Por Frank Josué Solar Cabrales
Muchas veces se ha intentado la operación ideológica, que no académica, de presentar la Revolución cubana como un fenómeno acabado, una entelequia simbólica, y se ubica su deceso en diversos momentos de su decurso histórico. De que se trata de un proceso vivo y continuo hasta el presente, que solo concluirá con su derrota o con la consecución de sus objetivos últimos, da fe el encono con que la intentan ahogar sus enemigos. La Revolución cubana sigue viva, más allá de la adopción de determinadas formas institucionales y de sus virtudes y defectos, porque en sus 60 años no ha triunfado una contrarrevolución política interna y no se ha impuesto un régimen posrevolucionario.
Cuestionar el apoyo y la legitimidad populares del liderazgo socialista cubano, que ha sometido a consulta y debate públicos su agenda de «actualización del modelo económico y social»; y atribuir su permanencia en el poder a un modelo de control social de corte soviético, más que una broma de mal gusto, puede ser una peligrosa confusión de deseo con realidad para aquellos que se ufanan de estar conectados con las verdaderas demandas del pueblo cubano. Ya les pasó una vez a los mercenarios de Girón, que fueron engañados con la ilusión de encontrar a su desembarco un levantamiento popular contra la Revolución. Y así les fue.
Aun con las carencias que se le pudieran señalar, lo cierto es que existe en Cuba un debate sobre los rumbos a tomar y las características de nuestro socialismo. En ese debate deben participar todos los revolucionarios y los que no se propongan la destrucción del proyecto socialista cubano. Lo que resulta inadmisible es pasar de contrabando, como de izquierdas, mucho menos como socialistas, ideas, discursos y prácticas que en realidad son reaccionarios y favorecen la restauración del capitalismo en Cuba, con la consiguiente pérdida de soberanía nacional. Por eso deviene necesidad compartir algunas nociones de lo que entendemos por un posicionamiento de izquierda en la Cuba de hoy, desde la perspectiva del marxismo revolucionario.
Ser de izquierdas en Cuba hoy significa, en primer lugar, estar dentro de la revolución, participar en ella, formar parte de ella, no contra ni fuera de ella. Defenderla de sus enemigos, contribuir a su profundización y avance, alertar de los peligros que se ciernen sobre ella y ayudar a conjurarlos, vengan de donde vengan. Dicho en otros términos, sostener una postura de compromiso militante con la Revolución, desde la cual criticar sus errores e insuficiencias para aportar al mejoramiento de la obra colectiva.
Significa contribuir a la preservación de la unidad revolucionaria como elemento indispensable para el avance del socialismo cubano. Velar porque su fuerza sirva efectivamente a los objetivos de liberación que nos hemos propuesto y no para la protección de intereses espurios, lo que solo será posible, entre otras cosas, si dentro de ella encuentran espacio todas las posiciones revolucionarias en el debate y confrontación abierta de sus ideas. Como demuestran las experiencias socialistas del siglo XX, la unidad es imprescindible para defender la Revolución, pero por sí sola será insuficiente para profundizarla, que es el único modo de evitar su derrota.
Ella deberá ir acompañada de la participación plena de la clase trabajadora en la administración de la economía y el estado, esto es, de un efectivo ejercicio de poder popular, y de un activo, propositivo y comprometido pensamiento crítico de izquierda.
El santo y seña de la izquierda cubana debe ser el más radical anticapitalismo, que encuentra sus principales referentes en Fidel y el Che, y en la especie de bolchevismo cubano de los 60, que tuvo en el grupo intelectual nucleado en torno a la revista Pensamiento Crítico una de sus expresiones teóricas más importantes. De su legado aprendimos que el socialismo es socialización creciente de la propiedad y del poder. Es decir, que los medios de producción pertenezcan a todo el pueblo y que su gestión sea ejercida a través del control democrático de los trabajadores. Ellos nos inspiran a luchar por conquistar toda la justicia, no a conformarnos con una parte de ella, con la que parezca corresponder al desarrollo de las fuerzas productivas.
Significa entender que el principal enemigo de la Revolución cubana es el imperialismo norteamericano y la contrarrevolución capitalista que este alienta y apoya, y actuar en consecuencia. Que el eje de alternativas hoy en Cuba es el que se sigue dirimiendo entre revolución y contrarrevolución, o lo que es lo mismo, entre socialismo y capitalismo.
Comprender que el acoso y la hostilidad del imperialismo norteamericano, el más poderoso de la historia (no sobra recordarlo), forman parte de la adversa realidad en la que ha debido desenvolverse el proceso revolucionario cubano, y han condicionado sus prácticas y sus decisiones. Un pueblo en resistencia, que ha peleado duramente por la defensa de sus derechos y conquistas, ha debido adecuar sus formas institucionales y democráticas a ese clima de agresión permanente, asegurando a la vez la mayor participación posible y la defensa del proyecto. En el camino recorrido desde entonces hemos cometido errores y acumulado imperfecciones, pero hemos sido eficaces en garantizar la supervivencia de la Revolución. Cualquier valoración sobre la democracia revolucionaria cubana y su institucionalidad debe tener en cuenta ese factor: la necesidad de defenderse de sus enemigos y no dejarles brechas abiertas.
Aun así, en medio del asedio externo, Cuba tiene también la necesidad de hacer cada vez más plenos y democráticos sus mecanismos de participación y control popular, única garantía posible contra los males que la cercan, de adentro y de afuera, y de no sufrir descarrilamientos en el camino de la construcción socialista. De cara a los nuevos tiempos, Cuba deberá perfeccionar sus estructuras democráticas, profundizar las ya existentes e incorporar las nuevas que precise, con el fin de que manden cada vez más los trabajadores y el pueblo, pero nunca podrán servirle las de la democracia burguesa que quieren recetarle, pues solo buscarían sancionar el regreso del capitalismo.
Todo aquel que reclame para Cuba la democracia en abstracto, sin reparar en su contenido de clase, en realidad está apelando a una democracia burguesa. Cualquier democracia burguesa, no importa cuán compleja, abierta y evolucionada sea, siempre significa una dictadura de la burguesía, que es realmente quien domina y controla todas las decisiones importantes. Como advertía Lenin: «Es lógico que un liberal hable de “democracia” en términos generales. Un marxista no se olvidará nunca de preguntar: “¿Para qué clase?”».
No somos reformistas, somos revolucionarios. No queremos hacerle cambios cosméticos al capitalismo para que funcione mejor y atenuar las desigualdades que provoca, como sería el sueño de todo socialdemócrata bien portado, sino destruirlo y edificar un mundo nuevo sobre sus restos. En el caso concreto de Cuba, aquí y ahora, no queremos hacerle reformas a la Revolución, que le prepararían un lento regreso al capitalismo, disfrazado de evolución y adecuación a la realidad. Queremos defenderla y hacerla avanzar en un sentido socialista, mantener su orientación en dirección a la utopía comunista, a la meta de liberación total de los seres humanos, y en pos de ella movilizar las potencialidades creadoras del pueblo. Queremos, en fin, profundizaciones revolucionarias que nos impulsen hacia delante, no «modernizaciones» que nos hagan retroceder.
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