Este 12 de junio, un año después de la muerte de Fernando Martínez Heredia
Por: Alejandro Gumá
“No propongo nada razonable para cambiar el mundo. Considerado de una manera razonable el mundo seguirá igual, y lo más probable es que se ponga peor. Será venciendo a lo imposible y doblegando a la lógica que conquistaremos más justicia y más libertad, y abriremos camino hacia un mundo nuevo”. Fernando Martínez Heredia[1]
I. A propósito de “Cuba en la encrucijada”, su último libro publicado
No he podido hasta hoy escribir sobre Fernando. Un año ya de fildear por última vez la llave lanzada desde su “palomar”, a donde nadie iba nunca a ser amaestrado. De pronto, esta selección de ensayos me lo devuelve. Primera obra de sobrevida que lo emparienta con Francisca, la de Onelio[1], y nos recuerda que de los testamentos más valiosos solo se heredan “faltantes”.
¿Por qué inicia este libro como mismo terminó A la mitad del camino[2], su antecesor? ¿A qué se debe la recurrencia –epílogo en uno y prólogo en otro– de “Días históricos, épocas históricas”, el artículo que motivó en Fernando la reapertura de la embajada norteamericana en La Habana el 14 de agosto de 2015? Si aquel viernes no fue un día histórico –al decir terminante del autor–, ¿por qué volver a dedicarle páginas?
Ante la prolija adjudicación a aquellos sucesos –tanto en medios nacionales como internacionales[3]– de un estatuto reservado para fechas del peso del 10 de Octubre, el 24 de Febrero o el 1ro. de Enero, parecía que la respuesta de Fernando se concentraba exclusivamente en el desmontaje de tal adjudicación. Y aunque, en efecto, ello hizo desde el comienzo, declara ya casi al final del texto:
“Eventos internacionales como los del viernes 14 son muy ruidosos y sumamente publicitados, pero lo decisivo para la política internacional de todo Estado son siempre los datos fundamentales de su situación y su política internas. La cuestión realmente principal es si el contenido de la época cubana que se está desplegando en los últimos años será o no posrevolucionario”[4].
Las cuestiones fundamentales no siempre aparecen al principio.
Con su síntesis de las cartas a favor que tienen tanto los Estados Unidos como Cuba en la disputa –y administración– de sus negociaciones bilaterales, Fernando sitúa en nuestra cancha las ventajas de que sacan partido el imperialismo y la burguesía para derrotarnos. Aprovechan menos sus habilidades y concertaciones que nuestras debilidades y retrocesos.
Dentro de este último par se hace notable el crecimiento del papel del dinero como sostén de la calidad de vida y los consumos, proceso acentuado desde la crisis de los 90 en Cuba, que ha generado niveles de desigualdad y pobreza casi desconocidos antes.
En el trabajo que dedica a examinar los “Cambios y permanencias en la Cuba contemporánea” Fernando presenta el tránsito de una situación “en la que las relaciones entre los esfuerzos laborales y los consumos y la calidad de vida eran muy indirectas”[5] a otra en que “los ingresos directos que se obtienen desempeñan un papel grande en esos consumos y en la calidad de vida”[6].
El impacto que ha provocado esa realidad en las representaciones, los valores, la conciencia y las ideas da cuentas de un cambio que tampoco puede subestimarse. Una cultura no socialista y del privilegio –más o menos disimulada– se ha cebado. Como consecuencia ideológica, una franja en el país se siente ajena a la revolución, a las militancias y “contaminaciones políticas”[7]. El apoliticismo, aunque no es expresivo siempre de iguales motivaciones, constituye una variable que afecta la hegemonía de lo revolucionario en Cuba. Queriendo deslindarse de los asuntos políticos –¿cuáles no lo son?– en rigor quienes se sienten al margen terminan por no saber a qué realidad sirven.
Pero Fernando no hace de “lo central” la engañosa neutralidad de los que aspiran a permanecer “en el medio” de todo. De ahí que nunca interviniera su pluma en el debate reciente sobre “centrismo”[8], que, tal como aconteció, hizo aguas lejos de los desafíos más acuciantes. Para Fernando lo central siguió siendo la desideologización –y conservatización[9]– de amplios sectores del pueblo, que está en la base de las supuestas “no tomas de partido” y del repliegue a ámbitos familiares y privados. Se ha vuelto tan férrea esa desideologización en la vida cotidiana, que el debate sobre “centrismo” –por ejemplo– quedó prensado en y reducido a contendientes sin pueblo detrás. Por eso estimo que no pudo ser, al cabo, identificada como una discusión entre corrientes, sino entre individuos.
