Por Claudio Katz
El sorpresivo resultado de las elecciones en Argentina afecta seriamente los planes diseñados por las clases dominantes para demoler las conquistas populares. El repunte de Massa, el estancamiento de Milei y el desplome de Bullrich alteran los proyectos de la derecha para debilitar a los sindicatos, desarticular a los movimientos sociales y criminalizar las protestas.
El oficialismo canalizó una reacción defensiva frente a esos peligros. Receptó el rechazo democrático a la rehabilitación de la dictadura, a la justificación del Terrorismo de Estado y a la denigración del movimiento feminista. Los votantes expresaron su decisión de sostener las jubilaciones y la educación pública, impedir la anulación de los planes sociales y evitar que la motosierra pulverice los salarios.
Una oleada de sufragios socavó la confianza que exhibía la derecha en su inminente llegada al gobierno. El mismo freno que irrumpió en España, Chile, Brasil y Colombia despuntó en Argentina. Se activó la memoria, sonaron las alarmas y salieron a flote las reservas de la sociedad frente a la desgracia mayúscula que auspician Milei y Bullrich.
Gran parte de la población supo reconocer ese peligro en medio del dramático escenario de empobrecimiento que convalida el gobierno actual. Esos sufragantes comprendieron que la derecha añadirá la pesadilla de la represión a las mismas adversidades económicas. Esa respuesta electoral indica que la capacidad de resistencia de nuestro pueblo se mantiene intacta. El peronismo recuperó su caudal de votos frente al desplome sufrido en los comicios precedentes. Con su gran victoria en la provincia de Buenos Aires, Kicillof aportó el principal sustento al triunfo de Massa.
La avalancha de Milei en la juventud quedó por el momento contenida. Mantuvo sus altos guarismos en segmentos amorfos de la nueva generación, pero no avanzó en los sectores más organizados. Los desplantes y la informalidad del libertario pierden atractivo y enfrentan la barrera del rechazo que construye la militancia popular.
El desconcierto de la derecha
Los analistas convencionales minimizan lo ocurrido con superficialidades de todo tipo.[1] No pueden ocultar la paliza que demolió a Bullrich y acotó a Milei, pero atribuyen ese cachetazo al comportamiento emocional de los sufragantes. Omiten que si ese rasgo hubiera sido tan determinante, debió dominar también en las secuencias previas, que tuvieron desenlaces opuestos. La emocionalidad es presentada de hecho como una moneda al aire, que puede caer en cualquier dirección sin explicar algo.
Esas miradas ignoran que el elemento racional fue particularmente significativo en la última elección. Los votantes rechazaron a la derecha en los comicios decisivos de la tercera ronda, luego de coquetear con otras opciones en las elecciones provinciales e internas.
Los analistas más vulgares retomaron su despechado insulto al grueso de la población. Interpretaron el resultado electoral como una confirmación definitiva de que Argentina es «un país de mierda». Pero no registraron hasta qué punto ese repetido agravio contribuye a resucitar al oficialismo. Las mayorías populares conservan la autoestima nacional y rechazan la chocante denigración que fomentan numerosos comunicadores.
Para los escribas de La Nación el fracaso de la derecha fue gestado mediante la manipulación populista del Conurbano. Contrastan esa digitación con la libertad ciudadana que observan en la Ciudad de Buenos Aires. Pero el continuado liderazgo del mismo espacio político en esa localidad desmiente ese prejuicio. En los dos distritos subsisten lealtades de larga data y no existe razón alguna para invalidar un caso, exaltando al otro. Es tan arbitrario asignar virtudes cívicas a la clase media, como identificar a los empobrecidos con la ignorancia política.
Los liberales también estiman que el oficialismo ganó con aparatos y despilfarro de recursos públicos. Pero olvidan que en las elecciones previas esos instrumentos dieron lugar a otro resultado. La misma inconsistencia se extiende a la evaluación de los candidatos. Explican el triunfo de Massa por su capacidad de engaño, ignorando que con las mismas virtudes de embustero ese veterano político afrontó incontables fracasos.
Otros comentaristas estiman que, esta vez, los punteros afinaron sus dispositivos para asegurar el control de las Intendencias. Pero no registran cuán reducido fue el corte de boleta que suele acompañar esas prácticas.
