Por: Fernando Luis Rojas López
Una versión más amplia de este trabajo recibió en 2017 el premio de ensayo Haydée Santamaría entregado por CLACSO y Casa de las Américas.
A manera de introducción. Revisitando un viejo problema
A finales de 1920 el Partido bolchevique llevaba apenas tres años en el poder en Rusia. A pesar de atravesar las más difíciles pruebas: guerra civil e intervención extranjera, Lenin y sus hombres habían conservado una práctica democrática al interior del partido sin precedentes en la historia. Todo se discutía, desde la paz de Brest hasta las medidas de contingencia y en no pocas ocasiones, el propio jefe del partido fue contradicho, criticado o derrotado.
Precisamente por esos días, finales de 1920 e inicios de 1921, se tensaron nuevamente las polémicas entre los dirigentes revolucionarios soviéticos. Varios asuntos entraron en escena en la prensa, las reuniones del partido y otros espacios de debate; entre ellos, lo relativo al papel y las tareas de los sindicatos en el momento que se vivía en Rusia. Una discusión que llegó a contraponer a figuras como Lenin, Trotsky, los miembros de la denominada “oposición obrera” (Shliápnikov y Kollontai por ejemplo), entre otros; y alcanzó su clímax en marzo de 1921 durante el X Congreso del Partido Comunista (bolchevique).
Más de cuarenta años después y a miles de kilómetros de distancia, en medio del trópico americano, una revolución triunfante agitaba viejas polémicas y generaba nuevas. Sin haberse declarado públicamente socialista, pero con la participación en el poder de históricos militantes marxistas, la joven Revolución cubana, en medio de un arrebato de entusiasmo y subversión del viejo orden, reiteraba –con otros matices– la lucha por el control de los sindicatos y los debates sobre su lugar en el nuevo escenario.
Parece entonces, tomando dos de las experiencias de empoderamiento revolucionario socialista más importantes del pasado siglo XX, que aunque la organización en sindicatos y la teorización sobre su papel en la liberación de la explotación capitalista las precede; adquiere otra dimensión después de la toma del poder.
La revolución que triunfó en Cuba en 1959 constituye un proceso contemporáneo. Quienes abordamos de una forma u otra los acontecimientos desde ese año hasta la actualidad, asumimos el doble reto de restaurar y construir. Esa necesaria restauración obedece al subdesarrollo inducido que, a inicios de los años setenta, sufrieron el pensamiento y las ciencias sociales en Cuba. Como señaló en varias ocasiones el investigador Fernando Martínez Heredia, los males se volvieron crónicos y en cierta medida se mantienen todavía.
A ellos se suma el naufragio a inicios de los años noventa del mal llamado marxismo-leninismo, y un alejamiento bastante generalizado de todo el marxismo. Desde hace mucho tiempo no existe un pensamiento estructurado que opere como fundamentación del socialismo en Cuba. Allí tampoco ha llegado el proceso de conceptualización del modelo económico y social cubano de desarrollo socialista, un asunto que se consideró esencial en el VII Congreso del Partido Comunista de Cuba celebrado en abril de 2016.
En buena medida, esta carencia marca los acercamientos a la cuestión sindical en Cuba, y al mismo tiempo, la supera significativamente. Un estudio que profundice en el período que se inicia en abril de 2011 con la aprobación en el Sexto Congreso del Partido Comunista de los Lineamientos de la Política Económica y Social del Partido y la Revolución; impone el ejercicio metodológico de propiciar un acercamiento a las generalidades y particularidades del último cuarto de siglo (1989–2014), remarcando la existencia de cuatro etapas:
– 1989–1994: Estallido y etapa más aguda de la crisis que generó en Cuba la desaparición de la Unión Soviética y el llamado “campo socialista europeo”, en un momento en que se habían reconocido errores internos y se proponía su “rectificación”; acompañado por “una ola de incertidumbre y desmoralización […] en buena parte de las fuerzas progresistas de la humanidad” (Castro, 2014b).
– 1995–1999: Se detiene el decrecimiento económico y se logra una relativa estabilidad económica y social al superarse la etapa más aguda de la crisis migratoria (crisis de los balseros).
– 1999–2005: Se lleva a cabo la denominada Batalla de Ideas, un proceso de creciente inversión en el terreno social que no consideró las negativas consecuencias económicas y políticas, y entre otros efectos, generó un paralelismo institucional al distribuirse tareas administrativas a dirigentes de la Unión de Jóvenes Comunistas fundamentalmente.
– 2005-actualidad: Reconocimiento de la necesidad de perfeccionar el proyecto socialista cubano. En la esfera política, los intentos de renovación se perciben con mayor claridad a partir del discurso pronunciado por Fidel Castro en el Aula Magna de la Universidad de La Habana el 17 de noviembre de 2005. Finaliza la presidencia de quien había sido durante más de 30 años el principal dirigente del país y a partir del 2008 se emprende el reordenamiento del modelo económico cubano. Las transformaciones se proyectaron con mayor fuerza desde el ascenso al poder de Raúl Castro, presidente interino durante dos años (2006–2007) y electo oficialmente en 2008.
Dos acontecimientos han marcado los últimos años: por un lado el anuncio, por los presidentes Raúl Castro y Barack Obama en diciembre de 2014, de la intención de avanzar en el restablecimiento de las relaciones diplomáticas entre Estados Unidos y Cuba y el inicio del camino hacia la “normalización” de las relaciones bilaterales. Como hitos de este proceso podrían mencionarse la apertura de embajadas al año siguiente, la visita de Obama a la isla en marzo de 2016 y la eliminación en enero de 2017 de la denominada política Pies secos, pies mojados. La toma de posesión del 45 presidente de los Estados Unidos, el republicano Donald Trump, y las medidas concretas tomadas para revertir este acercamiento, también tendrán que ser observadas en perspectiva por los lectores de este trabajo.
El otro hecho es el fallecimiento, el 25 de noviembre de 2016, del líder de la Revolución cubana y principal dirigente del Partido Comunista y el Estado durante casi medio siglo, el comandante Fidel Castro. La muerte de Fidel generó una amplia expresión de movilización y duelo popular; y polarizó las posiciones respecto a su legado. Una marca que probablemente sea de largo aliento.
La periodización, que pudiera convertirse en sí misma en un terreno de polémica, sirve de anclaje en dos sentidos para la lectura del texto: primero, porque acomoda al lector en su definición temporal y sintética de los acontecimientos de la Cuba reciente; y segundo, porque enmarca la experiencia vital del autor del ensayo, que pretende establecer un diálogo que no excluya cuestiones vivenciales y hasta testimoniales.
Este ensayo está marcado por una interpretación personal sobre el tema en cuestión: el movimiento sindical –enfocado en la organización más importante de los trabajadores cubanos, la CTC– en el contexto de las transformaciones que se producen actualmente en Cuba. Asume determinada libertad en su estructura, sin abandonar un rigor lógico, conceptual y metodológico. No se trata de un texto breve, no puede serlo en medio de la complejidad y heterogeneidad del asunto que trata.
El lector no encontrará desarrollado el andamiaje teórico y metodológico que distingue a la academia cubana actual. Quien se acerque para hurgar en los paradigmas de investigación, las escuelas de referencia o las definiciones terminológicas, no hallará mucho provecho. Desde el punto de vista espacio-temporal, nos acercamos a un fenómeno cubano del período 1989 a la actualidad, en consonancia con la periodización antes propuesta. Ello no significa que se excluya el análisis de etapas anteriores, que servirá de sustento a las posiciones sostenidas.
El cuerpo del ensayo consta de dos partes principales. La primera pretende “descomponer” en subtemas algunos aspectos problémicos del sindicalismo actual. En esta dirección se abordan las relaciones entre la central de trabajadores y los sindicatos, el lugar del sector no estatal en la CTC, las demandas, las formas de lucha sindical y la burocratización de la dirección sindical.
Posteriormente, se esbozan o perfilan algunos posibles caminos en el contexto actual. Para ello, se reivindica la necesidad de pensar y definir una plataforma para la acción común de la CTC y otros actores de la sociedad cubana, así como de identificar el perfil corporativista que la define hoy. De igual forma, se presentan sintéticamente algunas recomendaciones de carácter práctico[1].
Es necesario remarcar que los problemas tratados superan la dinámica de funcionamiento de la Central de Trabajadores de Cuba. Su reflejo en la más importante y amplia organización de los trabajadores cubanos, constituye una de las expresiones de la complejidad que caracteriza el panorama político, ideológico, económico, social y cultural del país. Sin embargo, los límites que encierra el tema abordado pueden contribuir también a la discusión transversal de los asuntos cubanos. En ese sentido, aspira a convertirse en un sencillo aporte a la práctica de pensar y pensarnos en los inicios de este siglo.
A la usanza de Jack el Destripador: vamos por partes
Central obrera y sindicatos. El sector no estatal
Una de las dificultades que enfrenta el movimiento sindical cubano radica en la dinámica entre la central de trabajadores y los sindicatos. En la actualidad, la Central de Trabajadores de Cuba agrupa a 17 sindicatos nacionales y algo más de tres millones de afiliados.
La formación de centrales, federaciones o confederaciones sindicales no constituye una experiencia exclusivamente cubana. Históricamente, la agrupación de sindicatos de diferentes actividades, oficios y empresas con el fin de constituir una fuerza nacional se apreció como un paso de avance en la lucha de los trabajadores. Este proceso no se ha limitado al espacio nacional y las centrales sindicales se han afiliado a federaciones mundiales o regionales[2].
En Cuba, la creación de la Confederación Nacional Obrera de Cuba (CNOC) en 1925, primera institución con carácter nacional, ha sido vista como expresión de la fortaleza adquirida por el sindicalismo. Casi tres lustros después, en 1939, se fundó la Confederación de Trabajadores de Cuba (CTC).
Retornemos a la actualidad. Desde el punto de vista estructural, la relación de la CTC y los sindicatos nacionales reproduce un esquema verticalista que potencia el papel de la central en detrimento de los sindicatos. El problema va más allá: los sindicatos se organizan en función de los organismos e instituciones de la economía nacional. En resumen, los sindicatos se desarrollan subordinados a: 1. La organización económica definida por el Gobierno y 2. La estructura definida por la central de trabajadores.
No creo que quien se lance a la lectura de este ensayo, piense que el esquema verticalista al que se aludió antes sea un patrimonio o se exprese exclusivamente en la CTC. Es consustancial al sistema político cubano en sus diversos componentes: organizaciones políticas, organizaciones de masas y asociaciones, organizaciones estatales; y se expresa en las jerarquías existentes entre los sujetos y actores del sistema.
