Un anarquista alemán en la revolución cubana: Agustín Souchy y las (des)memorias sobre el…

Por Mario Castillo Santana

«(…) el que sabe pedir legumbres a la tierra no sabe aceptar humillaciones al tirano.»

Preámbulo de presentación de los documentos de la «Cooperativa de Agricultores del Central Manatí» Las Tunas (1939)

«(…) en las cooperativas cubanas los socios renuncian a su autonomía rural para tener más seguridad económica… ¿No existe el peligro de que el feliz conjunto pan y libertad sea sustituido por la nefasta disyuntiva: o lo uno o la otra?»

Testimonio sobre la revolución cubana Agustín Souchy (1960)


El triunfo de la revolución cubana de 1959 atrajo a la isla entre 1960 y 1970 a una amplia gama de figuras de la izquierda latinoamericana, europea y norteamericana, cautivados por la mística que generó «una revolución a 90 millas del imperialismo yanqui». El estudio de este trasiego de intelectuales y sus relaciones con los gobernantes y la sociedad cubana ha sido abordado por estudiosos cubanos como Rafael Rojas[1], Iván de la Nuez[2], Liliana Martínez[3], pero hasta donde hemos podido indagar, una figura como Agustín Souchy ha desaparecido del mapa que ofrecen esos estudios.

En esta figura hoy olvidada es interesante constatar que a diferencia de otros que vinieron a Cuba en esa época, como Hans Magnus Enzerberger, Regis Debrais, René Dumont, Max Aub, Simone de Beauvoir, Jean Paul Sartre, Allan Ginsberg, Oscar Lewis, Wright Mills, Adolfo Gilly, Waldo Frank; Agustín Souchy no tuvo que esperar a que se produjera en Cuba el giro político que desembocó en los años 70 para superar la mirada idílica sobre la revolución cubana, la cual afectó la visión de la mayoría de aquellos viajeros. Así, ya para fines de 1960 Souchy tenía listo su folleto Testimonio sobre la revolución cubana, un texto que en Cuba solo fue publicado parcialmente y después retirado de la circulación pública por las nuevas autoridades cubanas, para salir íntegro en la editorial «Reconstruir» de la Federación Libertaria Argentina.

Souchy, en contraste con la mayoría de aquellos peregrinos, no percibió el fenómeno de la revolución cubana como la inauguración de una nueva etapa, en el sentido de una «revolución dentro de la revolución», tal como lo sistematizó Regis Debray en un texto clásico de la década. Tampoco como parte de la «lucha contra el subdesarrollo», término redondeado en esa coyuntura por teóricos como Albert Hirschmann, Wright Mills o Sartre, que puso en primer plano todas las ansias desarrollistas, industrialistas y modernizadoras, presentes en todas las tendencias políticas de la época.

Souchy vio a la revolución cubana como parte del entramado de revoluciones que se habían producido en la primera mitad del siglo XX, en sus fracasos y aberraciones, pero también en sus vivificantes momentos liberadores, que resucitaban en los lugares y momentos más distantes e inesperados. Como reconocería Souchy en un texto previo de homenaje a uno de sus héroes de cabecera, su coterráneo, el mítico anarquista judío alemán Gustav Landauer, su visión de las revoluciones era milenarista. Para él como para Landauer:

«La revolución es un microcosmos, es un lapso increíblemente breve, con una concentración extraordinaria (…) es hecho realidad el mundo de lo posible, que como un candil envía sus señales a través de los tiempos. En la revolución todo sucede con celeridad increíble, algo asi como en los sueños, que parecen liberados de la gravedad terrestre, para establecer asociaciones inesperadas incluso para el que sueña.»[4]

Luego de las terribles represalias que cayeron sobre Landauer y todos aquellos que junto a él fueron protagonistas del Soviet de Múnich de 1919, algo que Souchy conoció de cerca, y después de haber sido testigo presencial de revoluciones como las de Rusia, Alemania, España, Bolivia, la mirada poética sobre las revoluciones se le hizo más austera, pero a la vez más concentrada y sobre todo el ojo avizor se le volvió más agudo, frente a hechos que a la altura de los años 50 podía mirar de manera comparada con otros:

«La revolución cubana es algo más que un simple cambio de gobernantes políticos. Ha iniciado una transformación económica social de gran envergadura que tiene cierta similitud con lo que se hizo en España, después de julio de 1936. Existen no obstante diferencias que se deben a la idiosincrasia del país. Mientras que la revolución española (…) era la obra de las grandes masas de obreros y campesinos, la revolución cubana es más bien empujada por una minoría de abnegados revolucionarios, de estas características emanan las diferencias ulteriores entre ambas revoluciones.»[5]

Podría llamar la atención, a la vista de nuestro presente, la comparación con la revolución española, tan exitosamente desfigurada y minimizada en sus dimensiones libertarias por estalinistas, liberales, socialdemócratas y desencantados provenientes de todos los frentes, pero habría que decir que los que llevaron a cabo la estalinización de la revolución cubana, así como buena parte de los que combatieron ese proceso, ya se habían enfrentado en España. La circunstancia cubana se veía por muchos, desde el prisma de la pasada experiencia española. Cuba fue un segundo acto del polígono de pruebas donde los estalinistas soviéticos, españoles y cubanos desarrollaron sus procederes de normalización posrevolucionarios.[6]

Si bien Souchy no tuvo tiempo, ni información, ni intención de documentar este proceso cuando estuvo en Cuba, esa perspectiva comparativa con España fue una clave importante para descifrar tempranamente en su texto, hechos que atentarían contra las posibilidades liberatorias de la revolución y que los otros viajeros en sus perspectivas no vieron en su momento:

En España se hizo la colectivización. En Cuba se crearon cooperativas bajo la dirección del Estado. (…) mientras en España las incautaciones de las tierras fueron realizadas por la población rural misma y las colectividades eran la obra de los campesinos, en Cuba no hubo tal iniciativa del pueblo. La transformación económico-social fue iniciada por Fidel Castro y sus compañeros de lucha (…) Si en España todo empezó desde abajo, aquí todo proviene de arriba. En España la acción de las masas daba la pauta. En Cuba el primer paso fue legislativo y la ley de reforma agraria sirve como guía. En España, por el contrario, el decreto de una nueva distribución de tierras vino después de las incautaciones populares realizadas. (…) En Cuba la iniciativa de las masas en el desarrollo revolucionario es muy débil y no hay control del pueblo. Eso puede ser peligroso.»[7]

Su «Saludo a la revolución cubana», de donde proviene este fragmento, texto publicado en mayo de 1960 en el periódico «Solidaridad Gastronómica», órgano de orientación sindical de los trabajadores de ese sector, sería la primera declaración pública en su visita a la Isla, donde desarrollaría una apretada agenda para una estancia de menos de tres meses, que los redactores de «Solidaridad Gastronómica» describieron: «ha celebrado charlas y conferencias a granel, para públicos disímiles y a veces contradictorios, ha conversado con personas importantes del régimen revolucionario y proyecta hacer un recorrido por el interior del país, para investigar, por sí mismo, los resultados de la reforma agraria entre los campesinos, estudiar las cooperativas agrícolas y observar sobre el terreno todos los demás ensayos de tipo colectivista que se están efectuando en distintas zonas agrarias cubanas patrocinadas y dirigidas por el INRA.»

De esta intensa agenda de actividades nacería su folleto Testimonios sobre la revolución cubana. Una versión abreviada de ese texto y cotejada con otros suyos saldría a la luz pública en Cuba a finales de 1960 en la editorial habanera Lex, junto al Informe del Director Ejecutivo del INRA, escrito por el capitán Antonio Núñez Jiménez y otros textos clásicos del cooperativismo. El editor de la Serie de la Biblioteca de Orientación Económica y Social, de la editorial Lex lo valoraría muy positivamente señalando que: «el estilo sencillo y expresivo de Souchy, su formidable espíritu observador y su firme convencimiento libertario sitúan su aporte a nuestra Biblioteca, en plano de especial significación, pues cuanto nos refiere de sus estudios sobre el cooperativismo en México, España, Israel y Cuba es altamente ilustrador y esencialmente orientador.»

Las razones de este criterio de selección editorial nos la ofrece el editor Mariano Sánchez Roca, al señalar con toda transparencia que: «Sea cual sea el criterio de las clases gobernantes o de las minorías dirigentes, la doctrina del cooperativismo en su concepción es uniforme y en su aplicación es siempre ambivalente. Una cooperativa se integra o por disposición ineludible de la acción del Estado o por impulso pleno de libertad del que ha de ser afiliado o participante en ella (…) el primero es el caso de Cuba (…) [no obstante] los dos sistemas quedan reflejados en este volumen.»

Pero…quién fue Agustín Souchy…

El mismo Mariano Sánchez Roca en su presentación del libro define a Souchy como un «eminente profesor (…) figura muy destacada dentro del anarco-sindicalismo español, pese a su origen alemán», lo cual si bien en líneas generales no deja de ser cierto, da pie a algunas imprecisiones. Agustín Souchy fue esencialmente un activo militante libertario, formado en la entraña de aquel pequeño, pero formidable movimiento anarquista y anarco-sindicalista alemán, que fue duramente combatido por la socialdemocracia alemana tras la Primera Guerra Mundial y luego pulverizado en el vendaval reaccionario nazi de los años 30.

De origen polaco, de la región de Silesia, en su más temprana juventud se trasladó a Alemania donde conoce a los anarquistas allí radicados, especialmente a sus líderes espirituales Gustav Landauer y Erich Musham. Por medio de ellos entra en contacto con la brillante literatura libertaria que producen el mismo Landauer y Musham, Rudolf Rocker, Carl Einstein, Rett Marut, entre otros. En 1919, luego de regresar de Suecia, donde estuvo preso por distribuir propaganda antimilitarista, se incorpora a la redacción del periódico «El Sindicalista», que será el órgano de la Federación de Trabajadores de Alemania hasta 1933 en que es violentamente clausurado por los nazis en el poder.

