«Hacer historia» es más que «historiar»

Por Alejandro Gumá Ruiz: 15 principios generales y aportes de Fernando Martínez Heredia al pensamiento social y la actividad historiográfica

“No propongo nada razonable para cambiar el mundo. Considerado de una manera razonable el mundo seguirá igual, y lo más probable es que se ponga peor. Será venciendo a lo imposible y doblegando a la lógica que conquistaremos más justicia y más libertad, y abriremos camino hacia un mundo nuevo”.

Fernando Martínez Heredia[1]


“El anuncio de los tiempos que vendrán”

Siempre que alguien se ponía a la cabeza de una meta cuyo tamaño excediera las fuerzas propias –al menos las fuerzas conocidas y supuestas–, toda vez que una persona oponía su voluntad a valladares de semblante infranqueable, cuando cualquiera mostraba empecinamiento tras objetivos en desuso o mal usados, Fernando Martínez Heredia les apoyaba en el hombro un aserto: “eres el anuncio de los tiempos que vendrán”. Quien lo afirmaba, sin embargo, no creía en destinos inexorables. Ningún tiempo llega solo. Ningún anuncio sin práctica puede traerlo. Tampoco, cualquier práctica.

Si asumimos bien las ideas que pasó la vida defendiendo, no haremos de ellas el fijador de un retrato suyo, el salvoconducto de algún capítulo de tesis, o la cita sin vocación, a la postre, traicionera. Si las asumimos bien tendremos que crearles instrumentos, sin confundir al instrumento con la idea; conducirlos, sin semejar la conducción con el monólogo; y desarrollarlos para que sigan dando de sí.

Anoto entremezclados –como anduvieron en su vida– 15 principios generales y aportes en materia de pensamiento social y actividad historiográfica que apre(he)ndimos en la voz entrecortada y tosedora de Fernando:

1. Para no ser cómplices de esa ganancia de la dominación que implica naturalizar los fenómenos sociales y los productos de la actividad humana, debemos estudiarlos –y comprenderlos– en su historicidad.

No asumir como “dados” los procesos o relaciones que pudieran impedir la liberación de las personas y las sociedades, pero tampoco, los que pudieran ayudarnos a hacerla avanzar. En el primer caso, para no suponer una predestinación que después de largos períodos de procesos revolucionarios estos se rutinicen o, al cabo, terminen siendo vencidos, idea que ya Fidel Castro había planteado con audacia en 2005[2]. En segundo lugar, para no creer(nos) que es un resultado evolutivo la sociedad de bienandanzas y emancipaciones por la que Fernando pugnaba. Hay que ganarla luchando.

La historicidad es la premisa para universalizar una idea o cuerpo de ideas, al tiempo que se constituye como valor para la asunción de los legados y del pensamiento.

2. Quiero ejemplificar con la concepción de Fernando sobre la cultura el porqué no fue nunca martiano de forma mimética.

Fue sin dudas un martiano histórico al entender que la posesión de cultura –“ser cultos”– aunque nos predispone a ser libres, puede predisponernos también a no serlo. “Ser cultos” para Fernando no incluye únicamente los atributos que desde un sentido común decimonónico encasillan esa cualidad, sino implica –sobre todo en el mundo de hoy– ser convivientes de procesos culturales, portadores de significaciones diferentes y hasta contradictorias, y reproductores en escalas desiguales de la cultura que portamos.

Por ello siempre encontramos en Fernando un cuestionamiento de los contenidos de la cultura que se posee, y la apelación a apoderarnos de y crear una cultura determinada, donde no caben las discriminaciones de ningún tipo, ni las jerarquías que justifican la explotación, ni el tratamiento de las identidades –personales o nacionales– como muñecos de feria.

Cuando José Martí escribió en “Maestros ambulantes”, 1884, aquella idea famosa que todos citamos[3], la ignorancia era el principal instrumento de dominación. Desde mediados del siglo XX comenzó a serlo la cultura misma.

