La izquierda frente a los peligros de octubre y noviembre

Por Claudio Katz

El hombre controlador del universo (El hombre en la encrucijada) / Diego Rivera

Este artículo sintetiza ideas expuestas en entrevistas, y desarrolladas en el libro Las encrucijadas de América Latina. Derecha, progresismo e izquierda en el siglo XXI, Batalla de Ideas (próxima aparición).


La irrupción de Milei introduce tres certezas y una incógnita para la izquierda en el plano electoral. La primera certeza proviene de lo ocurrido en la región. Si Milei llega al balotaje repetirá lo sucedido con Bolsonaro en Brasil, Kast en Chile y Hernández en Colombia. En esas situaciones el grueso de la izquierda latinoamericana convocó a votar contra los derechistas.

Los sectores más radicales adoptaron esa postura, sin ocultar sus cuestionamientos a la tibieza e inconsecuencia de los candidatos finalmente triunfantes. Esa acertada decisión apuntó a frenar las agresiones que propicia la ultraderecha contra las conquistas democráticas. Con plena conciencia de ese peligro (o por mero instinto de supervivencia), la izquierda latinoamericana promovió el sufragio contra los exponentes de la oleada reaccionaria.

Es evidente que la derrota de esos personajes contribuye a neutralizar la venganza conservadora contra el ciclo progresista de la última década. Esa contención limita los atropellos contra los oprimidos y genera escenarios más favorables para batallar por la igualdad, la justicia y la democracia.

Lo ocurrido en Ecuador ofrece un contraejemplo de ese rumbo. Allí prevaleció el llamado al voto nulo en la segunda vuelta, entre el progresista Arauz y el derechista Lasso. Esa postura facilitó el triunfo de un millonario, que en su breve gestión consumó una degradación mayúscula del país.

Gran parte de la izquierda optó en ese caso por una equivocada equiparación de los dos candidatos, presentándolos como expresiones análogas de una misma dominación burguesa. Desconoció que la frustración de las expectativas populares generada por muchos exponentes del progresismo, no se asemeja a la sangrienta represión que propician sus rivales de la derecha.

Una variante más aguda del mismo desacierto se verificó en Perú, cuando un sector de la izquierda convalidó con su voto el operativo fujimorista para derrocar a Castillo. Esa (in)conducta confirmó las graves consecuencias de perder la brújula.

Estos antecedentes recientes brindan pautas para definir la postura de la izquierda, si Milei llega al balotaje. Ningún dirigente político suele anticipar su preferencia frente a esos desenlaces, por comprensibles razones de competencia electoral.

Pero en la militancia es muy oportuno discutir desde ya el tema, en lugar de improvisar definiciones a último momento.

Esa clarificación es importante porque la principal fuerza de izquierda, el FIT-U, carece de una respuesta homogénea frente a ese dilema. Sus cuatro integrantes adoptaron actitudes muy variadas (y contrapuestas) ante esas situaciones. Seguir los ejemplos de Brasil, Chile o Colombia y evitar los errores cometidos en Ecuador o Perú debería ser la primera certeza del próximo escenario electoral.

Definiciones a la vista

Milei canaliza con mensajes de ultraderecha el hartazgo con el desastre que afronta el país. Fue fabricado por los medios de comunicación y no cuenta con la base ideológico-social de Kast o el sostén evangélico-militar de Bolsonaro. Capturó adhesiones con exabruptos y sus seguidores expresan más enojo que convicciones de alguna índole. El resultado de ese combo es totalmente incierto.

Bullrich lidera a la derecha convencional con posturas más agresivas que sus antecesores. Sustituyó las falsas promesas de felicidad que propagaba Macri por una épica del ajuste. El fracaso de Larreta confirmó que la centroderecha tradicional ha perdido gravitación.

Massa es la figura más conservadora de la coalición oficial. Es el artífice del ajuste en curso y arrastra una oscura trayectoria de compromisos con la embajada de los Estados Unidos y con los grupos más concentrados del poder económico local.

Su liderazgo sintoniza con tendencias de la nueva oleada progresista. Evo, Chávez o Cristina han sido mayoritariamente sustituidos por representantes más próximos al establishment. Pero esa significativa modificación no altera el carácter de las coaliciones que compiten con la restauración conservadora. Con una dirigencia adaptada al status quo, AMLO, Lula, Petro o Arce continúan encabezando frentes que disputan supremacía con la derecha.

Massa es un caso muy peculiar porque podría comandar una regresión menemista y reproducir, contra el kirchnerismo, la andanada que consumó Lenin Moreno contra el correísmo. Pero mientras integre una coalición con Cristina, Kicillof, De Pedro y Grabois formará parte del desdibujado espectro que confronta electoralmente con los sectores reaccionarios. Por esa razón relegó sus preferencias por los Estados Unidos, retomó los proyectos de inversión y financiación con China e impulsó la incorporación de Argentina a los BRICS, que Washington objeta frontalmente.

