Por La Tizza
Estos son días de dolor y de rabia. El Estado sionista de Israel desata, una vez más, su agresión fascista sobre el pueblo palestino. Múltiples medios de prensa difunden los testimonios de una gran y aterradora masacre, perpetrada por las fuerzas armadas israelitas contra fuerzas de defensa de menor poderío y una población civil desprotegida. No obstante, la escalada que viene andando desde el 7 de octubre no es más que la cúspide de una masacre histórica, de una política represiva, expansionista y colonialista hacia la nación palestina. El Estado de Israel somete a los palestinos por medio de una violencia sanguinaria, sufragada por las grandes potencias occidentales.
Este es, sin dudas, un poder perverso, que ha sabido aplicarse de manera diferenciada en las dos regiones fundamentales de los palestinos: la Franja de Gaza y Cisjordania. En esta última región, la más extensa, la política sionista ha combinado la usual represión policial y militar con la colonización forzosa por asentamientos, y con una rigurosa y humillante segmentación por medio de muros y carreteras internas que restringen la movilidad de los palestinos. Sobre la Franja de Gaza, en cambio, luego de su retirada «total» a inicios de este siglo, se ha desplegado una política puramente represiva, estrictamente militar, con bombardeos indiscriminados, incursiones de tropas y bloqueos militares. La Franja de Gaza es, para Israel, un territorio en asedio militar permanente.
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La evidencia de esta injusticia histórica es enorme. Sin embargo, las grandes potencias no han condenado decisivamente al Estado fascista de Israel.
La muerte del pueblo palestino no afecta el equilibrio inestable de los poderes mundiales. Tan solo logra mover esa enorme propaganda, un tanto morbosa, sobre la masacre, aderezada de filantropía y vergüenza. El sistema internacional, que aún responde al orden bipolar posterior a 1945, tan solo muestra su inoperancia y desajuste con respecto a los desafíos contemporáneos.
No solo es necesario cambiarlo, lo crucial es democratizarlo en favor de los intereses de las mayorías que pueblan este mundo. Pero las grandes potencias juegan en el tablero de su geopolítica interesada, nada indica que vayan a «correr la misma suerte» del pueblo palestino y convertirse en un verdadero adversario de la tendencia sionista dominante en Israel y apoyada por los Estados Unidos. Ellos no reformarán este sistema internacional en crisis: esa tendrá que ser, por consiguiente, una de las conquistas del Tercer Mundo para este siglo. Se la debemos al pueblo palestino.
Pero dicha conquista no se alcanza con discursos y declaraciones, solo puede ser hija de una movilización solidaria que presione a los gobiernos cómplices del genocidio contra el pueblo palestino.
Las potencias occidentales, con su posicionamiento doble y timorato, con sus votos proisraelíes en las convenciones internacionales, con sus prohibiciones a las marchas en apoyo a Palestina y con la represión a sus ciudadanos transparentan las limitaciones de las democracias burguesas y sus intereses de clase.
Otras potencias, como Rusia y China, hacen llamados de paz, sin embargo, parecen más preocupadas por mantener la precaria estabilidad del actual escenario geopolítico. Los Estados vecinos al escenario de la masacre en Medio Oriente han radicalizado sus posiciones, forzados por las movilizaciones populares: al parecer el genocidio contra los palestinos no merece el «desorden» de la región.
Cuba, por su parte, ha sostenido una posición de apoyo consistente a la causa palestina, expresada en espacios multilaterales, pero, sobre todo, en la colaboración efectiva con el pueblo palestino, en la ayuda desinteresada y solidaria a los hijos de esta nación árabe y en la movilización popular.
Hoy resulta evidente que el deber de los revolucionarios y patriotas cubanos es el apoyo irrestricto a la liberación de la patria palestina, mientras que los enemigos de la Revolución cubana no dudan en sostener, o bien una hipócrita neutralidad, o bien su respaldo vergonzoso al sionismo. Al carácter horrendo de la masacre israelita debemos oponer la altura política del internacionalismo cubano y del Tercer Mundo.
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A pesar de la magnitud de la injusticia, la posición dominante sobre este conflicto ha sido ambigua. Pocos se atreven a apoyar la desproporcionada violencia sionista, pero tampoco respaldan las tácticas de defensa del Movimiento de Resistencia Islámico (Hamas). En política la neutralidad se paga muy caro, casi siempre en favor de los poderes establecidos y en detrimento de los que más sufren. Quizás Hamas no sea el movimiento de resistencia que las tendencias de izquierda y centro a nivel mundial desean para los palestinos. Sin duda es un grave error atacar a sectores de la población civil de forma indiscriminada. Pero Hamas es la fuerza que los gazatíes se han sabido dar para su propia defensa, para garantizar su protección y supervivencia. El patriotismo palestino en la Franja de Gaza tiene una organización político-militar: Hamas, y es esa la única fuerza actualmente capaz de defender la vida de este pueblo oprimido. Hamas es hijo de la necesidad, del deseo de escapar de la aniquilación que permanentemente ha sido impulsada por el sionismo como solución al «problema» de la Franja de Gaza. Hamas es, también, hijo del sionismo y la complicidad occidental.
Quien desee un partido de izquierda, occidental y «perfecto» en realidad está dando la espalda al patriotismo que realmente resiste, con heroísmo, al ejército israelí. Para un pueblo que está sometido a la humillación y opresión constantes, sistemáticas y desproporcionadas por parte de una fuerza extranjera, todos los métodos de lucha se deben poner en función de su independencia. Los palestinos tienen derecho a la autodeterminación, en la forma y con las especificidades que ellos mismos se sepan y puedan dar.
Los pueblos, antes de vivir con la justicia social que merecen, requieren de una tierra en la que vivir, de un lugar propio. La lucha por la liberación nacional es la primera tarea revolucionaria. La lucha armada es indispensable cuando los poderes dominantes pisotean, ultrajan y sabotean las demandas históricas de los pueblos. La violencia contra el opresor es un derecho de los oprimidos, y en la lucha los oprimidos deben ser capaces de expresar una ética superior a la de los opresores.
Puede que queden elementos por dilucidar, pero el campo revolucionario no es un reino de la equidistancia, mucho menos si estamos alejados de las bombas y no son nuestros hijos quienes mueren.
La historia juzgará a los responsables de este largo genocidio. Decía Martí que «no hay fruta mejor que la del camposanto»: los muertos por la causa palestina no han sido en vano. El pueblo palestino no dejará de luchar para construir una patria libre, justa y soberana. Su lucha es también nuestra.
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