Por Luis Suárez Salazar
Introducción
Durante mucho tiempo pensé que no tenía derecho a socializar todo lo que había aprendido del Comandante en Jefe Fidel Castro durante los 28 años en que estuve vinculado a algunas de las tareas relacionadas con la multifacética proyección externa de la Revolución cubana hacia América Latina y el Caribe, sobre las que él mantenía una sistemática supervisión en su triple condición de «principal artífice, conductor y a la vez cronista» de las políticas emprendidas hacia cada uno de los países que se mencionarán después.[1]
Sin embargo, a partir de los estudios e investigación que he realizado sobre esa dimensión de la transición socialista cubana y de las experiencias acumuladas en los cursos o conferencias que he impartido al respecto en algunos países del ahora llamado «sur político del continente americano» (incluida Cuba), me he percatado de que quienes tuvimos el privilegio de nutrirnos directamente del legado teórico-práctico de Fidel, tenemos el deber de elaborar y divulgar nuestros correspondientes testimonios para trasmitírselos a las nuevas y no tan nuevas generaciones de cubanas y cubanos. Asimismo, de cumplir ese compromiso con la mayor rigurosidad histórica que a cada uno nos resulte posible con vistas «a evitar, por sobre todas las cosas, una lectura dogmática y escolástica del profundo, creador y dialéctico pensamiento del líder histórico de la Revolución cubana.»[2]
Ese es el principal propósito de las páginas que siguen. En ellas se explicarán, contextualizarán y sintetizarán algunas de las lecciones que recibí de Fidel en las diversas tareas que cumplí entre 1968 y 1984 en Perú, Chile, Venezuela y Colombia, bajo la dirección inmediata de uno de los más emblemáticos dirigentes políticos y estatales de nuestro país: el comandante Manuel Piñeiro Losada. Igualmente, en algunos de los eventos internacionales realizados en Cuba o en otros países, así como en las visitas oficiales que Fidel realizó a Ecuador, Venezuela y Brasil, entre 1988 y 1990.
En estas últimas, en mi carácter de director del Centro de Estudios sobre América (CEA), fui incorporado al llamado «grupo de apoyo» integrado por diversos compañeros y compañeras del Departamento América del Comité Central del Partido Comunista de Cuba (en lo adelante DA), así como de algunas organizaciones sociales, de masas, profesionales, científicas y culturales. Todos, de manera simultánea, aprovechábamos la ocasión para reunirnos con nuestras correspondientes contrapartes, al igual que, acorde con las instrucciones que recibíamos, para contribuir a convocarlos u organizar las diversas actividades que, luego de cumplir sus compromisos oficiales, Fidel solía desplegar con los plurales actores sociales, políticos e ideológico-culturales no gubernamentales de los países que visitaba.
En esas ocasiones, pude observar su inagotable capacidad de trabajo y cómo, sin abandonar las líneas principales de su cosmovisión y de su pensamiento político estratégico, ajustaba sus argumentos a la situación concreta existente en cada país. Sin emplear ninguno de los manoseados conceptos y categorías del mal denominado «marxismo-leninismo», pero sin desdeñarlos, atemperaba su prolijo lenguaje al que empleaban sus plurales interlocutores, incluidos algunos que no compartían sus puntos de vista. Frente a estos, con un gran respeto, Fidel se esmeraba en ofrecerles todos los elementos históricos y factuales en que se fundamentaban sus criterios del pasado-presente o sus anticipaciones del porvenir.
Aprendizajes de mis primeras interacciones con Fidel
Como recientemente divulgué en un «testimonio incompleto» sobre mi jefe, compañero, amigo, maestro y «segundo padre», Manuel Piñeiro Losada,[3] cuando aún no había cumplido 19 años, comencé a comprender en toda su profundidad lo que antes había indicado el Canciller de la Dignidad, Raúl Roa García, acerca de que el Comandante en Jefe podía «oír la hierba crecer» y «ver lo que estaba pasando al doblar de la esquina».[4]
Eso ocurrió después del golpe de Estado que se produjo en Perú el 3 de octubre de 1968, encabezado por el general Juan Velazco Alvarado. Pocas horas después del acontecimiento, los integrantes del Viceministerio Técnico del Ministerio del Interior (en lo adelante, VMT) que, de una forma u otra, estábamos implicados en tareas vinculadas a ese país recibimos, a través de Piñeiro, las orientaciones de Fidel acerca de la importancia de que realizáramos una valoración desprejuiciada de las diferencias que existían entre ese movimiento político-militar y los brutales golpes de Estado que, apoyados por los Estados Unidos, se habían producido en los años previos en otros países de América Latina y/o del llamado Caribe insular.[5]
La capacidad de Fidel que poco más de tres décadas después el presidente argelino Abdelaziz Buteflika definió como de «viajar al futuro, regresar y explicarlo»,[6] se fue poniendo en evidencia cuando, pocos meses después, el antes mencionado gobierno militar peruano comenzó a radicalizar su política interna — incluida la promulgación de una avanzada Ley de Reforma Agraria — y a adoptar posiciones cada vez más independientes en su política exterior. En particular, en sus interrelaciones con sucesivos gobiernos de Estados Unidos y con las dictaduras militares proimperialistas entonces instaladas en diversos países suramericanos, incluidas las de Argentina, Bolivia y Brasil.
Fue en ese contexto que, con su mirada estratégica, en algunos discursos posteriores Fidel resaltó la emergencia de sectores nacionalistas en las Fuerzas Armadas de algunos países latinoamericanos. Esto se fundamentó en las informaciones que sistemáticamente recibía de diversas fuentes sobre la situación peruana, así como en sus análisis del movimiento militar panameño, encabezado desde el 9 de octubre de 1968 por Omar Torrijos.
Por consiguiente, al retomar los enunciados al respecto que ocho años antes se plasmaron en la Segunda Declaración de La Habana — proclamada por el pueblo cubano el 4 de febrero de 1962 — ,[7] afirmó que esos militares, al igual que los cristianos identificados con la Teología de la Liberación, debían ser incluidos en el amplio frente de las multiformes luchas populares, democráticas, antiimperialistas e incluso por el socialismo que entonces se estaban desplegando en diversos países nuestroamericanos.[8]
Sobre la base de esa comprensión — confirmada varios años después en otros países de esa región — y de su profundo pensamiento solidario y humanista fue que Fidel le propuso — y el gobierno peruano aceptó de inmediato — el envío expedito por vía aérea de una voluminosa ayuda en medicamentos y alimentos para contribuir a mitigar el devastador impacto que provocó el destructivo terremoto ocurrido en ese país el 31 de mayo de 1970; incluidos la muerte, las lesiones y los traumatismos causados a cientos de miles de personas. Para movilizar la solidaridad del pueblo cubano, Fidel donó su propia sangre y, siguiendo su ejemplo, en pocos días, se lograron obtener más de 105 mil donaciones voluntarias destinadas al pueblo peruano.
Cuando eso ocurrió me encontraba en Perú, a donde había llegado el 3 de junio en el vuelo portador de la segunda carga de ayuda humanitaria para incorporarme a la pequeña delegación oficial cubana que había viajado a ese país un par de días antes. Esta fue encabezada por el entonces ministro de Salud Pública, Eleodoro Martínez Junco, e integrada por el oficial del VMT Jorge Luis Joa.[9]
Después de recorrer las zonas afectadas por el sismo y de entrevistarme con varios de los amigos y compañeros peruanos que había conocido en un viaje previo realizado en abril de 1969 — en una delegación oficial encabezada por el Dr. Carlos Rafael Rodríguez — , al igual que con algunos altos funcionarios del gobierno militar, así como de intercambiar criterios con Joa, elaboré un informe sintético sobre la complicada situación económica, social y política que se había creado en Perú. Incluí las contradicciones que se estaban presentando en el que — siguiendo lo planteado por Fidel en el discurso antes mencionado — ya había comenzado a denominar Gobierno Militar Revolucionario y en los altos mandos de las Fuerzas Armadas peruanas.
Las primeras tareas que cumplí vinculadas con Perú y dirigidas por Fidel
Para mi sorpresa, en el próximo vuelo de Cubana de Aviación portador de otra carga de ayuda humanitaria, recibí la instrucción de Piñeiro de que regresara a La Habana tres días después. Cuando llegué al Aeropuerto Internacional «José Martí», él me esperaba en la parte baja de la escalerilla del avión. Justo después del saludo me indicó que antes de llegar al pequeño salón de protocolo que entonces existía en esa terminal aérea, fuera ordenando mis ideas porque Fidel quería que le explicara y ampliara los fundamentos del informe que había enviado una semana antes.
Ese fue el inolvidable momento de mi vida en que, por primera vez, tuve el privilegio de estrechar las manos y conversar durante más de una hora con el Comandante en Jefe; quien, antes de expresar criterio alguno — como después comprendí que era su método — , me realizó incontables, detalladas y sucesivas preguntas — que denominé mayéuticas — sobre mis observaciones y conocimientos de la situación peruana.[10]
Al parecer satisfecho con mis respuestas, de inmediato me entregó algunas instrucciones sobre las tareas que, junto a Piñeiro y otros compañeros de la ya entonces llamada Dirección General de Liberación Nacional del Ministerio del Interior (en lo adelante, DGLN), debía cumplir lo más rápido posible. Acto seguido, nos despidió con su proverbial sencillez y afectuosidad.
A partir de ese momento, comencé a trabajar en el que unos días antes y sobre la base de sus amplios conocimientos de la Historia de las luchas por la que José Martí había denominado «primera independencia» de Nuestra América, Fidel bautizó como «Centro Operativo Ayacucho» en honor a la batalla comandada por Antonio José de Sucre, ocurrida en esa zona de Perú el 9 de diciembre de 1824, y que había dado al traste con la dominación colonial española en Suramérica.
A pesar de que aún no tenía 21 años y apenas llevaba tres trabajando como Oficial Analista en la Sección de Información del VMT, durante el cumplimiento de esas tareas varias veces tuve la posibilidad de expresar mis opiniones — no siempre coincidentes con las de otros compañeros más experimentados — en las reuniones a las que Fidel convocaba a Piñeiro para analizar la situación y adoptar nuevas decisiones dirigidas a incrementar las interrelaciones entre los liderazgos políticos de ambos países; en particular, con los principales representantes de los que denominábamos «sectores radicales» de sus Fuerzas Armadas.
Sobre la base ética fidelista de no inmiscuirse en esas contradicciones y, en lo posible, contribuir a limarlas, estas registraron un salto de calidad luego de que el gobierno peruano aceptó la propuesta de construir, con una brigada de trabajadores cubanos, seis hospitales debidamente equipados en las zonas andinas más afectadas por el evento telúrico antes referido. Con esta colaboración y la «escala técnica» que realizó Fidel en Perú el 4 de diciembre de 1971, luego de visitar Chile entre el 10 de noviembre y el 3 de diciembre de ese año, se fueron asentando las bases para el desarrollo de las relaciones oficiales entre ambos países que condujeron al restablecimiento de las relaciones diplomáticas en julio de 1972.
Después de que se adoptó esa decisión, Fidel, conocedor de que teníamos otra propuesta, convocó a Piñeiro y a todos los que estuvimos vinculados a las tareas por él encomendadas para, entre otros asuntos, informarnos que había decidido nombrar como embajador en Perú al capitán Antonio Núñez Jiménez — entonces presidente de la Academia de Ciencias de Cuba — y acto seguido nos orientó que, si Núñez lo solicitaba, lo ayudáramos en su preparación para la misión.
La ética con la que Fidel mantuvo sus vínculos con Salvador Allende
Meses antes, y en cumplimiento de las orientaciones de Piñeiro, comencé a asistir a varios eventos no gubernamentales de alcance continental que se desarrollaron en Chile durante el gobierno de la Unidad Popular (UP), presidido por Salvador Allende, entre fines de 1970 y el criminal golpe de Estado fascista del 11 de septiembre de 1973.
Entre ellos, el X Congreso de la Asociación Latinoamericana de Sociología (ALAS) y el Encuentro Latinoamericano de cristianos por el Socialismo, ambos efectuados en 1972. Y, ya en mi carácter de jefe del Grupo de Información de la Sección Especial sobre Chile de la DGLN, en el V Congreso de la Organización Continental Latinoamericana de Estudiantes (OCLAE) efectuado en Santiago de Chile entre el 13 y el 19 de mayo de 1973.
Por consiguiente, en las semanas previas fui convocado a la reunión que, en medio de sus importantísimas tareas y dando muestra de la relevancia que atribuía a la labor de las organizaciones juveniles y estudiantiles cubanas, Fidel sostuvo con los encargados de esa tarea por el Buró Nacional de la Unión de Jóvenes Comunistas (UJC) y con los presidentes de la Federación Estudiantil Universitaria (FEU) y de la OCLAE para informarse de todos los detalles de la situación de esa organización. Esta, sobre la base de sus decisiones, se había fundado en Cuba en agosto de 1966.[11]
Según las notas de esa reunión que todavía conservo en mis archivos personales, luego de informarse de las labores preparatorias de su próximo congreso y de recibir nuestras correspondientes respuestas a las preguntas que formuló, nos comentó sus opiniones y orientaciones acerca de todos los temas analizados y propuso que la consigna que guiara el evento fuera: «La unidad antiimperialista: táctica y estrategia de la victoria».
En mi apreciación, ese lema también enviaba un mensaje alto y claro a todas las organizaciones y partidos integrantes de la UP — en especial, al Partido Socialista (PS) — , así como a los dirigentes del Movimiento de Izquierda Revolucionaria (MIR) que, a pesar de las reiteradas recomendaciones de Fidel, habían adoptado posiciones muy críticas y, en algunos casos, confrontativas hacia algunas de las más importantes decisiones que en los meses previos había tomado el que los militantes de los partidos integrantes de la UP y amplios sectores del pueblo chileno llamaban «compañero presidente Salvador Allende».
Aunque, en mi criterio, Fidel compartía algunas de esas críticas, sobre la base de sus acrisoladas posturas éticas, siempre mantuvo un escrupuloso respeto hacia las decisiones que adoptó Allende hasta las primeras horas antes del golpe de Estado.
A esto volveré luego; ahora creo pertinente recordar que cuando se realizó el Congreso de la OCLAE ya era evidente que, como había anticipado Fidel en un discurso al final de su visita oficial a Chile en noviembre de 1971,[12] se habían creado las condiciones para producir un golpe de Estado fascista en ese país.
Según pude constatar durante las dos semanas que permanecí en Chile, las direcciones de los partidos de la derecha chilena — el Demócrata Cristiano y el Nacional — , las principales federaciones empresariales, sectores de la jerarquía de la Iglesia Católica, así como los grupos político-militares abiertamente fascistas — como el autodenominado «Patria y Libertad» — , al igual que una buena parte de los altos mandos de las Fuerzas Armadas, ya se habían decidido a crear las condiciones más adversas posibles para la Unidad Popular, lo cual condujo cinco meses después al brutal golpe de Estado impulsado — como se ha documentado — por la maquinaria de la política exterior, defensa y seguridad imperial de los Estados Unidos.
En consecuencia, todos los integrantes de la Sección de la DGLN que atendíamos ese país, ya fuera desde La Habana, en la embajada de Cuba en Chile o durante nuestras visitas periódicas a ese país habíamos recibido, a través de Ulises Estrada o de Piñeiro, la orientación de recomendarle cuidadosa y respetuosamente a nuestros interlocutores de la izquierda chilena que aceleraran su preparación para enfrentar la asonada fascista que ya se vislumbraba.
Según me explicó Ulises — quien ya había sido nombrado ministro Consejero de la Misión Diplomática en Chile — durante otra visita que realicé a ese país dos semanas antes del golpe, él y su antecesor, Juan Carretero, habían recibido instrucciones directas de Fidel de que — por razones éticas — las armas que se habían enviado y preservado en la embajada cubana, tanto para su autodefensa como para los partidos de la UP que las solicitaran y eventualmente el MIR, no podían entregarse sin una autorización expresa de Allende.
Y no fue hasta pocos días antes del golpe que autorizó que se les entregaran solo al Partido Comunista de Chile, pero cuando ya estaba en marcha la operación de entrega, la dirección de ese partido comunicó que aún no había creado las condiciones necesarias para recibirlas.[13]
En esos momentos Fidel realizaba su histórica visita a Vietnam — incluidas las zonas liberadas del todavía denominado Vietnam del Sur — y desde allá llamó a Ulises para indicarle que la principal misión que tenía el personal de la embajada era defender a toda costa el espacio que ocupaba, jurídicamente perteneciente a nuestro país, salvo que Allende autorizara a la Unidad de Tropas Especiales del MININT que se encontraba en Chile a incorporase a la resistencia del pueblo chileno.[14]
Cabe recordar que esa unidad se había ido trasladando al país andino junto a algunos constructores cubanos que viajaron para fortificar los locales y el perímetro interno de la embajada de Cuba, en cumplimiento de las orientaciones que Fidel — siempre previendo los que en la teoría y las prácticas de la Prospectiva Crítica se denominan «peores escenarios» — había impartido desde su visita a Chile a fines de 1971.
