Por Julián del Casal
El autor (La Habana, 1863–1893) fue un poeta y escritor cubano y uno de los máximos exponentes del modernismo en Latinoamérica
Habana, 1.º de agosto de 1890
Sra. Magdalena Peñarredonda[1]
Mi buena e inolvidable amiga:
Cuando me disponía a dirigirle severos reproches por su largo e inmotivado silencio, me trajo el correo un sobre que contenía dos retratos, uno de Poe y otro de Turguéniev, enviado por usted; pero sin una sola línea, contra lo que esperaba, para refrescar un momento mi corazón.
Nada le digo de los retratos, porque usted adivinará la sorpresa agradable que me proporcionó el recibirlos.
He sabido, por Ana María, que está usted pasando una temporada divertidísima en uno de los pueblos cercanos a New York y que, por ahora, no piensa usted volver.
Lo primero me agrada, pero lo segundo no.
A pesar de que estoy colocado en La Discusión, gano lo suficiente para cubrir mis necesidades y gozo de simpatías generales, nunca he estado más aburrido, más desencantado y más descontento que ahora. Estoy como una persona que se encontrara de visita en una casa de gentes insoportables y no pudiera salir a la calle porque estaba cayendo una tempestad de agua, viento, vapor y truenos. Estoy de Cuba hasta por encima de las cejas. Ya no veo nada.
Y más que de Cuba, de sus habitantes.
Solo he encontrado, en estos tiempos, una persona que me ha sido simpática.
¿Quién se figura usted que es? Maceo.[2]
Ya sabrá usted que vino a La Habana por algunos meses. Pues bien; nadie me ha agradado tanto como él.
Es un hombre bello, de complexión robusta, dotado de una inteligencia clarísima y de un gran corazón. Tiene una voluntad de hierro y un entusiasmo épico por la causa de la independencia de Cuba. Este, su único ideal. Aunque yo soy enemigo acérrimo de la guerra, me he convencido, al oírlo hablar, de que es necesaria e inevitable. Creo que dentro de un año estaremos en la manigua. Hay mucha desesperación y, como usted sabe, esa es la que puede llevarnos a pelear. Resumiendo mi juicio sobre Maceo le diré que, después de Carmela y de usted, es la persona que más quiero y la que me ha reconciliado algo con la vida, infundiéndome un poco de amor patrio entre la negrura de mi corazón.
Yo no sé si esa simpatía que siento por nuestro general es efecto de la neurosis que tengo y que me hace admirar los seres de condiciones y cualidades opuestas a las mías; pero lo que le aseguro es: que pocos hombres me han hecho una impresión tan grande como él.
Ya se ha marchado y no sé si volverá.
Después de todo me alegro, porque las personas aparecen mejores a nuestros ojos vistas desde lejos.
Supongo que Carmela le habrá participado que Manolo se recibió[3] y se han ido a Remedios. Allí creo que están bien, sobre todo mejor que en La Habana.
Ana María me encargó que pidiera a París unos libros de Paul Bourget que usted desea y que no se encuentran en La Habana. Ya lo he hecho y vendrán de aquí a mes y medio o dos meses.
Hoy pienso ir a comer con ella y, como es natural, hablaremos mucho de usted.
No se puede usted figurar el deseo que tengo de volverla a ver.
Contésteme pronto y disponga de su amigo que mucho la quiere,
Julián del Casal
P. D.: Dispense en papel, la letra, el estilo y todo lo dispensable, porque estoy ocupadísimo y escribo al vapor.
Notas:
[1] Magdalena Peñarredonda y Dolley (1846–1937). Heroína cubana de la lucha por la independencia. Fue delegada del Partido Revolucionario Cubano en Pinar del Río, cargo que simultaneó con sus labores como correo y agente de las tropas mambisas. En 1898, víctima de una delación, se le confinó en la Casa de las Recogidas, donde permanecería hasta el fin de la guerra, luego de la cual recibió el grado de comandante del Ejército Libertador (Tomado de Leonardo Sarría (transcripción, compilación y notas). Julián del Casal. Epistolario. La Habana: Editorial UH, 2018. p. 439).
[2] Antonio Maceo y Grajales (1845–1896). Lugarteniente general del Ejército Libertador y una de las máximas figuras de la gesta independentista cubana.
[3] Manuel Peláez se tituló de médico en 1890 y fue invitado a Remedios por su tío Federico Laredo para que abriera allí consulta. Decidió trasladarse mejor al cercano poblado de Yaguajay, donde residiría con su familia en la calle Pedro Díaz, n.º 13 (cfr. José Seoane Gallo: Palmas reales en el Sena, Editorial Letras Cubanas, La Habana, 1987, p. 113).
Carta tomada de Leonardo Sarría (transcripción, compilación y notas). Julián del Casal. Epistolario. La Habana: Editorial UH, 2018. pp. 43–45.
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