La cuestión del Estado laico

Por Ivone Gebara

Traducción: Kirenia Criado Pérez


Texto tomado del libro de Ivone Gebara: Vulnerabilidades, justica e Feminismos. Antología de textos, Nhanduti Editora, 2010.

La Tizza agradece al Centro Memorial Dr. Martin Luther King Jr. por la invitación a participar en el Taller Socioteológico 2022 y a la pastora Kirenia Criado Pérez por extender amablemente la traducción de este texto de Ivone Gebara para su publicación.


Hablar del Estado laico exige que reflexionemos en primer lugar sobre las dos palabras que constituyen esta expresión: la palabra Estado y la palabra laico. Las dos no son claras con respecto a su contenido, ya que encierran significados diferentes según las personas, los movimientos sociales y políticos, las ideologías, los lugares y los tiempos.

Es necesario que sepamos de qué Estado estamos hablando y qué modelo de laicidad se está debatiendo. Cada modelo se inscribe en una contexto cultural y social determinado y por eso no se puede hablar de laico de manera general, como si este vocablo se aplicase a todos los contextos de forma indiferenciada. En general, cuando se dice «laico» se busca oponer esta palabra a «religioso». Pero laico también se usa al interior mismo de las religiones y significa «aquellos que no son el clero». Por tanto

es urgente que comprendamos qué sentido le estamos dando a las palabras usadas.

El Estado también necesita ser situado y caracterizado. En el caso brasileño nos referimos a un Estado democrático donde la voz y la voluntad de los ciudadanos y ciudadanas dan la propia consistencia al Estado. No estamos hablando de Estados dictatoriales o teocráticos. Pero el concepto Estado necesita ser explicitado pues aun cuando hablamos de Estado democrático, es apenas el concepto lo aludido, pero la vivencia cultural de la democracia necesita ser explicitada.

Creo que, en general, cuando las feministas exigen que el Estado democrático sea laico, se están refiriendo a la necesidad de que el Estado no funcione a partir de códigos religiosos particulares, que a su vez impulsen el avance de algunos comportamientos juzgados importantes para las mujeres y para el conjunto del país. Laico significa aquí laico con el sentido de no religioso, desde el punto de vista político institucional y desde el punto de vista del establecimiento de políticas necesarias para el país.

Se pretende que en la elaboración de leyes, que es parte de la función del legislativo y, por tanto, del Estado, se pauten los derechos de los ciudadanos con independencia de sus creencias religiosas; que la obligatoriedad de la observancia respete la libertad de cada uno e inclusive de sus creencias religiosas también a nivel individual, esto significa que ciertas leyes permiten a los ciudadanos escoger o no su utilización a título personal, otras, en tanto, son obligatorias para todos los ciudadanos y ciudadanas.

Ya de inicio dos situaciones muchas veces opuestas coexisten: la existencia de la ley y, al mismo tiempo, de la conciencia individual capaz de afirmar y escoger la observancia o no de la ley. El individuo puede observar una ley por obligación legal, pero puede no aceptarla. Y esos conflictos no pueden ser olvidados cuando se quiere trabajar en un proceso democrático. En la misma perspectiva podemos igualmente afirmar que los poderes ejecutivos judiciales deben estar ausentes, en sus diferentes funciones, de la influencia o parcialidad de los códigos religiosos de comportamiento. Deben dirigirse a todos los ciudadanos con independencia de su opción religiosa, esto implica una postura de objetividad que, a mi modo de ver, en la mayoría de las veces es imposible que sea respetada. Basta ver el caso de las bancadas cristianas de diferentes denominaciones que actúan en el Congreso Nacional y en el Senado. No somos, en el ejercicio político, radicalmente indiferentes a nuestras creencias, posicionamientos familiares y comunitarios, la escala de valores con la cual vivimos, son estos factores que siempre inclinan un tramo de la balanza más que el otro. Hay una ilusión de objetividad política que necesita ser denunciada, ya que es ella quien muchas veces impide una claridad mayor en el diálogo entre los diferentes grupos. Sabiendo y reconociendo esa dificultad podremos con más serenidad enfrentarnos a cuestiones que afectan a los diferentes grupos de personas. Seremos un poco más vulnerables al dolor ajeno y en la búsqueda de soluciones.

