Por Fernando Martínez Heredia: “Sean siempre comunistas, pero sin dejar de ser manicatos.”
Versión revisada de una conferencia en el Aula Magna de la Universidad de La Habana, con motivo del centenario del nacimiento de Julio Antonio Mella
Julio Antonio Mella, como cualquier otra personalidad descollante de la historia, pudo haber tenido otra vida diferente a la que tuvo, si hubiera dedicado sus potencialidades personales a otros afanes y otros valores. Es decir, Mella debió enfrentar una y otra vez opciones y circunstancias, envueltas en las complejidades y urgencias de lo que estaba sucediendo; tuvo que construirse, y seguramente en más de una ocasión tuvo que vencerse a sí mismo, para ser el Mella que ensalzamos hoy en su aniversario.
Resulta estéril el elogio que considera la grandeza de un individuo como algo natural, dado por una gracia al nacer; en realidad, esa alabanza fatua disminuye su valía y escamotea todo el esfuerzo de su vida, y es sólo un adorno depositado en la soledad del sitial del héroe.
Quiero utilizar el breve tiempo de mi comentario para presentar solamente — y de manera esquemática — los dilemas políticos, ideológicos y culturales fundamentales a los cuales se enfrentó Mella, y cómo hizo avanzar la causa nuestra con sus actuaciones frente a ellos. Esos dilemas nunca son obvios, y mucho menos lo eran en tiempos de Mella. Añadiré unas palabras acerca de su lugar histórico, su vigencia y la necesidad que tenemos hoy de él.
En primer lugar, el joven fundador de un movimiento estudiantil de protesta en la universidad habanera de 1922 tuvo que hacer un complejo aprendizaje y recorrer un camino desconocido. Aquel movimiento tenía que ser capaz de revolucionar su propio medio, trascender al malestar que lo motivaba e ir a la raíz de los problemas y a la identificación acertada de sus causas. Debía crear conciencia y organización, ganar a muchos y extenderse. Pero aun así se encontraría pronto con los límites de su propia entidad y alcance. La revolución estudiantil debería entonces encontrar su lugar de pertenencia, que no era ella misma; y este lugar, que era ante todo ser conciencia cívica y denunciar los males de la república, podría resultar inocuo y hasta ser reabsorbido por el sistema, si no se daba el paso decisivo de formar parte de un movimiento de cambio radical de la sociedad cubana, en el que los trabajadores llegaran a ser protagonistas.
¡Cuántas cuestiones a entender y hacer, y en plazos tan breves! Ante todo, ese deber ser que describo es el que hemos establecido nosotros, muchos años después: en 1922, ninguno de los implicados lo conocía. La mayor parte de los involucrados no era capaz de entender por sí mismos ese camino, y muchos no fueron capaces de recorrerlo hasta el final. Esa es la materia real de toda historia, tantas veces empobrecida o escamoteada por las selecciones y versiones que se hacen de ella[1]. Además, diferentes formas de protesta e ideas y proyectos de mejoramiento o cambio competían en la Cuba de esos años, formando un entramado de criterios, actuaciones e influencias, que sostenía complejas relaciones con las corrientes ideológicas, políticas y culturales existentes, con los grupos sociales y sus intereses y representaciones, y con las estructuras y poderes vigentes. Es decir, no debe olvidarse que nadie — fuera Mella, el movimiento estudiantil o cualquier otra corriente — actuaba solo o de manera autónoma en la sociedad.
