Tomado de la revista Pensamiento Crítico, número 1, febrero de 1967
Por Camilo Torres Restrepo
*Fragmentos publicados en la revista Pensamiento Crítico, número 1, febrero de 1967. pp. 4–53.
Introducción para los profanos
La ciencia, como todo elemento humano, es ambivalente. Es un instrumento de comunicación más profundo y más sólido con aquellos que están «iniciados», pero con aquellos que no lo están, ya sea por cultivar otras disciplinas o por no tener una formación científica, puede ser un instrumento de separación, de malos entendidos y, por lo tanto, de conflicto.
El autor del presente estudio es un sacerdote que a la vez es sociólogo; sería interesante hacer una amplia demostración sobre las relaciones que tienen estas dos actividades como, en general, mostrar las diferencias y las aplicaciones de lo sagrado y lo profano.
Para enfocar este problema deberíamos plantear en toda su extensión las aplicaciones psicológicas, sociológicas e históricas de la Encarnación de Dios con todas sus consecuencias. Sin embargo, estas consideraciones se salen del objeto principal de la presente introducción.
Para poder ejercer las funciones de puente entre los colegas sacerdotes y los colegas sociólogos, creo que basta con hacer unas consideraciones rápidas sobre la distinción entre lo normativo y lo positivo.
La ciencia positiva es básicamente inductiva, parte de la observación empírica para llegar a generalizaciones del primer grado de abstracción; es decir, a generalizaciones que nos den una certidumbre metafísica que está en el tercer grado de abstracción y se basa en la esencia inmutable de los seres. Las ciencias normativas como la moral, la política, el derecho, se tienen que basar en alguna certidumbre metafísica. Las ciencias positivas constatan los hechos, hacen generalizaciones lógicas y están sometidas a las verificaciones empíricas para corregir, ampliar y, si es el caso, abolir las generalizaciones.
El presente estudio pretende ser un trabajo de sociología positiva. Como lo explicaremos más adelante, no está fundamentalmente sustentado por un análisis de campo; toma las experiencias directas de otros y las observaciones no estandarizadas del autor para enunciar una serie de hipótesis de trabajo.
Desde el punto de vista metodológico y científico este sistema es incompleto, pero no erróneo. Aunque, como dijimos atrás, la ciencia positiva se tiene que basar fundamentalmente en las observaciones empíricas cuando ellas tienen suficiente desarrollo, como en el caso de la sociología, es necesario relacionar la observación con una teoría general. Por otra parte, para enriquecer la teoría general se requiere lanzar hipótesis que solamente la intuición del científico puede preservar de que sean gratuitas. En teoría son, por definición (ya que son hipótesis) básicamente gratuitas. Precisamente se plantean para que sean verificadas por la investigación positiva. En otras palabras, los trabajos científicos de generalizaciones y, que corren el riesgo de ser gratuitas para llegar a constataciones empíricas; o partir de estas constataciones para llegar a generalizaciones que tienen el carácter de leyes científicas.
No obstante la evolución de la sociología, especialmente en los últimos años, tenemos que reconocer que es una ciencia joven. Como tal, sus conceptos, su terminología, sus métodos y sus leyes no están aún suficientemente estructurados. Algunos sociólogos, principalmente de fines del siglo pasado y principios del presente, optaron por una posición sectaria. Unos defendían la teoría y los planteamientos generales contra las investigaciones empíricas de escasa trascendencia teórica pero de mucha precisión técnica. Los sociólogos europeos, en general adoptaron esta posición.
Otros, por el contrario (entre los que se contaron muchos sociólogos norteamericanos) se dedicaron a minuciosas investigaciones sobre el terreno atacando las generalizaciones gratuitas.
Se ha dicho que la sociología europea es más interesante que verdadera y que la sociología norteamericana es más verdadera que interesante. Sin embargo, podemos afirmar que hoy en día, en términos generales, esta dicotomía ha sido superada y podemos hablar de una sociología universal. Actualmente, el método inductivo y el método deductivo (de lo general a lo particular o de lo particular a lo general) son valederos mientras se acepte que son complementarios, que ninguno de los dos es verdaderamente científico si excluye al otro.
