Frank País, ni de mármol ni de bronce

Por Reinaldo Suárez Suárez

De la serie: «La unidad no es hija única»

Publicado originalmente en:

https://revista.ecaminos.org/frank-pais-ni-de-marmol-ni-de-bronce/


Convocado al homenaje por el cincuentenario de su muerte, por elemental autoexigencia me di una orden: hacer a un lado el facilismo de erigir a Frank, con letras, como una escultura de mármol o de bronce. Habría variadas razones, casi naturales, para el acomodamiento; por ejemplo, la de que Frank lo merece, así de sencillo y sin más trámites. Por demás, desde la infancia he asistido una y otra vez a la veneración y el culto a su memoria, por parte de todos — dirigentes políticos, historiadores y aficionados y curiosos del pasado — a los que alguna vez escuché relatar episodios de la insurrección cubana. 
 En consecuencia, surgió la idea inicial, indócil y necesaria: ofrecer de Frank una imagen de carne y hueso, sin pedestales que alejen y mitifiquen, útil a los que en su escasa edad biológica, equivalente a la del mártir del Callejón del Muro, o en sus determinaciones y participaciones sociales, diferentes por necesidad, requieren — o les aprovecha — descubrir conductas elevadas y virtuosas para fraguarse. Lograrlo fue un propósito inicial, de antes de iniciar las lecturas.

Para obtener ese saldo debía reunir, junto a la entereza y méritos de Frank, algunas impurezas, sombras, debilidades, errores, que contrastaran con el cuerpo de virtudes unánimemente reconocidas. Por lo menos eso quise para buscar al hombre, queriendo esquivar el mito.

A falta de textos que me auxiliaran en la construcción del balance de lo humano en Frank, hice un desesperado esfuerzo de última hora: emboscar de conjunto a cuatro destacados compañeros de lucha: Asela de los Santos, Enzo Infante, Casto Amador y Miguel Deulofeu. Muy poco obtuve, salvo algunos elementos de su biografía que se prestan para el debate, consustancial a todo revolucionario. Quizás por lo que me dijo Asela: Frank alcanzó a vivir tan poco tiempo que es difícil hallar conformadas sombras.

A cada paso se me reveló un joven extraordinario por su capacidad de sacrificio y los saldos de su entrega rebelde. ¿Cómo darle importancia a nimiedades, casi habituales en un hombre joven? ¿Qué importancia historiográfica conceder, por ejemplo, al hecho cierto de que se hubiera permitido, en algún momento de su más temprana juventud, varios romances simultáneos?

De seguro, en una sociedad machista, Frank no fue menos que sus contemporáneos o que los miembros de esta generación que en algún momento hemos tenido igual comportamiento. Sin pretender avalar lo que por definición es incorrecto, lo cierto es que más que a la censura, los hechos de esa textura lo acercan al común de los jóvenes. ¿Pero a qué imputar esa u otras conductas íntimas? Lo que aparezca y sea relevante, lo incorporaré al texto.

En verdad, fui emboscado por el mérito y la virtud; descubrí tanta luz que hurgar con premeditación para hallar sombras sería un crimen. Terminé por aceptar que debía entregar lo que encontré, sencillamente. Ello significaba construir una imagen de los rasgos esenciales de Frank País que por sus contornos y densidades podría pensarse que son de mármol o de bronce, pero que son, por supuesto, de carne y de hueso.

Dos rasgos distinguen a Frank: su juventud extrema y su estatura extraordinaria. Cuando lo asesinaron Frank tenía solamente veintidós años y una autoridad indiscutida, respetada por cientos de combatientes insurreccionales. Y una dimensión histórica de primer orden en la percepción de sus compañeros de generación política. Prueba al canto, las valoraciones emitidas por los dos dirigentes más reconocidos de la Revolución cubana: Ernesto Che Guevara y Fidel Castro.

Al conocer del crimen, en la intimidad de una carta a Celia Sánchez desde las estribaciones de la Sierra Maestra, el doctor Fidel Castro, entonces líder del Movimiento 26 de Julio y Comandante en Jefe de su Ejército Revolucionario, escribió: «¡Qué monstruos! No saben la inteligencia, el carácter, la integridad que han asesinado. No sospecha siquiera el pueblo de Cuba quién era Frank País, lo que había en él de grande y prometedor».

De la elevación de Frank y de cómo esa grandeza era percibida por sus compañeros, da cuenta el Che Guevara, normalmente escaso en encarecimientos, quien, por cierto, confesó haberlo tratado en una sola ocasión: «…era uno de esos hombres que se imponen en la primera entrevista… Yo sólo podría precisar en estos momentos que sus ojos mostraban enseguida al hombre poseído por una causa, con fe en la misma y además, que ese hombre era un ser superior. Hoy se le llama ‘el inolvidable Frank País’; para mí que lo ví una vez, es así».

Ocurre que su vida, que roza la leyenda, parece una inmensidad. Frank vivió tan intensa, madura y protagónicamente que concluyó por sobredimensionar su tiempo vital. Mas, adelanto una conclusión, para que no se crea que apunto a lo sobrehumano: su hombradía se explica porque fue, sencillamente, un torrente humano, una sorprendente y armónica reunión de virtud e ímpetu, que tuvo el privilegio de expresarse sin cortapisas en el momento crítico en que un modo de República se precipitaba al vacío. El crecimiento de Frank País a la estatura revolucionaria que se le reconoce obedece a cualidades humanas y culturales de base, acumuladas y en reserva, que se desarrollaron al compás de las exigencias que le planteó la realidad cubana.

Dicho de otro modo: la concurrencia de sobresalientes características personales y de circunstancias excepcionales lo hicieron quien fue.

Ayer, la muchacha que fue a buscarlo a la prisión tras su última y definitiva liberación, para evitar que lo mataran, me hizo una sugerencia: tomar una fotografía de José Martí y otra de Frank País y taparles con las manos la frente y la nariz a ambos. Me asegura que quedaré asombrado por la similitud tremenda en la mirada. Quizás, no sé: siempre quedará en el reino de lo interpretativo. Pero hay una verdad como un templo: Frank País fue esencialmente martiano, y eso tuvo significados trascendentes.

Frank perteneció a una generación revolucionaria que se identifica como la del centenario de José Martí. Y eso no sólo por haber insurgido en el año en que se cumplió el siglo de existencia del Apóstol. No. Era mucho más que eso. La razón fundamental no fue el 28 de enero de 1953, sino que fue una generación inundada ideológicamente por el ideario patriótico y revolucionario de Martí, en la que concurrieron dos circunstancias convocantes: numéricamente, un especial aniversario martiano, el cien; y un trastorno político capital en la historia nacional, un golpe de estado ocurrido diez meses antes. La dictadura resultante arrojó a la revolución a los jóvenes de la década de los cincuenta. Por supuesto, esto es la superficie, lo más visible. Pero otras circunstancias son vitales para entender el fenómeno, y si acudo a ellas es porque se entroncan de manera inevitable cuando se trata de entender al extraordinario revolucionario que todos aceptan fue Frank País.

La suya será la primera generación que invocará revolucionariamente y tendrá a Martí por su mentor ideológico. Otras, anteriores, no habían llegado a tanto. Ello obedece a un hecho que había venido a lograrse, en lo fundamental, una década antes: el rescate del Martí revolucionario. Durante décadas prevaleció un Martí santificado, apostólico, sublime, erudito; fue un predominio que escondió al otro, al arquitecto de un sistema de ideas de muy vastos contornos y utilidades, más allá de la mera estética, organizador de una revolución frente a la tiranía, al revolucionario enfrentador de la inequidad y la injusticia, al transformador útil para la acción política. Aunque sólo parcialmente lograda, esa recuperación del otro Martí — el verdadero, quizás — permitió un acto de apropiación generacional. La lectura de y sobre Martí y la reflexión sobre sus contenidos condujeron a la formación de un sustrato ideológico de orientación y resolución. Muy temprano, Frank País, quien en su adolescencia había llegado con muy enérgicas inquietudes intelectuales a la obra martiana cuando se estaba produciendo ese proceso, será uno de sus contenidos. Martí lo henchirá de ideas y determinaciones misiológicas en el camino del deber.

Un segundo hecho, común, es que la escuela cubana, de la mano de anónimos maestros, hombres y mujeres que también estaban henchidos, ayudó a sembrar un tejido patriótico desde la épica independentista. Frank, en su medio inmediato de las aulas, y por sus muchas lecturas, se nutrió abundantemente de las herramientas históricas y culturales que le permitieron asumir con sencillez la determinación de morir por la patria como exigencia última para conquistar el goce de derechos fundamentales y una vida libre, honrada y digna. Pareciera retórico, pero es una verdad sin la cual no es posible entender lo que viene luego.

