Si se pudo, ahora hay que poder cambiar

Por Marcelo Caruso Azcárate

Roberto Matta / Grandes expectativas. Del ciclo: El proscrito deslumbrante / 1966.

El anunciado triunfo de las candidaturas de Gustavo Petro y Francia Márquez, en representación del Pacto Histórico y el Frente Amplio, en la primera vuelta de las elecciones presidenciales en Colombia no fue posible, pero sí se ratificó con creces en la segunda. Y no fue meramente un triunfo electoral, sino la consumación de un puente estratégico entre las grandes movilizaciones populares de los tres años anteriores y su decisión consciente de trasladar esa indignación al terreno político electoral. Así se logró generar este cambio histórico en la gestión del gobierno nacional. Las masivas luchas emancipatorias se articularon con las luchas contrahegemónicas que disputan el acceso a gobernar el Estado capitalista, llenando de emociones a un pueblo que sólo cosechaba dolores y traiciones. La más alta votación de los últimos 50 años no fue un salto meramente cuantitativo, sino con raíces cualitativas que recién comenzamos a analizar y comprender en profundidad. Sus consecuencias, producto del papel estratégico que Colombia juega para esta región del continente, van mucho más allá de las fronteras geográficas, algo que se reflejó en los contenidos de los discursos que Francia Márquez y Gustavo Petro realizaron la noche del triunfo.

Muchos y muy buenos han sido los análisis de este triunfo de las fuerzas progresistas y de izquierda, con un énfasis general en mostrar que fue la decisión de esa juventud rebelde la que inclinó la balanza hacia la izquierda. Una juventud criada y madurada en la plenitud de los avatares del modelo neoliberal, pero también esperanzada con la firma del Acuerdo de Fin de Conflicto armado, apropiándose de una capacidad de resistencia y luchas por la paz, heredadas de las generaciones precedentes.

Este sacudón electoral que nada garantiza, pero genera posibilidades de reconstruir las fuerzas sociales y políticas que impulsen procesos transformadores estructurales, deja enseñanzas para los distintos procesos de las luchas sociales y políticas emancipadoras del continente.

Si se pudo en Colombia — así sea parcialmente — instalar un proceso de transición de salida de las entrañas del modelo dominante, por qué no se puede intentar profundizar las energías e iniciativas que salen de los de abajo (que son los que no tienen acceso a las grandes decisiones) en aquellos procesos de gobiernos en desarrollo, que son o serán golpeados por los bloqueos y agresiones oligárquicas e imperiales.

La enseñanza que dejan estos tres años de luchas sociales y triunfo electoral en Colombia, es que es posible revolucionar los procesos de luchas por el cambio y llegar a derrotar al gobierno de uno de los más fuertes modelos dominantes del continente.

Y que fue la acción directa de la sociedad civil movilizada y organizada, junto con un liderazgo que entendió la importancia de unificar al progresismo y la izquierda tradicional con los sectores más excluidos de la sociedad que representó Francia Márquez. Los sectores liberales y centristas que llegaron después fueron producto del olfato político de un sector liberal tradicional que logró prever la voluntad de cambio de las mayorías populares y de las capas medias, como también del oportunismo tradicional de quienes no quieren quedar fuera de las cuotas del poder político.

Es una experiencia que, con sus diferencias, deja enseñanzas para procesos como el de Chile, Perú y Argentina, donde el acoso de las derechas les dificulta la construcción de gobernabilidad y gobernanzas, pero también para aquellas experiencias con más larga historia de lucha y asedio imperial, como son los casos — distintos — de Venezuela y Nicaragua, con desafíos enormes por delante que pueden encontrar salidas de progreso en sus propias fuerzas sociales, populares e intelectuales acumuladas. Y

en otra dimensión, pero no ajeno a esta realidad, está el proceso de Cuba, que tiene los más altos umbrales de resistencias revolucionarias, pero aún insuficientes en el ejercicio del poder popular definiendo su futuro por la vía de la democracia directa y la profundización del debate político.

Durante más de 60 años los líderes y lideresas sociales y políticas de Colombia, han sufrido dolorosos conflictos armados, represiones y asesinatos colectivos que, como muestra el informe de la Comisión de la Verdad, tendremos que llorarlos por muchos años. Pero también, al mismo tiempo, han tenido la oportunidad de aprender a través de los intercambios de experiencias y solidaridades con el resto de gobiernos y partidos progresistas y de izquierda del continente, lo que les permite hoy, por primera vez, llorar también por alegría, con las aumentadas esperanzas de quienes construyeron este camino sacrificando sus vidas y sus esfuerzos emancipadores.

https://medium.com/la-tiza/colombia-de-la-berraquera-al-poder-15ae02475883

Por eso buscaremos en estas palabras finales de Los avatares de la paz, ponernos en el lugar del lector que se pregunta «¿y ahora qué?», tratando de aventurar algunas perspectivas de continuidad del análisis realizado. Para ello nos pararemos inicialmente en el contexto global de este triunfo, muy distinto al de cuando se inició la irrupción de gobiernos progresistas en nuestra América a principios de este siglo.