En 1920 va a Rusia como delegado al Congreso fundacional de la III Internacional, donde será testigo de la instauración del predominio de los bolcheviques en esa instancia organizativa, una experiencia con la que escribirá el libro de testimonio Cómo viven los obreros y campesinos en Rusia, el primero en abordar la realidad de Rusia soviética desde la perspectiva de un trabajador occidental.

En 1922 será elegido uno de los tres secretarios de la refundada Asociación Internacional de Trabajadores, junto a su compañero Rudolf Rocker y el anarcosindicalista ruso Alexander Shapiro. Una organización que pretendió rescatar los principios fundacionales de la I Internacional, antes de las agrias disputas entre los centralistas y los federalistas que destruyó en 1872 a esa agrupación internacionalista de trabajadores, para hacerle frente a los planes de control del Estado bolchevique, expresados en las famosas 21 condiciones de ingreso a la III Internacional.

Un empeño como ese en la coyuntura de los años 20 fue en extremo difícil de sostener, frente al influjo del prestigio efectivo que disfrutaron los dirigentes rusos, pero también por la maquinaria publicitaria y los recursos estatales con que contaron para labrar su predominio. Esto hizo que para principio de los años 30 la AIT fuera una alianza activa, pero minoritaria, compuesta por pequeñas organizaciones, donde la más significativa e influyente era la Confederación Nacional del Trabajo (CNT) de España.

Es así que para mediados de los años 30, cuando todas las tendencias de la izquierda alemana fueron destruidas por sus contradicciones internas y por la violencia de la maquinaria represiva nazi, la galopante crisis en que se ve envuelta la estrenada república española y la pujanza revolucionaria del movimiento obrero ibérico, abren el camino a una coyuntura altamente favorable para el rompimiento con el orden capitalista, que estaban intentando reorganizar las clases dirigentes españolas.

La derrota que los sectores populares y proletarios barceloneses le propinan al alzamiento militar de los fascistas españoles entre el 16 y el 19 de julio de 1936, pone en primer plano la fuerza y la capacidad de organización y respuesta del movimiento sindicalista revolucionario español, confirmándolo como la sección más significativa de la AIT. Agustín Souchy se entregará en cuerpo y alma a este movimiento.

En la edición argentina de Testimonios sobre la revolución cubana hecha por la editorial «Reconstruir», se incluyó una presentación del folleto y su autor, suscrita por un tal «Abel», probablemente Abelardo Iglesias, relevante y olvidada figura de los medios libertarios habaneros, veterano de la llamada guerra civil española, que recuerda a Agustín Souchy:

«(…) dentro del maremágnum del cuarto piso de la casa de la CNT-FAI [Confederación Nacional del Trabajo- Federación Anarquista Ibérica] en Barcelona, laborando silencioso y afable, rodeado de máquinas de escribir, mimeógrafos, esténcil y montañas de papel, ajeno por completo a los ruidosas discusiones de los compañeros franceses, italianos y portugueses. Souchy era en aquel ambiente, cargado de gritos e interjecciones, un ejemplo vivo de la serenidad y laboriosidad nórdicas, nunca perdía la cabeza y jamás derrochaba su tiempo en discusiones, dedicaba su esfuerzo todo a servir la causa del proletariado español, sin malgastar un momento ni un adarme de energías en cosas baladíes.»[8]

Esta rememoración sobre Souchy en la revolución española, tiene el valor de ser uno de los escasos testimonios personales con que contamos sobre él escrito por un cubano, pero la distancia temporal y, sobre todo, el traumático final de aquella experiencia, que también vivió de primera mano Abelardo Iglesias, produjo el efecto de idealizar aquellos momentos, así como del accionar de Souchy, extendiendo un manto de olvido sobre las complejidades de aquella coyuntura y el lugar que Souchy ocupó en ella.

El militante polaco-alemán no fue un simple servidor de la causa del proletariado español, se convirtió en una especie de ministro asesor de las relaciones exteriores de la CNT-FAI,[9] cuando casi desde su llegada a España en 1936 fue nombrado jefe de la sección exterior por el Comité Regional de la CNT de Barcelona, el más grande y activo de toda España, al ser conocido entre los medios libertarios españoles por su familiaridad con la situación española y su conocimiento de casi una decena de idiomas europeos.

Este cargo le permitió un conocimiento de primera mano de las prácticas libertarias que estaban llevando a cabo los trabajadores urbanos y rurales en los territorios bajo soberanía republicana, pero también este cargo lo ubicó en el centro de los conflictos que atravesaban al propio campo republicano español, así como en los ámbitos anarcosindicalistas. Libros como Colectivizaciones. La obra constructiva de la revolución española, Entre los campesinos de Aragón. El comunismo libertario en las comarcas liberadas y La verdad sobre los hechos en la retaguardia. Los acontecimientos de Cataluña, constituyen obras de insuperable valor histórico y documental de primera mano, que introducirán un estilo en la literatura libertaria que se convertirá en el sello personal de Souchy. En su momento, y todavía hoy, son textos imprescindibles para conocer la obra transformadora llevada a cabo por el mundo popular y proletario español y forman parte del material con el cual confrontar el cerco mediático que establecieron los estalinistas, socialistas y republicanos sobre la revolución social que ocurrió en España dentro del campo republicano y simultáneamente a la guerra contra el bando fascista.[10]

Pero el intenso involucramiento de Souchy en el trabajo de la CNT-FAI lo conducirá también hacia el centro del conflicto entre los anarcosindicalistas españoles y la Asociación Internacional de Trabajadores, sobre todo a partir de finales de 1936, con la entrada de la CNT-FAI dentro del gobierno republicano, con lo cual estas organizaciones ácratas ibéricas rompen con un histórico principio de no ejercicio de la autoridad estatal para resolver los conflictos sociales. En esta trayectoria de las organizaciones anarquistas mayoritarias españolas Souchy estará del lado de la CNT-FAI, frente al aluvión de críticas y recriminaciones que se desatan dentro de los ámbitos libertarios internacionales, incluidos sus compañeros alemanes.

En sus funciones de cuasi ministro de relaciones exteriores de la CNT-FAI, Souchy no se opondrá al distanciamiento creciente de esas organizaciones libertarias españolas con la AIT, sino que trabajará arduamente para suplir los vacíos que deja esa virtual separación. En tal sentido, Souchy se convertirá en la encarnación de las tensiones entre los anarcosindicalistas alemanes radicados en España, agrupados en el pequeño pero activo grupo DAS (Deutsch AnarcoSindicalisten) y la CNT. De ellos recibirá las más duras recriminaciones.

«Souchy es el máximo responsable de la actual escisión entre la CNT y la AIT», «La CNT se ha convertido en víctima de una extorsión e instrumento de la ambición enfermiza de un individuo como Agoustin Souchy»,[11] fueron algunos de los criterios contra él vertidos en el Congreso de la AIT de 1937 en Paris, que adquirieron tono de difamación personal, explicable en el marco de las duras polémicas que estaban ocurriendo en Barcelona en el momento del Congreso en Francia.

Una mujer tan respetada en los medios libertarios de esta época como la legendaria anarquista ruso-norteamericana Emma Goldmann, quien se encontraba también en Barcelona en el curso de estas agrias discusiones, en medio de la guerra contra el fascismo, en una carta a Helmut Rudiger, fuerte oponente de Souchy en ese momento, nos aporta un perfil sobre el polaco-alemán, que contiene todo el poder de observación de la veterana militante:

«Que Souchy es ambicioso, lo sé, que es reformista, buen amigo de todo el mundo, también lo sé. Que tiene la tendencia a fanfarronear y tomarse por muy importante, mientras está en la sede de la CNT, tampoco esto se me ha escapado (…) todo esto lo reconozco de buen grado, pero no falsedad o malas intenciones en él».[12]

Más allá de la polémica en torno a Souchy, la discusión en torno a su actuación en la revolución española lo trasciende como persona. Su apuesta política junto a la CNT entró en una profunda y rápida crisis, que condujo, en un año, a la mayor organización sindicalista revolucionaria de su época a subordinarse a un gobierno republicano como el español que, siendo probablemente el más radical de su tiempo, no dejó de trabajar en firme y sostenido para destruir la potente organización del movimiento obrero revolucionario hispano y subordinarlo a ese Estado, en alianza con el estalinismo soviético y español, con el argumento de enfrentar el fascismo.

Para mediados de 1937 el campo republicano español da muestras de una crisis política profunda, en buena medida, producto del choque entre dos conceptos y dos formas diametralmente distintas de concebir la lucha contra el fascismo y de entender el desarrollo de la coyuntura revolucionaria que se estaba dando en España. Si para los comunistas estalinianos, los nacionalistas liberales y los socialistas en su conjunto, fortalecer el poder de las instituciones estatales republicanas — destruyendo la organización productiva, defensiva y cultural del movimiento obrero — era la garantía de ganar la guerra; para la mayoría de los libertarios españoles, la seguridad de ganar la guerra estaba en fortalecer y darle mayor organicidad al movimiento obrero y popular, que ya había derrotado el alzamiento fascista de julio de 1936 en varias regiones del país.

En mayo de 1937 chocan frontalmente estas dos posiciones en las calles de Barcelona, a propósito del tema de quién detentaría el control del orden interior republicano: la remozada policía estatal o las milicias obreras. El Comité Nacional de la CNT, formando parte del gobierno republicano, y de espalda a los militantes de base, buscará una solución de compromiso que conducirá a la estatización del orden interior y al debilitamiento de las Milicias Populares y su tejido organizativo en el territorio republicano, como en el frente de guerra. Souchy escribió sobre este asunto en «La verdad sobre los hechos en la retaguardia. Los acontecimientos de Cataluña», pero no pudimos acceder a este texto suyo y conocer su posicionamiento frente al tema, pero en líneas generales sí sabemos que mantuvo su compromiso personal con la CNT hasta la derrota republicana frente al fascismo en 1939.

