Plantear las preguntas correctas

Por Dayron Roque Lazo


Versión íntegra de las respuestas de Dayron Roque Lazo a la Revista Alma Mater


El pasado 16 de agosto de 2021, la Revista Alma Mater publicó la segunda entrega del dossier Desafíos del consenso, en esa ocasión con la Filosofía como eje. Al diálogo fueron invitados José Antonio Toledo García, Doctor en Ciencias Filosóficas y Profesor Titular de la Universidad de La Habana; el colaborador de La Tizza Gilberto Valdés Gutiérrez, Doctor en Ciencias Filosóficas e Investigador Titular del Instituto de Filosofía; y el miembro de nuestro equipo editorial Dayron Roque Lazo, Doctor en Ciencias Pedagógicas, educador popular e investigador del Instituto de Filosofía.

https://medium.com/revista-alma-mater/desaf%C3%ADos-del-consenso-filosof%C3%ADa-3fcb7746cdee

En coordinación con Alma Mater, publicamos hoy la versión íntegra de las respuestas de Dayron Roque Lazo al cuestionario enviado por la revista universitaria.


Desde su experiencia y campo de estudio, ¿qué condicionantes propiciaron los sucesos del pasado 11 de julio, teniendo en cuenta las demandas realizadas por los manifestantes?

Aunque ya se ha dicho, no es ocioso recordar que no hay nada como lo del 11 de julio que sea como el espectáculo de un rayo que impacta en el medio del campo con el cielo despejado. Las causas y condiciones de esos sucesos se vienen incubando durante no poco tiempo, quizás lo más inmediato serían los últimos treinta años, para el caso que nos ocupa.

[Omito de los grupos de causas, porque entiendo que sería parte de lo que dirán otros compañeros, las que son, en esencia económicas, las que tienen que ver con errores de la política social del gobierno cubano, las que abarcan la guerra económica del gobierno de los Estados Unidos, reforzada hasta niveles inimaginables en los últimos meses, las que tienen que ver con la labor de subversión y cambio de régimen, entre otras].

Existen, por tanto, múltiples condicionantes a lo que pasó ese día. Una de las causas a explorar sería la lenta acumulación de un sentido común favorable al capitalismo y sus modos de vida y consumo.

Entiendo el «sentido común», como expresión de un condensado de ideas, concepciones, percepciones, valoraciones, sentidos de vida las cuales se vulgarizan y se hacen parte de la cosmovisión de las clases populares: se suele convertir el sentido común en el peor de los sentidos, pues «naturaliza» las formas de dominación que le son sustancial a las sociedades contemporáneas.

El sentido común del capitalismo o, con más exactitud, de la modernidad capitalista, ha calado en Cuba con una penetración cultural que ha sido tan brutal como lo puede ser en Miami, México, Buenos Aires o Madrid. Lo ha hecho como resultado de la pedagogía de los medios con la cual en Centro Habana se pueden consumir tantas horas de telebasura como en Hialeah o que estemos más al tanto de los vaivenes de una empresa trasnacional de futbol con asiento en Catalunya que del equipo Industriales. Al mismo tiempo, se ha «naturalizado» un modo de entender el mundo que no es, ni por asomo, favorable a lo que promete el socialismo. En Cuba se ha extendido una concepción de la prosperidad que hace énfasis en los esfuerzos y resultados individuales.

Se ha hecho parte de las creencias populares que el capitalismo es milagroso por sí mismo y que podemos llegar a vivir, en el medio del Caribe, como si estuviéramos en París o Londres. Se han simplificado los análisis de la vida económica, social y política hasta un nivel en el cual parece que el mundo fuera de Cuba funciona como si fuera una serie de televisión con protagonistas de clase media.

Lo que fuera de Cuba puede ser visto como un logro cultural del socialismo — por ejemplo, la pereza con que los cubanos nos tomamos el trabajo — , es hoy visto como un «freno» al desarrollo de la economía y la sociedad: se llega a justificar el despido tajante de los trabajadores «porque si no, no funciona la empresa y eso ha hecho exitoso el capitalismo».