Las preguntas de Fernando van más allá de algunas de las que fueron ventiladas entonces. En el vórtice[10] del proceso de “normalización” de relaciones bilaterales con Estados Unidos, por ejemplo, se –nos– interroga sobre algo fundamental que no atañe a negociaciones entre Estados –con mayúscula–, sino al estado –con minúscula– de salud de “lo revolucionario” en Cuba: “¿Llegaremos a ser un país normal?”[11]
Al capitalismo y su geopolítica imperial les costará más trabajo deglutirnos si somos boscosos dentro. Armado de esa certeza, el antimperialismo de Fernando opera la mayor parte del tiempo como obrero agroforestal y no como guardafronteras:
“No podemos separar las respuestas a la política imperialista de las acciones dirigidas a defender y profundizar nuestro socialismo: en realidad estas últimas serán lo decisivo”[12].
Entre las continuidades que el autor registra durante los últimos 60 años, un rasgo que pondera es la mayor amplitud y riqueza de la dimensión política de la sociedad cubana respecto a su sistema político. Además, “una política social basada en principios” que combate la expansión de desventajas y exclusiones, “las enormes capacidades de formación general, técnica y científica”, “la pacificación de la existencia personal y familiar” y “el carácter colectivo de las hazañas”[13].
Todos ellos son potenciales y acumulados de cultura para “mantener” y “desarrollar” –dos infinitivos que en Fernando contraen nupcias[14]– la revolución socialista de liberación nacional.
La combinación de los cambios y permanencias ha configurado resultados contradictorios: tenemos “desgraciadamente, barrios marginales, pero no tenemos seres humanos marginales, que hayan interiorizado su inferioridad y su destino. Nuestros investigadores estudian la pobreza en el país, pero no tenemos clases subalternas”[15].
La propuesta que lanza el autor de que a la sociedad cubana no se le encierre en condición de “objeto de estudio”, y se asuma en cuanto “sujeto actuante” para resolver sus problemas, nos pone de frente al asunto de la participación, la democracia –palabra del socialismo– y el poder repartido junto con los frijoles.
En esa tarea de ganar para la profundización del socialismo una participación cada vez más directa y efectiva de la gente, deben andar juntos “la activación de muchos medios organizados que no están siendo eficaces ni atractivos, y la creación de nuevos espacios y mecanismos para fomentar la actuación y la creatividad populares”[16].
Los restantes textos de la sección I del libro –“Problemas del socialismo cubano”, “Repensando el socialismo cubano” y “Ciencias sociales cubanas: ¿el reino de todavía?”– contienen juicios y análisis que resumo a continuación en 5 puntos. Como todas las selecciones, la que sigue obedece a mis inquietudes, y a la necesidad –que defiendo– de ganar conciencia sobre lo que debemos modificar en nuestro campo:
- La creación de “un bloque entre las fuerzas e instituciones sociales y políticas”[17], y de un “bloque intergeneracional” es fundamental, pero no puede lograrse a partir de que sean suplantadas las especificidades de alguno(s) de los elementos puestos en relación, sino –antes bien– de asumir la diversidad como fortaleza[18], como plenitud franqueada por el cambio revolucionario en Cuba, y actuar en consecuencia.
- Al abordar la transición socialista, como al “trabajar con conceptos que se refieren a movimientos que existen y luchan en los ámbitos públicos”[19] debe distinguirse entre los enunciados teóricos y las experiencias prácticas, entre el “deber ser” y el “ser”. Las luchas cotidianas por el avance de la liberación de las personas y las sociedades, y los niveles que ellas alcanzan, son el brazo puesto en acción de las teorías que sirven: las que tienen brazo.
- El predominio del economicismo y el pragmatismo en órdenes fundamentales para los cambios sociales del país constituye un dato del “ser” en la etapa actual de la revolución. La falta de una economía política en la coyuntura actual es funesta para las políticas económicas en curso[20].
- “Fomentar el hábito de pensar y el debate a escala del pueblo”[21] es imprescindible para que las propuestas del proceso de Actualización del Modelo Económico y Social Cubano de Desarrollo Socialista –su “deber ser”– no terminen siendo postradas por una implementación –su “ser”– que adolezca de falta crónica de control popular. “¿Cuáles son las alternativas de política económica que tiene el país? ¿Qué consecuencias prácticas está teniendo la política dominante en curso?”[22], son preguntas que exigen a las ciencias sociales el cumplimiento sin sujeciones de su papel esclarecedor.
- La “adecuación” o “ajuste” de la revolución a los condicionamientos adversos de su situación interna o externa, enfoque que se explicita en los documentos rectores de la “Actualización…”[23], recorta su alcance emancipador, desestimula la audacia popular y favorece la resignación y el oportunismo. Hoy y siempre, “la creación del socialismo depende básicamente del desarrollo de actividades calificadas y conscientes que no se correspondan, sino que sean superiores a las necesidades y las constricciones”[24].
