Sexta entrega de la serie «Aportes teóricos de Immanuel Wallerstein»
Por Rodolfo Crespo
A Ana Belén Montes, con el cariño y el abrazo fraterno, porque su lucha es la lucha de todo anticapitalista en el lugar del mundo donde se encuentre.
A mi maestro, amigo y compañero de lucha Juan Carlos Rodríguez.
«(…) lo extraño del moderno sistema-mundo — lo característicamente verdadero de él — es que dudar es teóricamente legítimo. Digo teóricamente porque, en la práctica, los poderosos del moderno sistema-mundo tienden a sacar las uñas de la supresión ortodoxa siempre que la duda llega al punto de socavar eficazmente algunas de las premisas críticas del sistema»[1]
Immanuel Wallerstein
«El análisis de los sistemas-mundo es para mí un conjunto de protestas contra los modos de interpretación prevalecientes, en primer lugar y ante todo contra la teoría de la modernización.»[2]
Immanuel Wallerstein
Sistema interestatal
El sistema capitalista no puede desarrollarse en los escenarios de un imperio-mundo, esto es una región o espacio geográfico constituido por un sistema político común, sino en los marcos de una economía-mundo «que no está limitada por una estructura política unitaria»,[3] cuya morfología política característica es la existencia de «múltiples entidades políticas», o lo que se conoce como sistema interestatal,[4] que es la «superestructura política de la economía-mundo capitalista».[5]
La existencia de una multiplicidad de Estados dentro de la división capitalista del trabajo, asegura a los capitalistas la posibilidad de trasladarse de un Estado a otro cuando las condiciones para la inversión de capital se tornan adversas en el Estado donde se encuentran operando.
Esto presupone que exista una diferenciación estructural a nivel de la economía-mundo, cuya característica fundamental es su carácter tripartita, en el hecho de «que la apropiación del plusvalor tiene lugar de forma que no son dos, sino tres, los participantes en el proceso de explotación. Es decir, que existe un nivel intermedio, que participa en la explotación del estrato más bajo pero también es explotado por el más alto».[6]
Wallerstein incluso va más allá al afirmar que lejos de representar algo exclusivo solo del sistema interestatal
«esta estructura tripartita se puede constatar repetidamente en todas las instituciones de la economía mundo capitalista: en el papel económico trimodal de las regiones de la economía-mundo: centro, semiperiferia y periferia; en la estructura organizativa básica del proceso productivo (la existencia de los capataces o intermediarios); en las pautas trimodales de la distribución de ingresos y status en los países capitalistas del centro; en la pauta trimodal de alianzas políticas (izquierda, centro, derecha), tanto a escala mundial como nacional».[7]
La enunciación de una estructura tripartita de la economía-mundo capitalista a partir de la adición del concepto de semiperiferia a los ya existentes de centro y periferia constituye una innovación teórica de Immanuel Wallerstein, otro de sus aportes en el estudio del sistema capitalista. En una entrevista con el estudioso mexicano Carlos Antonio Aguirre Rojas, en 1999, decía: «los términos de centro y de periferia, son en realidad de Raúl Prebish (…) En cambio, respecto del término de semiperiferia pienso que fui yo el que lo inventó. Sobre todo, porque encontraba difícil explicar las cosas sin hablar de este nivel intermedio, sin utilizar este nuevo término de semiperiferia».[8]
Para comprender por qué dentro de la estratificación del sistema interestatal de la economía-mundo capitalista una zona forma parte del centro, periferia o semiperiferia hay que analizar el grado de monopolización de los procesos productivos que se desarrollan dentro de la división social del trabajo:
«La división axial del trabajo en una economía-mundo capitalista divide a la producción en productos centrales y productos periféricos. El concepto centro-periferia es relacional. Lo que queremos decir por centro-periferia es el grado de ganancia del proceso de producción. Puesto que la ganancia está directamente relacionada al grado de monopolización, lo que esencialmente significamos por procesos de producción centrales son aquellos controlados por cuasimonopolios. Los procesos periféricos son entonces los verdaderamente competitivos. Cuando ocurre el intercambio, los productos competitivos están en una posición más débil y los cuasimonopólicos en una posición más fuerte. En consecuencia, hay un flujo constante de plusvalía de los productores de productos periféricos hacia los productores de productos centrales. Esto es lo que se ha denominado intercambio desigual.