En su caso, faltan al menos dos elementos esenciales más: el hogar y su orgánica relación con el culto bautista.

Frank, primogénito de la familia, quedó huérfano temprano. Cuando el niño tenía cinco años, su madre, doña Rosario García, humilde y recta, quedó viuda con tres hijos: él, Agustín y Josué. La integridad y la rectitud de Rosario y la condición de hermano mayor de Frank le sembraron carácter y responsabilidad. No haber conocido la miseria le permitió crecer sin sus marcas, pero la humildad de su hogar y de su barrio, y la relación directa con los pobres, le hicieron exigencias que forman y que contribuyeron a edificarle una visión humanista, comprometida socialmente. No faltan los que advierten en Frank una propensión a la reflexión y cierto aire de sumergimiento o tristeza de hondas raíces personales y familiares. A estamparle más firmeza en una conciencia de clase concurrieron dificultades varias y extendidas con su hermana Sara, hija del primer matrimonio de su padre, quien económica y socialmente constituía lo opuesto a su realidad.

Concurrentemente, su hogar fue profunda y sinceramente cristiano. Su educación básica transcurrió en escuelas de la congregación bautista de Santiago de Cuba. De hecho, por su calidad humana y sus posibilidades circunstanciales, Frank debió ser un líder protestante.

Debido a distanciamientos con el culto católico, su padre, Francisco País Pesqueira, natural de Galicia, se convirtió al protestantismo y fue ministro evangélico en muchos sitios de España y Cuba hasta establecerse definitivamente en la primera Iglesia Bautista de Santiago de Cuba, donde le sorprendió la muerte en octubre de 1939. De hecho, Frank nació en 1934 en la casa pastoral, en un lateral del segundo piso de la Iglesia Bautista ubicada en Carnicería y Enramadas que ocupó su padre cuando le asignaron el liderazgo de aquella congregación. En sus primeros años, incluso después de la temprana orfandad paterna, Frank vivió en hogares aledaños al templo bautista, en relación directa e influyente con la congregación santiaguera. Su madre, doña Rosario, él y sus hermanos, se beneficiaron durante un tiempo de una pequeña asistencia financiera de la iglesia, con la que siguieron íntimamente ligados. Todo el entramado ético-religioso, el tejido humano y social de los bautistas, lo penetró sostenida e influyentemente.

Es más, su relación con los bautistas fue militante, y en diversos escenarios orgánica y protagónica durante muchos años, casi hasta el final de sus días, hasta que la clandestinidad revolucionaria se lo impidió. Es imposible saber cuánto contribuyeron a las cualidades de organizador y de líder que desplegó posteriormente los desempeños conductores que temprana y sostenidamente tuvo al interior de la Iglesia Bautista, cuya educación estimuló en Frank el despliegue de vocación y habilidades para el canto coral, el dibujo o la música de piano y de órgano. Hay que decirlo con claridad: a partir de una exigente valoración estética, en ninguno de los casos esas habilidades personales alcanzaron a colocarlo en un plano artístico destacado. Revelan, eso sí, un mar de sensibilidad cultivada, con múltiples impactos en su personalidad, que le permitió ejercer liderazgos al interior de la congregación. Y lo mismo su temprana vocación escritural en verso y en prosa, con limpieza de formas para la edad; su entrenada ambición filatélica; la inclinación a organizar expediciones para sustraerse de lo urbano y artificial y entrar en contacto con la naturaleza en su estado más virgen; todas ellas le aportaron ternura y cualidades. No es poco: es un universo.

Todo concurrió para configurar la solidez de valores éticos, religiosos y patrióticos que le perfilaron un carácter dulcemente austero y una precoz gravedad.

Todo y más, reunido, mezclado, sin posibles jerarquizaciones, lo edificaron muy tempranamente. Y cuando tuvo ante sí exigencias coyunturales, Frank País se desplegó en todo lo que contenía, asombrando. Es posible hallar en su biografía rastros que permiten conjeturar en cuanto al que era y debió seguir siendo y al que fue finalmente.

Pero su liderazgo estudiantil no fue corolario de una proyección trepidante, de una resolución nacida de propósitos y ambiciones propias. No. Frank era reflexivo, pausado, suave, casi la antítesis del habitual dirigente estudiantil, especialmente en una época en que los discursos inflamados y la retórica de trinchera ganaban aplausos y los votos necesarios. Su liderazgo inicial fue religioso, para lo que tenía todas las características exigibles. Sus cualidades intelectuales y su dulzura le daban otro dominio en la comunicación. Más que movilizar, seducía con el respeto. La tranquilidad que nace de la madurez prematura podría explicar los tempranos liderazgos que ejerció en la escuela dominical y entre los jóvenes intermedios de su congregación. Los bautistas de Santiago de Cuba le debieron la captación de no pocos miembros y simpatizantes.

En su adolescencia todo apuntaba a que Frank reditaría en su ministerio evangélico a su padre. Eso quería su madre. Probablemente él mismo lo pensó en más de una oportunidad. Su modelación religiosa, de hondas raíces, y sus muchos entrenamientos en el púlpito, en el coro, en el órgano, en el piano, en la escuela dominical, hacían natural, casi obvia, la asunción del ministerio. Cuando fue bautizado el primer día de septiembre de 1948, probablemente nadie dudaba de que abrazaría el magisterio evangélico. No ocurrió nunca, aunque fue una posibilidad latente por mucho tiempo.

Una semana después del bautizo matriculó la segunda enseñanza en el instituto de la ciudad, con el sueño de poder llegar a la universidad y vencer la carrera de Arquitectura. Las limitaciones económicas familiares lo disuadieron a los dos años. Antes, en 1949, había matriculado por concurso en la Escuela Normal para Maestros de Oriente. Fue el primero entre casi trescientos aspirantes que disputaron una veintena de espacios escolares, y mereció la matrícula gratis por obtener el premio en español. Ese sería uno más de sus muchos laureles escolares, porque siempre fue un estudiante que aventajaba a los demás a puro esfuerzo: las calificaciones de sobresaliente eran las medallas, de las que tuvo muchas. Esta última, por demás, le concedió un beneficio: redujo los impactos económicos inmediatos de su afán de superarse. En ese minuto de su vida sólo tenía quince años y era, como ya se ha dicho, el hermano mayor en un hogar del que la muerte había sustraído al padre guía y sostén diez años antes.

La Escuela Normal para Maestros dejará improntas en el adolescente. Comenzará a transformarlo, por las oportunidades de maduración que le brinda y las exigencias que le plantea. Bajo sombras sembradoras, especialmente la de la maestra Rafaela Tornés, Frank acrecentará su sensibilidad literaria y artística, su conciencia patriótica y su cultura de Martí — particularmente el revolucionario — ; y adquirirá un conocimiento nuevo, de impacto práctico: la admiración por la ejecutoria de la generación revolucionaria anterior, un inundador conocimiento sobre las luchas precedentes contra la tiranía política y por la transformación de la nación. Su encuentro con la memoria colectiva sobre Julio Antonio Mella y Antonio Guiteras le permitirá el atisbo de un posicionamiento político. Frank madura en cultura y logra distinguir en la historia y en la política nacionales. Aunque no se compromete, comienza a vislumbrar, justo en un momento muy singular: cuando el sistema democrático de partidos políticos tiene ante sí el dilema de viabilizar el elevado contenido social, progresista y garantístico de la Constitución de 1940 o conducir al país a una grave crisis.

Frank será un espectador del momento histórico en que el sistema político cubano entra en una crisis de credibilidad, en vísperas de un quiebre abrupto y definitivo.

Ya en 1950, en su segundo año de normalista, Frank debuta como dirigente estudiantil, algo que ni busca ni quiere. Sus compañeros de aula lo eligen delegado, y el presidente de la Asociación de Estudiantes de la escuela, justipreciando sus cualidades, lo designa vicesecretario de cultura. Fruto del reconocimiento de sus cualidades, y no por afán personal, Frank irrumpe discretamente en el movimiento estudiantil de la ciudad y participa en la creación de la Federación Local de Estudiantes de Segunda Enseñanza, en un momento en que políticamente nada define o aglutina a toda la masa juvenil.

