vivir en Argentina y hacer de cuenta que esos territorios no existen. Pero están allí, a quince minutos del centro, de los autos último modelo y el local de MacDonalds. Puedes hacerte el distraído, pero eso está allí. Por eso todo depende de las referencias, qué referencias tú tienes en la mente al momento de crear o criticar estrategias de intervención en la realidad.
Sucede que en Cuba la escuela y el hospital no se comen. No puedes hablarle a los y las cubanas de salud y educación porque cuando estás todo el año allí, ese no es el problema. Incluso a mí mismo me sucede, después de vivir años en Cuba estas cosas se invisibilizan. Hasta que regreso a Argentina. Niños en los semáforos. No es broma. Y eso, es un proyecto político. En Cuba la pandemia fue y es dura de verdad, tener que hacer dos horas de cola para comprar un pollo… en Argentina nadie te aguantaría eso, decirle a tu pareja voy a ver qué encuentro. No es «voy a buscar huevos, mayonesa, una coca-cola y carne para unas milanesas». Olvídense de eso. En Cuba es «voy a ver qué encuentro». Y dale, empieza a caminar bajo el sol. Cuba no es para cómodos. Pero es en Argentina donde hay desnutrición infantil.
Cuando visito a Argentina existen personas que te preguntan por la pobreza en Cuba y tú dices, ¿pero dónde viven estas personas? En un frasco. Yo, que conozco ambos países, sé que en Argentina hay más miseria. Muchísima más. Y más violencia en sus múltiples versiones. Sólo que en Cuba está allí, a la vista. En Argentina, miramos para otro lado. Nos negamos a nosotros mismos. Forma parte de la perversión. Se te mueren chicos por causas vinculadas a la pobreza y hablas de Cuba, hablamos de Cuba en pandemia cuando se disparan los casos. No hablamos de sus cien millones de dosis de vacunas, vacunas para inmunizar diez veces su población. Por eso los análisis comparativos no funcionan. Porque tú tienes que vivir en un lugar cada día. Nadie le puede hacer el cuento a los cubanos.
Y yo con eso intento ser cuidadoso. No vivo haciendo publicaciones, creo que la mejor propaganda que le puedo hacer a Cuba es vivir aquí, mi cuerpo como una bandera. Regresar allí. Y, al mismo tiempo, cuidado con las victimizaciones. En Cuba quienes la pasan mal de verdad, no tienen voz en las redes. En Argentina, uno conoce mucha gente que la pasa peor. Mucho peor. Y por eso creo otra cosa, no se debe aislar a la Isla, como si el mundo no existiera. Existen en Cuba falsas lecturas en cuanto a las relaciones con el contexto internacional. También idealizaciones acerca de cómo se vive allá afuera. ¿Afuera quién? ¿Dónde?
La Tizza: En La Tizza hemos publicado varios de tus cuentos. Pasaste por el Centro de Formación Literaria «Onelio Jorge Cardoso», ganaste el César Galiano…
FRB: Sí, aunque prefiero no hablar de eso. Mira, en las entrevistas hay quien hace las preguntas que quiere. Bueno, yo contesto también lo que quiero. No quiero hablar ni de ese ni de aquel otro premio que me permitió vivir durante más de un año en Cuba y en ese mismo año visitar dos veces Argentina. Llevarme el César Galeano — detesto la frase «soy el ganador de», «me acaban de declarar ganadora…» pues jamás esas personas declaran a cuántos concursos y certámenes se presentaron y no los eligieron. ¿Perdiste? — . Sin el Centro literario «Onelio Jorge Cardoso», sin la fuerza pedagógica de Eduardo Heras León, Raúl Aguiar, Sergio Acevedo e Ivón Galeano no hubiera podido mejorar mi escritura. En Argentina no existe un Centro Onelio, tampoco en Chile ni Perú. Yo prefiero no hablar de un premio. Tampoco de otro. Considero que el mayor premio es el de la inquietud, los deseos de escribir cuando se tienen. Levantarme y acostarme pensando qué leí hoy, cuántas líneas escribí o corregí, es el mejor premio que alguien que escribe puede tener. Tiempo. Tener tiempo y una mirada del mundo que no se parezca a ninguna. Y para eso se necesita soledad. Ser fiel a la literatura significa escribir más allá de la posibilidad de un premio. De hecho, debería dedicarme más a eso. A los concursos. Pero es una trampa, hay quienes se frustran.