Con todo, el avance de la ciencia es paulatino y exige contribuciones parciales que también deberán ser complementarias.
En el caso de la «sociología colombiana», encontramos una tradición que no podemos clasificar dentro de la sociología positiva. Hasta hace pocos años solamente se podía hablar de filósofos sociales. En los últimos tiempos hemos visto surgir la sociología positiva en nuestro país. Por inspiración norteamericana al principio, complementada posteriormente con influencias europeas. El aspecto empírico de la sociología empieza a prevalecer entre nosotros con una orientación tal, que se puede correr el peligro de consagrarse únicamente al estudio de este campo descuidando las generalizaciones.
No es posible hacer una sociología colombiana aparte de la sociología universal. Sin embargo, es necesario hacer sociología colombiana en dos sentidos: 1.- Aplicando la teoría y los métodos sociológicos generales a nuestra realidad concreta y específica. 2.- Contribuyendo a esta teoría y métodos con el análisis de las situaciones nuevas que nuestra realidad pueda sugerir. Esta sociología colombiana se vería frustrada en su estructuración tanto si faltara la investigación empírica como si prescindiera de la generalización teórica. El presente estudio pretende ser una contribución a este último aspecto.
Aunque como sacerdote el autor debe desaprobar los hechos sociales que estén en oposición a la moral cristiana, como sociólogo no se puede permitir la emisión de juicios de valor so pena de caer en el error metodológico de mezclar las ciencias positivas con las ciencias normativas. Por eso, no es de extrañar que se describa un «fenómeno» como el de la «violencia» — que, en términos generales no puede justificarse desde el punto de vista moral — como un factor de cambio social importante, sin pronunciarse sobre la bondad o la maldad de ese cambio y sobre la moralidad de sus consecuencias. Al decir «importante» no se quiere decir «constructivo». Ese vocablo se utiliza solamente en el plano de los fenómenos positivos que, si por causa de la violencia han sido profundamente transformadores, tienen una importancia sociológica indiscutible.
Las observaciones anteriores podrían situar al lector que no está familiarizado con los análisis positivos de las realidades sociales, en el terreno propicio para valorar los planteamientos que se hacen en este trabajo dentro de las limitaciones de la ciencia empírica que no puede pretender generalizaciones normativas.
1 – ALCANCE DEL ANÁLISIS
Para poder precisar la magnitud de un cambio, es necesario determinar bien claramente tres aspectos:
a) La situación antes del cambio.
b) Los factores que influyen y la manera cómo influyen en el cambio.
c) La situación posterior a la acción de dichos factores.
Sin embargo, es necesario anotar que en un cambio sociocultural los anteriores puntos de referencia son mucho menos precisos que en el caso de un cambio físico. Las variables sociales poseen una dinámica constante y por eso es imposible considerar situaciones estables dentro del cambio social.
Con todo, la sociedad rural colombiana antes de pasar por el fenómeno de la «violencia»[1] era una sociedad relativamente estática, como trataremos de describirla a continuación. Esto facilita en parte el establecimiento del cambio ocurrido. A pesar de ello, es necesario limitar el fenómeno del cambio a algunas variables, ya que, por su complejidad, no podría describirse nunca en forma exhaustiva.[2]
Muchas de las variables que consideraremos no son de ninguna manera exclusivas de la sociedad colombiana. En muchos textos de Sociología, las encontramos como criterios determinantes de cualquier sociedad rural. Las hemos escogido aquí por considerar que han sido afectadas especialmente por el fenómeno de la violencia.
El presente análisis se refiere, casi exclusivamente, a la descripción hecha por Monseñor Germán Guzmán en el primer tomo del libro «La Violencia en Colombia» y a los trabajos efectuados en relación a la sociedad rural colombiana, antes de haber sufrido el impacto de la violencia.[3]
Aquí trataremos de estructurar los datos de los trabajos mencionados dentro de un esquema teórico adaptado a la descripción del cambio ocasionado por la violencia. Su valor objetivo dependerá de la objetividad de dichos estudios, y muchas de las afirmaciones no podrán tener un sentido más amplio que el de ser simples hipótesis de trabajo, que deberán ser sometidas a ulteriores investigaciones sobre el terreno para llegar a ser debidamente comprobadas, como lo explicamos ampliamente en la introducción.