Armado de esa certeza, por haber estudiado a fondo aquel tránsito, es que Fernando aboga por una emancipación que debe serlo también –si aspira a la sostenibilidad– en los contenidos de la cultura, y rebasa la explicación de esta última como antónimo de ignorancia. Por eso puede decir, en la madurez de su concepción, “la rebeldía es la adultez de la cultura”[4]. Y al conferirle valor político, ampliar sus predios, asignarle nuevas tareas. Porque mientras ella no es rebelde permanece infante, sujeta, minusválida, postrada por el fardo secular de la opresión, que en la medida en que fue sofisticándose utilizó a la cultura como vehículo de oscurantismo y sumisión.

3. La objetividad está en el modo como encaramos los objetivos, pero no en la ausencia de estos. Dos principios lo sustentan:

i. Que todo trabajo de ciencia social –y todo científico social– persigue objetivos “extra científicos”, tiene intereses ideológicos. Lo que resta valor a la ciencia social es la pretensión de neutralidad e imparcialidad, y no las finalidades políticas que le animan.

ii. Que, por lo tanto, el medidor de “cientificidad” no está en la “pureza ideológica” –inexistente e improbable– de la ciencia social, sino en la seriedad, rigor y honestidad intelectual con que el científico social encara o sustenta sus filiaciones al hacer ciencia[5].

La combinación entre militancia y libertad es necesaria no solo al hacer trabajo intelectual, sino a la hora de conducirnos como ciudadanos, de pensar con cabeza propia, de imaginar futuros para los cuales el pensamiento no puede tener ataduras. Es preciso “convertir los ideales en militancia y la militancia en ideales”[6].

4. Recuperar la memoria histórica del proceso contemporáneo de la sociedad cubana, cumple en Fernando la función de establecer con claridad las opciones, desafíos, preguntas y problematizaciones a que debemos dar respuestas hoy.

Por eso la Historia, más que un recuento, aparece en Fernando como una tarea específica de la militancia, un territorio en la disputa hegemónica, una necesidad intelectual de la práctica revolucionaria para hacer de nuestros itinerarios y acumulaciones, entidades de evaluación de nuestro presente, y fuerzas de su profundización y desarrollo en el sentido del proyecto liberador, socialista.

Muchos encontrarán en la historia “pruebas” para disuadirse del emprendimiento de un camino autóctono de socialismo, otros, en cambio, hallarán en la historia la verificación de la viabilidad y legitimidad de ese camino.

Es decir, las condicionantes a la hora de hacer ciencia social existen, mas no como veredictos inexorables en uno u otro sentido, sino como pautas de acción siempre cribadas en el tamiz de la subjetividad, de las voluntades y las aspiraciones de quien hace ciencia social.

5. En cuanto al suelo teórico de la labor historiográfica de Fernando, este se funda en la teoría marxista de la lucha de clases, siguiendo ejemplos como los de Raúl Cepero Bonilla y Manuel Moreno Fraginals.

El conflicto tiene en la labor historiográfica de Fernando un papel clave, los itinerarios de las dominaciones, de las resistencias y rebeldías frente a ellas o de las adecuaciones sucesivas de las que son capaces las dominaciones frente a las resistencias y rebeldías.

6. Por tanto, no hay evolucionismo en Fernando, ni regímenes sociales predestinados a sucederse pacíficamente por arte y magia de cambios en la división mundial del trabajo o debido a una supuesta no correspondencia entre las “fuerzas productivas y las relaciones sociales de producción”.

Ello lo llevó a entender muy bien la postergada Cuba esclavista decimonónica como un modo de ser del capitalismo para los países subalternos a sus centros en la época moderna.

El estudio de las especificidades no debe hacer al estudioso obviar el contexto mundial globalizado al que tales especificidades responden.