El autor “cierra” esta primera parte con tres preguntas[25] que le provocó el análisis –para su presentación– del libro de Camila Piñeiro Harnecker, Repensando el socialismo cubano. Propuestas para una economía democrática y cooperativa[26]. Vale la pena anotarlas y volverlas guías de nuestras búsquedas y afanes:
1. “¿Cómo aprovechar, estimular o modificar las motivaciones y actitudes de los individuos –sin ellas no habrá socialismo–, cuando el poder socialista resulta autoritario y es tan abarcador en la economía, la política, la formación y la reproducción ideológica y la vida cotidiana, y en la medida en que se burocratiza tiende a desalentar o impedir las iniciativas de las personas?”
2. “¿Cómo lograr que prevalezca el internacionalismo sobre la razón de Estado?”
3. “¿Cómo lograr que prevalezca el proyecto liberador sobre el poder, cuando, además de todo, el poder que existe es responsable desde la asignación justa de los recursos hasta la mayoría de las decisiones en las materias relevantes, la defensa del país frente al imperialismo y los enemigos internos, y las relaciones con los países, las empresas y las instituciones internacionales en un mundo regido por el capitalismo?”
En la medida en que avanza la lectura se evidencia el valor que da Fernando a la reiteración de ideas orientadoras en la coyuntura actual. Toma párrafos prestados de artículos suyos en medios digitales o de intercambios sostenidos a lo largo del país. Convoca una y otra vez a pelear, a organizarnos de un modo diferente. Es la escritura de quien debe salir sin demora a hablar a algún lado, es la palabra de quien debe llegar de inmediato a escribir en aquella computadora suya, abandonada a la obsolescencia, pero que no lo abandonó nunca. A flor de piel se le siente el apuro a Fernando en estas páginas. Apuro de decir, de sembrar ideas que movilicen, que junten, que anticipen ejes de consenso para la actuación que reclama el futuro inminente.
La sección II examina la estrategia norteamericana hacia Cuba desde el restablecimiento de los nexos diplomáticos, que había roto unilateralmente Estados Unidos ante el empuje y la clara vocación socialista de la revolución cubana.
Una constante en este apartado es el reclamo del autor para que lo que hagamos en el terreno cultural sea condicionado por nuestras necesidades y problemas, y no por el curso de las negociaciones entre ambos gobiernos, o sea, actuar para fortalecer la situación revolucionaria y no en busca de ventajas en la negociación[27].
De lo contrario, la soberanía en Cuba no tendría el valor político anticapitalista que tiene. A ella –la soberanía– le está negado decidir “autónomamente” sobre la introducción y “administración” del capitalismo en el país, o de cuotas suyas por las que cobremos impuestos, desentendiéndonos de sus implicaciones sociales, ideológicas, culturales. Primero porque fue el socialismo el que nos ganó el ser soberanos, y segundo, porque el capitalismo en Cuba no podría ser sino “cómplice y subordinado a Estados Unidos”[28].
Deseo detenerme en un ensayo de la profusión historiográfica de “La visita anterior”. Allí, Fernando repasa las circunstancias de la visita de Calvin Coolidge a Cuba, único presidente norteamericano que arribó a la isla antes que Barack Obama. Desde el exergo que utiliza, de Julio Antonio Mella, deja claro Fernando lo terminante de las opciones en juego en el contexto en que escribe: “Coolidge y Sandino son los nombres que simbolizan el momento presente. Toda la antítesis de la situación histórica está definida aquí”[29]. Lo mismo hace con “O Cuba o Washington”, título que dio su radicalismo martiano a otro artículo no recogido en este libro, siglo y medio después de que el Apóstol escribiera “O Yara o Madrid”.
Y rescata como una metafórica alerta para el siglo XXI en Cuba lo que le dice José Miró Argenter a la república posrevolucionaria inaugurada en 1902: “La mente se abisma al solo pensamiento de lo que hubiera acaecido en este país, viviendo los dos Maceo en el período de la primera intervención americana y en medio de las grandes miserias que han venido después (…)”[30]. Sabemos a quienes aludía Fernando en el presente valiéndose de aquella cita. Con la historia, madre y maestra, hablaba a los desafíos de hoy.