A su vez, en ese sentido común se ha impuesto, catalizado por las redes sociales digitales, una pauperización de la información que hace que cualquier paparrucha pueda ser creída y dada por cierta, sin confirmar nada en lo absoluto y lo que antes «radiobemba» trasmitía con algo de lentitud, ahora viaja a la velocidad de la luz. Súmese que, en este ambiente digital, se han perdido las jerarquías del conocimiento y se trastocan hechos y opiniones: las opiniones — las más infundadas — se hacen pasar como hechos; los hechos ya no existen, solo hay opiniones y «todas las opiniones son respetables» — aunque sean mentiras evidentes — por lo cual se da la falsa sensación de debate y diálogo, el cual, con velocidad, evoluciona a la polarización. [De hecho, una pista clara de que no estamos en presencia de una revolución con los hechos del 11 de julio es que, según la experiencia histórica, cada revolución está precedida por una gran «conversación»; sin embargo, lo que hemos visto que le ha antecedido a ese día y, en muy buena medida, continúa hasta hoy, es en cualquier caso, una gran «gritería» o «escándalo» de un nivel tan bajo que la principal consigna de la oposición en la calle es irrepetible en estas líneas, como lo es la que intentó ser su respuesta por parte de algunos sectores progubernamentales].

En mi percepción, lo vivido antes, durante y después del 11 de julio condensa una lenta — aunque no inexorable — derrota del sentido común del socialismo condicionada por causas internacionales — hoy diríamos: «globales» — y aspectos muy nacionales.

Sobre las demandas de los manifestantes hay, intuyo, cierta promiscuidad en las maneras en las cuales han sido presentadas; según quienes han querido capitalizar lo sucedido ese día y esa falta de discernimiento no permite entender con toda claridad las causas y condicionantes de lo sucedido. A ello hay que sumarle las demandas «realmente existentes» y las que, a posteriori, se han sumado, interpretado o reinterpretado lo que pasó.

Hay quienes encuentran que las demandas más claras o más sonadas estaban alrededor del «pan», y con ello voy a designar no el «pan nuestro de cada día», sino el conjunto de condiciones mínimas para hacer la vida no ya próspera, sino, al menos, decente y digna. La anulación, real o percibida, de la posibilidad de alcanzar el pan estuvo sin dudas en el catalizador de quienes salieron a exigirlo. Ello implicaría, y es un dato, que hay en Cuba un grupo, quizás numeroso, de personas que están atenazadas por la falta de pan, de la misma manera en que lo pueden estar en cualquier otra sociedad tercermundista.

Hay quienes encuentran dentro de las causas, la existencia de un régimen — en sentido sociológico — incompatible con la «libertad» y sus diversos apellidos. Yo mismo que estuve en la calle ese día lo escuché decir a más de uno. No es ninguna novedad en el escenario cubano actual ni en el del mundo, ni significa per se, que se trate de una demanda que flota por encima del bien y del mal. «Libertad o Comunismo» fue el lema con el cual la derecha extrema, representada por el Partido Popular se impuso en la capital española, Madrid, en unas elecciones el pasado 4 de mayo, apoyada por la extrema derecha representada por Vox — a cuya lideresa madrileña, de origen cubano, hemos visto en la primera fila de la ofensiva contra el gobierno de La Habana en estos días — . «¡Viva Cuba Libre!» le hemos escuchado exclamar lo mismo a Raúl Castro que a Yotuel Romero y sabemos que, sin embargo, no refieren el mismo significado. Hay algunas de las personas que salieron ese día para quienes «libertad» significa ampliar el marco de lo que, individualmente, pueden y aspiran a hacer, incluyendo alcanzar el pan que mencioné más arriba; hay para quien significa un régimen donde la pluralidad política se exprese en una democracia liberal pluripartidista; hay para quien — y no tengo certeza ni referencia que hayan estado en la calle ese día, quizás jamás lo estén — «libertad» significa un sistema de economía de mercado capitalista, sin cortapisas ni tapujos; hay otro grupo para quienes de lo que se trata es de ampliar el marco de libertades actuales, ampliarlo, profundizarlo, dentro de la cosmovisión de un régimen socialista; como hay para quienes «libertad» significa cualquier cosa que no incluya el socialismo. Los deudores de las anteriores razones y las no mencionadas pueden, por tanto, situar el centro de gravedad de las protestas en lo que más se arrime a su demanda principal, así como la respuesta desde el gobierno cubano hace énfasis en lo que considera el centro de las causas: la hostilidad estadounidense, unida a la real campaña de intoxicación e incitación a la subversión.