Puesto que los cuasimonopolios dependen de la protección de estados fuertes, están en su mayor parte ubicados — jurídica, física y en términos de propiedad — dentro de tales estados. Existe por ello una consecuencia geográfica en las relaciones centro-periferia. Los procesos centrales tienden a agruparse en unos pocos estados y a constituir la mayor parte de la actividad productiva en dichos estados. Los procesos periféricos tienden a estar desparramados a lo largo de un gran número de estados y constituyen la mayor parte de la actividad productiva en dichos estados. Por lo tanto, para abreviar, podemos hablar de estados centrales y estados periféricos, siempre y cuando recordemos que en verdad estamos hablando de una relación entre procesos productivos. Algunos estados poseen una mezcla casi pareja de productos centrales y periféricos. Denominamos a éstos, estados semiperiféricos. Tienen, como veremos, propiedades políticas específicas. No es, sin embargo, adecuado referirse a procesos productivos semiperiféricos».[9]
Si bien las mercancías que en determinado momento, dado su elevado grado de monopolización, forman parte de un proceso productivo central, pierden importancia con el tiempo siendo sustituidas por otras — los textiles, por ejemplo, lo fueron en 1800, pero en el 2000 ya no lo son — , la adscripción de los Estados a una de las tres zonas estructurales en las que se divide la economía-mundo capitalista permanece casi sin movimiento, siendo solo posible mejorar dentro de la misma zona la posición estructural, pero sin salirse de ella. Como dice Wallerstein:
«(…) este tipo de giro no ha tenido efecto en la estructura del sistema (…) Ha habido siempre nuevos procesos centrales que remplazaron a los que se tornaron más competitivos y se reubicaron fuera de los estados en los que se encontraban originariamente».[10]
«(…) la función de cada estado es muy distinto vis-à-vis los procesos productivos dependiendo de la mezcla de procesos centrales-periféricos dentro de él. En los estados fuertes, que contienen un margen desproporcionado de procesos centrales, se tiende a priorizar su función como protector de los cuasimonopolios de los procesos centrales. En los estados muy débiles, que contienen un margen desproporcionado de procesos de producción periféricos, éstos son en general incapaces de hacer mucho para afectar la división axial del trabajo, y se ven de hecho forzados a aceptar el destino que les ha tocado en suerte.
»Los estados semiperiféricos tienen una mezcla relativamente pareja de procesos de producción y se hallan en una situación muy complicada. Bajo presión de los estados fuertes y presionando a los estados débiles, su mayor preocupación es mantenerse a distancia de la periferia y hacer lo posible para acceder al centro. Ninguna de las dos operaciones es sencilla, y ambas requieren de una considerable injerencia estatal en el mercado global».[11]
Resumiendo: la importancia del grado de monopolización que se tenga de los procesos productivos es tal que puede determinar la ubicación de uno u otro Estado en la zona central, periférica o semiperiférica de la economía-mundo capitalista y se erige como el factor fundamental que determina el intercambio económico desigual entre las tres regiones. Wallerstein lo explica de la siguiente manera:
«(…) una economía-mundo capitalista estaba marcada por una división axial de labor entre los procesos de producción centrales y los procesos de producción periféricos, lo cual daba como resultado un intercambio desigual favoreciendo a los involucrados en los procesos de producción centrales. Puesto que tales procesos tendían a agruparse en países específicos, uno podía abreviar la nomenclatura hablando de zonas centrales y periféricas (o incluso de estados centrales y periféricos) en tanto uno recordara que eran los procesos de producción y no los estados los que eran centrales o periféricos. En el análisis de sistema-mundo, el centro-periferia es un concepto relacional, no un par de términos reificados, esto es, que tienen sentidos esenciales separados.
¿Qué es lo que convierte a un proceso de producción en central o periférico? Llegó a verse que la respuesta estaba en el grado en el cual cada proceso particular era relativamente monopolizado o de libre mercado. Los procesos que eran relativamente monopolizados eran mucho más gananciosos que aquellos que eran de libre mercado.
Esto volvía a los países en los que se ubicaban los procesos centrales más solventes. Y dado el poder desigual de los productos monopolizados vis-à-vis los productos con muchos productores en el mercado, el resultado último del intercambio entre productos centrales y periféricos era un flujo de la plusvalía (queriendo decir en este caso una gran parte de las ganancias reales de múltiples producciones locales) hacia aquellos estados que tenían un mayor número de procesos centrales».[12]
https://medium.com/la-tiza/los-aportes-te%C3%B3ricos-de-immanuel-wallerstein-129ee4862828
En su libro El capitalismo histórico introduce en la explicación del intercambio desigual el recurso de la fuerza con el ya mencionado grado de monopolización que se tenga de los procesos productivos:
«¿Cómo funcionaba este intercambio desigual? Partiendo de una diferencia real en el mercado, debido a la escasez (temporal) de un proceso de producción complejo o a escaseces artificiales creadas manu militari, las mercancías se movían entre las zonas de tal manera que el área con el artículo menos ‘escaso’ ‘vendía’ sus artículos a la otra área a un precio que encarnaba un factor de producción (coste) real mayor que el de un artículo de igual precio que se moviera en dirección opuesta. Lo que realmente sucedía era que había una transferencia de una parte de la ganancia total (o excedente) producida por una zona a otra. Era una relación de centricidad-perifericidad. Por extensión podemos llamar «periferia» a la zona perdedora y «centro» a la ganadora. Estos nombres reflejan de hecho la estructura geográfica de los flujos económicos».[13]
Dado que el intercambio desigual no fue un invento del capitalismo y, como tal, existía en las sociedades anteriores al mismo, la interrogante sería qué es lo novedoso que introduce el sistema-mundo capitalista/moderno a este fenómeno.
Lo primero destacable es que profundizó el fenómeno: «Al principio, cuando comenzó este proceso, estas diferencias espaciales eran bastante pequeñas, y el grado de especialización espacial era limitado. Sin embargo, dentro del sistema capitalista, las diferencias existentes (ya fuera por razones ecológicas o históricas) fueron exageradas, reforzadas y consolidadas».