Ensayos como “La visita anterior” adelantan, en la dimensión interna de la situación nacional, el carácter terminante –no obstante la diversidad con que se presenta– que llegará a tener muy pronto una disputa irreductible a sus expresiones diplomáticas “bilaterales”, una disputa no entre dos gobiernos, sino entre dos modos opuestos de vivir: profundización audaz del socialismo o transición capitalista con ribetes de “desarrollo sostenible”. Evaluar por cuál de estos dos saldos se encaminan los cambios sociales y el escenario actual en el país, no debiera corresponder solo a comisiones que rinden cuenta periódicamente bajo el manto de un “voto de confianza” concedido a su actividad, sino al pueblo, que ha confiado plenamente en el proyecto revolucionario, a él ha consagrado sus energías, su talento, su conciencia política, su resistencia, y por él exhibe con dignidad y orgullo en su palmarés los costos de una lealtad que se ganaron recíprocamente la conducción de Fidel y Raúl, y el sostén que ha dado a sus liderazgos personales y al proceso revolucionario el sujeto popular.
Así como la guerra sandinista fue la antítesis real de los propósitos de la Sexta Conferencia Panamericana llevada a cabo en La Habana en 1928, el desarrollo político –y solo a partir de ahí, económico– del socialismo cubano será la antítesis real de los intentos renovados de Estados Unidos por apoderarse de Cuba, y de la protoburguesía interna –que no pierde oportunidad para extenderle manos al funcionariado– por irse anexando posibilidades de extensión social para sus relaciones e historias de éxito.
No servirá de nada que el valladar contra el capitalismo, los árboles que hoy se han de poner en fila, se erija desde los ministerios si no se levanta y renueva en el corazón de la gente, en el diseño y conducción populares de estrategias efectivas. Hay que cortarle al dinero la acumulación en curso de bases sociales.
Cuando responde a la invitación reiterada de Obama a olvidar el pasado y solo mirar hacia delante, se refuerza en Fernando una idea: olvidar la historia es comenzar a no tenerla. La memoria forma parte de lo que arrebata la colonización a los pueblos, sea en forma cruda y abrupta, o mediante llamados sonrientes que se hacen lo mismo en programas humorísticos que en declaraciones oficiales.
Por eso pide reivindicar el patriotismo de honda raíz popular entre nosotros. Su contenido es revolucionario, su sustancia es de liberación; no podría ser usufructuado por quienes comienzan a asumir posturas nacionalistas pero intentando desligarlas del radicalismo en que se fraguó la unión de la independencia y la justicia social, a la vez como conquista y proyecto.
Sobre los nacionalismos sin apellidos y las funciones políticas e ideológicas que pueden desempeñar entre nosotros, recomiendo la lectura de “La batalla cubana actual y la estrategia norteamericana”[31].
El texto previene también contra los usos esencialistas de la cultura, que la homologan con lo deseable y la cuantifican. Fernando, en cambio, se adentra en el contenido de la cultura que se produce y consume. Por eso afirma: “El avance real del socialismo en Cuba dependerá en gran medida del afianzamiento y la expansión en el seno del pueblo de una cultura determinada, anticapitalista y creadora a la vez de goces, nuevas necesidades y educación”[32]. Desde esta óptica, no es viable puerilizar la lucha contracultural haciendo de objeto de confrontación lo que no pocos llaman –erróneamente a mi juicio– “seudocultura”, que no existe en definitiva, pues es cultural toda realidad pensada, sentida, significada y transmitida. No es cercenándole su estatuto cultural como mejor negaremos y enfrentaremos a la cultura capitalista, sino identificando en la especificidad subyugante de sus potencias y plenitudes culturales el foco de la oposición a ella y de su superación.
El pensamiento de Fernando, tan capaz de entender que las totalidades no se circunscriben a sus manifestaciones públicas, nos advirtió sobre las implicaciones más hondas de la puesta al día del imperialismo en su propósito de vencer al proyecto socialista en Cuba. Ilustro su agudeza con dos párrafos esclarecedores:
“Es obvio que Estados Unidos no ha abandonado en modo alguno su objetivo estratégico de destruir el tipo de sociedad que hemos creado y desmontar el poder vigente en ella, sobredeterminar y ser guía y beneficiario del regreso al capitalismo del país y disminuir su soberanía nacional. Aunque lo dice dentro de reglas de urbanidad y hasta de manera amable, no lo oculta, y esa sinceridad puede confundir si nos limitamos a tomarla, con cierta ingenuidad, como una prueba a nuestro favor de su intención última y, a la vez, un reconocimiento que hace de su fracaso previo y de nuestra fuerza moral. En realidad, todo eso forma parte de una manera de hacer política, en la que el poderoso exhibe una seudo “transparencia” que intenta ir sumando a la víctima a su designio, o desconcertarla con la supuesta honestidad del verdugo, e inclusive dividirla y volverla contra sí misma a partir de la esperanza de que aquello podría serle total o parcialmente conveniente”.[33]
“Desde sus intercambios con el cómico más famoso de nuestra televisión hasta su discurso televisado del martes ha hecho todo lo posible por caernos bien, ha creído halagarnos con algunas citas y elogios seleccionados, y ha expresado su confianza en que, como niños muy prometedores que somos, creceremos bien y llegaremos a abrazar y cultivar los valores superiores que estados Unidos encarna, practica y defiende a través del planeta entero. Cumplió bien su papel, mientras los otros encargados del conjunto de la estrategia norteamericana cumplían los suyos”[34].