En la hora crucial de inicios de 1939 cuando la represión estalinista hispano-rusa deja caer todo su peso sobre los militantes y organizaciones que no se subordinaron al orden estatal republicano, entre ellos los anarcosindicalistas alemanes en Barcelona del grupo DAS y los internacionalistas de la AIT, las relaciones entre Souchy y sus compañeros están en la mayor tensión. Una muestra concreta de tal situación es que Souchy, a pesar de su influencia dentro de la CNT no había conseguido pasaporte para la mayoría de sus compañeros a la altura de 1939.[13] Perseguidos por los aparatos represivos estalinistas y los nazis, sin dinero, sin documentos oficiales españoles, muchos de sus compañeros alemanes cayeron en la tenaza represiva, en la cual muchos murieron. En contraste, Souchy pudo salir hacia Francia con pasaporte español, cierto que hasta el último momento de la república. En el sur de Francia fue detenido y recluido en un campo de concentración, de donde logra escapar en 1941 hacia Marruecos y de ahí hacia México.

Pero a pesar de lo controversial de la estancia de Souchy en España, de allí salió con las mismas convicciones que aquel legendario pintor de brocha gorda, Jerónimo Gómez Abril que, antes de ser fusilado por un pelotón franquista, recibió el ofrecimiento del Conde de Romanones, antiguo dueño de las tierras que ocuparon Gómez y sus compañeros, para que él fuera capataz de esas propiedades, que tan exitosamente habían puesto a producir en su ausencia, a lo que le respondió. «Señor Conde, lo que usted ha visto en esas tierras, no es sólo obra mía sino de un colectivo de personas unidas por un ideal común, y esas cosas señor, no se hacen por dinero sino por ideas.»[14]

El otro Souchy o «el turista de Utopía»

En julio de 1950 Albert de Jong, compañero de Souchy en España le escribió una carta en la que le decía: «Todavía me acuerdo que te dije en España, ´si perdemos aquí, toda una generación de revolucionarios se perderá´. Por desgracia tenía bastante razón. Cierto que acabamos con Hitler (…) sin embargo el fascismo fue vencido por medios militares, no por la lucha de las masas. Ahora es el desengaño de las masas sinceras, especialmente en Alemania, que creyeron en Rusia y en los comunistas. Por eso estamos en este punto muerto que no somos capaces de superar. Nos estamos extinguiendo lentamente.»[15]

En este ambiente que nos deja entrever de Jong en su correspondencia, marcado por el agotamiento y parálisis en que cae el movimiento libertario alemán después de 1945, la trayectoria de Souchy contrastará rotundamente con esta situación. Con su establecimiento en México se convertirá en un notable periodista en temas laborales y culturales del mundo de los trabajadores y en un influyente asesor y encargado de formación cultural en importantes sindicatos y cooperativas mejicanos, así como en el ministerio de cultura de ese país, probablemente el más importante de la época en América Latina, lo cual lo convertirá en una figura pública de relieve dentro de los ámbitos sindicales y de la izquierda de ese país.

El texto «Agustín Souchy» es ilustrativo del prestigio que llegaría a disfrutar por estos lares. Publicado por la revista libertaria habanera Estudios en 1950, con una foto incluida, escrito por el prestigioso jurista y escritor aragonés Ángel Samblancat, célebre en España entre los años veinte y treinta por su excelente revista Los Miserables y como abogado defensor de procesados por hechos revolucionarios, quien tuvo relaciones privilegiadas con los más relevantes libertarios españoles,[16] conoció a Souchy en su estancia ibérica y luego compartió con él buena parte del exilio mexicano. Henchido de admiración por Souchy y su trabajo social, de él dirá:

«He leído bastantes escritos de Agustín Souchy y le he oído hablar en no pocas asambleas. Por fortuna para él, Souchy no es un orador al modo y a la moda clásicos (…) En Souchy sorprende el caudal de sus ideas (…) esa universalidad de su atención lo erigen para nosotros a la condición de guía de gentes, que es lo propio del internacionalista perfecto y lo sitúan entre los pensadores mas considerables de nuestra época. El intelecto de Souchy es penetrante, cortante y agudo, porque es amoroso. Si no lo fuera (…) no confraternizaría con los vagabundos afines y no sembraría semillas de porvenir en uno y otro lado del hemisferio, que a él le parecen dos salones de una misma vivienda. Agustín Souchy es un magnífico turista de Utopía (…)»[17]

Cuando triunfa la revolución cubana en enero de 1959, Souchy es una figura de relieve internacional en los medios sindicales, conocedor en profundidad y amplitud de los proyectos cooperativistas que se están desarrollando en disímiles regiones del mundo como Israel, Madagascar, Etiopía, Bolivia, Yugoslavia, Costa Rica, Honduras y el propio México. Por eso, cuando los jóvenes rebeldes que asumen el gobierno en Cuba muestran una orientación favorable al cooperativismo, el Sindicato Gastronómico de la Habana conocedor de la obra y la experiencia de Souchy le propone al nuevo gobierno invitarlo a la isla, y aceptó.

Souchy y Sartre, dos visiones contrastantes sobre el cooperativismo en la Cuba de 1960.

En el verano de 1960 muy pocas cosas tenían en común individuos como Agustín Souchy y Jean Paul Sartre, más allá de que coincidieran en visitar a Cuba por la misma época. Sartre ya era el filósofo más popular en el mundo occidental en ese momento. Souchy, un notable activista sindical conocido internacionalmente sólo en esos medios. Sartre en el instante en que viene a Cuba se encuentra intelectualmente en una aproximación al marxismo para «convertir la historia en algo tangible», un «proyecto marxistizante», que permita investigar las «estructuras formales de la historia» (Crítica de la razón dialéctica).

En otras palabras, Sartre en 1960 está tratando de conformar una teoría propia de la revolución que lo aproxima al marxismo. Souchy ya había vivido varias, desde una militancia libertaria, que lo fue alejando de aquel. A pesar de estas diferencias, los dos mostrarán un interés común por la orientación cooperativista que estaba desarrollando el nuevo gobierno revolucionario en ese momento, pero sus muy diferentes trayectorias personales condicionarán sus acercamientos al asunto.

Para Sartre, enfrascado en su «proyecto marxistizante»: «En Cuba la cooperativa está inscrita en la naturaleza de las cosas. La caña necesita grandes espacios (…) la propiedad en sí con sus millones de tallos verdes, no se podría dividir sin destruir la producción azucarera. No son los principios o las opiniones los que cuentan: es el propio antiguo régimen que se transforma en una organización colectiva y ello por una sola razón, porque la propiedad feudal, para adaptarse a las exigencias del azúcar, ya estaba organizada como una comunidad de trabajo. Esa es la suerte de Cuba (…) [en] el texto de la Reforma Agraria se ve aparecer, de pronto, sin ruido, subrepticiamente, la palabra «cooperativa» y la ley no se preocupa en ningún momento definirla o justificarla. La razón es muy sencilla: producto de las tradiciones y las necesidades, la cooperativa existía antes de ser intuida».[18]

Para Souchy, que como hemos venido indicando, observa la revolución cubana desde la perspectiva de las revoluciones del siglo XX, cuando se encuentra en la cooperativa San Vicente en Viñales observa que «(…) en las cooperativas cubanas los socios renuncian a su autonomía rural para tener más seguridad económica. Su situación ha mejorado en comparación con la de antes, pero sigue siendo inferior a la de un cooperativista libre, particularmente en el orden moral. ¿No existe el peligro de que el feliz conjunto pan y libertad sea sustituido por la nefasta disyuntiva: o lo uno o la otra?»[19]

No hemos podido rastrear la trayectoria del tema del cooperativismo en el pensamiento de Jean Paul Sartre, ni sabemos de otros estudiosos del tema que lo hayan hecho, pero en Agustín Souchy sí. En su libro Socialismo Libertario. Aportación a un nuevo orden ético y social, publicado en 1950 por la editorial habanera Estudios, Souchy definirá el cooperativismo: «La cooperación es el consenso voluntario de hombres y mujeres libres en colaborar juntos y repartir los frutos de sus esfuerzos en partes iguales o proporcionales(…) Es verdad que el cooperativismo no revoluciona el mundo en un día [pero] subjetivamente el cooperativista debe tener una conciencia revolucionaria y una fe socialista más profunda que el miembro de otra colectividad de revolucionarios, pues se coloca con su obra en el ambiente hostil del capitalismo y se necesita no solo capacidad técnica, sino también cualidades morales para sacar a puerto la obra socializadora dentro de la cooperativa[20]

Sartre y Souchy manejan dos visiones sobre el cooperativismo que son substancialmente distintas. Para Sartre son las estructuras heredadas las que propician las transformaciones revolucionarias, para Souchy son los hechos de conciencia de los actores sociales los que favorecen los cambios. Si para Sartre el cooperativismo en la Cuba de 1960 es una realidad dada por «la suerte (…) [de Cuba, al contar con que] la propiedad feudal, para adaptarse a las exigencias del azúcar, ya estaba organizada como una comunidad de trabajo», para Souchy el cooperativismo es un campo de tensiones donde la voluntad y los consensos para avanzar en una reconstrucción consciente de lo colectivo tienen un rol fundamental.

Para calibrar la pertinencia o no de cada una de estas perspectivas analíticas sobre el cooperativismo en la Cuba de 1960, podrían contrastarse con un hecho acaecido y documentado en 1963, como muy pocos lo hicieron, por Carlos Rafael Rodríguez: el fracaso de la fórmula de las cooperativas azucareras. Carlos Rafael Rodríguez en su artículo «Cuatro años de reforma agraria» señala, que fue una idea surgida de Fidel Castro, «no en el sentido de crear una cooperativa de cultivadores, sino de obreros agrícolas, una propiedad de grupo (…) En una sociedad donde no había conciencia de campesino individualista, ni parcelas privadas (…) la cooperativa fue concebida como una etapa de tránsito hacia la granja estatal».[21]

Esta solución a medio camino entre la propiedad colectiva de los trabajadores y la estatal, con un administrador designado por el Instituto Nacional de Reforma Agraria, que «constituía el enlace entre la propiedad del grupo cooperativista y el Estado», a menos de un año de su puesta en vigor fue saboteada en la práctica por los propios trabajadores agrícolas cañeros, para los cuales «la incertidumbre que conocían del pequeño campesino [autónomo], le atraía menos que los niveles de vida de las capas mejor pagadas de los asalariados urbanos como los cigarreros y los cerveceros (…)»[22] y por tanto no percibían la necesidad de la «cooperativa estatal» como etapa de tránsito hacia una empresa plenamente gestionada por el Estado, ellos querían ser trabajadores asalariados comunes, bien remunerados por su revolución.