Lo segundo es que dotó al sistema del armatoste perfecto para ocultarlo a la vista del simple observador:
«El intercambio desigual es una práctica antigua. Lo notable del capitalismo como sistema histórico fue la forma en que se pudo ocultar este intercambio desigual; de hecho, se pudo ocultar tan bien que incluso los adversarios reconocidos del sistema no han comenzado a desvelarlo sistemáticamente sino tras quinientos años de funcionamiento de este mecanismo.
La clave para ocultar este mecanismo central está en la estructura misma de la economía-mundo capitalista, la aparente separación en el sistema capitalista mundial entre la arena económica y la arena política».[14]
En relación a la distinción binaria igualdad-desigualdad en el capitalismo hay que precisar que
«la desigualdad es una realidad fundamental del moderno sistema-mundo, tal como lo ha sido de todos los sistemas históricos conocidos. Lo diferente, lo que es específico del capitalismo histórico, es que la igualdad ha sido proclamada como su objetivo. La gran cuestión política del mundo moderno, la gran cuestión cultural, ha sido cómo reconciliar el abrazo teórico de la igualdad con su polarización continua y crecientemente aguda de las oportunidades y satisfacciones de la vida real que han sido su resultado.
Durante largo tiempo — tres siglos, desde el XVI hasta el XVIII — esta cuestión era escasamente tomada en cuenta en el moderno sistema-mundo. La desigualdad seguía considerándose natural, ordenada por Dios, de hecho. Pero una vez que el clímax revolucionario de finales del siglo XVIII transformó el lenguaje de la igualdad en un ícono cultural, una vez que los desafíos a la autoridad se volvieron cosa habitual por doquier, no fue posible seguir ignorando la disparidad entre la teoría y la práctica. La necesidad de contener las implicaciones de esta reclamación cultural, y por lo tanto de domesticar a las ‘clases peligrosas’, se convirtió en una prioridad para quienes detentaban el poder».[15]
Y aquí es donde está lo nuevo del capitalismo en lo referente a la igualdad, con respecto a todos los sistemas desiguales que le precedieron: como los resultados podían ser verdaderamente peligrosos de llevarse a efecto la mentada igualdad, «cuanto más se proclamaba la igualdad como principio moral, más obstáculos — jurídicos, políticos, económicos y culturales — se instituían para impedir su realización».[16]
Sintetizando: el capitalismo es un sistema tan o más desigual que los anteriores, aunque a diferencia de los predecesores proclama la igualdad, pese a que al mismo tiempo se las ingenia para crear una serie de impedimentos que permitan su efectiva realización.
Semiperiferia
Entre los componentes estructurales del sistema-mundo capitalista hay uno que merece una atención especial: la semiperiferia, dado que alrededor de la misma se han tejido mitos interesados, por parte de unos, e ilusiones inocentes, por parte de otros, todas las cuales contribuyen, independientemente de las intenciones subjetivas con que se han esgrimido, a la propagación de falsificaciones que legitiman el accionar de las leyes del capitalismo.
En su obra primigenia El Moderno Sistema Mundial — Tomo I, 1974 — Wallerstein se refirió a la semiperiferia fundamentalmente desde el punto de vista económico: «la semiperiferia representa un punto intermedio de un conjunto que va desde el centro a la periferia. Esto es cierto, en particular, con respecto a la complejidad de las instituciones económicas, el grado de retribución económica (tanto en términos de nivel medio como amplitud) y fundamentalmente en la forma de control del trabajo»,[17] dejando velada la función política de la misma (la más importante), para un artículo publicado el mismo año 1974 — aunque escrito en 1972 — , en una revista de la Universidad de Cambridge (Comparative Studies in Society and History), pero lo aborda a profundidad en obras mayores, donde afirma:
«(…) no se puede entender la perdurabilidad de la diferencia estructural entre centro y periferia a menos que se tenga en cuenta la existencia de una tercera situación estructural inmediata: la de la semiperiferia. Nuestra lógica no es meramente inductiva, apreciando la presencia de una tercera categoría a partir de una comparación de curvas indicatrices; es también deductiva. La semiperiferia es necesaria para que la economía-mundo capitalista funcione sin demasiados sobresaltos. Ambos tipos de sistemas-mundo: el imperio-mundo con una economía redistributiva y la economía-mundo con una economía capitalista de mercado, suponen una distribución de las recompensas marcadamente desigual. Por eso se plantea de inmediato cómo es posible políticamente que tal tipo de sistema perdure. ¿Por qué la mayoría de los explotados no derroca simplemente a la minoría que goza de ventajas desproporcionadas? La revisión histórica más somera muestra que los sistemas-mundo raramente han tenido que afrontar una insurrección fundamental a escala sistémica. Aunque el descontento ha sido eterno, normalmente se ha necesitado mucho tiempo para que la erosión del poder haya conducido al declive de un sistema-mundo, y en la mayoría de los casos alguna fuerza externa ha constituido un factor importante de este declive».[18]
Es un hecho evidente que en la mantención de la «estabilidad política relativa» de los sistemas-mundo, «en términos de la propia supervivencia sistémica», juega un papel fundamental «la concentración de fuerza militar en manos de las fuerzas dominantes» y «la difusión de un compromiso ideológico con el sistema en su conjunto» del personal y los cuadros del sistema — que no sólo propagan los mitos, sino que creen realmente en ellos — .
