Del Che a la actualización, dos visiones en disputa
Por Julio Diego Zendejas Maximo
Introducción
Con el paso a control estatal de la mayor parte de la tierra, la industria y la declaración del carácter socialista de la revolución comenzó a debatirse en Cuba la forma económica más eficiente para avanzar en la superación del modo capitalista de producción. A partir de ese momento, se establecieron en el cuerpo ideológico de la revolución dos visiones diferenciadas de la transición socialista, cuyas imbricaciones y tensiones permiten explicar la evolución teórica de la Revolución cubana al respecto, y ayudan a comprender las orientaciones que guiaron su actuación histórica y su actual propuesta socioeconómica y política.
El trabajo propone una lectura global de la evolución de la teoría y práctica de la transición socialista en Cuba, a partir de la revisión de la pugna entre esas visiones; permite con ello unir histórica y teóricamente los diferentes momentos y periodos de la revolución y, sobre todo, entender los fundamentos ideológicos que articulan su desenvolvimiento hasta el presente. Este análisis se realiza partiendo del principio teórico-metodológico marxista de que las ideas son expresión de fuerzas sociales y, por ende, se las recupera como expresión histórico-concreta de la evolución socioeconómica de la revolución. En este sentido, no se desconoce que las discusiones y propuestas revisadas responden a un contexto histórico determinado con condicionantes internas y geopolíticas muy disímiles, y se pretende evidenciar que estas ideas sobre la transición no solo son resultado de la evolución de esas condicionantes, sino que ellas mismas actuaron en su determinación.
El artículo se divide en tres apartados: el primero, recupera el momento fundacional de la tensión entre el marxismo soviético y el marxismo humanista y autóctono, cuya máxima expresión es la obra de Ernesto Che Guevara. En segundo lugar, repasa la asunción del modelo de transición soviético durante los años setenta y la revisión crítica de este durante el proceso de rectificación, al mostrar su relación con la tensión de las visiones en pugna y su balance en el periodo. El último apartado muestra que entre las formulaciones del «Periodo Especial» y el modelo de «actualización» hay un hilo de continuidad, articulado por el ascenso de la racionalidad intrínseca al modelo soviético y que la visión cubana ha sido colocada en una situación de subordinación, aunque no ha dejado de estar presente y por ello no puede considerarse que la tensión originaria esté resuelta de manera definitiva.
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El Che y el cálculo económico: las visiones en disputa
Como resultado de la necesidad de organizar la creciente economía estatal y avanzar al socialismo empezaron a debatirse en el seno del grupo revolucionario dos visiones diferenciadas. La discusión enfrentaba a los partidarios de recuperar la experiencia de la URSS y organizar el sistema sobre el llamado cálculo económico, con la formulación de Ernesto Guevara que había ido sistematizándose en el denominado Sistema Presupuestario de Financiamiento (SPF).[1] En germen, ambos sistemas coexistieron aproximadamente durante el periodo 1963–1965: uno, en el Instituto Nacional de Reforma Agraria — dirigido por Carlos Rafael Rodríguez — y en el campo del comercio exterior y, el otro, en la mayor parte del sector fabril a cargo del Che, por entonces ministro de Industria.[2]
El eje fundamental del cálculo económico era la proposición de que durante el periodo de transición es posible utilizar, e incluso ampliar, los instrumentos monetario-mercantiles en función de construir la nueva sociedad. Esto derivaba en un modelo de planificación basado fundamentalmente en el autofinanciamiento empresarial y el estímulo material para aumentar la productividad del trabajo. Este supuesto de que la ley del valor puede ser utilizada conscientemente en favor del desarrollo socialista, reproducía la visión economicista del marxismo soviético.[3]
La propuesta de Guevara partía de la crítica a ese supuesto y apuntaba a la relevancia de la participación y transformación subjetiva, de la praxis, en la gesta emancipadora. Para él la planificación era «el modo de ser de la sociedad socialista», pues la organización consciente de la producción permitiría superar la alienación propia de la economía burguesa, donde los hombres no controlan su destino, sino que quedan sujetos a la lógica del mercado. Por ende, el sistema productivo a construir en Cuba debería ser similar al de una sola gran empresa que permitiera ir eliminando los criterios mercantiles dentro de su organización. En el SPF cada empresa debía entregar sus ingresos al aparato central, sin acumular ni retener y en estado de sumisión al plan en sus acciones y erogaciones. Al mismo tiempo, entre ellas no debían darse intercambios mercantiles sino solamente sobre el costo de producción, para establecer una contabilidad distinta de la capitalista.[4]
En la perspectiva del Che, en la edificación socialista no es posible utilizar las herramientas del capitalismo sin reproducir en el proceso las lógicas y valores que le son propios. Por ello, los métodos de construcción revolucionaria no deben regirse solo por criterios de eficiencia productiva sino, ante todo, por su capacidad de generar conciencia revolucionaria, de construir una nueva subjetividad. En su concepción, el socialismo no es solo un sistema de distribución de la riqueza social sino también de liberación de las relaciones fetichistas del capitalismo. El proceso de transición no debe solo procurar crear el sustrato económico de la nueva sociedad sino también promover una nueva moralidad durante su creación: «Para construir el comunismo, simultáneamente con la base material hay que hacer al hombre nuevo».[5]
Consideraba que la conciencia revolucionaria de las masas debía y podía forjarse en el proceso mismo de transición y no esperar a la emergencia de la nueva base productiva, pues esta conciencia no es resultado mecánico de la transformación estructural sino fuerza activa en tal transformación: «veía en la conciencia un elemento activo, una fuerza material, un motor de desarrollo de la base material y técnica (…) y cuidaba de que los métodos y los medios a utilizar para lograr el fin no fueran a alejarlo o desnaturalizarlo».[6] Contra el marxismo positivista divulgado por la URSS, que planteaba la edificación socialista como resultado mecánico del desarrollo material de las fuerzas productivas, el Che concebía este proceso como una empresa que sería el resultado — en lo fundamental — de la participación activa de las masas en su construcción: el «comunismo es un fenómeno de conciencia».[7]
Frente a las posiciones influenciadas por la visión soviética que mantenían que en la construcción del socialismo cubano debía respetarse la ley del valor como criterio económico fundamental, Guevara llamaba a construir un sistema de planificación que apuntase hacia la creciente supresión de las categorías burguesas y que fuera creando relaciones sociales de nuevo tipo; al promover para esto la participación de los trabajadores todo lo que fuera posible. Mientras los defensores de la autogestión empresarial suponían que, dado el atraso de las fuerzas productivas, no podían establecerse relaciones de producción socialistas, para él, en una sociedad de transición, las relaciones de producción podrían ir por delante de la base material heredada. Esto no negaba la existencia de categorías mercantiles durante la transición, pero era un llamado a no considerarlas como parte indispensable del socialismo sino como resabios temporales por superar y, por ende, frente a los criterios puramente económicos en pos de la rentabilidad ponía de relieve los criterios políticos e ideológicos que debían acompañar los emprendimientos estatales. Che buscaba generar una racionalidad social y económica distinta de la lógica del capital, basada en la ganancia y el interés individual.