Gracias a esa decisión y a las contundentes respuestas que se les dieron a las pocas agresiones directas contra nuestra embajada que emprendieron las fuerzas militares chilenas, fue que pudieron salir indemnes de Chile todos los compañeros y compañeras que se reagruparon en la sede diplomática y preservar todas las armas que se encontraban en ella. Estas, en los meses posteriores, y en cumplimiento de las decisiones de Fidel, fueron entregadas poco a poco al MIR para que continuara su resistencia a la dictadura chilena.[15]
Como ya se sabe, Allende, a través de su hija Beatriz, prohibió expresamente que algún compañero cubano fuera a defender el Palacio de la Moneda donde, tal como había prometido en algunos de sus discursos, se inmoló, junto a otros de sus compañeros más cercanos, luego de dejar para la historia su estremecedor y último mensaje radial en el que, entre otras cosas, le expresó al pueblo chileno su convicción de que, «mucho más temprano que tarde, de nuevo se abrirán las grandes alamedas por donde pase el hombre libre para construir una sociedad mejor».[16]
Esa actitud, consecuente con los compromisos que había adquirido con el pueblo chileno, fue resaltada por Fidel en el discurso que pronunció en el acto conmemorativo del XIII aniversario de los Comités de Defensa de la Revolución (CDR) y, a su vez, en el homenaje póstumo del pueblo cubano a Salvador Allende y de solidaridad con el pueblo chileno, efectuado el 28 de septiembre de 1973 en la Plaza de la Revolución José Martí.[17] Durante la alocución, Fidel se comprometió a brindarle a los diversos partidos y organizaciones populares de ese país toda la ayuda que fuera necesaria para el derrocamiento del gobierno fascista; lo que se cumplió de manera irrestricta hasta que este fue derrotado en el plebiscito de 1988. En las elecciones presidenciales de un año después resultó electo el demócrata cristiano Patricio Aylwin, a quien pude conocer luego de mi participación en el Primer Encuentro del Foro Interamericano, efectuado en Chile en 1990.
A pesar de que ya han comenzado a divulgarse en ese país, aún están por difundirse en Cuba todos los componentes de las acciones solidarias con el pueblo chileno emprendidas bajo la dirección de Fidel. Entre ellas se encuentra la formación, a partir de 1975, de decenas de militantes en academias militares y en el Instituto Técnico Militar de nuestro país — estos habían sido seleccionados por los Partidos Comunista y Socialista de Chile.
Asimismo, la entrega en alta mar de 80 toneladas de armas y explosivos solicitadas por las estructuras militares del Partido Comunista unos años después de que, en septiembre de 1980, su dirección decidió emprender la que denominó «Política de Rebelión Popular de Masa», cuyo cambio más sobresaliente, en comparación con las políticas adoptadas antes, fue «aceptar todas las formas de lucha», incluida «la violencia aguda».[18]
Al papel que desempeñaron los militantes del PC y del PS de Chile formados militarmente en Cuba en los meses previos a la victoria de la Revolución Sandinista, el 19 de julio de 1979, se volverá después. No obstante, acorde con los objetivos de este testimonio, creo conveniente recordar que, tres meses después del discurso pronunciado por Fidel el 28 de septiembre de 1973, Piñeiro me encargó la atención del secretario general del PS chileno, Carlos Altamirano; quien fue el primer alto dirigente de la UP que arribó a Cuba después del golpe de Estado fascista del 11 de septiembre.
Participé, pues, en la conversación que Fidel sostuvo con él pocas horas después de su llegada a La Habana. En esta, Altamirano le comentó sobre lo sucedido en el Palacio de la Moneda a partir de lo que había escuchado de otras voces, incluido el entonces no confirmado suicidio de Allende.
Fidel lo escuchó con todo el respeto con que siempre atendía a los visitantes extranjeros — de cualquier jerarquía política o intelectual — que conversaban con él; pero, en un breve aparte, me trasladó su disgusto hacia las actitudes que había asumido Altamirano antes, durante y en las semanas posteriores al golpe. Asimismo, su desconfianza en que ese dirigente del PS, al igual que los de otros partidos integrantes de la UP, estuviesen capacitados para conducir las disímiles luchas contra la dictadura de Pinochet. En su opinión, era necesario el surgimiento de una nueva generación de cuadros políticos o político-militares capacitados para conducir esas luchas.
Como en otro de sus «viajes al futuro», la vida le dio la razón. Muy pronto comencé a constatar la veracidad de las sospechas de Fidel, al menos mientras me mantuve como jefe del Grupo de información sobre Chile de la DGLN, ya que, en febrero de 1974, Piñeiro decidió enviarme a uno de los cursos de preparación operativa que impartían otros órganos del MININT. Según me indicó, su plan era que, cuando lo culminara, me trasladara a Italia junto a otro compañero más experimentado, con vistas a que desde ahí atendiéramos al cada vez mayor número de dirigentes de la UP que se habían exiliado en diferentes países de Europa Occidental.
Sin embargo, como me enteré unos meses después de haber terminado ese curso, a causa de las decisiones que había adoptado el Buró Político (BP) del Comité Central (CC) del Partido Comunista de Cuba (PCC), comenzó a gestarse la disolución de la DGLN y la fundación del DA.[19] Y, para mi alegría, aunque aún no era militante del PCC, pues solo tenía 24 años, Piñeiro me incluyó en la lista de las y los que fuimos propuestos como funcionarios o «cuadros» de esa dependencia del denominado «aparato auxiliar del Secretariado del CC del PCC».
Cuando ese órgano de decisión colectiva aprobó la propuesta que, consultada con Fidel, le había presentado Piñeiro, el MININT nos ascendió al grado militar inmediato superior y nos dio baja honrosa de su plantilla. Y, en los años posteriores, nos otorgó diversos reconocimientos por las tareas que cada uno de nosotros habíamos cumplido; incluida la «Medalla Eliseo Reyes» conferida por el Consejo de Estado de la República de Cuba.
Mis aprendizajes durante los 10 años que permanecí en el DA
Pero, antes de que eso ocurriera, de inmediato fui incorporado a la Sección del DA encargada de atender Colombia, Ecuador y Venezuela. Cuando todavía no estaba totalmente preparado para asumir la nueva tarea, me tuve que implicar en la atención de la delegación del Partido Comunista de Venezuela (PCV) que asistió a la reunión preparatoria de la Segunda Conferencia de Partidos Comunistas Latinoamericanos (CPCL) que se efectuó en Cuba a inicios de 1975.[20]
Como ya me había sucedido en el primer viaje que hice a Venezuela,[21] durante la reunión tuve que volver a lidiar con las rémoras que subsistían de las fuertes contradicciones que, en la segunda mitad de la década de 1960, se habían presentado entre las máximas direcciones de nuestros correspondientes partidos comunistas. Este conflicto se derivaba de la decisión del PCV de abandonar de manera bochornosa la lucha armada contra los gobiernos proimperialistas, surgida del antidemocrático Pacto de Punto Fijo concertado por las cúpulas del partido demócrata cristiano (COPEI), del Partido Acción Democrática (AD) y de la mal denominada Unión Revolucionaria Democrática (URD) luego del derrocamiento, el 23 de enero de 1958, de la sanguinaria dictadura del general Marco Pérez Jiménez.[22]
Al igual que me había ocurrido en la primera misión oficial que, bajo su dirección, cumplí en Perú en abril de 1969, en el contexto de la reunión preparatoria pude apreciar la manera firme y, a su vez, equilibrada con que Carlos Rafael Rodríguez condujo esa reunión y se empeñó, de manera exitosa, en la solución de las discrepancias que seguían existiendo con algunos de los PC de varios países latinoamericanos; incluidos el venezolano y, en menor medida, el colombiano.
Sin embargo, las mayores enseñanzas provenían de la manera magistral en que Fidel, sobre la base de su convicción de que «la unidad antimperialista era la táctica y estrategia de la victoria» y de la necesidad «de combinar con tal fin todas las formas de lucha», condujo la Segunda CPCL y fue forjando los consensos necesarios para lograr la aprobación unánime de la Declaración Final del evento.[23]
En esta se refrendaron los conceptos que él, previamente, había expresado acerca de la mejor manera de abordar las discrepancias que seguían existiendo en las filas del llamado movimiento comunista y obrero internacional — entonces signadas por el conflicto chino-soviético y por el impacto del «eurocomunismo» y de su variante de factura azteca — y de que los PC abordaran de manera edificante las contradicciones que algunos tenían con las organizaciones revolucionarias latinoamericanas que vindicaban y practicaban, como forma principal, la lucha armada en sus variantes urbana o rural.
Eran los casos del Frente Sandinista de Liberación Nacional de Nicaragua (FSLN) y de las Fuerzas Populares de Liberación «Farabundo Martí» (FPL), fundadas en 1970 como una escisión del PC de El Salvador, encabezadas por el exsecretario general de ese partido, Cayetano Carpio, conocido como comandante Marcial.
La ética de Fidel en la conducción de las relaciones con Colombia
Pocas semanas después de terminado ese evento y a causa de serios errores cometidos por los dos funcionarios del DA que atendían Colombia, y a propuesta de Ulises Estrada, Piñeiro me nombró jefe de ese equipo. En ese entonces ya se habían restablecido las relaciones diplomáticas con Panamá (agosto de 1974), Venezuela (diciembre de 1974) y Colombia (a mediados de 1975), presididos por el general Omar Torrijos; Carlos Andrés Pérez, líder de la AD; y Alfonso López Michelsen, líder del Partido Liberal; respectivamente.
En ese contexto, y sin estar suficientemente preparado, una de las primeras tareas que asumí fue explicarle al jefe del Ejército de Liberación Nacional de Colombia (ELN), Fabio Vázquez Castaño — quien, desde 1974, estaba en Cuba — , la decisión de suspender los entrenamientos militares que se ofrecían en diferentes lugares del país a cerca de dos decenas de sus militantes, en razón de la ética que guiaba nuestras relaciones con los gobiernos latinoamericanos de cualquier tendencia política que decidieran desligarse de la multifacética política de agresiones y aislamiento de Estados Unidos contra nuestro país.
Para explicarle los fundamentos de esa decisión le referí el discurso que había pronunciado Fidel el 26 de julio de 1964, en el que había proclamado ese y otros principios de la política exterior cubana,[24] los cuales — según tenía entendido — estaban incluidos en el proyecto de resolución que al respecto iba a ser sometido a la aprobación de todos los delegados del Primer Congreso del Partido, pautado para inicios de diciembre de 1975 y al cual, le adelanté, él no sería invitado, a diferencia del secretario general del Partido Comunista Colombiano (en lo adelante, PC de C), Gilberto Vieira.
Después de esa conversación le preparé un informe a Piñeiro en el que incluí algunas de las preguntas que Fabio me realizó y que no pude responderle. Me orientó que le preparara un informe a Fidel en el que se incluyeran esas preguntas. Y, después de recibir sus indicaciones y de culminado el Congreso del PCC, Piñeiro se reunió con Fabio para trasladarle las respuestas correspondientes.
En su esencia, estas indicaban que la dirección de nuestro partido estaba en disposición de contribuir a que el ELN pudiera recibir la ayuda militar que se le había estado ofreciendo en Cuba a través de otros gobiernos o movimientos de liberación del Medio Oriente, como eran los casos de Argelia y/o de algunas de las fuerzas integrantes de la Organización para la Liberación de Palestina. Asimismo, que se les ofrecería el apoyo necesario para que regresaran a su país sus compañeras y compañeros después que terminaran sus correspondientes entrenamientos.
Sin embargo, estos no pudieron hacerlo a causa de la profunda crisis político-militar que, desde 1974, estaba afectando a esa organización. Como me informaron los representantes del ELN en una reunión cuasi clandestina efectuada en Praga a inicios de 1976, durante el análisis crítico de las causas de esa crisis, Fabio había sido destituido de la Jefatura y sustituido por una dirección colectiva encabezada por el exsacerdote católico Manuel Pérez.[25]
Pese a que coincidíamos con algunas de las fuertes críticas que se le realizaron a Fabio por parte de sus compañeros, y en razón de su trayectoria política y militar, le seguimos ofreciendo todas las atenciones necesarias para que, si así lo decidía, regresara a Colombia o pudiera reinsertarse de manera decorosa en la vida económica, social y política cubana. Así lo hizo hasta su muerte en diciembre del 2000.
Por consiguiente, lo estuve atendiendo de manera más o menos sistemática, según las circunstancias, hasta que en los primeros meses de 1984 fui sustituido en mis responsabilidades al frente del equipo del DA que atendía Colombia y, a propuesta de Piñeiro y del entonces secretario de Relaciones Internacionales, Jesús Montané Oropesa, fui nombrado como director del Centro de Estudios sobre América (CEA) por el Secretariado del CC del PCC.
Como las y los lectores sabrán comprender, resulta imposible en este testimonio referir todas las tareas que tuve que emprender durante los ocho años previos. Pero creo conveniente adelantar que, como se verá después, Fidel no había olvidado las experiencias que vivió en la capital de Colombia antes y durante «El Bogotazo», para referirse a la desorganizada y criminalmente reprimida sublevación popular que se produjo tras el asesinato, el 9 de abril de 1948, del carismático líder Jorge Eliécer Gaitán.
De eso me fui percatando en las diferentes reuniones para analizar la cambiante situación colombiana a las que Fidel convocaba a Piñeiro. También en el acompañamiento de las delegaciones de ese país invitadas por el DA que el Comandante en Jefe decidía atender en persona. Se fue consolidando así mi criterio de que esa práctica de que los funcionarios que atendíamos las delegaciones participáramos en las reuniones que él sostenía con ellas, formaba parte intrínseca de sus desburocratizados y sistemáticos métodos de dirección y trabajo.
Sobre todo, porque muchas veces él aprovechaba esas ocasiones para evaluar y conocer, sin intermediarios, los conocimientos y las opiniones de cada uno de los funcionarios del DA implicados en las tareas que él consideraba más importantes para el despliegue de las políticas de nuestro partido y gobierno hacia diversos países de América Latina y el Caribe. Incluso, más de una vez me sucedió que, además de responder las preguntas de Fidel, al terminar las entrevistas se me acercaba a indagar mi opinión respecto a lo que él había planteado.
Lo que aprendí de las interrelaciones de Fidel con Gabriel García Márquez
Esas y otras prácticas de Fidel fueron una de las tantas enseñanzas que recibí de él durante el tiempo que estuve atendiendo Colombia. Después de atender a la delegación del PC de ese país que fue invitada al primer Congreso de nuestro partido, una de mis primeras tareas fue acompañar a Gabriel García Márquez — también conocido como Gabo — durante la visita que realizó a nuestro país a mediados de 1976.
Luego de recibirlo en el aeropuerto, alojarlo en el Hotel Nacional y hablar con él, le informé a Piñeiro los diversos objetivos su visita a nuestro país. Como algunos de estos tenían una clara connotación política vinculada a la situación entonces existente en Colombia, de inmediato me indicó que le comunicara la intención de reunirse con él al día siguiente.
Así lo hice; pero cuando fui a buscarlo a la hora acordada, no lo encontré porque, según Gabo me dijo después con su fino humor, no exento de ironía, Fidel «lo había secuestrado», no tanto para hablar sobre la situación política colombiana — que era lo que yo había hecho — , sino sobre su obra literaria, de la cual — creo que él se había percatado — yo no tenía suficientes conocimientos.
Esto me dejó otra lección: para seguir atendiéndolo y para sus futuros encuentros con Fidel, con Carlos Rafael, con otros dirigentes de la Revolución o con los escritores y artistas cubanos que Gabo nos había pedido visitar, lo primero que tenía que hacer era releerme Cien años de soledad y leerme el Otoño del Patriarca que él había publicado antes de regresar a Colombia en 1975.
Ese aprendizaje me fue de enorme utilidad para mis relaciones con otros escritores y artistas colombianos y de otros países del continente y, en especial, en las muchas visitas que posteriormente realizó Gabo a La Habana. En estas, tanto antes como después de obtener el Premio Nobel de Literatura en 1982, tuve el privilegio de participar — en ocasiones en compañía de mi colega y esposa, Tania García Lorenzo — en buena parte de las conversaciones sobre lo divino y lo humano — incluida la literatura — que Gabo y su esposa Mercedes sostenían con Fidel, a veces hasta altas horas de la noche o la madrugada, como casi siempre ocurría cuando la familia del Gabo venía al Festival Internacional del Cine Latinoamericano y/o a pasar las Navidades y el Fin de Año en nuestro país.
Sobre la base de sus propias convicciones políticas, en esos años utilizó su prestigio para, por iniciativa propia, coordinadas o a solicitud de Fidel, emprender diversas gestiones y acciones dirigidas a respaldar la multifacética proyección internacional de la Revolución cubana. Aunque estuve vinculado a algunas de ellas, no puedo ni debo relatarlas todas; pero sí puedo referir las que tuvieron connotaciones públicas o fueron luego divulgadas por algunos de sus protagonistas.
