Oda al «intrusismo»

Por Fernando Luis Rojas: A propósito del Anuario del Instituto Cubano de Investigación Cultural Juan Marinello.

A Pablo Pacheco López (1945–2014)


El Director-Librero

Las sillas del Instituto Juan Marinello no suenan: son plásticas. Cuando se reúnen más de cincuenta personas en el salón, los oradores deben gritar y hablar con calma: no hay audio. Quizás alguien pensó que a la institución le venía bien un poco de la pobreza fecundante de Lezama. No obstante, por allí han pasado muchos investigadores, editores, escritores y activistas comunitarios de nuestro país –el (los) que habita intrafrontera y el (los) que existe fuera–.

Quienes han participado en los últimos tiempos en las actividades del Marinello, se sentaron en sus sillas plásticas durante horas, bebieron el café de Yolanda (la octogenaria recepcionista) y aguzaron el oído para no perderse los detalles, han sentido también una presencia otra. Como en aquel spot de un popular programa televisivo: «desde arriba, Lucas te mira», en el salón –desde la altura– la mirada de Pacheco en una foto parece escrutarte.

Pablo Pacheco (Madruga, 1945 — La Habana, 2014) dirigió el Instituto Cubano de Investigación Cultural Juan Marinello entre 1995 y 2005. ¿Y por qué, para hablar de un libro presentado a fines del pasado año, abrimos esta ventana a Pacheco? Porque, en pocas palabras, buena parte del impulso al sello editorial de la institución capitalina llegó con este Director-Librero.

Una de las características del Marinello radica en el permanente esfuerzo por encontrar «salidas» a las investigaciones. Ante las dificultades de larga data que median las relaciones entre la academia y los llamados «decisores de política» y los temas «dominantes» y jerarquizados para los medios de difusión; la realización de cursos y talleres y su publicación por el sello editorial del ICIC se ha convertido en la manera más efectiva –y expedita– de «socializar» los resultados de investigación.

Pacheco le dio un particular impulso a ello. De 1996 –año en que era director– a 2018 se habían publicado por el ICIC Juan Marinello unos 160 títulos. Más de la mitad de ellos se hicieron con Pablo Pacheco. Lo más importante es que lo educó como prioridad, legó una particular manera de hacer que, entre otras cosas, incorporaba los debates generados en los eventos –otra émula del patio es la revista Temas, pero no hay muchas más– y daba voz a gente de las más diversas procedencias. No constituye un dato menor que siendo un sello editorial periférico, sin una presencia protagónica en el circuito de distribución del libro y sin dinero para pagar un stand en la Feria Internacional, 82 de esos títulos se encuentren agotados.

El Anuario que no es (o es más)

El Anuario que propone el Instituto Juan Marinello tiene un «calificativo» engañoso por al menos dos razones. La primera, de índole práctica: la institución no se ha propuesto nunca –y no lo ha hecho– realizar una entrega anual de los resultados de sus investigaciones. Otras instituciones científicas del patio, como el CIPS y el CEEC, han sido más rigurosas con esto. La segunda, y fundamental, da cuenta del alcance y el recorrido de los resultados que se presentan. Algunos abarcan una actividad de investigación y acumulación de muchos años, que a veces no «machean» con esas directrices de tiempo, informes parciales y proyectos que marcan la academia contemporánea. Así que, yo prefiero llamarle Cultura: debate y reflexión que, por cierto, es el título que con mayor fuerza resalta en la portada.

Compilado por Caridad Massón Sena y dedicado a «nuestro» Fernando Martínez Heredia, el libro se divide en tres partes: Cultura Histórica y Patrimonial, Cultura y creatividad y Participación, diversidad y derechos culturales.