7. El estudio de las revoluciones fue una constante en Fernando.

¿Cómo y por qué se produjeron? ¿Cómo y por qué fracasaron? ¿Cuáles eran las ideologías –en plural- de sus implicados? ¿Los procesos e ideas de la unidad, qué posibilidades granjearon y qué costos tuvieron? Precisamente uno de los costos que detecta Fernando guarda relación con el que ya enuncié arriba: la homologación de los procesos históricos de cambio social favorables a las mayorías, donde uno es presentado como la continuación y confirmación del anterior, y los anteriores como contentivos de los desenlaces futuros. Esto explica la preocupación de Fernando –en el momento de hacer historia– de distinguir bien las necesidades lícitas de la política y los requerimientos del conocimiento social.

Más de una vez lo escuché diferenciar las motivaciones de Fidel al expresar el 10 de octubre de 1968 que la Revolución Cubana había sido una sola –desde Céspedes hasta entonces– de las suyas propias en cuanto investigador al abordar las cuatro revoluciones que hemos tenido desde 1868 hasta 1959, en lapso de apenas 91 años.

8. Fernando atiende los hechos, pero no olvida como su correlato aquello que definió como la “determinación personal”, concepto este último impulsado en su interpretación historiográfica para establecer el modo como un mismo hecho o condicionante histórica puede producir resultados diferentes, provocar trayectorias diferentes, alimentar movimientos diferentes, producir o no variaciones de fondo en la corriente histórica predominante.

9. Otro aporte temático en el quehacer historiográfico de Fernando, además del de la “determinación personal”, que ya mencioné, incluye además el tratamiento de “la dominación” en el socialismo.

Dada la fuerza, carácter reticular y grado de permeabilidad del capitalismo en las mentes y corazones a escala planetaria, Fernando defendía que para sostenerse, los regímenes de transición socialista estaban obligados a desarrollar poderes muy sólidos y extendidos, cuyo ejercicio, sin embargo, debía diferir al mismo tiempo en cuanto orientarse a modificar a fondo las prácticas, los imaginarios, el sentido común, las actitudes y crear a la persona nueva. Solo lográndose un equilibrio adecuado entre coerción, labor educativa y crecimiento de la conciencia social y política, es factible producir sujetos nuevos. Una dominación tal que conduzca gradualmente al cese de todas las dominaciones.

10. Cuando se investiga no se puede partir de conclusiones para arribar a conclusiones.

Fernando utiliza el concepto de “presupuestos” para referirse a los puntos de partida que tiene todo investigador social. “En vez de camisas de fuerza “teóricas”, “aplicadas” a las realidades, de afirmaciones o negaciones absurdas, de apelar a aberraciones intelectuales para respaldar posiciones políticas, lo que está exigiendo hoy la necesidad de conocer las sociedades para transformarlas son nuevas fundaciones, audacia, buen método y mucho trabajo”.

11. Para Fernando la posición ideológica es un valor de la ciencia social “la posición ideológica revolucionaria es un elemento interno a la elaboración creadora en la teoría marxista de la sociedad”[7].

La teoría debe explicar cómo fue y es la realidad, pero a la vez estudiar las prácticas que –referidas a un “deber ser” — provocaron y provocan el cambio de los datos de esa realidad. En palabras de Fernando: “cambiar el signo burgués del conocimiento”, “relacionar nuestras realidades con nuestros propósitos”[8] o ese pasaje donde se resume su visión sobre el vínculo teoría-práctica: “ligar la teoría a la práctica” solo es realmente posible si la teoría tiene objetivos “prácticos”, y si a la vez la teoría es reconocida como una práctica determinada[9].

Al plantearnos actuar y conocer debemos tomar en cuenta las condiciones de partida, mas no para someternos a ellas sino para trascenderlas. Esta superación mediante la práctica es el vector más importante de la reproducción ampliada de un proyecto de liberaciones, el modo de prefigurar espacios futuros a los cuales remitir las actuaciones del presente y sus promesas y la mayor reserva de utilidad del conocimiento.

