«Mi investigación se abrió paso a través de silencios, omisiones y tergiversaciones»

Entrevista con el profesor e investigador Frank Josué Solar

Por Darío Alejandro Escobar

Foto: Pedro Pablo Chaviano / La Tizza

La Tizza comparte esta entrevista realizada al profesor universitario e investigador Frank Josué Solar, que publicó El Caimán Barbudo el pasado 24 de octubre.

https://medium.com/el-caim%C3%A1n-barbudo/frank-josu%C3%A9-solar-mi-investigaci%C3%B3n-se-abri%C3%B3-paso-a-trav%C3%A9s-de-silencios-omisiones-y-9466ff438c0


Hace unos meses se presentó — en físico — en el Salón de los Mártires de la FEU de la Universidad de La Habana: Entre la carta y el asalto, un volumen que explica con detalles aspectos desconocidos por el público hasta este momento, sobre las relaciones del Directorio Estudiantil Universitario y el Movimiento 26 de Julio. Su autor, el historiador y profesor de la Universidad de Oriente Frank Josué Solar Cabrales, ha tenido la valentía, el compromiso y el rigor para hacer una investigación sobre un asunto aún muy escabroso de la Historia de Cuba. Lo ha hecho de manera excelente si respetamos la opinión de un sabio como el Dr. Eduardo Torres Cuevas. Este es un libro corto, pero muy interesante, sobre todo para los amantes de la historia de los movimientos revolucionarios cubanos. Acerca de las circunstancias de la realización de la obra, los obstáculos y futuros proyectos conversamos con su autor.

¿Cómo llegaste al tema del libro?

Este es un libro nacido de la urgencia, de la necesidad de hacer participar a la Historia, con rigor y objetividad, en la batalla por la defensa del proyecto revolucionario cubano.

De sus cuatro capítulos, los tres primeros son artículos que se publicaron originalmente en el 2019, en el contexto de una polémica generada en las redes sociales alrededor del 13 de marzo, donde al lado de visiones muy interesantes y enriquecedoras hubo también versiones manipuladas que buscaban tergiversar la historia del Directorio Revolucionario y el asalto al Palacio Presidencial en función de determinadas agendas políticas dirigidas contra la Revolución. El colectivo editorial La Tizza, al que le agradezco profundamente, me brindó el espacio para publicar estos artículos en medio de ese debate digital. La intención no era intervenir directamente ni responder a nadie en particular, sino contribuir con el aporte de algunos elementos de juicio que podían servir a una mejor comprensión del devenir del Directorio y sus relaciones con el Movimiento 26 de Julio durante la insurrección contra la dictadura de Batista, un tema al que le he dedicado varios años de investigación y estudio.

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Tuve la suerte y el privilegio de que llegaran a las manos del Dr. Eduardo Torres Cuevas, quien me impulsó a reunir esos artículos y convertirlos en un libro. Consideró que su socialización en formato impreso sería útil para el debate sobre la historia de la Revolución cubana. A la ampliación de los tres artículos iniciales, que recogían desde los antecedentes de la firma de la Carta de México hasta el desarrollo de las acciones del 13 de marzo de 1957, añadí un cuarto capítulo que abordaba las consecuencias e implicaciones inmediatas del asalto a Palacio, e incluí como anexos documentos originales del Directorio, la mayoría de los cuales permanecían inéditos.

¿Cuáles fueron las mayores dificultades para la investigación?

La investigación profundizaba en temas muy sensibles para el decurso revolucionario cubano. A lo largo de la indagación, fui descubriendo cuestiones de las que nunca se había hablado antes, o se había hecho muy poco, porque fueron realmente complicadas en su momento y habían afectado, incluso, relaciones humanas a nivel de la vanguardia de la Revolución.

Después de 1959 hubo una especie de pacto no escrito, de olvidar todo lo que había separado antes a los revolucionarios y concentrarse en la unidad para enfrentar los desafíos que tenían por delante.

Quizás el momento más visible de ese proceso fue el juicio a Marquitos, el delator de Humboldt 7, cuando Fidel dijo: «hemos hecho una revolución más grande que nosotros mismos, más grande que las organizaciones de cualquiera de nosotros», y llamó a no pensar más en las filiaciones anteriores, sino en el programa de transformaciones que juntos debían cumplir, y en el poderoso enemigo común. Eso implicaba dejar atrás todos los malentendidos, borrar todos los desencuentros y discordias del pasado, porque mencionarlos podría revivir enconos y provocar divisiones.