Para Julio Antonio el inicio fue el deporte –baloncesto, natación y sobre todo los remos, en cuyas competencias sobresalió — , y una sociedad secreta estudiantil, “los XXX Manicatos”, con sus ritos de iniciación y sus valores[2]. Pero las lides atléticas del bello remero muy disciplinado y de vida ordenada, las citas nocturnas en el cementerio, e incluso los gritos de protesta y la violencia física, podían limitarse a ser sólo piezas de una juvenilia de los primeros años 20, apta finalmente para disolverse después en la vida profesional de cada uno, o ser el prólogo de una ventajosa vida de político. Mella anduvo todo el camino: la creación de la Federación Estudiantil Universitaria (FEU), las protestas y las tomas de planteles, los debates candentes y la oratoria febril, las declaraciones y las publicaciones radicales, el Congreso de Estudiantes de octubre de 1923, la conmoción callejera estudiantil. Siguió avanzando hasta la fundación de una Universidad Obrera, hasta encontrarse con el gran líder proletario Alfredo López y ser su compañero y amigo, y formar parte de una acción revolucionaria de anarcos y socialistas que llegó a fundar una Confederación obrera y un partido comunista. El líder estudiantil va pasando a un campo diferente, en el cual se comparte una meta nueva: hay que educar a los trabajadores, y que a la vez ellos lo eduquen a uno.
El gran reto era independizar la conciencia, la actuación y la organización, un desafío muy superior al de la represión durante la democracia con gran corrupción administrativa que predominó en la política doméstica del zayato[3]. La gran motivación que significó el movimiento de reforma universitario iniciado en Córdoba en 1918 debía ser traducida a las realidades y circunstancias de cada país, y sobre todo a sus necesidades y anhelos. Algunas iniciativas de Mella tuvieron un éxito efímero, otras no; la FEU de 1924 dejó de seguirlo, pero los del Instituto de La Habana mantuvieron todavía la bandera. Mella fue el creador de un nuevo espacio revolucionario en Cuba, que tendría gran resonancia y peso en las décadas siguientes: la Universidad. En una perspectiva más general, lo esencial en este período era formar y acendrar la vocación subversiva anticapitalista en personas y en grupos organizados.
Entre sus 18 y sus 21 años, Mella transitó de manicato a comunista, sin dejar de ser manicato, afortunadamente.
Un segundo dilema que quiero destacar es el del antimperialismo. En ese terreno — como en otros — la república burguesa neocolonial fue un retroceso respecto a las ideas y la posición de José Martí, y frente a la ideología mambisa[4]. A pesar de ello, a través de las extraordinarias jornadas cívicas por la conquista del Estado nación durante 1898–1902, de la postrevolución y de más de veinte años de república, el legado cultural de la gesta por la independencia nacional marcaba a fuego a los cubanos, y se mostraba en orgullos, frustraciones, ideas, prejuicios, rencores y las más diversas expresiones. Es imprescindible tener en cuenta también que las dos primeras décadas republicanas aportaron nuevas fuentes de formación de nacionalismo — y de antimperialismo — diferentes a las provenientes de la gesta previa; entre ellas son ciertamente importantes las de las experiencias, ideas y luchas de los trabajadores radicales.
En los primeros años 20 los sentimientos antimperialistas ganaban espacio. Se formó una conjunción mundial de repudios a la lógica que llevó a la humanidad a la Gran Guerra de 1914–1918, y en América Latina eso ayudaba a trascender a la vieja resistencia cultural, cuyo fuerte componente de hispanidad la hacía débil y conservadora frente a las realidades, las propuestas y los mitos de la modenidad. Fue un avance añadir, a la condena a las agresiones yanquis a Nicaragua, Haití, República Dominicana, México, la denuncia y la explicación de formas económicas y políticas de dominación del sistema imperialista. Pero las tendencias unificantes a escala mundial habían venido hasta ahora de la expansión del capitalismo: mercado mundial, tecnologías, consumos, inversiones, colonialismo, imposiciones violentas, modas, ideas procedentes de Europa y Estados Unidos acerca de la mayor parte de los campos de la vida social y de las ciencias. Los países colonizados y neocolonizados enfrentaban sus situaciones desde un mar de contradicciones diversas, entre las propias, las creadas por las dominaciones del capitalismo y sus combinaciones.
¿Cómo encontrar caminos para superar esas situaciones, y qué caminos serían?
Aquellos que como Mella luchaban por soluciones revolucionarias, eran desafiados por preguntas esenciales como estas: ¿cómo llevar a amplias masas a la lucha antimperialista?, ¿qué era lo principal, la defensa de la nación o la perspectiva anticapitalista?, ¿quiénes serían los protagonistas de la acción antimperialista, con quién aliarse, cuáles las tareas inmediatas, qué era preferible posponer? Esas y otras eran las incógnitas del pensamiento y la acción antimperialistas, y no se podía esperar por largos debates previos: urgía despejarlas[5].