Quiero llamar la atención para la complejidad de la cuestión desde el punto de vista de la vida ordinaria de las personas, queremos que el Estado sea laico en la medida en que las religiones y los valores religiosos que conforman la vida de los individuos entren en conflicto con las políticas que consideramos importantes para las mujeres y para otros grupos.

Queremos que las religiones se comprometan con la vida de los ciudadanos que son fieles a su institución religiosa. Hay una duplicidad de exigencias. Pero, si así no fuese, esta cuestión tal vez no aflorase en nuestra conciencia. Esto nos convida a que hagamos un análisis más profundo de las referencias religiosas y morales de la vida en los diferentes grupos, y de cómo estas referencias, queramos o no, se entrometen e influyen en las políticas más diversas.

Percibimos así que la objetividad y la postura ausente del Estado y sus instituciones no existe de forma absoluta. Es un esfuerzo, una búsqueda, una tendencia. Y esto porque lo que de hecho aparece son conflictos de interpretaciones ideológicas de cuño religioso o de cuño civil que interfieren en el establecimiento de diferentes relaciones.

Si, por un lado, el Estado concebido en abstracto se puede declarar laico, o sea, fuera de la órbita o tutela de una institución religiosa, lo mismo no ocurre con los individuos. De ahí el conflicto entre el principio abstracto y las actuaciones concretas. Cargamos para todos los lugares nuestras opciones, nuestros valores, nuestros intereses y nuestras creencias religiosas o morales. Donde estemos, nuestras opciones nos acompañan. Y con ellas cargamos con nuestros miedos, nuestras supersticiones, nuestras angustias, así como la definición de nuestros aliados o enemigos. Una vez más, conocer los limites inherentes a nuestra condición social nos permite ser un poco más solidarios con los otros que, como nosotros llevan, además de las cargas cotidianas, las influencias del medio cultural y religioso donde fueron educados.

Cuando se trata de las funciones del Estado, imaginamos que es posible exigir una separación política más radical entre posturas personales y el bien común. Queremos que los representantes de la voluntad popular en un Estado laico se abstraigan de sus creencias personales y legislen de manera totalmente objetiva.

La vida nos muestra que no siempre esto es posible. En esa línea es necesario decir que esa separación parece ser muchas veces inoperante desde el punto de vista cultural y político en lo cotidiano de nuestras acciones. La vida personal no es radicalmente separada de la vida social y de la vida política. Y muchas veces son las opciones personales y religiosas que parecen tener más fuerza de ley y no la pretendida objetividad de la ley, o la objetividad que se pretende como beneficio para la población o para una parte de la población.

Otro problema que me parece grave es que las instituciones religiosas hoy no consiguen, como antes, ofrecer un código significativo para la sociedad como un conjunto. Su influencia es múltiple y variada, así como su peso político y social. A pesar de eso, constatamos que todavía tiene mucha fuerza y algunas veces tiene más efecto que las políticas partidarias. Hablar en nombre de Dios parece dar una seguridad necesaria en un mundo de inseguridades. Y los religiosos políticos no vacilan al hablar en nombre de Dios y actuar en su nombre. La mayoría de las instituciones religiosas, en particular las iglesias, consiguen ofrecer algo para algunos de sus fieles que, a su vez, transmiten este sentido para las instancias donde viven y actúan. Estas posturas en general generan conflictos de orden social y político. Por ejemplo, los testigos de Jehová no aceptan hacer transfusiones de sangre. Sin duda no discuten que esto sea una ley del Estado, pero crean dificultades para el Estado cuando se trata de una urgencia que necesita de una transfusión de sangre para salvar una vida.