Esta es una división metodológica, como da cuenta la propia compiladora. No declararlo y entenderlo así, iría contra la propia resistencia del Marinello –y de Fernando Martínez en particular– a poner cortapisas fragmentarios a la cultura. A propósito, Massón Sena apunta en su Introducción temática:

«Su divisa [la de Fernando] fue siempre entrenar el pensamiento propio y el debate a escala popular. Desde esas posiciones ha surgido consuetudinariamente nuestra producción intelectual, que no se circunscribe solamente a realizar investigaciones que abarcan tópicos de perfiles histórico-político, crítica artística y literaria, consumo cultural y participación, estudios de familia y género, temas de oralidad, entre otros, sino que se multiplica en la impartición de cursos de postgrado, ejecución y participación en talleres, eventos y seminarios con carácter nacional e internacional y su publicación en nuestra revista digital Perfiles de la cultura cubana».[1]

Son 23 trabajos y 25 autores los que trae Cultura: debate y reflexión. Puede entenderse entonces que, para una visión inicial abarcadora, los invite a leer la introducción de Caridad Massón. Me limitaré a comentar algunos textos, jerarquizados por mis intereses particulares.

El primer trabajo tiene un nombre sugerente, y problematizador hasta el tuétano: De negros de Cuba a cubanos negros. En sus inicios el autor, Fernando Martínez Heredia, apunta a eso que hablábamos de los tiempos y la acumulación que media a los trabajos de investigación: «Comencé a trabajar aspectos de ese tema en los años sesenta; desde hace veinticinco años proyecté la investigación y trabajo sistemáticamente en ella, en la medida del tiempo disponible».[2]

¿Cuáles serían algunas claves para leernos este texto? En mi criterio, el centro en que sitúa Martínez Heredia la comprensión del proceso histórico. Este centro se encuentra, para él, en la dinámica entre clases y grupos sociales y nación, en relación con la dominación y la rebeldía, en el transcurso de la historia de Cuba.[3] Esta es una idea y práctica recurrente en sus trabajos: contar la historia desde «el suelo popular». No asombra entonces que, más allá de explicar la grandiosa y fundacional labor de José Martí, la actividad de los emigrados, «las condiciones objetivas» que reflejan la agudización de las contradicciones colonia-metrópoli; proponga la hipótesis de «que las fuertes luchas por derechos civiles de la gente de color constituyen uno de los prólogos de la Revolución del 95».[4]

Las cuestiones relativas a la identidad, en este caso la «predominante en un grupo social determinado, constituido por individuos no blancos criollos de la Isla», asumen aquí un papel regulador. Y están en la palestra, desde una perspectiva histórica, las tensiones entre las denominadas «luchas por la redistribución» (la lucha de clases) y las «luchas por el reconocimiento» (luchas identitarias, como la de género o por racialización).[5] Por remontarse al siglo XIX cubano, Martínez Heredia suma una tercera pata: la lucha anticolonial. Relacionar estas dimensiones, constituye uno de los aportes de este trabajo. Señala entonces:

«[la identidad predominante] se modificó rápidamente, de sentirse ante todo negros a sentirse ante todo cubanos. [Me refiero] al hecho de que no se trató de una lenta construcción cultural, aunque ella estaba en la base de su identidad de negro de Cuba, sino de la agudización y el completo dominio de la escena social por parte de un conflicto que podía haber sido secundario para ellos: el de la colonia con su metrópoli».[6]

En De negros de Cuba a cubanos negros nos asaltan otras preocupaciones permanentes de su autor. Una tiene que ver con su pugna con las cronologías «oficiales», así sostiene que la «primera revolución cubana (…) sucedió entre 1868 y 1880». Y allí mismo, en ese sintagma ¿inocente? de «primera revolución cubana», se expone la diferencia entre discurso y propaganda política –legítima por demás– e historiografía y enseñanza de la historia. Es sabido, y en la actualidad se nos recuerda en spots y carteles, que se ha instalado la idea de «una sola Revolución» de Céspedes a Fidel, de 1868 hasta nuestros días.[7]

Finalmente, comento otro de los aspectos problematizadores que aparece. Se encuentra en la resistencia de Fernando a aceptar (y legitimar) el empleo de los términos «afrocubana» o «afrodescendiente» para referirse «a la parte de la población de Cuba que tiene antepasados africanos». Una visión sintética sobre este asunto también puede encontrarse en De negros de Cuba a cubanos negros.

