Entrevista a Marcelina Carracedo Cudina, técnica de calidad del tabaco
Por Teresa de Jesús Fernández y Sara Más
Por mucho tiempo calló, vivió en silencio y sin aceptación familiar sus más genuinos sentimientos. Así tuvo que abrirse camino, sola, con mucho trabajo y esfuerzo personal. Pero Marcelina Roselia Carracedo Cudina — a quien conocen mejor como Chuchi — reconquistó su espacio y más allá, cada vez que se defendió de la incomprensión y el rechazo.
En ese recorrido impulsó y creó la Red de Mujeres Lesbianas y Bisexuales en Trinidad, esa entrañable ciudad colonial que la vio nacer y crecer, en la provincia de Sancti Spíritus, a unos 350 kilómetros de La Habana.
Cuarta de seis hermanos — cuatro mujeres y dos hombres — , Chuchi tuvo su primera relación con otra mujer muy temprano, a los 14 años, mientras estaba en la Escuela de Deportes (EIDE) de Santa Clara, una provincia cercana en el centro del país.
La entrevista aparece en el volumen «Libres para amar», publicado en 2020 por la Editorial Caminos y SEMlac.
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Había una muchacha muy apegada a mí. Una vez nos quitaron el pase a las dos y nos quedamos solas en el albergue. Yo jamás me había atrevido a nada, aunque sentía atracción por ella. Entonces, en aquel albergue, solas las dos, nos miramos y, sin decirnos nada, sucedió.
¿Cómo viviste ese momento?
Como algo bueno, pero no se lo conté a nadie. Estábamos en la escuela, yo en atletismo, lanzamiento de la jabalina, y éramos muy niñas las dos. Nuestra relación fue en secreto. En el albergue había un cuartico, el de la turbina, con dos camitas. La responsable de disciplina se quejaba del ruido de la turbina y cambiamos con ella: fuimos para el cuartico y ella, para el albergue. Ahí pasamos el curso.
¿Nunca tuvieron problemas por eso?
Sí; un día entró la mujer del director a dar el de pie al albergue y, cuando empujó la puerta del cuartico, nos vio abrazaditas durmiendo en la misma camita y nos cuestionó: «¿qué hacen ustedes? Aquí no pueden dormir más». Eso fue a final de curso. Luego la bibliotecaria de la escuela le comentó a mi amiga: «están hablando cosas de ustedes». El director habló conmigo: «Chuchita, no duermas más ahí que puede traerte problemas», me dijo.
¿Tuviste alguna otra situación conflictiva en la escuela?
Allí no. Pasé al Fajardo para hacerme profesora de Educación física, estuve tres años, de los 15 a los 17 años. Estaba bien definida, pero nadie lo sabía.
En tercer año, entró una muchacha a la escuela y empezó a llevarse bien conmigo. Una noche se acostó a mi lado, en mi litera, yo me aparté y no pasó nada entre nosotras. Después me pidió de favor que enviara un telegrama que me entregó para una amiga suya de los «Camilitos».
Al día siguiente me llamaron a la dirección, allí estaba el director, el comisionado provincial de Educación y otra persona más. «¿Sabes por qué estás aquí?», me dijeron: «por lesbiana». No utilizaron esa palabra, dijeron «por tortillera». Les respondí: «¡yo!, ¿qué pasó?». Aquello me agarró de sorpresa, no había hecho nada, ni había tenido relaciones allí con nadie.
Resulta que la muchachita era lesbiana y mantenía relaciones con su amiga de los «Camilitos», cuya madre encontró la carta que yo había enviado de favor. Llegaron hasta mi escuela y le preguntaron a la muchacha con quién más se había relacionado y respondió que conmigo. Yo ni sabía que esa niña era lesbiana y fui expulsada de la escuela.
¿Cómo reaccionó tu familia?
Fui a casa de mi hermana mayor, le conté y le pedí ayuda, pero me la negó. «Eso es una vergüenza», me dijo. Ella se lo contó a mi mamá, que ni me miró y después me preguntó: «¿tú estás segura de que no hiciste nada?». Le expliqué que no. No pude regresar a la escuela por vergüenza, había sido expulsada por homosexual y en aquel tiempo no podías entrar más a ninguna escuela. Fue en 1980. Lo peor es que en mi casa no se hablaba de eso, pero estaba apartada.
