Por Eva M. Guerra: “…la teoría posmarxista pareciera limitar el feminismo al cuerpo de las mujeres y a un antagonismo con los hombres”
“la historia de las mujeres se entrecruza con la del desarrollo capitalista no puede comprenderse si sólo nos preocupamos por los terrenos clásicos de la lucha de clases — servicios laborales, índices salariales, rentas y diezmos — e ignoramos las nuevas visiones de la vida social y la transformación de las relaciones de género que produjeron estos conflictos.” Federici, 2004
El intento por rastrear el tratamiento de la categoría género en la producción teórica posmarxista y la forma en la que esta se relaciona con su propuesta de teoría política para la construcción de una nueva izquierda plural y democrática capaz de desarrollar un proyecto político popular, se encuentra con que existen escasas referencias, y muchas omisiones, de un análisis profundo.
El movimiento feminista aparece a modo de ejemplo de luchas contemporáneas esencialistas sin profundizar en su especificidad y potencia, como si se tratara de una lucha más, y, a su vez, el patriarcado es muy pocas veces nombrado en relación al marxismo.
“un feminismo[1] marxista para el cual el enemigo fundamental es el capitalismo considerado como indisolublemente unido al patriarcado.” (Laclau y Mouffe, 1987)
En estos términos, el posmarxismo reproduce la lógica de “hombre” igual a “patriarcado”, lógica simplista, sexista y binaria, cuando menos. La forma en la que aborda a las mujeres, a pesar de intentar lo contrario(sin lograrlo), es expresión de ello. Ausente de una definición clara sobre el feminismo, la teoría posmarxista pareciera limitarlo al cuerpo de las mujeres y a un antagonismo con los hombres.
“(…) Puede, pues, criticarse la idea de un antagonismo originario entre hombres y mujeres, constitutivo de la división sexual, sin por esto negar la existencia de un elemento común presente en las diversas formas de construcción de la «feminidad», que tiene poderosos efectos sobredeterminantes en términos de la división sexual.” (Laclau y Mouffe, 1987)
Esta idea es uno de los resultantes de las nociones de subordinación, opresión y dominación que atraviesan sus tesis, todas ellas con el común denominador de describir relaciones entre agentes sociales. Entendidos estos como una entidad constituida por múltiples “posiciones de sujeto”, que se construyen desde una diversidad de discursos en movimiento constante de sobredeterminación y desplazamiento. Ello implica que las identidades de ese sujeto múltiple y contradictorio serán contingentes y precarias, temporalmente fijadas en la intersección de las posiciones de sujeto y dependientes de formas específicas de identificación. (Mouffe, 2001)[2]
Atendiendo a esto, las formas en que se configura el aparato discursivo en una organización social dada sobredeterminarán las relaciones de explotación que en ella se produzcan.
La existencia de una ideología que racionalice y subvierta las posiciones subordinadas de sujeto hace emerger el antagonismo, y, por tanto, el tránsito de una relación de subordinación (cuando un agente social está sometido a las decisiones de otro) a una de opresión.
La dominación, por su parte, implicaría la presencia de un agente social exterior que no reconozca legítimas las relaciones de subordinación, pudiendo de esta manera coincidir o no con las relaciones de opresión. Para una profundización en este aspecto resulta muy interesante la lectura de un ensayo crítico del posmarxismo que publicara Atilio Borón en 1996 en la Revista Mexicana de Sociología, y que luego fuera publicado por CLACSO, en el que refiere:
“La consecuencia del planteamiento de Laclau y Mouffe es que sólo hay explotación cuando existe un discurso explícito que la desnuda ante los ojos de las víctimas.” (Borón, 2000)
Veamos ahora qué consecuencias tienen estas tesis para el significante “mujeres”.
El concepto de opresión tal cuál sugieren Laclau y Mouffe, tendría una doble implicación para los feminismos. Por un lado, como bien plantean, permite abrir un espectro de posibilidades de luchas contra formas, también diversas de opresión, entendiendo que no existe un mecanismo único en el que se construyan relaciones opresivas. Aquí podríamos mencionar al feminismo de segunda ola[3] y el lema que introdujo en el espacio público: “lo personal es político”, a través del cual evidencia la lucha necesaria por la transformación sistémica de la sociedad, que sea al mismo tiempo económica, cultural y política.