Ahora, con la nueva administración, lo aparente es que se modificó en 180 grados la estrategia norteamericana. Pero como enseña Fernando, no debemos hacer de lo que se ve, el todo. La escala de agresividad que predomina ahora a nivel de discurso pudiera estar cumpliendo la función de distraernos del avance de los recursos suaves que impulsó el sistema imperialista en la última etapa de Obama, y exacerbar entre muchos el deseo de que se retorne a una situación más favorable para visas, viajes y compras. Es decir, Trump pudiera estar cumpliendo el papel de un paréntesis grosero para que, por contraste, el deseo hacia las “buenas maneras” de Obama crezca al punto de olvidar o restar importancia al cometido final de dichas “golosinas” del trato. No debemos, por tanto, suponer rupturas entre una administración y otra, aunque los circos de la política norteamericana las resalten. Una misión del pensamiento revolucionario seguirá siendo la de identificar la profunda continuidad, al menos en lo que a Cuba respecta, entre ambas estrategias.
El tercer grupo de textos guarda la identidad temática del primero. Por tanto, solo me referiré a lo que considero amplía o completa.
Puedo imaginar –y quienes lo acompañaron darán fe de ello– la emoción de Fernando al integrar la delegación cubana que asistió a la VII Cumbre de las Américas en Panamá en abril de 2015, hecho al cual le dedica un recuento en el libro.
Sustituir con vivencias las consignas vacías fue una enseñanza de aquella experiencia “donde nadie hablaba de unidad y todos éramos uno…”[35].
Al reproducir su opinión acerca del tema “gobernabilidad democrática” del Foro de la Sociedad Civil que acompañó el evento, Fernando reacciona contra el término, que intentó adosárseles a los participantes para abordar la dimensión política de sus sociedades, y lo sustituye por el de “sociedad y política en la Cuba revolucionaria”.
Luego de las precisiones conceptuales, argumenta la participación del “pueblo cubano” –nunca utiliza la noción de “sociedad civil”– en la política no como un evento esporádico, sujeto a la intermitencia de los procesos a los que la categoría de “gobernabilidad democrática” se refiere en los países centrales del capitalismo, sino como un valor del sistema político de transición socialista, que este no debe perder, so pena de que se desdibuje su condición socialista.
Aunque a algunos, quizás pacientes de lo que Fernando llamaba “colonización mental de izquierda” les parezca paradoja, la revolución cubana nos granjeó una democracia superior al fusionar dos órdenes de realidades que desde la teoría se identifican como “sociedad civil” y “sociedad política”. Cuando en la historia de las últimas décadas estos ámbitos han tendido a separarse, ello ha denotado también una mayor distancia entre lo que Fernando llamaba “el poder” y “el proyecto”. Comenzar a asumir, como síntoma de salud democrática, una separación entre sociedad civil y política, donde la primera le hace el contrapeso a la segunda es diluir al cabo los avances de la revolución en i) redistribuir junto con la riqueza, el poder, ii) socializar al máximo el aparato estatal, y comenzar a aceptar para cada caso (i y ii) cuotas restringidas. Si la realidad cubana encuentra esas categorías más cómodas para definirse que, por ejemplo, “los humildes” –aquel gentilicio unitario con que Fidel Castro proclamó el socialismo– será porque la realidad de hoy habrá perdido un terreno ganado por la de ayer.
Al abordar el fenómeno de las tecnologías, Fernando llama a estar alertas contra la idiotización a que inducen sus usos meramente intuitivos y la aparente neutralidad de sus programas, que, sin embargo, condicionan a fondo el tipo de participación digital de las mayorías, y van configurando un sujeto acoplado al carácter empobrecido de esa participación. Cuando pide “trabajar con ellas”, entiendo que Fernando se refiere no solo a usar las posibilidades tecnológicas de forma creadora y audaz, en el margen existente para ello, sino a usarlas también para la creación de instrumentos de comunicación y pensamiento nuevos, más funcionales al campo de quienes trabajamos por el desarrollo de una cultura de liberación. Quizás por esa razón nos llama a combatir la conversión del pueblo en público[36].
En “Los más humildes también crearon la nación” Fernando señala “la escasa o adversa valoración del período de 1959 a hoy”[37] como resultado del “desconocimiento de sus hechos, sus problemas y sus logros”[38]. Frente a esta situación siempre lo vi defender la perentoriedad con que deben ponerse al acceso de todos, no solo del gremio de los científicos sociales, las fuentes que le corten paso a ese desconocimiento y a la caída de los niveles de implicación con el proyecto socialista de liberación nacional que el mismo acarrea.