Mella supo entender algo fundamental: el antimperialismo ya sólo sería viable en nuestro tercer mundo si era anticapitalista, y la ideología más avanzada para pensar el futuro era la comunista. Y fue totalmente consecuente con ese hallazgo. Pero aquella definición no era suficiente; era solamente el punto de partida. Envuelto en una acción muy intensa, el pensamiento de Mella sin embargo saltó hacia adelante y comenzó a mostrar una creatividad y unos asuntos realmente notables. Estaba claro que la concientización, la agitación y el debate que habían emprendido resultaban superiores a la fuerza organizada con que podían contar estos activistas: la fundación del Partido Comunista de Cuba en 1925 fue sobre todo un acto ideológico.
Pero en el álgebra revolucionaria el número se cuenta de otro modo.
Caminar con los trabajadores, conducirlos del reformismo o del sindicalismo revolucionario — que acababa de fundar la Confederación Nacional Obrera de Cuba — al comunismo, formar cuadros y militantes, asegurar la concientización y el estudio, era la vía acertada. Pero el autoritarismo y la represión abierta a los trabajadores del régimen machadista[6] redujo el espacio a ese crecimiento en la segunda mitad de los años 20, mientras el centro de la protesta popular en Cuba era el rechazo político a la Prórroga de Poderes de 1927, un tipo de evento poco apreciado por las idelogías proletarias.
La huelga de hambre de fines de 1925 amplió bruscamente la dimensión nacional de Mella y lo hizo conocido internacionalmente; su expulsión del país dilató su campo de acción y sus perspectivas. Se estableció en México, donde el Partido Comunista lo recibió en sus filas. Allí trabajó incansablemente: fue dirigente de la Liga Antimperialista, atendió al desarrollo del movimiento obrero, juvenil, de los campesinos, estudiantil, escribió sin cesar en la prensa comunista y popular, fue miembro del Comité Central, responsable de agitación y propaganda, y Secretario General interino de junio a septiembre de 1928. Mella participó de esa manera en uno de los procesos más ricos de aquellos años, el que emergía de la gran revolución mexicana iniciada en 1910; un medio de experiencias prácticas y de ideas, muy radicalizado, en el cual se enfrentaban a la vez las cuestiones agraria, del control social por un nuevo sistema político no completado y por nuevas instituciones, de los movimientos de la sociedad, la religión, las etnias, las relaciones con Estados Unidos, con América Latina y también con la URSS. En 1927 viajó a Europa, como uno de los protagonistas del Congreso antimperialista de Bruselas[7], conoció la Unión Soviética y diversas instancias del movimiento comunista internacional, y al regresó estuvo en París.
Mella se involucró a fondo en el mundo mexicano –y también tuvo un papel relevante en la solidaridad con la lucha de Sandino en Nicaragua, y colabora con los revolucionarios venezolanos — , pero sin dejar de atender nunca al que era su objetivo central: la revolución cubana. Al mismo tiempo, su militancia y sus ideas lo lanzaron al centro de otro evento histórico: la primera etapa práctica de la lucha por la universalización del marxismo y del socialismo de tipo comunista.
En esa década de los años 20, en la que Mella vivió su vida política, los opositores al capitalismo y sus formas de colonización en el mundo vivieron una gran alternativa: la posibilidad de comunicarse y entenderse entre sí, marchar juntos y llegar a formar un nuevo bloque histórico que fuera capaz de disputar con éxito su dominio al imperialismo. Es decir, tuvieron la primera oportunidad de responder a la universalización del capitalismo con la de la revolución contra él. Quizás el plazo histórico que se necesitaba para ir creando una base de conjunción cultural de ese tipo no podía ser muy breve –dadas las grandes diversidades entre ellos y sus escasas comunicaciones previas — , pero a fines de la década estalló la mayor crisis económica de la historia capitalista, y en los años 30 el proteccionismo, el auge del fascismo y las rivalidades entre potencias llevaron al capitalismo hacia una segunda guerra mundial. Esos factores proveían un largo plazo favorable a los opositores populares. Sin embargo, desde aquellos mismos años 20 se formó una situación en el interior del movimiento que tuvo consecuencias funestas.