También podríamos referirnos, en esos disfraces diversos que adquiere la opresión contra nosotras las mujeres, a la lucha por la despenalización del aborto[4] que bajo la consigna: “educación sexual para decidir, anticonceptivos para no abortar y aborto legal para no morir”; expone la vulnerabilidad de tres derechos humanos que nos son negados hoy a las mujeres: a la educación, a la autonomía y a la vida.
La otra implicación está relacionada con lo que acertadamente refiere Borón (2000) como el mecanismo de racionalización a través del cual se hace posible, según los supuestos posmarxistas, una relación de opresión y antagonismo. Es decir, ante la falta de un discurso que explicite la relación de explotación de un agente social sobre otro, esta sencillamente, “no existe”. Esto llevó a Laclau y Mouffe a planteos extremadamente desacertados.
“Si, como era el caso de las mujeres hasta el siglo XVII, el conjunto del dispositivo que las construía como sujetos las fijaba pura y simplemente en una posición subordinada, el feminismo como movimiento de lucha contra la subordinación femenina no podía emerger. Nuestra tesis es que es sólo a partir del momento en que el discurso democrático va a estar disponible para articular las diversas formas de resistencia a la subordinación, que existirán las condiciones que harán posible la lucha contra los diferentes tipos de desigualdad. En el caso de las mujeres podría citarse como ejemplo el papel jugado en Inglaterra por Mary Wollstonecraft, cuyo libro Indication of the Rights of Women, publicado en 1792, determina el nacimiento del feminismo, por el uso que en él se hace del discurso democrático, que es desplazado así del campo de la igualdad política entre ciudadanos al campo de la igualdad entre los sexos. Pero para poder ser movilizado de tal modo era preciso primero que el principio democrático de libertad e igualdad se hubiera impuesto como nueva matriz del imaginario social — en nuestra terminología: que hubiera pasado a constituir un punto nodal fundamental en la construcción de lo político — .” (Laclau y Mouffe, 1987)
Estas palabras hacen recordar la muy conocida frase de, “la historia la escriben los vencedores”, dado a que existen escasos registros[5] de la participación de las mujeres en los procesos revolucionarios. A las humanas invisibilizadas a través de un discurso masculino hegemónico, en el que ni vencedores ni vencidos tenían cuerpo de mujer, Laclau y Mouffe (1987) las tratan como ausencia de un “discurso democrático”. Y su defensa de la democracia los lleva a abordar con ligereza, primero, la profundidad de la opresión que sufrían las mujeres, antes de que surgiese el significante “feminismo”, y, segundo, las luchas contra estas opresiones que se llevaron a cabo a lo largo del mundo.
Algunos ejemplos de luchas son ampliamente descritos por Federici (2004) en su libro Calibán y las brujas: Mujeres, cuerpo y acumulación originaria, centrando su tesis en el lugar que han ocupado las mujeres y la división sexual del trabajo en la violenta transición del feudalismo al capitalismo, traigo algunos a colación:
– “En la lucha anti-feudal encontramos el primer indicio de la existencia de un movimiento de base de mujeres opuesto al orden establecido, lo que contribuye a la construcción de modelos alternativos de vida comunal en la historia europea. La lucha contra el poder feudal produjo también los primeros intentos organizados de desafiar las normas sexuales dominantes y de establecer relaciones más igualitarias entre mujeres y hombres.”
– “En las ciudades comerciales italianas, las mujeres perdieron su derecho a heredar un tercio de la propiedad de su marido (la tertia). En las áreas rurales, fueron excluidas de la posesión de la tierra, especialmente cuando eran solteras o viudas. Como consecuencia, a finales del siglo XIII, encabezaron el movimiento de éxodo del campo, siendo las más numerosas entre los inmigrantes rurales a las ciudades.”
– “Las mujeres del movimiento taborita eran muy activas, al igual que en todos los movimientos herejes. Muchas pelearon en la batalla por Praga en 1420, cuando 1.500 mujeres taboritas cavaron una trinchera que defendieron con piedras y horquillas.”