Así, cálculo económico y SPF implicaban dos formas diferentes de comprender el proceso de tránsito. Aquel, concibe una coexistencia posible y necesaria entre plan y mercado y este los considera elementos contradictorios e irreconciliables. Aquel, estimula la utilización del mercado y este promueve su eliminación de la forma más directa y rápida posible. La primera, supone el socialismo como resultado de leyes históricas y del desarrollo económico y, la segunda, lo concibe como un hecho de la praxis y por tanto de la dialéctica entre base material y acción subjetiva.
Visión dialéctica de la transición que implica la participación popular en la organización de la economía para que esta sea medio de liberación y no de enajenación, pues es tan importante el aumento de la productividad del trabajo como lo es que los mecanismos, para alcanzar tal incremento, sean procesos liberadores que permitan a un tiempo la creación tanto del sustrato material como de la conciencia socialista. Resultado del encuentro entre la teoría marxista y los principios humanistas originales de la revolución, se centra en el papel de la praxis, de la conciencia, de la ética, de la moral, de los valores y principios en la construcción de la nueva sociedad. Con sus vicisitudes, tanto el SPF y su desarrollo ideológico por el Che, como la política de la segunda mitad de los sesenta, expresaron la búsqueda por la realización teórica y práctica de un modelo propio de transición socialista fundado en una visión no economicista.[8]
Los errores derivados de la pretendida implantación de esas ideas, la hegemonía del marxismo soviético en el movimiento comunista internacional y, sobre todo, la necesidad de una alianza estratégica con la URSS determinaron que, durante los siguientes años, las ideas y prácticas de la visión cubana fueran desplazadas por la de ese Estado y con ello se abandonará la búsqueda inmediata de un modelo autóctono de socialismo. Dicha búsqueda después intentará recuperarse, pero en un contexto histórico diferente y con otras premisas. Sin embargo, y aunque supeditada, sus principios permanecerán en lucha contra la racionalidad economicista.
Contra la hegemonía soviética, el marxismo humanista perdurará como retaguardia crítica a las desviaciones y deformaciones del objetivo socialista en las diferentes coyunturas que atravesará la revolución. Por tanto, a partir de ese debate fundante y de sus más o menos consecuentes prácticas socioeconómicas y políticas, se establecen en el cuerpo ideológico de la revolución dos tendencias contrapuestas — en coexistencia y tensión permanentes — de interpretar el socialismo y la forma de arribar a él.[9]
Por ejemplo, para la versión cubana — como se expresó en la política del año 1968 — la estatización debería ser total y la planificación lo más centralizada posible, aunque con un margen de independencia en la medida de los desarrollos logrados en su organización. Para la corriente de corte soviético la descentralización — como autonomía frente al Estado — siempre tiene un papel superior pues el margen de acción que se le otorga a los entes económicos es mayor como resultado de su concepción sobre las relaciones monetario-mercantiles. Como se señaló antes, esta diferencia parte de la concepción que se tiene entre planificación y mercado: mientras que para la primera es esencialmente contradictoria e insalvable; para la segunda, tal contradicción no impide su empleo en aras del desarrollo socialista.
Socialismo soviético y rectificación. Hegemonía y crítica del economicismo
Tras la etapa fundacional de disputa, la Revolución cubana se ve forzada por las condiciones geopolíticas a asumir como orientación estratégica la visión soviética de la transición. A partir de ese momento, en particular después del fracaso de la zafra de los 10 millones en 1970, la dirección del proceso emprende una revisión autocrítica de lo que empezará a considerar como errores de «idealismo» y se plantea la construcción socialista desde la supuesta cientificidad de la experiencia rusa.
En el Informe del Comité Central al Primer Congreso del Partido Comunista se realiza una dura crítica al «voluntarismo» de los años previos, y se señala el error de no haber asumido las leyes de la transición mostradas por la experiencia de los países pioneros:
«la Revolución Cubana no supo, desde el primer instante, aprovechar en el terreno de la construcción del socialismo la rica experiencia de otros pueblos que mucho antes que nosotros emprendieron ese camino. […] El marxismo-leninismo en definitiva es una ciencia que se ha enriquecido extraordinariamente con la práctica de los pueblos que construyen el socialismo. Los revolucionarios cubanos podemos enriquecer esa herencia, pero no ignorar lo que otros han aportado.»[10]
Detrás de esta perspectiva que descalificaba «la actitud utópica» y el «chovinismo» de la búsqueda de un camino autónomo al socialismo, aparece la concepción positivista del «marxismo-leninismo» al señalar que la construcción socialista tiene sus «leyes» y que los cubanos no las pueden eludir: «En la conducción de nuestra economía hemos adolecido indudablemente de errores de idealismo y en ocasiones hemos desconocido la realidad de que existen leyes económicas objetivas a las cuales debemos atenernos».[11]
Un resultado de la interpretación «idealista del marxismo» y del alejamiento de la práctica soviética habría sido que: «el sistema presupuestario de financiamiento indudablemente que resultaba altamente centralizado y que utilizaba de manera muy restringida las palancas económicas, las relaciones mercantiles y el estímulo material»; y así «Cuando podría parecer que nos estábamos acercando a formas comunistas de producción y distribución, en realidad nos estábamos alejando de los métodos correctos para construir previamente el socialismo».[12]
Aunque el informe señalaba, como muestra del pensamiento humanista de la revolución, que «ningún sistema en el socialismo puede sustituir la política, la ideología, la conciencia de la gente; porque los factores que determinan la eficiencia en la economía capitalista son otros que no pueden existir de ninguna manera en el socialismo»;[13] en realidad el Congreso hacía suyo el modelo soviético y su versión del marxismo. Haciendo abstracción de las críticas hechas por Guevara a tal inspiración, se asumía explícitamente que el Sistema de Dirección y Planificación de la Economía (SDPE) que se proponía desarrollar partía «de la práctica que existe en todos los países socialistas» y que: «tiene muy en cuenta la presencia de las leyes económicas que rigen en el periodo de construcción del socialismo, y que existen independientemente de nuestra voluntad y nuestros deseos. Entre estas leyes está la ley del valor».[14]
Si bien la crítica del marxismo humanista asoma un poco la cabeza frente al rumbo que tomaba la revolución, lo que se impuso en ese momento fue la visión económica y política de la URSS. En contraposición a los errores cometidos en la búsqueda por encontrar la mejor forma de planificar la economía y construir el socialismo, el SDPE se presentaba por la dirección del Partido cubano como la respuesta probada históricamente — como la vía correcta — para solventar estas deficiencias e indefiniciones de su modelo de transición. Su asunción era el resultado del acercamiento político, ideológico y económico entre Cuba y el campo socialista expresado, sobre todo, en el ingreso formal de la isla al CAME en 1972. Dicho acuerdo suponía no un mero intercambio comercial, sino la unificación ideológica y económica del modelo socialista de sus miembros con vistas a una integración orgánica del llamado «sistema socialista mundial».
