Por Josué Veloz Serrade
Ganar el gobierno y no tener el poder es la realidad de todos los procesos que quieren construir sociedades alternativas al capitalismo actual. Es un dato de la realidad que debe ser transformado paulatinamente a partir de la acumulación sucesiva de poder o de poderes. La vía mediante la cual hacerlo y el tiempo que requiere convertir al gobierno del pueblo en poder revolucionario, dependen de muchas variables.
Hay solo una constante: el pueblo.
Todas las tácticas que se desplieguen durante un gobierno de mayorías populares deben seguir dos principios fundamentales: ganarle tiempo a la burguesía, expresada principalmente en los grupos y corporaciones dominantes; y dotar sucesivamente al pueblo de herramientas de poder.
Estas herramientas van desde políticas públicas favorables, en las cuales una educación con ideología revolucionaria de nuevo tipo es esencial, hasta formas de organización colectiva donde se pueda vivir y experimentar la nueva sociedad que se está construyendo y desde las cuales se pueda defender el proyecto colectivo. Para esto último es necesario educar al pueblo en instrumentos cívico-militares que puedan ser desplegados de manera inmediata ante coyunturas adversas donde los grupos dominantes quieran retomar el gobierno por la fuerza.
La experiencia del ciclo de gobiernos progresistas nos encontró, después de varios años, sin un poder de medios de comunicación alternativos y sin grandes construcciones de colectividades de nuevo tipo donde el horizonte de una sociedad justa e igualitaria fueran experiencia común y cotidiana. En el horizonte estratégico está siempre la sociedad justa sin clases, en la cual se llegaría, por aproximaciones sucesivas y a través de una lucha violenta, a tomar de cada cual según sus capacidades y devolverle a cada cual según sus necesidades. Todo movimiento político revolucionario debe buscar con su accionar las vías y modos para que el pueblo, las grandes mayorías, abracen este proyecto y luchen por él.
Hay que saber que siempre nos estaremos preparando para ese enfrentamiento final.
Que ese enfrentamiento no es el fruto de que algo nos salió mal; todo lo que se pone en práctica en una revolución antes de tener el poder va dirigido a preparar ese momento y hacerlo de manera que obtengamos una victoria de la que no puedan reponerse jamás los burgueses e imperialistas.
Si llevamos tanto tiempo peleando deberíamos saber de sobra que al capitalismo no le interesa la vida humana y, por supuesto, menos la democracia.
Ya en Grecia hace unos años Alexis Tsipras y su partido Syriza le pidieron al pueblo que dijera en referéndum si querían o no la austeridad que les imponía la Unión Europea y los grupos económicos dominantes del capitalismo central. Aquel pueblo hundido en la miseria y la pobreza de la austeridad votó contra el ajuste. Tsipras llegó a afirmar que no se pondría corbata hasta que salieran de la crisis. Con el pueblo en las calles y con todo el apoyo político que le habían entregado, le impusieron un ajuste mucho más espantoso y el pueblo fue traicionado en su decisión de luchar. Tsipras seguramente no se pondrá una corbata nunca más.
Si el factor permanente y decisivo es el pueblo, uno no se baja del carro de la Revolución cuando aquel está en las calles dispuesto a todo para defender lo poco y mucho que conoció de esa sociedad con la que todos soñamos.
Los pueblos salen a luchar por ese horizonte no realizado pero que sienten posible a partir de lo conquistado o lo que está por conquistar. Hoy el problema fundamental de nuestros pueblos es el de su conducción política. Esta no se encuentra a la altura del nivel político y revolucionario de las masas en nuestro continente. Las distintas movilizaciones populares que hemos vivido en Ecuador, en Chile y ahora en Bolivia lo demuestran.
Los Ponchos Rojos en Bolivia dijeron que capturarían a Fernando Camacho, uno de los líderes del golpe al frente del Comité procívico de Santa Cruz que llama «indios» con desprecio y racismo seculares a los pueblos originarios. El Movimiento Tupac Katari propuso tomar alcaldías en un acto frente a Evo Morales y Alvaro García Linera. Los pueblos saben cosas que sus líderes parecieran desconocer.
Algo sí es cierto: ninguna «alameda» se abrirá solita y cuando el pueblo sale a las calles después de haber entregado el 47 porciento de sus votos, lo único digno es salir a las calles, a vencer o a morir con él.
Luchar por la vida de Evo, por la superación de los errores que dieron al traste con el gobierno y proyecto del MAS –Movimiento al Socialismo– (admisión de la OEA y aceptación de sus «sugerencias», concesiones continuadas ante la presión escalada de la derecha proimperialista, vacilación ante la urgencia de dotar al pueblo de instrumentos para defender sus conquistas, etc.) y por la radicalización del proceso revolucionario en la tierra donde cayó el Che, se convierten en tareas irrenunciables, desde hoy, de todos los revolucionarios del mundo, de todos los seres humanos íntegros.
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