La transición, la planificación y el mercado vistos desde el subdesarrollo

Editorial de La Tizza

«Quiero compartir contigo mi fortuna», Carlos Guzmán, 2013

Segunda temporada de la serie: «Transición socialista, planificación y mercados»

La superación del «subdesarrollo» es una de las tareas centrales para la transición socialista. Por «superación» entendemos no solo un resultado, el acto de rebasar determinado punto de partida, sino también, los medios, el proceso, el pasaje hacia esa otra dimensión por definir que es el «desarrollo».

Muchas veces trabajamos con estas categorías sin una asunción crítica de sus contenidos, usos e historia.

El «desarrollo» enfrenta un primer obstáculo que se origina en su propia teorización, en el modo como se le piensa y en las huellas que dejan, sobre el sentido común del concepto y su escritura, la lucha de clases y la correlación de fuerzas.

Las posiciones dominantes en la (re)producción ideológica y el control de los aparatos estatales han estructurado un lugar de enunciación desde el cual el par desarrollo-subdesarrollo se dilucida dentro de los marcos explicativos de la modernidad capitalista.

Un segundo obstáculo tiene que ver con el sesgo de cierto «evolucionismo progresista» que asocia al «subdesarrollo» — y a los subdesarrollados — con fenómenos, elementos y situaciones que se han quedado «atrás», «por debajo» del «deber ser» que le fijan otros. «Ascender» y «evolucionar» hacia esas metas y paradigmas — con lo cual suelen ser imitadas o pasan por justas, naturales y lógicas — se convierte en condición no declarada para acceder a una clasificación hipócrita, el premio de consolación que los poderosos, por medio de sus indicadores neocoloniales y su sistema diplomático multilateral, confieren a los obedientes y sometidos: «en vías de desarrollo».

Necesitamos, entonces, cuestionar los modos en que se desarrollan las sociedades que se han planteado rupturas con el capital, construir indicadores que disloquen la mirada teleológica, positivista y cosificada, indicadores que midan el despliegue de una nueva moral, de nuevas relaciones entre las personas, que capten y estimulen la complejización y enriquecimiento de su mundo interior, el alcance de la plenitud humana.

Un tercer obstáculo, muy vinculado con el anterior, se deriva de la manera en que se va configurando el ideal de sociedad a que se aspira. El filósofo austriaco Karl Polanyi en su obra La Gran Transformación, una crítica al liberalismo económico, realiza una notable contribución a la antropología económica. Muestra cómo, en sociedades no capitalistas, la economía era una instancia incrustada en el conjunto de la sociedad y no una esfera autónoma que subsumía a los demás campos de lo social. Sin profundizar en las consecuencias que tiene en la modernidad tal hiperbolización de la esfera económica, lo que argumenta Polanyi es que los modelos de sociedad pueden — deben — estar relacionados con campos de la vida no subordinados a su reproducción material, sino a otras cualidades y diferentes contenidos. En otras palabras, necesitamos un diseño aspiracional de sociedad que haga compatibles las distintas dimensiones de reproducción de la naturaleza y la vida humana.

Un cuarto obstáculo consiste en excluir del campo de análisis del desarrollo la noción de conflicto social.

Con frecuencia, pareciera que nos dividimos en países «eficientes» y países «no eficientes». Algunos que saben hacer bien las cosas y otros que no. ¡Qué decir de la horda de conferencistas, trepidantes de emoción, cuando hablan del «socialismo nórdico», el «milagro de Corea del Sur» y de tantos otros ejemplos con que abarrotan su galería curricular estos diletantes y tertulianos del «progreso»!