Entonces, «pan y libertad» pudiera ser la metáfora de las demandas de los manifestantes, pero ello no alcanza para explicar la profundidad de lo que reclamaban, ni las causas por las cuales lo hicieron, ni siquiera sirve para homogeneizar ni equiparar todo lo que pasó ese día. Tampoco significa que el régimen cubano actual, sea uno donde no haya — ni en lo absoluto ni en lo relativo — «pan y libertad»; mucho menos que no pueda ofrecer más, mucho más, de lo uno y de lo otro. [No es ninguna novedad: las reformas iniciadas en 2007 prometieron un «socialismo próspero, sostenible y democrático»]. Significa que en el sentido común de quienes salieron a la calle — de manera legítima o ilegítima, pagados o convencidos, contagiados o iniciadores, «puestos» o temerosos, pacíficos o vándalos — primó la percepción que el estado de cosas actuales, representado por el socialismo, no tenía mucho más — o casi nada más — que prometerles y ellos aceptar.

Ello representa una derrota cultural muy grave, no porque hayan salido a la calle a expresarlo, sino porque expresa el agotamiento, para un sector de la población, de su compás de espera por el pan y la libertad. A la vez, representa una ventana de oportunidad, quizás la última, de lo que debe hacer el Estado cubano.

¿Cómo describe el ecosistema político cubano actual?

Sin estar de acuerdo con el término «ecosistema», porque refiere a la naturaleza y las formas de interrelación de sus componentes vivos y no vivos; lo cual no es, ni por asomo, el caso de la política — hecha de construcciones sociales de arriba abajo, con nada de natural — , trato de describir el entorno político cubano contemporáneo.

El sistema político cubano es el resultado de la evolución y transformaciones operadas en los últimos treinta años, si tomamos como referencia el gran parteaguas que fue 1991 (IV Congreso del Partido) y 1992 (Reforma Constitucional).

Aunque la discusión pública del Llamamiento al IV Congreso (marzo de 1990) fue un escenario de «debate amplio, franco y sereno con el pueblo», las reformas que luego se consagraron en el nuevo texto constitucional de 1992, no alcanzaron a modificar la esencia del sistema político proveniente de 1976 y los primeros años sesenta.

http://congresopcc.cip.cu/wp-content/uploads/2011/02/Llamamiento-al-IV-Congreso.pdf

En ese sentido, el PCC aunque continuó como «fuerza superior dirigente» de la sociedad, fue, a todas luces, incapaz de operar, más allá del liderazgo carismático de Fidel Castro, el arbitraje político de las contradicciones de la política doméstica. En cierta medida, se continuó viviendo, como desde los inicios de la Revolución, en un «estado de excepción», con un «liderazgo de excepción», que procesaba, también de manera excepcional — no quiere decir que correctas siempre — las contradicciones de la sociedad cubana.

No obstante, al no lograr procesar, con la institucionalidad realmente existente, las diferencias, las disidencias y las oposiciones en el seno de la política formalizada, aquellas se fueron desplazando a los márgenes y eventualmente quedaron fuera del ámbito de actuación y arbitraje del PCC — y aquí pasó aquello que dijo Flaubert: «Hubo un momento único entre Cicerón y Marco Aurelio, en el que los dioses no estaban y Cristo no había aparecido todavía y el hombre estuvo, por primera vez, completamente solo» — .

En adición, subsistió y se reforzó durante todo este tiempo, las agrupaciones y organizaciones — «grupúsculos», en el argot político cubano por su tamaño y alcance, durante mucho tiempo — con lazos ideológicos, políticos y económicos con Estados Unidos y sus planes históricos de subversión del régimen de 1959.