«(…) pero ni la fuerza armada ni la adhesión ideológica de los cuadros bastaría si no fuera por la división de la mayoría en un gran estrato inferior y un estrato intermedio más pequeño. El llamamiento revolucionario a la polarización como estrategia de cambio y el encomio liberal del consenso como base de la perduración de lo establecido reflejan esa verdad, mucho más determinante de lo que sugiere su escasa utilización en el análisis de los problemas políticos contemporáneos. El estado normal de cualquier sistema-mundo es esa estructura de tres capas. Cuando deja de ser así, el sistema-mundo se desintegra.
En una economía-mundo esa estratificación cultural no es tan simple, porque la multiplicidad de sistemas políticos implica que la concentración de papeles económicos se da verticalmente, más que horizontalmente a escala de la totalidad del sistema. La solución consiste entonces en tener tres tipos de Estados, con las correspondientes presiones en favor de la homogeneización cultural en el seno de cada uno de ellos; así, además del estrato superior de los países del centro y el estrato inferior de los países periféricos, existe un estrato intermedio de países semiperiféricos.
A esta semiperiferia se le asigna entonces cierto papel económico específico, pero por razones más políticas que económicas. Es decir, se podría argumentar que la economía-mundo, como economía, funcionaría igualmente bien sin una semiperiferia. Pero sería mucho menos estable políticamente, porque supondría un sistema-mundo polarizado. La existencia de la tercera categoría significa precisamente que el estrato superior no se enfrenta a la oposición unificada de todos los demás, ya que el estrato intermedio es a un tiempo explotador y explotado. Eso implica que su papel económico específico no sea tan importante y que haya cambiado tanto a lo largo de las distintas fases históricas del sistema-mundo moderno».[19]
Las políticas mercantilistas[20] a las que han recurrido varios Estados a lo largo de la historia del sistema-mundo capitalista y que, en algunos casos, han significado una semiretirada parcial de la economía-mundo capitalista, fueron ejecutadas — en realidad solo podían hacerlo — por Estados que, conceptualmente, podríamos llamar semiperiféricos. Los del centro no las necesitaban — gozaban de todas las prebendas sistémicas, sobre todo la absorción-apropiación de la mayor parte del valor creado mundialmente — y los de la periferia no contaban con la suficiente fuerza en sus respectivas estructuras estatales que respaldara la defensa de dichas políticas. En un artículo de 2014, en coautoría con el ruso Georgi Derluguian, precisamente para abordar «en la perspectiva del sistema-mundo» al más emblemático de los Estados semiperiféricos que han aplicado una política mercantilista, Rusia, Wallerstein decía que «en su mayor parte [fueron] países que aspiraron a la grandeza o fueron grandiosos en el pasado, pero que en la era moderna se enfrentaron al desafío de la supremacía occidental y, en su mayor parte, anglosajona. Llamamos a esos países ‘semiperiféricos’. Su típica reacción condujo a las campañas en favor del ‘desarrollo’ o a la reivindicación de sus propias ‘modernidades’».[21]
En otro lugar expresó que
«el mercantilismo se convirtió en el principal instrumento de los países semiperiféricos que trataban de incorporarse al centro, cumpliendo una función análoga a la de las medidas mercantilistas de finales del siglo XVII y del XVIII en Inglaterra y Francia. Evidentemente, el éxito alcanzado por los países semiperiféricos en esa pretensión en el periodo anterior a la primera Guerra Mundial fue muy variable: total en Estados Unidos, sólo parcial en Alemania y muy escaso en Rusia».[22]
Wallerstein explica, no obstante, que no se puede
«ignorar que el capital nunca ha dejado que sus aspiraciones en la economía-mundo capitalista queden determinadas por las fronteras nacionales, y que la creación de barreras ‘nacionales’ — genéricamente, el mercantilismo — ha sido históricamente un mecanismo defensivo de los capitalistas localizados en países situados en posición desventajosa en el sistema. Así sucedió con Inglaterra frente a los Países Bajos en 1660–1715, con Francia frente a Inglaterra en 1715–1815, con Alemania frente a Gran Bretaña en el siglo XIX o con la Unión Soviética frente a Estados Unidos en el XX. En ese proceso gran número de países han creado barreras económicas nacionales cuyas consecuencias iban a menudo más allá de sus objetivos iniciales, y entonces los mismos capitalistas que habían presionado a sus gobiernos nacionales para imponer las restricciones acababan juzgándolas asfixiantes. No se trata de una ‘internacionalización’ del capital ‘nacional’, sino simplemente de una nueva exigencia política de ciertos sectores de la clase capitalista, que ha buscado en todo momento maximizar sus beneficios en el seno del mercado real, el de la economía-mundo»;[23]
esto señala la función específica y el muy limitado papel de las políticas mercantilistas dentro de la división del trabajo del capitalismo histórico.