Por tanto, en nuestra opinión, es fundamental pensar en los condicionamientos que el conflicto social — en todas sus expresiones — plantea al rumbo específico de cada región y país en más de un sentido:

  • Las características actuales del sistema-mundo capitalista consolidan y perpetúan el rasgo dependiente de las economías de América Latina, que sigue siendo un espacio de disputa entre los centros y actores dominantes del capitalismo mundial. La solución a los enormes problemas que padecemos no vendrá de «reformas» al capitalismo. Es urgente pensar y practicar un tipo de socialismo que haga compatible los requerimientos de la vida humana con el conjunto de la naturaleza y su reproducción. Es indispensable sustituir el tiempo de la reproducción del capital como temporalidad dominante con formas de organización y reproducción de la vida que no impliquen la destrucción de las fuentes naturales de la vida, sin las cuales no es posible el advenimiento de otra realidad.
  • La existencia de una periferia dependiente como un requisito clave para la resolución de las contradicciones internas de los sectores dominantes del capitalismo mundial. Estados Unidos y su política hacia América Latina y el Caribe no ha dejado de constituir un factor de sojuzgamiento e inhibición de procesos populares.
  • Las mutaciones operadas en el capitalismo actual con el predominio de la tendencia a la financiarización de la economía, engloban y articulan un conjunto de rasgos como la confluencia del sector privado de las finanzas y los organismos de crédito, determinantes en la configuración de políticas de gobiernos expresadas en políticas públicas. Asimismo, la fuga de capitales, uno de los modos actuales de transferencias hacia los centros de los excedentes generados por nuestras economías, constituye un botón de muestra de la estrecha relación entre los mecanismos de endeudamiento a través del FMI, la función de los Estados como garantes de la deuda, y la especulación financiera, más el papel que juegan los tenedores privados de deuda pública: fondos de inversión nacionales e internacionales que compran deuda e imponen condiciones onerosas de pago.
  • Desarrollo y subdesarrollo constituyen un par dialéctico en la lógica del sistema-mundo capitalista. No son elecciones fortuitas, ni el resultado de la decisión voluntaria y a priori de algún país en particular. Cada polo es responsable de la existencia del otro.

En el caso de Cuba, la transición socialista ha tenido que vérselas también con la tarea de superar el subdesarrollo y su condición periférica, fardos del colonialismo primero, de la postración nacional después, de los efectos de la guerra económica de los Estados Unidos sobre las dinámicas y procesos de la sociedad cubana en los últimos 60 años y, además, de retrocesos, errores y desviaciones atribuibles a los revolucionarios cubanos y a quienes, sin serlo, hablan y deciden en nombre de la Revolución.

¿Cómo combinar el carácter inevitable de la inserción en las reglas de juego de la economía mundial con el mantenimiento de un específico carácter socialista? ¿Qué rasgos definen ese carácter?

El problema actual de Cuba no puede analizarse de manera aislada, sin realizar un balance crítico de los procesos de cambio que se desarrollaron en América Latina durante el ciclo de gobiernos «progresistas», contexto que configuró una oportunidad única para la contrahegemonía de los pueblos frente al imperialismo. Es indispensable tener en cuenta los avances y retrocesos en la transformación y creación de una nueva economía, los límites que tuvieron aquellos gobiernos para generar procesos de «reproducción ampliada» de la propia lucha política y social, el énfasis que pusieron en la ampliación del mercado de consumo, la conservación de un modelo extractivista y, en contraste, pocos avances en la creación de nuevos sujetos y actores colectivos como parte de una nueva economía y de una nueva subjetividad.

Seguimos urgidos de mecanismos de integración social regional — con la economía como una de sus dimensiones — que combinen relaciones con arreglo a la ley del valor de cambio, pero con predominio de sinergias regidas por valores de uso compatibles con la reproducción de la naturaleza y la vida humana. Para ello será indispensable retomar el carácter estratégico que el Che le asignaba a la práctica del internacionalismo. Si el subdesarrollo es la expresión de la estrategia organizada de los dominantes para garantizar sus poderes fácticos en el proceso de acumulación de capitales, su superación no será el resultado de la contienda de un pueblo aislado y asediado.

El desarrollo, para nuestros pueblos y Cuba en particular, es un camino de lucha y sacrificios. Desandarlo exigirá grandes dosis de movilización popular y conducciones políticas a la altura de la capacidad de lucha de las masas, con el horizonte puesto en la emancipación de todas las dominaciones, índice de la verdadera e irreversible salida de la prehistoria humana.


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