La mayoría de los católicos no acepta el aborto y algunos hacen lobby en el Congreso para que se impida la aprobación de la ley de descriminalización y legalización del aborto. La fuerza de los católicos es culturalmente mayor que la de los testigos de Jehová. ¿De dónde viene la prohibición de transfusión de sangre o de hacer abortos? Proviene de visiones religiosas en primer lugar y solo después se puede hablar de ellas como visiones políticas o que inciden en una política común. Una vez más las posturas religiosas son posturas que influencian las políticas y nos convidan a reflexionar con más profundidad sobre las afirmaciones en relación al Estado laico.

Hoy vivimos en cierta forma en una crisis de voluntad política en favor del bien común. Tenemos hasta dificultades para delimitar lo que es el bien común. Cada grupo busca favorecer sus propios intereses. Por eso, en la falta de proyectos políticos claros comienzan a aparecer los proyectos moralizantes, a partir de los cuales se puede abrir una polémica de gran interés para los medios y para un buen número de políticos.

Pedofilia, aborto, homosexualidad del clero, celibato sacerdotal, estabilidad de la familia tradicional, son temas que causan sensación e impacto en los medios. Últimamente los grandes medios se ven interesados en estas cuestiones, en gran medida porque ellas permiten el sensacionalismo y el lucro de la industria de las noticias. Un día nos intoxican con la repetición de las mismas noticias, al otro, llegan novedades diferentes y al siguiente lo anterior ya pertenece al olvido.

Sin disminuir la importancia de las cuestiones a las que me referí, pienso que carecemos de otras que salgan de esa órbita de la conciencia individual y de los escándalos individuales para lanzarnos a una preocupación colectiva más amplia. Y, además de eso, necesitamos descubrir nuevas formas de abrir estas cuestiones para sujetos diversificados. En otros términos, necesitamos procesos educativos más amplios, procesos capaces de atraer la atención de las personas para intentar modificar sus comportamientos, su cosmovisión, su comprensión de sí mismas como seres humanos a favor, por ejemplo, de la sobrevivencia del planeta, de la vida de los grupos marginalizados por el capitalismo y así sucesivamente.

La influencia de la Iglesia católica en el Brasil es innegable. Ella va más allá de las instituciones que ella misma creó. Ella es, como sabemos, elemento importante en la propia cultura brasileña.

Todas nosotras recordamos las creencias religiosas de nuestras abuelas y bisabuelos. Todas nosotras somos habitadas por una especie de nostalgia religiosa o al menos por un respeto y temor religioso, sobre todo en ciertas situaciones de la vida. En las situaciones de muerte, de diferentes amenazas, de enfermedades, de persecución, nuestra vulnerabilidad religiosa se muestra de forma más evidente. Nuestros miedos personales muchas veces se confunden con los miedos religiosos, miedos de castigos, condena o de que alguna cosa mala nos ocurra si hacemos tal o más cual cosa. Ese caldo religioso en el cual vivimos tiene sin dudas que ver con nuestra constitución humana frágil y fuerte al mismo tiempo, siempre necesitada de ayudas, de apoyos terrestres o celestiales. Y este caldo religioso es también parte de la cultura latinoamericana en que vivimos.

Asimismo, además de la cuestión de la laicidad del Estado, vivimos una especie de mentalidad, de cultura, de valores, que nos vienen de la religión. Hay como una filiación familiar y cultural más amplia y más profunda que se choca con la racionalidad política que exigimos en la constitución del Estado laico. Por eso, el feminismo político tiene que profundizar más en las cuestiones relativas a los valores culturales y la psicología religiosa de las mujeres. No podemos ignorar la contribución de la cultura cristiana y de las otras culturas que nos constituyen en la formación de nuestras decisiones.