– “Las beguinas, mujeres laicas de las clases medias urbanas que vivían juntas (especialmente en Alemania y Flandes) y mantenían su trabajo, fuera del control masculino y sin subordinación al control monástico.”
– “De acuerdo a Gottfried Koch, ya en el siglo X formaban una parte importante de los bogomilos. En el siglo XI, fueron otra vez las mujeres quienes dieron vida a los movimientos herejes en Francia e Italia. En esta ocasión las herejes provenían de los sectores más humildes de los siervos y constituyeron un verdadero movimiento de mujeres que se desarrolló dentro del marco de los diferentes grupos herejes.”
– “Durante tres años los dulcinianos resistieron a las cruzadas y al bloqueo que el Obispo dispuso en su contra — hubo mujeres vestidas como hombres luchando junto a ellos.”
Ahora bien, las formas de la opresión en la Edad Media que eran ejercidas contra las mujeres están relacionadas con la manera en la que el capitalismo ha instalado el trabajo.
En este sentido la lucha moderna contra el aborto, adquiere un nuevo significado, es una resistencia a la acumulación del capital, acumulación que se hace posible por la reproducción de la fuerza de trabajo que acontece mediante el cuerpo y la intervención de las mujeres.
La introducción del trabajo asalariado — contractual no solo establece la línea divisoria con la esclavitud, sino que se escinde también el trabajo productivo del reproductivo. El primero va a ser desarrollado por el hombre y es pagado, el segundo lo llevará a cabo la mujer y es “natural”. Un ejemplo de ello es una de las frases que en el último año ha inundado con murales gigantes Buenos Aires poniendo al desnudo este sistema de explotación sobre el cuerpo de la mujer: “Eso que llaman amor, es trabajo no pago” (Silvia Federici).
A través de la manipulación del amor, donde el trabajo de servicio no asalariado se convirtió en su medida, el capital se apropió del trabajo de las mujeres. Se paga al hombre, aunque se utiliza también a la mujer en el proceso de acumulación, sin pagarle.
La inserción en el mercado laboral asalariado, que el modelo neoliberal de familia con dos salarios instaló en forma de los significantes: “autonomía”, “emancipación” o “empoderamiento”, ha aumentado la velocidad de acumulación del capital (Schild, 2016). “Ni la tecnología ni un segundo empleo liberan a la mujer del trabajo doméstico. (…) El doble empleo tan solo ha supuesto para las mujeres tener menos tiempo y energía para luchar contra ambos” (Federici, 2011).
Como vemos, para el capitalismo la identidad sexual se ha construido de manera que funcione de sostén al trabajo, por lo que la categoría “género” no es solo una realidad discursiva o cultural.
El planteo de Mouffe de la Ciudadanía “sin género” adquiere otras implicaciones entonces. Veamos su argumento: “es más promisoria dado que permite la articulación de muchas exigencias democráticas y no se concentra solo en la exclusión de las mujeres. Pero requiere un marco no esencialista, lo cual implica que no hay una identidad fija correspondiente a los hombres como hombres y a las mujeres como mujeres. Todas las identidades sexuales son formas de identificación y son necesariamente precarias e inestables. Esto excluye cualquier posibilidad de alcanzar su “esencia” (Mouffe, 2012).
En primera instancia, la lucha por nuestros derechos como mujeres no solo no se centra en la exclusión, sino que la trasciende, para convertirse en una forma contrahegemónica de cuestionar las estructuras de poder y la división sexual del trabajo[6], que Mouffe y Laclau denominan de subordinación y por tanto de no antagonismo.
El reconocimiento de “múltiples formas de opresión” me parece el término más pertinente, pues la situación actual de las mujeres no permite los relativismos de “discursos con formas de articulación contingentes y precarias”, y la diversidad de sujetos femeninos sobredeterminados en sus contextos e identidades no implica la negación de puntos nodales estables de violencia contra los cuerpos femeninos. En ese sentido lo común ya no es la identidad esencial que critican los posmarxistas, sino experiencias entrelazadas que describen modos similares de expresión.