Pasemos a otro elemento contradictorio de la actual CTC. Los estatutos de la organización reconocen como primer derecho de los sindicatos nacionales “Defender y representar los intereses y derechos de los trabajadores, así como propugnar el mejoramiento de sus condiciones de trabajo y de vida” (Central de Trabajadores de Cuba, 2014), pero al referirse a los objetivos de la conferencia (órgano superior de cada sindicato nacional) se plantea “[…] examina la actividad sindical desarrollada para dar cumplimiento a las tareas priorizadas por la CTC en función del desarrollo económico del país y el funcionamiento del sindicato…” (Central de Trabajadores de Cuba, 2014). ¿Dónde quedó para el órgano superior del sindicato nacional la defensa y representación de los trabajadores?
Ciertamente, en el proyecto cubano posterior al 1ro de enero de 1959 los períodos de crecimiento económico se revierten en beneficio de la mayoría de la población, y pudiera asumirse que el desarrollo económico constituye el principal interés de los trabajadores. Pero esto es a nivel macro, e implica –por la persistencia de las dificultades económicas que se magnificaron hace ya un cuarto de siglo– un crecimiento de la conciencia política y no pueden negarse las demandas específicas en medio de la diversificación y estratificación social que caracteriza la Cuba actual.
Esta debilidad de los sindicatos nacionales frente a la central se manifiesta también en limitar el alcance de las relaciones entre la organización y las instituciones. La contrapartida para los sindicatos se reduce a los denominados “organismos de relación”, precisamente cuando las principales preocupaciones de los trabajadores (el salario, los procesos de disponibilidad, los métodos burocráticos y verticales de dirección) tienen un alcance que supera las políticas ministeriales por ser competencia de la administración central.
Uno de los ejemplos actuales de esta funesta verticalidad se visibiliza en el contexto de las reformas, conocidas como actualización del modelo económico cubano. La consolidación del trabajador vinculado al sector privado[3] y el surgimiento de las cooperativas no agropecuarias proponen nuevos temas a la agenda sindical y reclaman un grupo de acciones a corto plazo.
Uno de los asuntos de interés se encuentra en la inexistencia de un sindicato que agrupe de manera particular a los trabajadores por cuenta propia. En medio de las actuales circunstancias del país y la vitalidad que alcanzan los negocios privados se dimensionan las contradicciones entre los propietarios y los trabajadores[4]. Un punto de partida se encuentra en dilucidar que las contradicciones emergentes, pueden y deben solucionarse desde la permanencia de estas formas de propiedad no estatales. Por otra parte, la organización “obrera” nacional (CTC) debe superar su pasividad y transitar a una práctica que reivindique disposiciones jurídicas aplicables a estos espacios y volcarse a un intercambio permanente con los trabajadores.
Para ello, el camino debe originarse desde la construcción en la base de la agenda constitutiva del sindicato nacional que agruparía a estos trabajadores. Es probable, que este proceso esté a la espera –expresión del camino inverso– de la orientación y las indicaciones de la dirección nacional de la CTC. Ciertamente, esto no constituye un proceso sencillo, en primer orden porque la Central de Trabajadores de Cuba carece de liderazgo y reconocimiento; en segundo, porque las diferencias entre los ingresos de los trabajadores del sector no estatal es muy superior al recibido por quienes laboran en instituciones del Estado y ello pude difundir el criterio de que no es necesaria la mediación de la organización, además del temor al despido; y finalmente, no menos importante, la resistencia de los propietarios a la organización sindical de los trabajadores.
Una idea presentada en el trabajo de Blas Roca y Lázaro Peña Las funciones y el papel de los sindicatos ante la Revolución publicado en 1961 como una cuestión del pasado, puede resurgir en el sector privado: “Cuando cada trabajador reclamaba individualmente al patrono, éste podía no hacerle ningún caso, o amenazarlo con el despido, o realmente dejarlo sin empleo, pues siempre podría encontrar otro nuevo trabajador, en mayor miseria, que ocupara su puesto” (Roca y Peña, 1961: 31). Con algunas variantes en la actualidad, la esencia de esta contradicción se mantiene. El término “miseria” sería excesivo en las actuales circunstancias de Cuba, pero ciertamente, el propietario encontrará un grupo amplio de trabajadores que reciben una remuneración mucho menor.
Todas estas contradicciones se están presentando en el mapa cubano. Hasta ahora, el sector cuentapropista se ha encontrado alejado de las políticas y atención de la CTC. Durante el XX Congreso de la organización el presidente cubano Raúl Castro expresó que “[…] en su mayoría se han afiliado [los trabajadores por cuenta propia y cooperativistas] al movimiento sindical, se atienen a lo establecido y cumplen con sus obligaciones tributarias” (Castro, 2014a); en la práctica, esta filiación es formal, no se traduce en acciones sindicales concretas, quedando apenas en el pago de la cuota sindical y la posibilidad de solicitar un aval a los dirigentes de la CTC en los diferentes niveles.
Otros dos asuntos cobran fuerza: ¿qué hacer con los cooperativistas? y ¿qué hacer con los propietarios[5]? La asociación de estos actores se convierte en una necesidad impostergable en Cuba. La cuestión radica en definir el marco en que tendría lugar esta. No considero que la alternativa esté en su sindicalización.
El investigador Ricardo Torres define como una de las características de las nuevas políticas “que no todo lo no estatal se percibe de la misma forma” y en este sentido reconoce que públicamente, se ha defendido la legitimidad de estimular más la formación de cooperativas[6]. A criterio de este especialista “[…] el cuentapropismo y las cooperativas urbanas están concentrándose en un ámbito sectorial muy semejante”, sin embargo “[…] las cooperativas disfrutan de personalidad jurídica propia y un régimen tributario más laxo” (Torres, 2015). Otro elemento distintivo del cooperativismo radica en la condición de socio (accionista) de los miembros. Se supone que los trabajadores–cooperativistas son los dueños de la gestión.
¿De qué podría ocuparse una asociación –en mi criterio no un sindicato– de cooperativistas? En primer orden, velar por el cumplimiento de los principios del cooperativismo, pues como señala la investigadora Camila Piñeiro existe el “[…] riesgo de que la organización interna pierda el contenido del modelo de gestión cooperativa…” (Piñeiro, 2013: 42). Por otra parte, continuar impulsando la apertura legal a la cooperativización y actuar contra las trabas a este proceso: a pesar de la aprobación del Decreto-Ley №305 De las cooperativas no agropecuarias, su carácter “experimental” se convierte en un mecanismo para limitar determinadas iniciativas. En este sentido, se confirma el criterio de Piñeiro de que en el marco de las reformas se adoptan medidas que “[…] parecen indicar que ha sido menos complicado aceptar la creación de pequeñas empresas privadas no simples que la creación de cooperativas” (Piñeiro, 2013: 73).
Este último sería un terreno de comunidad entre una asociación de cooperativistas y un sindicalismo revolucionario, pues apostarían por una forma de gestión que potencialmente frena la explotación laboral, la autoridad suprema radica en los trabajadores y tienen en cuenta la articulación de los intereses individuales y sociales. En el entendido que las cooperativas no constituyan un espacio de acción directa de los sindicatos, apostar por su desarrollo implicaría –en la práctica– una disminución de los efectivos y los espacios de influencia de la organización de trabajadores, pero sería un servicio inestimable a la liberación de los mismos.
La creación de una asociación de propietarios (empresario individual, propietario y gestor de las pequeñas y medianas empresas) también pudiera asumirse como una necesidad. Ahora bien, la actitud de la organización sindical en este caso difiere (o debe hacerlo) de la asumida en el caso de las cooperativas. Es incomprensible que coexistan en la misma sección sindical –bajo el homegeneizador y eufemístico calificativo de “trabajador por cuenta propia”– el contratado y el propietario que contrata su fuerza de trabajo. En rigor, aunque pueda ser visto como una “necesidad de país”, la CTC no cometería ningún agravio si se manifiesta en contra de la sindicalización de los propietarios o de la creación de una asociación de estos.
A este terreno de la economía no estatal se trasladan una parte de las contradicciones, las otras perduran en las instituciones estatales y se expresan en las dualidades trabajador-administración y trabajador-Estado. Esta última resulta de la visión existente en buena parte de la población que considera al Estado como responsable de todas las políticas, incluyendo las fallas en la aplicación de las mismas.
Demandas de los trabajadores
La definición de las demandas de los trabajadores organizados, en función de la defensa de sus intereses y de mejores condiciones de trabajo frente a los empleadores, las organizaciones empresariales y los gobiernos, está condicionada históricamente.
El continente europeo presenció la ascendencia del movimiento obrero asumiendo un lugar como pionera de grandes acciones populares. En sus inicios, las demandas transitaban desde la reducción de la jornada laboral, las mejoras salariales hasta el suministro de ayuda económica para enfermedades, paro forzoso o vejez. El fortalecimiento del movimiento profundizó los reclamos y se incorporaron el reconocimiento del derecho a huelga y de los sindicatos obreros, la mejora de las condiciones de trabajo, modificaciones en la legislación de las relaciones laborales y derivó en la acción política y revolucionaria que exigía desde el sufragio universal masculino hasta el establecimiento del poder obrero.
Ni siquiera en Europa podía ser un proceso homogéneo. El avance del movimiento obrero estuvo marcado por la diversidad de opiniones y las escisiones. El problema no radicaba exclusivamente en los métodos de lucha, sino y sobre todo, en el alcance de las demandas de los obreros y sus organizaciones. El problema radicaba en cuál era el límite a la lucha proletaria, qué significaba liberar totalmente a los trabajadores.
Si aceptamos el condicionamiento histórico europeo, para América y Cuba aplica también. En la isla, el tránsito de las Sociedades de socorros mutuos –que se proponían apoyar a sus miembros y familiares en caso de enfermedad o muerte– hacia las acciones de los trabajadores contra la rebaja de su jornal[7], ocurrió mientras en Londres se fundaba la Primera Internacional.
Progresivamente, los trabajadores comenzaron a organizarse y contaron con espacios de divulgación como el periódico La Aurora[8]. Las demandas iniciales se dirigían a la defensa de la lectura en las tabaquerías, la apertura de escuelas nocturnas gratuitas para obreros, la fundación de cooperativas obreras de producción y el mejoramiento de las condiciones de vida y de trabajo. Hubo momentos en que se priorizaron cuestiones organizativas e ideológicas por encima del establecimiento explícito de las demandas.
Un acontecimiento parteaguas constituyó el Congreso Obrero de 1892. En su Declaración Final se planteó como primer tema a resolver, como primer combate de la clase obrera, la jornada de ocho horas. El evento definió otras demandas a largo plazo, basadas en las ideas del socialismo revolucionario, centradas en la emancipación de la clase trabajadora y enfatizando en cuestiones de la discriminación racial existente.
Sin embargo, el central problema de la independencia y la confrontación con la metrópoli española no fue abordado directamente[9]. Podría decirse que el tema clasista fue regulador del tema nacional. En el fondo, creo que también preocupaba mucho el “rezago” respecto al proletariado europeo. ¿Acaso el problema de la dependencia referencial actúa como uno de los pecados originales del movimiento obrero cubano organizado?
