Por Ernesto Che Guevara: “(…)nuestra pequeña espada, en el ejército de los que luchan contra los poderes imperialistas, ha abierto su brecha en el campo enemigo y ha enseñado que el imperialismo tiene también su Talón de Aquiles(…)”
Texto de Ernesto Che Guevara publicado originalmente en Nuestra Industria Revista Económica # 7 (junio, 1964), pp. 3–8, con el título: “La Conferencia para el Comercio y Desarrollo en Ginebra”
Inmediatamente después de finalizada la Segunda Guerra Mundial, las potencias imperialistas trataron de organizar la división del mundo. En aquel momento estaba dirigida fundamentalmente a preservar los intereses económicos de los Estados Unidos, la más fuerte y la única que había salido indemne del a guerra; fue así como se formó el Fondo Monetario Internacional y el Banco Internacional de Construcción y Desarrollo y cómo, después, en el año 47, se firmaba la carta de La Habana y luego el Acuerdo General de Aranceles, cuyas iniciales en inglés constituyen la sigla GATT, nombre por el cual es conocido. El GATT fue el primer intento de sistematización de las relaciones por parte de los países del área capitalista, bajo el signo del dólar y sobre la base de la explotación de los pueblos oprimidos. Con el correr del tiempo, el nacimiento de nuevas naciones, el desarrollo de la conciencia social en todo el mundo, el GATT fue convirtiéndose, poco a poco, en el mayor instrumento de defensa de los países desarrollados contra la presunta infiltración en sus mercados de productos de otras áreas. Todo esto en el marco de una explotación imperialista acentuada cada vez más, y de una lucha inter-imperialista que fue pasando por distintas etapas y procesos. El bloque socialista se consolidaba, por su parte y surgía, como una nueva fuerza en el mundo, el bloque de los países afroasiáticos que en Bandung daba la primera prueba de su potencialidad.
En el primer momento, en las Naciones Unidas la discusión versaba sobre la necesidad de una conferencia de comercio, conferencia que debía arreglar todas las difíciles relaciones entre un sin número de países de distintos grados de desarrollo y distintos regímenes sociales. Sin embargo, la presión de los países dependientes, llamados hoy púdicamente “en desarrollo”, hace que la conferencia de Comercio adquiera un nuevo título: “Conferencia Mundial para el Comercio y el Desarrollo”. El desarrollo pasa a ser un tema capital en el análisis de las relaciones entre países de distinto grado de avance económico. El intercambio desigual, cuidadosamente enmascarado bajo el fetichismo de las relaciones capitalistas, sale a la superficie y se transforma en el problema principal del momento.
Al mismo tiempo, como fenómeno nuevo en la época actual, el bloque de los países latinoamericanos se reunía en Brasilia para acordar toda una serie de demandas que tenían más de un propósito, pero que estaban encaminadas fundamentalmente a exigir a los Estados unidos y de otras potencias imperialistas mayor ingreso en los mercados y respeto por el precio de sus materias primas y productos básicos exportables.
Al iniciarse la Conferencia, se podía detectar claramente los distintos grupos de países y, en ellos, las distintas actitudes. El grupo de los países socialista llevaba la clara idea de impulsar al máximo el comercio de Este a Oeste y de buscar un acuerdo con los países del grupo de los llamados subdesarrollados, absolutamente mayoritario; por otro lado, los países imperialistas estaban divididos en tres polos de atracción bastante bien diferenciados: por un lado Estados Unidos, por otro Inglaterra, e independiente de éstos aunque con diversas conexiones financieras, Francia y el Mercado Común Europeo. Los distintos países de Europa pertenecientes al Mercado Inglés seguían aproximadamente su línea, los del Mercado Común Europeo la línea francesa, y los países suramericanos, aunque manteniendo contradicciones serias, mantenían cierta fidelidad por los Estados Unidos; por otro lado habían grupos de países asiáticos y africanos que seguían bastante fielmente los dictados de Inglaterra y de Francia, fundamentalmente, algunos respondían a los Estados Unidos y se notaba un cierto número de países de posición independiente. Característica digna de mención es el control que ejercen los imperialistas a través de las nuevas formas de explotación, como el neo-colonialismo. Prueba de ello son las exclusiones selectivas.