En la segunda mitad del siglo XX economía, geografía y política se fundieron de tal forma en el moderno sistema mundial como no lo habían hecho en los anteriores 400 años de su existencia. Ello implicó cambios que se reflejaron en el componente semiperiférico del sistema interestatal del sistema-mundo capitalista, al surgir Estados que, sin contar con abundantes recursos naturales, extensión territorial, mano de obra y tampoco recurrir a la consabida política mercantilista-proteccionista pudieron acceder al reducido grupo de Estados semiperiféricos y se erigieron como actores económicos importantes — aunque de segunda línea — , lo cual les permitió abandonar su situación periférica. Esos son los casos de Corea del Sur y Taiwán, para citar los dos ejemplos más relevantes, mediáticos e ideológicos, pero de cuya existencia no estuviéramos escribiendo si no hubiesen existido las pujantes revoluciones populares en Corea del Norte y China. Ambos casos son el resultado de la geopolítica de la Guerra Fría y de la decisión de la potencia hegemónica del momento, Estados Unidos, de convertirlos en plataformas exportadoras de componentes y productos manufacturados que tuvieron abiertas de par en par las puertas del mercado norteamericano, el más grande de la época y el único que podía ofrecerle competencia.
https://medium.com/la-tiza/los-aportes-te%C3%B3ricos-de-immanuel-wallerstein-129ee4862828
Hegemonía
Como se ha dicho a lo largo de la serie Aportes teóricos de Immanuel Wallerstein, un sistema capitalista no puede desarrollarse dentro de los límites de una sola estructura política, esto es, en los marcos de un solo Estado, sino
«en un conjunto de Estados supuestamente soberanos, definidos y limitados por su pertenencia a una red o sistema interestatal, cuyo funcionamiento se guía por el llamado equilibrio de poder, mecanismo destinado a garantizar que ninguno de los Estados que forman parte del sistema interestatal tenga nunca la capacidad de transformarlo en un imperio-mundo con límites equiparables a los de la división axial del trabajo».[24]
Sin embargo, eso no niega la necesidad sistémica del surgimiento, entre los Estados del centro, de uno que ejerza preponderancia sobre el resto, imponiendo y haciendo cumplir determinado «orden» a los demás Estados del sistema-mundo, sin perder de vista que «el capitalismo no requiere ‘orden’, sino lo que podría denominarse ‘orden favorable’ [al extremo que] la promoción de la anarquía muchas veces sirve para abatir el ‘orden desfavorable’».[25]
Cuando hay una situación «en que la continua rivalidad entre las llamadas ‘grandes potencias’ está tan desequilibrada que una de ellas puede imponer en gran medida sus reglas y deseos (como mínimo mediante una capacidad de veto eficaz) en los terrenos económico, político, militar, diplomático y hasta cultural»[26] se puede hablar y estamos en presencia de una hegemonía en el sistema interestatal del capitalismo.
Contrario a lo que se piensa: que el poder militar abrumador y omnipotente convierte a una potencia en hegemónica,
«(…) la base material de ese poder reside en la mayor eficiencia con que funcionan las empresas localizadas en la gran potencia en las tres áreas económicas: producción agroindustrial, comercio y finanzas. La mayor eficiencia de la que hablo es tan grande que esas empresas superan a las localizadas en otras grandes potencias, no sólo en el mercado mundial en general, sino también, en muchos casos, en los mercados internos de las propias potencias rivales.
Se trata, como se ve, de una definición relativamente restrictiva. No basta que las empresas de una gran potencia dispongan simplemente de una porción mayor del mercado mundial que las de cualquier otra, ni tampoco que sus fuerzas militares sean más poderosas o su papel político preponderante. Para mí la hegemonía solamente existe en aquellas situaciones en las que la preponderancia es tan significativa que las potencias aliadas se convierten de facto en Estados clientes y las potencias contrarias se ven relativamente frustradas y a la defensiva frente a la potencia hegemónica. Y aunque quiero restringir mi definición a los casos en el que el margen diferencial de poder es realmente grande no pretendo con ello sugerir que la potencia hegemónica sea en ningún momento omnipotente o capaz de hacer lo que se le antoje. En el marco del sistema interestatal no cabe la omnipotencia.