La principal diferencia de Massa con Milei y Bullrich no se localiza en la esfera económica. Los tres promueven diferentes versiones del ajuste y prepararán para el próximo mandato aumentos de tarifas, recortes de salarios y contracciones del gasto social supervisadas por el FMI.

Milei propicia demoler los salarios y expropiar a los sectores medios con la dolarización. Bullrich promueve ese atropello con el bimonetarismo, la reducción de las retenciones y una unificación cambiaria que asemeja al «blindaje» del 2001. Massa alienta la continuidad del deterioro enmascarado y en cuotas que implementa actualmente.

La diferencia entre los tres candidatos se ubica en el plano político-democrático. Bullrich y Milei proclaman, sin ningún disimulo, que intentarán liquidar los convenios colectivos y las indemnizaciones, con un ataque directo al derecho de organización de los movimientos populares.

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El asesinato de Morales y el salvajismo exhibido en Jujuy constituyen el anticipo de un plan que incluye indultos a los militares y anulación del aborto. Son amenazas muy creíbles en boca de un desorbitado cavernícola, cuya coequipera elogia a Videla y propone cerrar el Museo de la Memoria. Bullrich es una abanderada del neoliberalismo represivo que pondera los disparos a los ojos de los manifestantes, exalta el Estado de sitio y convoca a ilegalizar los sindicatos combativos.

La brutalidad consumada en Perú es el modelo de los candidatos derechistas, que pretenden pulverizar al principal movimiento obrero sindicalizado de la región, destruir organizaciones sociales muy activas y quebrantar una fuerza democrática que reintegra nietos y mantiene vivo el repudio a la última dictadura.

Massa no está situado en ese plano. Silenció lo ocurrido en Jujuy, es afín a la mano dura de Berni, tiene gran amistad con los escuálidos de Guaidó, pero forma parte de un frente que no pregona la represión. La topadora en Guernica no se compara, ni remotamente, con la furia de palos, balas y encarcelamientos que preparan Milei y Bullrich.

Partiendo de estas caracterizaciones cabe postular dos actitudes diferentes frente a los eventuales balotajes de octubre. Si la disputa final opone a Bullrich con Milei, correspondería promover el voto en blanco para deslegitimar cualquiera de las dos gestiones. Ambos presidentes anticipan una agresión frontal contra el pueblo que debería ser resistida desde el propio sufragio.

Por el contrario, si la confrontación de noviembre incluye a Massa, lo acertado sería convocar al rechazo de la derecha en las urnas. Esa formulación ha sido frecuentemente utilizada por la izquierda para promover el voto contra el enemigo principal, sin mencionar al candidato favorecido. Se evita de esa forma explicitar el sostén a personajes muy objetables. Si las figuras contra Bullrich o Milei fueran Cristina o Kicillof, no habría ningún inconveniente en apoyarlos con su nombre.

En el caso de Massa ese aval en un balotaje debería ser acompañado con todos los cuestionamientos a su gestión. No es incompatible sostener esas críticas con votarlo contra un liberfacho y una abanderada del asesinato de Maldonado. Esa postura es la segunda certeza de los próximos comicios.

Diputados del FIT-U

En octubre serán elegidos los diputados que integrarán un Congreso notoriamente derechizado. Ese cambio en ambas Cámaras es muy celebrado por los poderosos, que apuestan a lograr una rápida aprobación de las leyes de ajuste. La batalla en las calles contra esa agresión requerirá sólidos voceros de la resistencia dentro del recinto (y en los medios de comunicación). Por esa razón es importante ampliar la bancada del FIT-U.

Ese sector está compuesto por honestos luchadores que han demostrado solvencia y valor para enfrentar el ajuste. Tienen probadas credenciales para actuar en la batalla que se avecina. En Jujuy volvieron a ratificar su valentía. Pusieron el cuerpo en las protestas, en lugar de enviar los simples mensajes de apoyo que difundieron otros dirigentes.

Esa actitud de la izquierda contrasta con gran parte de los legisladores que promueve el oficialismo. Ese grupo está integrado por incontables panqueques. La fuga de altos funcionarios a Milei (Francos) y a Bullrich (Aracre), anticipa lo que podrían hacer esos arribistas si el viento continúa soplando hacia la derecha.

En las PASO, el FIT-U obtuvo un porcentaje muy semejante al de los últimos comicios del mismo tipo. Su guarismo fue bajo, pero quedó entre las cinco listas en carrera para octubre. Afrontó la dificultad objetiva que genera la canalización ultraderechista del descontento social.