Sin embargo, le pide a la crítica ser secundaria siempre respecto a la actuación y se descubre al joven Marx, apedreador de farolas londinenses, en su demanda: “No es la crítica la gran transformadora, sino la revolución”[39]
En este artículo demuestra Fernando la condición esclavista que tuvo el capitalismo colonial cubano y desbarata el dogma etapista de los “regímenes sociales sucesivos” que “aprendimos” en la escuela. Al hacerlo nos ayuda además a identificar el racismo como una función de la dominación de unas personas sobre otras que encontraba más eficaz hacerles creer a los oprimidos –para formarlos como agentes de su sometimiento– que eran inferiores por atributos naturales antes que explotados por intereses sociales. Por el grado de permanencia que tuvo y su naturalización es que Fernando identifica el racismo como un rasgo distintivo de la cultura del país[40] que debe combatirse con método y resolución mediante la comprensión de las condicionantes del presente que perpetúan su reproducción cultural y la renuevan, su desnaturalización e inscripción “en un combate general por la libertad, la justicia social y la soberanía nacional que será determinante para toda una época histórica”[41]. Debemos lograr que estas luchas no se desliguen de las luchas por el socialismo cubano, que no se sectorialicen ni sean asuntos exclusivos de comisiones o gremios profesionales. Fernando llama a la lucha antirracista a no ceder en su identidad específica dentro de la nacional, pero a inscribirse en una batalla más amplia que ella: la batalla por el socialismo. El antirracismo, como la lucha contra todas las dominaciones, no es una cuestión de sus víctimas, sino de revolucionarios[42].
Fundamenta la incapacidad de la burguesía cubana de constituir una clase nacional, con tal de preservar su dominación hacia adentro, sobre la fuerza de trabajo que explotaba. Sus representantes consintieron ser dominados desde fuera, primero por España, luego por los yanquis, aunque ello implicara la perpetuación del estado de dependencia del país. Unificada su condición de amos y subalternos, el único modo de romper eficazmente con el engranaje que representó este tipo de dominación dentro del sistema capitalista mundial fue unificando también, mediante la violencia revolucionaria, el carácter político y social de la liberación.
Fernando habla de los elementos comunes entre las corrientes políticas del siglo XIX y del papel de las revoluciones no solo en la consecución de los cambios sociales a gran escala, o en la formación de una identidad nacional de entraña popular, sino de los cambios culturales en las personas, que las hacen ser superiores a sus circunstancias, pero también, a sí mismas, a sus taras y valores heredados. Las capacidades diferentes de los subsistemas sociales (educativo, comunicacional, familiar, etc.) para operar esos cambios en las personas, a las que tanto se apeló para enseñar el orgullo de ser cubanos y de actuar como tales frente a las castraciones republicanas burguesas neocoloniales fueron siempre parciales y retardadas en ausencia de las revoluciones, esos eventos unificadores de las capacidades de subversión y cambio que andan siempre diseminadas en el tejido social. De ahí que Fernando reconociera en las revoluciones el valor educativo más eficaz y expedito, por cuanto ellas fueron –han sido– la única vía factible para resolver en los plazos más breves las cuestiones fundamentales en Cuba. “¿Será necesaria una quinta revolución para zanjar a tiempo las cuestiones que comienzan a ser decisivas este siglo?”, lo escuché preguntar(se)(nos) varias veces. Mediante la explicación histórica, Fernando nos convoca a cortar las “posibilidades evolutivas”[43] que permitirían a las posrevoluciones establecerse y perdurar.
Para poner al servicio de todos, la verdadera historia de cuba, esa que reivindique al sujeto popular como eje de los heroísmos, Fernando convoca al conocimiento social y le pide a las disciplinas científicas que burlen la peor tradición contenida en ese sustantivo –disciplina– y adjetivo –científica–. Les exige a las políticas y estrategias el manejo de esos saberes y su conversión en “guía”, que sean socializados y aprovechados para encontrar soluciones revolucionarias, y no de otro tipo, a los dilemas que enfrenta hoy el país. Nos pide que emprendamos tamaña tarea a través de las instituciones “que hoy están corriendo un fuerte peligro de sufrir un deterioro y un desprestigio que solo servirían a nuestros enemigos”[44], pero recomienda apelar, al mismo tiempo y sin esperar por nada “a iniciativas que movilicen y pongan en acción grupos de trabajadores y sectores sociales que cuentan con capacidad y con espíritu revolucionario suficientes para hacerlo”[45].