La Revolución de Octubre, y el poder revolucionario que ella creó en un Estado que era una enorme región del mundo, constituyeron un gigantesco polo cultural atractivo, frente a las matanzas y las miserias del capitalismo. Uno de los frutos de esa revolución, la Internacional Comunista (IC), y otras nuevas organizaciones que ella dirigía, podían ofrecer una buena base para todo el complejo inicio y avance de aquella conjunción liberadora de clases, demandas, naciones, cultura y potencialidades de los seres humanos. En vez de eso, lo que sucedió fue quizás la mayor tragedia de la revolución en el siglo XX. La aplicación práctica de la llamada bolchevización de los partidos comunistas[8] y la nueva línea acordada por el VI Congreso de la IC, de 1928, acarrearon el abandono del Frente Único preconizado por Lenin y la imposición del sectarismo y las manipulaciones en el movimiento, y un férreo dogmatismo en el campo de las ideas. Esas graves deformaciones impidieron sacar mayor provecho al ejemplo soviético y al heroísmo y la abnegación de tantos miles de militantes en el mundo, y frustraron la captación de grandes núcleos de poblaciones y de líderes e intelectuales, cuyo lugar lógico hubiera sido formar parte de un poderoso y amplio movimiento de ideas y de luchas sociales y políticas en camino hacia la liberación[9].
En los años de su maduración como revolucionario, el joven Mella actuó en medio de la implantación de esa deformación en su propio movimiento[10]. Es asombroso cuánto avanzó, cómo fue capaz de defender con argumentos e ideas las posiciones más revolucionarias, suplir con intuiciones y con iniciativas las ausencias y deficiencias del desarrollo práctico de las luchas y de su propia formación, y dejar una huella extraordinaria en todos los medios en que se desenvolvió. Y todo lo hizo sin salirse nunca, ni un ápice, del ámbito de la ideología y las organizaciones proletarias que había abrazado y ayudado a fundar, y del ideal de la revolución de los comunistas. Esa combinación tan feliz de creatividad y militancia la ejerció con rigurosa consecuencia, a pesar de las incomprensiones y acusaciones que tuvo que enfrentar[11].
Es imprescindible incorporar la recuperación de toda la memoria histórica de las ideas y las prácticas revolucionarias del siglo XX, sin permitirnos caer en omisiones, ocultamientos o distorsiones, como parte del combate cultural con que enfrentamos hoy la ofensiva cultural mundial del capitalismo y defendemos la sociedad más justa y la soberanía que hemos creado, con tantos esfuerzos y sacrificios. Si lo hacemos, podremos apreciar en toda su magnitud la grandeza de Julio Antonio Mella.
Y me asomo a la tercera cuestión que Mella tuvo que plantearse, y en la cual también acertó: la revolución de los comunistas tenía que ser nacional, aprender a vivir y sentir como propias las ansias de liberación nacional de cada pueblo, guiar bien a los explotados y oprimidos para lograr la formación de una vanguardia revolucionaria capaz de osar arrastrar al pueblo a la conquista y el ejercicio del poder, y no conformarse con reformas parciales o con la soberbia en soledad.
Construir un bloque histórico en el cual coincidieran los ofendidos y los humildes, los excluidos y los portadores de intereses socialmente útiles, el nacionalismo y los ideales libertarios; un bloque cuya acción fuera a la vez una escuela, en la que todos aprendieran que el socialismo es el camino y la opción que hace viables las liberaciones.
Pero no es lo mismo afirmar esto 44 años después del triunfo de la revolución cubana, que postularlo hace 75 años, sin ninguna victoria a la vista. Entonces parecía imposible un cambio social tan profundo y radical, y muy difícil introducir esas ideas en el campo de los pensamientos posibles. En esa posición tan adversa, lo más “normal” para los seguidores del comunismo era el desquite de considerarlo una palanca de comprensión y una posición política superiores a todas las demás, y un movimiento que estaba siempre obligado a denunciar los engaños contenidos en las diversas políticas del sistema, y las ilusiones que albergaban las clases intermedias de la sociedad.
