Por Rosario Alfonso Parodi
De la serie: «La unidad no es hija única»
Publicado originalmente en La Gaceta de Cuba. №2. Marzo/abril 2019. pp. 27–29.
Cuando me preguntan en qué trabajo ahora, respondo que escribo la biografía de un muchacho que vivió solo veintitrés años y que se llamaba Fructuoso Rodríguez. El que lo identifica de alguna forma, me responde: «Ahhh, estás escribiendo la biografía de un mártir». Es que Fructuoso es «uno-de-los-mártires-de-Humboldt-7», que es la dirección exacta de la muerte, o sea, una injusta remisión directa, de una vida completa, compleja, vivida con brío, al momento específico, limitado y por suerte efímero de su final trágico. Pero esa representación genérica, restringida, es el resultado de la designificación que han padecido en la posteridad vidas muy valiosas y ejemplares.
Si bien es verdad que la Revolución enseguida que tuvo el poder hizo posible que se asumiera la historia de luchas del país como identidad, como orgullo y como fuente nutricia de actitudes y cualidades, si es verdad que tres meses después del triunfo ya la fachada de la casa natal de Fructuoso en el pueblo de Santo Domingo tenía una tarja, y el parque, al costado de la iglesia, un busto suyo con las letras en bronce que decían: «Libertad / Igualdad / Justicia» (que por cierto ya no están), si la Universidad Agraria de La Habana lleva su nombre y el hospital Ortopédico de La Habana también, el contenido detrás se fue opacando y consumiendo.
Es que enseguida que la historia se hizo consustancial a las actividades de la nueva política y de la propaganda, y se les otorgó a las instituciones reproductoras de la historia (la escuela, los medios masivos) el papel de constreñir todo lo que existió a la unidad, identificada esa unidad como la piedra angular de la supervivencia de la Revolución frente a un enemigo muy real y muy poderoso, y entonces el recuento de esas vidas fue más difícil de hacer, cumpliéndole a esa necesidad.
Porque poco a poco se le fue achacando también a la búsqueda de la unidad (bajo el entendido de que la falta de ella condujo a todos los descalabros históricos nacionales) la ideación de procesos de reproducción de la memoria equivalentes a rituales religiosos y se empoderó un tipo de difusión y un tipo de educación unidimensional, que homogeneizó y dogmatizó una parte del pasado, especialmente del pasado reciente, lo cual tenía como agravante el hecho de que algunos de sus protagonistas no solo vivían y viven sino que han mantenido posiciones importantes, decisivas, dentro de la Revolución.
Para homogeneizar fue necesario sustraer una parte grande de la información, porque ella decía que en los años de lucha, y después del triunfo, y siempre, hubo un sinnúmero de tensiones, diferencias y polémicas entre los involucrados en hacer una revolución, y todo eso fue poco a poco convirtiéndose en materia sensible, primero; luego en parcelas de olvido. Entonces vinieron las consecuencias drásticas: entre otras muchas, la banalización de grandes y complejos procesos, la naturalización y la desestimación, por parte de amplias mayorías, de derechos conquistados a partir del derramamiento de la sangre de unos y la brega incansable de otros; también la conversión en objetos inanimados, encartonados, descoloridos, de aquellos que nombran las fábricas, cuando eran personas.
Por eso lo primero que hay que hacer es tratar de desmontar, con un trabajo serio de investigación y con honradez intelectual, la idea profundamente errónea de que la mirada al pasado y la observación de sus conflictos debilita al país. Por el contrario, es imprescindible para investigar y para vivir la Revolución creadoramente contar con armas como la crítica, la reflexión, la inquietud.
Partiendo de ese escenario, pretender escribir la vida revolucionaria de un joven, dirigente insurreccional cubano en la lucha contra Batista, como fue Fructuoso Rodríguez, organizador y líder del Directorio Revolucionario, un movimiento radical, fuerte y muy prestigioso en su momento, pero que ha vivido su propia posteridad difícil, es muy complejo.
Para hacerlo hay que partir de una aproximación a la Revolución como un proceso protagonizado por seres humanos, insertos y retando la tremenda complejidad de lo social. Hay que dar importancia a todo e indagar en la subjetividad, no hablando de la simple oposición entre sujeto y objeto, para resaltar al sujeto, sino indagando en la unidad de esa subjetividad, de ese hombre que no es fragmentado.