12. En línea con lo anterior, el socialismo no es en Fernando Martínez Heredia un lugar “al cual” llegar sino “del cual” llegar, a otro superior –el comunismo–.

Por tanto, siempre usó el concepto de “transición socialista” –y no de “construcción del socialismo”– para llamar la atención sobre dos aspectos decisivos: i) el carácter que debía tener la transición para conducirnos a cotas de libertad y justicia superiores, y ii) la condición conflictiva e inacabada de un camino donde solo en la medida en que cambiamos la vida, las relaciones sociales y a nosotros mismos de un modo revolucionario, nos acercamos al horizonte comunista.

Delante de esta idea para Fernando va Ernesto Guevara, con su llamado de “(…) empezar a construir el comunismo desde el primer día, aunque nos pasemos toda la vida tratando de construir el socialismo”[10].

Una consagración total a ese propósito basta, para que como le ha sucedido al Che, Fernando no sea tampoco visto como un hombre del pasado histórico de la revolución, sino de su futuro.

13. Martínez Heredia se rebela con fuerza contra por lo menos tres tendencias en la interpretación histórica resultantes de la vulgarización del marxismo:

la de “las leyes históricas ineludibles”, que postulan una inevitabilidad de los cambios sociales conforme avanza el tiempo, la de “la interpretación económica de la historia”, según la cual los procesos sociales, su surgimiento, ciclos y desenlaces dependen de niveles de bienestar o depauperación material, y por último contra la idea del dominio de la “base económica” sobre la “superestructura”.

14. Otros aportes historiográficos suyos incluyen las nociones no convencionales sobre:

i. Pensamiento social; ii. Formación económico-social; iii. Autoestima; iv. Capacidades humanas; v. Sentimientos; vi. Prejuicios; vii. Conciencia; viii. Construcción social de razas; ix. Patriotismo popular; x. Praxis; xi. Violencia cultural como método educativo; xii. Unión del poder revolucionario con el espíritu libertario; xiii. Interiorización de la colonización, etcétera.

Estas y otras nociones confirman la atención prestada por Fernando en su trabajo historiográfico a la subjetividad de los actores sociales, ámbito decisivo que ha sido soslayado no solo en muchos análisis de macrohistoria sino también de microhistoria, división que por demás parecería absurda a Fernando si se aborda en toda su complejidad y riqueza de matices la historia a secas.

Esta no se ocupa solo, según Fernando: “de lo que racionalmente puede inferirse a partir de una masa de hechos, ideas de época y posiciones políticas”. De ahí que Fernando considere tan importante lo que la gente cree sobre lo que pasa, como lo que pasa.

Antes que “interdisciplinariedad”, “multidisciplinariedad” o “transdisciplinariedad” he preferido –dado que Fernando era por suerte un reconocido indisciplinado– hablar de su vocación totalizadora al cultivar las ciencias sociales. Esta vocación incluye al menos:

a. Una teoría de la historia, de las formaciones y determinaciones sociales, del conocimiento, y de los pares no excluyentes: emancipación-dominación; poder-proyecto; socialismo-liberación nacional; nación-internacionalismo.

b. Una sociología de la cultura.

c. Una economía política.

d. Una filosofía de la praxis.

e. Una historia social de los de abajo.

15. La historia es para Fernando una actividad científica y política, un ámbito de experiencias prácticas que revisar y de las cuales extraer utilidad para desafíos actuales.

En Fernando la historia no se agota en sí misma, sino que es base para plantearse la superación del pasado e impedir la eternización del presente. Es como gustaba caracterizarla “madre y maestra”.

Y desde su perspectiva, aunque el éxito de las ciencias sociales siempre dependerá de sus labores, aquel será posible sobre todo en la medida en que triunfe la alternativa de liberación. Se declara así seguidor de la proposición hecha por Carlos Marx en 1846 en La Ideología alemana: “no es la crítica la fuerza propulsora de la historia, sino la revolución”.