Ese resultado ha dado lugar a insólitos reproches a la izquierda por no haber capturado esa indignación, como si debiera ser siempre la receptora natural de todos los malestares. El cuestionamiento omite que la conducta de los votantes no está predeterminada y depende de cambiantes escenarios políticos.

El FIT-U no es responsable del auge internacional de figuras reaccionarias, que corporizan el rechazo a los desastres generados por el neoliberalismo. Tampoco es el causante de ese efecto en Argentina. En todo caso el principal culpable de ese desbarranque ha sido un gobierno impotente, que suscita la indignación de toda la población.

La izquierda lucha contra la corriente y confronta con las agresiones de los poderosos, que financian a Bullrich, instalaron a Milei y convalidan a Massa. El voto por el FIT-U es la respuesta positiva a la desazón que genera el nuevo contexto electoral.

Algunas corrientes radicalizadas rehuyen ese apoyo propiciando el voto en blanco, pero sin considerar el sentido actual de esa opción. La conducta que en el 2001 formaba parte de la rebeldía popular, ahora expresa apatía y despolitización. Es una reacción pasiva frente al ajuste, que simplemente desalienta la resistencia, refuerza la desesperanza y favorece la tramposa igualación de «todos los políticos».

La ampliación de la bancada que encabeza Bregman serviría también para explorar nuevas respuestas al fin de un ciclo político. El protagonismo que tuvieron en las últimas dos décadas el kirchnerismo y el macrismo afronta un serio cuestionamiento con imprevisibles desenlaces. Para evitar el pantano del pesimismo, hay que abordar el nuevo escenario con menos raptos emocionales y mayor reflexión política. El sostén a los diputados del FIT es la tercera certeza de la próxima elección.

Incógnitas en juego

Un problema más complejo plantea la posibilidad de que Massa no llegue al balotaje. Esa eventualidad está a la vista con la simple repetición de lo ocurrido en las PASO o con un imparable aluvión de Milei en la primera vuelta. Si Massa continúa con el ajuste redoblado que exige el FMI cavará su propia fosa como candidato. Ya comenzó esa sepultura con la devaluación que prometió soslayar y terminó aceptando. La resistencia a esa política explica el gran ausentismo en las urnas.

Para revertir ese escenario sería necesaria una reacción democrática semejante a la registrada contra Vox en España. Pero allí, un gobierno adelantó las elecciones para disputar los votos y aquí Alberto no existe, Cristina mantiene un calculado silencio y Massa carece de credibilidad.

Nadie sabe si ese contexto persistirá en los próximos dos meses. La enorme volatilidad de los votantes y la paridad en las encuestas convierten a la elección de octubre en una segunda vuelta anticipada. La conveniencia de que Massa llegue al balotaje plantea un dilema adicional a la izquierda.

Una disyuntiva semejante afrontó el PSOL en Brasil. Ese partido siempre presentó candidaturas propias y apoyó al PT en la ronda final. Pero en la última compulsa optó por otro curso. Decidió sostener a Lula en las dos instancias electorales, renunciando a la presentación de sus propios postulantes. Esa resolución fue tomada ante el peligro creado por la eventual reelección de Bolsonaro. La llegada de Milei presenta ciertas similitudes con ese escenario.

Batallar contra un gobierno de la derecha –auspiciando al mismo tiempo la ampliación de la bancada de izquierda– podría ser una respuesta para el caso argentino. Esa combinación podría implementarse con un corte de la boleta. Sería un recurso para frenar la presidencia de Milei y Bullrich, enviando al mismo tiempo un mensaje de censura a Massa por el ajuste en curso.

A diferencia del PSOL esta opción no puede ser adoptada por el FIT-U, porque esa formación nunca ha compartido vínculos con fuerzas progresistas locales semejantes al PT brasileño. Por esa razón, seguirá con la intensa campaña que encabeza Bregman para ampliar su número de legisladores.

Pero esa actividad podría combinarse con llamados paralelos al corte de boleta, dirigidos al votante del peronismo y a los sectores que priorizan evitar un gobierno de Bullrich o Milei. Ambas campañas podrían ser complementarias, tenderían a dialogar con públicos diferentes y estarían encabezadas por figuras de distinto tipo.

A diferencia de las tres certezas anteriores, en esta eventualidad hay muchos interrogantes a dilucidar, tomando en cuenta que la izquierda no elige los formatos electorales en los que interviene. Son problemas tácticos propios de las disyuntivas complejas y deben ser procesados con debates políticos.