A todo esto nos llama Fernando para impedir a tiempo, con la profundización del socialismo, que Cuba pueda ser recolonizada mediante la restauración del capitalismo y la naturalización entre nosotros de sus comportamientos, motivaciones y sentimientos, lo cual dependería no de “una gigantesca conspiración, sino de una progresiva aceptación que se vaya convirtiendo en consenso, y que reúna tanto la resignación como el entusiasmo, los intereses de lucro y poder y las esperanzas de gente común, las iniciativas y la inercia, los sucesos y las nuevas costumbres”[46]. La Seguridad del Estado debería tomar más en cuenta, para un trabajo encaminado a fortalecer esa otra decisiva “seguridad del proyecto” –que apenas oímos mentar– dicha advertencia de Fernando.
A lo largo de la III sección del libro, su autor propone enfrentar la pelea de símbolos, que no cesa, con instrumentos que rebasen las disposiciones jurídicas, legales, y a partir de trabajar todos por que las realidades cotidianas se parezcan a lo que los símbolos enuncian. La disociación entre ambos –símbolos y realidad– nos haría más débiles frente al enemigo: “(…) perder el orgullo de ser cubano, ver iniquidades como hechos naturales, ser corrupto, asumir horizontes de sobrevivencia o de intereses mezquinos, es debilitar la patria frente al imperialismo y a un posible regreso al capitalismo”.[47]
Concluye el libro, en su IV sección, con dos intervenciones inaugurales de los talleres: “Ese extraño y apasionante drama… 50 años después: El socialismo y el hombre en Cuba” y “Lenin en 1917. De las Tesis de Abril a El Estado y la Revolución”, que realizamos en el Instituto Cubano de Investigación Cultural “Juan Marinello” en octubre de 2015 y abril de 2016 respectivamente.
Esas palabras de Fernando nos traen de vuelta a un Che y un Lenin que para hacer triunfar las ideas más revolucionarias dentro del campo revolucionario, y a las revoluciones mismas a que se consagraron, debieron fracturar con sus prácticas –como mejor se fractura– el sentido común, y fundamentar el quiebre desde las ideas.
Dice el Che en 1964: “¿Por qué pensar que lo que «es» en el período de transición, necesariamente «debe ser»? ¿Por qué justificar que los golpes dados por la realidad a ciertas audacias son producto exclusivo de la audacia y no también, en parte o en todo, de fallas técnicas de administración?”[48]
El libro todo es un fresco de los problemas actuales, ejercicio de pensar conducido desde un asombroso ritmo periodístico y una conjugación de la inmediatez y la profundidad que evidencian la capacidad de Fernando para no desactualizarse en cuestiones esenciales. El oído en el subsuelo, los pies indetenibles en la tierra y la mirada al frente.
Notas
[1] Cardoso, Onelio Jorge: “Francisca y la muerte”, en: http://bibliotecadigital.ilce.edu.mx/Colecciones/index.php?clave=francisca&pag=2
[2] Martínez Heredia, Fernando: A La mitad del camino, Editorial de Ciencias Sociales, La Habana, 2015.
[3]Ver: http://www.juventudrebelde.cu/cuba/2015-08-14/minuto-a-minuto-ceremonia-oficial-de-reapertura-de-embajada-de-estados-unidos-en-cuba; http://www.cubahora.cu/politica/john-kerry-en-la-habana-otro-dia-historico-para-cubaus?reply_to=25985; http://www.granma.cu/mundo/2015-08-14/estados-unidos-inaugura-oficialmente-su-embajada-en-cuba
[4] Martínez Heredia, Fernando: “Días históricos, épocas históricas”, en http://www.cubadebate.cu/opinion/2015/08/20/dias-historicos-epocas-historicas/#.Wx5scIpZ0dU
[5] Martínez Heredia, Fernando: “Cambios y permanencias en la Cuba contemporánea”, en Cuba en la encrucijada, Ruth Casa Editorial y Editora Política, La Habana, 2017, p.25.
[6] Ibídem, p.25.
[7] Ídem., p.26.
[8] Para una lectura de las distintas posiciones al respecto véanse las compilaciones: Centrismo en Cuba: otra vuelta de tuerca hacia el capitalismo, Editorial Cubasí, La Habana, 2017, disponible en http://videos.cubasi.cu/Centrismo_en_Cuba_Otra_vuelta_de_tuerca_hacia_el_capitalismo.pdf y ¿“Centrismo” o ejercicio de la libertad ciudadana en Cuba? Cuba Posible, Cuaderno # 49, La Habana, 2017, disponible en https://cubaposible.com/wp-content/uploads/2017/10/Cuaderno-49-Para-Web.pdf
[9] Martínez Heredia, Fernando: “Cambios y permanencias…” Ob.cit., p.26.