Con estas observaciones podemos entrar de lleno al análisis del cambio sociocultural, considerando:
1.- La situación de las variables seleccionadas, antes de la violencia.
2.- La forma como fueron afectadas esas variantes por el fenómeno de la violencia.
3.- El resultado final.
Las variaciones las clasificaremos en tres grupos:
1.- Aquellas que son comunes a toda sociedad rural.
2.- Aquellas que son propias de las sociedades rurales de los países subdesarrollados.
3.- Aquellas que son características de la sociedad rural colombiana.
Naturalmente que la división anterior no deja de ser artificial. La tomamos para ordenar mejor el análisis, pero trataremos de hacer las aplicaciones concretas a Colombia, aun en las dos primeras categorías de variables.
(…)
3.- CAMBIOS SOCIOCULTURALES OCURRIDOS EN CADA UNA DE LAS VARIABLES CONSIDERADAS
I.-Variables comunes a toda sociedad rural.
a) Falta de división del trabajo, de especialización y escasez de roles. La actividad agropecuaria del cultivo de la tierra y del ganado es prácticamente la exclusiva del campesino colombiano. En general, toda otra ocupación está condicionada por esta: el mercado, la actividad religiosa, familiar, etcétera.
La violencia plantea al campesino nuevas necesidades y con ellas la imposición de una división del trabajo y de una especialización. Para los grupos activos, además de las necesidades requeridas en toda acción bélica, surgen aquellas específicas de la guerra de guerrillas, tales como las de espionaje, comunicaciones clandestinas, abastecimiento, asistencia social, relaciones públicas, etcétera.[4]
Respecto de los grupos pasivos, también debemos comprobar la aparición de nuevas necesidades, tales como las de vigilancia, colaboración, tanto entre sí como con los grupos guerrilleros, todas aquellas impuestas en el caso de las migraciones forzadas, etcétera.
Para cada una de estas necesidades ha sido indispensable destacar elementos de la comunidad rural para que las ejerzan habitualmente, llegando así a un género de especialización que, aunque rudimentario, es importante respecto de las relaciones sociales.
Estas relaciones en la sociedad rural, como consecuencia de la falta de división y especialización del trabajo, son de características más íntimas, frecuentes y personales.
Este tipo de relaciones conduce a un tipo de sociedad folk, también descrita por Redfield:
Esta sociedad es pequeña, aislada, iletrada y homogénea, con fuerte sentido de solidaridad. El modo de vida está convencionalizado dentro de un sistema coherente que llamamos «una cultura». La conducta es tradicional, espontánea, nocrítica [sic] y personal. No hay legislación, hábito de experimentación, ni reflexión para fines intelectuales. EI parentesco, sus relaciones e instituciones son del tipo de categorías empíricas, y el grupo familiar es la unidad de acción. Lo sagrado prevalece sobre lo secular. La economía es de autoconsumo más bien que de mercado.[5]
Todas estas características se aplicaban exactamente a nuestra sociedad rural antes de haber pasado por la violencia.
Dentro de esto tenemos que señalar: la conducta tradicional, espontánea, no crítica y personal como un efecto de la preponderancia de las relaciones secundarias. Ahora bien, la falta de división del trabajo y de especialización lleva a esta preponderancia, ya que la persona que realiza muchas funciones es la base de la interacción social mucho más que la función misma. La falta de especialización hace que no exista una exigencia ni una expectación social respecto del progreso por la instrucción formal.
La solidaridad de grupo es otro efecto de la falta de división del trabajo, si nos referimos a la solidaridad mecánica dentro de la teoría durkheiniana.[6]
Esta solidaridad mecánica produce, naturalmente, un sistema coherente de vida basado en la tradición y el sentimiento.
Dentro de la teoría de Tonnies nuestra sociedad rural se acerca mucho más a la comunidad (gemeinschaft) que a la sociedad (gesellschaft). Por otro lado, la economía de autoconsumo estimula mucho más las relaciones primarias que secundarias y es una de las causas de la falta de división del trabajo.
