*Tomado de “Apéndices” de La Comuna de París. Historias y recuerdos, de Louis Michel (1898), Biblioteca Anarquista es.theanarchistlibrary.org
Publicado en colaboración con Horizontes Blog
Después de tres años de represión y de matanzas, la reacción ve como en sus manos debilitadas, el terror va dejando de ser útil para gobernar.
Después de tres años de poder absoluto, los que vencieron a la Comuna ven que la Nación escapa de su opresión, recobrando poco a poco vida y conciencia.
Unidos contra la revolución, pero divididos entre ellos, desgastan ese poder de combate con su violencia, disminuyéndolo con sus diferencias, únicas esperanzas para el mantenimiento de sus privilegios.
En una sociedad en la que día a día, desaparecen las condiciones que han posibilitado su imperio, la burguesía trata en vano de perpetuarlo; soñando con el imposible de parar el curso del tiempo, quiere inmovilizar en el presente, o hacer que retroceda al pasado, a una nación que arrastra la Revolución.
Los mandatarios de esa burguesía, ese Estado Mayor de la reacción instalado en Versalles, parece no tener otra misión que la de manifestar su caducidad por su incapacidad política y precipitar la caída por su impotencia.
Los unos llaman a un rey, a un emperador, los otros disfrazan con el nombre de República la perfeccionada forma de servidumbre que quieren imponer al pueblo.
Pero cualquiera que sea el resultado de las tentativas versallescas, monarquía o república burguesa, el final siempre será el mismo: la caída de Versalles, la revancha de la Comuna.
Porque llegamos a uno de esos grandes momentos históricos, a una de esas grandes crisis, en que el pueblo, aunque parece sumido en sus miserias y detenido en la muerte, reanuda con un nuevo vigor su andadura revolucionaria.
La victoria no será la recompensa por un solo día de lucha; pero el combate va a volver a empezar, los vencedores van a tener que contar con los vencidos. Esta situación crea nuevas situaciones a los proscritos.
Ante la disolución creciente de las fuerzas reaccionarias, ante la posibilidad de una acción más eficaz, no basta con mantener la integridad de la proscripción defendiéndola de los ataques policíacos, sino que procede unir nuestros esfuerzos a los de los comuneros de Francia, para liberar a los nuestros, en las manos del enemigo, y preparar la revancha.
Nos parece, pues, que ha llegado la hora de afirmarse, de declararse, para todo lo que tiene vida en la proscripción.
Esto viene a hacer hoy el grupo: LA COMUNA REVOLUCIONARIA.
Porque es hora de que nos encontremos los que, ateos, comunistas, revolucionarios, concibiendo de igual manera la Revolución en sus fines y en sus medios, para reanudar la lucha.
Con esta lucha decisiva reconstituir el partido de la Revolución, el partido de la Comuna.
Somos ateos, porque el hombre no será jamás libre mientras no haya expulsado a Dios de su inteligencia y de su razón.
Producto de la visión de lo desconocido, creada por la ignorancia, explotada por la intriga y sometida por la imbecilidad, esta monstruosa noción de un ser, de un principio al margen del mundo y del hombre, conforma la trama de todas las miserias en que se ha debatido la humanidad.
Es el principal obstáculo para su liberación.
Mientras la mística visión de la divinidad oscurezca el mundo, el hombre no podrá conocerlo ni poseerlo; en lugar de la ciencia y del bienestar, no encontrará otra cosa que la esclavitud de la miseria y de la ignorancia.
Es en virtud de esta idea de un ser al margen del mundo, gobernándolo, como se han producido todas las formas de servidumbre moral y social: religiones, despotismos, propiedad, clases, bajo los cuales la humanidad gime y sangra.
Expulsar a Dios del campo del conocimiento, expulsarlo de la sociedad, es ley para el hombre si quiere llegar a la ciencia, si quiere llegar a la meta de la Revolución.