Entre ellas, la visita que realizó a Angola a comienzos de 1977 y luego de la cual escribió su artículo «Operación Carlota», que fue el nombre que la máxima dirección política-estatal de nuestro país le puso a la decisiva colaboración político-militar que nuestro pueblo le ofreció al gobierno de Angola, presidido por Agustino Neto, para derrotar las primeras agresiones contra la recién lograda independencia de ese país. Estas, habían sido emprendidas de manera simultánea por el gobierno racista de Sudáfrica y por el gobierno proimperialista de la República del Congo.[26] También, habían sido respaldadas por Estados Unidos y otras potencias imperialistas europeas, así como, en menor medida y de manera sibilina, por el PC y el gobierno de la República Popular China, encabezado hasta 1976 por Mao Zedong.
Por indicaciones del entonces segundo secretario del CC del PCC y ministro de las Fuerzas Armadas Revolucionarias, Raúl Castro, había acompañado a Gabo en esa visita. Cuando, a través de Piñeiro, le hicimos llegar a él y a Fidel la primera versión de su artículo, nos convocó a la conversación que sostuvo con Gabo. En ella, luego de indagar sobre las fuentes cubanas y angolanas que había consultado, así como de los lugares visitados en Angola, Fidel, después de realizar algunas precisiones, reconoció con suma delicadeza que — aunque su relato no era tan enjundioso como el de Cien años de soledad — era un artículo muy bueno para dar a conocer en el mundo la gesta solidaria del pueblo cubano con la independencia de los pueblos africanos, así como con sus luchas contra el apartheid, los Estados Unidos y sus aliados europeos y africanos.
A ello se suma todo el apoyo que antes y después García Márquez le ofreció a nuestra embajada en Colombia, incluidas las informaciones que nos suministraba sobre organizaciones revolucionarias de ese país que actuaban desde la clandestinidad con las que, en cumplimiento del principio de no injerencia en los asuntos internos de Colombia, no debíamos mantener relaciones directas. Entre ellas, el Movimiento 19 de Abril (M-19) que había ganado notoriedad después de que en enero de 1974 había sustraído la espada y el bastón de mando de Simón Bolívar que estaban atesorados en la Quinta de Bolívar, ubicada en el centro de Bogotá.
Cuatro años después, Gabo se implicó de manera directa en la coordinación con el gobierno de Panamá de la complicada operación político-militar que, en 1978, había emprendido el M-19 para hacerle llegar al FSLN una parte de los aproximadamente 5.000 fusiles que tenían programado sustraer a inicios de enero de 1979 de unos almacenes de las Fuerzas Armadas Colombianas — conocidos como el Cantón Norte — ubicados en Bogotá.[27]
Aunque todos los detalles de esa frustrada operación y la participación que iba a tener en ella el gobierno panameño, encabezado por el general Omar Torrijos, solo pude conocerlos meses después, las decisiones de darle protección en Cuba, de manera discreta, al matrimonio colombiano y a sus dos hijos desde cuya vivienda se había construido el túnel para extraer las armas antes mencionadas, fueron adoptadas por Fidel a comienzos de 1979.
Con su referida capacidad de «viajar al futuro», en ese momento ya Fidel había previsto las agudas contradicciones que se iban a presentar con el represivo y proimperialista gobierno colombiano, presidido — entre agosto de 1978 y de 1982 — por el liberal Julio César Turbay Ayala; en tanto, como le habíamos informado, este había demostrado su hostilidad hacia la Revolución cubana cuando entre 1958 y 1961 había sido ministro de Relaciones Exteriores del gobierno presidido por el proimperialista ex secretario general de la OEA, Alberto Lleras Camargo (1958–1962).
Hay que resaltar que la decisión de Fidel también se enmarcó en su previsión estratégica del papel negativo que iba a desempeñar el gobierno de Turbay Ayala en los órganos del Sistema Interamericano que, a solicitud de la administración de James Carter (1977–1981), se estaban activando para tratar de impedir o mediatizar la potente insurrección popular contra la dictadura de Anastasio Somoza encabezada por el FSLN en Nicaragua.
En las investigaciones que luego emprendí sobre esos trascendentales acontecimientos pude comprender la meticulosidad de orfebre y la escrupulosa ética con la que el Comandante en Jefe, de manera acelerada, fue diseñando e implementando «la ruta crítica» que condujo a la organización en Cuba de una «brigada de apoyo» al FSLN, integrada por revolucionarios nicaragüenses, salvadoreños, hondureños, guatemaltecos, chilenos y uruguayos que recibían o habían recibido entrenamiento militar en nuestro país.
Según sus propias palabras casi 30 años después, a esa brigada se incorporaron «51 oficiales del Partido Comunista de Chile, 20 del Partido Socialista de ese país y ocho del Partido Comunista Uruguayo», formados en academias militares cubanas, así como «diez médicas y dos médicos militares chilenos formados en Cuba».
No obstante, sobre la base del absoluto respeto a las direcciones de esos partidos, solo «fueron integrados a esa fuerza con la autorización previa de las [máximas] direcciones de sus respectivas organizaciones políticas».[28] Y, a su vez, quedaron comprometidos a subordinarse a las decisiones que fuera adoptando la dirección del FSLN. [29]
De manera convergente y atendiendo a una solicitud realizada por el presidente venezolano Carlos Andrés Pérez, de enviarles medios de defensa antiaérea al gobierno costarricense para que pudiera defenderse ante los eventuales ataques de la aviación somocista, Fidel llegó a un acuerdo con el presidente de Costa Rica, Rodrigo Carazo Odio (1978–1982): la mitad de las toneladas de armas que se les enviarían desde Cuba serían entregadas a las fuerzas sandinistas que operaban en el sur de Nicaragua; lo que incrementó exponencialmente su poder de fuego.
Como también había previsto, la brigada internacionalista antes referida, asesorada por el ahora general retirado de las Tropas Especiales del MININT, Alejandro Ronda, desempeñó un papel decisivo en las acciones militares que condujeron a la derrota de las cada vez más desmoralizadas tropas élites de la Guardia Nacional somocista desplegadas en esa zona y, con ello, aceleraron la victoria, el 19 de julio de 1979, de la Revolución Sandinista.
Acorde con los propósitos de este testimonio, me parece necesario resaltar la cristalina ética con la que Fidel condujo sus relaciones con los gobiernos de Panamá — por donde inicialmente se trasladaron buena parte de los 208 oficiales y combatientes internacionalistas latinoamericanos que salieron de Cuba — , Venezuela y Costa Rica, así como con los inexpertos mandos del Frente Sur del FSLN.
Según ha relatado Ronda, Fidel en persona le había instruido respetar las decisiones que estos adoptaran e influir, un día antes de la victoria de las fuerzas sandinistas, en sus destacamentos que combatían en el Frente Sur para que atacaran de inmediato a las desmoralizadas fuerzas de la Guardia Nacional y se prepararan «para hacer prisioneros, tratarlos con el máximo de consideración humana y política [y], evitar cualquier tipo de excesos».[30]
El «tablero de ajedrez» en el que se desplegaban las luchas en Colombia
Estimulados por esa victoria y tratando de aplicar en las condiciones de su país algunas de las experiencias de lucha del FSLN, el 27 de febrero de 1980 un comando del M-19 ocupó la embajada dominicana en Bogotá en momentos en que se estaba realizando una concurrida recepción para festejar el 136 aniversario de su independencia del dominio colonial español. Como nuestro país no tenía relaciones diplomáticas con el gobierno dominicano, nuestro embajador, Fernando Ravelo, no asistió a esa recepción.
De inmediato, el comando del M-19 dio a conocer sus ambiciosas demandas — la excarcelación de todos los presos políticos y la entrega de algunos millones de dólares — para liberar a los 13 Embajadores y al Nuncio Apostólico que permanecieron como rehenes. Comoquiera que el presidente colombiano Turbay Ayala no estuvo dispuesto a aceptarlas, comenzaron a desarrollarse frente a la embajada dominicana prolongadas y cada vez más escabrosas negociaciones entre la negociadora del M-19 y los representantes del gobierno colombiano.
Este — según las informaciones que recibíamos — estaba elaborando diversos planes para ocupar violentamente las instalaciones de esa embajada. Sin develar las fuentes, los denunciamos de manera sistemática a través de las ondas de Radio Habana Cuba, cuyas transmisiones suponíamos que estaban siendo captadas por el comando del M-19.
En esas condiciones, Fidel autorizó a Ravelo a que ofreciera sus buenos oficios para contribuir a solucionar el impasse que se había creado. Condición imprescindible era que ambas partes lo aceptaran. Mucho más porque, a fines de 1979, en un claro contubernio con el gobierno de los Estados Unidos presidido por James Carter, así como con otros gobiernos latinoamericanos y de otras partes del mundo, Turbay Ayala, violando los acuerdos establecidos con las autoridades gubernamentales de nuestro país, se había empeñado en obstruir su legítima aspiración de ocupar, en representación del Movimiento de Países No Alineados — entonces presidido por Cuba — , uno de los dos escaños rotativos de la representación de América Latina y el Caribe en el Consejo de Seguridad de la ONU.
A causa del impacto negativo que tuvo en esa pretensión la sorpresiva intervención de tropas soviéticas en Afganistán y su imposibilidad ética de condenarla, ni de apoyarla, las autoridades cubanas tomaron la decisión de posponer su candidatura y proponerle al Grupo Latinoamericano de la ONU (GRULA) que ese escaño fuera ocupado por el gobierno de México. Esa propuesta fue aceptada ante el hastío que había provocado la indecorosa actitud del gobierno colombiano que violaba de manera flagrante y sistemática los procedimientos establecidos en todos los grupos regionales de la ONU.[31]
No obstante, cuando poco más de dos meses después de la ocupación de la embajada dominicana, con el concurso de Ravelo, se logró finalmente que el gobierno colombiano y el M-19 arribaran a un acuerdo, Fidel autorizó el envío de un avión de Cubana de Aviación para trasladar a nuestro país, en calidad de asilados políticos, a todas y todos sus integrantes, al igual que a los embajadores que permanecieron como rehenes hasta su llegada a Cuba.
Junto a un grupo de compañeros del MININT encargados de desactivar y recoger todas las armas que tuvieran en su poder los integrantes de ese comando, a un experimentado equipo médico y al segundo Jefe de Protocolo de la Cancillería cubana, viajé en ese avión para, si fuera necesario, tratar de solucionar, en pleno vuelo, cualquier dificultad política que surgiera con los integrantes del comando del M-19.
Estaba en posibilidades de cumplir esa tarea porque casi un año antes había sostenido varias conversaciones en México y en La Habana con el jefe de esa organización político-militar, Jaime Bateman, quien, a mediados de 1979 había viajado a Cuba con el propósito de realizarse una delicada operación quirúrgica y sostener conversaciones con nuestro partido, así como con los representantes de algunas organizaciones revolucionarias latinoamericanas.
Al llegar al Aeropuerto Internacional «José Martí» cometí un error: como estaba muy cansado de todo el ajetreo de los días previos y de la tensión que había causado el tiempo que permanecimos en el aeropuerto de Bogotá y durante el vuelo a La Habana, le orienté a otro compañero de mi equipo que se trasladara a la casa que se había previsto para albergar y atender cualquier problema que se les presentara a los integrantes del comando del M-19. Y ocurrió lo que no había previsto: a las pocas horas Fidel fue a visitarlos para informarse de todos los detalles de la ocupación de la embajada dominicana en Bogotá, así como de los pormenores de su salida de Colombia y su traslado aéreo hasta La Habana.
En cuanto nos vimos en persona, Piñeiro me hizo comprender que cuando yo estuviera al frente de cualquier tarea, nunca debía delegarla sin consulta previa. Mucho menos si Fidel la estaba atendiendo personalmente, ya que no siempre él nos informaba cuándo iba a emprender sus próximos pasos con relación a las mismas. Nunca volví a cometer ese desatino.
Tres meses después, el 22 de julio, viajaron a La Habana, procedentes de Nicaragua — en donde habían participado en los actos por el primer aniversario de la Revolución Sandinista — , Jaime Bateman y otros dos altos dirigentes de esa organización que habían logrado fugarse de la cárcel donde estaban sometidos al que en Colombia se llamó «el Consejo de Guerra del Siglo», por la cantidad dirigentes y militantes de diversas organizaciones populares y revolucionarias detenidos y muchas veces torturados durante los dos primeros años del gobierno de Turbay Ayala.
En esa ocasión, Bateman nos solicitó que le ofreciéramos entrenamiento militar a los integrantes del antes referido comando y a otros dirigentes y militantes del M-19. Asimismo, que lo ayudáramos a establecer relaciones oficiales con las máximas direcciones del FSLN — que no los habían recibido durante su visita a Nicaragua — y de las organizaciones revolucionarias salvadoreñas con las que no habían logrado reunirse en Managua, así como de otros países de América Latina que en aquellos momentos estuvieran en La Habana para participar, al igual que él, en la celebración del 27 aniversario del Asalto al Cuartel Moncada.
En razón del cada vez más acentuado deterioro de las relaciones con el gobierno colombiano, Fidel aprobó esas solicitudes y, por primera vez, se reunió con Bateman. Después de esa reunión lo invitó a una pesquería submarina, a la cual no acudí en cumplimiento de las orientaciones de Piñeiro, quien fue el que los acompañó en esa ocasión. Luego de cumplir los principales propósitos de su visita a Cuba, Bateman regresó a Managua donde, a nuestra solicitud, esta vez fue atendido por el jefe y vicejefe de la Dirección de Relaciones Internacionales del FSLN.
Inmediatamente después partió para Panamá, donde hacía poco más de dos años y gracias a la ayuda de García Márquez, había establecido estrechas relaciones con Torrijos; quien en más de una vez lo ayudó a organizar su regreso clandestino a Colombia. Y, estando allí, comenzó a implementar los planes dirigidos a darle una estructura militar a las llamadas «guerrillas móviles» que, con mayores o menores éxitos, se habían formado en diferentes zonas rurales del sur de ese país.
Para avanzar en esos planes, a fines de 1980 Bateman comenzó a urgir el regreso a Colombia de todos los dirigentes y militantes de su organización que estaban recibiendo entrenamiento militar en Cuba. Según pudimos conocer, su plan era que ellos y otros militantes de su organización emprendieran sendos desembarcos navales en dos puntos diferentes de ese país en algún momento del primer trimestre de 1981.
De inmediato le enviamos a Fidel un informe donde le indicamos que esas expediciones iban a salir desde Panamá. Sin dudas, esto le generó una gran preocupación porque, según me dijo Piñeiro, preguntaba si teníamos posibilidades de comunicarnos con Bateman de manera expedita. De inmediato comenzamos a buscar tal comunicación, pero sin esperar el resultado de nuestras gestiones, Fidel comenzó a buscar otras vías, incluido García Márquez, que en esos momentos estaba en Cuba.
En la conversación que sostuvo con él — en la que participé, junto a Piñeiro — , Fidel le pidió que le hiciera llegar con rapidez a la máxima dirección del M-19 su criterio acerca de los desembarcos navales: que eran una de las más difíciles operaciones militares que pudieran emprender para cumplir los propósitos de esa organización. Y, en caso de que no se convencieran, les pedía que demoraran los desembarcos hasta su regreso del viaje que tenía previsto realizar a fines de febrero con vistas a participar en el XXVI Congreso del Partido Comunista de la Unión Soviética.
A causa de que ni nosotros ni el Gabo encontramos vías apropiadas para hacerle llegar ese mensaje a Bateman, el primer grupo de 48 combatientes del M-19 salió de Panamá el 5 de febrero y desembarcó en el noroccidente de Colombia. Por su parte, el segundo grupo de 86 combatientes salió de Panamá 20 días después y desembarcó en el suroccidente de ese país. Como había previsto Fidel, de inmediato ambos grupos fueron perseguidos y diezmados por las fuerzas militares colombianas; las cuales, en el caso del último grupo, contaron con la cooperación del Ejército ecuatoriano.
Fue en ese contexto que, luego de obtener mediante tortura la confesión de uno de los integrantes de la expedición, el 23 de marzo de 1981, en una alocución radial y televisiva, Turbay Ayala anunció su decisión de «suspender» las relaciones diplomáticas con nuestro gobierno y nos acusó de haber organizado y armado los desembarcos. De inmediato, García Márquez solicitó asilo político en la embajada de México, ya que circulaban informaciones de que las fuerzas represivas colombianas lo buscaban para encarcelarlo.
Comoquiera que ya había retornado a Cuba, Fidel redactó una concisa declaración del Gobierno Revolucionario en la que se reconoció que algunos de los integrantes de la expedición del M-19 se habían entrenado en nuestro país — en particular los integrantes del comando que, por acuerdo con el gobierno colombiano, habían recibido asilo político — ; pero afirmó que nuestras autoridades no habían tenido nada que ver con el avituallamiento ni la organización de esos desembarcos. Acto seguido, expresó la disposición de nuestras autoridades de sostener conversaciones con el gobierno colombiano para encontrar una solución político-diplomática a todos los conflictos que, desde fines de 1979, habían venido afectando el desenvolvimiento de nuestras relaciones bilaterales.