El inicio del siglo XX vino acompañado de una reactivación del movimiento obrero. La actividad de Diego Vicente Tejera, su labor en la creación del Partido Socialista Cubano y el Partido Popular Cubano y el papel desempeñado por Carlos Baliño, vinculado a Tejera primero, y luego organizando el Partido Obrero Socialista, el Club de Propaganda Socialista y el Partido Socialista de Cuba, aportaron, a pesar de las diferencias ideológicas, un sustento de mayor solidez teórica y horizontes más amplios. Sin embargo, las acciones desarrolladas a partir de 1899 –con predominio de la actividad huelguística– respondieron a las necesidades más inmediatas de los trabajadores y no a esa transformación integral de la sociedad.
Posteriormente, el empeoramiento de las condiciones del país, el aumento de la represión y el fortalecimiento de la corriente marxista radicalizaron el movimiento. Para algunos investigadores, el problema se reduce a la lucha entre demandas económicas y demandas políticas como pares antagónicos. En rigor, muchos trabajadores organizados abrazaron la transformación política como una de las vías de subversión de la explotación económica a que eran sometidos.
Después de la caída de Machado, el derrocamiento del Gobierno provisional presidido por Grau San Martín, la represión desatada tras la Huelga de marzo de 1935; sobrevino entre 1937 y 1945 una simbiosis entre las demandas de los trabajadores y la legislación del país, que tuvo como momentos cumbres el Decreto 798 de abril de 1938 y la Constitución de 1940. Varios factores condicionaron este proceso: la situación internacional marcada por el ascenso del fascismo, el acercamiento formal entre las potencias occidentales y la URSS y la política exterior planteada por el Partido Comunista de la Unión Soviética; la situación de los sectores populares y las organizaciones tras el fracaso de la Huelga de marzo de 1935 y la posterior represión; y la resultante instauración del corporativismo[10].
La letra de la Constitución de 1940 en materia de legislación laboral no se concretó en términos prácticos a largo plazo. La luna de miel entre el Estado y el sindicalismo fue fugaz. Culminada la Segunda Guerra Mundial y con la posterior internacionalización de la llamada Guerra Fría, el movimiento obrero se ubicó en la mira de los gobiernos.
Este bosquejo permite adentrarnos en cómo se han estructurado las demandas de los trabajadores después de 1959. En los momentos que siguieron al triunfo de la Revolución se produjeron fuertes discusiones ideológicas y organizativas; así como conflictos laborales que surgieron después del primero de enero, fecha en que encontraron salida muchas de las expectativas reprimidas durante los años de la dictadura batistiana. Las demandas fundamentales se concentraron nuevamente en cuestiones salariales y –a tenor con la represión de una década– la devolución de puestos de trabajo.
Tiene mayor importancia concentrarnos en el trasfondo ideológico de cómo se definieron y plantearon las demandas a partir de esos años; que en una numeración de las mismas. La postura de buena parte de los dirigentes de la CTC fue situar como centro de la actividad de la organización y sus afiliados el apoyo a la revolución. Las razones, en esta etapa inicial marcada por un agudo enfrentamiento de clases, tienen que ver con el acertado enfoque que veía en el Gobierno revolucionario un actor para impulsar la liberación de los trabajadores. Las primeras medidas así lo confirmaron. En medio de una radical transformación social, política y económica, los criterios de los dirigentes revolucionarios encontrarían mayor resonancia en aquellas tendencias que se plantearon la lucha sindical como parte de la transformación radical de la estructura dependiente y económicamente subordinada, la sociedad excluyente y la política corrupta y represiva cubana.
Sobre este tema profundizaron Blas Roca y Lázaro Peña. En Las funciones y el papel de los sindicatos ante la Revolución dedican un acápite a las demandas inmediatas del movimiento sindical. En este sentido se plantea: “[…] el Movimiento Sindical, como parte que es de la Revolución, ha de tener otras funciones que las de una organización que sólo se ocupaba de reclamar y defender las demandas particulares e inmediatas de un grupo determinado” (Roca y Peña, 1961: 58). Dos apuntes: en primer lugar, la idea de “tener otras funciones” no excluye la defensa de las demandas particulares e inmediatas; y en segundo lugar, el sindicalismo cubano –en los momentos en que asumió una orientación marcadamente clasista (como entre 1925–1935)– no desatendió otras importantes funciones.
Algunas de las nuevas tareas que se presentan a los trabajadores son: las milicias, la protección de los centros de trabajo, el ahorro de materiales, la realización de los planes económicos, la buena marcha de las empresas, entre otras. Estas misiones se están planteando en momentos de lucha ideológica, donde coexisten diferentes criterios sobre el papel del movimiento obrero sostenidos por los herederos del mujalismo reaccionario y por algunos sectores revolucionarios procedentes de las capas medias: los mujalistas defienden solo la reivindicación de las demandas particulares y algunos revolucionarios establecen que los sindicatos sólo deben cumplir las decisiones del gobierno.
Los beneficios para los trabajadores y obreros de las empresas estatales debían verse en dos sentidos. Por una parte, las medidas tomadas a favor del pueblo: disolución del aparato militar del Estado burgués, rebaja de alquileres, apertura de las playas, rebaja del precio de los medicamentos, democratización del acceso a los servicios de salud y educación, Campaña de Alfabetización, entre otras, repercutían directamente en el sector obrero. Desde el punto de vista de los beneficios directos focalizados en las empresas habría que esperar al futuro, y aquí estuvo su lado flaco, estos avances con los años fueron limitados y en algunos momentos –década del 90– la situación de los trabajadores alcanzó niveles críticos desde el punto de vista de la satisfacción de sus necesidades económicas.
En rigor, el texto de Roca y Peña realiza más tarde una defensa de la importancia de los sindicatos basada en atender los problemas particulares de los trabajadores, servir de enlace entre la empresa y los trabajadores y la movilización de estos para el cumplimiento de las tareas revolucionarias. Analicemos estos argumentos. Si asumimos que el Gobierno revolucionario trabaja para y en representación del pueblo, debe ser capaz de conjugar su visión de los problemas globales con las particularidades de los trabajadores; y encontrar los mecanismos para tratar directamente con ellos. Por otra parte, ¿quién garantiza que el sindicato logre “ver” los problemas particulares de los trabajadores o tenga la suficiente autoridad para actuar como fuerza movilizadora?
Los Congresos de la CTC realizados a partir de 1961 están marcados por varios aspectos comunes. Uno tiene que ver con la coyuntura en que ocurren, y ello tendrá un peso en las demandas y las tareas que define la central de trabajadores.
El XI Congreso fue realizado en noviembre de 1961, apenas siete meses después de la invasión mercenaria por Playa Girón y en medio de la Campaña de Alfabetización y el combate a las bandas contrarrevolucionarias. El primer ministro del gobierno revolucionario Fidel Castro pronunció el discurso de clausura el 28 de noviembre. Fidel comenzó su intervención anunciando la noticia del asesinato del joven alfabetizador Manuel Ascunce y del campesino Pedro Lantigua Ortega. La reacción de los delegados al congreso es inmediata: los participantes proponen la creación de un batallón para capturar a los asesinos y suscriben la idea de mostrar “el puño fuerte de la Revolución”. Queda sobre la mesa la acción sobre las bandas que quemaban caña, saboteaban granjas y centros de producción, asesinaban brigadistas y campesinos.
Resulta evidente que durante el XI Congreso, al movimiento de trabajadores se le presenta la contradicción entre un gobierno revolucionario que impulsa medidas en beneficio de los sectores explotados y los grupos reaccionarios en alianza con los Estados Unidos. Ello se acompaña además, de una diferencia en los métodos utilizados por ambos polos. Resulta lógico que la mayoría de la población, especialmente los trabajadores del campo y la ciudad, se plantearan como tarea principal la defensa de la Revolución y el acompañamiento del gobierno, como consustancial a ese apoyo. No se trata de subordinación, sino de una apuesta como clase que –en aquellos momentos– se sentía empoderada.
Esto que podríamos llamar “el peso de las circunstancias” también estuvo presente en el XII Congreso (agosto de 1966) y XIII Congreso (noviembre de 1973), que en medio de la batalla por elevar la producción situaron como consignas centrar el esfuerzo en la agricultura y el incremento de la eficiencia, respectivamente.
Por su parte, el XIV Congreso de la CTC (diciembre de 1978) estuvo condicionado por el Congreso del Partido de 1975, la discusión y aprobación de la Constitución de la República, el denominado proceso de institucionalización, la nueva división político-administrativa, la instauración de los Poderes Populares, el inicio del establecimiento del Sistema de Dirección y Planificación de la Economía, entre otros procesos internos. En la clausura de este evento, Fidel Castro ratificó la que en su criterio era la principal tarea de los trabajadores y el movimiento sindical: “[…] el primer deber de los trabajadores en la revolución es construir el socialismo…” (Castro, 1978). En el XV Congreso (febrero de 1984) el peso se trasladó de lo interno al plano exterior: la instalación de proyectiles nucleares de alcance medio en Europa como provocación a la Unión Soviética y el campo socialista, la acción en Nicaragua de elementos somocistas y de bandas contrarrevolucionarias, la guerra en El Salvador, la intervención en el Líbano, la invasión a Granada, entre otros.
Esta tónica se mantuvo y cobró una fuerza particular en la década del noventa. El XVI Congreso (enero de 1990) estuvo signado por los sucesos de Europa del Este y la incertidumbre respecto al futuro de la URSS –y por tanto el de Cuba–. Seis años después, en abril de 1996, se realiza el XVII Congreso que se veía obligado a analizar el período económico más difícil desde el triunfo de la Revolución.
Sirvan estos ejemplos para demostrar que los principales encuentros de la organización de los trabajadores cubanos no se realizaron o no se asumieron en un clima sin tensiones coyunturales. Ello legitimó la idea que situaba como principal tarea de la central de trabajadores el apoyo a la Revolución y la construcción del socialismo, difiriendo la defensa de las demandas individuales o colectivas de sus miembros.
Esto no significa que estuvieran ausentes en el período. Entre 1961 y 1996 los congresos plantearon y discutieron demandas relacionadas con el disfrute de las vacaciones; los problemas de vivienda y transporte; la necesidad de cumplir el principio de distribución de la riqueza en base al trabajo; el pago de las horas extra y el doble turno; la aprobación, implementación (y a veces derogación) de regulaciones como la Resolución 270 relacionada con el reconocimiento a los trabajadores a partir de los méritos individuales y colectivos; el descuento por ausencias provocadas por enfermedad (menos de tres días) que obedecía a la Ley 1100; el problema del salario histórico, la revisión de la escala salarial y su estabilización en la industria azucarera; la subutilización de fuerza de trabajo; la doble ocupación con pago; el fondo de tiempo y el salario de los maestros; la guardia médica; las facilidades de estudio a los trabajadores; las dificultades de la mujer para su plena incorporación laboral, relacionadas con el trabajo los sábados, la etapa de vacaciones y receso escolar, la doble sesión en las escuelas, los círculos infantiles; los precios de los productos de primera necesidad, entre otras.