El acercamiento de Rodríguez nos parece relevante para contrastarlo con las perspectivas de Sartre y Souchy, porque nos revela que en la peculiar coyuntura revolucionaria que vive la Cuba de los años 60, las estructuras productivas heredadas no garantizaron per se una transición al cooperativismo como régimen laboral de recambio y que el contenido de la acción colectiva de los actores sociales, fue crucial para definir los horizontes y los límites de los hechos liberatorios. En un sentido teórico más puntual, podríamos decir que en el acercamiento de Sartre a las cooperativas cañeras cubanas, él prefigura las herramientas analíticas que unos años después caracterizarán al estructuralismo francés, sobre todo en las variantes de Louis Althusser, Lucienn Goldmann y Maurice Godelier, con las consecuencias nefastas que esto tuvo para el análisis de los sujetos históricos.

Souchy, por su parte, apegado al principio de que «el socialismo es posible en todos los tiempos, siempre y cuando los hombres quieran», sistematizado por los anarquistas alemanes,[23] testigo y protagonista de la revolución española e incansable militante social y sindical itinerante, compartirá con Sartre el entusiasmo sobre el fenómeno revolucionario cubano, pero atento a los procesos que permiten o no la «responsabilidad social», concepto que irá adquiriendo creciente importancia en su pensamiento desde antes de venir a Cuba.

Algunas notas de viaje de Agustín Souchy sobre las cooperativas cubanas

Como parte de su viaje por la isla, una de las tres primeras cooperativas que visitó Souchy fue la «Cuba Libre» de Matanzas, considerada en su tiempo una experiencia modelo. De regreso a la capital apuntará:

«El gobierno está realizando lo que en otras partes están haciendo los campesinos y obreros mismos. Toda persona de buena voluntad tiene que aprobar el progreso realizado en el orden material. Pero debo decir que he visto obras similares en otras partes. El industrial y socialista filántropo Olivetti ha hecho maravillas para sus trabajadores en Italia. Algunas grandes empresas extranjeras ofrecen importantes obras sociales para justificar su existencia y garantizar su subsistencia. He visto algunas de tales realizaciones de la United Fruit Company en Guatemala, Honduras, Costa Rica. Las compañías petroleras en Venezuela tratan igualmente de conquistar simpatías con el mejoramiento de sus obreros, procurándoles ciertos privilegios que no tienen los trabajadores de otras empresas.»[24]

Souchy, de manera premonitoria para el contexto cubano, llama la atención para que no se confunda el incremento de las regalías al trabajador por parte del nuevo Estado, con el socialismo, pero no pudo constatar la presencia y extensión de estas prácticas y sus efectos en Cuba, sobre todo en un sector como el azucarero en la Isla, puesto que al parecer no visitó ningún central azucarero, como si lo hizo Sartre y por tanto no conoció el micro mundo de los bateyes[25] con sus sofisticadas jerarquías sociales y sus estudiadas desigualdades, donde los mecánicos, los químicos y los empleados fijos de servicios y mantenimiento en el batey eran vistos como una aristocracia obrera, equivalente a las que él menciona en ese párrafo.

Junto a las élites obreras de las ciudades, este entramado de trabajadores con sus privilegios constituyeron un referente para una inmensa masa de desempleados o con empleos temporales y precarizados, en un mercado laboral como el cubano, donde la extrema mono producción azucarera produjo los niveles más altos de proletarización de todo el continente — 72,1 % — , sólo precedidos por Chile[26] pero, a diferencia de aquel país, los bajísimos niveles de industrialización que generó la producción de azúcar, no dieron cabida a esa inmensa masa de personas en Cuba, que sólo podían vivir de vender su fuerza de trabajo.

Esta circunstancia dio lugar a un tipo de trabajador con una tendencia decreciente, de los años 40 en adelante, hacia la contestación anticapitalista y anti autoritaria y dispuesto a aceptar y reconocer como revolucionaria la instauración de un capitalismo estatal intervencionista que, con sus altibajos, venía avanzando en Cuba desde finales de los años 20 con el régimen machadista. Un investigador como John Dumoulin es de los pocos historiadores que analiza ese proceso en la isla, pero al hacerlo concentró su atención en los efectos sobre la producción material y los conflictos sociales y descuida los efectos sobre la producción de subjetividades y el imaginario de los trabajadores[27].

Cuatro décadas antes de las investigaciones de John Dumoulin, Agustin Souchy exploró este asunto, desde la perspectiva de los sujetos sociales que viven la generalización del cooperativismo en Cuba. En su viaje por el occidente de la isla, la visita de Souchy a la cooperativa «Moncada» en Viñales resulta de interés para lo que venimos analizando. Esa cooperativa fue una de las pocas que en Pinar del Rio comenzó a funcionar por iniciativa propia, según le informa el delegado del INRA de la provincia. Después de constatar, en diálogo con uno de los fundadores de la comunidad y su familia, todas las visibles mejoras en las condiciones de vida que se han producido y confirmar el carácter voluntario del proceso de cooperativización, Souchy comenta en sus apuntes:

«(…) en lo que a la organización de la cooperativa se refiere, el modesto guajiro no podía darme explicaciones detalladas. Tampoco conocían su funcionamiento los otros campesinos presentes. Había que esperar al sargento que representaba al INRA. Los campesinos sólo conocían lo que se refería a su trabajo en común. Cuando llegó el sargento, sus informaciones no se referían a la iniciativa de los cooperativistas del lugar sino a los asuntos administrativos ejecutados por orden de los organismos superiores. (…) el team de los campesinos trabajando en colectividad a la entrada del pueblo, era lo único nuevo visto en la visita, lo verdaderamente reconfortante y prometedor. Por lo demás, daba la sensación de la rutina de una gran empresa bien organizada con múltiples sucursales, dispersa por todo el país.»[28]

En una sociedad como la cubana de 1960, con una extensión descomunal del trabajo asalariado, derivado de una de las mono producciones azucareras más completas del mundo y su contrapartida, un desempleo estructural endémico junto a la alta dependencia de factores foráneos, a merced de la voracidad de los monopolios yanquis, una masa considerable de los trabajadores, como de los dirigentes administrativos que emergen con el movimiento revolucionario de 1959, aceptan y asumen la idea de la nacionalización como la solución a los problemas que enfrenta el país.

Tal es la fuerza de ese empeño nacionalizador en el momento que Souchy viene a la isla que este señala: «Probablemente el primer país en el hemisferio occidental que se esfuerza por introducir la economía dirigida por el Estado es Cuba» y una muestra concreta y localizada de ese impulso hacia la nacionalización, lo encuentra Souchy en la empresa estatal de fabricación de Calzado de Manzanillo, la cual surgida unos meses antes como una cooperativa de productores libremente asociados, transita hacia su rápida estatización por la influencia en la región manzanillera de los cuadros del PSP y sus conceptos, que van a fusionarse con los de los cuadros directivos del INRA.

«En numerosos pequeños talleres de calzado, trabajaban con antiguos máquinas el dueño con algunos obreros para el mercado de la región. Los obreros no ganaban salarios altos y los pequeños patronos no podían enriquecerse. Después de la revolución cuando los obreros pidieron el cumplimiento de la ley con respecto al pago para el seguro social y otras reivindicaciones se presentó el conflicto. La época revolucionaria había despertado nuevas inquietudes en la mente de los hombres y patronos y obreros decidieron trabajar en colectividad (…) Considerando a las colectividades y cooperativas libres contrarias a sus ideas, la sección del Partido Socialista Popular, que actúa en los sindicatos obreros de la ciudad, pugnaron por la adhesión de los talleres colectivizados al INRA. (…) El cambio revolucionario en la industria zapatera de Manzanillo es instructivo. El movimiento empezó con el abandono de las empresas privadas, pasó por la cooperativa libre y terminó con la incorporación al INRA»[29].

Es que además de los constreñimientos estructurales al desarrollo del cooperativismo en Cuba, a contrapelo de la visión de Sartre sobre la suerte estructural de la isla, el movimiento cooperativista en la Cuba de 1960 está atravesado por la idea, mucho más potente y prestigiosa en la época, de las nacionalizaciones. En Testimonios sobre la revolución cubana, Souchy hace algunas consideraciones a tener en cuenta sobre este asunto, pero es en su libro antes referido Socialismo Libertario. Aportación a un nuevo orden ético y social, donde es más preciso en el tema:

«La nacionalización no puede ser considerada un camino al socialismo. Consistente en medidas estatales adoptadas y ejecutadas desde arriba, por la administración, no por el pueblo, contribuyen a conservar el espíritu autoritario, disminuyendo al mismo tiempo la iniciativa popular. (…) La comprensión y el consentimiento de que las nacionalizaciones en sí no significan el socialismo ya es un progreso que abre el camino a nuevas posibilidades.»[30]

Desafortunadamente, estos no fueron criterios comunes entre los revolucionarios de esa época y menos en la Cuba de 1960. Por eso, en el testimonio de los talleres de calzado de la ciudad de Manzanillo, como en muchos otros casos, como la fábrica de cerveza La Polar que tuvo una experiencia similar por la misma fecha[31], no sorprende la escasa documentación sobre resistencias a estas nacionalizaciones en las memorias de los trabajadores[32]. Es que Souchy sólo define las nacionalizaciones en un sentido muy restrictivo, vinculado a la experiencia histórica europea como «una medida por la cual el Estado se adueña del poderío económico de la sociedad y de todos los esfuerzos de los ciudadanos»[33].

