Héroe de América

Por Alejo Carpentier


Tomado de la revista Casa de las Américas, Año VIII, núm. 46, enero — febrero 1968, La Habana, Cuba. pp. 5–6.


…Uno de los ejemplos más extraordinarios de lealtad

a los principios revolucionarios, de integridad, de valor,

de desprendimiento, de desinterés, que la Historia haya

conocido.

Fidel Castro


Hablamos de América. Hablamos de Nuestra América. Cobramos conciencia de una realidad que por vez primera, nada restringida, hacía de América una realidad en que debía pensarse en términos ecuménicos. América. Nuestra América. La de Martí. La del «amasijo de pueblos». Aquella que conoce «el desdén del vecino formidable que no la conoce», la de la masa que «quiere que la gobiernen bien» y gobierna ella misma, sacudiéndose el mal gobierno si ese gobierno de turno la lastima. Hablamos de América. Amamos esta América. Y esperábamos al hombre que, animado de una vasta y noble conciencia bolivariana, trabajara por esta América — por la América toda, no temiendo, para ello, acometer las empresas más difíciles y más peligrosas — .

Y hubo un hombre que, en esta segunda mitad del siglo XX, hubo de acometer la tarea que tanto esperábamos — que esperaban tantos, y tantos miles y millones de desposeídos en esta América — . Ese hombre, de dimensión universal, de mente precisa, de pensamiento tan claro como la mirada, se hizo carne y habitó entre nosotros.

Habitó entre nosotros, en Cuba, habitó después en algún lugar de América para nuestra América entera, pero, más aún, para una Revolución que rebasara nuestros límites geográficos para trascender a proyecciones mayores.

De ese hombre, tan querido y admirado en nuestra patria, habría de decir Fidel Castro: «No solo lo temían viviente, pero, muerto, inspira un temor mayor […]. Si los imperialistas saben que un hombre puede ser eliminado físicamente, nada ni nadie puede eliminar un ejemplo semejante».

Ejemplo indestructible y que, aun destruido en la persona, en nada habrá de menguar la lucha que se lleva adelante para la liberación de la América nuestra — la auténtica, la que verdaderamente podemos llamar «nuestra» en tiempo presente. El mito, la leyenda, la conseja, la tradición trasmitida de boca en boca, lleva, a lo ancho de las tierras, en el lomo de las cordilleras, a lo largo de los ríos, el nombre del Che. Nombre de un hombre por siempre inscrito en el gran martirologio de América, que se hizo uno con la idea misma de la Revolución — y, caído, habrá de levantar nuevas energías revolucionarias en el camino donde, según últimas páginas de su diario, el paso de sus hombres «había dejado huellas». Huellas que no se borran. Que jamás habrán de borrarse. Que quedan marcadas en el suelo del continente entero.


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