A los voceros del establishment les resulta simplemente incomprensible lo sucedido el domingo 22 de octubre. Sus miradas excluyen el dato central, que fue la irrupción de una reacción democrática frente al peligro reaccionario.
Registran en cambio, con más lucidez, que los votantes rechazaron el atropello social. Pero descalifican esa conducta, identificándola con el «facilismo» y la consiguiente negación de las ventajas del ajuste. Se indignan especialmente con la falta de mansedumbre del pueblo argentino frente a las agresiones de los poderosos.
Gran parte del electorado resiste al agravamiento del deterioro social. Se acostumbró a sobrevivir con altísimas tasas de inflación, pero no acepta la penuria complementaria de la recesión. Entre aguantar la carestía y afrontar la pérdida del empleo, opta por la primera desgracia.
Esa selección de adversidades se forjó en la experiencia con las administraciones derechistas, que suelen combinar todos los tormentos. Massa es sinónimo de inflación, pero Milei y Bullrich incluirían todos los agravantes complementarios. Por esa razón, gran parte de la población optó por un mal conocido, frente a la perspectiva de repetir las penurias afrontadas con Menem, De la Rúa y Macri.
Otra explicación corriente del resultado electoral destaca que el oficialismo lucró con la división de la oposición. Pero esa obviedad no aclara las razones de dicha fractura. Omite que la misma derecha auspició su propia separación al promover a Milei como divulgador del ajuste. Crearon un monstruo que cobró vida propia y terminó sepultando a Bullrich.
Los voceros del poder también olvidan que esa división no fue una mera elección, sino el resultado de la decepción generada por Macri. Ese desengaño indujo al electorado a buscar un salvador ajeno a la «casta». La fractura de los opositores obedece más a la propia crisis de esa formación que a la astucia del oficialismo.
Finalmente, otros analistas explican la victoria de Massa por la apropiada contratación de asesores externos, que diseñaron su campaña mejorando el formato de varias experiencias latinoamericanas. Pero esos consultores no sobresalen actualmente por sus aciertos y nunca podrían haber construido un triunfo de la nada.
En los hechos, en Argentina se repitió la misma reacción que condujo a las derrotas de Bolsonaro, Camacho, Trump, Kast, Guaidó y Hernández. El freno propinado a la ultraderecha no es una peculiaridad nacional. Pero esas respuestas ni siquiera bordean el campo visual de los voceros del poder.
El perfil de Massa
El vencedor de la elección encabeza una vertiente conservadora del oficialismo, que promueve proyectos muy distintos al kirchnerismo. Transparentó esa impronta en una aparición sin acompañantes al cierre de los comicios, para subrayar su nuevo liderazgo. Massa anunció el «fin de la grieta» y reafirmó su convocatoria a un gobierno compartido con la oposición derechista. Resaltó los valores tradicionales, tranquilizó al establishment y en contrapunto con Kicillof eludió cualquier mención a Cristina.
Toda su trayectoria confirma esa tónica. Massa rompió primero con el kirchnerismo para converger con la derecha y apuntaló después el debut de Macri. Coincidió con la mano dura de Berni y silenció la represión de su socio Morales en Jujuy. Mantiene estrechas relaciones con la embajada de los Estados Unidos y enaltece a los escuálidos de Venezuela. En el debate presidencial sobresalió por su redoblado aval a los crímenes de Israel contra los palestinos.
Massa ha logrado enmascarar que es ministro de Economía y que administra el empobrecimiento mayúsculo de la población. El índice de esa degradación ha empinado por encima del 40 % y las devaluaciones acordadas con el FMI agravan la hoguera inflacionaria. Para recibir los créditos que los acreedores utilizan para pagarse a sí mismos, el ministro instaló la desventura de dos dígitos mensuales de carestía.
Las compensaciones que semanalmente anuncia para atenuar la pulverización de los ingresos populares son licuadas por la inflación. Ningún bono contrarresta las remarcaciones que consuman las grandes empresas con la complicidad del Palacio de Hacienda. Nadie respeta la formalidad de algún acuerdo de precios y la Secretaría de Comercio prescinde de todo control.
Massa aprovecha la tregua que concertó con el FMI hasta el fin del ciclo electoral para contener la corrida cambiaria con improvisaciones diarias. Amenaza a los perejiles de las Casas de Cambio sin afectar las grandes operaciones de los bancos, negocia auxilios de yuanes para sostener las reservas en rojo y pospone cualquier decisión significativa hasta el desenlace de noviembre. Pero él mismo desconoce si podrá evitar un desbarranque, derivado de la alocada carrera que protagonizan la inflación con la devaluación.