Escenarios como el de Cuba o Bolivia, para no salir del entorno latinoamericano, muestran que expresiones como el «poderío económico de la sociedad» y «los esfuerzos de los ciudadanos» pueden ser términos genéricos que esconden formas colosales de dominio socioeconómico y político de un conjunto de empresas foráneas sobre un país entero, produciendo deformaciones y desigualdades sociales tan agudas, que la nacionalización se presenta como un correctivo aceptado por amplios sectores sociales, como ocurrió en la Cuba de inicios de los 60. Libertarios como Agustín Souchy, no obstante, tienen el mérito de haber llamado la atención, con más de una década de anticipo, sobre los efectos sociales que en pocos años tendrían las nacionalizaciones en Cuba y en todo el llamado Tercer Mundo[34].

Agustín Souchy, la (des)memoria sobre el cooperativismo en Cuba y los libertarios cubanos.

Es paradójico constatar cómo Testimonios sobre la revolución cubana, un libro censurado y sacado de los circuitos de distribución, por decisión del gobierno revolucionario cubano a fines de 1960, coincide con la versión oficial sobre la historia del cooperativismo que hoy en Cuba se ha hecho dominante.

Un investigador como Avelino Fernández ha sistematizado ese criterio prevaleciente, agregándole paralelamente observaciones que no han sido señaladas por otros. «No existió un desarrollo real (…) del fenómeno cooperativo en Cuba. [El cooperativismo] fue utilizado por reducidos sectores marginados, económica y socialmente, como forma de lucha y sobrevivencia. También por grupos favorecidos para enriquecerse con las prebendas de los gobiernos de turno. [Por otro lado] tampoco existió un desarrollo (…), ni siquiera por medio de una legislación básica particular, como dispuso el mandato constitucional de 1940 (…) manteniéndose ubicadas dentro de las genéricas asociaciones, carencias legales y reales que no posibilitaron la introducción de una cultura cooperativa, ni el desarrollo doctrinal que la afianzara, ni por supuesto, una metódica del concierto societario y la voluntad asociativa que las hiciera asentarse y progresar (…)[35]

A pesar de su valiosa contribución al conocimiento de un momento crucial en la historia del cooperativismo en Cuba, el libro de Souchy no aporta nada significativo para disputar el criterio dominante antes descrito, presente tanto en el discurso oficial como en la investigación social que se está llevando a cabo en la Isla sobre el tema.

Más allá de cuestionar o no la veracidad de la afirmación de Avelino Fernández, señalamientos como los que él hace son indicativos del estado actual del conocimiento sobre el tema, pero sobre todo de la naturaleza de las estrategias investigativas que se están empleando para conocer la historia del cooperativismo en Cuba. La subvaloración de lo cualitativo en aras de lo cuantitativo, lo cual esconde un sostenido menosprecio por analizar el papel que juegan las minorías conscientes del mundo de vida popular en la historia; una concepción legalista y juridicista de entender los procesos sociales, que cree que sólo son las doctrinas legales instituidas las que regulan las normas de convivencia, restándole valor a las prácticas culturales y la moralidad legítimas; son algunos de los factores cognoscitivos que han impedido entre nosotros producir una historia social del cooperativismo a la altura de las necesidades, pero también de los deberes postergados de la sociedad cubana, frente a sus propios irresponsabilidades.

Si bien no existió un desarrollo legal del cooperativismo en Cuba, como señala el investigador Avelino Fernández, no se debe ignorar la existencia de trabajos propositivos que se produjeron al calor de los impulsos prácticos, que emprendieron disimiles colectivos laborales y territoriales durante decenios en el diferentes localidades de la isla, utilizando la fórmula legal de asociaciones cooperativas, reconocidas por el régimen legal vigente en Cuba desde 1888, que si bien pudieron haber sido cobertura para la estafa y el despojo de personas carenciadas, también fueron espacio para auténticos proyectos socializadores y solidarios.

Periódicos como El Siglo (1865–1868) de un sector de la burguesía reformista habanera que, intuyendo las luchas de clases que dentro de la Isla se avecinaban, aplicó para Cuba algunas ideas de Proudhon; El Productor (1887–1892), Tierra! (1902–1915) (1924–1934) o Luz Nueva (1923–1929), estos últimos de orientación anarco-sindicalista[36], fueron promotores y voceros de proyectos cooperativistas y sus páginas fueron activos espacios de discusión sobre las conveniencias y inconveniencias de tales proyectos para los movimientos obreros de esa época. Investigadores sociales y políticos con orientaciones ideológicas diversas, publicaron textos referidos al tema cooperativo en Cuba. Rafael Montes de Oca (1938)[37] en Nuevitas, Camagüey; Miguel Valdivia Martínez (1927), en Pinar del Rio; Juan Bruno Fernández de Castro (1946), desde Bayamo, el Representante a la Cámara Marino López Blanco (1928); Manuel Pérez Picó (1939), José Luciano Franco (1932) en La Habana, Evelio Álvarez del Real (1931), Francisco Bretau (1939) , son algunos de los nombres de autores que refutan la idea de que en Cuba no ha existido interés por formular un ordenamiento social y legal del cooperativismo.

Por otro lado, afirmar como lo hace el autor antes referido, que en Cuba no ha existido una cultura cooperativista es una aseveración que se hace desde una escala de medida que ya de por si no permite hacer un acercamiento al tema desde las dinámicas regionales y ocupacionales en que se produce o no el cooperativismo. Desde esta perspectiva, experiencias como la «Cooperativa mutua para la construcción de casas de Santiago de Cuba» (1921–1942 ); la «Sociedad cooperativa de socorros mutuos de Banes» (1911–1928); la «Cooperativa de notarios de Victoria de Las Tunas» (1938); la «Cooperativa de Socorros Mutuos de obreros ferroviarios de Santiago de Cuba» (1938–1947); la «Cooperativa de agricultores del central Manatí» (1939)[38]; la «Cooperativa agrícola arrocera de Virama» (1940–1945) en Las Tunas; la «Unión de campesinos, pequeños arrendatarios y campesinos en general del barrio Barajagua, Mayarí» (1941–1943), por sólo citar algunas en la región oriental que hemos estudiado, desaparecen de la memoria histórica colectiva, instalándose un imaginario sobre el tema, donde cíclicamente se comienza de cero, como si fuéramos herederos de un territorio baldío.

En Testimonio sobre la revolución cubana, a pesar del acucioso empeño investigativo de su autor, no se encuentran las más mínima huellas de ninguna de las experiencias cooperativas antes mencionadas. Ni siquiera hace referencia a la «Cooperativa agrícola de la Casa de la Cultura y la Asistencia Social de Morón», una experiencia en la que se involucró el Sindicato de Trabajadores de Plantas Eléctricas, donde operaron activos y notorios libertarios, conocidos por Souchy, como Francisco Bratau, que escribió ampliamente sobre esa experiencia en 1939 en el texto «Un experimento interesante: la cooperativa agrícola de Morón».[39]

Este silencio de Souchy sobre experiencias cooperativistas en Cuba anterior a 1959 es inquietante, pero desafortunadamente no es el único en la historia del movimiento libertario cubano. A inicios del siglo XX el colectivo editor de ¡Tierra!, el gran periódico obrero de inicios del siglo XX, hizo escasas referencias, por no decir ninguna, a las luchas sociales de fines del siglo XIX y a su gran antecesor el empeño periodístico El Productor. La excelente revista Estudios en 1950 nunca se pronunció en relación al trabajo de sus compañeros de ¡Tierra! o El Productor. Tampoco el III Congreso Nacional Libertario de 1950, que marcó un discreto crecimiento de la perspectiva ácrata en los ámbitos sindicales, dio señales de saberse heredero de un movimiento social que venía desde el siglo XIX[40].

Por ahora no tenemos explicación a esta desmemoria de los libertarios cubanos sobre su propia presencia e influencia en los movimientos sociales cubanos y menos aún cómo Agustín Souchy heredó y reprodujo esta propia amnesia social en la coyuntura de 1960, pero si podemos decir que esto deja el camino abierto para la desaparición de los libertarios cubanos de la historia de las luchas sociales en Cuba. Para la historia del cooperativismo en Cuba esto tuvo consecuencias directas, puesto que ninguna otra corriente de ideas en la Isla, mostró interés en sistematizar las experiencias y los saberes disponibles para organizar una convivencia fraternal y justa, nacida de las iniciativas populares, necesaria para un sólido espíritu cooperativista. En ausencia de una perspectiva libertaria sobre la historia social del cooperativismo en Cuba, esta ha quedado reducida al conjunto de los empeños ministeriales por darle vida desde las mesas de trabajo de los grandes proyectistas de la revolución.

La perspectiva de Agustín Souchy frente a las Unidades Básicas de Producción Cooperativa.

Después que Souchy escribió Testimonio sobre la revolución cubana, los impulsos de los dirigentes revolucionarios cubanos, detectados por Souchy en 1960, encaminados a convertir a Cuba en el «primer país en el hemisferio occidental que se esfuerza por introducir la economía dirigida por el Estado», tres décadas después, se convierten en una realidad concreta, que se puede palpar desde la vida cotidiana hasta el lenguaje, como el mismo Souchy divisó a mediados 1960:

«En el lapso de un año y medio que ha pasado después de la victoriosa revolución, el lenguaje común ha cambiado en Cuba paralelamente con la nueva política, dando un nuevo sentido a palabras viejas. En ciertos lugares del país se dice dieta para significar sueldo; el monologo de los jefes de la revolución se llama democracia directa (…) la reiterada divisa ´consumir lo que el país produce es hacer patria´, es una buena intención mal interpretada que debería decir ´producir en el país lo que se consume…´; una gran parte de los cubanos asocian e interpretan la palabra cooperativa como equivalente a la construcción de grupos de casas por el INRA y otras curiosidades semánticas por el estilo».

Estas «curiosidades semánticas» que revela Souchy en 1960, en 1993 ya se habían convertido en el lenguaje común en Cuba, pero la realidad que le había dado vida, esto es, el desmesurado, artificial y sostenido crecimiento del Estado cubano, cae en ese año en una contracción de grandes proporciones, que arrastra tras de sí a toda la sociedad cubana. Los voceros estatales en aquella coyuntura intentaron explicar aquel descalabro como una «crisis económica», pero, desde la perspectiva del espíritu que embargaba a las grandes mayorías en la Cuba de 1960, se trató más exactamente de la derrota del sueño colectivo del nacionalismo socialista criollo, anunciado por Souchy, de hacer en Cuba el primer país en el hemisferio occidental donde el Estado soberano fuera una gran empresa monopólica, justiciera y modernizadora.