Es fundamental, en primer lugar, hallar las fuentes en las que el sujeto configura su fundamentación ética. Por ejemplo, en Fructuoso, entender que si es verdad que libertad, antimperialismo y justicia social fueron guías generales, expresas y permanentes en la proyección de sus ideales; libertad, antimperialismo y justicia social tienen una relación compleja y proceden de una gran diversidad de fuentes. Entender que le fue necesario llenarlas, conectando con una tradición cubana de izquierda, insurreccional, antiimperialista, y para ello tuvo, quiso, fue, partícipe activo de ese Comité Pro Monumento a Julio Antonio Mella, de la preparación de tantos actos a contracorriente, de discursos, de textos de y sobre Guiteras. Por eso participó en las reuniones muy célebres con Gustavo Aldereguía, quien no solo tenía reliquias mellistas sino que era un revolucionario muy cáustico con el presente, o con Aureliano Sánchez Arango, que está borrado pero era paradigmático y discípulo de Mella y autor de ese libro importantísimo que se llamó Legislación Obrera, o con Willy Barrientos, héroe del 30, protagonista de tremendas charlas sobre Ramiro Valdés Daussá, porque Daussá, hoy un olvidado, era famosísimo y era esencial para Fructuoso y sus compañeros, reivindicado por la labor de superación universitaria que le costó la vida a Ramiro, pero también porque era símbolo de esa generación estudiantil que había desbordado los límites del recinto universitario y se había colocado, SIN MANCHARSE, en lugares dirigentes de la cosa pública cubana.
Otra cosa muy esencial para escribir la vida de un joven revolucionario como Fructuoso es tratar de distinguir sus motivaciones, las racionalizadas y las que son debidas a impulsos anímicos, algo sumamente difícil. Para eso es importante tener intuición como investigador, no solo para acceder al complejo entramado de hechos físicos y de conciencia, sino para entender cómo estos se trenzan.
Un ejemplo de cómo los impulsos anímicos son esenciales es, en Fructuoso, por ejemplo, la vivencia histórica, generacional casi, del famoso 15 de enero de 1953, cuando amaneció el busto de Mella profanado, y los estudiantes se desbordaron. Fue la primera vez también que la policía se dispuso a matar. Y el 15 de enero es un día de quiebre para todos, pero para Fructuoso fue una especie de trauma personal porque tuvo que vivir (lo que para otros fue referido) el instante en que le dieron el balazo a Rubén Batista, «cuando se cayó arriba del amigo con la cabeza para atrás, cuando el vientre parecía sin sangre, pero en cuanto lo pusieron a salvo del agua y lo dejaron sentado en un quicio, una sangre negra le empezó a salir de un solo hueco y el compañero de Ingeniería, que lo cargaba, empezó a dar unos gritos espantosos, pero entre el ruido de los motores cisterna y las sirenas se desgañitó ahí, hasta que como veintipico de minutos después vino el pisicorre, donde metieron como unos sacos a los catorce estudiantes baleados».[1]
La vivencia específica de Fructuoso es la que lo hace acudir, sin fallar uno solo, todos los veintinueve días que duró en el «Calixto García» la agonía de Rubén y, cuando murió, Fructuoso hizo la guardia de honor al lado del féretro, con ese estado de culpa absurda de quien cree que va a ver y a tener todo y Rubén nada. Por eso Fructuoso participa de los primeros en la concreción de la idea de colocar un busto de Rubén Batista junto al de Julio Antonio Mella, instantáneamente destrozado por la policía. Por eso Fructuoso estará en todos (y fueron muchos) los intentos y los reintentos por honrar a Rubén, buscando más, acusando siempre al peligro de ser injustamente liviano con él.
Otro elemento esencial para reconstruir una vida es trazar el desarrollo de la trama asociativa del individuo, que es donde se afirma el sentido del civismo, de la ética, de la ciudadanía. Por ejemplo, entre las muchas marcas que deja en Fructuoso el Moncada (cuando en los días posteriores tuvo que hacer ese seguimiento muy duro de lo que había pasado, de todas esas cosas inexactas que fueron conociendo de los hechos) fue la conformación de esa impresión cerrada de que lo que sucedió concierne y afecta a todo el entramado de sus relaciones revolucionarias dentro de la Universidad.
Cuando primero dieron a conocer falsamente la muerte de Pedrito Miret y de Gustavo Arcos, sus íntimos amigos, cuando luego conoció la de Renato Guitart, un hermano para José Antonio, o la muerte de Boris Luis Santa Coloma, que estuvo con Fructuoso entre los últimos en bajar la Colina en los días posteriores al golpe de Estado, o de Fernando Chenard, con quien Fructuoso rompió el parabrisas de un carro oficial batistiano el día del entierro de Rubén Batista.
Otra cosa muy necesaria en estos casos es desaprender un grupo de cosas aprendidas; es sumamente difícil, pero hay que hacerlo. Desaprender, por ejemplo, que Fructuoso y sus compañeros son populares por ser revolucionarios.