Los efectos de estos fenómenos sobre la actitud respecto del cambio social son de una gran importancia. El predominio de las relaciones primarias sobre las secundarias comienza a desaparecer por la mayor división del trabajo, la mayor especialización y, por consiguiente, la multiplicación y diversificación de los roles sociales.
En las comunidades afectadas por la violencia, las interacciones sociales comienzan a basarse más en las funciones de las personas que en la persona misma. La solidaridad de grupo comienza a ser más orgánica que mecánica, es decir, más basada en la complementariedad de los roles diversos que en la homogeneidad de estos. Las relaciones sociales comienzan a basarse más en la razón que en la tradición y el sentimiento. La conducta deja de ser tradicional y espontánea y pasa a ser crítica e impersonal.[7] La «comunidad» se transforma en «sociedad». Podríamos decir que nuestra sociedad rural, afectada por la violencia, comienza a urbanizarse en el sentido sociológico, en el sentido de que comienza a adquirir un comportamiento urbano.
Este proceso de urbanización se realiza exclusivamente por la aparición de actividades terciarias (servicios personales, comercio, transporte, servicios bélicos, etcétera) sin ninguna conexión con la actividad secundaria de industrialización.
Los efectos socioeconómicos son evidentes: el modo de vida urbano implica una actitud racional, antitradicional respecto del cambio social. Sin embargo, en este caso esta actitud no va acompañada de una industrialización que permita elevar los niveles de vida. En una palabra, podemos decir que en la sociedad afectada por la violencia tenemos las actitudes urbanas sin los instrumentos propios de una sociedad urbana.
b) Aislamiento social.
Dentro de las variables comunes a todas las sociedades rurales encontramos el aislamiento social, elemento que incluye Redfield dentro de la sociedad folk.
Este fenómeno ecológico es debido a la baja densidad demográfica y a la ausencia de comunicaciones que caracteriza las sociedades rurales. En los países subdesarrollados, el aislamiento social se encuentra agudizado por la falta de transporte y la ausencia de comunicaciones de toda índole. En Colombia, en particular, el aislamiento es aún mayor. La población colombiana está concentrada en la zona montañosa y en los valles separados por montañas. Las veredas o vecindarios rurales se encuentran aislados no solamente de las ciudades, sino también de la cabecera del municipio y de las otras veredas.
La violencia incrementó las migraciones rurales no solamente a la ciudad, sino también entre las diversas localidades campesinas. Las fuerzas armadas, además de sus sistemas propios de comunicación, fueron un conducto humano de transmisión de noticias, de valores sociales, de normas de conducta, establecido entre la ciudad y el campo y entre los diversos vecindarios rurales.
Como resultado, las poblaciones rurales han entrado en contacto tomando conciencia de necesidades comunes y adquiriendo una solidaridad de grupo, al enfrentar el conocimiento de su realidad socioeconómica con el conocimiento de otros niveles de vida superiores, tanto rurales como urbanos.
Los patrones culturales locales comienzan a difundirse y se produce un fenómeno de asimilación de dichos factores, comenzando así un proceso de gestación de una subcultura rural colombiana. Respecto del cambio social, el hecho de haber creado una solidaridad de grupo (que Marx llamaría conciencia de clase) hace que el campesinado colombiano comience a constituirse en un grupo de presión en la base de la pirámide social. Grupo de presión que, mediante una organización, puede llegar a ser importante en las transformaciones de las estructuras sociales, políticas y económicas de Colombia.
c) Importancia de los vecindarios en la vida social.
Dado el aislamiento antes descrito, es lógico que el vecindario en la vida social de la comunidad rural sea de la mayor importancia. La actividad humana en esta sociedad tiene una referencia directa a la localización geográfica. La falta de la división del trabajo excluye casi completamente la necesidad de desplazarse a otro lugar. Por lo tanto, el vecindario desarrolla con la familia, la institución de control social más eficaz en la sociedad campesina. La sanción aprobatoria o condenatoria del vecindario tiene una gran influencia en la conducta del campesino.