El sistema político se conmociona por el descrédito que imponen la corrupción y la manipulación. Frank parece permanecer neutral, pero se está formando un juicio severo de la realidad. Va echando sustancia en su recipiente político, pero no tiene ambiciones de liderazgos públicos. 
Comienza a colaborar en una revista de estudiantes, Hosanna, y participa de exigencias por mejoras sectoriales. Sumergido en la masa, se incorpora a otras manifestaciones contra la corrupción administrativa, como la de la falsa incineración de los billetes. Y debuta como detenido por las fuerzas policiales. Algunas intervenciones suyas alertaron sobre su inteligencia y madurez, aunque no revelaron aún su potencial organizador.

Está construido de manera suave, antagónica a lo que la política estudiantil parece exigir. En él la fuerza no se transparenta, va sumergida, porque es fruto de una siembra cultural.

Lo más visible de sus cualidades empujó a sus compañeros a instarlo a aspirar a la presidencia de la Asociación de Alumnos en 1951. Perdió frente a otro candidato con mayor capacidad de inflamación. ¿Acaso las circunstancias no lo decidieron suficientemente a exigirse una proyección audaz, capaz de inclinar la balanza? Conociendo lo que viene después — su capacidad desplegada en la misma medida en que las circunstancias lo exigían — , es dable pensarlo.

A pocos meses de ese fracaso electoral ocurre un sismo en la historia republicana que lo trastoca todo, a todos: la interrupción del ritmo constitucional y democrático del país.

El 10 de marzo de 1952 se produce un golpe de estado de significados e impactos singulares. Se violentó no cualquier Constitución, sino la que había resultado de dos frustraciones: la de los revolucionarios de los años treinta, impedidos de coronar la revolución, y la de la reacción, imposibilitada de mantener el poder mediante la fuerza. Se conculcó un texto constitucional que era el orgullo y las esperanzas de la nación: sus avanzados preceptos apuntaban a crear en Cuba una democracia representativa y un estado de derecho con un inusitado matiz social en el concierto constitucional occidental, y con salvaguardas no sólo declarativas, sino jurisdiccionales. Era mucho en América.

Constitucionalmente, Cuba pasó a ser lo más progresista en el continente, precursora del tipo de Estado capitalista que se articuló en Europa para frenar al socialismo.

El golpe de Estado ocurría, además, en un país de hondas tradiciones civilistas, en el que los atisbos de tiranía o las vulneraciones de las leyes constitucionales condujeron siempre a procesos reactivos de carácter revolucionario. Por demás, el zarpazo lo producía un exgeneral y expresidente de nefasta trayectoria, Fulgencio Batista y Zaldívar, quien siendo el jefe del Ejército había traicionado el proyecto revolucionario de los años treinta y se había convertido en el verdugo de aquella generación rebelde. 
El golpe de estado hizo que brotara una nueva generación revolucionaria. Frank País será arrastrado por las nuevas circunstancias políticas, que le harán expresar energías y habilidades que había mantenido encerradas.

El golpe de estado construyó al Frank País que trascendió, lo lanzó a la grandeza. No albergo la menor duda en cuanto a esta conjetura: de no haberse producido el golpe de estado u otra circunstancia cismática, Frank País habría sido un distinguido y respetado pedagogo o un reverendo evangélico; un profesional con brillo e influencia, al menos local, como su padre, o más, pero dentro de ciertos límites previsibles. El golpe de estado empujó a Frank a lo extraordinario.

Como a su generación. Las tiranías políticas, por correlato, construyen, al menos, una generación de héroes. Y de mártires. Como Frank. En su caso personal, será un proceso de apenas cinco años que pasa por etapas que merecen ser caracterizadas.

En un primer momento, que se extiende por más de un año, Frank participa de las múltiples reacciones populares, principalmente estudiantiles, contra la implantación de la dictadura, y luego busca afanosamente un vehículo revolucionario para combatirla, a partir de lo que hay o de lo que crean otros; a la vez, se consolida en el medio estudiantil y construye un espacio de liderazgo compartido con otros que lo superan aún en ascendencia y proyección movilizadora.

Frank estará visible en las horas iniciales del golpe de estado, cuando se creyó que los militares en Santiago de Cuba podían ser el horcón de resistencia al cuartelazo. Estará entre los jóvenes que se presentaron en el Regimiento Maceo en espera de una acción de resistencia concertada. Vivirá la amargura de la República asaltada y la decepción de que la abandonaran los que tenían la obligación jurídica de defenderla: el presidente de la República y las instancias ejecutivas y de orden público, el poder legislativo y el poder judicial.

Instalada la dictadura, su vida cambió raigalmente. A las lecturas de buena literatura, cubana y universal, incorporó la literatura política de corte revolucionario. Paralelamente, durante meses, Frank concurrirá a lo poco que en Santiago de Cuba se articuló contra el régimen: la jura de la Constitución y su entierro simbólico, el homenaje desautorizado a Antonio Guiteras. Aún Frank no se destaca demasiado. Aún otros tienen más arraigo y nombre. Pero ya está resuelto a participar, y si es preciso, dirigir. La iniciativa muchas veces será propia. Su liderazgo no será inducido, sino consecuencia de su activismo.

Mientras se desarrollan esfuerzos diversos, inconexos muchas veces, de articular fórmulas de oposición alternativas a las estructuras heredadas del 9 de marzo, Frank participa destacadamente en la creación de organizaciones con potencial revolucionario. En mayo de 1952 se crea el Bloque Revolucionario de Estudiantes Normalistas, que a poco será el Directorio Estudiantil Revolucionario. Son estructuraciones estudiantiles en una nueva proyección política. Constituyen una primera señal de doble contenido: colectivamente, revelan la proyección revolucionaria de un sector de vanguardia del estudiantado de la ciudad; personalmente, son una señal de su capacidad para generar o enrolarse en nuevas y más eficaces formulaciones organizativas.

Poco después, ante la falta de otros vehículos más próximos, Frank aceptará aproximarse a organizaciones insurreccionales con vínculos con la vieja política: Acción Libertadora y la Triple A. Pero más que integrarse orgánicamente, Frank explora la verdadera disposición revolucionaria de sus dirigentes y las posibilidades de obtener a través de ellos, medios con que combatir a la dictadura. Para el verano de 1952, Frank se ha enrolado en la conspiración bélica contra la tiranía.

Justamente, su candidatura a la presidencia de la Asociación de Alumnos de la Escuela Normal de ese año, su último curso, obedeció a una decisión conspirativa de copar, de cualquier modo, la organización estudiantil. La candidatura de Frank, quien nuevamente quiso declinar la postulación por parte de sus compañeros, la decidieron concertadamente los conspiradores como garantía de controlar la organización en caso de que el candidato aparentemente contrario, José (Pepito) Tey, un amigo de características idóneas para el liderazgo político, pero conceptuado como demasiado rebelde, pudiera no resultar electo si se presentaba un candidato más moderado. Frank sería ese candidato moderado que desaconsejaría el surgimiento de un tercero. En realidad, los radicales que conspiraban en organizaciones subversivas aseguraban un espacio político que consideraban esencial. Fue electo Frank. La elección, dada la tradición revolucionaria de la escuela y la Asociación, colocó a Frank en el epicentro de los acontecimientos políticos de la ciudad.

A lo largo de un año, Frank estará inserto en dos frentes, uno oculto, de esporádicas contingencias, y uno público que lo hace cada vez más visible y ascendente, porque una y otra vez habrá de expresar sus opiniones a nombre de sus compañeros. En muchos sitios y oportunidades aparecerá Frank con posicionamientos que descubren su determinación antibatistiana: desde solidarizarse con los estudiantes de la Universidad de Oriente en defensa de la autonomía universitaria hasta denunciar las pretensiones de utilizar politiqueramente las vecinas escuelas para maestros por patronato de las ciudades de Manzanillo, Holguín y Guantánamo.

Cuando el primer año de dictadura termine, aunque con niveles de actividad creciente, los que llegarán a ser los líderes símbolos de las formas de lucha contra la dictadura, Fidel Castro y Frank País, en lo esencial, no habrán emergido protagónicamente. Ni se conocen siquiera.

La dictadura, al consolidarse por la incapacidad de los antiguos y nuevos grandes actores políticos de desplazarla, de obligar a dar marcha atrás o a un acuerdo de solución democrática, o de derrocarla, favoreció la radicalización de sectores emergentes, especialmente ligados al movimiento estudiantil, y la articulación de nuevas formas de concertación y participación revolucionaria. Frank, en Santiago de Cuba, estará en una actividad muy movida, en estrecha relación con dirigentes que le alcanzan en dimensión. Durante mucho tiempo, cuesta trabajo jerarquizar a Frank de otros líderes locales de su estatura: Temístocles Fuentes, Félix Pena, Radamés Heredia, José Tey y otros. Ellos están en relación conspirativa, y mucho de lo que surge o se produce tiene un sello colectivo o resulta difícil distinguir las participaciones individuales. Lo digo para que el lector no se sienta tentado — podría ocurrir — a reducir el protagonismo de otros que intervienen como organizadores o participantes, o a catapultar el de Frank en los acontecimientos del año 1953.