De tal modo el SDPE recuperaba y desarrollaba el modelo que desde los primeros debates habían promovido las corrientes que defendían el cálculo económico, pues su principal característica era recuperar la utilización de los elementos monetario-mercantiles — la utilización de la ley del valor — para poder avanzar en la creación de la base material del socialismo.
Según su perspectiva: a) la empresa debía ser autosuficiente, b) poseía independencia dentro de los límites del plan, c) controlaba sus flujos monetarios y, d) el estímulo material — individual y colectivo — constituía el elemento determinante para aumentar la producción, su calidad y buscar la eficiencia del trabajo. Este se paga de acuerdo a la cantidad y calidad. Corresponde al Estado la elaboración del plan, pero la administración de los recursos queda en manos de las empresas que lo deben llevar a cabo; mientras que el estímulo material es el mecanismo primordial para promover su cumplimiento.[15]
En sus presupuestos conceptuales el mercado es el medio para realizar el plan y los diferentes intereses sociales, pues el socialismo hace posible utilizar conscientemente las «leyes» económicas:
«Este sistema permite la conjugación de los imperativos que se derivan de la acción de la ley del desarrollo planificado de la economía con la acción de otras leyes económicas, en particular, la ley del valor, que exige una relativa autonomía económica-operativa en la actividad de las empresas […] Este sistema posibilita que los objetivos que se fijan en el plan de fomento de la economía nacional de modo centralizado, se hagan realidad en las empresas mediante el empleo de los instrumentos monetario-mercantiles, es decir, el precio, la ganancia, el crédito, la rentabilidad, etc. Es en el marco de la empresa donde fundamentalmente tiene lugar la conciliación de los diferentes intereses económicos presentes en el socialismo, es decir, donde se manifiestan en su unidad los intereses individuales de cada trabajador, los del colectivo laboral de la empresa y el interés social general.»[16]
La formulación de estos autores es significativa, pues su obra no sólo es un análisis de los antecedentes y de los mecanismos del SDPE sino también una defensa de sus presupuestos teóricos e ideológicos. Expresa la consolidación en Cuba de una suerte de sentido común socialista que identificaba este proyecto con la práctica soviética y que explicaba las inconsistencias y deficiencias de la revolución no a partir de la crítica a este modelo sino, precisamente, por la ausencia en su desarrollo. De esta manera es paradigmático que justo en el momento en que se iniciará el proceso de discusión y revisión de los errores de asimilar acríticamente este modelo los autores siguieran expresando su fe en el ejemplo de la URSS. Para sus defensores, el problema de este sistema no es el uso de las palancas mercantiles sino la centralización excesiva que obstaculiza su funcionamiento.
Como parte de esta lógica económica se incorporaron en 1978 las «Actividades Laborales por Cuenta propia» (Decreto-Ley №44), el Mercado Libre Campesino en 1980 y la primera ley de Inversión Extranjera (Decreto-Ley no. 50) en 1981. Si bien estas tuvieron poco desarrollo en el periodo, son elementos que van a ser parte fundamental de las políticas a seguir a partir de los años noventa.
El nuevo modelo logró impulsar la productividad del trabajo y un crecimiento de casi seis por ciento anual durante la siguiente década. Igualmente, aumentaron los indicadores sobre las condiciones de vida al transitar, por ejemplo, la esperanza de vida a 74.2 años en 1985.[17] A pesar de este desempeño socioeconómico, se había reproducido la falta de integración del sector industrial y la dependencia del comercio exterior al grado de que 70 por ciento del consumo interno dependía de las importaciones — principalmente de la URSS — con lo cual se consolidaba un fuerte desbalance comercial y un crecimiento exponencial de la deuda externa. Existían deficiencias en la planificación, despilfarro de recursos, se había creado un conjunto de mecanismos multiplicadores de burocratización y de desigualdad social pero, sobre todo, la asunción de la política soviética de la transición había implicado dejar de lado la importancia de los aspectos ideológicos y políticos que habían sido planteados durante la búsqueda de un modelo cubano de socialismo.[18]
El cálculo económico había producido fuertes procesos de diferenciación social a través de los mecanismos de estimulación al trabajo y de distribución de la ganancia empresarial. Procesos que, igual que la imposición de la rentabilidad como criterio fundamental de la práctica económica, promovían un conjunto de valores contrarios al espíritu socialista. Estas consecuencias negativas, aunadas a la reforma del mismo modelo dentro de la URSS, detonarían — pero en sentido contrario a la Perestroika — un proceso de revisión crítica de su implantación conocido como «proceso de rectificación de errores y tendencias negativas».