El ministro-candidato promete a futuro lo que no hace ahora y asegura que todo cambiará cuando asuma la presidencia. Pero no explica por qué no anticipa ese venturoso futuro, desde su actual comando de la economía.
Los millones de sufragantes que optaron votarlo no ignoran la responsabilidad de Massa en el desastre económico. Viven en carne propia el ajuste que instrumenta el ministro, pero también perciben que la derecha acentuaría el mismo torniquete con aditamentos represivos.
Posturas ante el balotaje
Como la suma de los votos logrados por Milei, Bullrich y Schiaretti supera ampliamente los conseguidos por Massa, varios comentaristas consideran que el libertario tiene mayores chances de llegar a la Casa Rosada. Repetiría en ese caso lo ocurrido en la segunda vuelta de Ecuador y confirmaría que el éxito en una elección no anticipa la victoria en la siguiente. Los virajes son la norma de todos los comicios recientes.
Pero es igualmente cierto que Massa emergió mejor parado que su rival de la última compulsa. Esa diferencia es visible en el ánimo imperante en ambas fuerzas y en la actitud de un ministro que ya se exhibe como mandatario.
Massa alineó a todo el justicialismo y negocia cargos con los gobernadores y la UCR. Con una tentadora oferta de designaciones fomenta la ruptura de Cambiemos. El mismo paquete le acercó a Schiaretti y a sus socios del Interior.
Por el contrario, Milei debe cicatrizar las heridas que introdujo en el PRO, negociando con personajes desprestigiados (Mauricio) y desmoralizados (Patricia). Afronta, además, una contradicción con la figura que ha construido. Ganó adhesión con posturas disruptivas, denuncias de la «casta» y propuestas delirantes. Pero ahora suplica el sostén de la derecha clásica, proponiendo los mismos contubernios que objetó a los gritos.
Esa abrupta conversión de león en gatito mimoso erosiona su credibilidad. El establishment y los medios de comunicación que promovieron su protagonismo se han distanciado de sus dislates.
El libertario tiene a su favor el amplio bloque forjado desde el poder para desalojar al peronismo. Pero perdió la impunidad para decir cualquier cosa. Ya no causan tanta gracia sus propuestas de dolarizar, vender órganos, portar armas y romper con China. Los últimos disparates de su entorno (suspender relaciones con el Vaticano, denunciar incomprobables fraudes en los comicios, anular el sostén alimenticio de los padres separados) lo afectaron seriamente.
Cualquier pronóstico del balotaje carece por ahora de consistencia. Los equívocos de los encuestadores compiten con el inesperado comportamiento de los sufragantes. Nadie imaginó el desemboque que tuvieron las tres rondas anteriores. Pero en cualquier caso lo importante no es el acierto en esa previsión, sino la adopción de una postura correcta frente a la segunda vuelta.
Hemos anticipado nuestra actitud en varios pronunciamientos[2] y en un reciente debate.[3] Entendemos que la principal diferencia de Massa con Milei se ubica en el plano democrático. El libertario proclama abiertamente que atacará las conquistas sociales criminalizando al movimiento popular. Por eso proponemos votar contra la derecha repitiendo la postura que adoptó el grueso de la izquierda frente a Bolsonaro, Kast y Hernández. También auspiciamos iniciativas de acción unitaria de la izquierda con vertientes del kirchnerismo crítico, para potenciar una campaña común.
https://medium.com/la-tiza/la-izquierda-frente-a-los-peligros-de-octubre-y-noviembre-5111b5882a8f
En nuestra opinión, es erróneo equiparar a los candidatos derechistas con sus oponentes. La frustración de las expectativas populares con los gobiernos progresistas no se asemeja a la represión que propicia la derecha. Pero ese voto contra el enemigo principal (Milei), no implica ocultar los cuestionamientos a los padecimientos que genera el candidato alternativo (Massa).
Las distintas fuerzas del FIT aún no han fijado su postura frente al balotaje. En la elección obtuvieron resultados semejantes a las rondas anteriores, pero con la grata novedad de una nueva banca en el Congreso. Myriam Bregman quedó proyectada, además, como una figura de peso propio por su excelente participación en los debates presidenciales. Esa influencia no se tradujo en sufragios, pero podría alcanzar gran incidencia en el próximo período si la izquierda amolda su estrategia al nuevo escenario. El balotaje será el primer test de ese desafío.