El mes de enero de 1953 tuvo mucha importancia simbólica y real en el calentamiento revolucionario del país. La represión violenta de una manifestación estudiantil en La Habana, con un saldo de lesionados y presos, entre ellos un herido grave que no logró recuperarse y murió — Rubén Batista — , y la conmemoración del centenario de Martí, propiciaron, junto a otros factores, una radicalización y una mayor capacidad de convocatoria de los sectores radicales. Aquel 28 de enero, Frank recriminará a sus compañeros de escuela: «parece mentira que esta sea la patria de Martí y que nosotros estemos en ella». Esa noche, como miembro del Directorio Estudiantil, organiza y participa en una secuencia de ruidosos sabotajes que dejaron vidrieras rotas y un apagón extendido por la ciudad. En lo adelante habrá manifestaciones cada vez más grandes en número y radicalidad, desde enterrar simbólicamente a Rubén Batista hasta tomar planteles de la segunda enseñanza. En marzo de 1953 Frank aparecerá en su primera causa penal en el Tribunal de Urgencia de la ciudad, acusado, con una veintena de compañeros, de tomar el Instituto de Segunda Enseñanza, agredir a las fuerzas policiales e injuriar al presidente de la República. Será absuelto por primera vez.

Ironías: Frank País nació el mismo año, 1934, en que la reacción cubana encabezada por Fulgencio Batista instauró los tribunales de urgencia, un esfuerzo represivo, de carácter sumario en lo judicial y extraordinario, para reprimir el movimiento popular y revolucionario. Cuando apenas haya pasado la frontera de la edad base de la responsabilidad penal, Frank comenzará a ser un recurrente acusado absuelto de delitos contra el orden público en tiempos de dictadura.

Una y otra vez, en cinco ocasiones acreditadas hasta hoy, Frank fue detenido y presentado ante los jueces especiales sin que lo sancionaran. En todos los casos, la habilidad y la estrategia judicial de su defensa, incluyendo el recurso de negar haber tomado parte en los hechos imputados, las torpezas de las autoridades para reunir pruebas incriminatorias, el azar de un policía que esconde para su apropiación la prueba material — una pistola ametralladora — , o las simpatías de los propios jueces por la causa revolucionaria, condicionarán las absoluciones.

Frank se integra al Bloque Estudiantil Martiano nacido en mayo de 1953 en la Escuela de Comercio, que se aproxima a sectores obreros. Y desde el Directorio Estudiantil estará entre los organizadores y ejecutantes de diversos sabotajes, incluyendo los primeros con explosivos. El curso radical que él y otros le imprimieron al Directorio fracturó las opiniones. Frente a la oposición de algunos al accionar violento de una organización que era pública, Frank propuso que, a la vez que permanecían en las organizaciones que posibilitaban agitar al estudiantado contra la dictadura e identificar a los más decididos, se fundara una organización netamente clandestina que obtuviera armas y explosivos y organizara la lucha armada. Fue así como aportó la primera organización insurreccional. No es casualidad que haya nacido en su casa, en un círculo básicamente de estudiantes, y que la llamarán Decisión Guiteras. La precariedad de medios y las complejidades de obtenerlos los indujeron a seguir perteneciendo a Acción Libertadora y Triple A, que tantos ofrecimientos bélicos hacían.

Mientras tanto, a principios de julio de 1953 Frank termina sus estudios de normalista, sólo que sus resultados docentes, por las múltiples implicaciones revolucionarias, se resintieron. Era un cruce de caminos en su vida personal. El título de maestro lo habilitaba para comenzar a ejercer oficialmente la profesión, y la culminación de los estudios le permitía seguir superándose en la especialidad en la Universidad de Oriente. También podía escoger, finalmente, el magisterio evangélico; no en balde en los templos bautistas de la ciudad o de El Caney tenía una relevante actividad. Hará casi todo: ejercerá como maestro y matriculará en la Universidad, mantendrá una estrecha y activa relación con la congregación. Pero lo fundamental es su compromiso político. Ya había hecho una elección de sacrificio y entrega que se contraponía a la actitud de muchos de sus compañeros del cuarto año, temerosos de que la agitación estudiantil les impidiera graduarse en el tiempo calculado. En El Mentor, nuevo nombre — concepto nuevo — que adoptó la revista Hosanna, Frank les espetará a sus compañeros de curso:

«Dolor. Pena. Vergüenza. Cuando dirijo mi vista alrededor y miro a mis compañeros, en que fijé mis esperanzas, por quienes sentí tanto cariño, no puedo menos que sentir tres sensaciones, porque parece mentira que estemos a pocos días de finalizar nuestro curso y que hayan de salir maestros. No se ve por ninguna parte ni los ideales, ni la pureza, ni los nobles sentimientos del magisterio… ¿Porque de qué sirve la cultura humana cuando se es traidor? Prefiero la sencillez cuando es sana, respetuosa y leal. Perder el curso dicen que es el miedo, perder la dignidad y el honor, como se está perdiendo, debía ser el verdadero miedo… Cobardía, cuarto curso. Eso irá impreso en nuestro título: Cobardía. Sea este mi pensamiento, venido del dolor común de nuestros corazones: Para Cuba que sufre.»

Son aldabonazos para incitar a oponerse con violencia a la dictadura. Él lo viene haciendo, pero desde las limitaciones de recursos y organizativas de Decisión Guiteras. Lo que ignoraba entonces era que, en las sombras, Fidel Castro, tras descartar al Movimiento Nacionalista Revolucionario del doctor Rafael García Bárcena como vehículo de lucha, por sus pretensiones putchistas, traería desde occidente un destacamento insurreccional con el cual asaltaría, el 26 de julio de 1953, los cuarteles Moncada y Carlos Manuel de Céspedes, en Santiago de Cuba y Bayamo. La ciudad fue sorprendida por el audaz intento de ocupar el Regimiento Militar y desencadenar una insurrección popular. Frank, como todos, fue sorprendido, pero reaccionó como pocos, en una dimensión que ayuda a aquilatar su determinación. Sin poder incorporarse a la acción, que fracasó en poco tiempo, se las arregló para acercarse y penetrar en el cuartel, apreciar lo que había ocurrido y averiguar las causas, y con conocimiento de la cacería humana que contra los combatientes desató la dictadura, preparar un suelto denunciando los crímenes y a los criminales por su nombre. Descubierto, con los impresores, fue sometido al Tribunal de Urgencia. Fue absuelto por segunda vez. Paralelamente, los moncadistas estarán siendo enjuiciados, y serán condenados. Fidel Castro y la mayoría de sus compañeros sentenciados permanecerán presos en Isla de Pinos hasta mayo de 1955, tiempo suficiente para que Frank País emergiera como el dirigente más capaz entre los insurreccionales de la región oriental, figura indispensable en la articulación de una organización revolucionaria de alcance nacional. Cuando Fidel Castro recobre la libertad se servirá espléndidamente, gracias al prestigio ganado en julio de 1953 y por su inteligente verticalidad política, de otras estructuraciones insurreccionales que tuvieron su oportunidad histórica de desarrollo mientras él permaneció prisionero: el MNR o Acción Revolucionaria Nacional. A la primera, Frank se integró; la segunda fue el saldo de su iniciativa.

Haber estado preso a raíz del volante denunciador le impidió a Frank presentarse a las oposiciones de los maestros, lo que lo obligaría a trabajar en el colegio El Salvador, con el reverendo Agustín González Seisdedos. A poco, matriculó Pedagogía en la Universidad de Oriente para asistir los sábados a clases. En su magisterio con los niños de primaria, Frank fundará lo que dio en llamar la República Escolar Democrática, con la que sedujo y organizó a sus alumnos y logró en breve una multiplicación de la disciplina y el vencimiento de los deberes.

En la Universidad de Oriente no será cabeza del movimiento estudiantil. Son otros, sus amigos o compañeros. El participa de cuanta agitación hay: en defensa de la autonomía universitaria que permite un marco provechoso para conspirar, o en recordación ruidosa del crimen contra los estudiantes de medicina. Mientras enseña y estudia, conspira. Y la conspiración para una opción violenta adquiere otras ambiciones. Frank se convierte casi imperceptiblemente, sin estridencias, en el eje organizativo. Está convencido ya, a finales de 1953, de la necesidad de construir una organización clandestina equipada de tal modo que esté en posibilidades de desafiar a las fuerzas represivas y combatir sus planes y estratagemas políticas. Comienza el precario y angustioso acopio de algunas armas.