Pensar en un premio es tan abstracto como pretender escribir para un tipo de lector. Creo, además, que tanto en la música como en la literatura existen quienes crean parados en otra época, no pertenecen a la época en que se los juzga y entonces jamás son premiados; mujeres y hombres que no son de esta época. Los premios tienen mucho de lo epocal, además de un jurado que coincide. No digo que el premio no sea necesario pues la literatura no funciona por internet, tampoco tiene un escenario como la música o el teatro. El premio es una oportunidad, por cierto, muy valiosa. Pero también una trampa. No siempre los premiados son los más potentes. Es un juego, hay mucho de azar. Antes, está el trabajo. Porque nada se escribe solo. Rayuela no fue primer premio Casa de las Américas, y del libro que ganó y se llevó el primer premio, ¿quién se acuerda? Nadie. Sumemos a eso los concursos publicados por las editoriales. Cuando una editorial publica las bases de un concurso, jamás se lo lleva un desconocido. Ya el nombre está elegido. Forma parte del negocio. Y a eso, sumemos la línea ideológica.
En Cuba, por ejemplo, hay concursos a la disidencia, subvencionados desde el exterior, que jamás entregarían un premio a un artículo acerca de cómo desde que en el 91’se instaló El Plan Colombia se han asesinado cientos de miles de mujeres, hombres y niños, hay medio millón de desplazados, trece bases militares norteamericanas y se triplicó la exportación de cocaína. ¿Nos vamos a engañar? El gobierno en Cuba censura la prensa, sí. Y eso lo padecemos todos. Lo que sí creo es que la censura a la prensa debería combatirse con más creatividad. Las noticias que se publican en medios pagados desde el exterior encuentran espacio por el vacío que dejan los medios estatales. Dime si en otra parte del mundo un grupo de esos periodistas — no todos y todas — estarían empleados en medios serios. Es más, deberían agradecer a la Revolución. Existen gracias a ella. Personas que odian la Revolución pero la Revolución les hizo incluso un favor: la posibilidad de escribir en contra de la Revolución. Que sin la misma Revolución no existirían, en otro país pasarían desapercibidos, incluso en las redes — reitero, no me refiero a todos y todas — . En Facebook sí, en ese hermoso carnaval de vanidades, claro que sí. Pero, además, algunos se victimizan. Hay cierta esquizofrenia en esto. Hay quienes saltan felices cuando reciben una citación de la torpe Seguridad del Estado porque saben, jamás su vida corre verdadero peligro y es lamentable. Un luchador de verdad, jamás se victimiza. Periodistas publicando el Informe Bachelet contra Venezuela el mismo año en que 2.500 personas resultaron heridas por la policía chilena y de las cuales el 30 por ciento tiene el globo ocular estallado. Treinta y cuatro asesinados por la policía. Cualquier cosa da lo mismo. Parece haber más cubaneo que cubanía. Pero, ¿se olvidan, o no quieren saber? Es necesario recordarlo: el mismo año en que Barack Obama destinó más de un millón de dólares para la reparación de la cárcel de Guantánamo, el gobierno del «tonto» de Nicolás Maduro ayudó a reparar más de 800 viviendas en Cuba luego del paso de un ciclón.
Es muy ridículo y resulta una pena, porque existe un periodismo crítico/constructivo que nunca podrá encontrar su espacio mientras haya personas que confunden libertad de prensa con libertad de empresa, periodismo literario, periodismo a secas o literatura con mercancía. Que están parados y paradas nada más que en su ego sin respetar los esfuerzos ni el trabajo de nadie.
Que tú ves hacia dónde están enfocados, puedes ver su horizonte político. Por eso, un debate acerca de la libertad de prensa en Cuba implicaría — entre otros puntos que podemos conversarlos en otro momento — , abordar esta dimensión.