[10] Fernando Martínez Heredia escribe “Cambios y permanencias en la Cuba contemporánea” para ser leído el 14 de octubre de 2015, casi un año después de realizados los anuncios del restablecimiento de relaciones bilaterales entre Cuba y Estados Unidos.
[11] Martínez Heredia, Fernando: “Cambios y permanencias…” Ob.cit., p.26.
[12] Ídem., p.30.
[13] Ídem., pp.27–28.
[14] Desde el discurso oficial se insiste en “defender las conquistas de la Revolución”. Mas para que dicha defensa no sea verbal, sino práctica, debe asentarse en el desarrollo –sin ninguna pausa, y con cierta prisa– de esas mismas conquistas. “El gran dilema planteado es desarrollar el socialismo o volver al capitalismo. No servirá aferrarse meramente a lo que existe…”, Martínez Heredia, Fernando: “Problemas del socialismo cubano”, en Cuba en la encrucijada, Ob.cit. p.36.
[15] Martínez Heredia, Fernando: “Cambios y permanencias…” Ob.cit., p.28.
[16] Ídem., p.30.
[17] Martínez Heredia, Fernando: “Cambios y permanencias…” Ob.cit., p.32.
[18] Fernando destaca la pluralidad social y las diversidades de formas de hacer política en Cuba como fortalezas: “Que se haya transitado desde las preocupaciones y la tolerancia hasta la integración con prestigio social constituye un gran avance de las dimensiones políticas y sociales, que reconoce a las diversidades como una fuerza extraordinaria del país y una riqueza inmensa”.
[19] Martínez Heredia, Fernando: “Repensando el socialismo cubano” en Cuba en la encrucijada, Ob.cit., p.52.
[20] Ídem., p.51.
[21] Martínez Heredia, Fernando: “Ciencias sociales cubanas: ¿el reino de todavía?” en Cuba en la encrucijada, Ob.cit., p.59.
[22] Martínez Heredia, Fernando: “Repensando el socialismo cubano” en Cuba en la encrucijada, Ob.cit., p.45.
[23] Ver los párrafos 10 y 12 de la Introducción a la “Conceptualización del Modelo Económico y Social Cubano de Desarrollo Socialista: “el modelo se corresponde con las condiciones de la etapa actual…”; “la actualización del modelo (…) se ajusta a las nuevas condiciones internas y el contexto internacional contemporáneo”, p.4.
[24] Martínez Heredia, Fernando: “Repensando el socialismo cubano” en Cuba en la encrucijada, Ob.cit., p.53.
[25] Ídem., p.54.
[26] Piñeiro Harnecker, Camila: Repensando el socialismo cubano. Propuestas para una economía democrática y cooperativa, Ruth Casa Editorial, La Habana, 2012.
[27] Martínez Heredia, Fernando: Cuba en la encrucijada, Ob.cit., p.77.
[28] Ídem., p.79.
[29] Ídem., p.83.
[30] Ídem., p.15.
[31] Martínez Heredia, Fernando: Cuba en la encrucijada, Ob.cit., pp.109–117.
[32] Subrayado del autor
[33] Martínez Heredia, Fernando: Cuba en la encrucijada, Ob.cit., pp.113–114, subrayado del autor.
[34] Ídem., p.115, subrayado del autor.
[35] Martínez Heredia, Fernando: Cuba en la encrucijada, Ob.cit., p.69.
[36] Ídem., p.137.
[37] Martínez Heredia, Fernando: Cuba en la encrucijada, Ob.cit., p.142.
[38] Ídem., p.142.
[39] Martínez Heredia, Fernando: “Al capitalismo hay que combatirlo a muerte”, en http://www.juventudrebelde.cu/cultura/2011-02-05/fernando-martinez-heredia-al-capitalismo-hay-que-combatirlo-a-muerte
[40] Martínez Heredia, Fernando: Cuba en la encrucijada, Ob.cit., p.145.
[41] Ídem., p.180.
[42] “Hay que reconocer que en el combate actual contra el racismo existen profundas diferencias entre la posición oficial de la Revolución y las ideas que manejamos intelectuales como nosotros, por una parte, y lo que sucede en la práctica social, por la otra”. Martínez Heredia, Fernando: Cuba en la encrucijada, Ob.cit., p.182.
[43] Martínez Heredia, Fernando: Cuba en la encrucijada, Ob.cit., p.15.
[44] Ídem., p.167.
[45] Ídem., p.167.
[46] Martínez Heredia, Fernando: Cuba en la encrucijada, Ob.cit., p.164.
[47] Ídem., p.124.
[48] Che Guevara, Ernesto (1964): “La planificación socialista, su significado”, disponible en http://archivo.juventudes.org/textos/Ernesto%20Che%20Guevara/Che%20Guevara,%20La%20Planificacion%20socialisa,%20su%20significado.pdf
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