En la clausura del Tercer Congreso del PCC Fidel se preguntaba: «¡Qué clase de socialismo era el que íbamos a construir nosotros por esos derroteros! ¿Qué ideología era esa? Yo quiero saberlo, ¿y si esos métodos nos conducían a un sistema peor que el del capitalismo, en vez de conducir realmente al socialismo y al comunismo?». Asimismo, señalaba que estos errores eran más peligrosos que los de idealismo y que: «el camino del comunismo es nuevo enteramente para el hombre, es una experiencia nueva, reciente, muy reciente, que debe ser enriquecida en la teoría y en la práctica constantemente».[19]
Distanciado de la idea de la existencia de una teoría y forma única para construir el socialismo, ahora afirmaba que «No todo está dicho»; que la construcción socialista es una cuestión abierta y, en dirección contraria a la lógica del marxismo soviético, argumentaba:
«la construcción del socialismo y del comunismo es, esencialmente, una tarea política y una tarea revolucionaria; tiene que ser, fundamentalmente, fruto del desarrollo de la conciencia y de la educación del hombre para el socialismo y para el comunismo. […] Esto no niega la utilidad y el valor que puedan tener determinados mecanismos, incluso mecanismos económicos, ¡sí, mecanismos económicos! Pero para mí está claro que los mecanismos económicos son un instrumento del trabajo político y del trabajo revolucionario, un instrumento auxiliar.»[20]
Y continuaba:
«en la esfera de la producción material, se llegó a la creencia de que todo marcharía a la perfección con el Sistema de Dirección y Planificación de la Economía, con la vinculación del salario y el trabajo, la panacea que lo resolvería todo y casi casi iba a construir el socialismo. […] Aparentemente, nos imaginábamos que disfrazando a un individuo de capitalista íbamos a lograr una producción eficiente en la fábrica, y empezamos a jugar al capitalismo, en cierta forma.»[21]
La Rectificación se inspiraba en una fuerte crítica al uso de mecanismos burgueses para construir el socialismo y reivindicaba la obra del Che como fuente para reiniciar la búsqueda de un modelo autónomo de transición. En el XX aniversario de su caída en combate, Fidel señaló que este proceso luchaba precisamente contra todas las desviaciones que había advertido el exministro de Industrias y llamó a estudiar el componente económico de su pensamiento pues, sin este: «difícilmente se pueda llegar muy lejos, difícilmente se pueda llegar al socialismo verdadero, al socialismo verdaderamente revolucionario, al socialismo con socialistas, al socialismo y al comunismo con comunistas».[22]
En suma, el proceso de rectificación renunciaba a la idea de la existencia de un único camino para construir el socialismo, de que este pudiera ser un mero resultado de leyes históricas, reivindicaba la búsqueda de un modelo propio y la importancia de la política, la conciencia y en general de la subjetividad en el proceso de tránsito; implicaba retomar el espíritu humanista y autóctono de la primera etapa de la revolución. Con esta crítica se desarrollaba y recreaba la tensión entre la racionalidad del marxismo soviético — su determinismo economicista — y el pensamiento socialista cubano por recuperar y poner en un lugar privilegiado la acción de los hombres y su conciencia como garantes del objetivo que se persigue.
La Rectificación promovió un amplio proceso de movilización y participación popular — entre los que destaca el proceso de microbrigadas de construcción — , de sustitución de dirigentes empresariales — «capitalistas de pacotilla» — , sindicales y políticos, de reducción de la planta administrativa y su relocalización en actividades productivas, aumentó el gasto social, buscó combatir la corrupción y limitar el consumo privilegiado.[23]
Se criticaron todos aquellos espacios y fenómenos que se percibían como desviaciones capitalistas, en especial la sobrestimación de los estímulos materiales con su tendencia a resolver todos los nudos económicos a través del incentivo monetario, y la — pilar del sistema — autogestión empresarial pues se consideraba que la libertad financiera había favorecido la deformación ideológica, la corrupción, el despilfarro y la ineficiencia. Se creó la Comisión Nacional del Sistema de Dirección de la Economía con la intención de reformar el SDPE, reorganizar el control de la economía, la planificación, la política salarial y empresarial, se eliminó el Mercado Libre Campesino por atentar contra la cooperativización, se limitó el trabajo por cuenta propia y se sustituyó la Ley de vivienda de 1984 — que había generado prácticas de mercantilización — .[24]
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A pesar de estos impulsos reformadores, el proceso rectificador no llegó a concretarse en alternativas teóricas y prácticas de largo plazo debido a las resistencias e inercias internas y, sobre todo, a que la debacle del bloque socialista representó para Cuba el inicio de una crisis que impediría continuar con las transformaciones profundas que se perseguían y el inicio de un proceso de reformas, pero en sentido contrario al que se había estado promoviendo hasta entonces. Así, la Rectificación terminó siendo ante todo una campaña ideológica que no llegó a expresarse en alteraciones estructurales.
Por tanto, al valorar el desarrollo posterior de la idea y la práctica socialistas en Cuba es necesario tener presente las profundas consecuencias que implicó la asunción del modo soviético. En la continuidad de sus principios y mecanismos fundamentales en la organización de las relaciones de producción, y sus consecuencias económico-sociales e ideológicas, es dónde debe buscarse la explicación de las actuales estrategias que se impulsan.
Respecto a ese último aspecto, una de las más importantes es que, con la implantación del modelo soviético, se institucionalizó también su forma de concebir el socialismo y su forma de entender los medios con los cuales supuestamente habría de llegarse a él. Su hegemonía clausuró la búsqueda intelectual y práctica de formas alternativas de construir una sociedad igualitaria y justa que había sido promovida en los primeros años de la revolución, y que intentaba revitalizar el proceso de rectificación. En particular las ideas del Che, a pesar del llamado de Fidel, fueron clasificadas como irrealizables o como viables solamente en la distante sociedad comunista. Por ende, en esa asimilación, afirma Martínez Heredia, es donde debe buscarse la explicación del «vacío ideológico» que sufrirá la revolución tras la caída del mal llamado socialismo real.[25]
La Rectificación era una crítica al economicismo de la construcción socialista y una revaloración del elemento subjetivo y de su capacidad de dirigir dicha construcción, pero ante las dificultades de los noventa, que imposibilitaron cambios de mayor profundidad, el elemento moral de la versión cubana de transición será lo que perdure mientras sus propuestas y búsquedas de reorganización socialista no se desarrollaban. Por ello, en la ideología que inspiró la implantación del cálculo económico como lógica primordial de la transición residen las razones, los principios y las concepciones teóricas que orientarán en lo fundamental el curso ulterior del proceso, aunque siempre en pugna con el humanismo cubano y su énfasis en los aspectos subjetivos del proyecto socialista.
La tensión original surgida y desarrollada en los años sesenta por definir los caminos de la transición socialista, se resuelve durante el periodo 1970–1990 con una hegemonía de la visión y práctica de la URSS pues, aunque hacia el final de los ochenta intentó refundarse la orientación propiamente cubana, esta no acabó de realizarse. Esta tensión se expresó de manera práctica en la pugna entre la descentralización — como autonomía empresarial y desarrollo de las categorías mercantiles — impulsada por las fuerzas promotoras del SDPE, y la intención de centralizar el control económico e impulsar el desarrollo a través de la participación y movilización popular como lo hizo la rectificación. Esta tensión entre centralización-descentralización del sistema empresarial y entre incentivos materiales y morales para estimular la productividad del trabajo, son dos fenómenos en los que hasta el presente se refleja de manera concreta la presencia y la disputa de ambas interpretaciones. En definitiva, en los años posteriores ambas racionalidades seguirán presentes en la continuidad del pensamiento socialista cubano, aunque su ideología autóctona irá quedando solo como resguardo político y moral del horizonte deseado.