Los medios no reflejan la realidad, la construyen. Pero sucede que la televisión en Cuba no coincide con lo que sucede en la calle. Y como los vacíos no existen, los vacíos siempre son ocupados. En Cuba los medios pagos dejarían de existir en gran parte con una televisión y una pantalla más crítica. Las malas noticias, creo, serían la mejor autocrítica. Nadie crece ni mejora sin capacidad autocrítica. Los medios de comunicación no reflejan la realidad, ya lo sabemos. La construyen. Y si miramos los sucesos de noviembre hacia acá, verás en el modo en que se ordenó e impuso el concepto de comunicación, un punto no menor del problema. No es plausible que en Cuba las personas enciendan el televisor y no vean lo que ven cuando salen a la calle. Y quien no reconozca esto, seguirá apuntando goles en contra. El problema se evade, pero no se resuelve. Mientras, produce beneficios. Beneficios materiales y culturales que se reproducen bajo lógicas muy perversas; lógicas que no ayudan a saber quiénes somos, no nos permiten reconocernos a nosotros mismos y reconocer al otro porque niega nuestra identidad, nuestras narrativas. ¿Narramos o somos narrados? ¿Ves? La literatura está en todas partes. Ojo, existen líneas editoriales y medios que mercantilizan, compran a las personas. Pero no debe hacerse un reduccionismo con esto. Las generalizaciones, sobre todo en el campo de la política y el arte, siempre son injustas. La sinceridad, la claridad política es ya otra cosa. Y la mayoría de las veces falla.
La Tizza: ¿Qué representa la literatura para ti? ¿Cómo se relaciona con tu militancia política?
FRB: Y… en los párrafos anteriores fíjate, me preguntaste por un premio y en seguida me fui hacia la dimensión política. Aunque quisiera, no podría fragmentarla. En mi caso odio el arte panfletario. Es fácil pedirle al arte ser un panfleto cuando tú no te dedicas al arte. Pedirles a las personas que cierren sentidos, en lugar de abrirlos. Pero sí creo que el arte sin ideología es una basura. Porque cuando se lee un cuento o una novela, hay una percepción del mundo ahí. No declarada, pero hay una noción de mundo. Imperceptible. Es como la mirada. El brillo o su opacidad nos acompaña donde vamos. Las ideas forman parte de la comunicación de la emoción al momento de escribir. Están allí sin estar.
Los descomprometidos, los despolitizados igual, también cierran sentidos. El «todo está mal», se desliza rápidamente a «Abajo la dictadura». ¿Qué dictadura? Eso es igual al «todo está bien» pero a la inversa. Y la militancia, que yo no la llamaría de ese modo sino «compromiso político», es inseparable en mi caso de la literatura. Nada se mejora solamente con la crítica. Política o literariamente, a quienes se quedan sólo en ésta fase no les presto mucha atención. Personas que destruyen las creaciones ajenas y no crean… no les creo. Cuidado que no me refiero aquí al lector. Me refiero al despiadado.
Porque uno no es palabras, o al menos considero no debería serlo. Y hay personas que son sólo palabras o publicaciones. Ya sabemos que hoy se vive mucho de las posturas.
Pero, por fortuna, hay algo que está claro: ser buen escritor, buen músico o actor, es más fácil que ser buena persona.
Esto se vio en la pandemia y en los sucesos de noviembre, por ejemplo. Tómate el trabajo de preguntarle a cada una de las personas que te rodean en qué tarea estuvieron comprometidas durante la pandemia, a quién le tendieron una mano. No se trata de derecha o izquierda si quieres. Se trata de humanidad. Pregunta. Yo no comparto esa posición, en relación a los sucesos de noviembre, de que «no era el momento para hablar de libertad de prensa en un momento donde la gente está buscando qué comer, y no qué comer mañana, como en el Período Especial, sino esta misma noche». Porque los problemas no se resuelven cuando tú los postergas o niegas. Es más, en ocasiones sucede lo contrario.
Existen personas que desde atrás de una pantalla o la impunidad de una computadora hablan de todo, critican todo y no se comprometen con nada. Y no se puede torcer el rumbo de gobierno por esta gente. Criticar debería tener como correlato comprometerse. El crear. Hay muchas personas así. Que no están allí detrás agazapados, tirando nada más que piedras. Es descarado, me parece hasta ridículo.