La investigación tuvo que abrirse paso a través de una enrevesada maraña de silencios, omisiones y tergiversaciones para arrojar luz sobre su objeto de estudio. Otra dificultad de peso radicó en el acceso a la documentación primaria del Directorio Revolucionario, que no cuenta con un archivo o fondo destinado a recoger su papelería original.

Un historiador tan respetado como el Doctor Eduardo Torres Cuevas elogió profusamente el libro. ¿Cómo te sientes después de ver tu trabajo impreso?

Al Dr. Eduardo Torres Cuevas no me cansaré de agradecerle todo su empeño e interés en la publicación del libro, en medio de las condiciones materiales tan difíciles por las que atraviesa el mundo editorial cubano. En el año 2017, un texto resultante de mi tesis doctoral, dedicado al análisis de las relaciones entre el Directorio Revolucionario y el M-26–7 durante todo el periodo de la insurrección, ganó el Premio de Ensayo Histórico-Social «Juan Pérez de la Riva», convocado por la Uneac. Como parte del premio, otorgado por un prestigioso jurado, el ensayo ganador debía publicarse en un libro por Ediciones Unión. Sin embargo, hasta la fecha de hoy, cinco años después, debido a serias dificultades con la disponibilidad de papel, que al parecer afectan de forma impar a las distintas editoriales, esa obra no se ha podido imprimir.

Te imaginarás entonces la satisfacción inmensa que sentí cuando vi un ejemplar físico de «Entre la carta y el asalto», que ya había tenido la suerte de salir el año pasado en una versión digital, gracias a la colaboración entre las editoriales Imagen Contemporánea y La Luz. Fue la realización de un sueño largamente acariciado. A esa alegría se le suma el enorme orgullo que me provocan las palabras de elogio de Torres Cuevas al libro y a mi labor investigativa. Que el volumen sea considerado «nutriente para explicar, comprender y pensar mejor la historia de la Revolución cubana», por quien es paradigma y referente entre los historiadores cubanos, y una de las cumbres de nuestras ciencias sociales, constituye un extraordinario honor que atesoro como un regalo muy preciado. Para que la felicidad fuera completa, el libro fue galardonado además con el Premio de la Crítica Histórica «Ramiro Guerra», otorgado por la UNHIC en este año 2022.

¿Continúas la saga investigativa? ¿De qué se trata?

En el mismo estilo y formato de este libro, pretendo continuar con otros similares, centrados en periodos y momentos específicos de la historia de la insurrección, relacionados con el complejo proceso de construcción de la unidad opositora a la dictadura de Batista. De tal suerte,

el proyecto más inmediato sería uno dedicado al Pacto de Miami y la Junta de Liberación Cubana, quizás uno de los capítulos más confusos y con muchos aspectos aún por esclarecer en la lucha antibatistiana.

Le seguirían otros, dirigidos a profundizar en los contactos establecidos entre las fuerzas insurgentes para la Huelga del 9 de abril de 1958, en las gestiones y coyunturas que llevaron a la firma del Pacto de Caracas en el verano de 1958, en la diversidad de sectores armados que operaban en el Escambray y la labor unitaria que desplegó allí el Comandante Che Guevara. Cerraría el ciclo el estudio de la integración de las organizaciones revolucionarias después de enero de 1959.

¿Cuál crees que sea la utilidad de un libro como este para el presente?

Espero que el libro pueda ser útil de varias maneras. Para contribuir a explicar, desde una perspectiva comprometida con el proyecto revolucionario, algunos de los temas de nuestra historia reciente que han permanecido relegados al olvido o a un segundo plano, entenderlos en el contexto en que se produjeron, las motivaciones, los acumulados, qué está detrás de cada documento, de las acciones de cada sujeto del proceso insurreccional.

Todos los espacios vacíos que dejemos sin abordar constituyen una especie de agujeros negros, que serán aprovechados siempre por los enemigos de la Revolución para tergiversar, descontextualizar, y construir una narrativa favorable a sus intereses y propósitos. Para evitar su manipulación, la historia revolucionaria precisa ser reconstruida no en blanco y negro, sino con todos los colores, con las equivocaciones y errores de todos, y también con sus rectificaciones.