La hegemonía no es, por tanto, una situación de equilibrio estable, sino, más bien, un extremo de un espectro fluido que describe las relaciones de rivalidad existentes entre las grandes potencias. En un extremo del mismo se verifica una situación de cuasi equilibrio estable en la que existen varias grandes potencias que gozan de una fuerza aproximadamente igual y en la que no se producen agrupamientos nítidos o permanentes. Esta es una situación rara e inestable. En torno al punto medio de este espectro observamos muchas potencias, agrupadas más o menos en dos campos, pero con varios elementos neutrales o vacilantes, y sin que ningún bando (ni por supuesto ningún Estado individual) pueda imponer su voluntad a los demás. Ésta es la situación estadísticamente normal en cuanto a la rivalidad en el sistema interestatal. Y en el otro extremo encontramos la situación de hegemonía, que también es rara e inestable».[27]
En la siguiente figura, elaborada por Wallerstein, el profesor norteamericano describe
«el orden en que aparece el aumento y disminución de las eficiencias relativas en cada una de las tres áreas económicas. En mi opinión, en cada uno de esos tres casos las empresas localizadas en la gran potencia en cuestión consiguieron primero una ventaja agroindustrial, luego en el comercio, y por último en las finanzas. Creo que fueron perdiendo esa ventaja también en el mismo orden. La hegemonía se refiere, por lo tanto, al corto intervalo en el que existe una ventaja simultánea en las tres áreas económicas».[28]
El poder militar de la potencia hegemónica no es una cuestión baladí, pero «la hegemonía depende en muchos sentidos del hecho de que la fuerza implícita nunca es cuestionada» y opera «haciendo amenazas implícitas que espera no sean cuestionadas, pero sabiendo también cuándo no tiene la fuerza necesaria para emitir un ultimátum».[29]
A juicio de Wallerstein, en la historia del sistema-mundo capitalista han existido únicamente «tres casos claros de hegemonía: el de las Provincias Unidas [Holanda] a mediados del siglo XVII, el del Reino Unido durante la mayor parte del XIX y el de Estados Unidos a mediados del siglo XX. Para quien quiera fechas más precisas, estas serían las delimitaciones temporales que yo propondría: 1625–1672, 1815–1873, 1945–1967».[30]
«En los tres casos, la hegemonía se alcanzó tras una guerra mundial de treinta años. Por guerra mundial entiendo (algo restrictivamente) una guerra terrestre en la que intervienen (no necesariamente todo el tiempo) casi todas las potencias militares importantes de la época, provocando una gran devastación de infraestructuras y población. Cada hegemonía aparece vinculada con una de estas guerras. La guerra mundial alfa fue la de los Treinta Años de 1618–1648, cuando los intereses holandeses triunfaron sobre los de los Habsburgo en la economía-mundo. La versión beta fueron las guerras napoleónicas de 1792 a 1815, cuando los intereses británicos triunfaron sobre los franceses. Y la gamma fue la larga guerra euroasiática de 1914–1945, cuando los intereses estadounidenses triunfaron sobre los alemanes».[31]
Y sería bueno resaltar que «aunque las guerras limitadas han sido una constante del funcionamiento del sistema interestatal en la economía-mundo capitalista (apenas ha habido un año en el que no tuviera lugar alguna guerra en algún lugar del sistema), las guerras mundiales han sido, por el contrario, excepcionales».[32]
Estudiando la relación existente entre los ciclos inflación-deflación secular y las guerras mundiales/hegemonía, Wallerstein observa un patrón que parece haberse mantenido y que, provocadoramente, pero también como una invitación a la reflexión, podríamos transpolar hasta nuestros días sobre el hecho de si estamos o no a las puertas de una nueva guerra mundial.
Al respecto dice Wallerstein
«tal vez se podría argumentar, por lo tanto, la persistencia hasta hoy día de estos ciclos logísticos (de precios) con las siguientes duraciones: 1450–1730, con una larga meseta cumbre de 1600 a 1650; 1730–1897, con el máximo hacia 1810–1817; y desde 1897 ¿hasta?, sin que quepa precisar por ahora dónde se situaría el máximo. De forma que estos ciclos logísticos, cuyo status empírico y teórico es, como he indicado, dudoso, habrían alcanzado su máximo poco más o menos en torno a las guerras mundiales y justamente antes de las siguientes eras hegemónicas, que parecerían así derivarse de largas expansiones competitivas manifestando una concentración particular de poder económico y político».[33]
Aunque Marx decía, citando a Hegel, «que todos los grandes hechos y personajes de la historia universal aparecen, como si dijéramos, dos veces. Pero se olvidó de agregar: una vez como tragedia y la otra como farsa», a propósito de la gran ola inflacionaria que azota al mundo capitalista y que parece estar en su cresta, sumado a la emergencia de un polo económico, industrial, comercial y financiero en torno a China-Rusia-BRICS+, y dada la guerra en Ucrania que, al decir del lingüista norteamericano Noam Chomsky, «es entre EE.UU.-OTAN y Rusia, pero con cadáveres ucranios»,[34] nos lleva — ¡tentadoramente! — a apreciar similitudes con las deducciones históricas que sobre el tema ha extraído Immanuel Wallerstein.
Si en los Estados semiperiféricos observamos como política económica la aplicación de medidas proteccionistas, en la potencia hegemónica se aprecia lo contrario
«(…) mientras dura su hegemonía, la potencia favorecida tiende a defender el ‘liberalismo’ global. Aparece como defensora del principio del libre flujo de los factores de la producción (bienes, capital y trabajo) en toda la economía-mundo. Se muestra hostil en general a las restricciones mercantilistas sobre el comercio, incluida la existencia de colonias ultramarinas de los países más fuertes. Extiende ese liberalismo a un respaldo generalizado de las instituciones parlamentarias liberales (con el correspondiente desagrado frente al cambio político por medios violentos), de las restricciones políticas a la arbitrariedad del poder burocrático y de las libertades civiles (abriendo sus puertas a los exiliados políticos). Tiende a proporcionar a su clase obrera nacional un elevado nivel de vida, al menos con respecto al nivel medio de la época.