Por otro lado, “la articulación de muchas exigencias democráticas” a las que se refiere Mouffe, en las que podamos deshacernos de los significantes “género” y “mujeres”, han de encontrarse con una limitación fundamental, la del orden capitalista y liberal en la que esos derechos han de estar garantizados (y no todos) y serán ejercidos, siempre y cuando no entren en discusión con los intereses del capital.
Es entonces que, en un mundo patriarcal y hetero-normativo, en el que las múltiples formas de lo femenino se han construido como una función — trabajo bajo la forma de un fin biológico, y en el que no se ha trascendido la organización sexual del trabajo que ha producido tales conceptos, justamente porque mediante ellos se sostiene la acumulación capitalista, (Federici, 2004) “mujeres” y “género” son categorías no solo legítimas sino imprescindibles para la construcción de ese proyecto político popular posmarxista. Esta pretendida disolución de “las mujeres y el género” en una democracia plural y radical resulta sumamente peligroso, ya que acerca al posmarxismo más a las políticas neoliberales y al tan aclamado “multiculturalismo”, que a la propuesta contrahegemónica que pretenden construir.
No obstante, y a pesar de las críticas de Mouffe al decolonialismo de Mignolo y Dussel, catalogándolo de “esencialista” y negando una idea que reconocemos fundamental para la realidad latinoamericana, la de la modernidad sexista y racista (Castillo, 2015), hay ideas que dejan muchos horizontes abiertos para las luchas feministas de nuestro continente. Sus nociones de “articulación” y “rearticulación”, posibilitan pensar en la configuración de qué resortes son funcionales para la configuración de nuevas masculinidades.
La otra idea, muy vinculada a la anterior, está relacionada a la construcción de contrahegemonías a partir de comprender cómo funciona la hegemonía en un contexto dado. En este sentido, respecto a los feminismos, Mouffe (Castillo, 2015) plantea: “Acá en América Latina también hay que pensar en una forma específica, que no sea necesariamente distinta, pero nunca se debe apostar por la aplicación de un modelo importado, eso es fundamental políticamente.” Esto nos lleva a pensar en luchas representativas de nuestros territorios culturales, de formas particulares de resistencia.
Por último, su visión del neoliberalismo rompe con las idealizaciones de las formas de lucha: “el neoliberalismo busca la transgresión, la adora, entonces esas prácticas que parecen transgresivas no serán tan radicales que no puedan ser recuperadas. Al revés, son las que más fácil se recuperan y entonces ya no se puede hacer nada, así es que eso puede llevar fácilmente a la pasividad.” (Mouffe en Castillo, 2015) Esto nos lleva a repensar nuestras prácticas y las maneras en que el discurso liberal manipula y resignifica el lenguaje de autonomía e igualdad, a través de los cuales el mercado nos deglute como productoras, prestatarias y consumidoras (Schild, 2016).
La teoría posmarxista adolece de su relativización de la colonización, el racismo, el sexismo; detrás de los puntos nodales. La exclusión tiene también formas particulares de expresión, hay grandes diferencias entre las mujeres que habitan Europa o Estados Unidos y las latinoamericanas. Las desigualdades de género están sobredeterminadas por la división geopolítica del mundo en un proceso cada vez más creciente de globalización en el que las “formas culturales a través de las cuales la categoría de lo femenino es constantemente producida” reproducen un ciclo constante a través del cual los cuerpos de las mujeres son devorados por el capital y el patriarcado.
Notas:
[1] Resulta fundamental aclarar a qué nos referimos con feminismo: “es mucho más que una doctrina social; es un movimiento social y político, es también una ideología y una teoría (…). El feminismo no se circunscribe a luchar por los derechos de las mujeres sino a cuestionar profundamente y desde una perspectiva nueva, todas las estructuras de poder, incluyendo, pero no reducidas a, las de género. De ahí que, cuando se habla de feminismo, se aluda a profundas transformaciones en la sociedad que afectan necesariamente a hombres y mujeres. (Facio, 1999)
[2] Ensayo publicado en 1992 en el texto FeministsTheorize the Political, ed. Judith Butler and Joan W. Scott, Routledge. La presente cita, corresponde a la primera edición realizada en México, 2001.