Después me hice novia de un muchacho que estaba enamorado de mí, pero no podía con aquello. Lo hice por la presión de mi familia, para ver si en mi casa mejoraban conmigo, pero sinceramente a mí no me gustaba que ese niño me pasara la mano por arriba, ni que me besara. Él era buenísimo, muy complaciente, pero al mes rompí con él. «Entonces, ¿es verdad que eres lesbiana?», me preguntó. Le conté que sí, aunque me habían botado de la escuela injustamente, sin hacer nada. Entonces me preguntó si podíamos ser amigos y le dije que por toda la vida. Lo abracé porque, a pesar de que él no era súper inteligente, me entendió.
¿Y en tu casa?
Fue peor. No se hablaba del tema, pero si entraba al cuarto, por ejemplo, mis hermanas se tapaban.
Yo me sentía mal, con deseos de irme y alejarme de todo el mundo. A la hora de la comida, todos se sentaban a la mesa porque mi mamá acostumbraba a servirnos; pero faltaba mi plato.
Decidí que a la hora de comer me iba a bañar, porque se sentían mal si me sentaba a la mesa. Mi papá se había divorciado de mi mamá, ella tuvo que luchar muchísimo para podernos mantener, la vida fue dura con ella y con mis hermanas en mi casa. El mayor nunca vivió con nosotros, el más pequeño sí. Veía poco a mi papá. Mis hermanas se empezaron a casar, se fueron y en la casa solo quedamos mi hermano más chiquito y yo, con mi mamá.
¿Cómo rehiciste tu vida?
Fui conociendo muchachas lesbianas, me relacionaba y salía con ellas, pero no tuve pareja. Cuando llegaba alguna amiga, mi mamá se iba para la cocina o el cuarto. En ninguna escuela me aceptaban porque era lesbiana, lo decía mi expediente escolar, donde estaba escrita la baja y el motivo.
Un día, en el hospital, conocí a una muchacha que me habló de la fábrica de tabaco y allí empecé a trabajar con 20 años. Estuve tres meses aprendiendo a hacer tabaco sin cobrar y luego me aceptaron, me hicieron el primer contrato y de ahí jamás volví a salir.
Llegaron los cursos para hacerse Técnico por dirigido y me matriculé, iba a Cabaiguán los sábados y a veces los domingos. Me hice Técnica de la Calidad, pero seguía como trabajadora simple. Luego orientaron poner a los técnicos graduados a trabajar como técnicos. A todas las que estudiaron conmigo, de las demás fábricas de tabaco, les dieron la plaza. Cuando reclamé la mía, el administrador me dijo que el técnico llevaba muchos años y que yo no podía.
Fui a la provincia, hablé con el jefe de Recursos Humanos y me dijo: «yo no tengo nada que ver con eso. Tu administrador dice que no te puede poner porque eres una tortillera». Regresé a la fábrica y la compañera de Recursos Humanos me explicó que ella no podía hacer cambios si el administrador no la autorizaba. No pude hacer nada, ni tenía experiencia en hacer reclamaciones.
¿Y nunca pudiste ocupar tu plaza?
Sí, porque esa fábrica se ocupaba de producir para el consumo nacional, pasó a exportación y necesitaron más técnicos. Entonces asumí, pero como jefa; lo exigí porque soy graduada. Se reunieron con la muchacha que estaba de técnica y con otra más que habían puesto y ellas aceptaron. Así pasé a ser la jefa de las técnicas, incluso después dejamos de hacer tabaco de exportación y yo quedé como técnica, la única soy yo.
Ser técnica de Calidad es buscarse problemas. Una vez revisé el trabajo de un tabaquero y le llamé la atención. Cuando le preguntaron qué había pasado conmigo, él dijo: «la tortillera de mierda esta que nada más está comiendo mierda…» Un compañero me lo contó y yo llamé al administrador y al tabaquero. Les dije a todos: «si él está haciendo algo mal, hay que llamarle la atención; no estoy rechazando su tarea, no va a dejar de cobrar. Y respecto a lo que dijo de mí: sí, soy lesbiana y eso no tiene nada que ver con el trabajo. Es mi vida y nadie nunca ha tenido quejas, nunca le he faltado el respeto a ninguna mujer, ni he tenido problemas». Entonces el director le dijo: «que sea la última vez que usted hable así de ella, porque ese es su trabajo». Él no contestó nada y todo terminó ahí.
¿Alguna vez tu mamá lo supo, pudieron hablarlo?