Hoy existe mucho oportunismo o histeria, no sé, eso de juzgar un proyecto político en su totalidad porque un par de personas — casi siempre hombres — , se comportan de manera bruta. Yo me puse a despotricar contra el socialismo porque alguna vez en Cuba me rechazaron la residencia y tuve que salir del país, casarme con mi pareja. Eso fue alguien detrás de un escritorio poniendo un sello. Más nada. Alguien me dijo entonces «viste, tú que quieres el socialismo». Sí, claro, yo quiero el socialismo para América Latina porque cuando viajas a Perú, Colombia, o las mismas barriadas en Argentina, la pobreza y la violencia es más aguda que en Cuba. El socialismo es un proyecto más genuino para América Latina, más vinculado a la identidad latinoamericana que el capitalismo, que no es más que una modernización del colonialismo. ¿Qué a Cuba le falta? Por supuesto. La Revolución es un proyecto inconcluso, hecho por hombres y mujeres imperfectos como cualquiera, en un contexto internacional que le ha puesto sus mil trabas para fundirlo. Pero creer que Cuba sería salvada por una restauración del capitalismo… Creo que se debe mejorar el socialismo, y al decir esto, estoy afirmando que no es perfecto, es humano.
Mira, hace unos meses invité a una amistad a participar del trabajo que hicimos en La Habana durante la pandemia asistiendo adultos mayores. Su respuesta fue «¿y a ti te parece que yo tengo que ponerme para eso cuando aquí se hizo una Revolución?» Bueno, primero que la Revolución consistió en eso, en hacer, y hacer en condiciones donde no estaba todo bien. Imagino también que en el 60’ se habrá invitado a personas a trabajos voluntarios y su respuesta puede haber sido semejante. Hay una canción de Silvio: «no busques más, alrededor, ustedes son, no busques más, no es el de atrás, ustedes son, no es el de al lado, no, eres tú mismo, sí, el que sonríe bien, el que sabe callar». Segundo, jamás se dijo que llegaba la Revolución y se acababan los problemas. Al contrario, empezaron otros. Y tercero, la Revolución no es algo concluso. Esta idea existió y existe aún en amplios sectores de la izquierda, la idea de que la Revolución es algo a lo que se llega y ya, se terminó. Una idea próxima al concepto de la ineluctabilidad de la historia, de inevitabilidad. De que las cosas no se construyen. De que el poder no se construye. Muy cercana a la idea también de que el poder se toma y ya.
Retornando a los orígenes entonces, porque así empezamos la entrevista y porque, también, saber de dónde venimos nos ayuda a saber a dónde vamos, no me considero argentino.
Me considero latinoamericano. Sudamericano. Suda. Sudaca. De acá. Soy la sangre que me sacan en el banco de sangre de La Habana cada tres meses para alguien que no conozco y entonces, ahora mismo, debo andar por ahí. Me gusta eso de habitar por ahí como sin nombre. Soy mis textos nunca publicados, más que los publicados. Mi nombre en una lista en la embajada de Venezuela en caso de una intervención militar norteamericana en ese país. Los y las voluntarias durante la pandemia para asistir ancianos y ancianas. Si se quiere, marxismo puro en su más sintética expresión: uno es lo que hace.
Sé que la entrevista se hizo larga, pero yo me quedé con deseos de hablar de algo que ustedes no me preguntaron y como a todos y todas que estamos vinculados y vinculadas a la comunicación nos afecta más que al resto.
La Tizza: ¿De qué? ¿De los últimos acontecimientos en Cuba? ¿De las llamadas «redes sociales»? ¿De la comunicación política?…
FRB: Eso, los sucesos de noviembre. ¿Puedo descargar? No he hecho una sola publicación en las redes porque creo en eso, no sólo que Facebook es un carnaval de vanidades, sino que las personas creen estar hablándole al mundo cuando en realidad no se trata más que de un puñado de personas, sumado a que los acuerdos que allí se establecen son transitorios. Es eso de «todo lo sólido se desvanece en el aire». ¿Se asume que las redes sociales son lo sólido? No niego el espacio. De hecho, hago acaso diez, doce publicaciones al año. Pero noviembre me ha atravesado fuerte. Nadie puede negar, vistos los sucesos de noviembre en Cuba, que hay una crisis en la producción, reproducción y apropiación de los discursos sociales. Ya nada es lineal y más nunca lo será. Es un problema semiótico, de símbolos. Y no sólo de semántica, de significado. Es un problema de sintaxis, de reglas que hay que empezar a jugar. Las reglas cambiaron. Pero el debate es el mismo.