En estas duras circunstancias, en 1993 se crearon las Unidades Básicas de Producción Cooperativa, otra vez a iniciativa del gobierno revolucionario, confirmándose el aserto de que una sociedad afectada de amnesia en el saber de sus propias realizaciones, condena a sus gobernantes a repetir sus pasadas soluciones[41] Los objetivos que el Estado le planteó a las UBPC, según los especialistas en el tema, fueron «la diversificación de las formas de producción y de los agentes productivos, el redimensionamiento de las áreas de cultivo [así como] la necesidad de promover nuevos incentivos para captar y estabilizar la fuerza de trabajo en el sector»[42]

En el debate académico que se generó en el país en los años 90 en torno a las UBPC en Cuba, varios acuciosos investigadores ofrecieron propuestas de definición sobre esa «nueva» forma de gestión agropecuaria. Pérez Rojas y Torres Vila (1994) consideraron que «su creación constituye un rescate del cooperativismo estatal, con un carácter híbrido por su dualismo estructural y funcional»[43]; Figueroa Albelo (1996) señaló que por su funcionamiento, se sitúa entre una unidad comercial y una unidad técnico productiva y por su estructura está a medio camino entre la empresa estatal y una verdadera cooperativa»[44]. Para el desaparecido sociólogo Hugo Azcuy (1997) «el carácter cooperativo de las UBPC sólo reside en que su producción es cooperada»[45] Para Juan Valdez Paz (1993) «la definición de la UBPC depende de la participación del productor en la gestión económica»[46].

Lo que nos llama la atención en estas definiciones que se hicieron en los años 90 sobre las UBPC es la ausencia de un análisis sobre la naturaleza de la supuesta novedad de esta forma de gestión agropecuaria en Cuba. Al haber sido escritos fundamentalmente por sociólogos, ninguno de estos autores citados hizo mención a las Cooperativas Cañeras que existieron a inicios de la década del 60, ni compararon la documentación que produjeron la I y II Convención Nacional de Cooperativas Cañeras realizados en 1961 y 1962 en la ciudad de Manzanillo, con los Documentos sobre la creación y funcionamiento de las UBPC, elaborado por la Dirección Jurídica del Ministerio del Azúcar en 1993.

Derivado de este olvido, tampoco analizaron las causas de los problemas de las UBPC, especialmente las cañeras, comparándolas con las que ya había señalado Carlos Rafael Rodríguez en 1964. De esta forma, si para Rodríguez, el fracaso de las cooperativas cañeras se podía encontrar en la actitud de los mismos trabajadores cañeros, dispuestos a renunciar a la incertidumbre que implica ser productores libres, para convertirse en asalariados privilegiados de su nuevo Estado revolucionario; los investigadores de las UBPC en los años 90 parecen haberse desentendido de una aguda hipótesis como la de Rodríguez, y centraron más su atención en los mecanismos estatales de subordinación y control que impidieran a los trabajadores convertirse en productores libres, como si las nocividades del imaginario salarial que mostraron los trabajadores cañeros de los 60 hubieran dejado de operar de unas décadas a otras.

Un ex dirigente sindical hizo una afirmación en 1996, que en esa época mostró su claro compromiso con los intereses del Estado cubano, pero que, casi dos décadas después, pudiera ser una interrogante crucial para discernir el futuro de las Unidades Básicas de Producción Cooperativa y el cooperativismo en Cuba: ¿los conflictos laborales en las UBPC son porque carecen de autonomía o porque no se le utiliza plenamente?[47] Responder esta pregunta es importante para determinar responsabilidades frente a los fracasos de los empeños productivos socialistas en Cuba, pero también para visibilizar uno de los efectos menos tangibles de la centralización y la hipertrofia estatal en una sociedad como la cubana: el hábito de culpar al gobierno de todos los males que la aquejan, ocultando o minimizando las responsabilidades que le corresponden a la sociedad en sus propios problemas. Desafortunadamente para muchos académicos este todavía «es un aspecto objeto de debate»[48]y aún no ha tenido certera respuesta.

Frente a este asunto, Souchy, rompiendo lanzas con los obrerismos victimizantes, presentes en su tiempo y todavía hoy en el nuestro, hace más de 60 años señaló: «La responsabilidad del trabajador frente a la sociedad es un factor sicológico al cual el movimiento obrero no le ha prestado la debida atención. Una consecuencia de ello es una decadencia lamentable del valor renovador del socialismo. El asalariado no siente ninguna responsabilidad por el trabajo que ejecuta, ya que el patrón asume la responsabilidad. He ahí por qué el lechero adultera la leche, el panadero produce pan de mala calidad, los albañiles aplican malos materiales para construir las viviendas de sus propios hermanos, todo lo cual sirve de instrumento de opresión del propio obrero. (…) La sociedad capitalista y estatal es ciertamente responsable del mal social que sufrimos. Las instituciones opresoras estropean el entusiasmo e impiden el desarrollo de valiosas iniciativas (…) mas el individuo también debe ser considerado como un elemento crucial del desarrollo humano.»[49]

Los «productores libres» y la «soberanía alimentaria» desde la perspectiva del «cooperativismo libre» de Souchy

Muy pocos dudan hoy en Cuba que el cooperativismo es un paso de avance en el camino hacia una sociedad que supere los horrores del capitalismo en sus variantes privadas, monopolistas o estatales, pero el retorno del interés estatal y académico por el cooperativismo no ha dejado de estar marcado, en buena medida, por motivaciones productivistas y economicistas de corto plazo.

A estos factores coyunturales habría que agregar que en la actual promoción y fomento del cooperativismo confluyen viejos y nuevos nodos conceptuales, que pueden atentar contra las plenas potencialidades del cooperativismo. La perspectiva de Souchy sobre las «cooperativas libres» nos puede permitir apuntar y trascender los constreñimientos liberatorios que contienen algunos de estos conceptos. No son difíciles de encontrar en los textos actuales que se refieren laudatoriamente al tema, las ideas de que el cooperativismo fomenta una sociedad de «productores libres» y facilita la «soberanía alimentaria». Estas dos expresiones son particularmente significativas , porque entre una y otra está contenida buena parte de la historia del cooperativismo mismo, marcado desde sus orígenes por el imaginario del movimiento obrero europeo[50], hasta su universalización en las sociedades del llamado Tercer Mundo, condenadas a la dependencia alimentaria introducida, criminal y artificialmente, por los colonialismos europeos en África y Asia.

Pero si aceptamos como válida la definición que hace Souchy de la cooperación como «el consenso voluntario de hombres y mujeres libres en colaborar juntos y repartir los frutos de sus esfuerzos en partes iguales o proporcionales»[51], tendríamos que decir que ninguno de esos dos conceptos se ajustan plenamente a la realidad de una cooperativa libre. El primero, «productor libre», desarrollado por el movimiento obrero decimonónico, porque el ser humano a que hace referencia la definición de «productor» es el individuo reducido por el capitalismo y el estatismo a la condición de fuerza de trabajo, que histórica y mayoritariamente ha delegado en otros, por el agotamiento físico y la aplaudida especialización, la dura tarea de auto gobernarse y realizar la libertad. El segundo, «soberanía alimentaria», originado en las ONG´s europeas y yanquis, porque presupone que se puede resolver el problema del hambre, sin que los afectados recuperen la soberanía sobre la totalidad de sus vidas, dejando intactas las condiciones de opresión que ejercen las empresas transnacionales y los Estados neocoloniales, particularmente sobre las comunidades, particularmente las rurales, en el Tercer Mundo.

Los conceptos de «productores libres» y de «soberanía alimentaria», contrastados con el de «cooperativas libres» de Souchy, deja entrever que introducen un sesgo productivista y alimentarista, que reproducen la fatal disociación entre lo espiritual y lo material que ha instaurado exitosamente la cultura del capitalismo en el movimiento obrero a través del régimen salarial y de los regímenes estatales modernizadores del Tercer Mundo, nacidos de los gloriosos movimientos anticoloniales[52]. De esta forma, allí donde es necesario ponderar la centralidad de las interacciones personales basada en el autogobierno, la fraternidad, la ayuda mutua, la mejora moral en las relaciones interpersonales que implica desarrollar el consenso voluntario de hombres y mujeres libres en colaborar juntos y repartir los frutos de sus esfuerzos en partes iguales o proporcionales, se acentúan los efectos productivos, reduciendo implícitamente el bienestar humano a producir más, no importa cómo.

Ni los puentes, ni el socialismo, ni las cooperativas son realidades soberanas, son fragmentos imantados por la energía que desprenden, o no, las nuevas formas de convivencia.

Sobre los límites del «cooperativismo libre» de Souchy o esbozos de un nuevo impulso desde él.

Pero las nuevas formas de convivencia que son el germen más seguro de una sociedad que trasciende la lógica del capitalismo no pueden ocurrir sólo en el marco de las «cooperativas libres» que tanto enalteció Agustín Souchy en su tiempo. A través de este concepto se hacen perceptibles las polémicas de la época de la llamada Guerra Fría, marcadas por la retórica del conflicto entre el «totalitarismo» y la «libertad», donde el primero era entendido sólo haciendo referencias al accionar y los avances de la figura del Estado, en lo cual los libertarios de ese tiempo coincidieron con muchos liberales honestos. Pero más de medio siglo después, y luego de haberse conocido los efectos sociales de las llamadas ´terapias de choque´ que promovieron mundialmente los teóricos del neoliberalismo con sus nefastas consecuencias, tal concepto de totalitarismo ha sido ampliado mas allá de la actuación de los mega- Estados y hoy se está incluyendo dentro de él lo que se ha ido aprendiendo sobre los efectos nefastos de los mercados sobre la sociedad y especialmente sobre las cooperativas[53].

