Sobre género y sexualidad en la educación escolar en Brasil: políticas públicas no prosperan sin…

Por Silvia Adoue

Intervención en el panel «Experiencias latinoamericanas en la lucha por una Educación Integral con enfoque de género y derechos sexuales»


*Este trabajo forma parte del Dossier «Mirada interdisciplinar, transterritorial y popular al Programa de Educación Integral de la Sexualidad en Cuba»

https://medium.com/la-tiza/por-una-educaci%C3%B3n-para-la-libertad-a2f517850fa6


Durante la «apertura democrática lenta, gradual y segura» en la década de 1980, sindicatos docentes, movimiento estudiantil y movimientos territoriales impulsaron la creación de consejos de escuela con carácter deliberativo. Las decisiones sobre los proyectos político pedagógicos, pensábamos, debían ser resultado de un debate exhaustivo en toda la sociedad. Porque el tipo de educación que pretendíamos tenía que ser la adecuada para el tipo de sociedad que queríamos, inclusive las formas de sociabilidad.

Si realmente queríamos una sociedad democrática, la educación y las escuelas también tenían que serlo.

El proceso de movilización de los años ochenta, cuya energía terminó siendo encauzada en dirección al Congreso Constituyente que resultó en la Constitución Federal de 1988, se fue consumiendo con los cambios en el patrón de dominación que se consolidó a partir de la década de 1990. La reestructuración productiva fragmentó la base de los movimientos que surgieron en la década anterior y les retiró fuerza. En el gremio docente hubo una estratificación de los trabajadores, y los cargos de dirección de las escuelas y de todo el sistema de educación pública dejaron de ser cubiertos por concursos públicos y se fueron transformando, en la práctica, en cargos de confianza.

En esa situación, los sindicatos docentes perdieron su capacidad de negociación y se fueron restringiendo a luchas defensivas, casi de manera exclusiva, de defensa de los salarios. El desplazamiento de la estrategia del Partido de los Trabajadores (PT), surgido justamente en la década anterior, para la lucha exclusivamente electoral, hizo que los y las militantes enraizados en los territorios perdiesen sus vínculos orgánicos con esas luchas, por lo ocupados y ocupadas que estaban en los tiempos del calendario electoral y en la gestión institucional cuando vencían tales elecciones.

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El Movimiento de los Trabajadores Rurales Sin Tierra (MST), tal vez haya sido la única organización de alcance nacional que continuó arraigada en las áreas rurales; creando más de 1.500 escuelas del campo, escuelas públicas orientadas por proyectos político pedagógicos elaborados por la comunidad de asentados o acampados.

En los territorios urbanos, los movimientos fueron paulatinamente sustituidos por iglesias evangélicas de diferentes denominaciones, con presencia pastoral constante, llegando a superar a las Comunidades Eclesiales de Base de las parroquias católicas que habían formado cuadros que fundaron el PT. Aun las corrientes de la «teología de la prosperidad», que celebra el ascenso social individual, acogen a las familias más vulneradas, que naufragaron en el deterioro de las relaciones de trabajo que se opera progresivamente y sin pausa desde la segunda mitad de la década del noventa. Con la pérdida de la legislación de protección de las y los trabajadores y la fragmentación de su clase, les individuos se sienten aislades, o en la soledad ampliada a la familia.

Ese deterioro de las relaciones salariales desestabiliza también las relaciones de poder intrafamiliares y la coerción económica ejercida sobre las mujeres, lo que conocemos como «patriarcado del salario». Hay una reacción por parte de los hombres para restituir el poder perdido por medio de la violencia, y el discurso de estas iglesias conservadoras interfiere para dar base sagrada al orden patriarcal.

Los gobiernos del PT se relacionaron con su base electoral por medio de políticas sociales compensatorias y orientadas al incentivo al consumo, mientras continuaban el desmonte de la legislación laboral que ya había comenzado en los últimos cinco años del siglo XX. Al mismo tiempo, desenvolvía políticas afirmativas en favor de sectores de las clases trabajadoras a los que se nombra como «minorías»: cupos de puestos de trabajo y de estudio, y derechos civiles para grupos más vulnerados en el estructuralmente estratificado mercado de trabajo brasileño. Esas medidas atendiendo demandas históricas de los sectores más oprimidos; sin embargo, no fueron acompañadas por un debate en la sociedad. Aun la introducción de temas reivindicados por esos grupos dentro de las grillas curriculares de las escuelas, aparecía como una decisión administrativa cuya aplicación efectiva depende de la disposición del docente, presionado por otras mil exigencias.

Los consejos escolares, conquistados en las luchas de los años ochenta, se vaciaron de participación y los representantes de los estudiantes, sus familias y docentes perdieron todo poder de decisión en manos de dirigentes indicados a dedo en sus cargos por la jerarquía de las secretarías municipales y estaduales de Educación. La escuela es, para la mayoría de los estudiantes pobres y sus familias, un territorio ajeno y hostil, que no raramente los humilla, ofende y, en ocasiones, excluye. Solamente las luchas, como las huelgas y ocupaciones de escuela permiten ver el espacio educativo como plausible de disputa. Y son las luchas y las redes de confianza que surgen de ellas las irradiadoras de una cultura realmente transformadora.

El individuo aislado, sin tejido comunitario en el cual participar de manera activa, encuentra en las redes sociales un simulacro de la comunidad perdida. Así, el control de las llamadas «redes sociales» por el poder económico le permiten a este un efecto importante en la formación de la subjetividad.

La lucha por una nueva sociabilidad sólo será posible en la medida en que haya una acción protagónica de las y los que la vivirán. No puede descansar en medidas tomadas de arriba para abajo, por las políticas públicas, o por iniciativas tomadas desde la externalidad, como la simple propaganda.

Los grupos reaccionarios que actúan en las «redes sociales» se aprovechan del aislamiento de las personas, de su condición de sujetos precarios, sin medios para transformar su propia vida en la práctica colectiva.

Las iglesias conservadoras también se aprovechan de la soledad y el miedo. Y ofrecen seguridad con un sucedáneo de vida comunitaria, pero reproduciendo el orden jerárquico. Una nueva sociabilidad será conquistada por los de abajo en combate y elaboración propia, justamente en la medida en que salgan de la impotencia que trae la pasividad, para entonces destruir las relaciones de poder.


*Silvia Adoue es Doctora en Literaturas en Lengua Espanhola por la Universidade de São Paulo (USP). Educadora y miembro del Colectivo «Rodolfo Walsh» de enseñanza de Lengua y Literatura de la Escuela Nacional Florestan Fernandes (do Movimento dos Trabalhadores Rurais Sem Terra/ MST — Brasil). Profesora de Literatura Hispanoamericana y del Programa de Pós–Graduação em Desenvolvimento Territorial na América Latina e Caribe (TerritoriAL) de la Universidade Estadual Paulista (UNESP) en Brasil. Integra el equipo editorial de la revista latinoamericana de análisis político Waslalas.


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