Interrogantes del nuevo escenario
Ha comenzado a despuntar un contexto político signado por varios cisnes negros, que modificaron el marco imaginado por las clases dominantes. La primera sorpresa es la probable demolición de la principal coalición auspiciada por los poderosos para manejar el próximo gobierno. La gran apuesta del establishment en torno a Juntos por el Cambio se encuentra al borde del naufragio. Sus principales figuras han quedado fuera de carrera y el detallado plan económico que elaboró la Fundación Mediterránea bajo el mando de Melconian perdió centralidad.
El segundo dato sorpresivo es la posibilidad de un nuevo gobierno peronista. Esa alternativa estaba totalmente descartada en los escenarios entrevistos por los magnates. Nadie imaginaba que la desastrosa gestión de Alberto Fernández podría ser coronada con un sucesor del mismo palo. Si esa continuidad se confirma, los dueños de la Argentina volverán a evaluar fórmulas de convivencia con el justicialismo. Esas opciones deberán incluir la revisión de su máxima aspiración, que es doblegar a las mayorías populares modificando las relaciones sociales de fuerza.
El nuevo Congreso procesará el cambio de escenario. Se ha tornado más incierta la expectativa derechista de alterar drásticamente la composición del Parlamento para introducir un vertiginoso paquete de ajuste. Una nueva bancada libertaria ingresará al recinto, pero Juntos por el Cambio perdió legisladores y el oficialismo conservó las principales minorías. Nadie tendrá quorum propio y tambalea la gestación de un ámbito totalmente afín a los atropellos que propician los ajustadores.
Las especulaciones que circulan en torno a las tensiones que opondrán a Massa con el kirchnerismo son prematuras. La sólida votación de Kicillof introduce un dato ordenador de las pulseadas dentro del peronismo. Cristina logró instalar su bastión en la provincia de Buenos Aires y Massa deberá reevaluar sus pasos.
Esta misma complejidad se extiende a la batalla social contra el ajuste. Es indudable que esa resistencia es el único camino para defender los derechos de los desposeídos, cualquiera sea el próximo presidente. En el caso de Milei la frontalidad del choque estaría a la vista, pero con Massa podría incluir una mayor variedad de rumbos.
En su gestión más reciente, el ministro ha combinado el ajuste inflacionario con la demagogia electoral, adoptando medidas para todos los gustos. Apuntaló nuevos privilegios para los grupos dominantes, con un «dólar-Vaca Muerta» muy semejante al concedido a los sojeros. También anunció un blanqueo impositivo más favorable a los evasores que el consumado por Macri. El ministro recurrió, además, a un festival de emisión sin respaldo para llegar a noviembre sosteniendo el consumo en medio de la carestía.
En esa ensalada se han colado varios logros para los asalariados, como la reducción del impuesto a las ganancias por una ley del Congreso. También quedó habilitado el tratamiento de la reducción de la jornada laboral. Esa iniciativa es resistida por los lobbies del gran capital y promovida por los sindicatos y la izquierda.
La apertura de esa discusión ha sido factible con Massa, pero resultaría impensable con Milei. El mismo contraste se verifica con la propuesta de financiar el otorgamiento de un bono a los trabajadores informales mediante un pago extraordinario de los grandes contribuyentes.
En esas medidas se verifica la complejidad del nuevo contexto. La lucha social tiende a quedar más entretejida con las tensiones políticas. Afrontar con inteligencia este escenario es el gran desafío de la militancia.
Notas:
[1] Su exponente más patético es Joaquín Morales Solá en https://www.lanacion.com.ar/politica/el-vencedor-menos-pensado-nid23102023/, pero también José del Río, Martin Rodríguez Yebra y Carlos Pagni, ese mismo día en la edición de La Nación.
[2] «La izquierda frente a los peligros de octubre y noviembre», 31–8–2023. Disponible en www.lahaine.org/katz
[3] «La izquierda frente a las elecciones», Facultad de Filosofía y Letras, UBA, Buenos Aires 12–10- 2023. Disponible en https://www.youtube.com/watch?v=3AFnRR5Mvrg
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