Del periodo especial a la actualización. La disputa en el momento actual
Con la desaparición del campo socialista del Este de Europa, Cuba entró en un periodo crítico que denominó «Periodo Especial en Tiempos de Paz». A partir de entonces la política del Partido se concentró en «salvar la patria, la Revolución y el socialismo». En el Cuarto Congreso Fidel planteó que Cuba seguiría por el camino del socialismo, pues continuar por ese sendero era la única forma de salvar la nación. Sin embargo, señaló que el país tendría que hacer concesiones necesarias al capital ante el nuevo contexto internacional, al apuntar que esto no estaba «reñido con ningún principio del marxismo-leninismo» por lo que tal política no era una restauración burguesa ni se asemejaba a ello puesto que estaba «bajo la dirección del partido».[26]
Las medidas fundamentales adoptadas o ratificadas por el congreso fueron: la apertura a la inversión extranjera — en busca de captar capital, tecnología y mercados — , la ampliación del trabajo por cuenta propia, la conversión de granjas estatales en cooperativas (UBPC), la entrega de tierras en usufructo y la restitución del Mercado Libre Campesino. La búsqueda de capital foráneo y el trabajo cuentapropista fueron presentados como «complementos» debidos a la coyuntura y, por tanto, como elementos que debían ser controlados y limitados.[27]
Su aplicación modificó la estructura de la propiedad, al crear o desarrollar nuevos actores económicos y, por consiguiente, nuevas relaciones sociales entre estos y el Estado y así transformó la forma en la que se concibe el socialismo, su continuidad y avance. Empero, es necesario notar que estas medidas no son totalmente nuevas, sino que habían comenzado a ser desarrolladas en el marco del SDPE y canceladas o restringidas por el proceso de Rectificación; en este sentido, se corresponden con una lógica económica y racionalidad social que no le era ajena a la historia cubana de transición socialista.
Esta concepción se encuentra mejor sistematizada en los documentos del V Congreso. Ahí se delinean con más claridad los principios sobre los cuales se pretende reorganizar el sistema y el papel que se supone debe cumplir cada componente para garantizar la continuidad socialista.
La planificación se vuelve menos centralizada y pasa a funcionar sobre balances financieros para tratar de integrar la diversidad de formas económicas. Ante las nuevas modalidades de propiedad y la diversificación de la gestión estatal — que se presupone no pierde su esencia socialista porque se mantiene la propiedad pública sobre los medios de producción — , el Estado debe ser el garante de su orientación en función de las necesidades nacionales de desarrollo.[28] Aunque la planificación subsiste, toca al ente estatal controlar los defectos derivados de su coexistencia con un mercado ampliado:
«la planificación desempeña el papel fundamental en la conducción de la economía, aun cuando se ha abierto un espacio para el funcionamiento de mecanismos de mercado bajo regulación estatal. Corresponde al Estado socialista corregir las distorsiones inherentes a los mecanismos de mercado a fin de disminuir sus efectos negativos y, sobre todo, tomar en cuenta que su inevitable presencia supone retos y peligros que es indispensable enfrentar en lo económico, político, ideológico y social.»[29]
Aunque no ejerce directamente la propiedad sobre las empresas, a él se subordinan y las controla mediante diferentes instrumentos administrativos y de fiscalización. Mientras el Estado es concebido como regulador de las nuevas relaciones económicas y de la interacción entre los diversos actores, la empresa socialista — es decir, la de propiedad estatal — debe constituirse en el principal motor de la economía al «incrementar su aporte a la sociedad» y garantizar así el predominio del socialismo.[30]
Ante los riesgos de estas orientaciones, se afirma que su correcta aplicación depende de la firmeza política de los cuadros de dirección. Esto es, que el garante de que la evolución económico-social siga el rumbo revolucionario es, en tanto salvaguarda ideológica y ética de la revolución, el Partido. Dicha idea se fundamenta, según José Luis Rodríguez, miembro del Comité Central y ministro de Planificación durante el periodo en cuestión, en que en el proceso de transición la autonomía de lo político es superior a la de la sociedad propiamente capitalista, por lo que ello hace posible dirigir conscientemente la economía y evitar los peligros de la utilización de los instrumentos mercantiles.[31]
Los efectos negativos de la crisis y de las políticas de apertura se hicieron sentir pronto y de manera profunda sobre la sociedad cubana, por lo que Fidel impulsó «La Batalla de Ideas»; un conjunto de políticas diversas que, sobre todo, apelaban a la movilización social y la lucha ideológica para buscar combatir los males derivados del periodo especial. Esa movilización fue acompañada de medidas económicas y administrativas para tratar de reestablecer la igualdad social. Se redujo el número de trabajadores por cuenta propia, se promovió la recentralización económica al limitar la autonomía de las empresas y la reconcentración del comercio exterior. Algunos autores consideran este conjunto de políticas como una campaña «anti-mercado» o una nueva política de rectificación.[32]
Como una suerte de resistencia moral, la Batalla de Ideas retrasó y contuvo la ampliación de las políticas pro mercado. Su lógica fundamental era combatir los efectos nocivos de la presencia de las relaciones mercantiles mediante la elevación de la formación educativa y cultural, y a través de estas, promover los valores de la revolución: era una reacción del marxismo humanista ante el avance de la racionalidad economicista.