Sabemos que hay una relación estrecha entre la fuerza del control social y la consolidación de los patrones de conducta. Los fenómenos de anomia se presentan rara vez en una sociedad aislada y de control fuerte. En esta comunidad se encuentra entre sus individuos poca capacidad de asimilación, ya que para poder llevar la vida en sociedad les ha bastado acomodarse mecánicamente a los patrones tradicionales de conducta. De ahí viene la coherencia del sistema de la sociedad folk, del que habla Redfield; de ahí también la falta de experimentación y la falta de reflexión para fines intelectuales. La conducta es más espontánea que reflexiva y por eso la capacidad de asimilación es menor.
La violencia rompe los marcos del vecindario rural. Los grupos guerrilleros comienzan a convertirse en nuevos elementos de control a una escala más regional que veredal. La presión oficial se manifiesta en muchas ocasiones por primera vez, en las áreas rurales, ejerciendo presiones de todo género (desde la violencia física hasta los halagos económicos) a escala regional, sobre las comunidades rurales. También la posibilidad y, en algunas ocasiones, la necesidad de emigrar libera a los grupos rurales del control social de la comunidad vecinal. Los grupos de referencia para el control social se multiplican; además de la familia existen los grupos guerrilleros; además del vecindario propio hay grupos de campesinos perseguidos, más o menos beligerantes; el ejército militar y los grupos de ejércitos civiles; los grupos urbanos que intervienen directa o indirectamente en la violencia y, por ella, en las comunidades rurales. Todos esos grupos, con sus diferentes patrones y valores de conducta, relajan el control social en una forma semejante a lo que ocurre en las ciudades. El campesino habituado a actuar sin reflexión ni crítica, de acuerdo con patrones, pierde toda norma de conducta y se irá adaptando, en cuanto le sea posible, a los diferentes grupos de referencia. La conducta anómica se generaliza en esta forma dentro del conglomerado campesino como un efecto del rompimiento del aislamiento social del vecindario. Las comunidades rurales que han sufrido el fenómeno de la violencia están abiertas a toda clase de contacto cultural.
El rompimiento de su aislamiento social ha hecho perder importancia al vecindario de la vida social del campesino, y ha establecido nuevas instituciones a la escala regional y nacional que caracterizan la nueva subcultura originada por la violencia.
En forma similar a lo ocurrido con el aislamiento social, se produce en el área rural un relajamiento del control social local por la multiplicación de controles que son independientes del lugar geográfico. Esta multiplicación de controles diversos se explica por la diversificación de las actividades rurales. Sin embargo, dicha diversificación no obedece a un fenómeno de desarrollo de la productividad económica, sino a actividades de destrucción, de defensa o simplemente de subsistencia, difícilmente enmarcables dentro de un plan de desarrollo socioeconómico para el país. Podemos decir también en este caso, que encontramos fenómenos sociológicos de urbanización, sin los fenómenos concomitantes de industrialización y de creación de ciudades.
Los nuevos organismos de control y la relajación de estos, han llevado a una conducta más reflexiva y más crítica, pero de acuerdo con una escala de valores completamente patológica.
d) Individualismo.
El aislamiento produce en general la existencia de grupos y sociedades cerradas. Sin embargo, cuando a ese aislamiento se une el trabajo aislado de cada individuo, el individualismo surge como una secuela lógica. Este es el caso en las sociedades rurales de estructura minifundista o de ocupación estacionaria de las cosechas. Los intereses son entonces individuales y la colaboración sólo surge en función de estos. Instituciones como «la minga», «la mano vuelta», «el convite», tienen un carácter transitorio y no contradicen, sino que confirman la conducta individualista en cuanto esta se entienda como resultante de la búsqueda de objetivos en función de intereses predominantemente personales. El individualismo es una actitud que se define por motivación. Sin embargo, la conducta social es un índice, y a veces el único conocido y conocible, de la motivación de los individuos.
Dado el predominio del minifundista y del cosechero dentro de la población campesina colombiana, podemos asegurar que la actitud individualista es bastante generalizada, especialmente en las áreas más aisladas. Los hábitos colectivistas que tenían algunas comunidades indígenas, puede decirse que han desaparecido dentro de la mayoría de los campesinos colombianos.