Mella, el principal fundador del comunismo cubano, logró comprender el lugar cimero de José Martí en la historia cubana, la trascendencia de su proyecto, su pensamiento y su legado, y la necesidad de asumirlo para realizar una nueva tarea histórica de liberación, que lo continuara y fuera más allá. Lejos de la pedantería cientificista, Mella escribió: “…cuando hablo de José Martí siento la misma emoción, el mismo temor, que se siente ante las cosas sobrenaturales”[12]. Este trabajo suyo de noviembre de 1926 es un notable paso de avance del pensamiento revolucionario cubano, más aún si se le compara con las dificultades confrontadas por los marxistas cubanos, hasta avanzados los años 30, para asumir lo esencial del proyecto y la trascendencia histórica de José Martí.
Seis meses después les celebra a los miembros del Directorio Estudiantil de 1927 que estén haciendo lo que él define como la política revolucionaria: luchar “con todos los medios” contra “un régimen que los oprimidos no están dispuestos a soportar”[13]. Mella traduce una tesis central del Manifiesto Comunista a un español del mundo colonizado por el capitalismo: “Solamente nosotros –todos los oprimidos por el actual régimen — podremos libertarnos de nuestros opresores. La liberación nacional y social no se nos concederá…”[14] A la vez, es consecuente con la sensibilidad y las necesidades del movimiento comunista en materia de relaciones y alianzas, que lleva a la línea de Frente Único Antimperialista proclamada por la IC en su V Congreso, en 1924. Mella, tan activo internacionalista respecto a Venezuela y Nicaragua, el cubano que se solidariza con tantas causas y exige a los militantes que se sientan latinoamericanos[15], define al internacionalismo, ante todo, como “liberación nacional del yugo extranjero imperialista y, conjuntamente, solidaridad, unión estrecha con los oprimidos de las demás naciones”[16].
En 1928 se produjo el funesto cambio de estrategia de la Internacional que se ha conocido como de “guerra de clase contra clase”[17], pero los dos más grandes comunistas del continente americano en aquel momento –Mariátegui y Mella — dieron el ejemplo histórico de mantener su autonomía militante frente a aquel grave error, ser marxistas de manera creadora e intentar una política revolucionaria viable para la liberación. Una nueva organización revolucionaria creada por Mella, que desde su nombre hacía expresa su relación con Martí — la Asociación de Nuevos Emigrados Revolucionarios de Cuba — , produjo la primera formulación cubana del siglo XX de un programa para una revolución popular de objetivos socialistas. Al explicar el nombre de la publicación de la ANERC, Mella escribió: “¡Cuba Libre, para los trabajadores! Esta es la única manera de aplicar los principios del Partido Revolucionario de 1895 a 1928”[18]. La forma de lucha principal asumida por Mella era un plan de insurrección armada contra la dictadura de Machado, al cual trataba de sumar a la oposición tradicional de la Unión Nacionalista, porque esta contaba con grandes simpatías populares. La conjura que culminó en su asesinato fue consecuencia de la extrema peligrosidad para el sistema constituida por esa posición de Mella.
Las ideas y la acción de Julio Antonio son un antecedente histórico de las llevadas a cabo por la Generación del Centenario, los asaltantes del Cuartel Moncada en 1953. Es necesario que al fin estudiemos a ese precursor y fijemos bien su lugar histórico, y que los resultados se divulguen y formen parte de la historia que se maneja en nuestro país. Mella es uno de los exponentes más destacados de la tercera revolución cubana, la que llamamos Revolución del 30. Aquel movimiento se propuso demoler el sistema de la primera república en busca de levantar otro más democrático y más justo, y revolucionar el alcance y las demandas de la justicia social; su ala más radical pretendió liberar a Cuba del yugo neocolonial y avanzar hacia el socialismo. La Revolución del 30 introdujo el antimperialismo, la confianza en la capacidad cubana para el autogobierno y el socialismo, en las mentes, los sentimientos y los proyectos cubanos, e impulsó un nacionalismo más exigente en cuanto a soberanía, autodeterminación, democracia, políticas sociales e intervención estatal. La sociedad posrevolucionaria de la segunda república burguesa neocolonial contenía una hegemonía muy renovada y compleja, que brindaba cauces institucionales e ideológicos tendientes a evitar la apelación a la revolución, pero esa sociedad también albergaba una profunda inconformidad y una cultura que sabía pensar y aspirar a proyectos que superaran lo existente, como resultado de una acumulación histórica de rebeldías en la que a la Revolución del 30 le tocó un importante papel.