Con la retirada de Fidel de las máximas instancias de dirección del país y la asunción de estas responsabilidades por Raúl, el rumbo iniciado en los años noventa es retomado y profundizado. Desde 2007, este anunció la realización de «reformas estructurales». Para discutir y definir las transformaciones fue convocado, después de 13 años, el VI Congreso del Partido y de ahí emanaron Los lineamientos de la política económica y social del Partido y la Revolución para: «actualizar el modelo económico cubano, con el objetivo de garantizar la continuidad e irreversibilidad del Socialismo».[33]
Ese documento define que el sistema económico seguirá basándose en «la propiedad socialista de todo el pueblo sobre los medios fundamentales de producción», que en «la actualización del modelo económico primará la planificación, la cual tendrá en cuenta las tendencias del mercado» y que:
«Estos principios deben ser armonizados con mayor autonomía de las empresas estatales y el desarrollo de otras formas de gestión. El modelo reconocerá y promoverá, además de la empresa estatal socialista, forma principal en la economía nacional, a las modalidades de la inversión extranjera, las cooperativas, los agricultores pequeños, los usufructuarios, los arrendatarios, los trabajadores por cuenta propia y otras formas que pudieran surgir para contribuir a elevar la eficiencia.»[34]
Para garantizar la «armonía» se recurre nuevamente a la acción de la política: «el control sistemático que el Estado, el Gobierno y sus instituciones deben ejercer, serán garantía del funcionamiento eficiente de los sistemas».[35] Básicamente, los lineamientos reafirman los principios del modelo puesto en marcha por el periodo de crisis: multiplicidad de formas de propiedad, Estado rector-corrector de la economía — corresponde a él, por ejemplo, evitar la concentración de la riqueza — , planificación con consideración del mercado y preponderancia de la empresa estatal. A este respecto se retoma la política de ampliar el margen de acción de estas mediante «el incremento de facultades a las direcciones».[36]
En correspondencia con esa orientación, el VII Congreso del partido revisó y renovó los lineamientos y elaboró la Conceptualización del Modelo Económico y Social Cubano de Desarrollo Socialista; «guía conceptual en la continuidad de la actualización».[37] Esta define que Cuba se encuentra en «el periodo histórico de construcción del socialismo»; recupera la idea de que, a pesar de los rasgos comunes, cada experiencia socialista posee características específicas y, por tanto, retoma el principio de que no hay una única vía al socialismo y, en consecuencia, que el modelo que promueve la actualización no está dado para siempre sino que es perfectible «a partir de los avances en la teoría de la construcción socialista y su interacción con la práctica».[38]
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Después de enumerar sus principios, reitera el papel del Estado como armonizador de la diversidad de sujetos económicos en función de los objetivos socialistas: «Perfeccionar el Estado como rector del desarrollo económico y social, coordinador y regulador de todos los actores»; y propone la fundamentación teórica de esa coexistencia en el: «insuficiente desarrollo de las fuerzas productivas, al nivel de socialización alcanzado por la propiedad social».[39]
Por ende, el sistema «tiene en cuenta la vigencia de las relaciones de mercado y regula el accionar de ellas en función del desarrollo socialista». El mercado ya no es considerado contradictorio al plan, sino que ahora es un instrumento del mismo: «El mercado regulado ha de tributar a la satisfacción de las necesidades económicas y sociales de acuerdo con lo planificado […] Los mecanismos del mercado son objeto de regulaciones para ser utilizados en función del desarrollo económico y social».[40]
La lógica del modelo del cálculo económico, sus presupuestos ideológicos y su racionalidad intrínseca, son los mismos que orientan la actualización y, en este sentido, la actualización no es una ruptura en la historia de la Revolución cubana sino la continuidad y el resultado lógico de una de las tendencias en pugna a lo largo de esa trayectoria. En la preminencia de esta visión, y obviamente de las fuerzas que ella ha creado y la recrean, es de donde emergen los preceptos que la guían. Las políticas emprendidas por el periodo especial retomaron acciones y formulaciones ya desarrolladas en el marco del modelo soviético de planificación y que han sido profundizadas por la política en curso, mientras que los planteamientos del Che y la política de la segunda mitad de los sesenta, la Rectificación y la Batalla de ideas trataron de combatir, transformar o limitar esa orientación.
Lo más que aparece a este respecto en el documento teórico de la actualización, es que el socialismo próspero y sustentable «podrá alcanzarse a partir de una profunda conciencia revolucionaria»,[41] sin esgrimirse los mecanismos mediante los cuales debe o puede formarse tal conciencia. El ascenso de esa hegemonía ha limitado el nivel de incidencia del pensamiento cubano en las formulaciones sobre la transición a un papel defensivo, al poner de relieve el efecto profundo de la sovietización de su socialismo tanto a nivel concreto como de las ideas al impedir la revitalización de sus formulaciones autóctonas.
Lo que de hecho sucede es que el elemento subjetivo es reducido al papel de guardián del objetivo socialista. Teórica y prácticamente hay un desplazamiento del marxismo humanista, que lo relega a una suerte de conciencia crítica ante las desviaciones económicas e ideológicas que implica la consolidación y desarrollo de la racionalidad heredada del modelo socialista soviético y su cálculo económico. En tanto las relaciones mercantiles van ampliando su margen de acción, corresponde a la «política» garantizar que estas no se expandan más allá de lo necesario; margen que, no obstante, está indefinido y por ende es permanentemente ampliable. Aunque se partía de que las relaciones entre mercado y planificación eran contradictorias, cada vez más se ha establecido en el discurso y la práctica la legitimidad de su coexistencia.
Dado que ahora el socialismo esta indefinido, no existen ya leyes ni modelos ideales, se renueva la formulación de la construcción de un modelo con especificidades nacionales y, por ende, no se descartan ni se desacreditan otras experiencias como la de Vietnam o la de China, pues se parte del supuesto de que cada uno emprende su propio camino. Empero, esta renovación por la búsqueda de una visión nacional no se da desde el rescate de la experiencia originaria — esta, como dijimos, es desplazada al papel de conciencia del proyecto — sino que se hace a partir, precisamente, de tratar de asimilar algunas experiencias de esos países asiáticos a las particularidades de la formación económico-social cubana. La recuperación de lo nacional y autóctono del proceso socialista cubano se limita al rescate simbólico de las raíces históricas que originaron la revolución y en el énfasis del carácter moral y ético de estas.[42]
Si bien el control central sobre la empresa estatal subsiste, la tendencia dominante bajo el dominio de la versión actualizada y desarrollada del cálculo económico es el aumento de la autonomía empresarial y de la promoción de la motivación material como principio de su funcionamiento. En vez de la promoción de una economía planificada, la demanda creciente de las empresas es la «descentralización» para ampliar su margen de maniobra respecto al Estado y que esté reduzca su función a una suerte de supervisor de su funcionamiento. Refiriéndose a procesos similares a estos en los países del Este europeo, el Che señalaba:
«las propias unidades de producción, las más efectivas claman por su independencia. Esto se parece extraordinariamente a la lucha que llevan los capitalistas contra los estados burgueses que controlan determinadas actividades. Los capitalistas están de acuerdo en que algo debe tener el Estado, ese algo es el servicio donde se pierde o que sirve para todo el país, pero el resto debe estar en manos privadas. El espíritu es el mismo; el Estado, objetivamente, empieza a convertirse en un estado tutelar de relaciones entre capitalistas. Por supuesto, para medir la eficiencia se está utilizando cada vez más la ley del valor, y la ley del valor es la ley fundamental del capitalismo; ella es la que acompaña, la que está íntimamente ligada a la mercancía, célula económica del capitalismo.»[43]
La planificación, forma de ser del socialismo según el Che, deja de ser un hecho consciente, organizado y direccionado que ahora supedita su realización a su regulación por el mercado. El Estado, antes único propietario de los medios de producción, ahora es un «regulador» de su «propia» propiedad y de su competencia con las empresas mixtas, privadas y cooperativas. Al mismo tiempo, las relaciones socialistas son equiparadas con propiedad estatal, con esa difuminada propiedad estatal, y se supone que estas han de ser predominantes en el funcionamiento económico.
