«No hago política con pulgas»

Por Rosa Luxemburgo

Ilustración: Metmarfil / Utopix.cc

Al cumplirse 153 años del nacimiento de Rosa Luxemburgo, figura central dentro de la tradición marxista y el movimiento revolucionario comunista, La Tizza se acerca a una de las facetas menos conocidas de la luchadora internacionalista, de origen polaco. Lo hacemos con la publicación de esta carta a Luise Kautsky, tomada del libro Vivo más feliz en la tormenta. Cartas de Rosa Luxemburgo a amigas y compañeras publicado por Rara Avis Editorial en 2021.


A Luise Kautsky

Balneario Wenningstedt en el Mar del Norte,

8 de agosto de 1901

¡Queridísima Lulu!

Si bien recién estamos a 8 y hasta el 11 todavía faltan 4 días, no quiero tentar a las oficinas de correo de Sylt[1] ni pedirles cosas sobrehumanas, por eso prefiero escribir hoy y no pasado mañana, para que mi ramo perfumado y colorido de felicitaciones y buenos deseos, sí o sí, vuele a tiempo sobre su regazo o a sus pies. Si le hablo de perfumes y colores, no es solo calculando su imaginación de la vista y el olfato, sino que presupone también para mí –¡por amor a usted!– una muy esforzada imaginación de los mismos sentidos. Es que quien viaja a Sylt debe decirles adiós hasta nuevo aviso a todos los colores y perfumes. Imagínese una isla tan llana que de un extremo al otro se ve aun la torre más mínima, tan pelada y despojada de árboles y arbustos que, de cierto modo, uno se siente como en una bandeja de bambú –ninguna elevación, ninguna florcita, nada–, nada de nada, solo el eterno murmullo del mar todo alrededor. Perdón, además acá hay una «Suiza de Sylt»,[2] un fenómeno aún más raro que la Suiza de Teltow-Beeskow-Storkow; es una cadena de diminutas dunas, es decir, colinas de arena, que mi pie se rehúsa a subir por respeto al Rigi[3] que alguna vez pisó; por último, también hay un «acantilado rojo» que la gente viene a admirar de oriente y occidente y que consiste en una colina de arena un tanto puntiaguda… y que no es ni roja ni un acantilado. Acá hice un descubrimiento: la mitad de todo ser –¡qué digo! tres cuartos– es: el nombre. Mientras una cosa no tiene nombre, así sea de lo más importante y majestuosa, no existe; pero póngasele un nombre –uno biensonante, singular, cuanto más raro mejor– a la nada, y la gente acude a raudales, asoma su nariz a los aires, abre grandes la boca y los ojos y exclama: «¡Qué maravilloso! ¡Grandioso!». Así sucede con el «acantilado rojo».

A veces también a la inversa. La primera vez que salí a caminar por la playa y me apuraba, como de costumbre, para empaparme de todas las impresiones a la vez, dirigiendo mi vista hacia todas partes, tocaba todo, lo olfateaba, lo… (Karl, ¡no voy a tolerar ningún chiste atrevido…! Te conozco bien…),[4] entonces noté de repente cómo de cada ola que lamía la playa cuando volvía apurada hacia el mar salía disparado hacia el aire un innumerable enjambre de pequeños seres amarillentos que luego daban saltitos en la playa. Me divertí enormemente atrapándolos, lo que es un trabajo de locos. Al final, lo logré y me convencí de que eran minúsculos cangrejitos, es decir, seres de una estructura acangrejada, como las crevettes rojizas que comemos. Por eso, las bauticé, para mi uso casero, «crevetas», y desde entonces las atrapaba cada vez que salía a caminar y a observar su naturaleza y comportamiento. Sucedió una vez que sorprendí a una de estas «crevetas» comiéndose un mosquito dos veces más grande que ella misma. Entonces le mostré el bicho voraz a una señora que estaba en la playa y se lo presenté, obviamente bajo el nombre que había escogido yo. «No», dijo la señora distante, «no son crevetas, son… pulgas de mar». Usted sabe cómo se siente una persona a la que le destruyen sus más lindas ilusiones, así que no se lo tengo que describir. Dejé caer mi «creveta» inmediatamente y desde entonces las evito y hago como si nunca las hubiera conocido. ¡Brrr! Pulgas de mar. La espina está obviamente (como muchas veces) en un par de sílabas. Tan solo un cambio de nombre y el bicho ya me da escalofríos.

https://medium.com/la-tiza/qu%C3%A9-es-la-econom%C3%ADa-b17dc3b56a1d

Si le parloteo tanto de unas miserables pulgas, es por la escasez –el cielo es mi testigo–. Por todos los dioses, ¿de qué voy a hablar? ¡Si por acá no se ve otra cosa que pulgas de mar!