Una parte de estas demandas fueron discutidas directamente con los representantes del movimiento sindical por los principales dirigentes del Estado y el gobierno cubanos, o sometidas a debate popular. Algunas fueron atendidas y solucionadas; otras, escuchadas pero no aplicables en nombre de un bien mayor: la realización de todo el pueblo y no de un sector del mismo.
Esto se acompañó del llamado a mantener la unidad de los trabajadores en torno a la revolución, reviviendo oportunamente el fantasma del X Congreso de la CTC. De igual forma, se insistió sistemáticamente en la dimensión clasista que había alcanzado la organización sindical, que logró superar los planteamientos “grupales”; en la condición de “clase empoderada” que el triunfo de la Revolución cubana había aportado a los sectores humildes; en la misión principal de la CTC que consistía en la defensa de las medidas revolucionarias y el socialismo; y en las grandes diferencias que existían respecto a los trabajadores de los países capitalistas, que continuaban siendo explotados.
En resumen, las carencias específicas quedaban a la saga de las necesidades coyunturales y de toda la obra realizada por el proyecto revolucionario.
Estas líneas generales han perdurado hasta ahora. En la última década se han producido varios espacios de discusión popular sobre asuntos de interés nacional. En algunos, la CTC ha concurrido en la misma tesitura que las otras organizaciones existentes en el país: debate del discurso pronunciado por Raúl Castro el 26 de julio de 2007 en Camagüey (septiembre a diciembre de 2007) y discusión del Proyecto de Lineamientos de la Política Económica y Social (diciembre de 2010 a febrero de 2011).
En otros, ha correspondido a las secciones sindicales de base, sindicatos nacionales y central de trabajadores convertirse en el espacio del análisis: consulta con los trabajadores de los anteproyectos de Ley de Seguridad Social (septiembre a octubre de 2008)[11] y de Ley Código de Trabajo (julio a octubre de 2013) y el debate en los colectivos laborales del Documento Base al XX Congreso de la CTC entre 2013 y 2014.
Otras medidas que forman parte del proceso de reformas conocido como “actualización del modelo económico cubano” no han sido discutidas con los trabajadores, como es el caso de la Ley de Inversión Extranjera aprobada por el parlamento en marzo de 2014. Presumiblemente, la Asamblea Nacional del Poder Popular consideró suficiente la consulta a los diputados, especialistas, organismos, entidades e instituciones docentes relacionadas con esta materia.
De estos ejemplos pueden generalizarse las experiencias siguientes:
– Las diferencias en la organización, profundidad y alcance de los procesos de discusión, en dependencia de la organización o entidad que convoca al debate.
Es conocido cómo todas las estructuras del país se movilizaron para los procesos de análisis del discurso de Raúl Castro en Camagüey y del proyecto de lineamientos.
– La debilidad de los mecanismos de retroalimentación de la CTC para atender los planteamientos en las etapas iniciales de los procesos de discusión y solucionarlos paulatinamente.
Por ejemplo, desde los inicios del análisis del anteproyecto de Ley Código de Trabajo emergió la inconformidad con que no se incluyera la discusión también del Reglamento. Lo que para algunos dirigentes podría considerarse un tecnicismo, constituía para muchos la necesidad de dominar las cuestiones relativas a la aplicación de la Ley.
– La pasividad de la CTC ante procesos que implican transformaciones para los trabajadores.
Es el caso de la mencionada Ley de Inversión Extranjera, ¿quién duda que asuntos como el régimen laboral en las condiciones de inversión foránea, los salarios y formas de estimulación, la aplicación de la ley tributaria, las formas de aprobación de los negocios y los renglones de interés, las normativas para la seguridad y salud del trabajo y la protección del medio ambiente sean competencia de los trabajadores? No me refiero al interés por invertir que pudieran tener algunos residentes en Cuba, porque –como he explicado anteriormente– no considero que sea competencia, ni tarea de la CTC velar por los intereses de los empresarios cubanos (Gómez, 2014 y Morales, 2014).
Un proceso con similares carencias se produce en 2010 ante la reducción de plazas en el sector estatal. La acción de mayor visibilidad fue el Pronunciamiento de la Central de Trabajadores de Cuba sobre el tema. En el documento se ratifica –como se ha ejemplificado con anterioridad– el objetivo supremo de “continuar la construcción del socialismo” y se mantiene la práctica de dimensionar la coyuntura, definida en esta ocasión por la necesidad de “avanzar en el desarrollo y la actualización del modelo económico” (Central de Trabajadores de Cuba, 2010).
¿Qué se está anunciando en septiembre de 2010? La reducción para el año siguiente de medio millón de trabajadores en el sector estatal y su incremento en el no estatal. Realmente, esta medida se corresponde con las transformaciones económicas necesarias para intentar un avance económico. Como principio, esto podría ser comprensible. Pero la responsabilidad de la CTC pasaba por exigir un espacio de consulta popular, y no asumir el papel de explicación que correspondía en primer lugar a las administraciones. Para comprender las incongruencias, basta decir que en el Pronunciamiento, la central de trabajadores suscribe la idea de potenciar el sector no estatal como alternativa de empleo; un espacio en que no cuenta con una influencia real[12].
– Las potencialidades, necesidad y efectividad de la CTC en la base.
No obstante, en un buen número de centros de trabajo las secciones sindicales jugaron un importante papel como contrapartida a la administración durante el proceso de reordenamiento laboral. En abril de 2014 el periódico Trabajadores redefinía la función principal del movimiento sindical: ser garante de la transparencia y justeza del proceso; y criticaba la falta de protagonismo de los sindicatos ante violaciones en que trabajadores fueron declarados disponibles por errores administrativos. Incluso, denuncia la falta de preocupación de los dirigentes de los sindicatos nacionales (Trabajadores, 2014).
– El insuficiente seguimiento e información en los casos en que se manifiesta desinterés, desacuerdo u oposición a una determinada medida durante el proceso de consulta.
Es el caso de los aproximadamente 232 561 trabajadores que no asistieron a la discusión o estuvieron en contra del anteproyecto de Ley de Seguridad Social en 2008. Un aspecto positivo fue la divulgación de estos datos, así como de los principales planteamientos realizados.
El principal problema de la CTC radica en la pérdida de la esencia de su constitución y su permanencia como organización después del triunfo de enero de 1959: su condición de espacio de participación de los trabajadores en la toma de decisiones gubernamentales.
No resulta casual que en las críticas realizadas en la Conferencia Nacional del Partido Comunista en enero de 2012 al trabajo de la CTC, se resalte el deficiente vínculo entre los dirigentes sindicales y los afiliados y las convocatorias a movilizaciones carentes de sentido práctico. De la misma forma, no se ha demostrado que las direcciones sindicales a los diferentes niveles “reclamen” las medidas para vencer las dificultades de los trabajadores. Sería oportuno emplear verbos de menor fuerza para identificar lo que hacen: “sugerir”, “solicitar” o “recomendar”.
Quizás por eso los últimos espacios de discusión estimulados con mayor fuerza por la CTC tienen dos condiciones básicas: 1. la sistematicidad, y 2. tienen como principal espacio las estructuras de base. Es el caso de la discusión del presupuesto con los trabajadores y de los convenios colectivos. Queda ver si en la práctica logran dinamizar la herencia existente. Entre otras razones, porque desde el XVIII Congreso de la CTC (2001)[13] se ratificó que los convenios constituían el instrumento esencial de trabajo sindical, que las direcciones administrativas y sindicales debían controlar el cumplimiento de los mismos y mantener informados a los trabajadores. En la práctica, en épocas recientes la brecha entre aspiración y realidad en este tema ha sido bastante amplia.
Formas de lucha sindical
Uno de los asuntos polémicos en cualquier contexto, que alcanza una especial dimensión en Cuba, es el de las formas de lucha sindical. El investigador Perry Anderson, por ejemplo, define tres formas fundamentales: el control por intrusión, la ocupación de fábricas y las huelgas (Anderson, 2010: 357–374). Su enfoque obedece al análisis del funcionamiento de los sindicatos al interior de la sociedad capitalista, en este sentido debe proponerse una actualización desde la experiencia cubana de los últimos 55 años.
Otros autores despliegan una mayor cantidad de métodos, en muchos casos, legitimando formas muy peculiares en determinados contextos. Así se mencionan el ludismo, el cartismo, el diálogo social, la negociación colectiva, la resistencia civil, la desobediencia civil, las sociedades de correspondencia, la ocupación de fábricas y las huelgas.
Esta diversidad provoca ciertos niveles de confusión. Por ejemplo, el diálogo social ha sido privilegiado en el lenguaje político de las llamadas democracias burguesas. Sin embargo, encierra una ambivalencia que le permite transitar de ser considerado método de lucha sindical a convertirse, en la práctica, en mecanismo de lucha contra los sindicatos.
El diálogo implica –en teoría– niveles de entendimiento entre los gobiernos, los empleadores y los trabajadores y está marcado por los siguientes problemas de origen: 1. Da por sentada la concurrencia del Estado, las empresas y los trabajadores en una condición de horizontalidad (totalmente falso); 2. Sitúa la antinomia entre sociedad civil-sociedad política-Estado; 3. Asume –incluso en su criterio estrecho de sociedad civil– una situación de igualdad (vinculante) entre los empresarios y los trabajadores, entre las asociaciones empresariales y los sindicatos y 4. Pretende legitimarse a través de organismos y normas que en rigor han organizado, “suavizado” y reproducido el sistema mundial desigual (Consejo Económico Social de Naciones Unidas-ECOSOC, Organización Internacional del Trabajo-OIT).
Por otro lado, el diálogo social intenta diluir en una dinámica general las luchas particulares de los trabajadores. Es una forma de reacción pacífica ante la politización y radicalización de la lucha sindical, es un freno al intento de los trabajadores por llegar a la revolución social y libertaria.
Una de las formas en que se presenta el diálogo social –la que tiene una mayor relación con la actividad sindical– es la “negociación colectiva”. Esta se refiere a la negociación entre los trabajadores (organizaciones sindicales) y los empresarios (representantes de las empresas) y persigue el objetivo de lograr acuerdos en cuanto a las condiciones laborales. Uno de los resultados más extendido en los últimos años es el denominado Convenio Colectivo de Trabajo.
Antes de entrar en la experiencia cubana, merece un comentario el método de ocupación de fábricas, por la fuerza que alcanzó hace pocos años en países del área geográfica suramericana. En naciones como Brasil y Argentina los trabajadores ocuparon entidades con miles de puestos, pero el movimiento se bifurcaba en dos líneas principales: la acción contra la empresa en particular por un lado y la ocupación como un primer paso de la lucha anticapitalista por el otro. Esta separación provocó que en no pocos casos los obreros tuvieran que: 1. Reconocer su “incapacidad” para administrar efectivamente las empresas; y 2. Entregar las mismas a sus anteriores dueños. En cierta forma, se repitieron errores del siglo XX –Turín 1919–1929, Francia 1936 y 1938, Argentina 1964– cuando en la mayoría de los casos la ocupación perdió su ímpetu por la falta de un claro horizonte político y derivó en un acto simbólico por la incapacidad de garantizar el funcionamiento de las fábricas (Anderson, 2010: 363–364).