La Tizza: Bueno… adelante.
FRB: Creo que es la falta de claridad y sinceridad política de un amplio arco de actores y sectores respecto a definirse políticamente, lo que atrasa gran parte del debate. Un debate debe transitar por un carril explícito en lo político: por más, y mejor socialismo. Y existen sectores donde sucede. Sectores críticos, creativos que hoy están diciendo: el socialismo no es por acá. Y creo que la falta de claridad y sinceridad en el debate de ideas para mejorar las prácticas, por un lado, y el blindaje institucional por otro, permiten censurar y tildar de derecha o de enemigos a personas que de verdad quieren inyectar la realidad y mejorarla; que se encuentran, incluso, a la izquierda de quienes se apropian del concepto de izquierda. Paulo Freire hablaba de crear y recrear el mundo. No se puede ser de izquierda y no ser creador de realidades en el contexto actual.
Y no voy a decir: es complejo. Eso es una muletilla. «Es complejo». Abarca todo sin decir nada. Relativizar para quedar en el aire. Es una frase muy utilizada también por los flotadores, quienes aman no definirse. «Es complejo». En realidad, pronunciar la frase «es complejo», es ridículo. ¿Qué no es complejo? En realidad, es político. Y es un debate político porque es un debate ético, económico. Pedagógico.
La claridad política, la sinceridad ideológica, saldaría el debate obtuso, irreal, que bajo pretensiones de apoliticidad en realidad politiza el debate sin tomar posición ideológica. En este contexto, cualquier debate estará siempre embarazado de infantilismo y pérdida de tiempo. Y mediante la manipuladora y supuesta despolitización de los debates, jamás podrá alcanzarse. Así, gente valiosa es estigmatizada y tildada de lo que no es. Cuando todo da lo mismo, todos pueden ser acusados de lo mismo.
Fijémonos, entonces, el daño que hace la falta de claridad política, de sinceridad y toma de posición. Esto, en Cuba, sucede incluso con personas y grupos dentro del gobierno que dicen ser socialistas y se comportan de modo contrario a los ideales socialistas. Y estos, como los sectores en disputa que niegan su matriz ideológica y esconden sus verdaderas intenciones, traban, entorpecen, retrasan, destruyen. Y sin definición política en Cuba y en cualquier país del mundo esto resulta inviable. No existen gobiernos sin posturas políticas. No lo disfracemos. En Cuba, salvo que niegues la historia y las actuales relaciones internacionales que afectan el mundo y por tanto el país, el debate continúa siendo: ¿socialismo o capitalismo? No estoy diciendo «con la revolución todo contra la revolución nada». Aclaro esto porque, en seguida, se descontextualizan los enunciados. Existe un periodismo que descontextualiza los enunciados o por ignorancia o mala intención, pues quien haya estudiado comunicación social estudió lingüística o semiótica y sabe la diferencia entre «frase» y «enunciado». El enunciado forma parte del contexto de enunciación. Ningún ser humano habla con frases, simples oraciones caídas de la nada. Y así es como en ocasiones se juzga esa frase histórica, sin considerar en qué contexto se pronunció. Y la pregunta es, ¿en qué momento la pronunció? ¿Y qué sucedió luego en América Latina? En Chile, en Uruguay, en Argentina, en Nicaragua, ¿qué pasó? En Argentina la dictadura militar asesinó y desapareció 30 mil personas. Miles de hombres y mujeres vivas arrojadas al mar desde un avión, miles de mujeres violadas, cientos de bebés nacidos en cautiverio, secuestrados. Se privatizaron las empresas. Al día de hoy Argentina se endeudó con el Fondo Monetario Internacional, con sede en los Estados Unidos. Esto no es broma. En el ámbito de la política internacional no se trata con tipos blandos, que te ponen la verdad sobre la mesa. Se trata de todo o nada. Es «su» verdad ante la mesa y di que sí. Di que no: guerra económica, diplomática, y en cuanto te descuides, revólver en la cabeza. Son ámbitos radicales.
