Norge Espinosa: “La Constitución, diga lo que diga el Cenesex, demostró que mucho de lo que se creía ganado aún está por conquistarse”.
La decisión de no celebrar la ya habitual Conga por La Diversidad, con la cual el Cenesex abría habitualmente sus Jornadas contra la Homofobia y la Transfobia, ha sido uno de los errores más graves de cuantos pueda haber cometido esta institución. Anunciada esa suspensión como un “ajuste” del programa de esta duodécima edición, tal cosa, sustentada por vagas justificaciones que a solo unos días del desfile multitudinario del Primero de Mayo arrebataba a la comunidad LGTBIQ un espacio que el propio Cenesex ya tenía por ganado, y en el cual se afirmaba el trabajo que desde ese núcleo había conseguido implantarse desde ahí en la agenda social y el propio imaginario de la Nación, vendría a tener un efecto boomerang que sorprendería a todos.
Sin embargo, el error más grave estaba aún por suceder, y cuando un grupo de activistas y miembros de esa comunidad propuso hacer una marcha a lo largo del Prado para no perder el espacio de la calle, Mariela Castro, directora del Cenesex, les acusó desde Facebook no solo de ser una “masa de ignorantes” sino de algo más que en este país es mucho peor: de manipulados por los enemigos políticos de la Revolución, de “lacayismo”. Colgar ese sambenito sobre el cuerpo de personas a las que la directiva de ese centro dice defender, representar y proteger, demostró cuando menos algo muy preocupante: que entre la acción básica que de ella se espera, y la voluntad política entendida como guerra de alto contraste, el Cenesex optaría por lo segundo. “Todos los derechos para todas las personas”, fue el lema de este 2019, y de repente veíamos cómo se escamoteaba el simple derecho de hacerse presente en el breve desfile de cada mayo, justamente, a esas personas que ya lo habían asumido como un elemento explícito de sus biografías.
La marcha alternativa se produjo, a pesar de la tensión que ello implicaba, y sin que ni siquiera el cambio repentino, dictado por el Cenesex, que hizo coincidir el inicio de ese otro desfile con la fiesta programada en un club capitalino, pudiera afectarla. Algo más de 200 personas hicieron el recorrido Prado abajo, hasta que la policía los detuvo ante la estatua de Juan Clemente Zenea y acabó todo como se ve en las redes y en tantos periódicos del mundo. Menos los cubanos. Golpes y atmósfera caldeada contra una manifestación pacífica, en la que se gritaron consignas no contra dirigentes ni representantes del Partido, sino demandas por los derechos que, como el matrimonio igualitario, aún se tardan en llegar a esa comunidad LGBTIQ.
El voto de la Asamblea Nacional que ratificó la nueva Carta Magna no aprobó el decreto que lo avizoraba. Y ello, sumado a la férrea campaña de las iglesias evangélicas, acabó dando a los miembros de esa comunidad un malestar y un desasosiego que la anulación de la Conga acabó por convertir en otra cosa. Porque no se trata del derecho de ser a puertas adentro, ya sea en el Pabellón Cuba o en la cada vez más azucarada Gala del Karl Marx. Sino de ser, plenamente, a fin de no permitir un retroceso que haga aún más vulnerable a esta propia comunidad.
Si se temía que en el Prado las representaciones de esas iglesias provocaran disturbios lanzando fuego y azufre bíblico contra los que marcharían, eso no ocurrió. Se personó ahí la policía, bloqueando el paso hacia el Malecón a los manifestantes, que afirmaron ante las cámaras de la prensa extranjera, en algunos casos, su desacuerdo con el bloqueo y reafirmaron su voluntad como cubanos. El Cenesex, sin demostrar nunca evidencias que hicieran sólida sus acusaciones, habló de una campaña orquestada entre Miami y Matanzas, como si entre Hialeah y Camarioca existiera un impensable fogueo ideológico hacia su sede del Vedado.
Eso también socavó la credibilidad de una institución que ha avanzado en varios sentidos, pero que falla en algo esencial: entender que la amplitud del programa que ellos proponen tiene que ramificarse en muchos otros órdenes de entera diversidad a fin de no ser la barrera de protección-contención de una minoría, sino un proyecto mayor que se articule como apertura hacia otras posibilidades de una Nación más inclusiva, y no solamente en términos de lo que dicte la sexología. Esa tensión apuntada entre a quién se representa y cómo hacer tal cosa desde la línea que la ideología y el deber político impone, viene a ser la encrucijada en la cual ahora mismo el Cenesex ha dado un paso en falso.