Hay que negar este error generador de todos los demás; porque a él se debe que desde hace siglos el hombre esté encorvado, encadenado, expoliado, martirizado.
Que la Comuna libere a la humanidad para siempre, de este espectro de sus pasadas miserias, de la causa de sus actuales miserias.
En la Comuna, no hay lugar para el sacerdote: toda manifestación, toda organización religiosa debe ser proscrita.
Somos comunistas, porque queremos que la tierra, que las riquezas naturales dejen de apropiárselas algunos y que pertenezcan a la comunidad. Porque queremos que los trabajadores conviertan el mundo en un lugar de bienestar y no de miseria, libres de toda opresión, dueños al fin de todos los instrumentos de producción: tierra, fábricas, etc.
Hoy, como antaño, la mayoría de los hombres está condenada a trabajar para mantener el goce de un pequeño número de vigilantes y amos.
Ultima expresión de todas las formas de servidumbre, la dominación burguesa ha desprendido los místicos velos que oscurecían la explotación del trabajo; gobiernos, religiones, familia, leyes, instituciones del pasado como del presente, se han mostrado al fin, en esta sociedad reducida a simples términos de capitalistas y asalariados, como los instrumentos de opresión por medio de los cuales la burguesía mantiene su dominio y contiene al proletariado.
Retirando todo el excedente del producto del trabajo para aumentar sus riquezas, el capitalista no deja al trabajador más que exactamente lo necesario para no morir de hambre.
Parece que el trabajador no puede romper sus cadenas, sujeto a la fuerza por este infierno de producción capitalista y de la propiedad.
Pero el proletariado finalmente ha llegado a adquirir conciencia de sí mismo: sabe que lleva en él los elementos de la nueva sociedad, que su liberación será el precio de su victoria sobre la burguesía y que aniquilada esta, las clases serán abolidas y el fin de la Revolución alcanzado.
Somos comunistas porque queremos llegar a este fin, sin detenernos en los términos medios, compromisos que, al aplazar la victoria, son una prolongación de la esclavitud.
Al destruir la propiedad privada, el comunismo derriba, una a una todas esas instituciones de las que la propiedad es el eje. Expulsado de su propiedad, donde con su familia monta guardia como en una fortaleza, el rico no encontrará ya asilo para su egoísmo y sus privilegios.
Con la destrucción de las clases, todas las instituciones opresivas del individuo y del grupo desaparecerán. Su única razón de ser era el mantenimiento de esas clases, la esclavitud del trabajador a sus amos.
La educación accesible a todos proporcionará esa igualdad intelectual sin la cual la igualdad material carecería de valor.
No más asalariados, ni víctimas de la miseria, de la falta de solidaridad, de la competencia, sino la unión de trabajadores en la igualdad, repartiéndose la labor entre ellos, para obtener el mayor desarrollo de la comunidad, el mayor bienestar para cada uno. Porque cada ciudadano encontrará mayor libertad, mayor expansión de su individualidad, en la mayor expansión de la comunidad.
Este estado será el precio de la lucha, y queremos esta lucha sin compromisos ni tregua, hasta la destrucción de la burguesía, hasta el definitivo triunfo.
Somos comunistas porque el comunismo es la más radical negación de la sociedad que queremos derribar, la más clara afirmación de la sociedad que queremos fundar.
Porque siendo doctrina de la igualdad social, es más que toda doctrina la negación de la dominación burguesa, la afirmación de la Revolución. Porque en su combate contra la burguesía, el proletariado encuentra en el comunismo la expresión de sus intereses, la norma de su acción.
Somos revolucionarios, alias comuneros, porque queriendo la victoria, queremos sus medios. Porque entendiendo las condiciones de la lucha, y queriendo cumplirlas, queremos la organización de combate más fuerte, la coalición de esfuerzos; no su dispersión, sino su centralización.