Ninguno de estos aspectos debe exagerarse. Las tres potencias hegemónicas hicieron excepciones a su antimercantilismo cuando les pareció conveniente. Las tres se mostraron dispuestas a interferir en los procesos políticos de otros Estados para asegurar su propia ventaja. Ninguna de las tres dudó en ejercer una fuerte represión cuando lo juzgó necesario para garantizar el ‘consenso’ nacional. El alto nivel de vida de la clase obrera estaba siempre matizado por la etnicidad interna. Sin embargo, no deja de ser sorprendente que la ideología liberal floreciera en esos tres países precisamente en el momento de su hegemonía, y en gran medida sólo entonces y allí».[35]
Lo anterior demuestra la hipocresía de la ideología y la política en el capitalismo al considerar que «el libre comercio era imperialismo del libre comercio»,[36] y esto «se debe a que el libre comercio es de hecho, simplemente, una doctrina proteccionista más, en este caso proteccionista de las ventajas de aquellos que en un momento dado están gozando de mayores eficiencias económicas»,[37] de ahí que Wallerstein hable de un «proteccionismo de libre comercio».[38]
Para rematar, afirma que
en el sistema-mundo capitalista ni siquiera en las épocas de hegemonía efectiva por una de sus potencias, donde se suponía debía reinar cierta «tranquilidad» sistémica y ausencia de conflictos armados, hubo una paz real.
Los periodos de la pax britannica y la pax americana fueron, de hecho, periodos de constantes guerras, en varios casos no tan pequeñitas como algunos están dispuestos a reconocer, y en las que, en todos los casos, intervinieron estas potencias hegemónicas que debían ser ejemplos de amistad y concordia, «porque la creación del Estado liberal-nacional fue también, y necesariamente, la creación del Estado liberal imperial».[39]
Notas:
[1] Wallerstein, Immanuel: Universalismo europeo. El discurso del poder, Editorial Siglo XXI, 2007 [2006], p. 57.
[2] Wallerstein, Immanuel: «Mantener con firmeza el timón: sobre el método y la unidad de análisis», Comparative Civilization Review 30 (primavera de 1994).
[3] Wallerstein, Immanuel: Análisis de sistemas-mundo. Una introducción, Editorial Siglo XXI, 2006 [2004], p. 40.
[4] «El estado moderno es un estado soberano (…) Pero los estados modernos existen, de hecho, dentro de un círculo de estados, lo que hemos dado en llamar sistema interestatal». Wallerstein, Immanuel: Análisis de sistemas-mundo. Una introducción, Editorial Siglo XXI, 2006 [2004], p. 64.
En relación a lo que él considera por soberano dice esto: «La soberanía, por su parte, es el blasón del sistema interestatal. Cada Estado en el mundo moderno afirma su propia soberanía. Y cada Estado proclama respetar la soberanía de los otros. Pero como sabemos, y como cualquier promotor de la Realpolitik puede decirnos, no es esta la manera en que las cosas funcionan realmente. Existen Estados fuertes y Estados débiles, siendo esa fuerza y esa debilidad la medida de las relaciones recíprocas entre los Estados. Y los Estados fuertes regularmente intervienen en los asuntos internos de los Estados débiles, mientras que esos Estados débiles intentan regularmente convertirse en Estados más fuertes, así como resistir a dicha intervención. Pero incluso los Estados débiles pueden insertarse por sí mismos dentro de la política de los Estados fuertes, aunque sea con grandes dificultades. Y todos los Estados, incluso el más fuerte de todos, están limitados por las operaciones de esa colectividad que es el sistema interestatal. El concepto del balance de poder se refiere precisamente a estas limitaciones». Wallerstein, Immanuel: «Los intelectuales en una época de transición», Ponencia presentada en el Coloquio Internacional Economía, Modernidad y Ciencias Sociales, Ciudad de Guatemala, 27–30 de marzo de 2001.
En otra de sus obras, Utopística o las opciones históricas del siglo XXI, también recalcó la importancia del sistema interestatal: «La creación de la estructura de los estados (los llamados estados soberanos, que operan dentro de las restricciones de un sistema interestatal) fue parte de la creación de un mundo y una economía capitalistas, y fue un elemento necesario en su estructuración».
[5] Wallerstein, Immanuel: Capitalismo histórico y movimientos antisistémicos. Un análisis de sistemas-mundo, Ediciones Akal, S. A., Madrid, 2004, p. 293. Esta edición no se encuentra en inglés, es solo para lengua española. En otra de sus obras señaló la correspondencia de dicho sistema interestatal con las necesidades de la acumulación capitalista: «ese sistema político de estados soberanos dentro de un sistema interestatal, en que tanto los estados como el sistema interestatal tienen un grado intermedio de poder, respondía perfectamente a las necesidades de los empresarios capitalistas». Wallerstein, Immanuel: Conocer el mundo, saber el mundo: el fin de lo aprendido. Una ciencia social para el siglo XXI, Editorial Siglo XXI, 2007, pp. 71–72.
[6] Wallerstein, Immanuel: Capitalismo histórico y movimientos antisistémicos. Un análisis de sistemas-mundo, Ediciones Akal, S. A., Madrid, 2004, p. 293.
[7] Ibidem, pp. 293–294.
[8] Aguirre Rojas, Carlos Antonio: Immanuel Wallerstein: crítica del sistema-mundo capitalista, Editorial Era, 2003. Agradezco el envío del libro por correo electrónico a su autor.