El fenómeno de las ocupaciones podría no comprenderse como cuestionamiento al capitalismo, lo que impide ver este rico proceso de avance en la conciencia y en los métodos de la lucha obrera desde la perspectiva del crecimiento de los trabajadores para forjar una política independiente, anticapitalista, una estrategia revolucionaria. Es por ello que varios activistas y teóricos llamaban a impulsar el movimiento de fábricas ocupadas como vía para conquistar posiciones rumbo a una estrategia independiente de los obreros contra el sistema (Lisboa, 2004).
Acerquémonos al caso cubano. La cuestión de los métodos de lucha es uno de los asuntos más comunes en las críticas al actual movimiento sindical y a la CTC. Ello se debe a la sacralización de las huelgas como forma referencial. Este problema de fondo se encuentra tanto en los textos producidos por la oposición reaccionaria a la Revolución cubana como en la historiografía oficial. Como se ha visto antes, los intentos por sistematizar una Historia del movimiento obrero cubano se han convertido –generalmente– en la construcción de cronologías, sin que medie un análisis integral. Es como si el acercamiento al tema estuviera reñido con la discusión teórica.
Por otra parte, resulta sintomático que autores que descalifican el movimiento sindical cubano actual por sus vínculos con el Estado, que sitúan como ruta crítica la inexistencia de huelgas y declaran “la muerte” del sindicalismo como consustancial al triunfo de la Revolución cubana en 1959, glorifiquen la negociación colectiva, que como vimos hace un momento constituye un método marcado por la colaboración y que –especialmente en el ámbito capitalista– difumina el alcance político de la lucha obrera.
La CTC renuncia en 1961 a dos métodos tradicionales de lucha sindical: la ocupación de fábricas y las huelgas, “[…] pues del mismo modo que ayer toda paralización de la producción golpeaba al régimen semicolonial, al imperialismo y a la tiranía, hoy cualquier paralización de la producción, dañaría a la Revolución” (Roca y Peña, 1961: 86).
Uno de los errores –según los dirigentes comunistas Blas Roca y Lázaro Peña– que se produce en los primeros años después del triunfo de la Revolución es la tendencia a convertir el sindicato o la directiva del sindicato en el administrador directo o indirecto de la empresa nacionalizada. Lo que se convirtió en un método de lucha del sindicalismo: la ocupación de fábricas, es criticado porque “[…] la empresa nacionalizada es de la nación, es de todo el pueblo y no de una parte o sector determinado del pueblo” (Roca y Peña, 1961: 53). Ahora bien, ¿cómo ejerce el pueblo su soberanía sobre la empresa nacionalizada?: a través de la administración revolucionaria, nombrada y controlada directamente por el Gobierno revolucionario mediante sus organismos económicos nacionales (Roca y Peña, 1961: 53–54).
Desde la distancia, las preguntas de rigor serían otras: ¿qué experiencia obrera tienen los nuevos administradores? ¿Qué medios se utilizarían para evitar la formación de una burocracia administrativa? ¿Cómo se dan las relaciones entre la nueva administración y los trabajadores?
La otra razón para criticar la participación del sindicato en la administración radica en que carece de una visión global de la economía del país; en ese caso, la tarea que debe proponerse la central obrera es la educación y formación de los trabajadores en este sentido. Se plantea que el sindicato no puede ser “juez y parte”, en su función de representar a los trabajadores ante la administración no debe convertirse en administrador porque perdería esta esencia. Pero como se reconoce bien, algunos administradores han pensado que, después de nacionalizada una empresa, no hay que tener en cuenta los problemas de los trabajadores y han llegado a ver como algo malo y negativo cualquier reclamación o alegato (Roca y Peña, 1961: 54). Entonces, la absoluta e incuestionable legitimación de la CTC a la administración revolucionaria constituye un contrasentido en 1961.
Con el tiempo, el tema de la ocupación de fábricas fue relegado y la alusión a las huelgas como forma de lucha se convirtió en patrimonio de los opositores a la Revolución cubana, muchos de los cuales presentaban las conquistas del sindicalismo cubano previo a 1959 como resultado de los métodos de conciliación.
Desde el poder revolucionario Fidel Castro abordó el tema en la clausura del XIV Congreso de la CTC en diciembre de 1978. Su intervención en la reunión de los trabajadores confirmó la “salida” de las huelgas del imaginario obrero cubano y situaba estas como una de las expresiones de la crisis capitalista. Decía el entonces primer secretario del Partido Comunista de Cuba: “¿Huelgas? ¿Quién habla de huelgas en un proceso revolucionario, en un proceso socialista? Y en el capitalismo no se habla nada más que de huelgas y huelgas a todas horas, huelgas todos los días, y siempre está parado algo en el capitalismo” (Castro, 1978).
Entre los dirigentes de la CTC, las referencias al asunto se han producido en espacios informales, principalmente entrevistas. Llaman la atención las declaraciones ofrecidas por Pedro Ross Leal[14] al periodista Aurelio Pedroso, en las que el entonces secretario general reconoce la existencia de “conatos y huelgas” de los trabajadores en Cuba y advierte que “él mismo ha debido marchar en más de una ocasión a solucionar conflictos de pequeña envergadura entre trabajadores y administradores” (Pedroso, 2001). En 2015, a partir de la realización de la Cumbre de las Américas en Panamá, la miembro del Secretariado Nacional de la CTC Gisela Duarte Vázquez negaba la presencia del derecho a huelga en la Constitución de la República e implícitamente restaba importancia a este método porque “los trabajadores cubanos tenemos voz y decisión en muchos espacios donde se discute aquello que es de interés de los obreros” (Díaz, 2015). El centro de la breve argumentación realizada por Duarte Vázquez está en cuestiones jurídicas y legales.
La huelga como forma de lucha sindical ha sufrido –en el caso cubano– un tratamiento polarizado y utilitario. Por un lado, se ha considerado como un elemento desestabilizador e innecesario en el proyecto socialista y por tanto, solo tiene cabida como forma de resistencia de los trabajadores en la sociedad capitalista; por el otro, la oposición pro-imperialista la presenta consustancialmente como democrática y libertaria. En rigor, las huelgas sindicales también pueden ser reformistas y cuando traspasan el movimiento de los trabajadores pueden tener un carácter reaccionario y restauracionista en beneficio de determinados sectores. En ocasiones, las huelgas se utilizan como medida de presión para la negociación y por tanto, son apenas un vehículo al colaboracionismo.
En este particular la carencia de la CTC se debe a la escasez de una producción teórica que pueda entrar en discusión con los problemas prácticos que enfrentan los trabajadores cubanos y sirva de plataforma para transformar la organización. A continuación se proponen varias líneas de desarrollo sobre el tema de las formas de lucha sindical:
– La CTC debe declarar en sus principales documentos, divulgar y educar a su membresía en los métodos que asume para defender los intereses de los trabajadores, independientemente de la identidad que exista entre los mismos y el gobierno.
En los actuales estatutos de la CTC no se produce alusión alguna a los métodos de lucha sindical y en el Informe Central al XX Congreso parece evidente –aunque no se declara explícitamente– que se opta por la negociación colectiva, como se expresa en los acápites dedicados a la Asamblea de afiliados y representantes, La atención al trabajador y Las nuevas formas de gestión económica. Un mayor peso tiene el Convenio Colectivo de Trabajo, que es en última instancia un resultado, un medidor de la efectividad (o no) de esos métodos.
– El análisis de las formas de lucha sindical debe ajustarse a la actual coyuntura de Cuba, en medio de todo el proceso de reformas económicas –con implicaciones sociales– que se produce.
Sería oportuno discutir, por ejemplo, si en sectores como las empresas extranjeras y las pequeñas y medianas empresas de propietarios (nominales o no) nacionales tienen cabida formas como el paro, la huelga y hasta la ocupación por los trabajadores. No se trata de si el Estado favorece estas formas de gestión, la CTC podría ofrecer un punto de vista diferente y con ello: 1. Llegar a un amplio número de trabajadores que hasta el momento permanecen ajenos a su influencia real; 2. Contrarrestar la explotación del trabajo que se da en esos espacios, en el sentido que lo vieron los fundadores del marxismo.
No es una tarea fácil. Los trabajadores del sector privado en Cuba han emergido con un “pecado original”: la complacencia con su condición de explotados. Ante la depresión que tiene el empleo estatal en materia de salarios y la distancia entre estos y las necesidades de la población, no existe conciencia de cómo –en muchos casos– el propietario explota el trabajo ajeno para su enriquecimiento en su calidad de inversor (o “pantalla” del real propietario); y si existe esa conciencia, ocupa un lugar subordinado estratégicamente a las urgencias materiales.
En el caso de los inversores extranjeros, la “paz social” que defiende la CTC le otorga una oportunidad única a los empresarios capitalistas: preocuparse exclusivamente por los términos establecidos con el gobierno cubano y el cumplimiento de los pagos. La tranquilidad y seguridad que ha defendido la Revolución cubana como conquista, también podrán disfrutarla al interior de sus empresas si son capaces de “negociar” adecuadamente con los trabajadores.
En resumen, mientras la CTC asume –según parece– la negociación colectiva; los trabajadores acuñan –sin identificarlas– formas de lucha no tradicionales y que no aparecen tipificadas como tal: el sabotaje al empleador estatal a través del desvío de recursos, el incumplimiento del denominado “objeto social” o de la jornada de trabajo, la subcontratación o el desarrollo de actividades privadas de manera ilegal (clases particulares, autoempleo, teletrabajo), el acaparamiento y especulación con productos deficitarios, la evasión de impuestos, entre otras. Cuestionables antes éticamente por el sentido común y la moral predominantes en la sociedad, constituyen hoy formas de resistencia ante los problemas existentes.
Burocracia, dirigentes y liderazgo
Uno de los principales retos de los proyectos socialistas llegados al poder se encuentra en la lucha contra la burocratización. La estatalización de la economía, los procesos de institucionalización, la construcción de identidades simbólicas entre los individuos, sus organizaciones y las estructuras de poder deben prestar especial atención a este fenómeno.
La burocratización es un fenómeno de larga data y, en el campo del socialismo, se aprecia con mayor fuerza en las revoluciones que logran mantenerse en el poder. Al inicio, la ruptura del viejo orden –sea monárquico o republicano burgués– constituye un golpe a la burocracia tradicional. La acción combinada de la reacción interna y el imperialismo internacional imponen un ritmo de movilización permanente, un diálogo constante para la legitimación y defensa de los intereses de los sectores explotados, por primera vez escuchados, representados y jerarquizados. El ritmo fundacional destierra la burocracia y cuando esta asoma la cabeza, se convierte en un peligro para la revolución que debe ser conjurado[15]. Incluso, el nuevo proceso de institucionalización puede ser postergado o realizarse por aproximaciones sucesivas consustanciales al contexto[16].