[3] “Surgido del fermento que rodeaba a la nueva izquierda, el «movimiento por la liberación de las mujeres» empezó su vida a modo de fuerza insurreccional que cuestionaba la dominación masculina en las sociedades capitalistas de posguerra organizadas por el Estado. Insistiendo en que «lo personal es político», este movimiento puso de manifiesto el profundo androcentrismo del capitalismo e intentó transformar la sociedad desde la raíz.” (Frasser, 2015)
[4] En Argentina la Campaña Nacional por el Derecho al Aborto legal, Seguro y Gratuito es una amplia y diversa alianza federal, que articula y recupera parte de la historia de las luchas desarrolladas en nuestro país en pos del derecho al aborto legal, seguro y gratuito. Tiene sus simientes en el XVIII Encuentro Nacional de Mujeres (ENM) realizado en Rosario en el año 2003 y en el XIX ENM desarrollado en Mendoza en el 2004. http://www.abortolegal.com.ar
[5]Algunos textos citados por Silvia Federici (2004) sirven para profundizar en la presencia de las mujeres en Europa medieval y moderna, así como en América pre-colonial y de las islas del Caribe: Joan Kelly sobre el Renacimiento y las Querelles des femmes. The Death of Nature [Querelles des femmes. La muerte de la naturaleza] (1981) de Carolyn Merchant, L’ArcanodellaRiproduzione (1981) [El arcano de la reproducción] de Leopoldina Fortunati, WorkingWomen in RenaissanceGermany (1986) [Mujeres trabajadoras en el Renacimiento Introducción 25 alemán] y Patriarchy and Accumulationon a WorldScale (1986) [Patriarcado y acumulación a escala global] de Maria Mies. The Moon, The Sun, and the Witches (1987) [La luna, el sol y las brujas] de Irene Silverblatt, el primer informe sobre la caza de brujas en el Perú colonial y Natural Rebels. A Social History of Barbados (1995) [Rebeldes naturales. Una historia social de Barbados] de Hilary Beckles que, junto con Slave Women in CaribbeanSociety: 1650–1838 (1990) [Mujeres esclavas en la sociedad caribeña (1650–1838)] de Barbara Bush, se encuentran entre los textos más importantes que se han escrito sobre la historia de las mujeres esclavizadas en las plantaciones del Caribe.
[6]Algunos datos a escala mundial:
- la posibilidad de que las mujeres participen del mercado laboral sigue siendo casi 27% menor que la de los hombres.
- El 40% de las mujeres con empleos remunerados NO contribuyen a la protección social.
- Las mujeres trabajan jornadas más largas que los hombres
- El empleo informal es la mayor fuente de empleo no agrícola para las mujeres (OIT, 2016)
Bibliografía consultada:
- Borón A., 2000. ¿Posmarxismo? Crisis, recomposición o liquidación del marxismo en la obra de Ernesto Laclau. CLACSO.
- Castillo A, 2015. De antagonismos, arte y feminismo: Entrevista a Chantal Mouffe. Tomado de:http://www.eldesconcierto.cl/2015/01/08/de-antagonismos-arte-y-feminismo-entrevista-chantal-mouffe/
- Facio A, 1999. Feminismo, género y patriarcado. Tomado de: http://justiciaygenero.org.mx/publicaciones/facio-alda-1999-feminismo-genero-y-patriarcado/
- Federici S, 2004. Calibán y la bruja: Mujeres, cuerpo y acumulación originaria.
- _______, 2011. El patriarcado del salario. Críticas feministas al marxismo.
- Frasser N, 2015. Fortunas del feminismo.
- Laclau E y Mouffe CH, 1987. Hegemonía y estrategia socialista.
- Mouffe, 2001. Feminismo, ciudadanía y política democrática radical. México, D.F.
- ______, 2012. Dimensiones de la democracia radical. Pluralismo, ciudadanía y comunidad.
- Organización Internacional del Trabajo, 2016. Las mujeres en el trabajo. Resumen ejecutivo.
- Schild V, 2016. Feminismo y neoliberalismo en América Latina.
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