Ariel Dacal Díaz: “La transición socialista que no plantee sus bases anticapitalistas solo alcanzará la cuadratura del círculo”
Ponencia presentada por el autor en la Mesa de Debate: Marx y una economía política para la transición socialista, Instituto Cubano de Investigación Cultural “Juan Marinello”, 16 de mayo, 2018.
Pareciera que el problema fundamental de Cuba es económico, y por tanto debería centrar toda nuestra atención. Pero, ¿qué es lo económico? Contrario a esa idea, pareciera que el problema es político, y que este debería ser nuestro enfoque prioritario. Pero, ¿qué es lo político?
Para comprender la realidad cubana, ambos referentes tienen limitado alcance interpretativo el uno sin el otro. Sin embargo, ambos cobran sentido al preguntarles ¿a qué proyecto social sirven?, ¿a qué condición del ser humano tributan?, ¿a qué comprensión sobre la naturaleza responden?
El modo de relación entre lo natural, lo social y lo humano tiene carácter histórico concreto. Épocas, sistemas, modelos, cosmovisiones e ideologías dan cuenta del largo tránsito de lo económico y lo político como soluciones a esa relación. Tránsito que ha dejado, esencialmente, una traza de disputas antagónicas entre la libertad y la opresión, la que desde hace un buen tiempo se polariza entre dos referentes: el capitalismo y el comunismo.
Las líneas gruesas de la teoría sobre la transición al comunismo enmarcan un proceso histórico contrario a las relaciones de producción capitalistas. Este pretende superar la contradicción entre el creciente carácter social de la producción y la apropiación privada de la riqueza por una minoría, y supone el avance del control político de la clase trabajadora en su condición de productora y propietaria colectiva. En una formulación más abstracta, busca dirimir el conflicto entre el Capital y el Trabajo.
Dentro de ese proceso, la construcción del socialismo se concibió como comunismo inicial, incipiente, incompleto, contradictorio y conflictivo, donde coexisten atributos económicos, sociales y culturales del nuevo y del viejo orden.
El análisis sobre esta transición tiene dos dimensiones, una teórica y otra política. Si bien no siempre se acompañan en su desarrollo, sí se atraviesan permanentemente en la pregunta ¿qué soluciones políticas derivan del marco teórico, y qué soporte teórico tienen las soluciones políticas?
Con más de un siglo de existencia, los debates y experiencias prácticas sobre la transición socialista, aun y cuando cargan pesados lastres históricos, vuelcan todos sus acumulados en la agenda política actual frente al mismo acuciante problema ¿cómo gestionar las relaciones naturales, sociales y humanas que pretenden un orden nuevo, no capitalista?
Al esbozar la historia de esta transición aparecen algunas alertas:
a) el proyecto comunista se diluye en la formulación “construcción del socialismo” como estado permanente;
b) se obvia el carácter antagónico del capitalismo y el socialismo pretendiendo un orden de convivencia donde se agregue lo mejor de ambos, una tercera vía que haga emerger, incluso, un capitalismo con rostro humano;
c) se sustituye, como principio, el control político directo de la clase trabajadora por un grupo social que la representa;
d) se modelan conceptos y estructuras para la conciliación de las clases
e) se desvinculan el papel de la conciencia en la transformación social y las prácticas socializadoras que la motiva;
f) se infiltra el supuesto carácter independiente de la economía, y con ello la mercantilización como esencia inamovible para toda nueva forma de acumulación y relación productiva;
g) la distribución justa de las riquezas como principio y la planificación como método, parecen malas palabras;
h) la igualdad, la cooperación y la complementación y la asociación libre de productores libres se presentan como buenas intenciones poco realistas.
El camino de disputa entre el capitalismo y el socialismo, lleno de matices e historias específicas, arrastra una pregunta política central ¿quién vencerá a quién? Ese quién se desagrega en referentes clasistas en particular y humanos en general, y describe visiones encontradas sobre la relación de lo económico y lo político como modo de reproducción material y espiritual de la existencia natural, social y humana.
Llegado a este punto, aparece una reformulación al problema fundamental de Cuba ¿es posible plantear el socialismo como proyecto político, económico y cultural sin enunciar sus contenidos anticapitalistas? ¿Qué significa ser anticapitalista? ¿Qué exigencia pone esta perspectiva a las reformas en curso?
Estos no son debates nuevos, los mismos están desglosados desde la década del 20 en la Rusia soviética. Asuntos como las formas de propiedad, el uso del dinero, la ley del valor y el mercado, las distintas formas de incentivar el trabajo, redundan en tensión permanente entre el nuevo orden que no acaba de nacer y el viejo orden que no acaba de morir.
La Nueva Política Económica (NEP), conjunto de medidas provisorias implementadas en Rusia después de la devastadora guerra civil, implicó una estructura económica heterogénea y con incentivos diversos, así como contradicciones en las esferas de la política, las clases sociales y la cultura. La misma fue concebida como concesión táctica al mercado y a los explotadores, no como estrategia de desarrollo. Se planteó la búsqueda de un modo de acumulación originaria socialista que promoviera, a un tiempo, el desarrollo de los niveles de las fuerzas productivas existentes, y la priorización de formas de gestión de la propiedad social en manos del proletariado.