Estos últimos planteamientos suponen un problema teórico-práctico desmentido por la historia y un hecho que se contradice con el desarrollo de las reformas. Por un lado, la equiparación entre propiedad estatal y socialismo parte del supuesto de que «Las relaciones de propiedad sobre los medios de producción definen la naturaleza de todo sistema socioeconómico»[44] y confunde, de esta manera, una relación jurídica con las efectivas relaciones de producción sobre esos medios y el control del plusvalor producido con ellos de que puede disponerse en una economía estatizada y cuyo margen de posibilidades amplía la autonomía empresarial. Por otro lado, los elementos considerados inicialmente como «concesiones» se han incorporado como propios a la construcción del socialismo: la inversión extranjera calificada como «complemento» ahora es validada como «fundamental»; el «cuentapropismo» — pensado como trabajo individual o a lo sumo familiar — ha crecido al grado que, en la conceptualización y en la discusión en curso, la tendencia es a considerar la legalización de las pequeñas y medianas empresas que de hecho ya existen.
En la evolución de la actualización lo que ha crecido es el peso del capital internacional en todas las ramas de la economía, el tamaño de los emprendimientos «cuentapropistas» y su empleo de fuerza de trabajo y la hegemonía de la producción privada en el campo. La actualización, además, lleva el margen de permisibilidad de la propiedad privada hasta la transferencia total de propiedad estatal — incluso abre la posibilidad en aquellas consideradas fundamentales — partiendo de sus supuestos beneficios para el desarrollo y en que son controladas, «orientadas», por la preminencia de las relaciones socialistas.
Lo que muestra la evolución de los países que asumieron esta opción es el creciente control del «mercado» sobre el «Estado» y no viceversa, su experiencia histórica es la prueba de que no se puede construir la nueva sociedad con las «armas melladas» de la vieja. Este avance del capitalismo muestra, como señalaba el Che, que la ley del valor o el mercado, para ponerlo en los términos actuales, no pueden instrumentarse en función del socialismo pues estos requieren y forman parte de todo un sistema social que les permite funcionar y que, en la búsqueda de los mecanismos para ampliar su funcionamiento, lo que se produce es un restablecimiento de la lógica y la racionalidad burguesa y no el avance al socialismo.
A pesar de este avance, subsiste en el partido, las organizaciones de masas y otros sectores sociales una importante reserva moral e ideológica que puede ser movilizada en búsqueda de nuevas prácticas y formulaciones socialistas. Si bien es cierto que las condiciones históricas y el contexto mundial son diametralmente opuestos al de los años sesenta en que se formulan las ideas cubanas de transición, ello no puede constituir el argumento para no ensayar formas distintas de organización social y económica. La crisis y el ascenso del economicismo han permitido que, ante las ausencias en la teoría de la transición, sus espacios vacíos sean llenados, como ya advirtió Martínez Heredia, con las recetas a la mano del capitalismo, es decir, con la certeza de lo existente. Sin embargo, como decía el mismo crítico cubano, ninguna revolución ha sido hecha, ni puede avanzar, añadimos aquí, con el espíritu del sentido común; es necesario que el proyecto cubano recupere su propia identidad socialista y con ella el horizonte utópico so pena de seguir el destino soviético.
Notas
[1] El debate no se circunscribió a los dirigentes de la revolución, sino que involucró a importantes intelectuales marxistas como Charles Bettelheim, cercano a las posiciones de la URSS, o Ernest Mandel, en respaldo de las tesis guevaristas. Este se desarrollaba mientras en la propia experiencia europea se discutían reformas de mercado al socialismo. La discusión está recuperada en Guevara, Ernesto. El gran debate sobre la economía en Cuba. Ocean Sur, Melbourne, 2006.
[2] Bajo el SPF funcionaban 152 empresas consolidadas (conglomerados que reunían entidades con una base técnica similar) que aglutinaban un total de 22.282 unidades productivas de diverso tamaño. Mientras, bajo el cálculo económico se encontraban 1.492 unidades (Vilariño, Andrés y Silvia Domenech. El sistema de dirección y planificación de la economía en Cuba. Historia, actualidad y perspectiva. Editorial Pueblo y Educación, La Habana, 1986).
[3] Utilizamos el concepto de marxismo soviético como lo hace Marcuse, Herbert. El Marxismo soviético. Alianza Editorial, Madrid, 1975; para referirnos a la interpretación economicista-determinista del pensamiento de Marx que estableció y difundió el Estado soviético. La genealogía de esta interpretación ha sido estudiada por Kohan, Néstor. Nuestro Marx. 2010. [En línea] Disponible en: <http://www.rebelion.org/docs/98548.pdf>.
[4] Tablada, Carlos. El pensamiento económico de Ernesto Che Guevara. Casa de las Américas, La Habana, 1987. pp. 20–21.
[5] Guevara, Ernesto. El socialismo y el hombre en Cuba. Ministerio del Poder Popular para la Comunicación, Caracas, 2008.
[6] Tablada, Carlos. El pensamiento económico de Ernesto Che Guevara. Casa de las Américas, La Habana, 1987. p. 39.
[7] Guevara, Ernesto. Apuntes críticos a la Economía Política. Centro de Estudios Che Guevara, Editorial de Ciencias Sociales, La Habana, 2006. p. 12.
[8] Entre 1966–1970 se pretendió «construir paralelamente el socialismo y el comunismo», se centralizó más la administración económica y se pretendió reducir al mínimo las relaciones mercantiles, se promovió la igualdad salarial, la casi exclusividad de los estímulos morales y se avanzó a la casi total estatificación de la economía mediante la «Ofensiva Revolucionaria». También se propuso experimentar prácticas comunistas en comunidades rurales, se expulsó a la «microfracción» pro soviética del Partido y se impulsó una política cultural heterodoxa (Valdés, Juan. La evolución del poder en la Revolución Cubana. Rosa Luxemburgo, México, 2017; Hernández, Rafael. «El año rojo. Política, sociedad y cultura en 1968». Revista de Estudios Sociales, núm. 33, 2009. pp. 44–54; Vilariño, Andrés y Silvia Domenech. El sistema de dirección y planificación de la economía en Cuba. Historia, actualidad y perspectiva. Editorial Pueblo y Educación, La Habana, 1986). Para Martínez Heredia la visión del Che, que según él es compartida en lo esencial por Fidel, «es la más rica y avanzada formulación teórica de la transición socialista producida por la Revolución cubana» (Martínez, Fernando. Las ideas y la batalla del Che. Editorial de Ciencias Sociales, Ruth Casa Editorial, La Habana, 2010. p. 4); Valdés Paz denomina a la década de 1964–1974 como el periodo del «socialismo nacional» y al subperiodo 1966–1970 como del «socialismo autóctono». La relación de las prácticas de este periodo con los planteamientos del Che es objeto de debate, pues mientras algunos han querido ver en ellas la realización de sus ideas, colaboradores cercanos a él afirman que estas se desvían del rigor contable que él promovía y, cuando mucho, son una «radicalización absurda» de ellas. Sobre la importancia que daba el Che a una estricta contabilidad y al desarrollo de una eficiente administración puede verse de Orlando Borrego, otro de sus cercanos colaboradores en ese ministerio, «El Che y el Socialismo» en Alfredo, Prieto (coordinador). Pensar al Che. Los retos de la transición socialista. Tomo II, Editorial José Martí, La Habana, 1989.