Como el MNR, pese a la detención, prisión y exilio de su líder, Rafael García Bárcena, logra articularse en todo el país gracias al esfuerzo semiautónomo de un grupo de dirigentes jóvenes, especie de grupo dinámico, entre los que descuellan Armando Hart y Faustino Pérez, tras varios tanteos Frank y sus compañeros deciden incorporarse. Frank, quien pasó a ser en marzo de 1954 el jefe de acción del MNR, arrastró tras de sí a los miembros de Decisión Guiteras. Con unas primeras pocas armas, comenzaron a entrenarse, a captar nuevos miembros y a planificar y ejecutar planes para obtener armamento y explosivos. Es una fase netamente superior de la actividad conspirativa, que implicó en los meses siguientes el asalto a depósitos de explosivos y la obtención de armas en una finca a punta de pistola. Fue un proceso de acumulación de fuerzas encaminado a producir acciones en gran escala y dimensión, especialmente contra la farsa electoral que pretendía perpetuar a Batista en el poder.

La independencia operativa y de criterios de Frank y sus compañeros de Santiago de Cuba frente a las limitaciones organizativas del MNR los conducirá a abandonarlo antes de que termine el año 1954 para fundar una nueva organización clandestina: Acción Revolucionaria Oriental (ARO). Ya entonces Frank era el centro organizador y conspirativo. Tenía tan sólo veinte años de edad. La más hermética reserva sobre sus actividades, la búsqueda de recursos para combatir y la articulación de toda la provincia oriental fueron durante meses el centro de la atención. Hubo éxito en todas las direcciones: ARO se expandió por casi todo Oriente, incluso más allá, hasta Camagüey, lo que impuso cambiarle el nombre por Acción Revolucionaria Nacional (ARN); un comando dirigido por Frank asaltó a principios de 1955 el Club de Cazadores en Loma Colorada y ocupó algunas armas; se acopió dinamita y se obtuvieron otras armas. Desde la nada, venciendo riesgos, en audaces acciones, la ARN logró lo que era casi un sueño: un pequeño arsenal militar para la acción. Contar con más de un centenar de hombres y mujeres jóvenes organizados en células secretas, dispuestos al sacrificio y a la acción, parcialmente entrenados; poseer una veintena de armas, entre largas y cortas, y explosivos, fruto de compras, donaciones y ocupaciones; haber desplegado una abundante y exitosa labor propagandística no sectaria, significaba, en términos revolucionarios, un éxito completo.

ARN, como antes Decisión Guiteras y ARO, tenía un alcance regional, limitado. La visión de Frank y sus compañeros, en cambio, no se limitaba a Oriente. A ello obedeció la integración temporal en el MNR, hasta que se percataron de los impedimentos insurreccionales que lo lastraban. A ello obedecerán los tanteos y aproximaciones que para mayo de 1955 se darán con los dirigentes de la FEU de la Universidad de la Habana, en particular con su presidente, José Antonio Echeverría, para producir una integración revolucionaria que superara las limitaciones del movimiento estudiantil, en lo que llegó a ser el Directorio Revolucionario. La propuesta que se le hizo a Frank — ya sustraído en la Universidad de Oriente de la actividad pública — , de que organizara el Directorio Revolucionario en Oriente, era un reconocimiento a su liderazgo y a sus cualidades organizativas. Finalmente no se concretó un acuerdo, y ARN, que llegó a recibir en préstamo para la acción y luego dejó para el entrenamiento cuatro fusiles M-1, un lujo en su arsenal, continuó en su independencia insurreccional.

Por la misma fecha, en cambio, se produjo la amnistía de los presos políticos, que posibilitó que los moncadistas, incluido Fidel Castro y otros insurreccionalistas del MNR, Acción Libertadora, etc., recobraran la libertad. La liberación produjo de inmediato el surgimiento del Movimiento 26 de Julio a partir de dos núcleos fundamentales: los compañeros de acción de Fidel y un importante contingente de miembros del MNR, entre los que se encontraban aquellos con los que Frank había tenido una relación muy estrecha. Dos de ellos — Armando Hart y Faustino Pérez — pasaron a ser miembros de la Dirección Nacional del Movimiento. Pese a que Fidel logró convocar e integrar a combatientes o simpatizantes de diversas tendencias en Oriente, varios le aconsejaron obtener la incorporación esencial de Frank País y los miembros de ARN. Era la organización revolucionaria más sólida en el interior de Cuba, cohesionada y con capacidad de acción. Por indicaciones de Fidel comenzaron los esfuerzos por incorporar a los miembros de ARN al Movimiento 26 de Julio.

Pero se encontraron con un escollo: Frank y los líderes de ARN estaban en desacuerdo con la táctica pública seguida por Fidel tras su liberación. Fidel no se había pronunciado por la vía insurreccional, sino que a la vez que producía demoledoras denuncias contra el régimen, se manifestaba en términos que sugerían una disposición a buscar una solución pacífica de la crisis nacional. Ello obedecía a un cálculo político: el régimen no estaba interesado en ceder un ápice del poder y, en consecuencia, acorralado por las denuncias de sus crímenes e ilegitimidades, se vería obligado a cancelar cualquier forma de expresión política a los moncadistas. La falta de garantías y el cierre de las vías para una solución política legitimarían la fórmula insurreccional. La creación del Movimiento 26 de Julio obedecía, justamente, a la inevitable variable insurreccional.

Sin conocer el fondo del plan de Fidel, Frank y los demás dirigentes de ARN intercambiaron en varias oportunidades con responsables del Movimiento 26 de Julio, organización, incluso, que comenzó a vertebrarse en Oriente. Su Dirección Provincial fue conformada y designadas las personas que iban a dirigir los distintos frentes, menos el de Acción que propusieron a Frank. Durante varios meses hubo aproximaciones, pero no integración, por las reservas políticas que los arreneístas tenían acerca de las manifestaciones públicas de Fidel. Frank temía que Fidel hubiera escogido la vía política para enfrentar a Batista. De ser así, no se integraría, aunque desde 1953 se formó un elevado juicio de sus capacidades conspirativas y compartía su pensamiento político. De hecho, ARN divulgó «La historia me absolverá» con entusiasmo.

Ante las dudas, mantuvo una posición firme, hasta que la salida de Fidel y algunos de sus compañeros al exilio, la proclamación de la vía armada como única salida frente a la dictadura y los aprestos conspirativos despejaron de nubes y sombras la relación entre ambas organizaciones. Pero antes de que se produjera la integración, ARN planificó o produjo una secuencia de acciones que evidenciaron su capacidad combativa; en especial una acción comando, casi coincidente con el aniversario del asalto al cuartel Moncada, para tomar sorpresivamente la estación de la Policía Nacional en El Caney, donde, según informaciones, habían sido llevadas nuevas armas, necesarias para multiplicar las acciones revolucionarias. La acción fracasó por un azar, con el saldo de un aforado muerto.

El disparo mortal pudo haberlo producido Frank, lo que generará en lo inmediato un gran conflicto, relativamente prolongado, con su madre, por razones éticas relativas a la violencia y la muerte humana. Frank, internamente, lo tuvo también; en una carta a un amigo se quejará de «lo poco que estoy contando con Dios para todas mis cosas». Vivirá una transitoria agonía personal, cierta desorientación, unida a trances adicionales como su detención por el suceso, que, aunque no tuvo consecuencias, implicó que no pudiera examinar varias asignaturas en la Universidad, como tenía previsto. El conflicto ético finalmente quedó resuelto por la comprensión progresiva de la madre y porque Frank encontró respuestas a las dudas e inquietudes: si la violencia es necesaria por no haber otros caminos, la violencia es el camino.

Toda lucha armada del carácter que él organizaba tendría por saldo la muerte. Era un peso extraordinario que asumió con dolor. Como Martí en la guerra necesaria.

Intensificadas las relaciones tanto con José Antonio Echeverría como con los dirigentes del Movimiento 26 de Julio que habían quedado en Cuba articulándolo, a finales de octubre de 1955 Frank tomó la decisión, que consultó con sus compañeros, de integrar ARN al proyecto insurreccional de Fidel. Con esto, el Movimiento 26 de Julio se fortaleció notablemente en Oriente. Y más, porque a partir de noviembre, Frank, con un entusiasmo renovado, en su condición de Jefe de Acción de Oriente, viajó los fines de semana junto a los dirigentes provinciales a distintos municipios o recibió en Santiago a los emisarios y líderes locales. Se inició una rápida y selectiva labor de captación de miembros entre los diferentes sectores sociales, laborales, profesionales y estudiantiles, y se intensificó la labor de propaganda y recaudación de recursos financieros y logísticos. El plan básico era organizar una expedición armada desde México, en la que vendrían Fidel y un grupo de combatientes con el fin de desencadenar un movimiento insurreccional para el que debía estar preparado el movimiento clandestino en Cuba.