[9] Wallerstein, Immanuel: Análisis de sistemas-mundo. Una introducción, Editorial Siglo XXI, 2006 [2004], pp. 46–47.
[10] Ibidem, p. 47.
[11] Ibidem, p. 47–48.
[12] Ibidem, p. 33–34.
[13] Wallerstein, Immanuel: El capitalismo histórico, Editorial Siglo XXI, 2012, p. 26.
[14] Ibidem, p. 25.
[15] Wallerstein, Immanuel: El Moderno Sistema Mundial IV. El triunfo del liberalismo centrista 1789–1814, México, 2014 [2011], pp. 207–208.
[16] Ibidem, p. 211.
[17] Wallerstein, Immanuel: El Moderno Sistema Mundial I. La agricultura capitalista y los orígenes de la economía-mundo europea en el siglo XVI, Editorial Siglo XXI, 2010 [1974], p. 144.
[18] Wallerstein, Immanuel: Capitalismo histórico y movimientos antisistémicos. Un análisis de sistemas-mundo, Ediciones Akal, S. A., Madrid, 2004, p. 103. (subrayados nuestros)
[19] Ibidem, pp. 104–105.
[20] Al abordar en el tomo II de su obra El moderno sistema mundial la cuestión del mercantilismo, que hacía su aparición por vez primera en la historia de este sistema en tanto política económica, Wallerstein dejó dicho esto: «estas prácticas no son características de la época, sino que han sido utilizadas por algunos estados en casi todos los momentos de la historia de la economía-mundo capitalista, aun cuando las justificaciones ideológicas hayan variado». Wallerstein, Immanuel: El Moderno Sistema Mundial II. El mercantilismo y la consolidación de la economía-mundo europea, 1600–1750, Editorial Siglo XXI, 2010 [1980], p. 50.
[21] Wallerstein, Immanuel y Derluguian, Georgi: «De Iván el Terrible a Vladímir Putin: Rusia en la perspectiva del sistema-mundo», Revista Nueva Sociedad 253, septiembre-octubre 2014. Disponible en https://nuso.org/articulo/de-ivan-el-terrible-a-vladimir-putin-rusia-en-la-perspectiva-del-sistema-mundo/
[22] Wallerstein, Immanuel: Capitalismo histórico y movimientos antisistémicos. Un análisis de sistemas-mundo, Ediciones Akal, S. A., Madrid, 2004, p. 109.
[23] Ibidem, pp. 101–102.
[24] Ibidem, p. 241.
[25] Wallerstein, Immanuel: El Moderno Sistema Mundial II. El mercantilismo y la consolidación de la economía-mundo europea, 1600–1750, Editorial Siglo XXI, 2010 [1980], p. 262.
[26] Wallerstein, Immanuel: Capitalismo histórico y movimientos antisistémicos. Un análisis de sistemas-mundo, Ediciones Akal, S. A., Madrid, 2004, p. 241.
[27] Ibidem, pp. 241–242.
[28] Ibidem, pp. 243.
[29] Wallerstein, Immanuel: El Moderno Sistema Mundial IV. El triunfo del liberalismo centrista 1789–1814, México, 2014 [2011], pp. 90 y 188.
[30] Wallerstein, Immanuel: Capitalismo histórico y movimientos antisistémicos. Un análisis de sistemas-mundo, Ediciones Akal, S. A., Madrid, 2004, p. 242.
[31] Ibidem, p. 244.
[32] Ibidem, p. 244.
[33] Ibidem, p. 245.
[34] Chomsky, Noam: «La guerra es entre EU-OTAN y Rusia con cadáveres ucranios», La Jornada, 28 de febrero 2023, disponible en https://www.jornada.com.mx/notas/2023/02/28/chomsky/chomsky-la-guerra-es-entre-eu-otan-y-rusia-con-cadaveres-ucranios/
[35] Wallerstein, Immanuel: Capitalismo histórico y movimientos antisistémicos. Un análisis de sistemas-mundo, Ediciones Akal, S. A., Madrid, 2004, pp. 243–244.
[36] Wallerstein, Immanuel: El Moderno Sistema Mundial IV. El triunfo del liberalismo centrista 1789–1814, México, 2014 [2011], p. 177.
[37] Ibidem. p. 173.
[38] Ibidem. p. 178. Aunque, en realidad, el oxímoron inventado para describir la doble moral del capitalismo en relación a la política económica empleada, según la época e intereses, lo dicen hasta los propios representantes del sistema. Un ejemplo de ello «lo pone en claro este discurso de 1845 pronunciado por un industrial francés ante sus pares: Caballeros, no presten atención a las teorías que claman por la libertad del comercio. Esta teoría fue proclamada por Inglaterra como la verdadera ley del mundo comercial sólo cuando, tras la larga práctica de las prohibiciones más absolutas, había llevado a su industria a un nivel tan alto de desarrollo que no había ningún mercado dentro del cual pudiese competir con ella otra industria en gran escala». Ibidem, pp. 178–179.
[39] Ibidem, p. 182: «(…) casi en todas las circunstancias el derecho, ese sustento del imperio de la pax, era ineficaz en sí mismo. Tenía que ser respaldado por la fuerza».
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