Nunca. Ella sabía que yo era lesbiana porque mi hermana mayor se lo dijo, pero no me preguntó nada, ni yo tampoco le dije. Ella murió conmigo, hace más de 25 años. Yo era la única persona que la atendía, porque todas mis hermanas se casaron. Recuerdo que una noche se sentía muy mal; era de madrugada, estaba muy grave, me acosté a su lado y la abracé. Ella me miró, me volvió a mirar y se le salieron dos lágrimas. «¿Te sientes muy mal?», le pregunté. «Sí, por muchas cosas», contestó, pero no me dijo nada en absoluto; yo tampoco tuve valor de decirle nada porque sabía que estaba grave. Después dijo: «tus hermanas no están aquí y yo sé que me estoy muriendo». Entonces la abracé, aunque no era cariñosa conmigo, la besé y le dije: «no llores, yo estoy aquí y te quiero».
Solo me dijo: «yo te quiero y sabía que desde chiquitica eras diferente». Pero nunca habló de eso conmigo. Día a día, conversando con mis amistades, les digo: ¡cómo me hubiera gustado sentarme y explicarle!
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¿Y tu vida? ¿Estabas sola o tenías pareja?
Había tenido una pareja por seis años, pero oculta, porque ella era casada y tenía una niña. Luego dejó a su marido y la gente empezó a comentar, pero a ella no le importaba. Hasta que la niña, en la Secundaria, tuvo un problemita. Le dijeron: «tu mamá es tortillera con fulana». Fue una compañerita del aula y la niña la atacó físicamente. La mamá tuvo que ir a la escuela y, al regresar, conversó conmigo y me dijo: «yo te adoro, pero no puedo con esto; mi hija está por encima de todo», y ahí terminó nuestra relación.
Me quedé sola con mi hermanito en la casa. Él tendría como 11 años y su padre empezó a ocuparse más de él, se lo llevó para su casa. Pasaba tiempo conmigo, pero más tiempo con él porque yo trabajaba.
Conocí, a través de unas amistades, a una muchacha. Ella es médico y empezamos una relación. Quiso mudarse conmigo y acepté, pese a que la casa no era solo mía, la heredamos todos.
Cuando mis hermanas se enteraron de que vivía con una pareja en la casa, empezaron los problemas. Mi hermano mayor, que nunca había vivido con nosotros, llegó un día y me dijo que no la podía tener allí y que él, como era el mayor, tenía más derecho que todo el mundo en la casa. Le dije que si a mí me pertenecía un cuarto, ese cuarto yo lo quería y que iba a seguir con ella, que sabían bien que era mi pareja y yo no andaba más escondida.
Fui al Instituto de la Vivienda a informarme, me explicaron que teníamos derecho a la propiedad el más pequeño y yo, que vivíamos allí. El resto tenía derecho al valor de su parte en dinero.
Arreglé los papeles y tuve que buscar un abogado, porque me dijeron que no me iban a ceder la parte de la casa. Fuimos a juicio, ellos no presentaron abogado y el fiscal dictó que la casa nos pertenecía a mi hermano pequeño y a mí, que Vivienda pasara a medir la casa, se valorara y yo pagara la parte de ellos. Mi hermana mayor me dijo que no quería nada de la casa y no tenía que darle dinero; a los demás sí les pagué y terminé de hacer todos los papeles. Junto a mi pareja, dividí la casa para dejarle la mitad al pequeño. Ahora tengo mi casita.
Con esta pareja viví casi 25 años. Hice mucha dependencia y aquello fue un infierno, pero yo vivía enamorada de ella. Mis amistades hablaban conmigo porque veían todo. Hoy digo que yo fui la culpable por aguantar eso, por no frenarla. Un buen día dije: hasta aquí; me levanté y no podía respirar. Agarré un maletín, eché ropa y me fui de vacaciones. Cuando regresé, ella estaba en la casa; volví a echar ropa y me fui para casa de una amiga. Como a los tres días volví y ya había sacado sus cosas.
Fui muy violentada por ella, me maltrataba delante de todo el mundo, sin sentir vergüenza de que la gente estuviera mirando; me gritaba hasta malas palabras. Físicamente no, pero verbalmente, delante de todo el mundo, me maltrataba y había que hacer lo que ella dijera, a la hora que dijera y como ella quisiera. Voy a empezar a modificar mi casa porque se hizo como ella quería y no puedo soportarlo.
