Por Rafael Hernández
Martí no era un histórico. O sea, no era un veterano de la Guerra grande. Sus ideas sobre cómo conducir la lucha por la independencia fueron vistas con desconfianza, para decirlo suave, por Máximo Gómez y Antonio Maceo. No eran ellos precisamente dos caudillos representantes de un territorio o un grupo de intereses criollos, como los de otras independencias latinoamericanas, sino líderes revolucionarios que habían ascendido desde abajo, y que lo habían dado todo por la causa. Martí, en cambio, era un joven abogado graduado en España, poeta y escritor, un intelectual patriota, pero para ellos sin experiencia política, y mucho menos militar, que se atrevía a opinar sobre la organización de la guerra, y que estaba obsesionado con la idea de evitar que la dirección revolucionaria se convirtiera en una dictadura, sin tener en cuenta que “no había habido revoluciones sin dictaduras” — como escribió Gómez en su diario.
De manera que el choque entre ellos, en aquella primera entrevista de 1884, en el Hotel Griffou, de NYC, no es un evento extraño o inesperado. Todo lo contrario. La reacción de Martí (31 años) ante el general Gómez (48) tampoco. “No se gobierna una república como se manda un campamento.” Etcétera.
Sin embargo, esa pelicula no terminó ahí, sino apenas había empezado.
Recordándolo hoy en su cumpleaños,
lo extraordinario de ese Martí, el intelectual político, es que pudo lidiar con personalidades de ese tamaño y ganarse su respeto,
por su capacidad para construir una razón política que juntara a las muy disímiles, a menudo antagónicas, corrientes de la independencia. No lo logró por sus cualidades como brillante orador, dueño de un poderoso estilo literario, o conocimientos como abogado (profesión que no estimaba mucho), sino por su capacidad de diálogo y persuasión ante estos jefes y otras figuras clave de la emigración, y muy especialmente, por la eficacia política de esa razón para captar las mentes de los cubanos que constituían la base social de la revolución, más allá de doctrinas, frases o citas.
Ese Martí, que no “fue siempre un soñador,” sino un pensador político en acción, sigue dándoles lecciones a los jefes, a los intelectuales y a todos los que quieran escucharlo.
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