Por supuesto, el radicalismo debe ser estratégico. No se puede ser radical en todo ni en cualquier momento. Pero con la defensa de los derechos de la mujer, ¿no debemos ser radicales? Con los derechos de la infancia, ¿no debemos ser radicales? Con la injerencia extranjera y la defensa del país, ¿no debemos ser radicales? José Martí, ¿no era radical? Y así se debe también ser radical frente a la no claridad, la no sinceridad ideológica. En todo caso di, «soy socialista pero no estoy de acuerdo con esto y con esto», pero no seas tibio. No hay peor cosa que el tibio. Nunca sabes dónde juega. Porque existe mucho debate sin sinceridad ideológica. Y la ideología se trata de emociones. Debes ser claro emocionalmente. Y no se trata en este momento de quién es más, menos socialista, o si está dentro o fuera del Partido. Se trata de revivir las ideologías cuando tantos, desde un discurso apolítico, hacen política. Hablan de política. Politizan despolitizando.
Por eso, creo que si no partimos de lo real, por quién te la juegas realmente, te encuentres más a la izquierda o más a la derecha, todo lo demás será ficticio. No seas tibio. No quieras quedar bien con Dios y con el diablo. En situaciones críticas, se acaba la imparcialidad. Es una cobardía, una máscara. Y creo, en relación con los sucesos de noviembre hasta aquí, que no existe el periodismo independiente. Tú me preguntaste por la relación entre literatura y política. Bueno, la literatura en mi caso está vinculada al periodismo. Y creo, porque para todos y todas quienes escribimos y no escribimos existe una problemática que nos atraviesa hoy en Cuba, que el periodismo independiente es una ficción, como lo es la no posición política.
Por conveniencia económica o coincidencia ideológica — y en ocasiones las dos puntas si trabajamos al interior del aparato del Estado — , es imposible declararnos «independientes». Es un descaro. Y en torno a debates cruzados, muchos descarnados por estos días en torno al periodismo, sí: creo que el gobierno en Cuba tendría que permitirse el pago a periodistas como lo hacen agencias y organismos internacionales. Ochenta o cien dólares la nota, doscientos o trescientos dólares al mes. No seamos ni buenos ni malos. Seamos justos. Si yo entrara a un organismo u oficina de gobierno cubano a retirar un cheque de cien dólares la nota, eso, ¿está mal? ¿Y por qué no está mal si lo recibo desde afuera? ¿No es una falta de respeto lo que cobra el periodismo y otras profesiones en Cuba? No se llega a fin de mes. Siquiera a la segunda semana. Bueno, con más razón: un aplauso a quienes no escriben aún por un billete de cien dólares, ¿no? Pues así escribimos literatura el 97 por ciento de quienes escribimos literatura: anónimos en nuestras casas. Otra pila de manifestaciones artísticas lo mismo. ¿Y nos quejamos? ¿Fuimos noticia las y los voluntarios que ayudamos ancianos en la pandemia? No todo tiene un precio. Y en las redes, hay mucho vedetismo. No hay debate que no se banalice en las redes. Sobre todo, dejando a un lado la ética, claro que se puede. De hecho, en un mundo donde todo da lo mismo, es lo que sucede. Poder se puede, ¿cómo no?, pero asume que juegas sucio porque en otros países donde el Estado es menos fuerte, esas mismas agencias colocan dinero no en periodistas disidentes, sino en grupos armados para asesinar personas. Tan simple y duro como eso.
Entonces, que el gobierno de Cuba pague 80 o 100 dólares la nota es el mismo acto, con diferente propósito político. ¿Acaso no existen personas que defienden o justifican el pago desde el exterior con la pregunta ingenua «¿y por qué no se puede?» Bueno, esta es una pregunta típica de la serpiente pacifista — y descargo los cañones porque las serpientes pacifistas descargan cañones detrás de una postura angelical — . Y uno responde sí, poder se puede, claro que puedes, de hecho, lo haces. Pero te estás salvando tú solo. El debate real, serio, acerca de la libertad de expresión en Cuba, no se encauza por allí.