Del trotskismo en Cuba, Pablo y la revolución «palúdica» y el exilio

Necesario y provocador resulta el trabajo de Frank García Hernández. Con el fuerte título Cuba: la mala hora del trotskismo, inicia con una tanda de interrogantes en las que vale la pena detenerse: «¿Para qué leer a Trotski hoy en Cuba? ¿Cómo ha sido la historia del trotskismo en la Isla? ¿Hubo –hay– trotskistas en nuestro entorno? ¿El trotskismo nos presenta una alternativa? ¿Estudiar a Trotski es lo mismo que ser trotskista? ¿Trotski y trotskismo representan una misma definición?».[8] Imagino que por razones de espacio, no todas las preguntas recibieron la misma atención; de hecho, la relativa al lugar de Trotski en la Cuba actual –para mí un asunto fundamental– resulta la menos atendida.

Cuba: la mala hora del trotskismo es un trabajo valioso por varias razones. Primero, el tema y las propias preguntas que propone. En segundo lugar, el rescate de la historia del trotskismo en Cuba –ya presente en trabajos de otros investigadores (con perspectivas polarizadas y que abordan períodos diferentes) como los cubanos Rafael Soler Martínez y Rafael Acosta de Arriba, los argentinos Daniel Gaido y Constanza Valera, Gary Tennant, entre otros– y el reconocimiento del lugar diferido que ha ocupado Trotski «entre la militancia comunista» y «la academia» cubanas.

Debe celebrarse también la preocupación por conectar el contexto cubano e internacional, así como el mapa de personalidades y organizaciones que se presenta (o menciona) –muy útiles para el lector no especialista–, en su mayoría a través de las notas al pie: J. Posadas (Homero Cristali), Partido Bolchevique Leninista (PBL), Juan Ramón Breá, Andreu Nin, Partido Obrero Unificado Marxista (POUM), Sandalio Junco, Oposición Comunista, Pablo (Michel Raptis), Celia Hart Santamaría, entre otros.

Como todo trabajo que se respete, Cuba: la mala hora del trotskismo deja una estela de cuestiones para polemizar y/o problematizar. Por ejemplo, en una de las notas, al referirse a la «Oposición de Izquierda» la identifica como contendiente directa de «Stalin y sus oscilantes aliados». Esto es cierto, pero cabe preguntarse, ¿cuán natural era para los primeros bolcheviques «moverse» en las discusiones al interior del partido?, ¿cuán «oscilantes» fueron también algunos aliados de Trotski? En otra nota refiere lo siguiente –dando por cierto (en este caso por omisión de comentarios al respecto) el «padrinazgo» leninista de la burocratización y tecnocratización postrevolucionaria stalinista–:

«El marxismo soviético a partir del proceso de burocratización y tecnocratización –bajo la NEP– que se inicia en vida de Lenin, y que continúa en época de Stalin y de los que lo sucedieron, borró lo que de humanismo pueden tener las ideas de Marx. El colectivismo impuesto por la burocracia, aplastó el desarrollo pleno de las individualidades».[9]

Finalmente, considero que el autor podía ampliar sobre el diálogo (y el lugar) entre Trotski y los marxismos posteriores a Marx –Lenin incluido– ; y no limitarse –al abordar las relaciones del Che Guevara con las ideas de Trotski y Mao– al texto Ernesto Guevara también conocido como el Che, de Paco Ignacio Taibo II, que resulta imprescindible pero no es una biblia.

Otros dos trabajos completan esta mirada a las décadas del veinte y treinta del pasado siglo. En ambos, Pablo de la Torriente Brau tiene un lugar central. La investigadora Caridad Massón –a la sazón compiladora de la entrega– se ubica en la mirada de Pablo para analizar «la postrevolución» que sobrevino a partir del quinto mes de 1935. En sus conexiones, no se trata de un tema ajeno a la reciente, aunque pródiga, historia editorial del Instituto Juan Marinello.[10]