Las consecuencias pueden ser graves, y la supuesta unidad de toda una comunidad LGTBIQ cubana se ha resquebrajado. Hay, sí, pensamientos disidentes en relación al Plan Mayor. Y es perfectamente lógico, porque al propio movimiento LGTBIQ que arrancó en 1969 con el motín del Stonewall Inn, en New York, le ha sucedido eso, allí y en muchos lugares del mundo. Ligas, partidos, fracciones y facciones van desgajándose de la acción inicial, y la solución ha estado en las mesas de diálogo. Apoyar una idea de diversidad y presumir que ella no se va a multiplicar justamente en visiones alternativas y alterativas de sus esencias, es no calibrar con exactitud el término de progreso.
Y en ese sentido, el Cenesex está hoy ante la disyuntiva que tantas otras instituciones y valores presuntamente inamovibles están confrontando en la compleja red de anhelos, logros, fracasos y experimentos que es la sociedad cubana, en la cual la homofobia sigue teniendo no pocos representantes, acomodados algunos de ellos en el poder de sus cargos gubernamentales.
Tal vez, si la directiva del Cenesex fuese más hábil, hubiera optado al final por sumarse a aquellos que desfilaron por Prado. Hubiese sido un golpe de efecto, un acto de crecimiento en el diálogo que acaso hubiese resuelto allí mismo una diferencia que ahora deja otras cuestiones en el aire. ¿Se repetirá la Marcha el año próximo, incluso si se vuelve a permitir la Conga? ¿Mariconga o Marimarcha, se dirán gays, lesbianas, transgéneros, pacientes de VIH-sida, etcétera? ¿Tendrán, en el espacio de un año, madurez suficiente los del Cenesex como para asumir las consecuencias de su retirada de la calle para establecer nuevas estrategias mediante las cuales recuperen el protagonismo? Y los que estuvieron en el Prado, ¿podrán cohesionarse como un nodo de fuerza tal como para lograr, en el 2020, no solo una Marcha, sino un conjunto de reclamaciones y convicciones que les permitan alzarse en tanto voz que no necesite de una representación aprobada por la oficialidad para ganar otras visibilidades? La convocatoria desatada en las redes por estos activistas confirma algo más: la población ha comenzado a entender esas herramientas como espacio de debate y proyección también política.
Y los gays, lesbianas, etcétera, discriminados por ser diferentes o supuestamente más débiles, han dado un paso que otros no han podido ni siquiera imaginar. La Cuba de la próxima década se moverá tal vez por estas vías, y hora es que el gobierno reconozca los impulsos de una sociedad civil, que a fin de ganar en carácter, también desde estos canales le exigirá respuestas, aunque al final del debate, como ahora, estén esos golpes que ayudan tan poco a la imagen del país.
Tengo la persistente manía de creer que la mayor parte de las soluciones radica en el diálogo, por difícil que nos sea en Cuba alcanzar tal anhelo. Y la de creer también que antes que lanzar acusaciones sin demasiado fundamento, desde un espacio tan monocromático como la Mesa Redonda, por ejemplo, es en el debate y el ejercicio del criterio fundamentado donde pueden localizarse otras esperanzas. También nos corresponde aprender de los silencios, de aquellos que no se han expresado tras las horas del sábado.
No hay respuesta aún, por ejemplo, de las iglesias evangélicas, pero eso no debe hacernos creer que no estén sacando sus conclusiones. Y a excepción de unos pocos artistas con vergüenza, vale preguntarse dónde están esos que, siendo parte de la comunidad LGBTIQ, o que se han hecho pasar por gente “gay friendly” cuando se les ha llamado a las campañas y tal cosa da buena publicidad, tampoco nada han dicho.
Al menos Cleeve Jones, el activista norteamericano a quien el Cenesex dio uno de sus premios, ya hizo públicos sus comentarios al respecto. Ya han sido doce años de conga, gala, paneles. La Constitución, diga lo que diga el Cenesex, demostró que mucho de lo que se creía ganado aún está por conquistarse. ¿No será hora ya de modificar las maniobras, de abrir terreno a la intervención de otras voces, de obrar no solo desde la voluntad de una institución sino desde la pluralidad de una campaña que nos deje ver como un país verdaderamente diverso? La imperiosa necesidad de crear espacios de confraternidad, de intercambio y equidad también en función de otras causas debería movilizarnos a otras direcciones.
Hay cosas que se consiguen a paso de conga. Y otras, definitivamente, dando el pecho a los golpes.
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