Al principio me enseñó a ver la vida. Fue la primera vez que, abiertamente, tuve una pareja que me dio fuerza y me enseñó a lanzarme a la vida sin miedo. Incluso ella me había traicionado y la perdoné, pero esas heridas nunca se cierran y fue cuando cogí valor. Después que terminé la relación, yo seguía igual, de la casa al trabajo.
¿Qué ha sido para ti lo más difícil como mujer lesbiana?
Hay cosas muy difíciles para nosotras, en el trabajo y en todo. A pesar de que luché, tengo mi casa y puedo vivir con una pareja, todo es difícil. Aunque el vecino se lleve bien contigo, siempre está ese: «sí, pero ellas son homosexuales…»
Lo más difícil es que la mujer lesbiana no pueda estar abiertamente con su pareja, llegar a un lugar y sentirse como los heterosexuales, que pueden abrazarse, adorarse, se pueden querer. Para mí, hoy por hoy, es lo más difícil.
En Trinidad hay homofobia a más no poder. Las muchachas van a ARTEX los sábados, primero dan un espectáculo cómico y después, la discoteca. Con la discoteca se alborotan. Una vez empezaron a bailar y un custodio les dijo: «oigan, eso no puede ser», y le dije: «¿por qué? ¿Porque están en público? ¿Existe algo que diga que ellas no se pueden abrazar, no se pueden besar? ¿Tú le das un beso a tu mujer aquí?» Él contestó: «Sí, pero yo soy hombre». Le dije entonces: «Ellas son seres humanos y pueden sentir lo mismo ¿estás seguro de que las puedes sacar de aquí porque se abrazan y se besan? Si las sacas, te voy a llevar a juicio», le dije y él viró la espalda y se fue.
¿Con respecto a la atención de salud?
Siempre tuve problemas de ovarios y después empecé con sangramientos y fui al ginecólogo. Le expliqué que nunca había tenido relaciones sexuales con hombres, ni he utilizado juguetes sexuales; que no he tenido penetración.
La enfermera le había dicho que era lesbiana y me preguntó: «¿qué has hecho con las mujeres que has tenido?» Le dije: «no tengo que contarle lo que he hecho.» Me contestó: «¿qué puedo hacer?, tengo que revisarte». Le pedí que no me pusiera un espéculo grande y me revisó por vía rectal, me palpó y oí cuando la enfermera dijo: «sabrá Dios las tortilleras estas en qué están, que tienen miedo».
Sí, es más difícil porque, cuando saben que eres lesbiana, enseguida empiezan a murmurar. Si es médico mujer y no está sensibilizada, la atención no es buena. Por suerte en Trinidad tenemos una ginecóloga que es lesbiana y no tenemos problemas; es muy buena profesional y todo el mundo la busca.
¿Cómo te vinculas al activismo?
Conocí a dos muchachas de Cienfuegos que me invitaron a su casa; ellas me hablaron del grupo Fénix, que ya existía. En Cienfuegos conocí a Nerys, la coordinadora entonces de las redes por el Cenesex, y a su pareja. Me hablaron del proyecto, de lo que estaban haciendo allá y sugirieron formar un grupo en Trinidad, porque en Sancti Spíritus no hay.
Me invitaron a un taller nacional, en La Habana, y me pareció maravilloso, vi el mundo abierto. Regresé a Trinidad y les hablé del proyecto a las muchachas que yo conocía. El 27 de febrero de 2011 nos reunimos en mi casa y acordamos que esa era la fecha de la constitución de la red Caucubú, que es el nombre que escogimos.
Caucubú es un personaje vinculado a una leyenda de Trinidad sobre la vida de una india, que no se conoce bien; pero el historiador de la ciudad, que era mi amigo, me explicó un día que se trataba de una mujer lesbiana. La historia real es que ella era hija de un cacique poderoso que la quería casar con el hijo de otro cacique. Según me cuenta el historiador, ella escapó con su sirvienta, las vieron entrar a una cueva y nunca más las vieron salir. Por eso el grupo se llama Caucubú.
Ahora, en el activismo, yo siento que nos tienen más apartadas a nosotras; se lucha más por las trans y por los gays que por nosotras. Cuando se hacen talleres con todas las redes, se habla mucho, por ejemplo, de lo que les pasa a las personas trans, y jamás oigo que pregunten si a alguna muchacha le pasó eso, jamás. Si nosotras no nos paramos, hablamos y nos defendemos, apenas nos mencionan. ¿De quién hacen propaganda?, nunca de mujeres lesbianas. Nunca se ha colocado en las Jornadas cubanas contra la homofobia y la transfobia, la palabra lesbofobia.