Mella vivió y murió en una fase demasiado temprana respecto al despliegue de la Revolución del 30, pero se ganó un lugar cimero entre sus personalidades, porque supo convertirse en el lugar de encuentro entre la gesta de la liberación nacional y el nuevo ideal y proyecto socialista, una combinación que ha sido clave del éxito para la política revolucionaria cubana desde aquellos tiempos hasta hoy. Su obra, su ejemplo y su carisma dieron legitimidad a aquel encuentro, y facilitaron ese avance a miles de revolucionarios que vinieron después.
Mella tuvo que ser muy rebelde para lograr ser revolucionario, y para seguir siéndolo durante su breve vida. Muy poco conocido en su actuación y sus ideas, su grandeza, sin embargo, ha sido reconocida por todos y ha conmovido a muchos. Mella ha sido ejemplo, herencia yacente, símbolo de revolución, el líder más puro, el sacrificio, el pensamiento más alto. Debemos estudiar la naturaleza, el soporte, el alcance y la eficacia de esas emociones que sí comunican, motivan y suman voluntades. Mella está en la vocación subversiva y en los antiguos gritos que hicimos nuestros los jóvenes un tercio de siglo después, con las adiciones necesarias; está en los miles de internacionalistas que han sabido trabajar, luchar y morir en cualquier parte del mundo, tuvieran o no en el bolsillo el carné de Mella, Camilo y el Che. Que Julio Antonio Mella continúe activo, formando parte del combate en esta hora decisiva de Cuba, depende de nosotros. Si me permiten imaginar a Mella diciéndonos sólo una frase hoy aquí, quizás sería: “Sean siempre comunistas, pero sin dejar de ser manicatos”.
Notas:
[1] Como un ejemplo de esas historias reales, ver fragmentos de entrevistas a Reinaldo Jordán, Fernando Sirgo, Blas Castillo Ramírez, Pablo Rodríguez y José Tallet,en Pensamiento Crítico núm. 39 (Especial), La Habana, abril de 1970, ps. 28–33, 46-52 y 68–70.
[2] Los “manicatos”, asociación secreta creada por Julio Antonio, debían enfrentarse a los ‘piratas’ –-jóvenes de los clubes deportivos de la alta sociedad de la capital — , incluso a golpes, proteger a los nuevos alumnos de las humillantes “novatadas”, copiadas a las universidades del Norte, defender a la Universidad y ser ejemplo de comportamiento viril y caballeroso. Fueron una falange muy valiosa al lado de Mella en toda la fase primera de la insurgencia estudiantil.
[3] Alfredo Zayas Alfonso (1861–1934), abogado, intelectual de prestigio e independentista. Fue el cuarto presidente de la república (1921–1925) que se había fundado en 1902; durante su mandato se excluyó el crimen político y hubo más respeto hacia los opositores.
[4] Se llamó “mambises” a los insurrectos contra España en las revoluciones cubanas de 1868–1878, 1879–1880 y 1895–1898, y ellos asumieron con orgullo ese apelativo. La última revolución fue una guerra de masas con una gran organización política y militar, y un holocausto en el que murió casi la quinta parte de la población. Ella fue la gesta que creó la nación cubana, y la ideología mambisa permaneció como un complejo de ideas y sentimientos muy radicales, formando parte del mundo espiritual republicano.