En La postrevolución en la mirada incisiva de Pablo de la Torriente Brau,[11] su autora da cuenta de acontecimientos (la huelga de marzo de 1935 y el asesinato de Guiteras y Aponte), procesos (la denominada «postrevolución»), organizaciones (Partido Comunista, Partido Revolucionario Cubano [Auténtico], Abc, Joven Cuba, Partido Agrario Nacional, Partido Aprista Cubano, Izquierda Revolucionaria y Organización Revolucionaria Cubana Antimperialista) y figuras. Lo más importante, en todos los casos su mirada sitúa la complejidad y diversidad de posiciones existente entre esos 1935 y 1936. Para el trazado de este mapa, la investigadora perteneciente a la Cátedra Antonio Gramsci dialoga con la historia de vida y la correspondencia de Pablo de la Torriente Brau, para terminar en la decisión que tomó el revolucionario de partir a España: «(…) no me arrastra ninguna aspiración de mosquetero. Voy simplemente a aprender para lo nuestro algún día. Si algo más sale al paso, es porque así son las cosas de la revolución».[12]

También con protagonismo de Pablo de la Torriente llega el trabajo Cuba: exilio y nación. Balance final y resultados. 1995–2015, de la investigadora Ana Suárez Díaz.[13] A diferencia de los trabajos comentados hasta aquí, en este su autora ofrece un enjundioso desarrollo de los elementos metodológicos que la acompañaron durante las dos décadas del estudio. En este sentido, el(la) historiador(a) encuentra un particular valor en la sistematización que realiza para ubicar como categoría central «el exilio cubano» durante la «república neocolonial cubana», así como en la descripción de la vida (y resultados parciales) de un proyecto estructurado en 1995 con el nombre Cuba: exilio y nación, 1926–1936. Además, resulta atractiva la caracterización de los «estudios de caso»: Fernando Ortiz (1930–1933) y Pablo de la Torriente Brau (1935–1936) –vistos en su condición de «exiliados»– y la construcción de una «historia de vida» con un fuerte anclaje en las colecciones epistolares.

Más allá de la patada en el trasero a Siqueiros

Rafael Acosta de Arriba se empeña en superar este affaire, ocurrido durante los días del Congreso Cultural de La Habana en 1968. En sus palabras: «Sería lamentable, como hasta ahora parece suceder (tal es el olvido de este Congreso por la historiografía cultural cubana y la literatura), que (…) se recordase solamente por el escandaloso incidente de la patada por el trasero que la poetisa y delegada Joyce Mansour le propinó a David Alfaro Siqueiros en plena Rampa habanera…».[14] Esto nos lleva a la principal tesis de este trabajo que, con el título El Congreso olvidado,[15] ocupa páginas en la compilación: la condición de «olvidado» que marca al Congreso Cultural de La Habana celebrado en enero de 1968.

Acosta de Arriba recupera el evento y, para ello, describe (y analiza) el contexto en que se realiza, pero especialmente su propia dinámica y sus conexiones con la gente en Cuba (y su proyecto revolucionario herético) y el mapa cambiante –o potencialmente cambiante– del mundo:

«Dos revoluciones, la china y la cubana, pugnando por atravesar las dificultades inherentes a esos procesos, el movimiento guerrillero de América Latina contrayéndose pero en activo, el despegue del feminismo, el comienzo del encrespamiento gay, la proliferación de los campamentos y comunas hippies, el minuto de esplendor del existencialismo, la revuelta sexual, Argelia, los procesos descolonizadores africanos, el difícil y complejo concepto de Tercer Mundo encarnando lentamente en acciones que le insuflaban oxígeno vital, el surgimiento de la viedoesfera, el auge de las nuevas izquierdas, las luchas por los derechos civiles de los negros y otras minorías en los Estados Unidos, la guerra de liberación vietnamita hiriendo de gravedad a las fuerzas más agresivas y retrógradas de los gobernantes y los grupos de poder económico norteamericanos, la Primavera de Praga con sus truncados advenimientos, el turbulento mayo francés; en fin, el rostro de la rebeldía, bello, místico y romántico a un tiempo, el rostro del Che inmortalizado por la fotografía de Korda, emergiendo como bandera para todo este vasto movimiento de cambios: cambiar al hombre, cambiar el mundo, la vieja fórmula rimbodiana y marxista, rebelde, levantisca y revolucionaria anidada en un rostro».[16]