Durante meses, Frank trabajó arduamente y con éxito. Aunque la prioridad no era el sabotaje revolucionario, Frank organizó más de una acción y acrecentó el apertrechamiento bélico. Su contribución a la expansión y solidez del Movimiento 26 de Julio en Oriente fue decisiva. Su autoridad aumentó considerablemente. Hay, por supuesto, errores y exageraciones en su desempeño insurreccional. No todo es recto y llano. Hay rectas y curvas, elevaciones y depresiones del terreno. Algunas podrían ser de lectura dolorosa, y hasta en la descontextualización o en la aplicación de códigos estrictos, podrían lastimar el juicio.

En marzo de 1956 dos jóvenes estudiantes, militantes del Movimiento 26 de Julio, fueron apresados por cargar granadas de mortero, lo que era parcialmente cierto. Sometidos al Tribunal de Urgencia, el juicio se dilató innecesariamente por la no concurrencia de los testigos de la acusación. Hubo protestas diversas por parte de sus compañeros, movilizados a la Audiencia en respaldo a los acusados. En la sesión del 19 de abril, las fuerzas policiales, sorpresiva e indiscriminadamente, produjeron una sangrienta represión con aplicación del tolete y disparos a mansalva contra los estudiantes frente al propio edificio de la Audiencia Provincial. Cuatro estudiantes fueron alcanzados por los proyectiles, que en dos casos les produjeron heridas muy graves; decenas recibieron golpes de diversa gravedad. La impunidad con que siempre habían actuado las fuerzas represivas desde los días de la masacre denunciada por él cuando los sucesos del Moncada, determinó la respuesta decidida por Frank y ejecutada con su participación esa misma noche: ejecutar, al azar, en operaciones comandos a algunos aforados que fueran sorprendidos en las calles de la ciudad. Su uniforme militar los haría blanco de la violencia de los revolucionarios, con el propósito de enviar una señal inequívoca: la violencia sobre indefensos no quedaría en la impunidad. La forma indiscriminada que adoptó la acción, fruto del dolor acumulado por las matanzas y represiones del enemigo, en óptimas posibilidades de actuar impunemente cuando legal, ética y moralmente estaba obligado a mantenerse dentro de los límites de sus propias leyes, determinó la decisión de Frank. Su orden supuso la muerte de tres militares.

De todos modos, pese a que la misma noche dos de los revolucionarios participantes en las acciones fueron apresados y asesinados; a que los principales jefes militares fueron sustituidos tras los hechos; a que diez días después, en Matanzas, quince asaltantes del cuartel Goicuría fueron ultimados; y a que las fuerzas represivas ya no se atrevieron en Santiago de Cuba a repetir una represión semejante contra una manifestación pública — recordar que ni siquiera tras el alzamiento del 30 de noviembre ningún participante o detenido en la ciudad fue asesinado — , hubo recapitulación y enmienda por parte de Frank y del Movimiento 26 de Julio en el procedimiento empleado en esta ocasión contra aforados no sindicados por sus crímenes.

Frank País, a no dudarlo, vivió conscientemente el endurecimiento que supone combatir al enemigo ilegítimo que con ventaja continua y diaria reprime, asedia y asesina. Ese endurecimiento tendrá otros componentes, difíciles de entender salvo que se viva la experiencia de una insurrección contra una dictadura sangrienta en condiciones extraordinarias, o se tenga una noción aproximada de lo que ello significa.

En una guerra a muerte, donde morir o fracasar no es algo que se acepta o se rechaza, sino una eventualidad que en cualquier momento, por un palenque extraordinario de circunstancias — una deserción, una delación, una traición — puede producirse, los líderes suelen adoptar decisiones extremas.

Frank se vio en la encrucijada, y se proyectó de una manera resuelta, imprimiéndole un sello enérgico a la fijación de la disciplina revolucionaria, aunque ello supusiera ordenar el ajusticiamiento de compañeros que estaban impuestos de que sus flaquezas se castigarían con la muerte. No había otra manera, salvo la impunidad, demasiado peligrosa como para permitirla en las condiciones de la clandestinidad.

Ambas situaciones configuraron a un Frank casi inimaginable para quienes tuvieron el privilegio de admirar y participar de su dulzura y sus sensibilidades.

Sin dudas, las exigencias de la lucha clandestina lo transformaron extrayendo una fiereza de la que él se dolió, pero que, como las fierezas martianas en las circulares de la guerra necesaria, integra la violencia que nace del amor al ser humano.

Frank es un caso singular, aleccionador, de lo que una pluma frágil y comprometida dio en llamar «el amor como energía revolucionaria». Sólo las exigencias de la necesidad de obtener por la fuerza de las armas los derechos secuestrados por Fulgencio Batista y compañía pueden ayudar a explicar la mutación operada en Frank. Sus nuevos contenidos. Los de su generación. La guerra, cruel por naturaleza, supuso para Frank un sacrificio extraordinario. Supuso el sacrificio de su paz y de sus sensibilidades artísticas y literarias. Supuso un distanciamiento lacerante de su Dios y de su iglesia, e incluso la confrontación política con muchos a los que la fe en Jesús, el Cristo, le ofreció la posibilidad de conocer desde la intimidad y la entrega congregacional. Fue su costo, asumido conscientemente.

El Movimiento 26 de Julio se desarrolló en Oriente como en ninguna otra provincia del país. De muchas maneras, venciendo dificultades diversas, se logró articular un arsenal considerable para las limitadas posibilidades financieras y el origen humilde del Movimiento. Se obtuvieron armas de organizaciones insurreccionales dependientes de sectores políticos que mangonearan la cosa pública en el anterior régimen; se adquirieron en la base naval de los Estados Unidos en Guantánamo; o, en menos cantidad y calidad, de forma más propia de una organización que crecía centavo a centavo en sus recursos, aunque aceleradamente en simpatías y captaciones. Fue tal el nivel de organización logrado en Oriente, y el prestigio adquirido por Frank, que tras un primer encuentro con Fidel en agosto, se delineó un plan militar de alzamientos de apoyo en esa provincia a la probable expedición desde México. Si alguna duda hubo en cuanto al lugar para producir el desembarco y desencadenar la insurrección, quedó cancelada. Se decidió que Oriente no enviara más hombres a prepararse en México.

Frank aceleró los aprestos bélicos para cumplir el compromiso contraído de secundar enérgicamente el desembarco de los expedicionarios. Fue tanta su entrega que casi todo lo demás de su vida cotidiana quedó a la espera: universidad, escuela, novia, familia, iglesia. Casi todas sus energías se concentraron en la labor organizativa para un alzamiento armado en toda la región. Pese a ser la provincia con más condiciones creadas, en la reunión de la Dirección Nacional destinada a evaluar las condiciones para desencadenar el plan insurreccional Frank sustentó y defendió la tesis de que aún faltaban condiciones organizativas en el país. Expuso esa tesis ante Fidel en un segundo viaje a México, en septiembre de 1956, y sugirió una posposición en el plan de desembarco antes de que finalizara el año, por considerar que el Movimiento 26 de Julio a lo largo y ancho del país presentaba fallas organizativas, principalmente en el movimiento obrero, para desencadenar una huelga general, y en las estructuras de acción, por carecer de armamento, entrenamiento y suficiente fogueo de sus cuadros directivos para producir acciones determinantes.

Los peligros que enfrentaban los aprestos insurreccionales en México, ya sensiblemente perjudicados por la actuación policíaca contra campamentos y exiliados y por la ocupación de numerosas armas, y la necesidad de cumplir la palabra empeñada públicamente de comenzar la guerra en 1956, convencieron a Frank de la necesidad de desencadenar el plan insurreccional. Su regreso a Cuba lo hizo ya en una nueva condición, la de Jefe Nacional de Acción, el cargo de mayor importancia dentro de la organización en el país.

Su designación, tan próxima al desencadenamiento de las acciones revolucionarias, apenas le permitió, a su regreso de México, visitar brevemente las provincias para informar, orientar y organizar. Se vio precisado a regresar a Santiago de Cuba, donde tendrían lugar, por la acumulación de fuerzas del Movimiento y la importancia estratégica de la ciudad, las acciones principales de apoyo a Fidel y sus compañeros.