La República Federal Alemana, Corea del Sur, Vietnam del Sur y Taiwan, recordaban con su presencia las grandes justicias internacionales: la ausencia de la República Popular China, la República Democrática Alemana, la República Popular Democrática de Corea y la República Democrática de Vietnam. Los imperialistas dominan todavía, en la práctica, las conferencias internacionales y pueden mantener fuera a ciertos países socialistas mientras hacen entrar por la puerta trasera a sus socios de aventura.
Los problemas planteados a la Conferencia son de tal magnitud que es difícil establecer cómo se pueden conjugar para que surja de allí una declaración que conforme a todos y que por todos sea firmada y acatada. Más aún; nos parece imposible a menos que se llegue a ciertas situaciones de transacción en las cuales el documento no diga nada, como es tradicional, por otra parte, en este tipo de eventos.
La razón de existir de imperialismo está precisamente en el intercambio desigual que mantiene con sus colonias económicas; pedir que renuncie a ello, es casi como pedir que renuncie al sistema y al imperialismo no se le puede hacer ese tipo de demanda, hay que conquistarla.
El intercambio desigual luce como una contradicción primordial, pero frente a ella se observaron distintas actitudes en los países imperialistas: Francia, con una poderosa fuerza de países africanos, antiguas colonias que la apoyan y son aliados pertenecientes a un mercado preferencial, se presentó ofreciendo en términos vagos, un aumento en los precios de las materias primas y mayor participación de los subdesarrollados en el mercado. No se puede prever qué tipo de concesiones pudiera hacer, pero es evidente que algo concreto debe ofrecer a cambio de otros bocados apetecibles, por ejemplo, Latinoamérica. Inglaterra, a su vez, presentando una actitud supuestamente abierta, recibía con simpatía los pedidos de sus propias colonias económicas de que no se cediera en el aspecto de los tratados preferenciales y por otro lado proponía un programa bastante parecido al llamado “Plan de Acción del GATT”, intento imperialista de remozar un organismo que la historia ya ha condenado.
Estados unidos no tenía nada que ofrecer y, como lógica consecuencia de esto, sumando a la política arrogante y bestial de sus dirigentes, echó jarros de agua fría sobre las esperanzas de sus dóciles amigos latinoamericanos.
Todo es una consecuencia lógica del desarrollo histórico; Latinoamérica ha comenzado hace tiempo su etapa capitalista aun cuando existen internamente estructuras feudales que conviven con las capitalistas de los distintos países. Sus clases dirigentes tienen muchas afinidades con los Estados Unidos, pero existe, entre ellos, un conflicto difícil de salvar; las clases de Latinoamérica se ven abocadas al problema de cómo hacer para restituir algo de lo que extraen del pueblo de cada país y lograr con esto mejorar las condiciones generales de vida y evitar el estallido de una guerra revolucionaria. En esta encrucijada, y no queriendo dar lo que creen les pertenecen, recurrieron a los Estados Unidos para que éste cediera un parte de sus ingentes ganancias; los Estados Unidos ofrecieron soluciones mediante las cuales no eran sus monopolios los que perdían, sino los intermediarios del país colonizado y, en definitiva, el pueblo. Tal es la filosofía de la Alianza para el Progreso. Esta contradicción no estalla por la presencia del proletariado que cada vez lucha con más claridad por la conquista del poder político y, frente al cual, burguesías importadoras o industriales y burguesías monopolistas extranjeras forman un frente común, esclarecida su mirada por el ejemplo de la Revolución cubana que les da una imagen bastante fiel del porvenir si el pueblo llega a tomar el poder en sus manos.
Este nudo de contradicciones violentas, que no pueden llegar más allá de ciertos límites, es lo que traduce las relaciones entre los más importantes países de América y los Estados Unidos, aun cuando es preciso reconocer que, esta vez, y siguiendo los dictados de Brasilia y de la llamada Carta de Altagracia, casi todos los países de América plantearon una serie de reivindicaciones de tipo económico que configuró en cierta medida un todo único de la América Latina, salvo el caso especial de Cuba, que hizo observaciones a la resolución de Brasilia y fue excluida de Altagracia.