La violencia rompe en gran parte el individualismo campesino. Las fuerzas oficiales introducen sistemas de conducta donde se hace indispensable el trabajo en equipo. En forma similar son organizadas por el gobierno las llamadas «guerrillas de paz», para combatir a los bandoleros.
Las fuerzas de guerrilleros, formal e informalmente constituyen elementos de trabajo colectivo que también quebrantan el sentido individualista de nuestro habitante rural.
Formalmente se establecen «Normas Organizativas de las Fuerzas Guerrilleras».[8] En ellas, los intereses colectivos priman sobre los intereses individuales.
Informalmente, los guerrilleros debían trabajar en equipo para todas sus labores tanto bélicas como de subsistencia. Inclusive se establecen grupos como el de Pato, en donde por esfuerzo colectivo se construyó un trapiche, se sembró una huerta, se organizó la producción de panela y la rocería de los campos, así como las siembras, el deshierbe y las cosechas.
La solidaridad de grupo propia de toda comunidad marginal y, en especial, de todo grupo considerado fuera de la ley, se verifica plenamente dentro de los grupos guerrilleros.
Dentro de los campesinos la violencia crea circunstancias por las cuales ellos tienen que romper con su individualismo; las migraciones conjuntas, la defensa de las comunidades rurales, la organización para la producción, etcétera, crean una mentalidad de cooperación, de iniciativa y de conciencia de clase. Tenemos una situación social nueva en la comunidad rural colombiana, que hace que dicha comunidad constituya un elemento social con cohesión interna, con iniciativa y con dinamismo frente a las posibilidades del cambio social.
e) Conflicto con el extragrupo.
Los grupos rurales descritos con las características anteriores son necesariamente cerrados «con un fuerte sentido de solidaridad», según la descripción de Redfield,[9] solidaridad interna que está generalmente en relación directa con el grado de conflicto respecto de los elementos extra grupo.
Nuestras comunidades rurales tienen, en efecto, una actitud de desconfianza respecto de las instituciones, de los líderes y en general de las personas que no pertenecen a su grupo social.
Las instituciones pertenecientes al extragrupo podemos clasificarlas en oficiales, eclesiásticas y privadas. Es necesario hacer notar que muchas de las instituciones oficiales, eclesiásticas y privadas pertenecían al mismo grupo campesino, en el sentido de que eran identificadas con la comunidad rural mucho más que con el gobierno, la iglesia u otra entidad de nivel nacional. El empleo del pronombre personal de primera persona en plural, «nuestro», en relación a la iglesia (como edificio), al palacio municipal y algunas de las haciendas, nos revela ese sentimiento de solidaridad con dichas instituciones.
Sin embargo, la actitud respecto a instituciones oficiales a un nivel superior al nivel municipal, no era una actitud de conflicto abierto sino más bien de reserva y aun de desconfianza; lo mismo podemos decir de la actitud respecto a entidades eclesiásticas y particulares no pertenecientes a la localidad.
No obstante, es indispensable distinguir en el área rural dos tipos de comunidades muy diferentes: la perteneciente al pueblo y las pertenecientes a las veredas. Dentro de estos dos tipos existía, antes de la violencia, una relación de acomodación en la cual las comunidades veredales estaban subordinadas a la comunidad del pueblo; esta acomodación algunas veces se convertía en conflicto, especialmente por razones políticas. Razones políticas que posiblemente eran un símbolo para manifestar un conflicto latente, ocasionado por la situación de inferioridad de las veredas respecto de la cabecera del municipio.
Entre las diferentes veredas encontrábamos también una relación de competencia que en ocasiones se resolvía por un conflicto, rara vez violento. Sin embargo, pocas veces encontrábamos una relación de acomodación entre una vereda y otra, y el conflicto común con la cabecera del municipio hacía que las tensiones veredales disminuyeran y se creara una relación de solidaridad entre las mismas veredas.