Frank se concentró principalmente en producir el cuerpo principal de acciones en Santiago de Cuba y Oriente. En efecto, el 30 de noviembre, fecha decidida por él tras evaluar circunstancias y peligros — que no coincidió exactamente con el acuerdo sellado con Fidel en México de producir las acciones cuando se conociera del desembarco de los expedicionarios — de que el desembarco se produjera y fuera silenciado por la tiranía, y que resultó de un cálculo previsto con Fidel, el Movimiento 26 de Julio desencadenó un alzamiento militar en la ciudad de Santiago de Cuba, con el ataque simultáneo a la estación policíaca de la Loma del Intendente, que fue incendiada, y la Policía Marítima, tomada transitoriamente. Lamentablemente, una acción sobre el cuartel Moncada, que debió desatar acciones sincronizadas, fracasó, paralizando buena parte del plan insurreccional.

Las acciones demostraron una planificación y una capacidad militar extraordinarias del Movimiento 26 de Julio, aunque supusieron la muerte de tres destacados combatientes: José Tey, Otto Parellada y Tony Alomá, y la posterior aprehensión de decenas de militantes y cuadros de dirección. El escaso accionar del Movimiento 26 de Julio en el resto del país, con algunas excepciones y pese a algunas contingencias desafortunadas, corroboró la convicción de Frank de que las condiciones no estaban creadas para producir un alzamiento nacional que inmovilizara al enemigo y permitiera una rápida evolución de las armas revolucionarias.

El desembarco del Granma, dos días después del alzamiento, corroboró también algo de suma importancia: la decisión del Movimiento 26 de Julio y de sus líderes de cumplir la palabra empeñada, aquella de que en 1956 comenzarían la insurrección o serían mártires.

En un país potrero de la vaga retórica política, con un pueblo agarrotado por el torniquete de las falsas promesas, con una oposición acostumbrada al mero alarde, el hecho de que Fidel Castro y su organización cumplieran el compromiso político de lanzarse a la insurrección en el tiempo fijado, cuando la dictadura y muchos en la oposición apostaban a que no lo harían, tenía tanto valor simbólico como haber asaltado en 1953, sin previo aviso, los cuarteles Moncada y Bayamo.

Quizás más, porque entonces sorprendieron a todos, y en 1956 todos esperaban impacientes.

Fidel organizó en México, con hombres del exilio y del Movimiento en Cuba, con dineros del exilio y del Movimiento en Cuba, la expedición; sobre los hombros de Frank recayó la máxima responsabilidad de demostrar la capacidad insurreccional acumulada en la isla. Las limitaciones organizativas que manifestó el Movimiento 26 de Julio en buena parte del país para respaldar el desembarco de los expedicionarios y desencadenar una insurrección generalizada no eran responsabilidad personal de Frank, quien no había tenido oportunidad material de revertir una situación acumulada.

En cambio, el alzamiento anticipado, sobre la base de un cálculo que por azar no resultó correcto, tuvo un saldo contraproducente: alertó al régimen, que movilizó sus fuerzas militares, especialmente en Oriente, provincia del desembarco. Tres días después de haber tocado suelo cubano por las proximidades de Niquero, Fidel y sus compañeros fueron sorprendidos en Alegría de Pío por numerosas fuerzas enemigas que los buscaban afanosamente. El combate fue un desastre, más que por las bajas resultantes, por la dispersión inmediata del destacamento guerrillero que mermó la capacidad militar integrada y permitió al enemigo desencadenar una cacería militar, acompañada por una política de asesinato masivo que casi aniquiló la fuerza expedicionaria. La decisión de proseguir la lucha, aun en las peores circunstancias, posibilitó reunir menos de una veintena de hombres e internarse en la Sierra Maestra para desencadenar la lucha guerrillera.

Con el alzamiento del 30 de noviembre y el desembarco del Granma, la revolución entró en una nueva fase de intensificación continua del clima insurreccional, con dos frentes principales de lucha: la guerrilla rural, que irá en constante crecimiento y expansión, y el frente clandestino, en expansión y gradual fortalecimiento, aunque con los sobresaltos e irregularidades propias de sus extremas condiciones de desenvolvimiento. Frank será el alma del frente clandestino, al que logró imprimirle su sello personal, ganando una autoridad político-militar extraordinaria.

A lo largo del mes de diciembre de 1956, de agonía continua por la suerte de la insurrección, Frank se consagró a reorganizar el movimiento clandestino y a levantar la moral de combate, afectada por la propaganda del aniquilamiento de los expedicionarios y la muerte de Fidel. Con la llegada del capitán Faustino Pérez, miembro de la Dirección Nacional y jefe expedicionario, Frank iniciará un recorrido por algunas provincias en una ingente labor reorganizativa, especialmente en La Habana, donde se requirió de su autoridad y prestigio para conjurar diversas dificultades de mando. De inmediato, se hincó en el propósito de apoyar con hombres y armas al destacamento guerrillero, símbolo de la revolución propugnada por el Movimiento 26 de Julio.

Tras una reunión de la Dirección Nacional del Movimiento en la Sierra Maestra, celebrada a mediados de febrero de 1957, las dos prioridades principales de Frank fueron organizar un contingente de refuerzo militar a la guerrilla y la articulación de planes nacionales de acción y sabotaje que crearan un clima insurreccional insostenible para la dictadura. Ya a principios de marzo, ambos propósitos estaban cumplidos en lo fundamental. Con el mejor armamento disponible, acumulado trabajosamente durante meses, y con la selección exigente entre los miembros de la clandestinidad en distintas localidades, organizó un abundante destacamento de refuerzo que, tras ser concentrado en Manzanillo, fue llevado a la Sierra Maestra: constituía una fuerza equivalente a la que había venido en el Granma desde México. El Movimiento 26 de Julio, en pocos meses, creció considerablemente en todo el país y generó una actividad de propaganda, recaudación de recursos financieros y militares, y acción y sabotaje desconocida hasta entonces por su magnitud y profundidad. El aparato de acción dirigido por Frank se expandió y consolidó.

Estaba en este proceso cuando fue detenido casualmente el 9 de marzo. Su suerte fue que no le identificaron de inmediato y sus familiares y el movimiento clandestino se movilizaron exigiendo garantías para su vida. Esto lo salvó, pues el régimen sabía perfectamente el papel que desempeñaba en la insurrección y estaba determinado a eliminarlo en la primera oportunidad. Presentado ante el Tribunal de Urgencia, se le incorporó como el último de los acusados de la Causa 67 de 1956, que se seguía a más de un centenar de combatientes del 30 de noviembre y expedicionarios del Granma. Durante casi dos meses Frank permanecerá detenido, en espera del juicio. Finalmente, el 10 de mayo recobró la libertad cuando el Tribunal de Urgencia lo absolvió, junto a decenas de compañeros, por no hallar probados los cargos que se les imputaban. Más que por falta de pruebas materiales, que en el caso de Frank se unía al hecho azaroso de que el policía que lo detuvo se apropiara de la pistola ametralladora que portaba, la absolución se explica por dos fenómenos concurrentes: la imposibilidad del régimen de doblegar por completo al poder judicial y el contaminante clima insurreccional imperante en la ciudad y en el país, que permitió que los jueces se atrevieran a adquirir el compromiso de absolverlos.

Una de las determinaciones de Frank que mayor impacto político y psicológico tuvo en la lucha contra la dictadura fue la articulación de lo que dio en llamarse Movimiento de Resistencia Cívica, que nucleaba en calidad de colaboradores y simpatizantes a sectores profesionales y clases vivas que no deseaban enfrentarse con las armas a la dictadura, pero sí colaborar en su derrocamiento. La absolución fue, en buena medida, fruto de aquel inteligente y productivo esfuerzo, nacido por decisión de Frank en Santiago de Cuba y que rápidamente se extendió por todo el país, atrayendo hacia el Movimiento 26 de Julio a fuerzas sociales muy influyentes, aunque distantes de un ideario de transformación profunda de la sociedad cubana.

Uno de los atributos más lúcidos de Frank era su capacidad autocrítica, su agudeza para percibir las jorobas o rayaduras del vehículo revolucionario del que participaba y comandaba.

Su capacidad para advertir el fallo y concebir el remedio: rápido y radical. Y la resolución, como un rayo enérgico, de lograr la rectificación: la propia y la de otros. Sólo un hombre fogueado y maduro puede hacerlo en situaciones de la envergadura y complejidad que afrontó Frank.