Como decía Eusebio Leal, aquí todo puede ser explicado, no puede haber ningún tema tabú.

En el caso de la unidad revolucionaria, por ejemplo, si la presentamos como una historia «sinflictiva» (para decirlo en términos del humorista Héctor Zumbado), en la que todos estuvieron siempre de acuerdo desde el primer momento, si acaso con diferencias secundarias, le hacemos muy flaco favor a esa generación de combatientes de los años cincuenta y a su vanguardia. Solo podrán valorarse, con justeza, su grandeza, talento y habilidad, y su capacidad para poner los intereses de la Patria por encima de todo, si se comprenden, en su cabal dimensión, las enormes dificultades y conflictos que debieron superar en ese asunto.

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La historia de Cuba es un campo de batalla, donde todas las posturas políticas buscan relatos que las legitimen. A los revolucionarios, más que a nadie, nos resulta vital acercarnos a ella con el mayor rigor y objetividad posibles, porque en nuestra gigantesca tarea de transformar el mundo en un lugar más justo y libre, es una maestra insustituible. Y

si la convertimos en historietas de ficción, cuya única función fuera justificar discursos o necesidades políticas del presente, escaso provecho y lecciones podríamos sacarle. A las caricaturas históricas, totalmente alejadas de la realidad, que nos intentan vender desde la acera opuesta, no podemos sustituirlas con otras similares, de factura propia.

Para aprender de la historia de la Revolución cubana debemos estudiarla sin omisiones y sin prejuicios, en toda su complejidad, como la vida misma, hecha por hombres y mujeres, con sus virtudes y defectos, pasiones y determinaciones, límites y heroísmos. Solo así podrá ser verdaderamente útil.

Una historia reconstruida con todos sus matices tiene el valor añadido, además, de ser mucho más atractiva e interesante que una contada desde la grisura, donde todo transcurrió sin contradicciones, armoniosamente, y de acuerdo con un plan previsto que se fue cumpliendo sin mayores contratiempos.

¿En la presentación, emocionado, agradeciste a varios profesores ya fallecidos? ¿Qué significan para ti?

Los resultados que uno pueda alcanzar en su vida profesional, como investigador, siempre tienen detrás el esfuerzo de muchas personas. En mi caso, eso incluye desde la familia, el pilar fundamental sin el cual nada sería posible, hasta todos los docentes que en los diferentes niveles de enseñanza fueron acendrando la pasión por la historia sembrada desde muy pequeño por mis padres. A ellos les agradecí públicamente ese día por todo lo que soy, por lo que me han aportado. A mis maestros, en especial los de Historia, de primaria, secundaria y preuniversitario, a mis profesores de la carrera en la que siempre será mi casa, la Universidad de Oriente, a los que contribuyeron a mi formación doctoral en la Universidad de La Habana. Me siento afortunado por haber aprendido de todos ellos.

Podía haber mencionado a muchos, cada uno con méritos propios para profesarles un agradecimiento infinito. Pero quise destacar en especial a tres a los que me unen lazos afectivos muy singulares.

Mi primer recuerdo fue para Aníbal, el entrenador del grupo élite de Historia del IPVCE José Martí para participar en concursos, copas y competencias, quien no solo fue el profesor exigente que nos impulsaba a conocer más y ser mejores, sino el amigo cómplice y sabio que nos acompañó en la aventura de la adolescencia.

En segundo lugar, mi tutor de licenciatura, de maestría, de doctorado, Mario Mencía, cuyos consejos y certera guía llevaron a buen puerto mis primeros esfuerzos de hurgar en la historia reciente de nuestro país. Entre tantas cosas que me enseñó, me legó un principio rector de la investigación científica: ponerlo todo en duda.

En tercer lugar, Fernando Martínez Heredia, uno de los intelectuales revolucionarios más lúcidos, rebeldes y coherentes que ha parido esta tierra. Me honró con el privilegio de su amistad y de considerarme su hermano, y tuve la suerte de conocer de cerca la hondura de su pensamiento y su ejemplo de vida, dos referentes esenciales en mi brújula personal.

Para ellos, que siguen a mi lado y me dan fuerzas todos los días, mi homenaje emocionado.


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