Pocos días después de iniciada la Conferencia un golpe militar derribó el régimen constitucional brasilero, e inmediatamente se vieron los resultados de golpes bien planeados y no ocasionales de los Estados Unidos durante este tiempo. No solamente cayó en Brasil, algún brutal ultimátum sobre Panamá provocó que ese país, rápidamente aceptara las condiciones norteamericanas. Pocos días después, en Laos, se produce un intento de golpe de estado cuyos resultados definitivos no se conocen y en Cuba comienzan nuevas agresiones, mientras, en Ginebra, el llamado “Round Kennedy”, sistema de negociaciones arancelarias en el marco del GATT, se abre paralelo a la Conferencia de Comercio, sin la intervención de Cuba y de ningún país socialista. Son pasos consecuentes de una política bestial pero precisa y consciente. El eficiente granjero de Dallas [1], menos florido que su antecesor asesinado, va, no obstante, apretando las tuercas necesarias para lograr varios objetivos, el objetivo final, es la perpetuación del imperialismo y, tal vez, la liquidación del socialismo; como objetivos inmediatos pretenden mantener todas sus colonias económicas y expandir [sic] su dominio sobre los territorios coloniales de las otras potencias imperialistas en el África y en el Asia.
La muerte de Kennedy significa el paso hacia una nueva política, no distinta en términos generales, porque los imperialistas son imperialistas como primera fase de cualquier definición, peri sí en el grado de agresividad que conlleva. Mientras Kennedy parecía tener algunas ideas consecuentes en cuanto a la coexistencia pacífica, los grupos monopolistas actuales son más escépticos y están dispuestos a caminar al borde de la guerra, como preconizara Foster Dulles, para lograr sus objetivos. En esta primera etapa los objetivos de contención más claros contra el socialismo son Vietnam del Sur y Cuba y en estos dos puntos es donde podrá producirse una chispa que a lo mejor alcanza proporciones de conflagración mundial.
Caído Brasil, los países latinoamericanos establecen una prudente retirada hacia posiciones menos comprometidas y este, uno de los países subdesarrollados y beligerantes, comienza a hablar con otra voz.
El imperialismo norteamericano asegura la lealtad de sus colonias económicas con una victoria pírrica. Franceses e ingleses, menos fuertes, y, por tanto, con más necesidad de maniobra, ofrecen algunos abalorios a cambio de mercados a sus todavía incautos interlocutores. Sin embargo, la actitud básica no puede ser distinta; imperialismo sin mercado es imperialismo caduco, imperialismo que va a la muerte y eso lo saben bien; pero no se trata sólo de que sea un mercado en el término comercial de la palabra; para que el imperialismo pueda ejercer su acción, este mercado debe ser dependiente y, hasta cierto punto, exclusivo, tal como el de los Estados Unidos en Latinoamérica, el de Inglaterra en el Commonwealth y el de Francia en la comunidad africana que lo apoya. Los países subdesarrollados rápidamente se agruparon siguiendo básicamente estas tres líneas, aunque quedaban, como dijimos, el grupo de los países independientes. Esto hizo muy difícil establecer una línea de acción común para todos los países de economía atrasada; los esfuerzos de algunos países independientes, de los países socialistas y del Secretario General de la Conferencia, Dr. Prebisch — claramente alineado con los desheredados — fueron infructuosos. De esta manera se ha hecho difícil de lograr la fuerte unidad natural que debiera existir entre los países socialistas y los países subdesarrollados. La línea general de ambas estrategias, la del imperialismo y el socialismo, debía chocar en torno al problema de la unidad. A los socialistas les conviene la unidad con todos los subdesarrollados contra los imperialistas, a estos les conviene la desunión y la consolidación de bloques dependientes. A pesar de las contradicciones por mercados que mantienen los imperialistas, hubo un tácito entendimiento en no permitir que los deseos de los países dependientes convergieran en un solo haz de voluntades.
En esta primera etapa puede decirse que los países imperialistas han logrado su objetivo y no se ha conseguido una plena identidad de acción entre los países socialistas y subdesarrollados. Esto naturalmente, conduce a la Conferencia a un callejón más cerrado todavía, si cabe, que si se hubiera podido lograr un entendimiento más o menos completo entre los países discriminados y los explotados. Muy probablemente la Conferencia no dé sino una sensación de frustración para todos aquellos que creyeron en alguna posibilidad cierta de mejoramiento de las relaciones de intercambio y de mejoramiento general en las relaciones entre países de tan distinto nivel de desarrollo como son los monopolistas y sus colonias.