¿Cuáles puertas te abrió el activismo?
Empecé a conocer muchachas de todas partes, el trabajo que hacen, cómo aprender a defendernos y darnos valor, que es lo que hace falta.
¿Qué ha pasado con el grupo de Trinidad?
Todavía estoy contra viento y marea, porque no tengo apoyo, ni de la Federación de Mujeres Cubanas, ni de la dirección de Salud, ni de nadie. No tengo local para reunirnos, ni lo he encontrado en ninguna parte. Los talleres se dan en mi casa y ahora también los doy en el restaurancito de la niña que crié, la hija de mi primera pareja, porque caminé, hablé, incluso fui hasta donde celebran los cumpleaños infantiles a ver si un día nos dejaban espacio un fin de semana, y la respuesta es: «lo siento, tenemos la agenda llena toda la semana».
Ahora somos 14 en Caucubú. Nos reunimos en mi casa y vienen el jurídico y la psicóloga, que son de Trinidad. Él es heterosexual y su esposa es Mayor de la Policía. También contamos con un médico, Eduardo, y una pediatra. Son las personas que nos apoyan y a cualquier hora, por cualquier problema, nos acercamos.
El grupo es parte de mi vida y me siento como una mamá de esas muchachitas porque, incluso, soy la mayor y ellas se apoyan mucho en mí. Las he enseñado a defenderse y a entender que hay que luchar por la vida; a muchas me las he llevado a trabajar a la fábrica.
¿Cuáles son las vulneraciones de derechos que identifican desde la red?
Las mujeres lesbianas se tienen que privar de mil cosas; la primera es no poder vivir, abiertamente, como pareja.
Todavía ninguna se ha quejado de que la Policía la haya parado por ser lesbiana,
pero en los centros turísticos sí les llaman la atención cuando las ven abrazadas, bailando apretadas. Incluso los muchachos gay también se han quejado conmigo, porque han sacado a muchachos, por ejemplo, de la discoteca de Las Cuevas, por besarse con su pareja.
Hay muchachas que quieren tener hijos, pero no quieren acostarse con hombres, como una que empezó ahora en la red, que es muy joven; ella y su pareja están interesadas. Otra quiere tener un hijo conmigo, pues su pareja ya tiene. Me dice: «tú le das la educación a mi hijo, yo me ocuparé de lo demás». Quiere un hijo que lleve mi apellido, que se lo dé mi hermano y escoger un hombre sano que no tenga ninguna enfermedad hereditaria. Pero dice: «no me voy a acostar con esa persona, vamos a hablar con una ginecóloga para que me depositen dentro los espermatozoides, porque yo no me voy a acostar con un hombre». Va a cumplir 25 años y me dice: «quiero tener mi hijo, pero con una persona responsable como tú».
¿Has vivido algún otro episodio de rechazo o discriminación?
Sí, y el nuevo director tuvo por eso un incidente con un trabajador, un mulato alto, fuerte, que me dijo a la cara: «maricona de mierda». Me quedé callada y todo el mundo me miró. No le contesté nada y él siguió hacia su puesto de trabajo. Fui para el taller donde trabajan los tabaqueros y me paré frente a todos, me quité las chancletas, me subí encima de una mesa y dije: «atiendan acá un momento». Se hizo un silencio absoluto. Seguí: «no me llamen más tortillera, no me digan más maricona, no me digan más ‘cundanga’, no me digan más pan con pasta, no me digan más camionera: ¡por favor!, yo soy lesbiana, ¿saben lo que es lesbiana?: mujer que ama a otra mujer, ¿ya entendieron eso?». Y mirando al que me ofendió, le dije: «y para ti que me lo acabaste de decir, estamos del mismo tamaño. Si quieres violencia, violencia te doy. No me vuelvas a amenazar más, ni me vuelvas a decir lo que me dijiste». En eso entraba el director y dijo: «el que tenga cojones que se lo vuelva a decir». Me bajé de la mesa, en silencio absoluto, y nunca más ha vuelto a pasar.
¿De quiénes has recibido más señales de rechazo y discriminación?
Más de mujeres que de hombres, quizás porque temen que les digan que son iguales que yo.
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