Somos revolucionarios, porque para alcanzar la meta de la Revolución, queremos derribar por la fuerza una sociedad que se mantiene solo por la fuerza. Porque sabemos que la debilidad, como la legalidad, mata las revoluciones, y la energía las salva. Porque reconocemos que hay que conquistar ese poder político que la burguesía retiene celosamente para el mantenimiento de sus privilegios. Porque en un período revolucionario en el que deberán ser segadas las instituciones de la sociedad actual, la dictadura del proletariado tendrá que establecerse y manteniéndola hasta que, en el mundo liberado, no haya más que igualdad en los ciudadanos de la nueva sociedad.
Progreso hacia un nuevo mundo de justicia y de igualdad, la Revolución lleva en sí misma su propia ley, y todo lo que se opone a su triunfo tiene que ser aplastado.
Somos revolucionarios, queremos la Comuna, porque vemos en la futura Comuna, como en las de 1793 y de 1871, no la tentativa egoísta de una ciudad sino la Revolución triunfante en el país entero: la República comunal. Porque la Comuna es el proletariado revolucionario armado de dictadura hacia el aniquilamiento de los privilegios, el aplastamiento de la burguesía.
La Comuna es la forma militante de la Revolución social. Es la Revolución en pie, dominadora de sus enemigos. La Comuna es el período revolucionario del que saldrá la nueva sociedad.
La Comuna es también nuestra revancha, no lo olvidemos tampoco, nosotros que hemos recibido y tenemos a nuestro cargo la memoria y la venganza de los asesinados.
En la gran batalla, entablada entre la burguesía y el proletariado, entre la sociedad actual y la Revolución, los dos campos están bien delimitados. La confusión solo es posible para la estulticia o la traición.
Por un lado todos los partidos burgueses: legitimistas, orleanistas, bonapartistas, republicanos conservadores o radicales; por el otro el partido de la Comuna, el partido de la Revolución, el viejo mundo contra el nuevo.
La vida ya ha abandonado varias de esas formas del pasado, y las variedades monárquicas a fin de cuentas se liquidan en el inmundo bonapartismo.
En cuanto a los partidos que, bajo el nombre de república conservadora o radical, querrían inmovilizar ala sociedad en la continua explotación del pueblo por la burguesía, directamente sin real intermediario, radicales o conservadores, difieren más por la etiqueta que por el contenido. Más que ideas diferentes, representan las etapas que recorrerá la burguesía antes de encontrar su ruina definitiva, en la victoria del pueblo.
Fingiendo creer en el engaño del sufragio universal, quisieran hacer aceptar al pueblo esa forma de periódico escamoteo de la Revolución; querrían ver el partido de la Revolución, que dejaría por eso mismo de serlo, entrando en el orden legal de la sociedad burguesa, y la minoría revolucionaria abdicando ante la opinión mediocre y falsificada de mayorías sometidas a todas las influencias de la ignorancia y del privilegio.
Los radicales serán los últimos defensores del mundo burgués extinguiéndose; alrededor de ellos se agruparán todos los representantes del pasado, para librar la última batalla contra la Revolución. El fin de los radicales será el fin de la burguesía.
Apenas saliendo de las matanzas de la Comuna, recordemos a todos aquellos que estuvieran tentados de olvidarlo, que la izquierda versallesa, no menos que la derecha, impuso la matanza de París, y que el ejército de los asesinos fue felicitado tanto por los unos como por los otros. Versalleses de derecha y de izquierda deben ser iguales ante el odio del pueblo; porque contra él radicales y jesuitas siempre están de acuerdo.
Por lo tanto no cabe error, y cualquier compromiso, o cualquier alianza con los radicales debe ser considerado una traición.
Más cerca nuestro, vagando entre los dos campos, o incluso perdidos en nuestras filas, encontramos a hombres cuya amistad, más funesta que la enemistad, demoraría indefinidamente la victoria del pueblo si llegara a seguir sus consejos, o se dejara engañar por sus ilusiones, limitando más o menos los medios de combate a los de la lucha económica, predican en grados diversos, la abstención de la lucha armada, de la lucha política.