La Organización Internacional de Comercio, propuesta por algunos países, no ha dado señales de vitalidad y se habla insistentemente de fórmulas de transacción.
Los imperialistas no han cedido nada; los subdesarrollados reclaman con igual vehemencia concesiones de cualquier país desarrollado, independiente de su sistema social; además, hay un grupo de países que, con fines ulteriores o no, realizan la tarea de apaciguar los ánimos y conciliar las tendencias, y esto se traduce, necesariamente, en una ventaja más para los imperialistas que mantienen posiciones irreductibles y contrarias a todo derecho; cualquier transacción no hace sino que los imperialistas cedan algo de terreno que no les pertenece y los que demandan cedan algo de lo que con todo derecho les pertenece, pero les ha sido arrebatado. Sería largo y demasiado meticuloso para la intención de estas notas e puntualizar las actitudes de cada uno de los distintos países, una a una, pues naturalmente han existido matices en todos los grupos.
La posición de Cuba fue diáfana, planteó primero su posición desde varios ángulos: el de un país subdesarrollado del área del Caribe y, por lo tanto, latinoamericano; el de un país que está en la etapa de construcción del socialismo y el de un país agredido, y habló desde todos ellos. Su acción, durante la Conferencia, se centró en tratar de conciliar las posiciones de los países subdesarrollados para formar el frente lo más amplio posible contra el imperialismo. En esta tarea Cuba debió renunciar muchas veces a encabezar iniciativas propias en beneficio de que estas se lograran; se vio discriminada del grupo latinoamericano, aislada de su hábitat natural, hasta cierto punto ignorada por los países de Asia y de África a pesar de la simpatía general conque [sic] cuenta nuestra Revolución en todo el mundo subdesarrollado y tuvo solo el apoyo y la amistad irrestricta de los países socialistas y de alguno que otro país hermano como Argelia.
Nuestra Delegación entendió que, aun sabiendo que no se puede lograr nada de esa Conferencia, es importante fijar lo más claramente posible los puntos de visa de todos los países en desarrollo y esclarecer los verdaderos derechos de los pueblos y los gobiernos que los dirigen. Si, como es de esperar todo se redujera a pronunciamientos vacíos, la Conferencia de todas maneras habrá tenido gran mérito; el de haber permitido juntar a tan grande y heterogénea cantidad de países subdesarrollados y haberles permitido palpar la comunidad de intereses que los enmarca y la magnitud de los problemas que devoran su economía. Para una etapa posterior quedará que este conocimiento mutuo se plasme en un plan de acción coordinado entre todos los países en desarrollo, que no tengan lacayos como gobernantes, donde Cuba jugará su papel. El esfuerzo de los países socialistas por esclarecer una serie de problemas del comercio no será vano. Aun cuando hoy no rinda frutos, es un antecedente para el mañana. Aun cuando todavía los imperialistas jueguen con las esperanzas de los pueblos y excluyan a capricho países enormemente representativos en el mundo, las fuerzas anticoloniales despiertan con celeridad creciente. Oír como los delegados de algunas pequeñas repúblicas del África Negra contestaban en las comisiones con acento irónico y tono desdeñoso, las afirmaciones de los representantes norteamericanos, ha significado un estímulo para nosotros; nuestra pequeña espada, en el ejército de los que luchan contra los poderes imperialistas, ha abierto su brecha en el campo enemigo y ha enseñado que el imperialismo tiene también su Talón de Aquiles y que vivimos otras épocas del mundo donde ya los barcos norteamericanos no pueden asomarse a la boca de los puertos para dictar sus leyes con una salva de cañonazos.
Cuba ha jugado su papel con dignidad, ha salvado su prestigio de país revolucionario que dice sus verdades a los cuatro vientos, ha reafirmado su posición socialista y no ha tenido miedo de autodenominarse subdesarrollado frente a las timoratas definiciones de país en desarrollo con que se nos bautiza.
En la trinchera de Ginebra, estéril por muchos conceptos, pero rica en experiencias y enseñanzas para todos, la Revolución cubana ha mostrado, una vez más, el papel que le corresponde jugar en la lucha por la emancipación latinoamericana y de todos los países subdesarrollados del mundo.
Notas:
[1] Se refiere a Lyndon B. Johnnson, vicepresidente y sucesor de Kennedy.
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