El autor, recientemente galardonado con el Premio Nacional de Investigación Cultural, se inserta así en una discusión sobre los sesenta y los setenta cubanos y, particularmente, acerca de los vínculos entre política, revolución, cultura, literatura y arte, que ha cobrado especial fuerza en los últimos veinte años. Más allá de los silencios que acompañan al cónclave estudiado y que acertadamente –en mi criterio– expone Acosta de Arriba, este trabajo viene a problematizar –sin que ello excluya la posibilidad de disentir de sus opiniones– las ubicaciones «cronológicas» de la «sovietización» del proyecto revolucionario cubano, las alianzas y rupturas con la intelectualidad de izquierda internacional de la época, las porosidades entre intervenciones públicas del Che (discurso de Argel, 1965) y Fidel (clausura del Congreso Cultural, 1968), el peso específico que tuvieron (o no) para esas alianzas y rupturas con la intelectualidad acontecimientos como la censura de PM, el cierre de Lunes de Revolución y la polémica Casa de las Américas / Mundo Nuevo, entre otros.

Por último, aprovechando la importancia que atribuye Acosta de Arriba a la manera en que se preparó el evento, partiendo de las redes entre intelectuales cubanos y extranjeros y la correspondencia mantenida entre ellos/as; me interesa destacar la red del propio autor para recopilar información sobre el Congreso Cultural. En este sentido, da cuenta (y cita) entrevistas realizadas a Graziella Pogolotti, Fernando Martínez Heredia, Roberto Fernández Retamar, Aurelio Alonso, Ambrosio Fornet, Manuel Pérez, Juan Valdés Paz, Jorge Ibarra, Margaret Randall (Estados Unidos), Híber Conteris (Uruguay), Federico Álvarez, José Manuel Caballero Bonald, Elena Aub (hija de Max Aub), José M. Castellet y Alfonso Sastre (España).

Oda al «intrusismo»

En una reciente entrevista a propósito de los 25 años de la revista Temas su director, Rafael Hernández, decía: «La idea de que solo un grupo de investigadores deba escribir sobre un tema, con su única manera de verlo, y nadie más publique o se ocupe de ese problema es ajena a la naturaleza de las ciencias sociales y humanísticas, y al fomento de un pensamiento dialéctico. De esa manera no se puede desarrollar una cultura cívica y política, ni conectarla con el conocimiento».[17] Esta idea puede trasladarse a la práctica que ha mantenido durante varios años el Instituto Juan Marinello, que se refleja en Cultura: debate y reflexión.

No resulta extraña entonces la variedad de temas y enfoques que signan el mencionado volumen. A los textos comentados aquí, ubicados con mayor precisión en lo que se define como Cultura Histórica, se unen experiencias del trabajo pedagógico con La Edad de Oro de José Martí, el estudio de los juguetes tradicionales cubanos, registros diversos de la “actividad comunitaria”, miradas a la literatura escrita por mujeres en América Latina y a los discursos sobre racialidad que aportan las féminas cultivadoras del rap, acercamientos al tema de los derechos de los niños en dialogo con el mundo audiovisual, preocupaciones y problemáticas que tocan a los jóvenes cubanos en correlatos con las desigualdades, la marginación, la participación, el consumo cultural y el acceso y uso de las «nuevas tecnologías de la información y la comunicación», entre otros.

Pero esta amplitud, este «intrusismo» va más allá de ser un reflejo de «lo que se hace». Implica una comprensión cultural de la sociedad –que no es exclusiva del Marinello como institución de investigaciones y es compartida por otras–, que cuestiona los linajes y autoritarismo intelectuales, la fragmentación, el derecho de exclusividad sobre determinadas fuentes, las simplificaciones de eso etiquetado como “encargo social”, y un largo etcétera.