Para José Antonio y Fructuoso conquistar la FEU será un proceso terrible, duro, porque todas las elecciones de Escuela y de la Universidad a las que se expusieron son remedos de la política electoral cubana, juegos de intereses, combates entre tendencias, donde sobresalen siempre las favorables al quietismo, y en estas tendencias se encuentran inclusive personalidades pretendidamente combatientes y antibatistianas, que retroceden cuando las circunstancias o el peligro los decantan. O sea, que si fue verdad que el agravamiento de las condiciones represivas, el crecimiento de José Antonio como líder, también la infatigable actividad de Fructuoso, los hará ganar el liderazgo de la FEU, este liderazgo no será indiscutido. Además, como los verdaderamente comprometidos con un proyecto que conduce a grandes sacrificios personales representaron siempre minoría, y como una parte enorme del estudiantado desea primero una vida académica estable, un curso regular y la terminación de sus carreras, es más exacto decir que José Antonio y Fructuoso ganaron, cada vez que ganaron sus Escuelas y la FEU, a pesar de ser revolucionarios y no por serlo.
Otra cosa que hay que desaprender es esa percepción de conciencia del destino trágico que se le atribuye al héroe desde la antigüedad, ese sentido de trascendencia y de sentirse histórico, que no estuvo entre sus motores de impulso (eso no es lo mismo que vivir con experiencia histórica, algo que sí hicieron). El hecho es que a pesar de que Fructuoso vive una maduración física y mental veloz, una juventud muy breve, a pesar de que sufre pérdidas (Fructuoso inclusive vio morir a José Antonio frente a él), es (además de su temperamento) la búsqueda de la felicidad y el avizorarla lo que le permitió vivir al límite sin pensar como otros que esa no era forma de vivir. Fue también lo que lo proveyó de esa capacidad de mantenerse con gran optimismo hasta el día final.
Otro elemento básico para reconstruir es, lógicamente, dar importancia a la documentación, aprovechar todo, la carta política, la esquela personal con un verso, el listado de prendas en un museo. Ahí el problema mayor está en el ocultamiento consciente, consistente, sistemático por parte de algunos seudo albaceas de la memoria que se erigen en decisores de lo que es lesivo a la Revolución, a un proceso, a una organización, a una figura. Esos arbitrarios decisores y sus prerrogativas deben ser denunciados y amonestados, para tratar de detener el secuestro y, a veces, la desaparición definitiva de documentación que es propiedad del pueblo todo y no de unos cuantos.
De todas formas, el hallazgo efectivo del documento implica tomarlo sabiendo que su producción no es garantía de objetividad, que los documentos son tan subjetivos e interesados como la palabra oral, y también con la claridad de que la conservación de uno en detrimento de otro marca otro tipo de arbitrariedad: la del azar. O sea, una carta se puede no querer guardar y conservarse por causas fortuitas, otra muy preciada es quemada por miedo, por pudor. Otra cosa importante es que a veces la acumulación de aprendizajes de la posteridad da a un documento significados que no tiene. Un ejemplo es esa carta que Fructuoso escribió cuando fue liberado después de la manifestación contra el primer aniversario del golpe. Liberado el 13 de marzo de 1953, Fructuoso escribe «el 13 de marzo será sin dudas, ya lo es para mí, un día histórico, hoy es el cumpleaños de Rubén Batista».
Es crucial hacer amplio uso también de las fuentes hemerográficas como un caudal magnífico, que permite trazar un mapa importante y panorámico, no de lo que sucedió, sino de lo que se legitima, lo que se muestra, cómo se muestra y por quiénes. Para ello, hay que saber bien a quién sirve cada periódico, y por qué, por ejemplo: El Crisol reporta distinto que Prensa Libre.
Otra fuente que tiene un valor grande es la testimonial, que para la historia reciente es una tentación enorme; también es lo que más abunda de la historia de la Revolución. El testimonio es importante, pero sabiendo que el recuerdo está sometido al olvido y a la selección. La memoria es acomodaticia y su reproducción se somete a valoraciones interesadas (a veces muy estereotipadas y estrechas) sobre qué es dañino para la posteridad de tu jefe, de tu amigo: que si mató, no se dice; si se opuso a alguien que después fue importante o histórico, no se dice. También se adaptan los análisis de las actuaciones del pasado (inclusive las propias) a las reglas de lo que es correcto, aceptable y permisible en el presente. Y entonces es difícil acceder solo por esa vía a una reconstrucción que no sea muy exterior.
Un ejemplo sometido a ese gravamen pudiera ser, en el caso de José Antonio Echeverría, la personalidad de Rolando Cubela, una de las personas más queridas por José Antonio, un integrante de su círculo más íntimo, que está con él de primero en todo lo que José Antonio hizo y convocó. Es incluso la primera persona a la que Fructuoso escribe después del 13 de marzo; le dice «Rolando, sé que has llorado mucho». O sea, para José Antonio y Fructuoso nunca existirá el comandante Cubela o el dirigente de la Revolución captado por la CIA. Pero de todas formas el testimonio lo borra todo lo que puede, o lo marca con un asterisco. Y es necesario preguntarse si la vida de José Antonio debe prescindir o vivir un ajuste de cuentas que pertenece a un futuro que le es ajeno.