De la manera cuidadosa y precisa en que Fidel redactó la nota antes referida, obtuve una nueva lección político-ética: nunca debíamos decir mentiras, ni siquiera para tratar con nuestros enemigos y adversarios; pero tampoco podíamos decir aquellas verdades que pudieran afectar a otras fuerzas políticas o a gobiernos amigos, como era el caso, en esos momentos, del M-19, el gobierno panameño y, en específico, de su máximo líder, el general Torrijos; quien murió el 31 de julio de ese año en un sospechoso accidente aéreo que algunos de sus más cercanos compañeros consideran fue un magnicidio organizado por la CIA.[32]
Nunca supe si Torrijos tuvo tiempo de agradecerle a Fidel su decisión de no implicarlo en uno de los errores político-militares más costosos en vidas, armamentos y recursos económicos que hasta entonces había cometido el M-19.[33] Sin embargo, esos desatinos no fueron obstáculos para que nuestro partido continuara manteniendo sus estrechas relaciones con esa organización político-militar. Entre otras razones, porque hasta su salida del gobierno en agosto de 1982, Turbay Ayala mantuvo todos sus contubernios con Estados Unidos y, por consiguiente, nunca aceptó sostener las conversaciones que nuestro gobierno le había ofrecido.
Por consiguiente, en los primeros días de agosto de 1981, se autorizó una nueva visita a Cuba de otros dirigentes del M-19, incluido Jaime Bateman, quien, producto de los rigores de su intensa vida guerrillera, tuvo que someterse a una nueva operación quirúrgica en nuestro país.
En esa ocasión, Fidel nuevamente fue a visitarlo en la Casa de Protocolo donde estaba alojado y, luego de conocer su estado de salud, de escuchar el análisis preliminar que ellos habían realizado sobre los errores cometidos en los desembarcos, así como sobre la situación en que se encontraban la organización y los compañeros que seguían encarcelados en Colombia, le preguntó algunos detalles de otra operación que, según le habíamos informado con anticipación, Bateman estaba organizando desde Panamá.
Esta consistía en hacer llegar por vía aérea o marítima a Colombia mil fusiles automáticos con abundantes municiones que se encontraban en un barco averiado que estaba en las costas de Panamá en el Océano Atlántico, pues las organizaciones político-militares salvadoreñas que las habían adquirido no tenían condiciones para internarlas en su país.
En ese momento, Fidel le preguntó a Bateman sobre la posibilidad de que parte de esas armas se le pudieran hacer llegar a las Fuerzas Armadas Revolucionaras de Colombia (FARC), políticamente subordinas al PC de C. No solo como una demostración de su voluntad unitaria, sino también para fortalecer otros frentes de lucha guerrillera. Bateman respondió de manera positiva a esa sugerencia; pero indicó que ellos aún no habían podido lograr un acuerdo político con la dirección de esa organización.
Sin embargo, cuando una parte de dicho armamento fue introducido en Colombia por vías marítimas y trasladado mediante el intrépido secuestro de un avión comercial a una de las zonas donde operaban las fuerzas guerrilleras del M-19, Bateman nos informó que, cumpliendo su compromiso con Fidel, una parte del mismo — que aún permanecía en Panamá — iba a ser destinado a las FARC.
En las semanas posteriores nos comunicó que, a pesar de haber definido con la dirección de esa organización el lugar de Colombia en que se las iban a entregar por medios marítimos, no acudieron a recibirlo, por lo que el barco que las transportaba tuvo que regresar a Panamá. Y, en un segundo intento, tuvo que ser hundido por los combatientes del M-19 encargados de esa operación porque había sido interceptado en alta mar por una poderosa unidad de la Marina de Guerra colombiana.[34]
Cabe destacar que el tema de la necesaria unidad o coordinación entre ambas organizaciones guerrilleras también había sido abordado de manera cuidadosa por Fidel en la reunión que había sostenido con la delegación del PC de C invitada al Segundo Congreso del PCC, efectuado entre el 17 y el 20 de diciembre de 1980. Esta había sido encabezada por su secretario general, Gilberto Vieira, e incluyó a otros dos integrantes de su máxima dirección; uno de los cuales era el portador de diversas solicitudes de ayuda dirigidas a fortalecer las estructuras de mando de las FARC.[35]
Estas eran tan modestas que Fidel les indicó que, si nuestro país se iba a buscar un nuevo conflicto con el gobierno de Turbay Ayala — adicional al que, como ya se vio, se había presentado en la ONU — , la selección que ellos iba a realizar de los que vendrían a recibir preparación militar en Cuba podía ser mayor que la que estaban solicitando. Y, desde su mirada estratégica, les exteriorizó su criterio de que las multiformes y, en muchas ocasiones, desarticuladas luchas que se estaban desplegando en Colombia debían incorporarse al «tablero de ajedrez» de las que de manera simultánea se estaban desarrollando en otros países de Centro América y el Caribe; tanto por la privilegiada ubicación geopolítica de su país, como por el importante papel que siempre había desempeñado en la política de Estados Unidos hacia América Latina.[36]
De los planteamientos de Fidel obtuve otra lección: en el futuro mi campo de análisis no podía quedar restringido a la situación interna y a la política exterior colombiana. Para entenderla en toda su profundidad estaba obligado a estudiar, desde la que ahora se denomina «geopolítica crítica», el diseño y la implementación de las diversas estrategias de la maquinaria de la política exterior, defensa y seguridad imperial de Estados Unidos, así como de sus aparatos económicos e ideológico-culturales hacia otros países del sur del continente americano y, en particular, hacia la que ellos denominaban «Cuenca del Caribe».
Esa enseñanza alumbró todas las tareas que en los años posteriores desarrolló el equipo del DA encargado de Colombia y, años más tarde, algunas de las investigaciones que emprendí durante los 12 años que fui director del CEA. A algunas de estas volveré en otro acápite, pero ahora quiero resaltar, sin orden de prelación, otras lecciones que recibí de Fidel entre 1981 y mediados de 1984.
La prodigiosa memoria del Comandante en Jefe
Como ya dije, desde marzo de 1981 ya no teníamos relaciones diplomáticas con Colombia. En esas circunstancias, García Márquez nos comunicó el interés que tenía el historiador colombiano Arturo Alape, vinculado al PC de C, de realizarle una entrevista al Comandante en Jefe sobre su participación en «El Bogotazo».
Luego de informarle los positivos antecedentes que teníamos sobre la obra de ese historiador colombiano — era el autor de los mejores libros sobre la historia de las FARC que hasta entonces se habían publicado — , Fidel autorizó que viajara a nuestro país. Y, pocas horas después de su llegada a La Habana, fue a visitarlo en horas de la noche a la Casa de Protocolo en que lo habíamos alojado. Como siempre hacía con sus interlocutores, comenzó su conversación haciéndole diversas preguntas para examinarlo y conocer los objetivos de la entrevista que quería realizarle.
Alape le explicó que su propósito era la terminación de un libro que estaba escribiendo en el que pretendía develar, más de 30 años después, la historia oculta de ese acontecimiento que había sido un parteaguas en la vida política de su país y, en ese contexto, desacreditar todo lo que de manera sistemática publicaba la prensa de derecha colombiana acerca de la presunta responsabilidad que Fidel había tenido en el desencadenamiento y desarrollo de esa desorganizada sublevación popular. Fidel le pidió las preguntas que quería realizarle. Alape le propuso que, antes de formularle las preguntas correspondientes, prefería que se leyera lo que había escrito hasta entonces.
Fidel accedió y en las primeras horas de la tarde del otro día, a través de Piñeiro, nos informó que esa noche nuevamente iba a visitar a Alape. Como siempre hacía, fui a garantizar que él estuviera disponible a la hora indicada. Y, cuando llegó, después de los saludos de rigor, con toda delicadeza, Fidel comenzó a mencionarle algunas inexactitudes que había identificado en el relato.
Alape se desconcertó y para tratar de explicar lo que había escrito comenzó a mencionar las fuentes utilizadas. Como Fidel cuestionó la calidad de esas fuentes, Alape se percató de que, antes de entrevistarlo, estaba obligado a regresar a su país para confirmar información o buscar otras fuentes documentales o cartográficas. De todas formas, Fidel le ofreció algunas informaciones que le iban a ser útiles para las nuevas pesquisas que se había comprometido a realizar y Alape decidió adelantar su regreso a Colombia.
Cuando nos informó que había culminado esas indagaciones, luego de consultar con Fidel, fijamos las fechas de su regreso a La Habana. Fui a recibirlo al aeropuerto y, en cuanto le di la bienvenida, Alape me dijo que Fidel había tenido la razón ya que, según había logrado establecer, los mapas que él había revisado antes de su primer viaje, se habían impreso en años posteriores a 1948 y, por tanto, habían incluido algunos cambios urbanísticos que se habían producido después de «El Bogotazo».
De inmediato se lo informamos a Fidel; quien, al igual que había hecho en la ocasión anterior, de inmediato fue a visitar a Alape y, en los días posteriores, le dio la entrevista que le permitió terminar la versión final de su libro El Bogotazo: memorias del olvido.[37] Después que Fidel volvió a revisar la entrevista que ofreció a Alape, la Casa de las Américas la publicó con el título Fidel en el Bogotazo.
En esa experiencia aprendí otra lección que me ha resultado de enorme utilidad en el resto de mi vida política, profesional e intelectual: la imperiosidad de ser en extremo riguroso en la evaluación de la calidad de las fuentes bibliográficas, hemerográficas, documentales, cartográficas o testimoniales que se empleen en cualquier escrito con fines académicos, científicos y/o políticos.
Mucho más si los que emprendiera iban dirigidos a Fidel; quien, a partir de sus propias lecturas, del acceso a otras fuentes y de su capacidad de correlacionarlas y contrastarlas, así como de su prodigiosa memoria, usualmente tenía más conocimientos sobre lo que preguntaba que buena parte de sus interlocutores.
Por eso, cada vez que él me hacía una pregunta, prefería referirle las fuentes de la información sobre las que basaba mis respuestas o decirle, con toda franqueza, que, en ese momento, no estaba en posibilidades de responderle. En mi apreciación, él prefería que le dijera esto último a que, como decimos en buen cubano, «le inflara un globo» sobre el tema o el asunto específico que él estaba interesado en conocer.
Así pude constatarlo en las conversaciones que, de manera separada, él sostuvo con el expresidente Alfonso López Michelsen y con un senador del Partido Conservador colombiano, a quienes Fidel les preguntó sobre algunos indicadores económicos y sociales de ese país sobre los que él tenía mucha más información que las que estos fueron capaces de ofrecerle. El primero salió del trance reconociendo que tenía que aprender «a sacar las cuentas mentalmente a la velocidad que lo lograba Fidel»; pero el segundo insistió en la defensa de los datos que estaba aportando. En un breve momento de privacidad Fidel me susurró: «Es un mentiroso».
Esto último ocurrió unos meses después de que, en agosto de 1982, el candidato del Partido Conservador colombiano, Belisario Betancur, había asumido la presidencia de ese país y proclamado su intención de «resolver los problemas objetivos y subjetivos» que, en su consideración, determinaban las ancestrales, superpuestas y muchas veces sádicas violencias delincuenciales y políticas entonces (como ahora) existentes en su país. Con tal fin, uno de sus primeros pasos fue proponerle al Congreso la aprobación de una Ley de Amnistía amplia e incondicional para todos los presos políticos.
Durante la campaña electoral esa había sido una de las principales demandas de diferentes fuerzas sociales, políticas e intelectuales; incluidos importantes sectores del Partido Liberal y de la heterogénea coalición de organizaciones de izquierda que se había formado para disputar la presidencia de la República. Asimismo, de la «propaganda armada» del M-19 y de la audiencia que habían logrado alcanzar la gran cantidad de dirigentes de esa organización que se mantenían presos en una de las principales cárceles del país, después de las largas sanciones que le habían impuesto en el Consejo de Guerra antes mencionado.
Como una nueva expresión de sus desencuentros, las FARC habían iniciado una «tregua unilateral» que a Fidel le había parecido inadecuada para las complejas circunstancias políticas que estaba viviendo Colombia y en razón de la política agresiva contra las revoluciones sandinista, granadina y cubana que comenzaban a implementar los Estados Unidos desde que Ronald Reagan asumió la presidencia el 20 de enero de 1981.
Fidel jamás le decía a ninguna organización revolucionaria lo que debía hacer
Como pude conocer en la visita que unos meses antes realicé a Colombia para ofrecer una conferencia en el Seminario Internacional «El Movimiento de Países No Alineados y América Latina», organizado por la Cancillería de ese país, el 18 de noviembre de 1982, Belisario Betancur firmó la antes referida Ley de Amnistía. Esta propició la libertad de un numeroso grupo de dirigentes y militantes de varias organizaciones guerrilleras colombianas: la Auto Defensa Obrera — de inspiración trotskista — , el ELN, el Ejército Popular de Liberación — influido por el maoísmo — , las FARC y el M-19.
Por las estrechas relaciones que, a diferencia de las otras, teníamos con la última de esas organizaciones, y a su solicitud, Fidel autorizó que de inmediato viajaran a Cuba todos los integrantes de su Consejo Superior y de su Dirección Nacional en condiciones de hacerlo y que, los que así quisieran, vinieran acompañados por sus familias para que descansaran y, si fuera necesario, ofrecerles atención médica en nuestro país. Casi todos viajaron, luego de una reunión que días antes habían sostenido en Panamá, incluido Jaime Bateman, su esposa y sus dos hijas.
Luego de que estos descansaron y de recibir informaciones sobre algunas de las discusiones que habían tenido en Panamá y en Cuba — entre ellas, si continuaban o no sus acciones militares y, en caso de hacerlo, como se aprobó, cuáles eran las estrategias y tácticas político-militares que iban a utilizar para formar su ejército de liberación nacional y social — , Fidel decidió reunirse en sus oficinas del Consejo de Estado y de Ministros con los dirigente del M-19.
A partir del intercambio de criterios y de las preguntas formuladas, Fidel, apoyado solo en aquella maqueta del salón en el que estábamos reunidos y en su prodigiosa memoria, les hizo una extensa y detallada exposición de la estrategia y las tácticas que, bajo su dirección, se habían empleado durante la lucha armada contra la dictadura de Fulgencio Batista y, dentro de ella, los pormenores de la contraofensiva estratégica del Ejército Rebelde desplegada entre agosto y fines de diciembre de 1958.[38]
Conociendo los errores que al respecto cometían las fuerzas guerrilleras colombianas en sus luchas, en esa explicación Fidel se detuvo en el tratamiento humano de los oficiales y soldados heridos o capturados por las columnas del Ejército Rebelde y la importancia que esa práctica ética había tenido en el desmoronamiento de la moral combativa de las Fuerzas Armadas batistianas.
En mi comprensión, ese era uno de los métodos de Fidel: explicar las experiencias de la lucha insurreccional en nuestro país con vistas a influir en las opiniones o posiciones de las organizaciones revolucionarias; pero, salvo que ellos le preguntaran de manera directa, siempre evitaba decirles lo que tenían o debían hacer en las circunstancias concretas de sus correspondientes países.
A su vez, Fidel siempre estaba dispuesto a nutrir su pensamiento de las experiencias de las luchas en otros países y, cuando consideraba que estas eran pertinentes, trasladárselas a otros movimientos populares o revolucionarios latinoamericanos. Todas ellas las había sintetizado de manera magistral en los «tres ingredientes decisivos para alcanzar el triunfo revolucionario: la unidad, las masas y las armas».[39]
Sobre la base de esos conceptos, en la reunión antes indicada, Fidel aprobó la solicitud de la dirección del M-19 para que vinieran a recibir un curso político-militar en nuestro país cerca de 100 dirigentes y militantes de esa organización. De manera simultánea y sobre la base de la reunión que él había sostenido tres años antes con el secretario general del PC de Colombia, también autorizó el entrenamiento del primer y, a la postre único, grupo de 15 combatientes de las FARC en las diversas especialidades militares que ellos habían solicitado.[40]
Los conceptos de Fidel sobre la ética revolucionaria
Lo antes dicho no fue obstáculo para que el Comandante en Jefe apoyara la continuidad de las gestiones que realizaba García Márquez para lograr una reunión discreta entre Belisario Betancur y el jefe del M-19, Jaime Bateman, en ocasión de la VII Cumbre del Movimiento de Países No Alineados (MNOAL) que se realizó en Nueva Delhi a inicios de marzo de 1983.