Expresión de ese «intrusismo», con todo lo que falta en esta selección, Cultura: debate y reflexión está lejos de ser un mapa de la investigación cultural cubana. Pero no aspira a ello, cumple bien con su propósito de ser una pieza, una más, que sus lectores deberán unir a otras en un dialogo «intenso, polémico y controversial, como toda conversación severa en busca de la verdad».[18]

Notas:

[1] Caridad Massón Sena (comp.). Cultura: debate y reflexión. Anuario. Instituto Cubano de Investigación Cultural Juan Marinello, 2017. p. 11.

[2] Fernando Martínez Heredia. De negros de Cuba a cubanos negros. En Caridad Massón Sena (comp.). Cultura: debate y reflexión. Anuario. Instituto Cubano de Investigación Cultural Juan Marinello, 2017. p. 16.

[3] Ídem.

[4] Fernando Martínez Heredia. Op. Cit. p. 19.

[5] Amaia Pérez Orozco. Un antídoto contra el miedo. La Tizza. https://medium.com/la-tiza/un-ant%C3%ADdoto-contra-el-miedo-e4daf5ecf817.

[6] Fernando Martínez Heredia. Op. Cit. p. 16.

[7] Fernando Martínez lo define como «un problema circunstancial». Ver Fernando Martínez Heredia. ¿Cómo investigar la Revolución cubana? (I). La Tizza. https://medium.com/la-tiza/c%C3%B3mo-investigar-la-revoluci%C3%B3n-cubana-i-2d5a9c18ce7a.

[8] Frank García Hernández. Cuba: la mala hora del trotskismo. En Caridad Massón Sena (comp.). Cultura: debate y reflexión. Anuario. Instituto Cubano de Investigación Cultural Juan Marinello, 2017. p. 30.

[9] Frank García Hernández. Op. Cit. p. 35.

[10] Pueden mencionarse, entre otros, Cada tiempo trae una faena… Selección de correspondencia de Juan Marinello Vidaurreta. 1923–1940 (2004), Como un leño en un incendio. Julio Antonio Mella. Selección de textos (2008), El continente de los posible. Un examen sobre la condición revolucionaria (2008), Andando en la historia (2009), El santo derecho a la herejía. La idea del socialismo cubano en Raúl Roa García de 1935 a 1958 (2010), Una hija reivindica a su padre. Entrevista a Rita Vilar (2011) y Comunismo, socialismo y nacionalismo en Cuba. 1920–1958 (2013).

[11] Caridad Massón Sena. La postrevolución en la mirada incisiva de Pablo de la Torriente Brau. En Caridad Massón Sena (comp.). Cultura: debate y reflexión. Anuario. Instituto Cubano de Investigación Cultural Juan Marinello, 2017. pp. 43–55.

[12] Carta de Pablo de la Torriente a Raúl Roa. 18 de agosto de 1936. Citado en Caridad Massón Sena. Op. Cit. p. 54.

[13] Ana Suárez Díaz. Cuba: exilio y nación. Balance final y resultados. 1995–2015. En Caridad Massón Sena (comp.). Cultura: debate y reflexión. Anuario. Instituto Cubano de Investigación Cultural Juan Marinello, 2017. pp. 55–71.

[14] Rafael Acosta de Arriba. El Congreso olvidado. En Caridad Massón Sena (comp.). Cultura: debate y reflexión. Anuario. Instituto Cubano de Investigación Cultural Juan Marinello, 2017. p. 81.

[15] Como aclara una nota editorial, este trabajo es una síntesis de la investigación que recibió el Premio Anual de Investigaciones del Ministerio de Cultura de Cuba en 2014.

[16] Rafael Acosta de Arriba. Op. Cit. pp. 88–89.

[17] Disamis Arcia Muñoz y Fernando Luis Rojas. “Temas”: 25 años buscando respuestas a nuestras interrogantes. Entrevista a Rafael Hernández. En http://www.cubadebate.cu/especiales/2019/03/16/temas-25-anos-buscando-respuestas-a-nuestras-interrogantes/.

[18] Rafael Acosta de Arriba. Los signos mutantes del laberinto. Instituto Cubano de Investigación Cultural Juan Marinello, 2010. p. 28.


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