Las disputas por el nuevo orden mundial

Nadie duda que este triunfo inicia una nueva etapa en la historia de Colombia, pero a diferencia de los logrados en las dos décadas anteriores en nuestra América, se da en el marco de una gran crisis mundial que profundiza la disputa abierta por un nuevo orden mundial. Con la muerte de Chávez y las dificultades externas — también internas — que debió asumir el gobierno bolivariano de Venezuela; con el golpe cívico militar en Brasil y la derrota del progresismo en Ecuador, y con la profundización del bloqueo contra Cuba, el nexo entre el sureste del continente con los países de Centroamérica, Caribe y México, estaba cortado. Y no hablamos solo de continuidades territoriales, sino también políticas, programáticas y, sobre todo, sociales. Ya que, sin idealizar los avances de cambios que se quieran y puedan realizar en Colombia con el nuevo gobierno, regresa un nuevo impulso de gobiernos progresistas antineoliberales en el continente, con una carga a la izquierda de la enjalma de la mula que la obliga a inclinarse hacia ese lado. Y no es solo porque sean liderazgos que tienden a aprender de los errores de los primeros intentos, o representativos de las mujeres y comunidades excluidas y racializadas, como es el bello ejemplo de Francia Márquez, sino también, porque el contexto global se los exige.

La inmediata llamada de Biden al presidente electo, muestra que ahora los miedos están en su campo. Durante la campaña electoral sus emisarios habían estimulado las amenazas contra el cambio y acogido en su país — con mucha y favorable publicidad — al bonapartista autoritario Rodolfo Fernández, quien resolvió cerrar su campaña desde Miami, algo insólito como acción subordinada y aceptación injerencista.

La disputa con China de la hegemonía del mercado mundial, lleva a EE.UU. a dividir el mundo como en las peores épocas de la guerra fría, como se confirmó en la reciente reunión de la OTAN. Provocan y alimentan la cruel guerra en Ucrania — un laboratorio para ensayar sus nuevos armamentos — poniendo al mundo al borde de una guerra atómica. Pasan por encima el derecho internacional y la supuesta función de la ONU de actuar como un espacio de diálogo que permita prevenir y resolver conflictos entre sus miembros, eludiendo todo camino de negociación. Ignoran las opiniones de personajes como Henry Kissinger que en 2014 en artículo en el Washington Post alertó: «La historia rusa comienza en rus de Kiev. Ucrania ha sido parte de Rusia por siglos», con un «occidente católico que habla ucraniano y un este ruso ortodoxo que habla ruso». «Para Rusia, Ucrania nunca será solo un país extranjero», se requiere una política que «apunte a la reconciliación». «Ucrania no debe unirse a la OTAN».

Jack Maltlock, embajador de EE.UU. en la Unión Soviética entre 1987 y 1991, afirma que: «La expansión de la OTAN es el error estratégico más grande, fomentando una cadena de eventos que podría provocar la amenaza de seguridad más grande desde el colapso de la URSS».

Noam Chomsky agrega que Putin cayó en la provocación y que en lugar de negociar con Europa se embarcó en una invasión que creyó sería rápida. No contó con los millonarios gastos en armamentos para sostenerla por parte de los países de la OTAN, y la inclusión de civiles armados (neonazis) — que casi siempre terminan en formas paramilitares, como les pasó en Medio Oriente con Al Qaeda y el Estado Islámico — lo cual ha llevado a enormes costos en vidas del pueblo y soldados ucranianos, pero también de soldados rusos. Hasta el momento, la guerra prolongada tiene como resultado la creciente dependencia de Europa de los energéticos de EE.UU. que reemplazarán a los rusos, y al Euro por el piso.

Las Naciones Unidas y la Unión Europea se doblegaron frente a Inglaterra y Estados Unidos que hegemonizan la OTAN, y Rusia, si bien logró controlar la franja este de Ucrania y la salida a mares de aguas calientes, está sosteniendo un doloroso conflicto que los desacredita en el mundo.

Estamos frente a una guerra provocada por EE.UU. y una provocación aceptada por Rusia, que hace parte de la estrategia de aislar a China: golpeando a Rusia por el norte y avanzando en tratados militares por el sur, como lo es el AUKUS, con el Reino Unido y Australia, dirigido a dotar de submarinos atómicos al gobierno de Camberra. Así, preparan una nueva guerra en cuerpo ajeno, en la cual probablemente serán los taiwaneses quienes pagarán los altísimos costos. Y todo esto, como afirma Chomsky, desconociendo las opiniones de los altos mandos del Pentágono, que han anunciado los riesgos del uso de armas atómicas de las que nadie saldrá triunfador. Quienes lideran esta agresiva y peligrosa estrategia, son élites de pensamientos regresivos que no les importan mucho las consecuencias inmediatas sobre el grueso de la población, sean muertes de soldados y civiles, altas inflaciones, desempleo, hambre y hasta los posibles choques atómicos, pues lo que consideran está en juego es la hegemonía mundial del capitalismo.