Aunque, con nuestro apoyo, Bateman ya tenía organizado todo el trayecto de su viaje clandestino, aduciendo problemas de salud, Belisario no acudió a esa Cumbre en la que se aprobó el ingreso de su país al MNOAL. No obstante, ese paso marcó un cambio positivo en las posiciones vacilantes que habían mantenido los representantes del gobierno de Turbay Ayala en la VI Cumbre de ese movimiento realizada en La Habana en septiembre de 1979; lo que no pasó inadvertido para Fidel.[41]
Mucho menos porque Belisario y el recién electo presidente mexicano, Miguel de la Madrid (1982–1988), orientaron a sus cancilleres a convocar a sus homólogos de Panamá y Venezuela a la reunión en la que, en enero de 1983, se fundó el llamado Grupo de Contadora — en referencia a la isla del territorio mexicano en la que se realizó esa reunión — , orientado a la búsqueda de soluciones políticas negociadas a los conflictos militares en El Salvador, Guatemala y Nicaragua. En este último caso, a causa de la «guerra sucia» de Estados Unidos contra la Revolución Sandinista, desplegada por la administración de Ronald Reagan, y del voluminoso apoyo económico, político y militar que esta le ofrecía a los gobiernos de los países antes mencionados.
En ese contexto, colocado en «el tablero de ajedrez» de la Cuenca del Caribe y con su mirada siempre puesta en el futuro, Piñeiro orientó a los funcionarios del DA vinculados a las problemáticas de esa región, al igual que a su Sección de Análisis, que estudiáramos las amenazas y oportunidades que pudiera implicar la acción de ese grupo intergubernamental para los intereses de la Revolución Sandinista y los movimientos revolucionarios de El Salvador y Guatemala; ya unificados en el Frente Farabundo Martí para la Liberación Nacional y en la Unión Revolucionaria Nacional Guatemalteca.
Con tal fin y conociendo que aún estaba apesadumbrado por la muerte de Jaime Bateman en un accidente aéreo el 28 de abril de 1983 — con quien había forjado una estrecha amistad — , Piñeiro me orientó que, junto al jefe de la Sección de Centroamérica del DA, Ramiro Abreu, y a otros compañeros, asistiera como observador oficioso a la segunda reunión de Cancilleres del Grupo de Contadora que se efectuó en Panamá en septiembre de 1983.
Fue en esa ocasión que un alto funcionario de la cancillería colombiana me indicó la coherencia que él apreciaba entre la participación de su gobierno en esa reunión y el afán del presidente Belisario Betancur en encontrar una solución negociada al sangriento conflicto interno existente en su país. Sin embargo, me agregó, que las negociaciones al respecto seguían estancadas a causa de la que denominó «intransigencia» del M-19, las FARC y demás organizaciones guerrilleras.
En ese contexto, me deslizó la idea que Cuba pudiera utilizar sus buenos oficios para modificar la actitud de esas organizaciones. Luego de responderle que él sobrevaloraba nuestro papel en el conflicto social y político interno colombiano, le indiqué que, para lo que me estaba sugiriendo, era imprescindible que su gobierno al más alto nivel le hiciera una solicitud oficial a las autoridades cubanas.
Al llegar a La Habana le informé a Piñeiro los detalles de esa conversación. Luego de expresarme su coincidencia con las respuestas que yo había ofrecido, me orientó que preparara un informe para Fidel y que, además, fuera explorando con los compañeros de la dirección del M-19 que aún estaban entrenándose en Cuba si para ellos sería aceptable que desempeñáramos un papel similar al que el entonces embajador de Cuba, Fernando Ravelo, había asumido ante la ocupación de la embajada dominicana en Bogotá.
A ellos no les pareció viable por las grandes dudas que tenían sobre la voluntad negociadora del gobierno colombiano; pero quedaron comprometidos con consultar la propuesta con los integrantes del Comando Superior que estaban en Colombia. Por tanto, esa posibilidad quedó en suspenso. Mucho más porque el gobierno colombiano nunca la planteó oficialmente.
Sin embargo, a solicitud de Fidel, unas semanas después, Belisario Betancur desempeñó un positivo papel, junto a la Cruz Roja Internacional, para la evacuación de más de 700 trabajadores civiles cubanos y de los cadáveres de 24 constructores que habían caído defendiendo sus vidas durante la criminal y abusiva agresión de Estados Unidos contra la pequeña isla de Granada. Esta — como denunció Fidel — se había pretendido justificar con las 17 mentiras que, emulando los métodos del nazismo, había difundido Ronald Reagan.[42]
En los días posteriores, un comando del ELN secuestró al hermano de Belisario Betancur. En cuanto conoció esa noticia, Fidel le envió un mensaje indicándole que estaba conmovido «por la noticia del secuestro de su hermano Jaime» y que consideraba «absolutamente injustificable, desde todo punto de vista, el acto realizado contra su hermano y contra usted, que como presidente ha dado inequívocas pruebas de interés por la paz dentro y fuera de Colombia y de nobles sentimientos humanitarios» […].[43] Y, en otra muestra de sus arraigados valores humanos y políticos que, en mi concepto, debemos aprender todo los revolucionaros, Fidel agregó:
Como revolucionario siempre he creído que la ética es un principio irrenunciable, sin la cual incluso la más justa y limpia de las causas políticas puede ser irreversiblemente dañada y mancillada. No es ética, ni es política, ni es justa bajo ningún concepto, a nuestro juicio, esta acción contra ningún allegado suyo. Dañarlo físicamente o privarle de la vida, sería un crimen que no pueden cometer jamás quienes verdaderamente actúen en nombre de ideas revolucionarias.[44]
De inmediato, la Oficina de Información y Prensa de la Presidencia de la República de Colombia divulgó ese mensaje. Sin embargo, pocos días después se publicó una (real o presunta) declaración del ELN reiterando sus demandas. Al conocerla, Fidel le envió otro mensaje a Belisario Betancur en el que, entre otras ideas, le expresó sus sospechas de «que fuerzas de otro tipo y con otras motivaciones, bien en forma directa o indirecta, mediante la infiltración en alguna organización que se considere revolucionaria, estén influyendo en los hechos». Y agregó:
Puede haber detrás de estos acontecimientos una gran provocación contra su política de paz, dentro y fuera de Colombia, y la independencia y dignidad asumidas bajo su Presidencia por la política internacional de su país, de la cual son ejemplos el ingreso al Movimiento de los No Alineados, su participación destacada en el Grupo de Contadora a favor de la paz en Centroamérica, su actitud y gestiones a raíz de la invasión a Granada.
Por el carácter realmente reaccionario y negativo de tal acción, tanto para Colombia como para el movimiento progresista y revolucionario de América Latina y el Caribe, cualesquiera que sean sus responsables, considero conveniente que esta posibilidad sea también denunciada o advertida.
Nosotros, por nuestra parte, a través de todos los canales, estamos haciendo y haremos lo que esté a nuestro alcance, por la integridad y vida de su hermano.[45]
Ese segundo mensaje sí llegó a la Dirección Nacional del ELN porque el 6 de diciembre de 1983 esta rechazó la acción, ordenó la liberación de Jaime Betancur y los integrantes de la estructura urbana que lo habían secuestrado fueron expulsados de la organización, con la cual, desde 1976, no teníamos relaciones directas.
Las primeras contribuciones de Fidel a la paz en Colombia
Casi cuatro meses después de esos mensajes, cuando ya estaba propuesto para que asumiera la dirección del CEA, viajé a Colombia como parte de una delegación de académicos y escritores cubanos que asistió al Congreso de la Unidad Latinoamericana, efectuado en Medellín, a comienzos de abril de 1984. Esta fue encabezada por el Poeta Nacional y entonces presidente de la Unión de Escritores y Artistas de Cuba, Nicolás Guillén.
Comoquiera que, en razón de su salud, él no podía trasladarse a Bogotá y Belisario — que tenía interés en saludarlo — en esos momentos no podía viajar a la costa Atlántica de su país, que era donde ya estábamos, fui mandatado junto a otro compañero de la delegación y con la principal organizadora de ese evento, Luz Elena Zabala, a la cita que ella había convenido con el presidente Betancur.
Luego de recibir el saludo y el regalo que le había enviado Guillén, de manera discreta me formalizó verbalmente la solicitud de que las autoridades cubanas lo ayudaran a establecer negociaciones con el M-19. Después de aclarar algunos detalles de lo que me estaba solicitando, quedé en canalizar su pedido tan pronto regresara a La Habana y hacerle llegar una respuesta lo más rápidamente posible. En función de ello quedó establecido un mecanismo expedito para obtener la visa para mi eventual regreso y/o el de algún otro compañero a Colombia.
Como antes de llegar a La Habana tenía que hacer un tránsito de dos días en Panamá, comencé a valorar el asunto con los compañeros de la dirección del M-19 que estaban en ese país y le envié un mensaje cifrado a Piñeiro a través del entonces representante del DA en la embajada cubana, Alberto Cabrera. Cuando llegué a La Habana acudimos a la reunión a la que nos convocó Fidel.
En esta me orientó los inamovibles principios que, como respuesta a su demanda, debía trasladarle en persona al presidente Belisario Betancur: Cuba nunca ha actuado ni actuaría como negociador de nada que tenga que ver con los asuntos internos de otros gobiernos o de ninguna organización popular o revolucionaria. Por tanto, no participará, ni mediará en las negociaciones y solo las propiciará cuando todas las partes implicadas así lo soliciten. De modo que, si Belisario aceptaba esos conceptos, yo también debía trasladárselos a la dirección del M-19.
Con esas indicaciones, luego de obtener la visa en Panamá, rápidamente regresé a Colombia. Antes de llegar a Bogotá fui a hablar con Gabriel García Márquez en su casa en Cartagena, quien de inmediato se puso en contacto con uno de los operadores políticos de Belisario Betancur. Este viajó a Cartagena y después de nuestra conversación concertó el día y la hora en que me iba a recibir el mandatario colombiano.
Para que no hubiera ninguna dificultad viajamos juntos en el mismo vuelo. Y cuando Belisario aceptó las condiciones planteadas por Fidel, le indiqué que iba a ponerme en contacto con los compañeros de la máxima dirección del M-19 para trasladarle su solicitud, tal y como me había orientado Fidel. Cuando pude organizar un encuentro clandestino con el integrante de su Consejo Superior, Antonio Navarro Wolf, y este estuvo de acuerdo, volví a reunirme con el presidente colombiano. Esta vez, me presentó a su ministro de Gobierno, Jaime Castro, quien quedó encargado de garantizar todas las condiciones de seguridad para emprender las negociaciones que había exigido el antes mencionado dirigente del M-19.
Cuando todo eso quedó establecido, y con el concurso del ministro Jaime Castro, se lograron superar algunos escollos que se presentaron con la seguridad Navarro Wolf — este y sus dos escoltas habían sido detenidos en Bogotá por una patrulla de la policía — , tuve una nueva reunión con Belisario. Me planteó su gran interés por conocer en persona y conversar con Fidel. Acto seguido sugirió la posibilidad de que ambos se encontraran en un cayo bajo control colombiano (Quita Sueño), cuya jurisdicción entonces estaba en litigio con Nicaragua.
En cuanto regresé a La Habana, junto con Piñeiro, fuimos a ver a Fidel para informarle cómo, sobre la base de sus instrucciones, habían quedado organizados los contactos entre los dirigentes del M-19 y el Gobierno colombiano. Asimismo, para trasladarle la posibilidad de un encuentro personal con Belisario.
Aunque ya en ese momento había sido nombrado director del CEA, Fidel me orientó que regresara a Colombia de inmediato y le llevara a Belisario una carta que redactó, leyó y firmó en mi presencia. Asimismo, dio instrucciones para que me dieran un presente que, en su nombre, debía entregarle al presidente colombiano. Como me la entregó en un sobre sellado, no pude sacarle una fotocopia para conservarla como un documento histórico que seguramente estará preservado en los archivos del Consejo de Estado.
Sin embargo, aún conservo en mi memoria los aspectos centrales de esa misiva. En esta, Fidel le expresaba a Belisario que él también tenía mucho interés en conocerlo y en conversar con él, pero que, en su criterio, no se podía iniciar ninguna amistad lastimando las sensibilidades de otros de sus amigos, como era el caso del presidente nicaragüense Daniel Ortega.
Para valorar la posibilidad de que esa conversación entre Fidel y Belisario se pudiera realizar en otro momento y lugar mutuamente aceptable, en esa ocasión me acompañó el jefe de la Sección de Colombia, Ecuador y Venezuela del DA, Jorge Luis Joa, con el fin de que pudiera darle continuidad a todas las tareas y contactos con diversos altos funcionarios del gobierno colombiano que yo había establecido en mis viajes previos. Asimismo, con los dirigentes del M-19 y de otras organizaciones políticas colombianas, incluidos los vinculados a algunos sectores de los partidos tradicionales y de la llamada «izquierda legal» de ese país.
Entre ellas, la máxima dirección del PC de C, con la que mantenía sistemáticos encuentros en todas las visitas que realizaba a Colombia y que en aquel momento estaba apoyando las negociaciones de las FARC con representantes de Belisario Betancur. Estas concluyeron, a fines de 1984, en los llamados Acuerdos de La Uribe que, según supe después, sin abandonar las armas, les permitieron fundar la organización legal denominada Unión Patriótica.
Como una muestra más de sus desencuentros, en el mismo momento que se estaba dando a conocer la fundación de esa organización, el 6 de noviembre de 1985, un comando del M-19 ocupó el Palacio de Justicia para exigirle a Belisario la culminación de las negociaciones que había autorizado poco más de un año antes.
Según las investigaciones posteriores, los altos mandos de las Fuerzas Armadas tenían conocimientos previos de esa operación y de inmediato emprendieron una sangrienta respuesta militar para recuperar esa edificación. En esta asesinaron a algunos civiles que nada tenían que ver con el M-19, a todos los miembros del comando del M-19 que no habían caído en combate y a buena parte de sus rehenes, incluidos algunos magistrados de la Corte Suprema de Justicia que se habían destacado en la defensa de la legalidad democrática de ese país.
Ese solapado golpe de Estado cercenó toda posibilidad de que pudieran arribar a feliz término las negociaciones con el M-19 y con otras organizaciones guerrilleras. Sobre todo, porque en los años posteriores, de manera escalonada, comenzó a producirse una matanza de más 4.000 dirigentes y militantes de la Unión Patriótica y de algunos de los principales dirigentes del PC de C.
En esas condiciones, la dirección de nuestro partido mantuvo su multiforme solidaridad con esas y otras organizaciones políticas legales de la izquierda y con el M-19: organización que — junto a otras organizaciones guerrilleras, como el llamado Comando Quintín Lame y algunas fuerzas del ELN y del EPL — finalmente pudo concluir sus negociaciones de paz con el gobierno del presidente liberal Virgilio Barco (1986–1990), a quien yo había conocido en una de mis visitas a Colombia.
Aunque nunca he podido confirmar esa información, el desarrollo de esas negociaciones previamente las había consultado con Fidel el entonces jefe del M-19, Carlos Pizarro León-Gómez, en una visita a La Habana en 1988. Conociendo su ética, puedo suponer que el Comandante en Jefe no se inmiscuyó en las decisiones que había adoptado esa organización político-militar, ni en los ulteriores desarrollos de esas negociaciones.
En cualquier caso, como resultado de estas, las organizaciones antes mencionadas entregaron sus armas y se convocó a elecciones para conformar una Asamblea Constituyente dirigida a reformar la reaccionaria Constitución de ese país. Fue en esa ocasión que — cumpliendo mis tareas académicas — regresé a Colombia a comienzos de 1991 y pude reencontrarme con el exministro Jaime Castro y con varios dirigentes del M-19 que había conocido en Cuba o en Colombia, incluidos Navarro Wolf y Carlos Pizarro, quien luego fue asesinado a bordo de un avión civil cuando ya se había convertido en el candidato presidencial de las fuerzas de izquierda y progresistas que gozaba de un mayor apoyo popular.
Lo que aprendí de Fidel durante los 12 años que dirigí el CEA
Todo eso ocurrió cuando ya llevaba cerca de siete años dirigiendo el CEA y su revista semestral Cuadernos de Nuestra América. En ese tiempo fui adquiriendo nuevos conocimientos sobre la realidad del continente americano y, en conjunto con sus demás investigadores, amplié el horizonte geográfico de mis relaciones académicas y políticas en otros países del espacio geográfico, humano y cultural de la que José Martí había denominado Nuestra América, al igual que con algunas instituciones académicas y fundaciones canadienses, estadounidenses y europeas.
En todas esas nuevas tareas traté de aplicar, en las condiciones de un centro de estudios e investigación social, todo lo que previamente había aprendido de Piñeiro y del Comandante en Jefe. De igual forma, comencé a sistematizar y ampliar los conocimientos que había adquirido sobre Chile, Colombia, Perú y Venezuela durante el tiempo que estuve atendiendo esos países entre 1968 y 1984. Además, sobre la historia y el pasado presente de las siempre asimétricas y multifacéticas relaciones de Estados Unidos con América Latina y el Caribe.
A fines del siglo XX y comienzos del siglo XXI sinteticé todos esos aprendizajes en mis libros América Latina y el Caribe: medio siglo de crimen e impunidad (1948–1998) y Madre América: Un siglo de violencia y dolor (1898–1998), cuyas primeras ediciones se publicaron en Alemania y en Cuba en el 2001 y, el segundo, en Cuba, en el 2003. Tres años después la editorial australiana Ocean Sur publicó mi libro Un siglo de terror en América Latina: crónica de crímenes de Estados Unidos contra la Humanidad.