La definición que hace Souchy de las cooperativas como el espacio donde se produce «el consenso voluntario de hombres y mujeres libres en colaborar juntos y repartir los frutos de sus esfuerzos en partes iguales o proporcionales», no garantiza necesariamente una convivencia liberada de las lógicas del capitalismo y al contrario, crea las condiciones para un capitalismo colectivo funesto, como el que ya se conoció en las empresas autogestionadas yugoslavas hace varias décadas o en la famosa cooperativa vasca Mondragón en sus sucursales periféricas en el Tercer Mundo.

En nuestro contexto una investigadora como la socióloga Camila Piñeiro Harnecker ha sido de las que más claramente ha apuntado hacia estas problemáticas, trascendiendo los acercamientos analíticos que llevaron a cabo los investigadores cubanos sobre las UBPC en los años 90 y aportando nuevas aristas al debate del cooperativismo en Cuba, desde el estudio de las experiencias cooperativas venezolanas, promovidas por el gobierno entre 2002 y 2006 aproximadamente. Desde esa perspectiva de Piñeiro, ella ha señalado que «si bien la participación de los trabajadores en la administración democrática de sus empresas tiene el potencial de promover la expansión de sus intereses individuales y colectivos de manera que incluyan intereses sociales más amplios, esto no ocurre necesariamente» y derivado de ello, «la propiedad legal de las empresas por sus trabajadores (…) no significa control social y por consiguiente no asegura que [las cooperativas] produzcan para satisfacer necesidades sociales»[54]

En tal sentido es que Camila Piñeiro en sus investigaciones de terreno en Venezuela arribó a la hipótesis de que la «práctica participativa entre empresas democráticas y otras comunidades es más importante que la participación dentro de las empresas — democracia laboral — para promover la solidaridad de los trabajadores hacia las comunidades», pero al centrar su trabajo de terreno sobre todo en aquellas cooperativas promovidas por el gobierno bolivariano no pudo encontrar en ese entorno experiencias cooperativas que tuvieran ese proceder[55].

Percibiendo esta notable investigación desde la perspectiva del «cooperativismo libre» de Souchy, podemos ver que la investigadora potenció lo cuantitativo sobre lo cualitativo como igualmente lo hacen otros investigadores cubanos, perdiendo la oportunidad de estudiar comparativamente experiencias concretas de cooperativismo anterior al boom de 2001[56]. Por otro lado, introdujo un sesgo limitante en su análisis, al potenciar un factor del funcionamiento del cooperativismo venezolano, como la proyección comunitaria o no de los cooperativistas, por encima de otros factores igualmente importantes como la existencia o no de reglas claras y consensuadas dentro del colectivo, niveles de auto organización soberana o la presencia de coordinaciones con otros niveles de auto organización, factores que han tenido en cuenta otros investigadores del fenómeno del cooperativismo y en general de las economías basadas en los bienes comunes[57].

Contrastar empeños investigativos contemporáneos que vienen llevando investigadores cubanos con textos como Testimonio sobre la revolución cubana puede ser un empeño sustancioso y útil para llegar a formular un pensamiento y unas prácticas alternativas a las variantes de capitalismo conocidas, que deben tener no sólo un fundamento económico, sino también debe incluir desde lo antropológico, lo histórico, hasta lo biológico, porque el cooperativismo entendido como otra forma de incrementar las ventas y aumentar los beneficios sería el nombre prestigioso de turno para otro fracaso. Porque el cooperativismo es también un proyecto sociabilidad, de auto educación y de recuperación de la soberanía de las personas y colectivos sobre sus vidas.

Podemos decir entonces que un militante anarcosindicalista polaco-alemán como Agustín Souchy, con su libro Testimonio sobre la revolución cubana, con sus luces y sus sombras, no sólo nos incita a repensar la historia del cooperativismo en Cuba, sino también a estar atentos a las formas en que pueden repetirse lo que ya ha fracasado. Permite ir más allá de suponer que viejas soluciones pueden servir para resolver viejos problemas[58].

Junto a la Declaración de Principio de La Agrupación Sindicalista Libertaria de Cuba[59], de julio de 1960 y el Manifiesto de los anarquistas de Chile sobre la revolución cubana de agosto de 1960, constituyen tres tempranos documentos históricos sobre un momento crucial de la revolución cubana, que son una contribución discutible y abierta al diálogo entre revolucionarios, pero plena de potencialidades liberadoras para plantearse nuevamente el cooperativismo, el socialismo y la emancipación individual y colectiva en los tiempos que corren.

Entre el Reparto Eléctrico y Coco Solo, La Habana15 de diciembre 2013.


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Notas:

[1] Anatomía del entusiasmo. En Nuevos Mundos. Mundos Nuevos. Coloquios 2009

[2] La fantasía roja. Debate, Barcelona, 2006

[3] Los hijos de Saturno. Intelectuales y política en Cuba (1959–1971) México, FLACSO-Porrúa, 2006.

[4] Gustav Landauer: La revolución. Libros de la Araucaria s.a., Buenos Aires, 2005. Pág 112

[5] Testimonio sobre la revolución cubana. Ediciones Reconstruir. Pág.13

[6] Un documento contemporáneo al texto de Souchy como el Manifiesto de los anarquistas de Chile sobre la Revolución Cubana ante los imperialismos yanqui y ruso de diciembre de 1960, sitúa la significación de la revolución española para los contemporáneos de la revolución cubana y sus posibles peligros: «No queremos que la Revolución de Cuba se pierda como la de España. La Revolución Española se perdió no sólo por las armas fascistas, sino, debido también a otros factores: el Estado republicano, la intervención bolchevique y la insuficiente solidaridad internacional de los pueblos. El heroísmo de los revolucionarios se malogró por las maniobras y torpezas de los políticos profesionales que se oponían a la espontaneidad popular que creaba un mundo socialista libertario para suplantar al Estado, mientras la burguesía liberal, masónica, los socialistas y los bolcheviques no podían prescindir de éste. Rusia se hizo pagar a precio infame su ayuda en armas, trasladando a su Cheka al territorio español, para asesinar a anarquistas, sindicalistas y trotskistas y para destruir las comunidades agrarias y la organización de la industria realizadas por los libertarios; se introdujo también en el gobierno y en la dirección de los ejércitos con sus Comisarios que sólo buscaban en España destruir el baluarte anarquista que crearía una sociedad fuera de la tutela de la URSS.

[7] Ob.Cit. pág.14

[8] «Agustín Souchy visita a Cuba» En: Testimonio sobre la revolución cubana. Ediciones Reconstruir, 1960

[9] Sobre este asunto arroja una documentada perspectiva el libro Antifascistas alemanes en Barcelona (1933–1939) El grupo DAS: sus actividades contra la red nazi y en el frente de Aragón. Editorial Cintra, 2010

[10] En nuestro contexto editorial un libro como El hombre que amaba a los perros de Leonardo Padura, en su magistral calidad literaria, reproduce los estereotipos y escamoteos históricos que fabricaron los estalinistas, socialistas y liberales españoles en torno al lugar y la extensión de las practicas de comunismo libertario en la revolución española, llevadas a cabo por actores sociales tan disímiles como el campesinado y los mineros gallegos, los trabajadores agrícolas andaluces o los obreros industriales barceloneses. En este empeño descalificador, Padura llega a de convertir a los anarquistas del puerto de Barcelona de los años 30, en consumidores de heroína,. Ver pág. 59, Maxi Tusquets Editores, 2011

[11] Actas del Congreso de Paris. Archivo de la AIT- Albert de Jong. Instituto de Historia Social de Ámsterdam. Cortesía de Sarah Brull.

[12] En Antifascistas alemanes en Barcelona (1933–1939) El Grupo DAS…pág.105. También en las memorias de Emma Goldmann Viviendo mi vida. Fundación de Estudios Libertarios Anselmo Lorenzo. Madrid, 1996, hay algunas rememoraciones sobre Souchy.

[13] La correspondencia con el Comité Regional de la CNT en Levante, de Helmut Rudiger, compañero de Souchy, quien polemizó duramente con él en España, en torno a su postura acrítica frente a la CNT, llama la atención sobre el tratamiento de la CNT a los internacionalistas que asumieron posturas críticas en España respecto a esa organización. En: Fondo CNT. Microfilm 54 Instituto de Historia Social de Ámsterdam. Cortesía de Sarah Brull

[14] En: Gómez Casas, Juan: Historia del anarcosindicalismo español. Ediciones CNT, Barcelona, 1989.

[15] En Antifascistas alemanes en Barcelona (1933–1939) El Grupo DAS… pág.195

[16] Pepe Gutiérrez Álvarez: Libertarios, libertarias. Un diccionario bio-bibliográfico. Sant Pere de Ribes, 2007

[17] Estudios. Mensuario de Cultura. №4 Excelente revista coordinada por Marcelo Salinas, Abelardo Iglesias y Luis Dulzaides, espacio en que se discutieron desde una perspectiva libertaria los temas más peliagudos de la época en campos tan disimiles como las artes plásticas, la literatura, la educación, la crisis de los movimientos obreros, la naturaleza del estalinismo, etc., con las contribuciones de relevantes creadores visuales y literarios como Enrique Labrador Ruiz, Wilfredo Lam, Eduardo Manet, Roberto Diago, entre otros relevantes creadores cubanos en la época.

[18] Sartre, Jean Paul: Huracán sobre el azúcar, Merayo Editor. Buenos Aires, 1965. Pág. 110

[19] Souchy, Agustín: Testimonio sobre la revolución cubana. Ediciones Reconstruir, FLA, Buenos Aires, 1960. Pág.38

[20] Ob.Cit. Pág.139

[21] Ver: «Cuatro años de reforma agraria» En: Letra con filo. Editorial Ciencias Sociales, La Habana, 1983, pág. 211

[22] Idem.

[23] Una idea que, en parte, confluyó con el tipo de marxismo que en un momento desarrolló Lukács con sus estudios sobre la conciencia de clase; consejistas como Anton Pannekoek, Paul Mattick y marxistas revolucionarios — «trotskistas» — como Andreu Nin o Paul Thalmann, que convergieron con los anarquistas «incontrolados», fundadores en Barcelona del pequeño pero decisivo grupo «Los Amigos de Durruti», que se organizaron para constituir una alternativa revolucionaria para enfrentar la parálisis generada por el ´anarquismo gubernamental´ de la CNT-FAI en el cual, como vimos, militó Souchy en ese momento.