Aclaro que el concepto de serpiente pacifista y otro concepto, el Facebook es un carnaval de vanidades, no son míos. Se los escuché a mi hermano, que es psiquiatra. No estoy salvado por tener un hermano psiquiatra, ojo. Pero sí creo que tanto el Facebook como la serpiente pacifista tienen mucho en común. Personas que hablan desde un lugar neutral, progresista en Cuba, y que niegan dos cosas: que por el acumulado histórico con Estados Unidos y Europa las relaciones con Cuba siempre serán más hostiles que con otros países; y que el progresismo, cuando debe definir, termina casi siempre inclinándose hacia la derecha. Ahí están los debates en las redes para confirmarlo. Quienes despolitizan, politizan. Quienes evitan hablar de izquierda o derecha, luego toman posición. Está repleto de personas que tienen la receta para una Cuba perfecta cuando, en realidad, no existen creaciones humanas perfectas. ¿Que se deben mejorar mil cosas? Por supuesto. Cuesta mucho hoy desde adentro asumir «esto está mal, y en esto, el gobierno es responsable». Y hoy, también, por otra parte, no cuesta nada a un amplio sector gritar «todo está mal». Pero cuando las miras no se comprometen con nada. Redes, redes y más redes.
Existe una generación de cristal hoy en Cuba. Todo les duele. Y ya sabemos que aquí o en cualquier otra parte del mundo, jamás darían su vida. No la hubieran dado. Y es que no tienen por qué darla. Pero coño, respeta. Baja de tu ego. Cuba es una isla, pero hay un mundo ahí afuera. Para mirar a Europa sí, miramos afuera. Pero luego, al momento de observar las pobrezas múltiples que nos rodean en América Latina y el Caribe, donde la violencia y la miseria extrema te lleva el café a la cama, te dicen: no me hables de eso, yo vivo en Cuba. Hablar de Europa implica hablar del colonialismo.
Y aquí aparece de nuevo el problema vinculado a la identidad, de saber de dónde venimos, quiénes somos y hacia dónde queremos ir. Existe en Cuba un sector de clase media que no habla por y desde el Caribe o América Latina. Tiene la cabeza en Europa. En sus sueños no existen Guatemala, Honduras, El Salvador. Países donde nunca jamás gobernó el socialismo. Capitalismo puro y duro.
Por eso es necesario volver siempre a la pregunta fundamental de cuál es el sujeto en cada debate, el hombre y la mujer a la que se representa y posiciona en el centro del debate. Porque ahí está el horizonte político. Existe mucho ego. Mucho Europa. ¿Haití es un país pobre? No. Es un país empobrecido. Europa jamás le perdonará a Haití haber hecho la primera revolución en el Caribe. África no es pobre, la empobrecieron y continúan saqueando. ¿Sería Francia lo que es de no haber colonizado Haití? ¿Puedes desprender la historia de Francia de la historia del colonialismo? El año pasado, cuando se produjo un golpe de Estado en Malí, como una noticia accesoria te enteras que en un pueblo cercano hay mil quinientos soldados ingleses. En otro, mil ochocientos franceses. ¿Y resulta que el problema en el mundo es el comunismo en Cuba? ¿Así, sin contextualizar más nada? ¿El millón de muertos en Irak, nada? Eso tiene un nombre. Se llama colonización de las almas. Es el oprimido introyectando el deseo y el pensamiento del opresor. Agencias que en países con un Estado menos fuerte pagan para que se asesinen personas. Existe un periodismo en Cuba que, lamentablemente, está caído del mapa latinoamericano. Hay un problema de formación. Desde el Estado y desde la casa. Un problema y un dilema pedagógico. De emociones. De que hay personas que la realidad, más allá de su ombligo, no les mueve un pelo. Personas con la cabeza en España sin interrogarse jamás por la realidad de Perú.
Para ser sincero, creo que nunca habrá libertad de prensa en Cuba — y seamos honestos, no la hay si yo mismo al momento de decir esto estoy pensando en que mañana por brindar esta entrevista pueden no renovarme una residencia y dejarme fuera del país — . Pero la libertad de prensa no existe en ninguna parte del mundo. Lo que existe es libertad de empresa. No confundamos estos dos conceptos. Empresas periodísticas que por dinero dicen lo que se les antoja sin retractarse después de nada. El mismo Macri, en Argentina, no hubiera podido llegar al poder sin el conglomerado multinacional del Grupo Clarín. Por eso es tan importante debatir la ética periodística. Y en el debate actual, en Cuba, esto se evade. «En Cuba no hay libertad de prensa.» Mira, ¿de qué hablamos cuando hablamos de libertad de prensa?