Mi participación de los «grupos de apoyo» a las visitas de Fidel a algunos países latinoamericanos
Como ya indiqué en la introducción de este testimonio, resulta imposible relatar todas las actividades internacionales en que tuve que participar durante los 12 años al frente del CEA. Algunas de ellas las abordaré en otro relato. Por eso, en lo adelante y acorde con los objetivos de este testimonio, solo referiré algunos de los aprendizajes que pude obtener del pensamiento y la práctica de Fidel vinculadas a las relaciones internacionales e interamericanas, así como sobre la que desde hace varios años he venido denominando «proyección nuestra americana de la Revolución cubana».[46]
Las primeras de ellas las obtuve en el último lustro de la década de 1980, cuando Fidel emprendió la que denominó «batalla contra la incobrable e impagable deuda externa» de América Latina y el Caribe, así como de otras regiones del Tercer Mundo. En esos años participé en buena parte de los diversos eventos internacionales realizados en Cuba en los que él, en sus encuentros y sistemáticos diálogos con los representantes de diversas fuerzas sociales, políticas e intelectuales latinoamericanas — incluidas algunas que no compartían sus posiciones — fue perfilando y demostrando con datos precisos la importancia global que le confería a la búsqueda por parte de los gobiernos latinoamericanos y caribeños de una adecuada solución colectivamente negociada con sus acreedores foráneos.[47]
Todavía estaba en los prolegómenos de esa infructuosa batalla — que él vinculaba a la perentoriedad de la concertación política, la cooperación, y la integración económica latinoamericana y caribeña — , cuando en 1988 fui invitado al XIII Seminario Latinoamericano de Trabajo Social y al Taller «Democracia, derechos humanos, participación en la alternativa popular» que se desarrolló en los días previos a la toma de posesión como presidente de Ecuador del líder del partido socialdemócrata Izquierda Democrática, Rodrigo Borja.
En esa ocasión y aprovechando una invitación que le habían realizado algunas instituciones culturales ecuatorianas, también viajó a ese país el presidente de Casa de las Américas, Roberto Fernández Retamar. Ambos fuimos incorporados al «grupo de apoyo» de esa visita oficial del Comandante en Jefe.
En consecuencia, tuvimos el honor de participar en la celebración del 62 aniversario de su natalicio que se organizó en la casa de Oswaldo Guayasamín, a quien había conocido en la Casa de Protocolo en la que estaba alojado cuando Fidel posaba para uno de los cuadros que el Pintor de América legó a la posteridad.
En esa ocasión estaba conversando con algunos representantes de la Confederación de Nacionalidades Indígenas de Ecuador (CONAIE) sobre las actividades que ellos estaban preparando para repudiar el mal llamado «Quinientos aniversario del descubrimiento de América». No sé si Fidel nos escuchaba, pero se aproximó y le hizo varias preguntas a la entonces lideresa de la CONAIE, Blanca Chancoso.
Todas ellas estuvieron dirigidas a conocer los fundamentos y pilares de la campaña que estaban organizando contra ese ceremonial programado para el 12 de octubre de 1992 por los gobiernos del Reino de España, Portugal y la absoluta mayoría de América Latina. A pesar de su emoción y su pequeña estatura corporal, Chancoso estableció un intenso dialogo con Fidel quien, como veremos después, fue el primer jefe de Estado latinoamericano que vindicó la justeza de las luchas contra esa espuria celebración emprendidas por los pueblos originarios del que ellos denominan «continente del Abya Yala».
En esa ocasión, también tuve la oportunidad de conocer los esfuerzos que había continuado realizando Fidel para avanzar en sus relaciones con todos los líderes de los partidos socialdemócratas latinoamericanos que asistieron a la toma de posesión de Rodrigo Borja; incluido el ex presidente de Venezuela, Carlos Andrés Pérez; quien durante su primer mandato (1974–1979) había restablecido las relaciones diplomáticas con Cuba e impulsado la fundación del Sistema Económico Latinoamericano y del Caribe (SELA) en 1975.
Según el testimonio que años más tarde me entregó un funcionario del DA que participó en esa reunión, Carlos Antelo, el Comandante en Jefe instó a Carlos Andrés para que aspirara a su reelección en las presidenciales de fines de 1988 y que, cuando triunfara, utilizara el «poder petrolero» de su país para liderar las luchas por la integración, la concertación política y la cooperación latinoamericana que, como ya se indicó, Fidel había retomado, con nuevos argumentos, en los años previos.[48]
Por consiguiente, cuando Carlos Andrés triunfó en los comicios presidenciales que se realizaron en Venezuela invitó a Fidel a los actos de toma de posesión. Estos se efectuaron en los primeros meses de 1989. En esa ocasión, también fui incorporado al «grupo de apoyo». A pesar de los temores que existían de que algunos contrarrevolucionarios cubanos que residían en este país pudieran organizar alguna provocación o atentado contra Fidel, la visita resultó un rotundo éxito para la proyección nuestra americana de la Revolución cubana.
Tanto que, a nuestro regreso a La Habana, él nos entregó un diploma de reconocimiento a todos los que habíamos participado en esa visita y fuimos invitados a una recepción. Cuando algunos de nosotros estábamos compartiendo con Piñeiro, Fidel se nos acercó y, luego de saludarnos e intercambiar otros comentarios, nos convidó a que nos fotografiáramos con él como una demostración de su gratitud por todas las tareas que habíamos cumplido durante el segundo viaje que, después del triunfo de la Revolución, había realizado a Venezuela.
Un año después de la inauguración del segundo mandato del ya desprestigiado presidente venezolano — responsable intelectual de todos los crímenes que se perpetraron durante «el Caracazo» — , Fidel fue invitado a la toma de posesión del presidente brasileño, Fernando Collor de Mello, efectuada entre el 14 y 19 de marzo de 1990. Nuevamente fui incorporado al «grupo de apoyo» pero, a diferencia de Ecuador y Venezuela, fue en esta ocasión en la que pude apreciar en toda su dimensión su inagotable capacidad de trabajo y su proverbial habilidad de adecuar su prolijo lenguaje al que empleaban sus plurales interlocutores individuales, grupales o colectivos; incluyendo los que no compartían sus criterios sobre la compleja situación entonces existente en el mundo, así como en América Latina y el Caribe, incluida Cuba, ya afectada por el derrumbe de los países socialistas este-europeos y por la compleja situación existente en la Unión Soviética.
Así pude observarlo en la intensa visita que realizó a Sâo Paulo, invitado por el gobernador de ese Estado, Orestes Quercia, luego de cumplir, durante tres días, sus compromisos oficiales en Brasilia.
En esa extensa y poblada ciudad, en apenas 48 horas, además de honrar sus compromisos oficiales, visitar en su vivienda al líder del Partido de los Trabajadores (PT), Luiz Inácio (Lula) Da Silva, reunirse con la dirección de ese partido y ofrecer entrevistas y conferencias de prensa, Fidel recorrió el impresionante Memorial Nosa América, diseñado por el célebre arquitecto brasileño y entrañable amigo de Cuba, Oscar Niemeyer.
Inmediatamente después pronunció un discurso en el acto de homenaje que se le realizó al renombrado etnólogo brasileño Orlando Villas Boas. En este arremetió contra la manera apologética en que se estaban organizando las actividades oficiales para la celebración del Quinientos Aniversario de la fecha en que los europeos habían «descubierto», maltratado, sojuzgado y esclavizado a los pueblos originarios de Nuestra América. Y, acto seguido, indicó que la única manera para él aceptable de esas «celebraciones» era que las autoridades oficiales españolas y portuguesas reconocieran, de manera crítica, todos esos horrores y el inmenso robo de las riquezas de nuestro continente que se produjo durante sus más de tres siglos de dominación colonial sobre México, Centro y Suramérica y de algunas de las islas del Caribe.[49]
Con su proverbial capacidad de «sacar cuentas» sin tomar un lápiz y un papel o disponer de una calculadora, tan solo con la referencia del tonelaje y precio del oro extraído por España y Portugal, comparó el monto de esas riquezas con el de los ingentes recursos de todo tipo — incluida la sobre explotación del trabajo humano — que en aquel momento seguían extrayendo las principales potencias imperialistas del mundo — en primer lugar, Estados Unidos — , en contubernio con las clases dominantes y los gobiernos de la absoluta mayoría de los Estados nacionales del ahora llamado «sur político del continente americano».
Asimismo, y poniendo como ejemplo la manera individual con que estos últimos habían abordado la renegociación de sus correspondientes deudas con el Fondo Monetario Internacional — controlado por los Estados Unidos — y con sus acreedores corporativos — nucleados en el Club de París — , criticó la falta de voluntad de los mandatarios latinoamericanos para reunirse sin ser convocados por los de Estados Unidos o Europa con vistas a analizar en conjunto los principales problemas económicos y sociales que estaban afectando al continente y al mundo, poniendo esta prioridad por encima y superando sus diferencias políticas e ideológicas.[50]
Al término de esa actividad, Fidel sostuvo reuniones separadas con 100 dirigentes de nueve partidos o movimientos de izquierda y de dos centrales obreras brasileñas, con 200 empresarios, con 800 intelectuales y con representantes de múltiples creencias y denominaciones religiosas existentes en ese país. Para facilitar sus movimientos, todas esas reuniones — al igual que la conferencia de prensa con 100 periodistas — se organizaron en los locales del Centro de Convenciones Anhembi, donde no había aire acondicionado.
Sin reparar en las altas temperaturas, cuando terminaba una de esas reuniones Fidel, casi sin descansar, se movía hacia la otra y, en las dos en las que pude participar, mantuvo la coherencia de las principales ideas que quería trasladarle a sus interlocutores y se demoró el tiempo necesario para responderles con mayor o menor lujo de detalles, según el caso, las preguntas que estos le formularon.
Sin embargo, y sin desconocer la importancia del encuentro que tuvo con los intelectuales brasileños — 300 de ellos firmaron una declaración de solidaridad con Cuba — , la apoteosis de esas actividades se produjo en el salón en el que llevaban varias horas esperándolo los más de 1.300 representantes de las llamadas comunidades cristianas de base identificadas con la Teología de la Liberación y con algunas de las autoridades de la Iglesia Católica y de las diferentes congregaciones de las iglesias protestantes, así como de las veneradas por los afrodescendientes brasileños.[51]
Nunca estando fuera de Cuba había visto el fervor con el que fue recibido Fidel y el entusiasmo que provocaron sus palabras en esa ocasión ante un auditorio que no comprendía suficientemente el español. Para mí, esa fue otra confirmación de la validez de lo que él había dicho en La Habana en 1970 y en Chile en 1971 sobre la importancia que tenían para las luchas por la democracia y la liberación nacional y social de América Latina y el Caribe la que, en esta última ocasión y atendiendo las condiciones de ese país, había definido como «una alianza estratégica entre cristianos y marxistas».[52]
Cabe recordar que, guiado por esos conceptos, antes de la mencionada visita de Fidel a Brasil y, a contrapelo del «ateísmo científico» entonces predominante en la mayor parte de las organizaciones políticas de nuestro país — el PCC y, en menor medida, en la UJC — ,[53] así como en sus instituciones educacionales — en especial, las universitarias — , habíamos invitado al CEA a varios Teólogos de la Liberación. Entre ellos, a François Houtart, Leonardo Boff y Frei Betto. Este último autor del célebre libro Fidel y la religión, publicado en Cuba en 1985.[54]
Un año después, invitamos a Houtart a ofrecer un curso sobre la Sociología de la Religión.[55] Y, en coordinación con el DA, en enero y junio de 1989, auspiciamos o coauspiciamos el Encuentro entre teólogos y dirigentes políticos latinoamericanos y el III Encuentro sobre compromiso cristiano y actuación política, respectivamente. Esos eventos tuvieron una positiva acogida entre los cristianos cubanos, tanto protestantes, como católicos, que estaban identificados con los objetivos económicos, sociales y políticos de la Revolución cubana, al igual que con su proyección solidaria e internacionalista. Y, dentro de ellos, algunos teólogos protestantes que, en las condiciones de Cuba, estaban elaborando la Teología de la Revolución, fue el caso del entonces Rector del Seminario Evangélico Teológico de Matanzas, Sergio Arce.[56]
Las capacidades de Fidel para aplicar «la prospectiva crítica»
En ese último año volví a constatar las capacidades de Fidel para escuchar «la hierba crecer» y «ver lo que estaba pasando al doblar de la esquina», así como su dominio de la que se ha llamado «prospectiva crítica», según la cual el futuro no está predeterminado, sino que será el resultado del desenlace de las luchas entre los diferentes actores sociales y políticos que pugnarán entre sí, muchas veces de manera violenta, por defender sus correspondientes intereses y cuotas de poder.
Como se recordará, en el discurso que pronunció el 26 de julio de 1989 — poco menos de cuatro meses antes de que se «derrumbara» el Muro de Berlín y casi dos años y medio antes de la desaparición de la Unión Soviética — , Fidel comenzó a preparar al pueblo cubano para que enfrentara «el peor escenario»,[57] así como a delinear las estrategias y acciones que Cuba tendría que desplegar en sus relaciones solidarias con las organizaciones populares y revolucionarias de América Latina y el Caribe.
Fue en ese contexto que, en diciembre de ese año, se autorizó que viajaran a nuestro país los entonces secretarios generales de los Partidos Comunistas de Argentina, Costa Rica, El Salvador, Honduras y República Dominicana: Patricio Echegaray, Humberto Vargas, Schafik Handal, Rigoberto Padilla y Narciso Isa Conde, respectivamente.
Unas semanas antes de viajar a La Habana, estos habían realizado un par de reuniones en Nicaragua y habían solicitado venir para compartir los resultados de sus deliberaciones con las autoridades políticas de nuestro país, y para valorar la posibilidad de que estas enriquecieran — y eventualmente suscribieran — la primera versión de los dos documentos que habían estado elaborando: Carta Abierta a los Partidos Comunistas y Revolucionarios y América Latina y el Caribe: continente de la Esperanza.
Piñeiro me encomendó que participara como «observador activo» en esas deliberaciones y, cuando le informé que ya se había terminado de redactar la penúltima versión de esos documentos, participó en la que parecía ser la sesión final del evento. De inmediato, se los hizo llegar a Fidel, quien nos orientó que le solicitáramos a nuestros invitados — ya a punto de regresar a sus países — que permanecieran un día más en Cuba, ya que tenía mucho interés en reunirse con ellos. Con tal fin los invitó a una cena junto a varios integrantes del Buró Político del CC del PCC.
Como dejó consignado Narciso Isa Conde en el testimonio que publicó años después, tuve el privilegio de participar en esa cena que se extendió cerca de ocho horas. Allí se intercambiaron opiniones sobre los dos documentos en los que — según Narciso — se enaltecía el «optimismo de la voluntad» por sobre «el pesimismo de inteligencia» para definir la conducta a seguir por los movimientos revolucionarios latinoamericanos frente a las profundas crisis que estaban afectando de manera simultánea al capitalismo, a los países socialistas del Este de Europa y a la Unión Soviética.[58]
Luego de escuchar sus reflexiones, Fidel reconoció con su sinceridad característica que la dirección del PCC aún no había realizado el análisis que ellos habían hecho sobre las causas del derrumbe de varios de los países de Europa Oriental y de la compleja situación existente en la URSS. Y que, por tanto, no podíamos suscribir esos documentos. Sin embargo, de inmediato se identificó con su pertinencia y con los propósitos políticos que lo animaban. Así lo consignó Narciso Isa Conde:
Recuerdo que ya en la madrugada, poco antes de concluir la reunión, Fidel tomó la palabra e intervino con una fuerte carga emotiva. Recuerdo cuando lleno de valor nos explicó el drama que representaba para el proceso cubano el colapso del llamado socialismo real, las calamidades que se esperaban y que habría que soportar y vencer y nos aseguró con mucha energía y con voz plena de emoción, que de todas maneras podíamos estar seguros de que [la] revolución [cubana] ‘no se iba a derrumbar’, que en todo caso ‘había que derrumbarla’, y que frente a un imperialismo ensoberbecido y criminal, nos prometía como legado ‘una resistencia sin límites de sacrificios’, aunque fuera ‘en tapa-rabos’, un ‘nuevo despliegue de heroísmo y de firmeza’.[59]
Como se recordará, en correspondencia con lo antes expuesto, unos meses después el liderazgo político-estatal de nuevo convocó a nuestro pueblo a analizar críticamente los diversos problemas que afectaban la sociedad, la economía y el sistema político, como paso previo a la realización, a fines de 1991, del IV Congreso del PCC.[60] Y, de manera convergente, se continuaron elaborando todos los planes necesarios para enfrentar el que, a partir de entonces, comenzó a denominarse «Período Especial en tiempos de Paz».[61]
Es pertinente recordar que un año antes Fidel había acordado con Luis Ignacio (Lula) Da Silva, la convocatoria a las plurales fuerzas políticas de la izquierda latinoamericana a celebrar en ese país el que luego se denominó Foro de Sâo Paulo, en referencia a la ciudad brasileña donde en 1990 se realizó su primer encuentro.[62]
Su segundo encuentro se realizó en 1991 en México, y el tercero en Nicaragua. Ambos fueron antecedidos por la celebración en Guadalajara de la que pasó a la historia como la Primera Cumbre Iberoamericana, efectuada en julio de 1991 en esa ciudad mexicana. Esta fue convocada por el entonces presidente de ese país, Carlos Salinas de Gortari (1988–1994), en consuno con el del Reino de España, presidido, desde 1982, por el líder del socialdemócrata Partido Socialista Obrero Español, Felipe González.