Por ejemplo, Bloch with family, ¡el Bloch de los «folletines mensuales»! Imagínese, vino y se sentó en la table d’o[5] (como se lo pronuncia acá sistemáticamente), justo frente a mí, vis-à-vis. Y es aun peor. Aquellas pulgas de mar dan saltitos por todas partes, también donde no fueron sembradas, pero al mismo tiempo huyen de las personas y se les escabullen hábilmente de entre las manos; estas, en cambio, me refiero a las pulgas de mar sociales, les saltan encima a las personas, y en este caso son las personas las que tienen que fijarse cómo escabullirse. Y resulta que estoy sentada ahí en la mesa, con toda mi inocencia, metiendo mis narices en los pantalones del señor de Bredow[6] (Karl, ¡cuidado con lo que dice! Y para usted, Lulu, una explicación: Alexis, a través de Mehring), mientras afuera llueve y no hay modo de quedarse en la playa, cuando salta hacia mí una de esas pulgas. «Soy la señora Bloch, usted es la señora Luxemburgo, ¿no?». (¡Encima tal fealdad distinguida que la Gine[7] a su lado parece una [Venus de] Milo! Y no la señora Luxemburgo, sino la señora Bloch). No podía negarlo. ¿Y entonces?, preguntó mi mirada por encima de los pantalones del señor de Bredow. «Quería preguntarle… Usted está tan sola…» (mi mirada cayó a 0° Fahrenheit), «y estaba pensando que se puede hablar también con los adversarios políticos…» (mi mirada expresó la mayor sorpresa, la Venus-Bloch tartamudeó un poco), «entonces quería preguntarle si no quiere acompañarnos…». Evidentemente, sus palabras constituían solo una introducción a un largo discurso entre «adversarios políticos», pero no se llegó al discurso. «Pero no estoy buscando compañía; si la quisiera, encontraría la apropiada, por ejemplo, en Westerland». Y punto. La Venus-Bloch solo pudo repetir: «Ajá, usted no está buscando…», y después solamente intercambiamos nuestros pareceres respecto de si las algas huelen a pescado podrido o no, y en ese momento divisé afuera algo que me pareció interesante, agarré rápidamente los pantalones del señor de Bredow, me calcé el sombrero en el pelo y me despedí formalmente. Desde entonces, las pulgas de toda clase me evitan, ¡pero la idea indignante de que una pulga pudiera creer que es mi «adversario» político…! ¡Qué espanto! Adversario moral, estético, físico… puede ser, pero ¿político? Caramba, no hago política con pulgas.

Ahora, algo más sobre la gente. Paulus [Singer] ya llegó, es decir, a Westerland; estuvo de visita acá, pero no me «encontró», al menos no en el hotel; ir a la playa, donde se puede encontrar a todo el mundo, evidentemente le resultaba demasiado trabajoso, y solo me dejó la indicación de devolverle pronto el gesto. Todavía no lo hice porque hace dos días que el tiempo está horrible. En cuanto salga el sol, me llevará a Westerland, así se lo escribí al buen señor.

¡Ah! Pero no a propósito de esto: antes de partir de Berlín, estuve en el teatro Secession (in gratiam de la visita de mi hermano y mi cuñada). Vale la pena ir, palabra de honor. Si Wolzogen[8] todavía no quebró, vayamos juntas alguna vez, ¿sí?

¿Saben qué es lo más lindo? El fresco. Uno se olvida prácticamente de que es pleno verano, ando todo el tiempo abrigada. Mi día se describe rápido: me levanto, abro el pico bien grande para el desayuno, después estoy panza abajo en la playa hasta el mediodía, por la tarde, en cambio, estoy boca arriba en la playa hasta la cena, y después de la cena estoy, como es mi costumbre, acostada del lado derecho o izquierdo en la cama y duermo. Que así uno se cretiniza poco a poco, bueno, eso ya lo ven en esta carta.

Bueno, Lulu, otra vez, ¡te felicito de corazón! ¡Saludos y besos a todos los que piensan en mí!

Suya

Rosa

Diríjase (si es que se dirige, lo cual sería muy bonito de su parte) a: Doctora R. Luxemburgo, hotel Nordsee, Wenningstedt en Sylt.

¿Cuándo vuelven a Berlín?

Notas:

[1] Isla en el Mar del Norte.

[2] Hace alusión al relieve.

[3] Montaña en los Alpes suizos.

[4] En el original, en el dialecto de Berlín.

[5] Referencia a la pronunciación incorrecta de table d’hôte. Alude a la mesa donde se sirve la comida en el hotel.

[6] Novela de Willibald Alexis, Die Hosen des Herrn von Bredow [Los pantalones del señor de Bredow], Berlín, Adolf, 1846.

[7] Abreviatura habitual de «Regine». Es posible que se refiera a la esposa de Eduard Bernstein.

[8] Ernst Ludwig von Wolzogen había fundado en 1901 en Berlín el teatro Überbrettl como primer café-teatro político en el lugar del viejo teatro Secession.


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