Los períodos de relativa calma son el mejor terreno para la burocracia. El fuerte y necesario papel del Estado desvía la crítica a las manifestaciones de este fenómeno y no a su esencia. La “burocracia” se reconfigura semánticamente, y pasa a identificarse con los trámites, las trabas, los excesivos mecanismos; esto es, con la “armazón”. La raíz, el crecimiento numérico de un grupo dedicado profesionalmente a dirigir; que satisface sus necesidades materiales a partir de los beneficios que recibe por ello –muchas veces superiores a los alcanzados por los trabajadores estatales– y que estructura sus relaciones personales alrededor del propio grupo, deja de ser considerado.
El fenómeno del burocratismo –en el sentido que consideramos su esencia– y su ferviente escudero, la corrupción, se han extendido peligrosamente en Cuba en los últimos años. El tema ha llegado a colocarse en los discursos de los principales dirigentes del país, en reuniones de las organizaciones políticas y de masas y la lucha contra la corrupción, el delito y las ilegalidades se ha convertido en una línea de trabajo del Partido Comunista desde los núcleos hasta el Buró Político.
El combate al burocratismo no se hace a través de consignas, parte de identificar algunos elementos de la práctica política que la alimentan y actuar sobre ellos. Pueden mencionarse: 1. El incremento de las estructuras estatales, administrativas, empresariales y organizativas; 2. El consustancial crecimiento de personas que se desempeñan profesionalmente en estas estructuras, incluyendo aquellas responsabilidades light como “asesores” y “consultores” profesionalizados; 3. La permanencia excesiva en una determinada responsabilidad; 4. El completamiento de responsabilidades con personas provenientes de estructuras en que actuaban también como “dirigentes profesionales”; 5. La diferenciación en el rigor y los indicadores a considerar al realizar auditorías a los diferentes niveles de dirección; 6. El distanciamiento de los organismos, organizaciones y dirigentes de la población, entre otros.
A partir del discurso de Fidel Castro en la Universidad de La Habana el 17 de noviembre de 2005 y sobre todo con el impulso del presidente Raúl Castro se han atendido varios aspectos de los señalados. Uno de ellos tiene que ver con la racionalización de varias entidades de gobierno, proceso que provocó la desaparición de los ministerios del Azúcar (MINAZ) y de la Industria Básica (MINBAS), la reorganización de las responsabilidades del Instituto Nacional de la Vivienda, la integración de instituciones de Educación Superior, el reordenamiento de las entidades subordinadas al Ministerio de Ciencia Tecnología y Medio Ambiente (CITMA), entre otros. Sin embargo, los organismos suprimidos han sido sustituidos por otros y el impacto en términos de reducción de personal en actividades de dirección profesional o técnicos no es significativo.
Los elementos identificados anteriormente como reproductores del burocratismo, se manifiestan de diferente forma en los actores. En el caso de la Central de Trabajadores de Cuba no se ha producido una transformación sustancial de sus estructuras, tampoco una disminución significativa de sus dirigentes, funcionarios y técnicos profesionales.
El completamiento de responsabilidades con personas provenientes de estructuras en que actuaban también como “dirigentes profesionales”, lo que pudiéramos denominar “reciclaje burocrático”, ha sido una norma en la máxima dirección nacional de la CTC en los últimos años. Los dos últimos secretarios generales, aunque vinculados antes a tareas sindicales, provenían de las estructuras de dirección del Partido Comunista[17].
Finalmente, las críticas al distanciamiento de la organización y sus miembros se legitimaron por el propio Partido Comunista en el poder durante la Conferencia Nacional celebrada en enero de 2012. Durante el evento se revisaron los conceptos, los métodos y el estilo de trabajo del partido en sus relaciones con las organizaciones de masas. Expresamente se criticó la labor de estas en los últimos años, señalando como problemáticas las siguientes: distorsión en el trabajo y una deficiente actuación desde las direcciones nacionales hacia las estructuras de base, limitación en el vínculo entre los cuadros de dirección y la membresía, exceso de convocatorias formales, entre otras.
¿Por dónde podrían venir las soluciones? El enfrentamiento (o el falso enfrentamiento) al burocratismo en los proyectos de izquierda ha estado marcado por las siguientes prácticas: 1. la personalización o “grupalización” del problema, responsabilizando –y castigando ejemplarmente– a individuos o grupos de las instancias de poder como fórmula para extirpar “desviaciones burocráticas”; y 2. la externalización estructural, mecanismo asumido principalmente por las “oposiciones de izquierda” que centran el ataque en las organizaciones existentes, cuestionando aspectos formales y legales como la existencia de un único partido, una central de trabajadores única o clamando por elecciones presidenciales directas.
Exceptuando la experiencia de los primeros años de la Revolución cubana y la lucha que se produjo al interior de la CTC contra el mujalismo, corriente oficialista que hasta 1958 asumió la cualidad de responder a los intereses de una dictadura antipopular que aplicó la violencia física, pudiéramos encontrar referentes en los años que siguieron al triunfo de la Revolución de Octubre en Rusia.
La lucha contra el burocratismo se convirtió en un tema recurrente en los últimos momentos de la vida de Lenin. Los aportes del líder bolchevique en esta dirección se concentraron en transformar el Estado y el Partido, pero sus sugerencias también tienen validez teórica para el movimiento sindical.
En la famosa carta dirigida al XIII Congreso del Partido Comunista de la Unión Soviética[18], Lenin propuso aumentar el número de miembros del Comité Central. Pero lo más importante –dialogando con su anterior texto El Estado y la Revolución– se encuentra en la cualidad de los nuevos incorporados: “[…] deben ser, de preferencia, personas que se encuentren por debajo de la capa de los que en los cinco años han pasado a ser funcionarios soviéticos, y deben hallarse más cerca de los simples obreros y campesinos…” (Lenin, 2016: 291). Esto, recomendado para la vida del partido bolchevique, pudiera ser incorporado como norma para los secretariados nacionales de la CTC y los sindicatos nacionales como una de las formas de frenar el reciclaje burocrático que mencionamos anteriormente.
En cualquier caso, medidas como esta deben complementarse con una participación sistemática que implique la auditoría de las estructuras de dirección. Los bolcheviques rusos intentaron controlar el Estado y el Partido con la Inspección Obrera y Campesina, que en breve tiempo tuvo que ser criticada y reestructurada. No puede negarse que en el aspecto simbólico, la aspiración respondía a un horizonte de regulación de la burocracia. Sería irónico, pero necesario, pensar en la Cuba actual en una Inspección Sindical a la propia organización de los trabajadores. En el sentido práctico, a la “orientada” y formal discusión del presupuesto en las asambleas de afiliados, podría sumarse el debate del presupuesto y los gastos de las estructuras de la CTC y los sindicatos nacionales.
En rigor, resulta difícil proponer alternativas “particulares” para la lucha contra la burocracia en el movimiento sindical. Se trata de un fenómeno bastante extendido en Cuba y sus posibles soluciones pasan por enfoques de mayor complejidad e integralidad.
A manera de epílogo: aventurando caminos
Adelantar derroteros es siempre peligroso. Con palabras de Juan Marinello me justifico: “Lo que sigue no es más que un inventario apresurado de cuestiones polémicas, un derrotero provisional por los más diversos parajes. Su falibilidad está asegurada” (Hernández y Rojas, 2002: 116).
Estos “caminos falibles” se presentan en tres momentos: primero, planteando lo que pudiera erigirse en plataforma, principios o líneas para la acción común de la organización de trabajadores con otros actores; en segundo lugar, lo que considero un autoreconocimiento identitario de la actual CTC que vendría a ser expresión de cambio y “motor” de este; y finalmente, algunas sugerencias de carácter más práctico.
Plataforma para la acción común
Existen diversas problemáticas que podrían constituirse en motivos de alianza de la CTC con otras organizaciones y sectores. La exposición sobre este asunto pasa por los debates en torno a los agrupamientos, plataformas y demandas particulares y su articulación con el enfrentamiento a los problemas sistémicos y de alcance transversal.
El fenómeno parecía más claro antes, cuando la articulación entre teoría revolucionaria y práctica política no estaba contaminada por la hipocresía; cuando Marx, Engels, Lenin y el Che Guevara reivindicaban con transparencia la lucha de clases; Gramsci pulseaba con la derechización de “la izquierda” desmitificando la terminología del “progreso”; Stalin no había desnaturalizado la potencialidad democrática del socialismo y el caudal simbólico burgués no se entronizaba en el lenguaje del poder. Con el tiempo, la “soledad” en la lucha comenzó a concebirse como potencialidad; la reafirmación identitaria era el camino a las demandas puntuales, locales, sectoriales. Las ideas democráticas y revolucionarias defendían el tránsito “del caminar individual al colectivo”, pero ¿qué se entiende (entendemos) por colectividad?
Volvamos a esta necesaria Plataforma para la acción común en el caso cubano. ¿Sobre qué bases podría construirse? Hay varios autores –en ocasiones convenientemente preteridos– que proponen un diálogo más claro sobre la articulación de las demandas particulares y colectivas.
Una desarrolló su producción teórica en medio del huracán revolucionario que fue la Revolución de Octubre, y al menos en los primeros años de la epopeya estuvo envuelta en varias de las más agudas y encarnizadas polémicas que libraron los bolcheviques. Precisamente el tema de los sindicatos marcó uno de esos debates, que alcanzó su máxima expresión en el X congreso del Partido Comunista (bolchevique) de Rusia celebrado en marzo de 1921.
Alexandra Kollontai[19] fue protagonista de las discusiones que se produjeron entre finales de 1920 y 1921; una batalla política y teórica que la llevó a disentir del propio Lenin. Los debates reflejaron la diversidad de posiciones dentro de las filas revolucionarias, fueron haciéndose más enconados y se ampliaron a las cuestiones relacionadas con la lucha contra la burocracia, el desarrollo de la democracia, la iniciativa de los obreros y la depuración del partido.
Sus contribuciones para el tema particular que abordamos son las siguientes:
1. La construcción del consenso pasa por una actividad de propaganda que presente las demandas generales, particulares y los puntos de articulación de manera clara y accesible.
2. La elaboración de las plataformas debe considerar el equilibrio entre sustento teórico y acción pedagógica. Ni la abstracción teórica, ni la vulgarización.
3. Es natural que las agendas reflejen temas polémicos y críticos del Estado y el Partido. Pensar que pueden limitarse a la vida de las organizaciones constituye un rezago antimarxista y ortodoxo.