[9] Un ejemplo de la disputa en ese momento fundacional es, por un lado, la difusión de la versión manualesca del marxismo-leninismo promovida por las Escuelas de Instrucción Revolucionaria (1960); y, por otro, la promoción de un pensamiento marxista propio desde la revista Pensamiento Crítico (1967–1971).
[10] Partido Comunista de Cuba. Informe del Comité Central del Partido Comunista de Cuba al Primer Congreso. 1975. [En línea] Disponible en http://www.pcc.cu/pdf/congresos_asambleas
[11] Ídem.
[12] Ídem. Las cursivas corresponden al autor de este trabajo.
[13] Ídem.
[14] Ídem.
[15] Instituto Latinoamericano y del Caribe de Planificación Económica y Social. El Sistema de Dirección y Planificación de la Economía Cubana. ONU-ILPES, Santiago, 1988; Vilariño, Andrés y Silvia Domenech. El sistema de dirección y planificación de la economía en Cuba. Historia, actualidad y perspectiva. Editorial Pueblo y Educación, La Habana, 1986.
[16] Vilariño, Andrés y Silvia Domenech. El sistema de dirección y planificación de la economía en Cuba. Historia, actualidad y perspectiva. Editorial Pueblo y Educación, La Habana, 1986. p. 125.
[17] Silva, Arnaldo. Breve Historia de la Revolución Cubana 1959–2000. Editorial de Ciencias Sociales, La Habana, 2003.
[18] Tablada, Carlos (Coord.). Cuba. Transición… ¿hacia dónde? Editorial Popular, España, 2001; Silva, Arnaldo. Breve Historia de la Revolución Cubana 1959–2000. Editorial de Ciencias Sociales, La Habana, 2003.
[19] Castro, Fidel. Discurso en la clausura de la sesión diferida del Tercer Congreso del Partido Comunista de Cuba. 1986. [En línea] Disponible en <http://www.pcc.cu/pdf/congresos_asambleas>
[20] Ídem.
[21] Ídem. Las cursivas pertenecen al autor de este trabajo.
[22] Castro, Fidel. Discurso en el acto central por el XX Aniversario de la caída en combate del comandante Ernesto Che Guevara. 1987. [En línea] Disponible en <http://www.cuba.cu/gobierno/discursos/>
[23] Tablada, Carlos (Coord.). Cuba. Transición… ¿hacia dónde? Editorial Popular, España, 2001. p.53; Rodríguez, José Luis. «Aspectos económicos del proceso de rectificación». Cuba Socialista, №44 abril-junio, 1990. pp. 86–101.
[24] Valdés, Juan. La evolución del poder en la Revolución Cubana. Rosa Luxemburgo, México, 2017; Rodríguez, José Luis. «Aspectos económicos del proceso de rectificación». Cuba Socialista, №44 abril-junio, 1990. pp. 86–101.
[25] Martínez, Fernando. El corrimiento hacia el rojo. Editorial Letras Cubanas, La Habana, 2001. pp. 103–111.
[26] Castro, Fidel. Discurso en la inauguración del IV Congreso del Partido Comunista de Cuba. 1991. [En línea] Disponible en http://www.pcc.cu/pdf/congresos_asambleas.
[27] Partido Comunista de Cuba. Resolución sobre el desarrollo económico del país. 1991. [En línea] Disponible en http://www.pcc.cu/pdf/congresos_asambleas.
[28] Partido Comunista de Cuba. Resolución económica del V Congreso del Partido Comunista de Cuba. 1997. [En línea] Disponible en http://www.pcc.cu/pdf/congresos_asambleas.
[29] Ídem, p. 12.
[30] Ídem, pp. 13–14.
[31] Sánchez, Ramón (Coord.). Economía Política de la construcción del socialismo: Fundamentos generales. Editorial Félix Varela, La Habana, 2006. p. 30.
[32] Chomsky, Aviva. A history of the Cuban Revolution. Wiley-Blackwell, United Kingdom, 2011; Mesa-Lago, Carmelo. La economía cubana en la encrucijada: el legado de Fidel, el debate sobre el cambio y las opciones de Raúl. Documento de trabajo, Real Instituto Elcano, 2008. [En línea]. Disponible en http://biblioteca.ribei.org/1503/1/DT-19-2008.pdf.
[33] Partido Comunista de Cuba. Lineamientos de la Política Económica y Social del Partido y la Revolución. 2011. [En línea]. Disponible en http://www.cubadebate.cu/wp-content/uploads/2011/05/folleto-lineamientos-vi-cong.pdf.
[34] Ibídem.
[35] Ídem.
[36] Ídem.
[37] Partido Comunista de Cuba. Documentos del 7mo. Congreso del Partido. 2017. [En línea]. Disponible en http://www.pcc.cu/pdf/congresos_asambleas. p. 2.
[38] Ídem, p. 4.
[39] Ídem, p. 5. Esta tesis reproduce la explicación dada por Bettelheim en el mencionado debate, Cfr. (Guevara, Ernesto. El gran debate sobre la economía en Cuba. Ocean Sur, Melbourne, 2006).
[40] Ídem, p. 8.
[41] Ídem, p. 4.
[42] A este respecto, son representativos los discursos e intervenciones de Armando Hart durante el periodo especial. Cfr. Hart, Armando. Cuba, una cultura de liberación. Cubanía vs plattismo. Tomo 3, Volumen 1, Centro de Estudios Martianos, La Habana, 2017.
[43] Guevara, Ernesto. Apuntes críticos a la Economía Política. Centro de Estudios Che Guevara, Editorial de Ciencias Sociales, La Habana, 2006. p. 12.
[44] Partido Comunista de Cuba. Documentos del 7mo. Congreso del Partido. 2017. [En línea]. Disponible en http://www.pcc.cu/pdf/congresos_asambleas. p. 5.
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