Hay una matriz cultural católica internalizada en muchas personas, que choca con nuestras pretensiones políticas y, además de eso, hay un dualismo patente en nuestra cultura religiosa, como si tuviésemos que ser obedientes a las fuerzas celestiales porque estas son conocedoras de lo que es mejor para nuestra vida. Por ejemplo, hablar públicamente del aborto y del matrimonio de homosexuales, en defensa de los derechos de ciudadanas y ciudadanos. Hay una racionalidad que consigue entender lo que se plantea y hay una emocionalidad que rechaza lo que se plantea porque contradice el legado cultural tradicional recibido e internalizado. Es más, se imagina que la novedad contradice la ley de Dios o la ley de la naturaleza a la cual tenemos que someternos sin discutir.

Los políticos y los padres muchas veces trabajan el sentido de esa emocionalidad religiosa dualista. Usan sus argumentos de forma que los funden en una voluntad mayor, la voluntad divina que desea siempre el bien para los seres humanos. Mas la voluntad superior corresponde de hecho a una voluntad cultural de carácter tradicional, mantenida en las manos del poder patriarcal político y religioso.

A partir de esa voluntad superior quieren influenciar las políticas de los Estados y fundirlas en leyes religiosas, eternas e inmutables.

Las feministas, al contrario, proponen que seamos nosotras mismas las creadoras de nuestras propias leyes. No se desprecia la tradición cualquiera que sea, pero la tradición no puede estar por encima de la vida ni del bien común. Por esta razón, en una sociedad culturalmente religiosa, la autonomía propuesta por las feministas, autonomía sin legitimación religiosa, se torna casi insoportable y acaba bloqueando reflexiones e impidiendo que pasos concretos puedan ser dados. No estoy proponiendo que las feministas se tornen cristianas o católicas o de otros credos religiosos, pero estoy llamando la atención de nosotras mismas sobre la complejidad de la dimensión religiosa, sobre todo la cristiana, en nuestra cultura brasileña, en las ciudades del interior y en las periferias de las grandes ciudades. Estoy queriendo reflexionar sobre los obstáculos a nuestras posiciones, al mostrar que la cultura patriarcal busca su fundamento en un poder del más allá y del más acá de la historia.

No tengo la respuesta al problema de la laicidad y las cuestiones que de ella se desprenden. A penas sugiero que estemos más atentas a la cultura religiosa plural presente en nuestro país y la fuerza que aún tienen en las decisiones personales y políticas más amplias.

Hay una tarea del feminismo que, a mi modo de ver, está todavía dando sus primeros pasos. Es la de estar más atentas al caldo cultural religioso en el cual vivimos, en particular las mujeres a las cuales nos dirigimos. Este caldo parece nutrirse más allá de las instituciones religiosas, los comportamiento y opciones de vida. Este caldo parece fortalecer sentidos, referencias, límites. Creo que a penas una minoría consiguió superar la dominación de los registros religiosos culturalmente internalizados. Hay todavía mucho camino para ser andado en vista de la libertad y la autonomía personal.

Creo que estos elementos nos podrán abrir a una reflexión sobre la complejidad del Estado laico al interior de una cultura dominada por el paradigma de la sumisión religiosa y las voluntades superiores y poderosas. Tal vez podamos dar algunos pasos más en la comprensión de ciertas estructuras mentales que condicionan nuestro pensamiento y, más que el pensamiento, nuestra manera de sentir el mundo y actuar en él. Nuestra pretensión por una macropolítica laica no puede dejar de lado las micropolíticas cotidianas, las políticas de los sentimientos y del sentimiento religioso que vive en nosotras. Las micropolíticas en general no son laicas, o sea, son mezcladas por los diferentes tipos de vivencias y percepción de la realidad histórica. Por esta razón, los procesos educativos de discusión, participación y construcción colectiva se hacen necesarios y urgentes. Son ellos los que fermentarán la vida digna y diferente que estamos buscando.

Estoy convidando a pensar en la complejidad que somos y en la complejidad de la realidad histórica en la cual vivimos. Cada grupo se podrá organizar a su manera para responder a los desafíos históricos y culturales que nos son lanzados.


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