4. Alexandra Kollontai analizó críticamente el extendido feminismo burgués y señaló sus limitaciones, tomando como base el lugar que fue ocupando la mujer en el proceso de producción durante el desarrollo de la sociedad. Por tanto, un análisis del “sindicalismo” que rompa con el esquema burgués debe considerar el lugar del trabajador en las sociedades. Ello incluye el lugar que ocupa en los denominados “socialismos”. En la Cuba actual es necesaria una visión del desarrollo histórico de la sociedad desde la perspectiva de los trabajadores, especialmente para abordar el período iniciado en la década de 1990.
5. Alexandra Kollontai defendió que el desarrollo de los derechos de la mujer se articulaba con el establecimiento de un socialismo verdadero. Esto es aplicable a los derechos de los trabajadores y sitúa como primera misión de la CTC la lucha por un verdadero socialismo. Ello lógicamente implicaría una posición crítica ante las desviaciones y errores cometidos por el Estado.
Otro referente de interés se localiza en el prólogo hecho por el profesor e investigador Agustín Lao-Montes a la edición de Los condenados de la tierra publicada por Casa de las Américas en 2011. Al definir sus líneas principales insiste en la persistencia de diferentes formas de opresión posteriores a la descolonización política formal, que abarcan los terrenos socioclasista, étnico-racial, cultural, epistémico, psicológico, de género, de la sexualidad, entre otros. Lao-Montes plantea “[…] se argumenta que dicha condición “poscolonial” converge con la posmodernidad en vista de la debacle de los macroproyectos de emancipación, el desencanto con las certezas y utopías modernas y la emergencia de una pluralidad de luchas locales con demandas diversas no necesariamente conexas que tienden a articular reclamos identitarios y culturales” (Lao-Montes, 2011: VII-VIII). En esta última idea puede identificarse un elemento de referencia para estructurar una plataforma para la acción común:
1. La CTC debe refundar su programa, reivindicando el proyecto emancipador planteado por la Revolución cubana y “conectando” las demandas diversas.
Otro aporte de interés se perfila en la valoración que se ha hecho de la importancia relativa del Prefacio de Sartre a la edición de 1961, que el investigador considera sintomática de la tendencia a interpretar la creación de autores no occidentales como derivados de la tradición occidental de pensamiento e investigación (Lao-Montes, 2011: XIII). En este sentido podría plantearse:
2. En la práctica actual de la organización de los trabajadores cubanos no se percibe un sustento teórico. De existir, es un fundamento anquilosado que legitima su condición derivada de la tradición del marxismo ortodoxo de la URSS posleninista que hicieron suya muchos de los partidos comunistas de América.
En su esfuerzo por situar en diálogo el libro de Fanon con la actualidad, el prologuista da otra clave necesaria para cualquier propuesta en la Cuba contemporánea.
3. Es de vital importancia borrar el triunfalismo que defiende la “peculiaridad” del hombre o la mujer cubanos, un mecanismo para legitimar el período 1959–1990 como de realización moral del socialismo.
En este entendido se daría por cumplida la aspiración de formar un hombre nuevo, y de paso, se limitaría el alcance, la integralidad y complejidad de los planteamientos fanonianos (y guevarianos) sobre el particular. Creo que es necesario considerar los efectos que en nuestro país ha tenido la globalización, el cruce de fronteras de todo tipo, la existencia de un sujeto plural y descentrado constituido contextualmente por el juego de diferencias y la presencia de grupos sociales que enuncian luchas diversas por su contenido y los espacios en que se libran (Lao-Montes, 2011: XVI-XVII).
Finalmente, el análisis que hace el prologuista del lugar que ocupa el concepto de pueblo en Fanon le permite identificar lo que llamaríamos hoy un discurso y una propuesta de democracia radical. En este sentido se definen claves que debe incorporar la Central de Trabajadores de Cuba si quiere “sentarse” con otros actores a coordinar una agenda común.
4. Aunque resulte paradójico que deba hacerse la recomendación, la dirigencia de la CTC debe asumir su condición de “sirviente de los trabajadores”, promover una relación recíproca entre dirigentes y afiliados que garantice una concepción participativa y sustantiva de representación y mediación democrática (Lao-Montes, 2011: XXXVI-XXXVII).
Un nuevo corporativismo
El camino a la elaboración de una plataforma para la acción común, en la que la Central de Trabajadores de Cuba juegue un papel protagónico, pasa por el reconocimiento de sus falencias y de su posicionamiento en el contexto nacional, latinoamericano y mundial.
Muchos de los análisis contemporáneos sobre el movimiento sindical en América Latina no abordan el caso cubano. En Los sindicatos frente a los procesos de transición política (De la Garza, 2001) se sostiene que las transiciones del autoritarismo al pluripartidismo que se produjeron en el área en los ochenta del pasado siglo, se acompañaron de un debilitamiento de los sindicatos. En este texto se plantea que durante el siglo XX se conformaron dos tipos principales de sindicatos en la región: el clasista y el corporativista. Este último, definido como “[…] aquel subordinado más al estado que a las empresas” (De la Garza, 2001: 10).
La presencia del sindicalismo corporativo no se asume como la ausencia de movimiento sindical; sino como una forma de existencia de este. Una forma que para los libertarios podría asumirse como torcida y ajena a las esencias de una lucha sindical revolucionaria y socialista. Es ese el tipo de sindicalismo que se ha entronizado en Cuba en los últimos años, con marcadas diferencias a como se manifiesta en otros países del área. Reconocer esto, echa por tierra las teorías que hablan de “la muerte del sindicalismo cubano” en la década del sesenta; curiosamente sostenidas por teóricos que muchas veces reivindican el corporativismo aliado con la dictadura de Fulgencio Batista.[20]
En la dinámica estatista que se entronizó en Cuba entre 1968 y la década del setenta del pasado siglo, fue cuestión de tiempo que el corporativismo tuviera un lugar preponderante. Ciertamente, casi el único interlocutor era el Estado; un Estado que identificaba –erróneamente– estatalizar con socializar.
El corporativismo adoptó cuatro formas principales en el siglo XX. Una de ellas, que presumiblemente se correspondería con el caso cubano, fue la aplicada en el “estado socialista realmente existente”. Si bien la experiencia cubana se diferencia significativamente de los procesos de interpretación e implementación de las ideas socialistas que se producen en la URSS y varios países de Europa del Este, hay casos en que la penetración de lecturas ortodoxas del marxismo se percibe con mayor fuerza y permanencia. Es el caso del movimiento sindical. Las razones podrían estar en la fuerte lucha clasista que se generó al interior de estas organizaciones después de 1959 y el papel que jugaron en las mismas los cuadros provenientes del viejo Partido Comunista.
En este tipo específico de corporativismo, la mirada al comportamiento sindicalista estaría mediada por la participación en la gobernabilidad, de manera institucional o informal. Esto significa que las organizaciones obreras son corresponsables de la marcha del Estado y de la economía. Las implicaciones prácticas de esta función de gobernabilidad corporativa son: participación como diseñador o bien aval de las políticas laborales y sociales de los estados interventores en la economía y garantes de la paz laboral, o el evitar que el conflicto interclasista transpusiera límites a la gobernabilidad (De la Garza, 2001: 11).
En el caso cubano, la expresión de conflictos interclasistas al interior del movimiento obrero ocurre esencialmente a través de las contradicciones con la burocracia estatal; por lo que la función más destacada que ha desempeñado el sindicato ha sido la garantía de la paz laboral. En los últimos años, a partir de las transformaciones generadas en la economía, estos conflictos podrían manifestarse con mayor agudeza al interior de la única central de trabajadores existente, por las diferencias entre los trabajadores estatales y los vinculados a formas no estatales.
El movimiento de trabajadores cubano no ha actuado como un activo diseñador de políticas, generalmente las avala a través de las direcciones sindicales y actúa para garantizar su cumplimiento por los trabajadores. Desde el punto de vista formal, estamos en presencia de un sindicalismo corporativista.
Esta realidad es fruto del desarrollo histórico y no constituye una experiencia exclusiva de Cuba: “[…] el corporativismo nació de la lucha de clases, o de su potencialidad, y de la crisis económica. En unas ocasiones como gran acuerdo interclasista, en otras por la derrota de la clase obrera y la substitución de sus organizaciones por otras adictas al estado, en algunos más como derrota del capital y la subordinación de los sindicatos a la construcción del socialismo” (De la Garza, 2001: 11).
Este último es el caso cubano, y constituyó en su momento una derivación lógica que en los últimos veinte años ha perdido su vigencia. En Cuba, especialmente a partir del año 1968 cuando se produce la denominada “ofensiva revolucionaria”, se confundió la socialización de la propiedad con la estatalización de la misma. Hubo incluso posturas que plantearon la necesidad de disolver los sindicatos, porque no hacían falta en el socialismo.
Por razones muy diferentes, Cuba sufrió un proceso similar al experimentado por los sindicatos en América Latina en la década del noventa del pasado siglo[21]. Con el derrumbe del llamado “socialismo real” tuvieron que ser desmanteladas fábricas y/o industrias cuya vida dependía de las relaciones comerciales con los países de Europa del Este y especialmente la URSS. Peor suerte corrió la industria azucarera, tradicional referencia del movimiento sindical cubano, a partir de la crisis que derivó en la destrucción de buena parte del patrimonio azucarero y el reordenamiento de miles de obreros de este sector. Sobre el empleo en el sector informal, es conocido que la política de estímulo del “trabajo por cuenta propia” desplaza hacia allí a una buena parte de los ocupados, y las problemáticas relacionadas con la sindicalización son las mismas.
El discurso y la práctica de refundación
A estas alturas, la CTC se enfrenta a la siguiente disyuntiva: ¿disolución, reestructuración o refundación? Detrás de ella, se ponen sobre la mesa dos cuestiones:
a) Existe la posibilidad real de que las distorsiones y problemas que se expresan en la organización más grande e importante de los trabajadores cubanos, no puedan “resolverse” en el marco de la propia organización: sus maneras de funcionar; la cualidad de las relaciones que mantiene con el Estado, el Partido Comunista, sus afiliados y el resto del entramado social y político del país; las características de sus dirigentes; su estructura; sus estatutos y reglamentos… Ello implicaría la siguiente dinámica: reconocimiento público de haber cumplido su misión histórica–proceso de disolución–elevada actividad de propaganda y movilización con el objetivo de demostrar la importancia y necesidad de una nueva entidad aglutinadora de los trabajadores–construcción de la nueva organización desde la base (puede llamarse igual, ese no es el problema).
b) Impulsar el cambio desde la propia CTC, aunque en rigor, sería necesario un proceso en mucha sintonía con lo planteado anteriormente.
Descartando la siempre latente posibilidad de que continúe reproduciéndose el inmovilismo, es el segundo escenario el menos conflictivo –y por tanto probable– en la actual coyuntura. Por ello lanzamos nuevas propuestas de carácter más práctico en esa dirección, que vienen a sumarse a las presentadas en los análisis puntuales realizados antes.