Por otra parte, ese entorno — a veces, «gelatinoso» — conocido como sociedad civil se fue diversificando en sus actores y actuaciones, entre ellas con la aparición de agrupaciones que, aun con una filiación u orientación prosocialista y procomunista, no entraban en la «canalita» de la organización política establecida.

Llegado a este punto, en el sistema político realmente existente en Cuba, actúan fuerzas de distintos grados de orientación, fuerza y capacidad, las cuales no solo no son ya coincidentes entre sí, sino que, en otros casos, son contrapuestas en toda la línea.

  • Hay una organización estatal, descrita como «socialista de derecho», la cual no ha desplegado sus potencialidades, entre otras causas por la sobrevenida de la crisis sanitaria de 2020. Este no es un asunto menor: la Constitución de 2019 abrió un nuevo tiempo histórico, expresión de un pacto el cual, no hay dudas, hay sectores, dentro y fuera de Cuba que no están dispuestos a respetar porque «les queda chiquito». Dentro del entramado estatal no hay homogeneidad ni claridad de los actores que, en la política realmente existente, lo componen y cuáles son sus intereses, peso real y alcances.
  • Existe un sistema de organizaciones políticas y de masas en el entorno del PCC, con prácticas más o menos comunes entre ellas, con cuadros intercambiables entre sí y militancias y filiaciones múltiples. Aunque muy debilitadas en su funcionamiento en los últimos treinta años, conservan un entramado y capilaridad, el cual no es despreciable, así como una organización disciplinaria no menos importante.
  • Aparecen, de igual forma, un sinnúmero de agrupaciones civiles, las cuales, desde identidades muy particulares — animalistas, ambientalistas, sexodiversos, racializados, feministas, nuevas expresiones religiosas y una lista muy larga — no solo no «encuentran» cómo articularse en los entramados anteriores, sino que «compiten» entre sí alrededor de la radicalidad de diversas demandas y alcances de sus luchas concretas. Alrededor del mundo — y Cuba no escapa de ello — hay un debate sobre cuánto de estas identidades contribuyen o entorpecen la lucha más general contra la dominación y ello es motivo de «líneas rojas» en los diálogos y articulaciones de las mismas. En Cuba, ello se expresa, además y entre otras maneras, en cuáles son «progubernamentales» y cuáles no, con matices más o menos definidos.
  • Persiste, crece y se diversifica un entramado de grupos alineados, por activa o por pasiva, con la política de hostilidad de Estados Unidos hacia Cuba. Por pasiva se llega a negar la existencia del bloqueo y sus efectos y alcances reales; por activa se reconoce la «necesidad» de la influencia, apoyo y financiamiento directo o indirecto estadounidense para provocar cambios en Cuba. Estos grupos, cuyo tamaño real es difícil medir, son, sin embargo, lo suficientes como para ocupar una parte importante — sobredimensionada en algunos casos — de la actividad política realmente existente y, sobre todo, su reflejo en la agenda mediática. En este entramado, el grupo de «medios» que desempeñan el rol de actores políticos antigubernamentales y antisocialistas, no es desdeñable. No es un asunto menor, pues da señales de cuál es el papel que aspiran a tener en un régimen postsocialista, al mismo estilo que hoy actúan medios reales en regímenes capitalistas reales.

¿Con las manifestaciones sociales se puede hablar de la pérdida de la hegemonía socialista? ¿Los reclamos, como expresión de insatisfacciones, en qué modelo socioeconómico pueden ser canalizados? ¿Por qué?

Se puede hablar de pérdida o deterioro de la hegemonía socialista no con las manifestaciones y protestas sociales del 11 de julio o de los últimos años — no es un dato menor tener en cuenta que en los últimos tiempos se han suscitado no pocas expresiones públicas de descontento y protestas por parte de la población con mayor o menor nivel de organización, si bien han sido muy focalizadas a aspectos y localidades concretas y en situaciones más acotadas— ; se puede hablar de ese deterioro desde mucho antes como un lento acumulado del crecimiento del sentido común capitalista, como apunté antes. La franja cultural del capitalismo se ha ensanchado en Cuba desde hace mucho tiempo, eso es un dato no opinable.