[5] “Cualquiera que sea el futuro de Cuba (…) tenemos el deber de plantear el ‘problema nacionalista’ para unos, el ‘social’ para otros, pero antimperialista para todos”, le escribe a Gustavo Aldereguía el 18 de septiembre de 1926 (Pensamiento Crítico núm. 39, ps. 41–42).
[6] Gerardo Machado Morales (1871–1939), General de Brigada del Ejército Libertador, político y funcionario con antecedentes represivos y empresario ligado a intereses norteamericanos, fue el quinto presidente de la república (1925–1933). Dirigió desde 1925 el paso a una violencia abierta contra los opositores sociales y políticos, y combinó el terror para someter y mantener su orden con un dinamismo en las obras públicas y el inicio de cierto intervencionismo en la economía. En 1927 impuso su continuación en el poder por seis años más, de 1929 a 1935; se prorrogaron con él todos los demás elegidos, y los dos grandes partidos –el Liberal y el Conservador — se aliaron en el “cooperativismo”. De esta manera se deslegitimó el sistema político de la primera república.
[7] En el Congreso Mundial contra el Imperialismo y la Opresión Colonial (10–15 de febrero de 1927), participaron muchas organizaciones sindicales y antimperialistas de todos los continentes; estuvieron Barbusse, Gorki, Manuel Ugarte, Nehru, Haya de la Torre, entre otras personalidades; y se adhirieron Einstein, Rolland, Tagore, Clara Zetkin. Mella representó al Comité Continental de la Liga Antimperialista, a tres de sus Secciones y a la Liga Nacional de Campesinos de México.
[8] Acordada en el V Congreso de la IC en 1924 e instrumentada por la Tesis del V Pleno del Comité Ejecutivo Ampliado de la IC, de marzo-abril de 1925.
[9] Este hecho histórico, que también ha tenido consecuencias en nuestro país en el transcurso del siglo XX, no forma parte del conocimiento común. Un texto mío reciente sobre el tema es “Problemas de la historia del pensamiento marxista: los tiempos de Mariátegui”, en Mariátegui, Centro Juan Marinello, Cátedra Antonio Gramsci, La Habana, 2002, ps. 251–268.
[10] Ya en enero de 1926 su partido, a los cinco meses de fundado y desde la clandestinidad, acordó expulsarlo precisamente por su actitud en la huelga de hambre, bajo acusaciones absurdas, elevó el caso a la IC, y se empecinó en atacarlo. En enero de 1927, el Secretariado de la IC les indicó readmitirlo, lo que el PC cubano cumplió en mayo. (Ver Christine Hatzky: Julio Antonio Mella (1903–1929). Eine Biografie, Vervuert Verlag, Frankfort, 2004, cap. II, acáp. 5).
[11] Desde el movimiento estudiantil (ver “Carta renuncia a la presidencia de la FEU”, en Mella. Documentos y artículos, Instituto de Historia del Movimiento Comunista y la Revolución Socialista de Cuba (HIMCRSC), La Habana, 1975, ps. 84–85), pasando por la separación aludida en la nota anterior, hasta su crisis en el Partido Comunista mexicano en diciembre de 1928.
[12] “Glosas al pensamiento de José Martí”, en Mella.Documentos…, p. 267.
[13] “A los compañeros del Directorio Estudiantil Universitario”, 7 de mayo de 1927, en América Libre, La Habana, julio de 1927. Reproducido en Pensamiento Crítico núm. 39, p. 44
[14] Id.
[15] “Hay que dejar de ser cubanos, con los vicios de España y las ambiciones de los Estados Unidos, para ser americanos, es decir, hombres de vanguardia en la acción y en el pensamiento.” “Carta a Barreiro, Pérez Escudero, Bernal y otros”, en Mella. Documentos…, p. 222.
[16] “Glosas al pensamiento de José Martí”, ob. cit., p. 272
[17] Una amplísima documentación de ese Congreso de la IC puede encontrarse en: VI Congreso de la Internacional Comunista. Informes y discusiones, Cuadernos de Pasado y Presente núms. 66 y 67, Siglo XXI, México DF, 1978
[18] “El porqué de nuestro nombre”, en Mella. Documentos…, p. 415.
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