La CTC podría promover un discurso de refundación. Este pasa por un reconocimiento de que el corporativismo –que puede haber sido funcional en las décadas del setenta y el ochenta– ha perdido su sentido en las nuevas condiciones del país; de la necesidad de refundar la organización de los trabajadores; de que la condición de central única no entra en contradicción con esta refundación y de las transformaciones que se han producido en Cuba en los últimos años, particularmente en la estructura socioclasista.
La organización de los trabajadores debe reconocer a los empleados en el sector privado como un sector de peso en el que ha logrado insertarse insuficientemente. En esta dirección las principales acciones podrían pasar por:
1. Identificar los actores del sector privado que constituyen su potencial asociativo (autoempleados y trabajadores contratados).
2. Dedicar a toda la burocracia sindical (en el entendido de dirigentes y funcionarios profesionales) a un levantamiento en los negocios privados: cantidad de entidades y trabajadores, principales demandas, formas de contrato con los propietarios, intereses de asociación a la CTC.
3. Realizar asambleas territoriales (o en las entidades de mayor tamaño) para construir una agenda en la que se incluyan demandas comunes, formas de organización, métodos de trabajo, relaciones con la CTC.
4. Constitución del sindicato nacional que agrupe a los trabajadores de este sector.
5. Conciliación y propuestas de regulación (generación legal) de las relaciones entre los propietarios privados y los empleados.
De igual forma, podría jugar un papel en promover la aparición de una asociación de cooperativistas, y de forma simultánea retirarse como organización sindical de estos espacios. En los casos en que las cooperativas contrataran fuerza de trabajo, implicaría un grupo de acciones como las numeradas anteriormente.
Otro espacio de actividad sería la conciliación de una plataforma común con otros actores. Los pasos principales serían:
1. Identificar otros actores –además de las tradicionales organizaciones de masas (FMC, por ejemplo)– que sostienen demandas particulares en cuestiones de equidad de género y racial, derecho a la diversidad en la orientación sexual, atención a la niñez, la juventud y el adulto mayor, entre otras.
2. Organizar encuentros con estos actores para consensuar agendas de demandas y trabajo común.
3. Promover acciones de comunicación en que se sitúen estos encuentros y los acuerdos logrados.
4. Conciliación y propuestas de regulación (generación legal) que comprendan las demandas de estos actores y con las que la CTC asuma un compromiso.
Lógicamente, estos procesos implicarían transformaciones en los documentos de la organización de los trabajadores cubanos y en sus métodos. En primer orden, el lugar central entre sus objetivos debe ocuparlo la reivindicación de las demandas y derechos de los trabajadores. Los sindicatos nacionales deben ser reconocidos con mayor independencia de acción y autoridad ante los Órganos de la Administración Central del Estado y las autoridades territoriales, más allá de lo que pudiera considerarse sus “organismos de relación”. La CTC debe ser más activa ante procesos que implican transformaciones para los trabajadores. También es necesario diversificar las propuestas comunicativas y el periódico Trabajadores debe enfocarse en asuntos estructurales de la transformación de la organización.
Una de las cuestiones fundamentales pasa por situar como principal espacio de actividad las secciones sindicales de base. En este sentido, disminuir la cantidad de funcionarios profesionales y legitimar el papel de los dirigentes que se encuentran directamente en contacto con los trabajadores es vital. Una de las formas podría ser condicionar el desempeño de una función de dirección nacional o provincial, a proceder directamente de una entidad de base. Otra, implementar las auditorías sistemáticas a las direcciones de la central e incorporar las comisiones de trabajadores en las auditorías de la Controlaría General de la República desde la etapa de definición de qué es lo auditable. Es decir, no se trata solo de “incorporarse” en el lugar auditado, sino definir dónde debe auditarse.
A grandes rasgos, son estos algunos caminos que podría tomar la Central de Trabajadores de Cuba. Otros, se han incluido en el propio desarrollo de este ensayo. Considero que la refundación de la CTC es una línea de inestimable importancia para la perdurabilidad de un socialismo cubano que continúe situando como centro el bienestar, la realización y la dignidad de su pueblo y los trabajadores.
Notas:
[1] En una versión más extensa de este ensayo se profundiza en otros asuntos como: qué se escribe sobre el movimiento sindical cubano, el lugar de la CTC en la sociedad civil y qué caracteriza el proceso de “actualización del modelo económico cubano” en sus relaciones con la estructura socioclasista.
[2] Pueden mencionarse la Federación Sindical Mundial (FSM), la Confederación Sindical Internacional (CSI), la Coordinadora de Centrales Sindicales del Cono Sur (CCSCS), la Coordinadora de Centrales Sindicales Andinas, entre otras.
[3] La figura del Trabajador por Cuenta Propia se utiliza para definir y regular a tres actores económicos de diferente naturaleza jurídica: 1. el trabajador por cuenta propia en sentido estricto, conformado por personas con oficio que hacen una labor de índole privado, sin la complejidad de una organización del trabajo y la necesidad de capital; 2. el trabajador de empresas privadas (contratado por empresarios-cuentapropistas) y 3. el empresario individual, propietario y gestor de las pequeñas y medianas empresas (Rivero y Fernández de Cossío, 2015).
[4] En este caso nos referimos a los Trabajadores por Cuenta Propia tipificados por Rivero y Fernández de Cossío como “trabajador de empresas privadas (contratado por empresarios-cuentapropistas)”. (Ver nota anterior).
[5] En este caso nos referimos a los Trabajadores por Cuenta Propia tipificados por Rivero y Fernández de Cossío como “empresario individual, propietario y gestor de las pequeñas y medianas empresas”. Ver Nota 2.
[6] Esta insistencia “pública” se ha concentrado en el sector urbano. En el trabajo Factores Claves en la Estrategia Económica actual de Cuba, el investigador y ex-ministro de economía José Luis Rodríguez menciona la disminución del 20% en la cifra de cooperativas agropecuarias y lo asume como proceso no concluido.
[7] Huelga de los tabaqueros de La Habana en 1865.
[8] Fundado en 1865 por Saturnino Martínez.
[9] En el manifiesto apenas se dice “[…] la introducción de estas ideas en la masa trabajadora de Cuba no viene […] a ser un obstáculo para el triunfo de las aspiraciones de emancipación de este pueblo […] aunque la libertad a que ese pueblo aspire sea esa libertad relativa que consiste en emanciparse de la tutela de otro pueblo” (Colectivo de autores, 1975: 83).
[10] Este es un tema particularmente complejo que ha generado diferentes lecturas y en muchas ocasiones, silencios u omisiones. Recomiendo consultar, entre otros, La imaginación contra la norma. Ocho enfoques sobre la República de 1902 de Julio César Guanche; El camino hacia la constituyente de Julio Fernández Bulté, donde aparece una mirada al papel de la CTC y su líder Lázaro Peña y al de Unión Revolucionaria Comunista en el contexto de la Constituyente del 40 y Retrospección crítica de la Asamblea Constituyente de 1940 coordinado por Ana Suárez Díaz.
[11] En este proceso, según la información proporcionada por el entonces Secretario General de la CTC Salvador Valdés Mesa, el 6,2% de los afiliados no asistieron y el 0,9% de los participantes votaron en contra. En 90 colectivos laborales todos o la mayoría simple de los participantes no lo aprobaron (Lee, 2008).
[12] Las investigadoras Rosa María Voghon y Ángela Peña analizan el reordenamiento del sector laboral (Espina y Echevarría, 2015). Para ello se acercan a los anclajes legales del proceso de disponibilidad (Reglamento para trabajadores disponibles, Código de Trabajo) y a los aspectos subjetivos que se manifiestan en sujetos concretos a partir de su experiencia (resultado de un estudio de caso con personas disponibles).
[13] Se refieren los años más recientes en que se ha recuperado el tema. Para ampliar históricamente pueden mencionarse el Decreto №798 del año 1938, los denominados Compromisos Colectivos de Trabajo como aparece en las Tesis del XIII Congreso de la CTC de 1973, el Decreto-Ley №74 de 1983, el Decreto Ley №229 del 2002, entre otros.
[14] Secretario General de la CTC entre 1989 y 2006. Fue miembro del Buró Político del Partido Comunista.
[15] En el caso de la Revolución cubana, el sectarismo y la microfracción de los años sesenta reflejaban un componente burocrático identificado con la persistencia o preponderancia de un grupo en el poder.
[16] La Constitución que institucionalizó el triunfo revolucionario de enero de 1959 en Cuba y sistematizó las transformaciones, medidas y leyes tomadas se aprobó en febrero de 1976.
[17] Salvador Valdés Mesa se había desempeñado como secretario general del Sindicato Nacional de Trabajadores Agropecuarios y segundo secretario de la CTC; sin embargo, al asumir la dirección de la organización de los trabajadores cubanos llevaba más de una década en tareas gubernamentales o partidistas: 1995–1999 ministro de Trabajo y Seguridad Social y 1999–2006 primer secretario del PCC en Camagüey. Por su parte, Ulises Guilarte asumió tareas de dirección sindical por más de quince años, pero en el momento de su elección como secretario general de la CTC se desempeñaba como primer secretario del PCC en la provincia Artemisa.
[18] Dictada por un Lenin enfermo entre el 22 de diciembre de 1922 y el 4 de enero de 1923. Se leyó a los delegados al Congreso en mayo de 1924, pero no fue publicada en su momento y entró en la dinámica de supresiones y tergiversaciones estalinistas. Inicialmente el texto tuvo mayor difusión en el denominado mundo occidental, con acciones como las del periodista norteamericano Max Eastman que escribió y publicó en 1925 el libro Since Lenin died y que en 1926 entregó al New York Times una copia del “testamento” de Lenin. Su publicación en la URSS se produce en 1956 después del XX Congreso.
[19] Para mayor información bio-bibliográfica pueden consultarse de la propia marxista rusa Alexandra Kollontai. Selected Writings . W·W·NORTON & COMPANY, New York, 1977; Catorce conferencias en la Universidad Sverdlov de Leningrado. Editorial Cienflores, Buenos Aires, 2014; Alexandra Kollontai. Selected Articles and Speeches. International Publishers, New York.
[20] Me refiero a autores como Dimas Castellanos y sus trabajos Un congreso obrero sin sindicatos y Desarrollo, nacimiento y muerte del sindicalismo cubano. Sobre el tema se profundiza en una versión más extensa de este ensayo.
[21] Entre los factores que incidieron en esta crisis se encuentran las políticas de ajuste y de cambio estructural que se manifestaron en la venta de empresas paraestatales, la apertura de los mercados y la desregulación, las medidas de combate a la inflación y el énfasis en la reducción del déficit público; las políticas en el nivel de las empresas de punta de reestructuración productiva y de flexibilidad laboral, que empujaron hacia cambios contractuales y de las leyes laborales; y los cambios en la estructura del mercado del trabajo con una reducción del porcentaje del empleo en la industria (1990–1999), el crecimiento de los ocupados en el sector informal y las oscilaciones en el empleo de la mujer.
Bibliografía referenciada
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