La pertenencia a la izquierda no es sinónimo de voto invariable. En los sindicatos, por ejemplo, es muy frecuente la revisión constante de las alianzas. Se acuerdan pactos para una elección, que son sustancialmente modificados frente a otros comicios. El sufragio no es un acto de identidad o fidelidad hacia un grupo de pertenencia. Es una opción política definida en función de cambiantes coyunturas.

Trasfondo estratégico

En la tradición de los cuatro partidos que conforman el FIT-U, siempre ha primado la postura del voto en blanco en los balotajes y el sufragio por la boleta propia. Los argumentos para sostener esta actitud subrayan que todos los candidatos de la burguesía son iguales (o semejantes), y que cualquier diferenciación entre ellos –con criterios de «mal menor»– conduce a la frustración de la ciudadanía y a la derrota del movimiento popular. Pero esta objeción no demuestra la viabilidad de la alternativa contrapuesta.

Es muy sencillo presentar ejemplos de decepciones con las políticas seguidas por el progresismo. Basta con repasar lo ocurrido con Alberto en Argentina, Boric en Chile o Castillo en Perú. Pero esos desengaños no ilustran un mejor resultado de la propuesta que promueve el FIT-U. Ese logro está pendiente y corresponde debatir cuáles serían los caminos para alcanzarlo.

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La mera impugnación del «mal menor» no es muy sensata. Todas las conquistas parciales de salarios o los avances democráticos pueden ser vistos como un «segundo mejor». No dejan de ser adversidades bajo el capitalismo, pero constituyen ponderables conquistas frente a su carencia anterior. Y lo mismo vale para los regímenes constitucionales frente a las dictaduras, o los gobiernos progresistas frente a sus pares reaccionarios. Son logros que se consiguen sin consumar el ideal socialista, pero ninguno es despreciable por su distancia con el objetivo histórico de la izquierda.

Es totalmente cierto que el voto por un candidato ajeno o enemigo de la izquierda entraña serias amenazas para la construcción de ese espacio. Pero la superación de esos peligros no transita por el simple embanderamiento con candidatos de incuestionable pureza socialista. Hay que evaluar cada escenario y sopesar las distintas opciones, en función de una estrategia de poder.

En los partidos que comandan el FIT-U ese ordenador de largo plazo es la dinámica de la Revolución socialista. Con esa lógica se impugna cualquier voto a candidatos ajenos al propio espacio, argumentando que daña la apuesta anticapitalista. Milei, Bullrich y Massa son vistos como equivalentes por la misma razón que Lula es asemejado a Bolsonaro, Boric a Kast y Petro a Hernández. Todos quedan situados en el mismo segmento burgués y cualquier diferenciación entre ellos es observada como un obstáculo para recrear el modelo leninista de 1917.

Este razonamiento –en coexistencia con otras experiencias del mismo tipo– es válido en los periodos revolucionarios de distinta escala (nacional, regional o global). Pero confronta con la inexistencia de dinámicas de este tipo en las últimas décadas. La ausencia de una adaptación a esta nueva realidad impide concurrir a las urnas con algún proyecto creíble.

Es evidente que nadie vota al FIT-U con la expectativa de facilitar su llegada próxima, futura o lejana al gobierno. Ese frente no se presenta a sí mismo como opción presidencial y no concurre a los comicios para salir victorioso.

Esa carencia podría superarse con la hipótesis de conquistar el gobierno, para disputar el poder en un largo periodo de transición. Una política de ese tipo requeriría reconocer la diferencia cualitativa que separa la lucha por la supremacía en un gobierno, un régimen político, un estado y una sociedad.

La diferenciación de esas instancias permitiría concebir ciertos rumbos socialistas que el FIT-U no considera. La promoción de acuerdos electorales de envergadura para conquistar intendencias o gobernaciones no figura, por ejemplo, en su agenda. La reevaluación de esas metas permitiría replantear alianzas desechadas con otros sectores, como el kirchnerismo crítico.

En ese tipo de estrategia se inscriben las certezas y la incógnita expuestas en este artículo. Considerar un voto que empalme el rechazo a un gobierno de derecha con más diputados de la izquierda, es una iniciativa que crea puentes con las corrientes radicalizadas del oficialismo. Esa conexión permitiría a su vez imaginar nuevos reagrupamientos para el futuro.

En las PASO, la sumatoria de la lista alternativa dentro de Unión por la Patria (Grabois) y las diversas candidaturas de izquierda (FIT-U, más otras fuerzas semejantes) logró un caudal muy significativo. En términos electorales ya existe, por lo tanto, un influyente conglomerado de fuerzas que comparten luchas en el movimiento popular. El debate sobre los comicios de octubre-noviembre puede abrir un nuevo horizonte para la izquierda.

31 de agosto de 2023


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