Nueva serie de La Tizza / Por Fernando Luis Rojas
Capítulo 1: Nace una estrella
No se formó en la cantera de un gran club. En sus inicios jugó bien lejos, allá por China. Donde «los grandes» rematan sus carreras, él la empezó. Con Tabaré Vázquez dirigiendo «la charrúa» fue embajador en el gigante asiático por varios años.
Declaró su amor al viejo luchador, a Pepe Mujica, el señor de los retiros a las granjitas en el campo. Y empezó a jugar con la nacional. «Lucho» fue timonel de la cara uruguaya al mundo entre 2010 y 2015. Contagió a la selección con su obra filantrópica y recibió en Uruguay, como una casa amplia, a varios detenidos de la cárcel de Guantánamo y a familias sirias víctimas de la guerra. Como capitán de la selección, coordinó algún que otro juego en Haití después del terremoto de 2010.
Juego a juego, sin goles pero con prensa, fue haciendo su camino. Para 2014 era estrella fuera del campo: Nike, Adidas, Puma… todas se lo disputaban. Ya en la selección no le querían mucho. Y en 2014 estalló. Fue en ese ¿amistoso? en Montevideo, cuando no era capitán ni iniciaba juegos, que hizo el desplante público a la vinotinto venezolana.
No importaba. Tenía asegurada su entrada a uno de los grandes clubes, a una de esas franquicias — tipo PSG — con gigantescos presupuestos, trofeos domésticos y acuerdos de exclusividad con las televisoras. La sede estaba en el norte y significó un viaje directo, familia incluida, de Margat a Washington. ¿Qué importa la selección nacional?, es Washington, son veinte mil mensuales y glamour.
En marzo de 2015 nacía una estrella. Ante la prensa y la Organización de Estados Americanos (OEA) se servía la mesa del fútbol político. La estrella, «Lucho» Almagro, no necesitaba goles. Le bastaban frases mesiánicas sobre la «división de América» y el «fin de fragmentaciones innecesarias».
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