En resumen, hacer Historia –con mayúscula– es el mejor rendimiento del que pudiera beneficiarse el hacer ciencia histórica.

Los revolucionarios no enviudan

Fue muy aciaga la clausura del Departamento de Filosofía de la Universidad de La Habana (1963–1971) y de la revista Pensamiento Crítico (1967–1971)[11]. Tan bien comprendió Fernando el episodio que no pudo secarlo el ostracismo ulterior. No transigió con la “autocrítica” que le sugirieron. No pactó. Supo distinguir entre la revolución y sus usufructuarios. En el tiempo que sobrevino chocó a consciencia una y otra vez con la misma piedra, porque solo así las piedras ceden.

Y jamás enviudó. Tampoco los de su grupo, los de su estirpe. A no enviudar le ayudó la idea de que “se gana mucho con la derrota si uno no se convierte en un derrotado”[12]. Los inmaculados no han vivido jamás revoluciones, aun cuando su ciclo vital transcurra dentro del ciclo histórico de alguna. O aun cuando supongan actuar en su nombre, administrar sus legados, conducir sus estructuras. Debemos desconfiar de aquellos a los que siempre les va bien en las revoluciones. Y desconfiar de la prevalencia del carácter revolucionario en procesos donde la estabilidad de la norma obsede más que el ejercicio de su interpelación.

Llena de abolladuras nos entrega Fernando su indumentaria. Ninguna es moral. Él ha estado en revolución. En brega por un socialismo que no llegue a homologarse con el pedacito de poder personal de un grupo[13]. O que, como gustaba repetir, citando a Lezama, no se vuelva tan pequeño “que quepa en la chapita de una botella”. Él jamás permutó del centro de una batalla para evitarle al pensamiento la humillación de “adorno” o “actividad permitida”. Allí se mantuvo para volverlo un prefigurador de caminos y un chofer de la política.

Los inmaculados, ¿qué indumentaria exhiben?, ¿cuáles abolladuras?

Profeta, periodista, historiador

Fue decisivo aquel curso que impartiera Fernando en el Instituto Cubano de Investigación Cultural “Juan Marinello” entre el 3 de marzo y el 12 de junio de 2015: “El marxismo de Marx, problemas de su conversión en instrumento revolucionario mundial”[14]. Quince sesiones de cinco a seis horas los martes y catorce de ocho horas los viernes. Recesos fugaces, como este suyo de ahora.

Fernando, renqueante, trepaba hasta el salón. Su esperanza ardía con la misma intensidad sobre 26 personas que sobre 7. Bromeó el primer encuentro con aquella premonición de Máximo Gómez cuando las tropas bajo su mando salieron hacia Occidente en la invasión: “En estas filas que hoy veo tan nutridas, la muerte abrirá grandes claros”.

De Carlos Marx y La Gaceta Renana a José Martí y aquel opúsculo en La Edad de Oro donde Fernando nos enseñó a ver fundamentado el comunismo[15]. De las Cartas a Kugelmann[16] y Lenin pidiendo que todos las clavasen en las paredes de sus casas, al Che que desde Tanzania le dice a Armando Hart: “(…) ya hemos hecho mucho, pero algún día tendremos también que pensar”[17].

En tamañas travesías se nos fue revelando cuán preciso era Fernando en aquella forma jocosa de describirse: “yo he sido a un tiempo profeta, periodista e historiador. Primero me ha tocado alertar: ‘va a pasar esto’; luego decir: ‘está pasando esto’; y por último contar: ‘pasó esto’”.