Con la violencia, las relaciones humanas entre la sociedad rural se transformaron fundamentalmente. Las instituciones oficiales, eclesiásticas y civiles, aun de carácter local, fueron consideradas en muchas ocasiones como instituciones extragrupos rompiendo la integración de estas al grupo campesino. Como, por otro lado, las relaciones con las mismas instituciones al nivel departamental o nacional se hicieron de conflicto abierto y muchas veces violento, también con estas instituciones al nivel local se estableció una relación de conflicto.
La acomodación respecto del gobierno, la iglesia y los patronos se destruyó. Esta misma relación de acomodación entre la vereda y el pueblo también sufrió un cambio. Algunos elementos del pueblo se aliaron con las instituciones oficiales, eclesiásticas y civiles que estaban en conflicto con el grupo campesino y otras se solidarizaron con este grupo en contra de los anteriores. Los elementos del «pueblo» entraron en una relación de cooperación con los elementos de la vereda, por una parte, o con las instituciones extrañas, por otra.
Las relaciones entre las veredas han tenido varias etapas; los ligeros conflictos anteriores a la violencia se agudizaron, adquiriendo un cariz netamente político al comienzo. El campesinado de base se agrupó bajo los símbolos de los partidos tradicionales, liberal y conservador, en actitud de conflicto violento. Los grupos comunistas surgieron como tercer elemento, en ocasiones como grupo campesino de aquellos que no deseaban un conflicto con otros campesinos, sino con las autoridades formales e informales.
El primer efecto de la violencia fue dividir al campesinado. A medida que el estado de violencia se hizo crónico, se presentó un importante fenómeno de cambio social; en el caso de que la presión violenta del extragrupo disminuye y las necesidades socioeconómicas crecen, se crea un nuevo tipo de solidaridad entre los campesinos liberales, conservadores o comunistas. Esto ocurrió, por ejemplo, en el Valle del Cunday a principios del año 1961.
Este nuevo tipo de solidaridad es más orgánico que mecánico, más racional que sentimental y borra no solamente las divisiones existentes entre los grupos campesinos antes de la aparición de este fenómeno.
En relación a los líderes, antes del fenómeno de la violencia se encontraba en las sociedades rurales una concentración del liderazgo en el «pueblo» o cabecera del municipio. Allí se encontraban los líderes burocráticos, tradicionales y carismáticos.[10] Algunos de estos últimos se encontraban también en las veredas, pero no tenían mucha influencia en las decisiones oficiales, en el gobierno de la comunidad rural a la escala municipal, reservándose una pequeña cuota de poder informal a la escala «veredal».
La estructura del liderato campesino cambió con la implantación de la violencia. Los líderes carismáticos de la vereda adquirieron una importancia muchas veces mayor que la de los líderes del «pueblo» o cabecera municipal. Los líderes tradicionales o gamonales del pueblo, que se adhirieron a las instituciones patrocinadoras de una violencia adversa, perdieron su liderazgo dentro del resto del campesinado; lo mismo sucedió a los líderes carismáticos y por lo tanto dejaron de ser líderes carismáticos en el sentido propio del concepto.
Es muy lógico que en los procesos electorales haya surgido un nuevo tipo de gamonalismo veredal con el cual, necesariamente, tienen que pactar los directorios políticos, en vista a obtener una colaboración de la masa campesina.
Con relación a otras personas del extragrupo, podemos afirmar que el sentimiento de solidaridad o de desconfianza con respecto de ellas estaba estrechamente condicionado a la actitud que estas observaron durante la violencia. En efecto, muchos elementos extragrupo, inclusive de clase alta y origen urbano fueron aceptados dentro del grupo campesino, siempre y cuando se manifestaran solidarios en su lucha armada; y muchos elementos genuinamente rurales fueron rechazados si se manifestaban solidarios con grupos adversos en esta misma lucha.
La solidaridad con las personas se hizo más a base de intereses comunes que de origen ecológico, mucho más por motivos racionales que por motivos tradicionales.
El conflicto con los elementos extragrupo y la reestructuración de las relaciones sociales en las comunidades rurales cambia fundamentalmente la estructura de nuestro campesinado, creando un nuevo tipo de solidaridad campesina más racional y que es la base de un conflicto con los elementos extragrupo que no se identifican con los intereses de esta comunidad.
g) Sentimiento de inferioridad.