En Cuba, para la libertad de prensa será siempre la mejor excusa de un grupo de personas que en la Isla comandan algunas instituciones: mientras existan personas que cobran por alinearse a agencias patrocinadas por gobiernos europeos o el gobierno norteamericano, olvídense. Es la mejor excusa y constituye, además, un obstáculo para un debate sincero acerca de la libertad de información. Y es que esta excusa tiene una dimensión real. No se trata de ser buena o mala persona. Es necesario ser justos. El oportunismo disfrazado, sea bajo el rojo o el blanco, es una actitud que debe ser combatida. La falta de credibilidad, siembra oportunismo. La ideología no es más que una emoción. Entonces por qué haces lo que haces, es un debate político. No se trata de la política. Es más amplio. Es lo político. Y es un debate pedagógico porque la sociedad, cada uno de nosotros, tú, eres un educador en cierto sentido. Pero sin humildad debatir esto resulta imposible. Hoy falta en Cuba sinceridad y humildad profesional en cada ámbito de debate. Cuando tú eres sociólogo, graduado de filosofía o ingeniero puede no importarte el debate y la censura indiscriminada. Puedes mirar para el costado o para arriba y decir «que se jodan». Pero cuidado, mañana puede salpicarte.
Es obtuso o necio abordar el debate y conflicto actual por fuera de lo político. Sería intentar abordarlo por fuera de lo institucional. Las instituciones, en el más ancho o pequeño país, están politizadas. Despolitizar parte del gran problema. Y al momento de resolver resta, más que suma. Existe una falta de encuadre, de enfoque político. Es imposible resolver problemas políticos por fuera de lo político. Con personas que creen «que la política es una mierda», sería como intentar discutir problemas de técnicas literarias con personas que niegan las técnicas literarias.
Esclarecer, en medio de tantos debates cruzados, vuelve a ser una tarea ideológica. No esquivemos el debate ideológico. Existen posiciones críticas necesarias en tanto constructivas y existen, en este sentido, críticas y críticos de contenido socialista que están siendo aplanadas, tildadas de enemigas y es falso. Es más: son necesarias. Pero son necesarias en tanto que socialistas. Se disfrazan de crítica al socialismo actores que anhelan un retorno del capitalismo en Cuba. Y esto, ya sucedió.
A estos se suman despolitizados que, desconociendo las reglas del contexto internacional, creen que la política es un espacio de arcángeles y plantean la no disputa política dejando librado el debate a posiciones carnívoras de derecha, esto es, pacifistas que plantean la no confrontación sin dimensionar lo que en verdad sucede en el plano de lo político y niegan la existencia de un adversario que «literalmente te come», que mientras utiliza un discurso de paz es capaz de utilizar cualquier herramienta para destruirte políticamente. Y aquí es cuando el debate debe retornar a lo político. ¿La crítica es por más socialismo o es contra el socialismo? Seamos sinceros. Porque si se cree que el gobierno cubano debe abrir las puertas y sentar en el sillón de un ministerio a redactar leyes a personas que declaran abierta o solapadamente odiar el socialismo, que en sus portadas de Facebook levantan la frase «Abajo la dictadura» cuando es sabido que en Cuba no existe una dictadura; o sea, si se cree que el gobierno cubano o cualquier gobierno del mundo debe ceder espacio político a dichos sectores, una de dos: se peca de ingenuo o de oportunista. Ni aquí ni en ningún sitio un gobierno sienta en el sillón de un ministerio a la oposición política a redactar leyes. No seamos serpientes pacifistas. Porque esas, no son las reglas del juego político al interior del debate y disputa que plantean: la disputa política. Disputar políticamente es: sé claro ideológicamente. Implica eso. De lo contrario, nunca se sabe con quién se trata. Y eso sí, es caprichismo disfrazado de oportunismo que, en la mayoría de los casos, termina por asumir posiciones de derecha, además de perjudicar y postergar mediante el conflicto producido un debate real acerca de la libertad de prensa en Cuba. Qué se entiende por esta, aún no está discutido.
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