Hay dos vertientes, por lo menos:

  • una, la proveniente del aspecto subjetivo de la hegemonía, el crecimiento de la idea de progreso asociado al bienestar económico individual, las salidas individuales de la crisis, la tendencia a querer vivir «como la clase media del capitalismo», el vaciamiento de contenido de lo que significa vivir bien o vivir mejor…
  • dos, la proveniente del aspecto objetivo de la hegemonía, la existencia del «capitalismo real» en la vida cotidiana de las personas, expresada, entre otros muchos ejemplos, en cómo se accede al mundo del trabajo y cuáles son las primeras experiencias en este sentido — hay, por lo menos, una generación que no tiene idea de lo que es, por ejemplo, la escuela al campo o en el campo, o las brigadas estudiantiles de trabajo y que ha visto sustituidas esas experiencias laborales por las impuestas por el mercado, en las cuales deben trabajar mientras estudian en la universidad, entre otros casos — ; en cuáles son los mecanismos de movilidad y ascenso social; en la desvinculación de los resultados de la prosperidad individual con la prosperidad colectiva; en la presencia cada vez mayor del mercado y las relaciones mercantiles — que no es, solo, la compraventa de bienes y servicios; sino la existencia de relaciones de intercambio bajo las reglas del mercado — en la vida cotidiana.

Los reclamos de las manifestaciones, como expresión de las crisis actuales, se pueden resolver, superar, por la derecha o por la izquierda.

La derecha y el capitalismo tienen soluciones para esos reclamos y, en lo inmediato, hasta parecen más esperanzadores, no hay que engañarse: la promesa de un mundo donde emprendedores libres y competidores producen la riqueza suficiente para desbordarla al resto de la sociedad, la gente vive sus vidas sin interferencia del Estado o de otras personas y organizaciones, los impuestos resuelven la redistribución de la riqueza, la política pluripartidista hace funcionar el Estado y, por tanto «el pobre será pobre porque quiere» y se vive mejor siendo «ni de derecha, ni de izquierda», es hoy más deseable que las que ofrece el socialismo. De hecho, ni siquiera le hace falta ser cierta para triunfar como solución aparente de los reclamos populares. El capitalismo ofrece más pan y más libertad de la que puede ofrecer el socialismo, lo que no aclara quienes se quedan con el pan y con la libertad.

Ahora bien, el socialismo o el proyecto socialista cubano, tiene la responsabilidad y la oportunidad de ofrecer también las soluciones a estos problemas, pero no lo puede hacer sobre la base de jugar con las mismas reglas del capitalismo: no puede prometer multiplicar el pan si eso significa aumentar la sobreexplotación de una parte de la población y la pauperización de la vida de otra parte (tampoco «tercerizando» o «externalizando» esa sobreexplotación, como se hace desde los países del capitalismo desarrollado con el cual se permiten vivir como viven); ni puede prometer aumentar la libertad si eso significa sacrificar el acceso de una parte de las personas al pan. Difícilmente lo podrá hacer mientras subsista el sistema mundial del capitalismo, porque si algo ha demostrado la experiencia histórica es que es imposible construir el socialismo en un solo país.

En su opinión, ¿cuáles son las principales fortalezas y debilidades de la izquierda cubana hoy?

La izquierda — no solo la cubana, la mundial — es una eterna perdedora, por lo menos, desde la Revolución Francesa de 1789 que pasó a la historia como «revolución burguesa», cuando lo que tuvo de revolucionario fue cualquier cosa, menos lo burgués. En ese sentido, ha sido una rareza histórica, mantenida contra viento y marea, que la izquierda cubana — a pesar de la «contraizquierda» cubana, presente en los círculos de poder nuestros — haya mantenido vivo un sistema político que se referencia como deudor de esa posición política. Por lo tanto, la primera debilidad de la izquierda cubana, como cualquier otra, es que es parte de una tradición que ha tenido que levantarse de continuas derrotas históricas.

Y, en este punto, quizás una digresión, la cual puede parecer una obviedad: no hay una «izquierda cubana», sino múltiples, algunas de las cuales ni siquiera se reconocen entre sí, comenzando por la encarnada por el PCC.