Consecuente con el referido llamado que había realizado en Brasil, Fidel participó activamente en esa Cumbre. En esa ocasión, luego de documentar con lujo de detalles el terrible impacto que ya estaban provocando en América Latina y el Caribe «las recetas neoliberales» propugnadas por los organismos financieros controlados por los gobiernos de Estados Unidos y de otras potencias imperialistas, indicó:
Los pueblos de nuestra América tienen por delante la magna tarea histórica de formar la comunidad latinoamericana y caribeña, como condición ineludible para su definitiva libertad, su pleno y genuino desarrollo, su supervivencia misma […] Tenemos derecho a soñar en esa América Latina unida como la soñaron Bolívar y Martí.[63]
Aunque a lo largo de mi vida política e intelectual lo había escuchado más de una vez referirse a sus «sueños» y, a veces, a sus «utopías», creo que solo entonces, en razón de las tareas en las que estaba implicado, fue que capté en toda su profundidad el sentido con que Fidel, a contrapelo de las lecturas dogmáticas y ahistóricas del marxismo, utilizaba esa categoría como uno de los elementos de movilización del imaginario y de las inmensas energías creadoras de nuestro pueblo. Y lo hacía, además, con el propósito de contrarrestar a los que, luego del derrumbe de los llamados «socialismos reales europeos» y de la implosión de la URSS, habían comenzado a difundir el bulo del «fin de la historia y de las utopías».
Tales ideogramas de factura norte céntrica, objetiva y subjetivamente habían impactado de manera negativa en los horizontes programáticos, estrategias y tácticas previamente desplegadas por diversos destacamentos de las que algunos intelectuales colonizados comenzaron a denominar «vieja y nueva izquierda política, social e intelectual» de América Latina.[64] A unos y a otros le salió al paso Fidel en la entrevista que, un año después de la derrota político-electoral de la Revolución Sandinista, le concedió a uno de los más prestigiosos comandantes del Frente Sandinista de Liberación Nacional de Nicaragua (FSLN), Tomás Borges. En esta indicó:
No tenemos otra alternativa que soñar, seguir soñando, y soñar, además, con la esperanza de que ese mundo mejor tiene que ser realidad, y será realidad si luchamos por él. El hombre no puede renunciar nunca a los sueños, el hombre no puede renunciar nunca a las utopías. Es que luchar por una utopía es, en parte, construirla.
Martí decía […] que los sueños de hoy son realidades de mañana, y nosotros, en nuestro país, hemos visto convertidos en realidades muchos sueños de ayer, una gran parte de nuestras utopías las hemos visto convertidas en realidad. Y si hemos visto utopías que se han hecho realidades, tenemos derecho a seguir pensando en sueños que algún día serán realidades, tanto a nivel nacional como a nivel mundial.
Si no pensáramos así, tendríamos que dejar de luchar, la única conclusión consecuente sería abandonar la lucha, y creo que un revolucionario no abandona jamás la lucha, como no deja jamás de soñar.[65]
Provisto de esa visión y a pesar de que sus criterios estaban en franca minoría, participó en las Cumbres Iberoamericanas que se efectuaron en Madrid, España; y San Salvador de Bahía, Brasil; en julio de 1992 y 1993, respectivamente. Pero, sobre todo, en el IV Encuentro del Foro de Sâo Paulo, efectuado días después en La Habana. En este, por primera vez en la historia de ese foro, participaron los representantes de 112 partidos y movimientos políticos de América Latina y el Caribe, así como 69 observadores del continente, de América del Norte, Europa, Asia y África.
En la clausura de ese evento — en el cual participé como invitado en mi carácter de director del CEA — , luego de escuchar todas las intervenciones que realizaron los participantes, así como de convocarlos a actuar con previsión, concentrar sus acciones futuras en los problemas fundamentales que estaban afectando al mundo y al continente, y tener «una estrategia clara y objetivos muy claros» para enfrentarlos, indicó que, en su modesta opinión, «el deber de la izquierda» era «crear conciencia de la necesidad de la unidad y la integración de América Latina y el Caribe». Y añadió:
¿Qué menos podemos hacer nosotros y qué menos puede hacer la izquierda de América Latina que crear una conciencia en favor de la unidad? Eso debiera estar inscrito en las banderas de la izquierda. Con socialismo y sin socialismo. Aquellos que piensen que el socialismo es una posibilidad y quieren luchar por el socialismo [debemos seguirlo haciendo], pero aun aquellos que no conciban el socialismo, aun como países capitalistas, ningún porvenir tendríamos sin la unidad y sin la integración.[66]
En mi consideración, ese sintagma — demostrativo de la potencia anti dogmática y creadora de su pensamiento y praxis política — sintetizó el giro que se había producido en Fidel con relación a la compleja dialéctica existente entre la integración y la revolución en América Latina y el Caribe.
Si, en las décadas del sesenta, del setenta y en buena parte de los años ochenta, Fidel había definido que «los cambios revolucionarios» eran condición imprescindible para la integración, en las nuevas circunstancias del mundo y del continente, recalibró la integración como condición necesaria, aunque no suficiente, para llevar a vías de hecho los profundos cambios económicos, sociales, políticos e ideológico-culturales que demandaban en el presente y futuro los Estados latinoamericanos y caribeños, cada vez más subdesarrollados y dependientes de las principales potencias imperialistas.
A su vez, en el propio discurso, Fidel, con todo respeto hacia los que seguían empleándola, puso en duda la viabilidad de que en el futuro previsible pudieran triunfar nuevas revoluciones armadas en algún país de América y el Caribe. Y, tomando en cuenta las experiencias de algunos países de Asia — como fue el caso de Indonesia — , en su lugar colocó la movilización y la unidad de los «pueblos desarmados» como la principal forma de lucha que debían emprender los partidos y las organizaciones de izquierda integrantes (o no) del Foro de Sâo Paulo.
Por ello, en los años anteriores y posteriores apoyó la solución negociada de los conflictos sociales y políticos que, en 1992, se había logrado en El Salvador y la que años más tarde se logró en Guatemala.[67] Asimismo, mientras la salud se lo permitió, propició la búsqueda de similares soluciones a la guerra de igual carácter que ocurría en Colombia con la participación de las ya denominadas Fuerzas Armadas Revolucionarias de Colombia-Ejército del Pueblo (FARC-EP).[68]
Aunque cuando pronunció el discurso antes mencionado en el Foro de Sâo Paulo, los representantes de las FARC — que ya se habían desligado del PC de C — expresaron sus objeciones a lo planteado por Fidel, una mirada desde la actualidad confirma la certeza de los criterios que él expresó en esa ocasión. Entre ellos, la incapacidad de esa y otras organizaciones guerrilleras colombianas — como todavía ocurre con el ELN — para derrotar la poderosa maquinaria militar de ese país, apoyada con dinero, armas y bagajes por sus mentores estadounidenses.
En contraste, y antecedida por los fracasos de los intentos armados anteriores y por las luchas del pueblo venezolano, en las elecciones presidenciales de 1998 triunfó el líder de la Revolución Bolivariana, Hugo Chávez. Y, en los años posteriores, las fuerzas de izquierda y progresistas de diversos Estados latinoamericanos y caribeños lograron convertir el creciente descontento y las movilizaciones populares en sufragios a favor de sus correspondientes candidatos presidenciales.
No es el objetivo de este testimonio realizar un análisis de las causas de las derrotas electorales de la mayor parte de esos gobiernos. Sin embargo, en esos años se demostró la conveniencia y la posibilidad planteada por Fidel de estructurar instituciones intergubernamentales que impulsaran la concertación política, la cooperación y, en menor medida, la integración económica regional.
Sin dudas, el caso emblemático ha sido y sigue siendo la ahora llamada Alianza Bolivariana para los Pueblos de Nuestra América-Tratado de Comercio entre los Pueblos (ALBA-TCP), fundada en diciembre de 2004 por Fidel Castro y Hugo Chávez, y a la cual se fueron incorporando con mayor o menor consecuencia los gobiernos de hasta 12 Estados latinoamericanos y caribeños.
A pesar de sus avances y retrocesos, de sus aciertos y errores, así como a diferencia de la Unión Suramericana de Naciones (UNASUR), tal alianza ha demostrado, el menos, sus capacidades para ofrecer alternativas a los problemas sociales más agudos que afectaban a diversos sectores populares, así como para resistir las constantes embestidas de las que he denominado «ofensiva» y «contraofensiva plutocrático-imperialista», emprendidas por las administraciones estadounidenses de George W. Bush, Barack Obama y Donald Trump, aliadas con los gobiernos latinoamericanos y caribeños subordinados a sus intereses geopolíticos y geoeconómicos.
A modo de conclusión: la última vez que conversé con Fidel
El análisis de todos esos procesos trasciende los objetivos de este testimonio; pero en función de lo declarado en la introducción, no puedo dejar de recordar las dos últimas veces en que estuve implicado en tareas a las cuales Fidel le había conferido suma importancia, como la IV Cumbre Iberoamericana realizada en Cartagena, Colombia, en junio de 1994, y la Cumbre Mundial para el Desarrollo Social, efectuada un año después en Copenhague, Dinamarca.
En el primer caso, junto a otros colegas cubanos, asistí al Seminario Internacional «Los derechos humanos: una causa vigente», organizado de manera paralela a la antes mencionada Cumbre Iberoamericana por algunas instituciones académicas y Organizaciones no Gubernamentales (ONGs) colombianas. Por consiguiente, no pude incorporarme al «grupo de apoyo» que acompañó a Fidel a la primera visita que realizó a la capital de ese país poco más de 46 años después de «El Bogotazo».
Sin embargo, por las informaciones que a posteriori me ofrecieron varios compañeros colombianos vinculados a las organizaciones de solidaridad con Cuba, Fidel encontró el tiempo necesario para reunirse con ellos, rendirle un homenaje a Jorge Eliecer Gaitán y visitar algunos de los lugares donde había estado en abril de 1948. Entre ellos, la Estación de Policía en la que, a pesar de sus desacuerdos con el que la capitaneaba, había estado dispuesto a combatir y ofrendar su vida en aquellos infaustos días en que fueron masacrados por las fuerzas represivas más de 3.000 colombianos y colombianas.
También encontró tiempo para, antes de regresar a La Habana, visitar la Quinta de San Pedro Alejandrino, ubicada en la ciudad de Santa Marta, en la que había expirado el Libertador Simón Bolívar el 17 de diciembre de 1830. Tal visita la realizó en compañía de su anfitrión, el entonces presidente colombiano, César Gaviria (1990–1994), a quien yo había conocido personalmente un año antes durante una visita que, en compañía de otros académicos y funcionarios cubanos, había realizado como parte de una delegación oficial encabezada por el entonces miembro del Buró Político del CC del PCC y ministro de Relaciones Exteriores, Roberto Robaina.
En las conversaciones que habíamos sostenido con altos funcionarios del gobierno, de la cancillería y de algunos centros de investigación colombianos me había percatado de las excesivas expectativas que en ellos había despertado la elección, a fines de 1992, del demócrata William Clinton como presidente de los Estados Unidos. Como pude observar en las visitas que luego realicé a otros países latinoamericanos, estas se incrementaron cuando Clinton convocó a la primera Cumbre de las Américas que se efectuó en Miami en diciembre de 1994.
En ese contexto, en el Consejo de Dirección del CEA tomamos la decisión de formar un pequeño grupo interdisciplinario de investigadores para elaborar un análisis crítico de los documentos que estaba elaborando y difundiendo la maquinaria de la política exterior, de defensa y seguridad imperial de Estados Unidos, para someterlos a la consideración del entonces primer ministro de Canadá, Pierre Trudeau, y de los mandatarios latinoamericanos y caribeños que, con excepción de Cuba, se iban a congregar en ese cónclave.
Aunque aún faltaban varios meses, decidimos elaborar un informe prospectivo — titulado La Cumbre de las Américas: apuntes para una redefinición de la posición cubana — en el que incluimos algunas recomendaciones dirigidas a nuestras autoridades. Después de analizarlo con algunos funcionarios del DA, el informe fue enviado al Comandante en Jefe unos días antes de su salida para la antes mencionada Cumbre Iberoamericana de Cartagena.
Aproximadamente 72 horas después, me llamó por teléfono su entonces secretario personal, Felipe Pérez Roque, para agradecernos, en nombre de Fidel, los insumos que le habíamos enviado e indicarnos que él consideraba pertinentes la mayor parte de nuestras recomendaciones. Por consiguiente, las tomaría en cuenta en el breve discurso que tendría que pronunciar en Cartagena. Tengo que confesar que en ese momento sentí que el Comandante en Jefe me había otorgado una alta calificación por el adecuado aprovechamiento de todas las enseñanzas que había recibido de él en los 26 años previos.
Esos aprendizajes también traté de utilizarlos en lo que quedaba de 1994 y en los primeros meses de 1995, en los que estuve coordinando la preparación de las ONGs cubanas que íbamos a participar en el Foro de ONGs y en las reuniones de la llamada Alianza (latinoamericana) de la Gente que se efectuaron de manera paralela a la Cumbre Mundial para el Desarrollo Social.
Fidel asistió a ese evento y, tal y como había hecho en la Cumbre sobre el Medio Ambiente realizada en Brasil en 1992, pronunció un breve pero estremecedor discurso. A través de Roberto Robaina, horas después nos convocó a todos los representantes de las ONGs cubanas para que nos reuniéramos con él en el Hotel donde estaba alojado.
En cuanto nos saludó uno por uno, con la sencillez y afectuosidad acostumbradas, así como, en contraste con las incomprensiones que tenían algunos altos funcionarios políticos y estatales cubanos hacia nuestro trabajo, de manera jocosa Fidel nos expresó que «nos envidiaba», porque él hubiera querido estar en el evento en que nosotros estábamos, en vez de estar escuchando la catilinaria de discursos — muchos de ellos insulsos, aburridos o demagógicos — que se habían pronunciado en la Cumbre oficial.
Luego de preguntarnos los detalles y acuerdos de las reuniones de ONGs de diversos países del mundo en las que habíamos participado, así como de escuchar nuestras respuestas, dio las instrucciones necesarias para que pudiéramos asistir sin ninguna dificultad a la actividad de solidaridad con Cuba que estaban organizando los compañeros del Instituto Cubano de Amistad con los Pueblos (ICAP), en coordinación con sus contrapartes danesas. Algunos de sus integrantes nos habían ofrecido alojamiento y alimentación solidaria en sus viviendas.
Antes de despedirnos, Fidel nos pidió que nos tomáramos una fotografía con él como testimonio de su reconocimiento a las diversas tareas que habíamos cumplido. Después nos hicieron llegar — creo que a cada uno de nosotros — una copia de esa instantánea que — junto a otras anteriores — conservo como un grato e imperecedero recuerdo de la última vez que tuve la posibilidad de estrechar las manos y conversar con el ahora definitivamente inmortalizado líder histórico de la Revolución cubana.
La Habana, 8 de noviembre de 2021
Luis Suárez Salazar (Guantánamo, 14 de mayo de 1959). Licenciado en Ciencias Políticas, Doctor en Ciencias Sociológicas y Doctor en Ciencias. Actualmente es Profesor Titular e Integrante del Comité Académico de la Maestría del Instituto Superior de Relaciones Internacionales «Raúl Roa García» e integrante de la Sección de Literatura Histórico-Social de la Asociación de Escritores de la Unión de Escritores y Artistas de Cuba.
Notas
[1] Luis Suárez Salazar (compilador, prólogo y notas). Fidel Castro: latinoamericanismo vs. Imperialismo. México: Editorial Ocean Sur, 2009, p. XI.
[2] Luis Suárez Salazar (compilador, prólogo y notas). Fidel Castro Ruz: Las crisis de América Latina, diagnósticos y soluciones. La Habana: Editora Política, 2016, p. 6.
[3] Luis Suárez Salazar. «Piñeiro siempre tuvo una enorme confianza en los jóvenes que trabajamos bajo su dirección: un testimonio seguramente incompleto». Publicado en varios medios digitales de América Latina, incluida Cuba. Entre ellos: https://t.me/revista política_internacional/522, publicada por el Instituto Superior de Relaciones Internacionales «Raúl Roa García» (ISRI) de La Habana, Cuba.