El sentimiento de inferioridad del campesino respecto de los habitantes urbanos ha sido generalmente aceptado por los estudiosos de los fenómenos sociales. Este sentimiento ha sido habitualmente descrito como un fenómeno psicológico individual. Sin embargo, en el caso de que este fenómeno represente una actitud colectiva podemos aplicarlo, haciendo las salvedades conceptuales del caso, en análisis psicológico social. EI sentimiento de inferioridad del campesino se ejercía fundamentalmente respecto de las instituciones y de los individuos pertenecientes a la sociedad urbana, traduciéndose por diferentes tipos de relación, ya de acomodación, ya de conflicto. La violencia dio a los campesinos una seguridad en la acción en contra de elementos urbanos, de instituciones, personas y patrones de conducta, que los campesinos referían a la comunidad urbana. En realidad, los grupos guerrilleros de campesinos no han hecho nunca incursiones directas en las grandes ciudades colombianas. Con todo, el sentimiento de inferioridad, en materia bélica, ha sido suplantado por el sentimiento de superioridad. En la «guerra de guerrillas» los campesinos tienen la conciencia de que han vencido sobre el ejército, de que han logrado derrotar una institución de tipo urbano, que constituye la base de la defensa de nuestras ciudades.
Haciendo caso omiso de la verdad o falsedad objetivas de este nuevo sentimiento, tenemos que constatar el cambio psicosocial que implica, ya que un elemento esencial para constituir un grupo de presión es que ese grupo tenga seguridad en la acción respecto a aquellos grupos sobre los cuales considera necesario el ejercicio de la presión social.
NOTAS
[1] El fenómeno de la violencia en Colombia podemos definirlo como un tipo de conflicto social que se manifiesta por la acción armada de grupos, especialmente en vecindarios campesinos, generalizada geográficamente en «Colombia» y de carácter endémico, ya que se ha prolongado por varios años sin solución de continuidad. Para mayor explicación Cfr. Germán Guzmán C., Eduardo Umaña Luna, Orlando Fals Borda. «La Violencia en Colombia». 1ra edición Monografía Sociológica, Facultad de Sociología, U.N. Bogotá, 1962. p. 368.
[2] Es de notar también que en el presente estudio no consideramos sino las áreas que han sido afectadas, en algún momento, por el fenómeno. Sin embargo, de acuerdo con los estudios realizados, especialmente por Mons. Germán Guzmán, casi todas las áreas rurales colombianas (Cfr. «La Violencia en Colombia» — Estudio de un proceso social — Tomo I, 2da. Edición, Ediciones Tercer Mundo, Bogotá, 1962) han sido afectadas por la violencia.
[3] Gustavo Pérez. «El campesino colombiano, un problema de estructura». 2da Ed., Centro de Investigaciones Sociales, Bogotá, 1962; Orlando Fals Borda. «Campesinos de los Andes». Editorial Iquelma, Bogotá, 1961; «El hombre y la tierra en Boyacá». Editorial Anteres, Bogotá, 1956.
[4] Cfr. Guzmán, Umaña, Fals Borda. «La Violencia en Colombia». 1ra Ed., Monografías sociológicas №12, Facultad de Sociología, U.N. Bogotá, 1962.
[5] Robert Redfield. «The Folk Society». The American Journal of Sociology, 52 (Enero 1947). p. 293.
[6] E. Durkheim. «De la división du Travail Social». 1902. p. XXXII.
[7] Para ampliar la teoría sobre la transformación de la sociedad-folk en sociedad urbana debido a la división del trabajo, es útil consultar: E. C. Hughes. «Personality Types and the Division of Labor». American Journal of Sociology, 1928/33, 754/768 y Leopold Von Wise and Howard Becker. «Systematic Sociology». N. York, John, Wiley & Sons, 1932, 222/225 et passim.
[8] «La Violencia en Colombia», ob. cit., p. 142.
[9] Ob. cit.
[10] Clasificación tomada de Max Weber. «Economía y Sociedad». Fondo de Cultura Económica de México, que es la aceptada por la generalidad de los sociólogos.
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