[24] Ob.Cit. Pág

[25] Poblados que surgieron en los centrales azucareros, muchos de ellos verdaderas ciudades en pequeña escala, familiarizadas con los más novedosos productos de la cultura para masas del capitalismo industrial, en medio de entornos naturales y sociales plenamente rurales tradicionales o vacios demográficamente.

[26] Ver los valiosos análisis cuantitativos realizados por Jorge Ibarra en Cuba 1898–1958. Estructura y procesos sociales. Ciencias Sociales, La Habana, 1995. Pág.143

[27]ver: «Evolución del Estado cubano, 1930–1958: la regulación de las relaciones laborales y el azúcar» En: Temas no. 22–23 (2000)

[28] Ob.Cit. Pág.40

[29] Ob.Cit. pág. 45

[30] Ob. Cit. Editorial Estudios, La Habana, 1950. Pág. 104

[31] El testimonio de Serafín «Tato» Quiñones y Santiago Lugo nos permitió conocer esta experiencia, olvidada hoy, de los trabajadores de esta gran fábrica, que durante 1959–1960 la gestionaron por si mismos hasta su estatización.

[32] El masivo apoyo sindical a las nacionalizaciones en Argentina y sobre todo en Bolivia en los años 50, son otra muestra de esta popularidad de tal salida estatal a los conflictos sociales. En el país andino el debate social sobre las nacionalizaciones fue un tema que polarizó violentamente el conflicto social. Una pequeña pero concreta muestra de ello es el artículo El Estado y la economía dirigida del intelectual liberal boliviano Luis Terán, escrito para la revista habanera «América» de enero-junio de 1956.

[33]Ob. Cit. Editorial Estudios, La Habana, 1950. Pág. 103

[34] Un militante anticolonial de la talla intelectual del martiniqueño Frantz Fanon con un libro suyo como Los condenados de la tierra de 1961, que tuvo un gran poder de inspiración sobre los movimientos anticoloniales de las décadas de los 60 y 70, demuestra las luminosas confluencias de ideas que pueden generarse entre revolucionarios radicales, a pesar de las diferencias: Para Fanon «es claro que esa nacionalización no debe adquirir el aspecto de una rígida estatización (…) Nacionalizar (…) es organizar democráticamente las cooperativas de venta y de compra. Es descentralizar esas cooperativas, interesando a las masas en la gestión de los asuntos públicos.» En: Ob.Cit. Pág 139

[35] «Notas características del ambiente legal cooperativo en Cuba.» En: Colección Jurídica no.37, 2006

[36] La investigación sobre las relaciones entre los anarcosindicalistas y las ideas cooperativistas está igualmente por hacerse no sólo en Cuba sino también en un país como España donde se ha investigado el anarcosindicalismo con más sistematicidad que en Cuba. Ver «José Peirats y el cooperativismo» en CNT no 262

[37] Las fechas que se señalan a continuación de los nombres son los años de publicación de textos de estos autores

[38] Es interesante señalar el hecho de que en el Acta de Reunión Inicial para constituir esta cooperativa fue citado el caso de «(…) la cooperativa japonesa que opera en la Isla de Pinos, cuya organización ha alcanzado un éxito completo y que así mismo, con la perseverancia por parte de los componentes de esta cooperativa, podremos lograr su desenvolvimiento con resultados halagüeños en beneficio de los asociados.» También se hace referencia en ese texto a la existencia de «otras cooperativas extranjeras en el territorio nacional que iniciaron sus operaciones con muy escasos recursos, tanto en asociados y en capital y hoy funcionan…» En: Cooperativa de agricultores del Central Manatí. Archivo Histórico de Oriente. Leg.2428 Exp.7 Registro de Asociaciones. Esto introduce otra arista inédita sobre la historia del cooperativismo en Cuba.

[39]«Un experimento interesante: la cooperativa agrícola de Morón» En: Las máquinas y los trabajadores. Empresa Editorial de Publicaciones. La Habana, 1939.

[40] «Actualidad obrera nacional. Los libertarios vienen por sus fueros» En: Estudios. Mensuario de Cultura. №2. La Habana. febrero-marzo de 1950

[41] Un libro como Cuba: país de poca memoria, de 1951, escrito por el agudo periodista italiano Aldo Varoni en su estancia en la Isla, podría ser un buen punto de partida para analizar el estatuto de la desmemoria y sus efectos en la sociedad cubana, aplicable también al tema especifico de la desmemoria sobre el cooperativismo en Cuba.

[42] Víctor Figueroa Albelo «El nuevo modelo agrario en Cuba bajo los marcos de la reforma económica» En: Desarrollo rural y participación. Ediciones Universidad de La Habana, 1996, pág.7

[43]«Participación y producción agraria en Cuba: las UBPC» En: Temas. Cultura, Ideología, Sociedad. №11, 1997, pág. 71

[44] [44] Víctor Figueroa Albelo «El nuevo modelo agrario en Cuba bajo los marcos de la reforma económica» En: Desarrollo rural y participación. Ediciones Universidad de La Habana, 1996, pág.9

[45] Entrevista realizada a Hugo Azcuy por Niurka Pérez y Miriam García el 27 de abril de 1994. En: Participación y producción agraria en Cuba: las UBPC» En: Temas. Cultura, Ideología, Sociedad. №11, 1997, pág. 75

[46] Conferencia pronunciada por Juan Valdez Paz con motivo del X Aniversario del Equipo de Estudios Rurales. U.H. 24 de diciembre de 1993. Material mimeografiado en Biblioteca de la facultad de Filosofía e Historia de la U.H.

[47] La frase original la enunció Pedro Ross Leal, ex secretario general de la CTC y actual embajador de Cuba en Angola: «en las UBPC(…) no hay conflicto porque se carezca de autonomía, sino en todo caso, porque no se le utiliza plenamente» En: Informe de la Central de Trabajadores de Cuba al Parlamento Nacional con los trabajadores de las UBPC cañeras» En: Cañaveral . Minaz. Enero-marzo, 1997.

[48] Aseveración que se hace en el final del artículo Participación y producción agraria en Cuba: las UBPC» En: Temas. Cultura, Ideología, Sociedad. №11, 1997, pág. 73

[49] El socialismo Libertario… Ob.Cit. Pág.157

[50] Ver: Paul Lambert: «Cooperativismo y movimiento obrero» En: Reconstruir. №10, 1963

[51]Socialismo Libertario. Aportación a un nuevo orden ético y social. Ob.Cit. pág. 142

[52] Lo primero ha sido admirable y valientemente analizado por Félix Rodrigo Mora en su amplia como polémica obra, especialmente en El giro estadolátrico. Repudio experiencial del Estado de bienestar. Maldecap Ediciones, Alicante, España, 2007 y La democracia y el triunfo del Estado. Por una revolución democrática, axiológica y civilizadora. Editorial Manuscritos, Morata de Tajuña, España, 2010. Lo segundo fue desarrollado de manera igualmente valiente como magistral, por Frantz Fanon en Los condenados de la tierra. Ob.Cit.

[53] Un contemporáneo, y probablemente coterráneo, de Souchy como Karl Polanyi fue mucho más agudo en su visión crítica sobre el mercado de lo que se pudiera haber esperado de militantes sociales como los anarquistas de la época de la Guerra Fría. En tal sentido en Polanyi podemos encontrar, desde antes de 1944, una visión como esta: La idea de un mercado que se autorregula a sí mismo (…) no podía existir de forma duradera sin destruir al hombre y transformar su ecosistema en un desierto (…)» En: La gran transformación. Crítica del liberalismo económico. La Piqueta, Madrid, 1989. Pág.26.

[54] «Conciencia social y planificación democrática en las cooperativas venezolanas» En: Temas no. 54, abril-junio 2008

[55] Ob. Cit. pág.21

[56] Al tomar como muestra de análisis sólo el cooperativismo nacido del impulso gubernamental un texto como «Conciencia social y planificación democrática…» perdió la oportunidad de analizar lo que se podría considerar la experiencia de cooperativismo más exitosa y duradera probablemente a nivel de Venezuela, la Central Cooperativa de Servicios Sociales de Lara (CECOSESOLA) Ver: Buscando una convivencia armónica. Escuela cooperativa «Rosario Arjona» CECOSESOLA, Barquisimeto, 2003. Por otro lado, un estudio realizado por el investigador del movimiento cooperativo venezolano Luis Alfredo Delgado estimaba en veinte mil el número de cooperativas activas en 2009. Dentro de esta cifra global, calculó que el mayor volumen de operaciones como la cantidad de socios y socias correspondía, en su mayoría, a organizaciones cooperativas existentes antes del año 2001» En: Luis Alfredo Delgado Bello «Venezuela: ¿Fracasaron las cooperativas? [en línea] ACI Américas, mayo, 2008 (vi: julio 2009) disponible en Internet en: http://www.aciamericas.coop/spip.php?articl

[57]Contribuciones fundamentales al tema hechas por Kropotkin, Tomasello, Razzetto y más recientemente Ellinor Ostrom nos indujeron a considerar estas variables como igualmente significativas para analizar las experiencias cooperativas. Es inquietante el silencio mediático y académico en nuestros medios de contribuciones académicas como las de estos investigadores al tema en cuestión, especialmente por su actualidad la obra de la Olstrom El gobierno de los bienes comunes, por demás Premio Nobel de Economía 2009.

[58] En un texto como «Participación y producción agraria en Cuba: las UBPC». Ob. Cit. se traslucen las limitaciones explicativas de las herramientas de análisis que emplearon en los 90 los académicos cubanos para abordar las UBPC y sus efectos: «Se suponía que los nuevos procesos descentralizadores y de reestructuración organizativa contribuirían a lograr niveles superiores de participación en la toma de decisiones…».

[59] Ver: Reconstruir. №10, Buenos Aires, 1963


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