[4] Según ha indicado Rafael Hidalgo Fernández, compilador y coautor del libro El pensamiento estratégico de Fidel Castro Ruz: valor y vigencia, publicado en el 2021 por la Editora Historia, subordinada al Instituto de Historia de Cuba, ese sintagma de Raúl Roa fue tomado del testimonio de su hijo Raúl Roa Kourí, cuyo origen lo ubica a principios de 1963. O sea, después de los exitosos desempeños de Fidel como político, militar y estadista al encarar la intensa batalla por aplicar el Programa del Moncada y de proclamar el carácter socialista de la Revolución cubana, de encabezar la batalla que concluyó con la derrota de la invasión mercenaria de Playa Girón y encarar, con su reconocida brillantez, los días «luminosos y tristes de la Crisis de Octubre», como los calificó el comandante Ernesto Che Guevara en su célebre carta de despedida.
[5] Tan tempranamente como el 5 de octubre, Fidel le había orientado a la dirección de periódico Granma y al oficial del VMT que atendía los asuntos de Perú, Jorge Luis Joa, que prepararan y publicaran un artículo para rectificar el que se había publicado un día antes, donde se calificara al ocurrido en Perú como uno de los tantos «cuartelazos» proimperialistas que, en los años previos, se habían producido en varios países de ese continente.
[6]Abdelaziz Buteflika, «Declaraciones a la prensa el 7 de mayo de 2001 al despedir al Presidente cubano, Fidel Castro, en el aeropuerto internacional “Houari Boumediene” de Argel», citado por Rafael Hidalgo en su prefacio al ya referenciado libro El pensamiento estratégico de Fidel Castro Ruz: valor y vigencia.
[7] Fidel Castro. «Fragmentos del discurso pronunciado en la Plaza de la Revolución “José Martí” el 4 de febrero de 1962». En Luis Suárez Salazar (compilación, prólogo y notas), Fidel Castro: Latinoamericanismo vs. Imperialismo, p 84.
[8] Fidel Castro. «Discurso pronunciado el 22 de abril de 1970 en la Velada Solemne en conmemoración del centenario del natalicio de Vladimir Ilich Lenin». En http://www.cuba.cu/gobierno/discursos. Consultado el 15 de septiembre de 2019.
[9] Jorge Luis Joa Campos. «Cuando triunfó la Revolución pensaba ser un piloto de guerra y terminé siendo un internacionalista». En Luis Suárez Salazar y Dirk Kruijt: La Revolución Cubana en Nuestra América: el internacionalismo anónimo, RUTH Casa Editorial, La Habana, 2015, pp. 95–119.
[10] Según el diccionario de la Real Academia de la Lengua Española (DRAE), mayéutico o mayéutica, es el «Método socrático con que el maestro, mediante preguntas, va haciendo que el discípulo descubra nociones que en él estaban latentes».
[11] Lázaro Mora Secades. «La fundación de la Oclae: una de las más importantes contribuciones de la FEU a las luchas antimperialistas en América Latina y el Caribe». En Luis Suárez Salazar y Dirk Kruijt: Ob. cit., pp. 152–177.
[12] Fidel Castro. «Discurso pronunciado en el acto de despedida que le brindó el pueblo de Chile, efectuado en el Estadio Nacional, Santiago de Chile, 2 de diciembre de 1971», página web del diario Granma. Consultado el 12 de diciembre de 2020.
[13] Ulises Estrada. «Cuba nunca dejó de brindar su apoyo solidario a todos los que lo solicitaron». Luis Suárez Salazar y Dirk Kruijt: Ob. cit., pp. 47–75.
[14] Ibídem.
[15] Max Marambio. Las armas de ayer. La Habana, Editorial José Martí, 2008.
[16] Salvador Allende. «Última alocución al pueblo chileno transmitida por Radio Magallanes». En Salvador Allende Gossens, Se abrirán las grandes alamedas, Editorial Txalaparta, España, 2017.
[17] Fidel Castro Ruz. «Discurso pronunciado en el Acto Conmemorativo del XIII Aniversario de los Comités de Defensa de la Revolución, de Solidaridad con el heroico pueblo de Chile, y de Homenaje Póstumo al Doctor Salvador Allende, efectuado en la Plaza de la Revolución José Martí, el 28 de septiembre de 1973», en sitio Web del diario Granma. Consultado el 11 de septiembre de 2020.
[18] Luis Rojas Núñez. Fidel y la solidaridad con el Partido Comunista de Chile (1973–1990). Tesis para obtener su Maestría en Estudios Históricos Regionales y Locales en el Instituto de Historia de Cuba, validada por el Tribunal formado por esa institución el 27 de octubre de 2021. Previamente, en el 2018, el autor de esa tesis había publicado en Chile su libro Carrizal: Las armas del PCCh: un recodo en el camino, en el que ofreció muchos otros detalles sobre la solidaridad de Cuba con la «Tarea Militar» iniciada en 1975 luego de que la dirección de ese partido aceptó la sugerencia de Fidel de comenzar a formar a un grupo de militantes de PCCh en academias militares y en el Instituto Técnico Militar de nuestro país. Tal propuesta también fue formulada y luego aceptada por el Partido Socialista de Chile.
[19] Fernando Ravelo Renedo. «La política internacionalista de la Revolución Cubana ha evolucionado acorde con los cambios que se han producido en América Latina y el Caribe». En Luis Suárez Salazar y Dirk Kruijt: Ob. cit., pp. 120–135. También puede consultarse Ulises Estrada: Loc. cit., ed. cit.
[20] La primera Conferencia de Partidos Comunistas de América Latina y el Caribe se había efectuado en Cuba en diciembre de 1964. Las y los interesados en los principales resultados de esa reunión pueden consultar «Comunicado sobre la conferencia de los Partidos Comunistas de América Latina», José Bell Lara; Delia Luisa López y Tania Caram (compiladores). Documentos de la Revolución Cubana 1965. Editorial de Ciencias Sociales, La Habana, 2013, pp. 133–136.
[21] Como parte de una delegación de la Central de Trabajadores de Cuba que había asistido al Congreso de la Central de Trabajadores de Venezuela, controlada por el Partido Acción Democrática (socialdemócrata), entonces liderado por el presidente Carlos Andrés Pérez. En esa ocasión también nos reunimos con la dirección de la Central Unitaria de Trabajadores de Venezuela (CUTV), fundada por el PCV, y pude establecer mis primeros contactos directos con algunos de los dirigentes de ese partido, así como de las desperdigadas organizaciones guerrilleras que se habían fundado en la década de 1960.
[22] Fidel Castro Ruz. «Discurso pronunciado en el acto de clausura de la Primera Conferencia de Solidaridad de los Pueblos de Asia, África y América Latina (Tricontinental), en el Teatro Chaplin, La Habana, 15 de enero de 1966», en sitio Web del diario Granma. Consultado en marzo de 2020.
[23] América Latina en la lucha contra el imperialismo, por la independencia nacional, la democracia, el bienestar popular, la paz y el socialismo. Editorial Anteo, Buenos Aires, 1975.
[24] Fidel Castro. «Discurso pronunciado el 26 de julo de 1964 en Santiago de Cuba». El texto íntegro de ese discurso puede consultarse en Fidel Soldado de la Batalla de Ideas incluido en el sitio web de Cubadebate. Los principales fragmentos del mismo, aparecen en «Declaración de la OEA y la posición de Cuba», en José Bell, Delia Luisa López y Tania Caram (compiladores). Documentos de la Revolución Cubana 1964. Editorial de Ciencias Sociales, La Habana, 2012, pp. 69–107.
[25] Alejo Vargas. Guerra o solución negociada. ELN: origen, evolución y procesos de paz. Intermedio Editores-Círculo de Lectores S.A, Bogotá, 2006, pp. 231–241.
[26] Gabriel García Márquez. «Operación Carlota». En Ulises Estrada y Luis Suárez Salazar (compiladores), Rebelión Tricontinental: Las voces de los condenados de la tierra de África, Asia y América Latina, La Habana, Editorial de Ciencias Sociales (en asociación con Ediciones Tricontinental), 2007, pp. 140–160.
[27] Darío Villamizar. Jaime Bateman: biografía de un revolucionario. Editorial Planeta Colombiana S.A., Bogotá, 2002, primera edición, pp. 391–394.
[28] Fidel Castro Ruz. La paz en Colombia. La Habana, Editora Política, 2008, p. 128.
[29] Luis Rojas Núñez. «En Cuba aprendí el valor de la solidaridad entre nuestros pueblos y del internacionalismo». En Luis Suárez Salazar y Dirk Kruijt: Ob. cit., pp. 440–462.
[30] «Resumen de la intervención del General retirado Alejandro Ronda en el XII Taller Internacional del IHC». Este aparece como anexo a la referida Tesis de Maestría del entonces Lic. Luis Rojas Núñez.
[31] Lázaro Mora: Ob. cit., pp. 165–167.
[32] José de Jesús Martínez. Mi general Torrijos. Casa de las Américas, La Habana, 1987.
[33] Darío Villamizar. Jaime Bateman: biografía de un revolucionario. Editorial Planeta Colombiana S.A., Bogotá, 2002, primera edición, pp. 391–394.
[34] Ibídem, pp. 398–400.
[35] Las precisiones que aparecen en este párrafo me las aportó el combatiente de las FARC Ovidio Salinas; quien había viajado a Cuba para recibir instrucciones de la máxima dirección de su partido.
[36] Notas sobre la entrevista de Fidel con la delegación del Partido Comunista de Colombia que asistió el II Congreso del PCC y de las reuniones posteriores que se sostuvieron con los integrantes de esa delegación que permanecieron en Cuba hasta enero de 1981, en los archivos del autor de este escrito.
[37] Arturo Alape. El Bogotazo: Memorias del Olvido. Fundación Universidad Central, Bogotá, 1983.
[38] Fidel Castro Ruz. De la Sierra Maestra a Santiago de Cuba: la contraofensiva estratégica. La Habana, Oficina de Publicaciones del Consejo de Estado, 2010, Primera edición.
[39] Manuel Piñeiro Losada. «La crisis actual del imperialismo y los procesos revolucionarios en América Latina y el Caribe». En Luis Suárez Salazar (compilador), Barbarroja: testimonios y discursos del comandante Manuel Piñeiro Losada, Ediciones Tricontinental-SIMAR S.A., La Habana, 1999, p. 216.
[40] Al igual que otros datos sobre las solicitudes de ayuda militar que nos realizó el PC de C, los que aparecen en este párrafo me los aportó Ovidio Salinas, quien fue uno de los pocos combatientes de las FARC que recibieron entrenamiento militar en Cuba. Ese grupo había sido encabezado por el que muchos años más tarde ocupó la jefatura del Secretariado de las ya denominadas Fuerzas Armadas Revolucionarias de Colombia-Ejército del Pueblo, Rodrigo Londoño Echeverri, identificado con el seudónimo de Timochenko.
[41] Notas que conservé en mis archivos personales de la reunión que sostuvo Fidel con la exembajadora de Colombia en Cuba, Clara Nieto Ponce de León, en los primeros días de 1980.
[42] Fidel Castro. «Discurso pronunciado en la despedida del duelo a los héroes caídos en Granada, La Habana, 14 de noviembre de 1983». En Granada: el mundo contra el crimen, La Habana, Editorial de Ciencias Sociales, 1983, pp. 243–250.
[43] Fidel Castro Ruz. La paz en Colombia. p. 145.
[44] Fidel Castro Ruz. La paz en Colombia. p. 145.
[45] Ibídem, p. 146.
[46] Las y los interesados en una apretada síntesis del por qué empleo esa categoría analítica, pueden consultar mi ensayo «La proyección externa de la Revolución cubana en América Latina y el Caribe: una aproximación en su sesenta aniversario», en Luis Suárez Salazar (coordinador). Cuba en revolución: miradas en torno a su sesenta aniversario. Consejo Latinoamericano de Ciencias Sociales, Ciudad Autónoma de Buenos Aires, 2019, pp. 129–180.
[47] Fidel Castro. La crisis económica y social del mundo: sus repercusiones en los países subdesarrollados, sus perspectivas sombrías y la necesidad de luchar si queremos sobrevivir (Informe a la VII Cumbre de Países No Alineados. La Habana, Oficina de Publicaciones del Consejo de Estado, 1983.
[48] Carlos Antelo Pérez. «Hugo Chávez siempre tuvo confianza en Cuba». En Luis Suárez Salazar y Dirk Kruijt: Ob. cit., pp. 600–632.
[49] Fidel Castro. «Discurso pronunciado en el acto de entrega del Premio Estado de Sâo Paulo al etnólogo Orlando Villas Boas, realizado en el Memorial de América Latina, en Sâo Paulo, Brasil, el 17 de marzo de 1990». En Fidel en Brasil: selección de intervenciones, La Habana, Editora Política, 1990, 10–30.
[50] Ibídem.
[51] Todas las referencias a esta actividad me fueron precisadas por el ex funcionario del Departamento de Relaciones Internacionales del CC del PCC, Rafael Hidalgo, quien entonces era el representante del DA en la embajada de Cuba en Brasil y, por tanto, desempeñó un papel central en la organización de las actividades mencionadas.
[52] Fidel Castro. «Conversación que sostuvo el 18 de noviembre de 1971 con un nutrido grupo de estudiantes de la combativa Universidad de Concepción, ubicada en el centro-sur de Chile» y, «Palabras pronunciadas en su reunión con 80 sacerdotes revolucionarios en Santiago de Chile, el 29 de noviembre de 1971». En Viaje de Fidel a Chile y Perú, Ediciones Políticas, Comisión de Orientación Revolucionaria del CC del PCC, 1972, pp. 263–280 y 413–430.
[53] Inspirados en las afirmaciones que había realizado Fidel Castro durante la visita oficial que realizó a Chile en noviembre de 1971 acerca de la importancia de forjar «una alianza estratégica entre los cristianos y los marxistas», desde su segundo Congreso, efectuado en los primeros días de abril de 1972, la UJC había autorizado la incorporación a sus filas de jóvenes destacados en la vida social, económica y política del país que continuarán profesando diversas ideas religiosas, incluidas las denominadas «religiones afrocubanas».
[54] Frei Betto. «Caminos de un encuentro». En Fidel y la Religión, Oficina de Publicaciones del Consejo de Estado, La Habana, 1985, p. 22.
[55] Fernando Martínez Heredia. «Prefacio». En François Houtart, Sociología de la Religión, Editorial NICARADO-Centro de Estudios sobre América, 1992, pp. 7–21.
[56] Reinerio Arce Valentín. «Al igual que otros creyentes durante toda mi vida he tratado de mostrar que se puede ser cristiano, revolucionario, solidario e internacionalista». En Luis Suárez Salazar y Dirk Kruijt: La Revolución Cubana en Nuestra América: el internacionalismo anónimo, RUTH Casa Editorial, La Habana, 2015, Tomo 1, pp. 337–339.
[57] Fidel Castro. «Discurso pronunciado en el acto conmemorativo por el XXXVI Aniversario del asalto al cuartel Moncada, Camagüey, 26 de julio de 1989». En Pedro Álvarez Tabio, Habla Fidel; 25 discursos en la Revolución, La Habana, Oficina de Publicaciones del Consejo de Estado, 2008, p. 474.
[58] Narciso Isa Conde. Secretos, vivencias… de lucha, vida y amor. Editora Impresur, S.R.L, Santo Domingo, 2017, pp. 241–243.
[59] Ibídem, p. 247.
[60] Germán Sánchez Otero. «El IV Cuarto Congreso del PCC y la primera reforma a la Constitución de 1976». En Luis Suárez Salazar (coordinador), La Revolución Cubana: algunas miradas críticas y descolonizadas, La Habana, Editorial de Ciencias Sociales, 2018, pp. 227–255.
[61] José Luis Rodríguez. «Los años duros del Período Especial: lecciones de coraje y resistencia». Luis Suárez Salazar (coordinador): Ob. cit., pp.256–271.
[62] Roberto Regalado. Encuentros y desencuentros de la izquierda latinoamericana: Una mirada al Foro de Sâo Paolo. Ocean Sur, México, 2008.
[63] Luis Suárez Salazar (compilador). Fidel Castro Ruz: Las crisis de América Latina, diagnósticos y soluciones. Editora Política, La Habana, 2016, pp. 258–259.
[64] Jorge G. Castañeda. La utopía desarmada. Joaquín Mortiz-Planeta, México, 1993.
[65] Fidel Castro. Un grano de maíz (Conversación con Tomás Borges). Oficina de publicaciones del Consejo de Estado, La Habana, 1992, p. 302.
[66] Fragmentos del discurso pronunciado por Fidel Castro en la clausura del Foro de Sâo Paolo, efectuado en La Habana entre el 21 y el 24 el julio de 1983. En Luis Suárez Salazar (compilación, prólogo y notas). Fidel Castro: Latinoamericanismo vs. Imperialismo. Ocean Sur, 2009, p. 236.
[67] Ramiro Abreu Quintana. «La Revolución Cubana contribuyó, tanto a la unidad del movimiento revolucionario, como a la solución política y negociada del conflicto centroamericano». En Luis Suárez Salazar y Dirk Kruijt: Ob. cit., pp. 520–536.
[68] Fidel Castro Ruz. La paz en Colombia. Editora Política, La Habana, 2008.
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