Se abría así un cúmulo de experiencias e interpretaciones sobre la transición socialista que abarcó, pasado el tiempo, las prácticas en Europa del Este, China, Vietnam y Cuba. Las mismas condensaron la necesidad de democratizar las relaciones económicas y políticas en dos niveles:
a) superar las lógicas, estructuras y naturalizaciones legadas por el Capital; y
b) desburocratizar las estructuras erigidas en nombre del Trabajo.
¿Qué preguntas hacer a la realidad cubana desde esos añejos dilemas? Para esbozar algunas respuestas, parto de comprender que la discusión teórica sin proyectos políticos no tiene mucho sentido. Al igual que, sin proyecto, carece de mucho sentido debatir las soluciones políticas que la realidad describe como hecho o como posibilidad.
Un dato concreto de nuestra realidad es la convivencia, con mayor o menor amplitud, de estructuras socioeconómicas heterogéneas, formas de gestión productiva privada, cooperativa, comunitaria, individual, estatal y mixta. Estructura que describe a las relaciones de propiedad y producción socialistas como fundamental.
Frente a este hecho se abren, al menos, dos proyectos políticos:
a) asumir que la negación de las lógicas y predominio del gran capital no implica rechazar su presencia dentro de las formas productivas del modelo, con perspectiva de permanencia estable dentro del mismo;
b) acumular formas de gestión socializadoras de la producción para lograr finalmente la superación de los rasgos capitalistas contenidos en la estructura socioeconómica actual.
Ambos proyectos políticos plantean problemas teóricos distintos. ¿La construcción del socialismo significa el orden último superior al que podemos aspirar? O por el contrario, ¿esta etapa es un repliegue táctico, un mal necesario que exige acumular fuerzas en el sentido socializador del poder, la producción y el saber?
Desde la NEP aparece una tendencia que Néstor Kohan califica como “socialismo mercantilista[1]”. Frente a la necesidad de aumentar la productividad, se sedimentan variables como “participación democrática”, “eficiencia económica” y “autogestión financiera” de las empresas, las que en la práctica se subordinan a la búsqueda desenfrenada de ganancia como eje central del modelo de desarrollo que, al mismo tiempo, justifica liberar el mercado laboral y negociar intereses con el capital internacional para la inversión.
La ganancia individual, la competencia y el consumismo desenfrenado resultantes de esa búsqueda, tensan la posibilidad de desarrollar un modelo de “complementariedad entre consumo y producción, entre gestión y administración, entre participación popular comunal y planificación macroeconómica centralizada”; así como entorpece la consolidación de una conciencia colectiva que sustente la creación de una sociedad justa para todos y todas.
La lógica capitalista de maximización de la ganancia es una tensión permanente para el proceso de transición socialista por su propensión a subordinar todos los ámbitos natural, social y humano. La complejidad de este asunto no se reduce a una u otra forma de gestión. “¿Habrá mayor conciencia socialista en quienes sólo se involucran, de modo “cooperativo”, si hay dinero y ganancia privada de por medio?” ¿La función de la empresa es siempre, inclusive de la socialista, maximizar ganancias, como afirman empresarios estatales en Cuba? ¿Esta lógica es exclusiva del sector privado, como dan a entender algunos discursos?
Si bien la crítica a la economía política del capitalismo resulta indispensable para el desarrollo de un orden de relación natural, social y humano alternativo, esta no es suficiente. Hay que desarrollar, al mismo tiempo, una crítica a la económica política del socialismo realmente existente, a la teórica y práctica que sustentan el desafío emancipador de la transición socialista.
Para ese empeño sería pertinente tomar en cuenta algunas claves teóricas y políticas:
a) La economía no es un ámbito independiente de la realidad. Las cuestiones técnicas que la acompañan no son neutrales. Asumirla acríticamente es un peligro para todo proyecto liberador.
b) La economía es una decisión política siempre. Cualquier modelo económico es una apuesta por un proyecto político y cultural.
c) La transición socialista lo es también respecto a las formas de hacer política, de transparentar y debatir las esencias y contradicciones del proceso, de empoderar a los oprimidos y oprimidas.
d) La promesa de extender la democracia a la esfera económica, social y política sigue siendo contenido para el socialismo.
e) La igualdad, la planificación, el empoderamiento de la clase trabajadora, la cooperación, la prevalencia del valor de uso y la desmercantilización de la vida tienen que ser reinventados en sus formas concretas, no desechados como principios.
f) La necesidad táctica no puede convertirse en virtud estratégica. Un conjunto de medidas coyunturales no devendrán en principios necesariamente.
g) La transición socialista que no plantee sus bases anticapitalistas solo alcanzará la cuadratura del círculo.
Los problemas fundamentales de Cuba pueden plantearse desde muchas perspectivas. Pero poco podrá avanzar la comprensión sobre los mismos si no prestamos atención, también, a los vericuetos de la economía política, ese terreno de disputa por excelencia entre el capitalismo y el comunismo, episodio más reciente del antagonismo histórico entre libertad y opresión.
Notas:
[1] Ver: Néstor Kohan. La transición socialista. Problemas de la economía política. www.cipec.nuevaradio.org
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