Es importante decir, aunque sea básico, que para toda reconstrucción de hechos, de percepciones, de condicionamientos, hay que insistir en los contextos mundial, nacional y personal. Hay que tener en cuenta como fundamental la dimensión económica, el tejido de las relaciones sociales, la actividad de la red personal, de los grupos, de las organizaciones políticas, de las instituciones y cómo estas relaciones definen, regulan, organizan.
El pasado de la vida de Fructuoso es un pasado muy joven: solo 20 años antes del comienzo de su vida política activa cayó Machado; los veteranos que habían luchado con Maceo están vivos y se sientan en los portales de las casas de veteranos; la II Guerra Mundial es materia reciente, que puso flaquísimos a todos los primos de Fructuoso en Santo Domingo; antes, la Guerra Civil de España tuvo importancia entre muchos cubanos que manejan nombres fluidamente y slogans como «El fascismo quiere conquistar Madrid» y «Madrid será la tumba del fascismo».
El tema muy ocultado y que limitadamente se conoce hoy como «la guerra de grupos» es medular dominarlo, conocer quiénes los fundan, los objetivos originales y las declinaciones de tantas organizaciones pretendidamente revolucionarias. Es esencial entender cómo funciona arterialmente el fenómeno del clientelismo político en Cuba. Se debe conocer bien a un grupo de gente que fue clave para entender por qué en el presente de Fructuoso participan aún sus nombres de una guerra de sentidos.
Es crucial dominar bien las conexiones, pero también las diferencias entre gansterismo y bonchismo. Algo que nos remite a la importancia de hacer un manejo adecuado del lenguaje, igual que a la importancia de entender que el lenguaje, como los conceptos, tiene historia.
Hay que dominar todo sobre el tema de la Autonomía Universitaria, por ejemplo, eso tan grande y tan sagrado y tan invocado, que era un logro cubano, inédito en el mundo, del gobierno Grau-Guiteras, para poder hacer un correcto análisis de por qué sobreviviría casi intacta desde el 10 de marzo hasta el 23 de septiembre de 1953, a pesar de que la dictadura ha violentado todas las otras normas.
Es necesario dominar el diseño del sistema político cubano, las personalidades, las alianzas, las bases de programa de los partidos para comprender por qué en menos de cinco años ya habrán envejecido de forma definitiva e irreversible.
Es muy necesario entender lo que se resuelve invocando las palabras «guerra fría», pero que es más complejo y medular, porque en todo el mundo occidental no hay valoración que escape a la excluyente dicotomía comunismo-anticomunismo. Porque en Cuba, por su dependencia real, indudable, la orden de Churchill en Fulton ha sido tomada como regla de oro y es reforzada con un bombardeo total y permanente en la prensa escrita, el cine, la radio, donde se recuerda sin tregua el termidor rojo de Stalin, las hambrunas, los gulags, las invasiones, las ejecuciones, la pobrecita Polonia y hasta pobrecito el zar. Y en ese sentido se produce una tremenda agonía por parte de ese grupo de revolucionarios que integra Fructuoso que son jovencísimos, pero se sienten radicales y reivindican todo lo de Mella y de Guiteras. Es una agonía doble porque mientras Batista los califica de «comunistas» para reprimirlos impunemente, con el visto bueno de Foster Dulles, a la vez el Partido Socialista Popular, preso en las cárceles del dogmatismo y del reformismo, se les opone, los niega, los fustiga, los combate.
En fin, hay muchos elementos más y es imprescindible manejarlos todos.
Finalmente, en lo formal, lo arquitectónico, es necesario construir una relación adecuada entre investigación y narración, ser ágil en el relato y además detenerse en los detalles, ser inventivo y sin embargo no inventar.
Aunque es cierto que una biografía es un mosaico, y quizás hasta sea cierto también lo que dice Paul Valéry de que hay personas de las que nada se puede decir que no sea enseguida inexacto, es necesario romper, fracturar el sentido utilitario que se les ha asignado a algunas historias de vida; contar para ello, insisto, con las armas de la crítica, la reflexión, la inquietud y la honestidad intelectual.
Porque solo desasidos de todos los miedos se puede preguntar al héroe como preguntaba Unamuno: «¿por qué, por qué no quieres escudo?» Y entender cuando el héroe responda: «Escudo me estorba, quiero espada, no quiero más que espada».
Notas:
[1] De mi biografía de Fructuoso Rodríguez, en proceso.
Puede ver todos los textos de la serie aquí:
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