Entendimos en toda su complejidad personal y social el valor de esa tríada al abordar en sus clases el segundo intento de universalización del marxismo, que a diferencia del primero, aconteció en el tercer mundo hacia la segunda mitad del siglo pasado. Y en el fragor de ese segundo intento, desde la Cuba de los 60, descubrir al jovencito que se fuga con su revólver de una escuela emergente cuando ante la Crisis de Octubre llega la orientación a los alumnos de permanecer estudiando[18]; que, cuatro años y varias broncas después escribe la pieza fundamental de su profecía: “El ejercicio de pensar”[19]; que analiza los reveses –con optimismo histórico– mientras suceden, en ese testimonio de la resistencia y el pase a la ofensiva que es En el horno de los 90[20]; y que en las dos décadas siguientes argumenta –andando en la historia[21]–, por qué seguir abrazado(s) a idéntico mástil.

Era el mismo Fernando que nos insistía: “ustedes la tienen más difícil que nosotros; nosotros lo teníamos todo más claro, ustedes lo tienen todo menos claro, quizás porque está todo menos claro ahora”.

Rumiando las posibles causas de esa menor claridad, se me ocurre que una de ellas está asociada a que la lucha por el relanzamiento de la revolución en Cuba debe vérselas con un asunto muy serio: el de las propias creaciones de la revolución. ¿Cómo lograr que esas creaciones se trasciendan sin negarlas? O dicho de otra manera: ¿cómo convertir la superación en causa principal de su pervivencia? ¿Cómo evitar el drenaje de sus contenidos? Las respuestas supondrán encontrarles rápido a nuestros vehículos un nuevo modo de funcionar, porque ellos también nos conducen.

Allí donde renazca, hacerlo envejecer

Confesaba Fernando que en algún momento de su ostracismo su hija Liliana le preguntó: “papá, ¿tú eres el jefe de la generación del silencio?”, a lo que él no supo responder. Después bromeaba con un pensamiento que lo asaltó en sordina: “caramba, si esta muchacha sigue avanzando tendré que matarla”.

Me regocija que la suya, la de sus compañeros, no haya resultado ser la generación del silencio.

Muchos atribuyen lo anterior al fracaso del “socialismo” en Europa del Este, como la coyuntura que les dio la razón y los colocó otra vez en la palestra. Yo prefiero asociarlo a algo no esporádico: la permanencia en ellos de la idea, los principios y una forma específica de defenderlos.

La generación a que pertenezco tiene entre sus peligros el de la repetición o el adocenamiento, lo cual a la larga terminaría convirtiéndola en una generación del silencio, pero de uno peor: antes de ser acallados luchando, enmudecer sin haberlo hecho.

Entonces, nos corresponde hablar donde quiera que se abra un espacio digno, y martianamente, con los actos: como mejor se habla. Ser conscientes de que tan perjudicial e indecoroso resulta servir a emisarios de lógicas empresariales, los que colocan la motivación fuera de la idea, como a la poda de las ideas en nombre de la custodia del socialismo. Darnos nuevos medios de expresión y salvar entre todos los que existen. Saber distinguir bien cuáles son las demarcaciones de nuestro campo, para ensancharlas y volverlo el campo más grande. Las revoluciones no se administran, se hacen.

Si es con ojos de funeral que en derredor miramos, Fernando deja un claro terrible en tropas menos nutridas que antes. Pero esos son solo ojos de cristal, de ver afuera. Los suyos, los de afilada cuenca y bolsón debajo, nos dicen que entró a movernos mejor, con esa forma de “orientar” –¿o debería decir “proponer”?– a la que una pedagogía política en la transición socialista no puede dar espalda.

Falleció el 12 de junio de 2017. El mismo día, dos años antes, cerraba el último seminario del curso que nos cambió la vida.

Acertó aquel compañero suyo cuando en uno de los homenajes póstumos inició así su intervención: “A Fernando no digo ‘donde quiera que esté’, porque Fernando está en todas partes”. Tenía que estarlo para el amigo de tanto trecho.

Mas cuando apenas comenzaba a llenar partes de mi generación, se ha ido Fernando… para apurarnos.

Ya provoca escándalo morirse a los 78 años sin geriatría; seguir siendo joven en la muerte es un bochorno para los vivos. Él sabe que volverá con frecuencia, pero quiere, necesita, regresar más viejo cada vez. Ayudemos al hereje. Ahora somos los responsables de su ubicuidad, que cambió el “don” por la conquista.