Trump era la expresión sincera de ese pensar, y Biden, presionado por los sectores progresistas del partido Demócrata, lo comparte y disfraza con hipocresía, mientras lo busca utilizar para las futuras elecciones parlamentarias.

En EE.UU. existe consenso en la necesidad de asegurar que el nuevo orden mundial sea de carácter unipolar, al menos en las áreas bajo su control, y que coloque a la defensiva al bloque encabezado por China. Pero no hay acuerdo en el cómo lograrlo. Y esta crisis, con sus consecuencias, tiende a determinar los espacios y acciones del devenir político de los nuevos gobiernos de América Latina que se presentan como alternativos al neoliberalismo. Sus luchas contrahegemónicas en cada país llevan a la conclusión que, para sobrevivir al intento y avanzar en los cambios económicos y financieros que se requieren para garantizar los derechos fundamentales de la población, se requiere saber actuar colectivamente en esta disputa global.

Una conclusión inmediata, no sencilla de implementar, es la apuesta a la acción conjunta basada en la integración política, económica, ambiental, cultural y social. Y en esa ruta, ir construyendo una nueva área «no alineada» comprometida con la paz mundial y en su región, dispuesta a mantener relaciones abiertas con todos aquellos países que permitan avanzar en su propuesta de desarrollo sostenible al servicio de los excluidos.

https://medium.com/la-tiza/colombia-de-la-berraquera-al-poder-15ae02475883

Frente a la posibilidad que el nuevo gobierno de Petro-Márquez apueste a construir territorios de paz más allá de sus fronteras, Biden lanza una orden clara a todos los sectores económicos y financieros dispuestos a trasladar sus capitales a Miami: «hay que quedarse en su casa y rodear (cercar y cooptar) al nuevo presidente y a su gabinete, tanto como sea posible».

Priorizan la zanahoria mientras afilan su machete, pues necesitan una Colombia con gobernabilidad en la relación de sumisión entre gobernantes y gobernados, junto con muy poca gobernanza, pues de lo contrario estallará ese polvorín que, preocupados, «descubren» los nuevos aliados que hoy declaran su decisión de participar del Gran Acuerdo Nacional. Estados Unidos necesita ganar tiempo y controlar el orden interno en el país geoestratégicamente más importante de la región — incluyendo sus siete bases militares — pues su atención inmediata está en eludir la negociación y agudizar el conflicto armado en Ucrania.

Con el triunfo progresista en Colombia y muy probablemente en Brasil, y con la fragilidad del gobierno neoliberal de Ecuador, los pueblos del continente le están mostrando que la salida no puede ser exclusivamente militar o represiva. La experiencia de Venezuela les demuestra que en este inestable contexto pueden ahogar un proceso de transformaciones sociales, pero no reemplazarlo y menos gobernarlo con testaferros de turno como han hecho en las décadas anteriores. Pueden desestabilizarlos y hasta derrocarlos, pero luego les regresan con nuevos ímpetus acumulados que expresan el sentir indignado de sus nuevas generaciones excluidas de los goces mínimos de los derechos humanos.

Muchos son los interrogantes que se abren y las batallas que se inician en Colombia para construir una paz completa, si es que realmente existe. Y esto no podrá ser producto del esfuerzo de un solo pueblo y país. Enfrentar estas demenciales amenazas globales que se anunciaban como superadas, hará parte de las políticas internacionales que sepa sumar el futuro gobierno. La defensa colectiva del Amazonas al servicio de la humanidad, es un fuerte y acertado inicio de la misma, ya que encontraría grandes apoyos en las ciudadanías de los países que hegemonizan el mercado. Comenzando por la protección conjunta de los bosques amazónicos, ampliando el Pacto de Leticia a la participación de sus habitantes ancestrales y comunidades campesinas, e incorporando al mismo al conjunto de los países del continente que comparten algunas de sus cuencas hídricas. Esto puede lograr una solidaridad internacional que aporte a blindar de los ataques regresivos internos y externos a sus acciones soberanas. Queda el interrogante a seguir desarrollando:

¿Será posible resistir a estas agresivas políticas que buscan la hegemonía mundial del sistema capitalista construyendo una comprensión y decisión política que permita pensar y hacer un nuevo contra orden mundial que dispute al menos parte de esa hegemonía? ¿Cómo y con quiénes se puede lograr?

Las batallas para la implementación del Acuerdo Final de Paz y extenderlo a las demás organizaciones insurgentes, será un pilar del próximo gobierno. Sin su firma nunca habría sido posible este triunfo, pero sin su desarrollo — comenzando por la Reforma Rural Integral apoyada en la reconstrucción del tejido social campesino — tampoco será posible sostenerlo y profundizar sus resultados.


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