Erigiendo en teoría la desorganización de las fuerzas populares, parecen estar frente a la burguesía armada, cuando de lo que se trata es de concentrar los esfuerzos en un combate supremo, no queriendo más que organizar la derrota y entregar al inerme pueblo a los golpes de sus enemigos.
Sin entender que la Revolución es la marcha consciente y voluntaria de la humanidad, hacia la meta que le asignan su desarrollo histórico y su naturaleza, ponen sus fantasiosas imágenes contra la realidad de las cosas y querrían sustituir el movimiento rápido de la Revolución por la lentitud de una evolución de la que dicen ser profetas.
Propugnadores de medidas incompletas, provocadores de compromisos, pierden las victorias populares que no han podido impedir; perdonan con pretextos piadosos a los vencidos, defienden con pretextos de equidad a las instituciones, los intereses de una sociedad contra los que el pueblo se había sublevado.
Calumnian a las revoluciones cuando no pueden ya despopularizarlas.
Y se llaman comunalistas.
En lugar del esfuerzo revolucionario del pueblo de París para conquistar el país entero para la República Comunal, ven en la Revolución del 18 de marzo un movimiento en favor de las franquicias municipales.
Reniegan de los actos de esta Revolución que no han entendido, sin duda para cuidar de los nervios de una burguesía a la que saben salvar su vida y sus intereses. Olvidando que una sociedad no perece sino cuando el desastre alcanza tanto a sus monumentos y a sus símbolos como a sus instituciones y sus defensores, quieren descargar a la Comuna de la responsabilidad de la ejecución de los rehenes, de la responsabilidad de los incendios. Ignoran, o fingen ignorar, que es por la voluntad del Pueblo y de la Comuna unidos hasta el último momento, por lo que han caído los rehenes, los sacerdotes, los gendarmes, los burgueses, y se han provocado los incendios.
En cuanto a nosotros, reivindicamos nuestra parte de responsabilidad en esos actos justicieros que castigan a los enemigos del pueblo, desde Clément Thomas y Lecomte hasta los dominicos de Arcueil; desde Bonjean hasta los gendarmes de la calle Haxo; desde Darboy hasta Chaudey.
Reivindicamos nuestra parte de responsabilidad en esos incendios que destruían instrumentos de opresión monárquica y burguesa o protegían a los combatientes.
¿Cómo podríamos fingir compasión por los seculares opresores del pueblo, por los cómplices de esos hombres que desde hace tres años celebran su triunfo con el fusilamiento, la deportación, el aplastamiento de todos los que han podido escapar a la inmediata matanza?
Aún estamos viendo aquellos asesinatos sin término, de hombres, de mujeres, de niños; aquellos degollamientos que hacían correr a torrentes la sangre del pueblo en las calles, los cuarteles, las plazas, los hospitales, las casas.
Estamos viendo a los heridos sepultados con los muertos; vemos Versalles, Satory, los paredones, el presidio, Nueva Caledonia. Vemos París, a Francia, encorvadas bajo el terror, el continuo atropello, el permanente asesinato.
¡Comuneros de Francia, proscritos, unamos nuestros esfuerzos contra el enemigo común! ¡Que cada uno, en la medida de sus fuerzas, cumpla con su deber!
El Grupo: La Comuna Revolucionaria. Aberlen, Berton, Breuillé, Carné, Jean Clément, F. Cournet, Ch. Dacosta, Delles, A. Derouilla, E. Eudes, H. Gausseron, E. Gois, A. Goullé, E. Granger, A. Huguenot, E. Jouanin, Ledrux, Léonce Luillier, P. Mallet, Marguerittes, Constant-Martin, A. Moreau, H. Mortier, A. Oldrini, Pichon, A. Poirier, Rysto, B. Sachs, Solignac, Ed. Vaillant, Varlet, Viard.
Londres, junio de 1874
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