Notas:

[1] Martínez Heredia, Fernando: “La sabrán defender todavía”, en Cuba en la encrucijada, Ruth Casa Editorial y Editora Política, La Habana, 2017.

[2] http://www.cuba.cu/gobierno/discursos/2005/esp/f171105e.html

[3] “Ser culto es el único modo de ser libre” Martí, José (1884): “Maestros ambulantes” en José Martí. Obras completas — Edición Crítica, Centro de Estudios Martianos, 2016, p.124.

Nota del autor: Propongo la lectura completa y cuidadosa del artículo de José Martí para una mejor comprensión del uso que hace del concepto “cultura” y de los problemas específicos a que, con él, se enfrenta.

[4] http://www.juventudrebelde.cu/cuba/2007-10-07/che-expresion-viva-de-la-herejia-cubana

[5] Dos ejemplos clásicos paradigmáticos –y diferentes entre sí– son Karl Marx (1818–1883) y Max Weber (1864–1920).

[6] http://www.epoca2.lajiribilla.cu/articulo/4546/un-duelo-de-labores-y-esperanzas

[7] Ejercicio de pensar

[8] P.60 de la Antología

[9] Ejercicio de pensar

[10] Martínez Heredia, Fernando (2001): “El Che Guevara: los sesenta y los noventa”, en El corrimiento hacia el rojo, Editorial de Letras Cubanas, La Habana, pp. 254–255.

[11] Para ahondar sobre las causas del cierre de ambos empeños, propongo la lectura de “Pensamiento social y política de la Revolución”, conferencia dictada por Fernando Martínez Heredia como parte del ciclo La política cultural del período revolucionario: memoria y reflexión, organizado por el Centro Teórico-Cultural Criterios. Puede verse en: Martínez Heredia, Fernando (2010): El ejercicio de pensar, Editorial de Ciencias Sociales, La Habana.

[12] Martínez Heredia, Fernando (2010): El ejercicio de pensar, Editorial de Ciencias Sociales, Ruth Casa Editorial, La Habana, p.76.

[13] Martínez Heredia, Fernando (2017): “No seamos siervos de ellas: trabajemos con ellas”, en: Cuba en la encrucijada, ob.cit., p.137.

[14] El curso está grabado en su totalidad y ya se edita para su publicación.

[15] “(…) y en que ha de parar el mundo, cuando sean buenos todos los hombres, en una vida de mucha dicha y claridad, donde no haya odio ni ruido, ni noche ni día, sino un gusto de vivir, queriéndose todos como hermanos, y en el alma una fuerza serena, como la de la luz eléctrica”, Martí José (1889): “La última página”, en La Edad de Oro, p.128, disponible en: https://elsudamericano.files.wordpress.com/2017/06/jose-marti-la-edad-de-oro.pdf

[16] Ver: https://www.marxists.org/espanol/m-e/indice.htm

[17] Carta del Che Guevara a Armando Hart Dávalos, Dar-Es-Salaam, Tanzania, 4 de diciembre de 1965, disponible en: https://www.rebelion.org/hemeroteca/argentina/filosofia310702.htm

[18] Ver entrevista a Fernando Martínez Heredia en: Suárez Salazar, Luis y Dirk Kruijt (2015): La Revolución Cubana en Nuestra América: El internacionalismo anónimo, Ruth Casa Editorial, libro electrónico.

[19] Véase en: Martínez Heredia, Fernando (2010): El ejercicio…, ob.cit., pp.139–158.

[20] Martínez Heredia, Fernando (2005): En el horno de los 90, Editorial de Ciencias Sociales, La Habana.

[21] Ver Martínez Heredia, Fernando (2009): Andando en la historia, Instituto Cubano de Investigación Cultural (ICIC) “Juan Marinello” y Ruth Casa Editorial, La Habana.


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