Una de las debilidades de las izquierdas cubanas es, justo, referenciarse como algo que no es atractivo ni atrayente a nivel mundial. No obstante, — y esto puede ser entendido como una oportunidad para el caso cubano — todavía presentarse como de derecha en Cuba es problemático: la forma cobarde de hacerlo es autodenominarse «de centroizquierda».

Otra paradójica debilidad es la sobreabundancia de referencias teóricas, la cual se expresa en la difuminación, cuando no ausencia directa, de nortes claros para la izquierda: es un espectro amplio que va desde el marxismo más «original» hasta sus versiones chinas, vietnamitas y norcoreanas, las cuales pasan por las interpretaciones y reinterpretaciones latinoamericanas y cubanas, la de práctica y cosmovisión de Fidel Castro o el Che Guevara, el eurocomunismo, la socialdemocracia, el trotskismo, el maoísmo, la autogestión yugoslava de Tito, el socialismo del siglo XXI, el progresismo latinoamericano, el anarquismo y sus interpretaciones y una larga lista, en la cual, además, hay una incapacidad, casi gnoseológica, para siquiera dialogar, no digo ya ponerse de acuerdo entre ellas (mientras la derecha se une por intereses, la izquierda se separa por identidades). Sin dudas, hay «infantilismo de izquierda» y «decrepitud» de izquierda en las prácticas, visiones y propuestas de quienes nos reconocemos bajo ese signo político.

https://medium.com/revista-alma-mater/desaf%C3%ADos-del-consenso-filosof%C3%ADa-3fcb7746cdee

Otra debilidad es pensar que las izquierdas cubanas, por ser cubanas, no tienen nada que ver con las izquierdas mundiales y; como un espejo, sucede lo mismo con las derechas internacionales, las cuales no difieren en su esencia, manifestaciones y métodos con la derecha cubana — incluyendo aquella, casi toda, la cual es tan cobarde que se niega a reconocerse como tal — .

Lo anterior se traduce, también, en cierta incapacidad para entender el carácter globalizado del capitalismo y la dominación por él impuesta.

Constituye una debilidad no menor la incapacidad, casi ontológica, para identificar entre un diferente, un adversario y un enemigo, lo cual ha conducido y todavía conduce en nuestras prácticas a ser más veces víctimas del «fuego amigo» que del que nos infligen desde la derecha.

De igual forma, no es menor, la incapacidad para comprender y formular una teoría de la dominación en el socialismo, la cual también existe y cuya descripción se ha dejado, sin embargo, a las derechas.

No menos importante, como debilidad, es la «alergia», histórica o reciente según el caso, que causan ciertas prácticas o visiones, las cuales, por provenir de la modernidad capitalista, son tachadas de «burguesas»: ello se expresa en la comprensión de los derechos humanos, el Estado de derecho, la economía, la democracia representativa, el control y actividad legislativas, la independencia judicial, papel de la prensa, la sociedad civil, entre otros. La incapacidad para «hacerse entender» con estos términos, unido a la peor incapacidad por llevarlos a la práctica política, es todavía una falencia de los proyectos políticos de las izquierdas cubanas, incluyendo el refrendado por los documentos del PCC y la Constitución de 2019.

Ello se expresa, como corolario, en cierta incapacidad para hacer propuestas de izquierda a las crisis, las actuales y las acumuladas, para el escenario cubano; motivado, entre otros factores, porque adolece de un análisis clasista — ¡sí! porque las clases sociales parece que existen, incluso en Cuba — de la sociedad cubana contemporánea.

No he apuntado fortalezas, no porque no las haya, sino porque las debilidades arriba apuntadas, y otras más que se puedan identificar, leídas en sentido inverso, pueden ser consideradas como tales.

¿Qué desafíos tiene la Filosofía en el análisis, estudio y tratamiento de la política y la sociedad cubana actual?

Aquí no hemos avanzado mucho de la célebre Tesis XI sobre Feurbach, del tal Karl Marx. No obstante, la filosofía puede hacer poco, ahora mismo, para entender la política y la sociedad cubana actual, que no sea, plantear las preguntas «correctas», a lo mejor esta entrevista tiene algunas de ellas.


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