Estando en prisión concibió un plan de fuga para reincorporarse en su responsabilidad, notablemente afectado por los síntomas de desorganización que comenzaron a llegarle, derivada de la coincidente detención de varios de los más destacados dirigentes del Movimiento en el país y en la provincia, lo que, entre otras cosas, ponía en riesgo el vital apoyo logístico y humano a la Sierra Maestra. Apenas recobró la libertad, se reunió con los dirigentes del movimiento clandestino, de lo que concluyó:

«Al estudiar y analizar la marcha de los acontecimientos, veo que el Movimiento no se encuentra a la altura de lo que las circunstancias nos exigen, carecemos de una organización efectiva, la intercomunicación es deficiente, la coordinación de los esfuerzos no existe, la propaganda es escasa, la tesorería es pobre y la unidad general del Movimiento no existe.»

Por eso se consagró a reorganizar el Movimiento 26 de Julio, centralizando la dirección en un número reducido de cuadros; remplazando a quienes estaban detenidos o no habían trabajado con eficiencia; definiendo, separando y tecnificando las distintas áreas del trabajo clandestino; estableciendo mecanismos más efectivos de comunicación y sincronización de acciones y trabajo; ordenando la subordinación y funcionamiento del frente externo; exigiendo periódicamente comunicación y rendición de cuentas de su funcionamiento a todas las estructuras de mando; articulando al Movimiento de Resistencia Cívica, para «hacer conspirar al mayor número de personas posibles», y al movimiento obrero, bajo la divisa de que bien organizados serían los que «derrocarán al régimen»; y, entre otras, adoptando decisiones para incrementar la actividad de propaganda, recaudación de finanzas y logística, sabotajes y acciones militares.

Frank exigió un funcionamiento sistémico de carácter nacional: «es nuestra obligación pensar y tratar de realizar la Revolución nacionalmente». Su exigencia implicaba acometer en cada sección del trabajo del movimiento planes nacionales, adaptados a las condiciones particulares de cada ciudad o pueblo, y frecuentemente evaluados y relanzados, en una espiral de actividad. Una decisión de suma importancia fue centralizar en Santiago de Cuba la dirección del movimiento clandestino, «por la facilidad con que puede desenvolverse el Movimiento, por la amplia cooperación de todos los sectores, por existir las mejores condiciones para desenvolverse y por la cercanía con el grupo rebelde que se encuentra alzado».

Especial atención le prestó al apoyo a la Sierra Maestra, mediante una bien planeada y organizada red de abastecimiento. Hombres y armas continuaron llegando desde las ciudades, en una labor que imbricó como un haz a Celia Sánchez y a Frank, y detrás de ellos a cientos de militantes y colaboradores clandestinos.

Paralelamente, trabajó de manera febril en la articulación de lo que era su mayor responsabilidad, la actividad militar urbana, dando los pasos organizativos esenciales para lograr una vertebración militar de las milicias urbanas, con un nivel superior de organización, disciplina y eficacia. Sus mayores preocupaciones y esfuerzos los dedicó a adquirir armas y equipos para fundar en la Sierra Cristal un nuevo frente guerrillero, a partir de las fuerzas clandestinas, que extendiera la guerra de guerrillas y redujera la presión militar sobre la Sierra Maestra. Era de importancia estratégica: sería el principio de la apertura de nuevos frentes guerrilleros en todas las zonas del país que reunieran las condiciones.

La guerra le impuso a Frank momentos en extremo dolorosos, especialmente en los últimos dos meses de su vida. Desde una inevitable clandestinidad sufrió el asesinato de muchos amigos a los que dirigía, y asistió, a veces, al fracaso de proyectos cuidadosamente planificados y organizados.

El 30 de junio fue particularmente lacerante para él. Recibió dos golpes tremendos: el fracaso debido al azar del plan de abrir el segundo frente guerrillero y el asesinato de su hermano más pequeño, Josué, a quien, desde su primogenitura, le profesaba un amor paternal. El fracaso del segundo frente tenía remedio, y a ponérselo dedicó Frank muchas energías; la muerte de Josué, no.

Fue un sacrificio martirológico, en el convencimiento de Perucho Figueredo de que «morir por la patria es vivir». Ese convencimiento — toda una siembra ideológica — le permitió a Frank sobreponerse a los golpes y sacar arrestos, desde lo hondo, para en medio del dolor personal generar todo un cuerpo de ideas y decisiones que impactaron tan extraordinariamente a Fidel Castro que lo llevó a escribirle a Celia tras la muerte de Frank: «Guardaré sus últimas cartas, escritos, notas, etcétera, como prueba de lo que fue ese talento asesinado en la flor de la vida.» ¿Qué pruebas de su «talento» halló Fidel en las «últimas cartas y escritos» de Frank?

Eran las cartas dedicadas a reorganizar el Movimiento, y otras que tienen impactos diversos en la política revolucionaria. Entre ellas, sus esfuerzos por lograr lo que él dio en llamar «la verdadera unidad ideológica, la plena identificación de principios y propósitos» de los revolucionarios del Movimiento 26 de Julio, organización a la que consideraba,

…un nuevo concepto, una nueva idea, que recoge las frustraciones cubanas desde 1902 hasta la fecha y trata de aprovechar las experiencias históricas para unirlas a las necesidades económicas, políticas y sociales de nuestra patria y darles las verdaderas soluciones.

Que aspiraba, y esto debe estar bien claro en todos los militantes del M-26–7

(…) a remover, derribar, destruir el sistema colonialista que aún impera, barrer con la burocracia, eliminar los mecanismos superfluos, extraer los verdaderos valores e implantar, de acuerdo con las particularidades de nuestra idiosincrasia, las modernas corrientes filosóficas que imperan actualmente en el mundo; aspiramos no a poner parches para salir del paso, sino a planear concienzuda y responsablemente la Patria Nueva…

A la vez, creó una comisión para dotar al Movimiento 26 de Julio de un programa básico que generara confianza, simpatías y apoyos en amplios sectores sociales, económicos y políticos del país. Frank le hizo a Fidel propuestas audaces, del mayor alcance político. Sugirió e instrumentó un manejo político de la insurrección de ancha y compleja factura.

No se trataba de que los ratones, mansos, pusieran el destino de la revolución en la boca de los gatos, sino de poner a los gatos a auxiliar en la cena.

En una comprensión e identidad política impresionantes con Fidel, tratando de neutralizar y vencer las aspiraciones y maniobras de los políticos de oposición que, sin hacer la revolución, querían servirse de ella, le sugiere:

«Yo creo que es necesario que mantengas un Estado Mayor con ciertas figuras que le darían prestigio y visos aún mayores de peligrosidad para todos los factores nacionales que te contemplan, o románticamente, o con cierto recelo, pero que al verte rodeado de esos elementos piensan que estás tratando de constituir programas y proyectos concretos de gobierno, a la vez que un Gobierno Civil Revolucionario que le diera aún mayor prestigio y consolidación a la beligerancia de nuestro Movimiento. Ya habrás oído las declaraciones tendenciosas que tratan de situarte como un ambicioso rodeado de muchachos inmaduros que tratan de perturbar y aprovechar la situación existente, pero sin fines concretos ni apoyo de factores serios y responsables. Una propaganda situándote ahora con Raúl Chibás, Felipe Pazos y Justo Carrillo, cambiaría bastante las cosas, se tomarían de los pelos los del régimen, habría miedo en los predios enclenques de la oposición politiquera y ascenderían los valores en todas las capas sociales y económicas, situando al Movimiento como el único eje sobre el cual giraría la única solución.»

El asunto era de la mayor complejidad e importancia. Frank sabía que no bastaba hacer la guerra, organizada y exitosa, sino que había que hacer una inteligente política de guerra que permitiera conducirla a la victoria al menor costo posible, con la previsora convocatoria de las personas idóneas, en el momento exacto. Frank no sólo era un audaz y brillante conspirador militar, sino que se revelaba como un agudo y deslumbrante conspirador político. Y actuaba sin ingenuidades, queriendo una programación de los propósitos revolucionarios, no sólo para triunfar, sino para fijar las consecuencias políticas futuras: el poder y sus contenidos.

En verdad, impresiona el grado de madurez y el largo alcance de luces que revelan los documentos de organización y manejo político de la guerra que produjo Frank tras salir de prisión: había madurado a un ritmo vertiginoso. Su reclusión de casi dos meses sedimentó ideas organizativas de nuevo tipo y ayudó a perfilar una visión inteligente y viable para el manejo político de la insurrección. La diversidad de asuntos, la agudeza y precisión logrados en los enfoques, la claridad expositiva de los documentos que produjo inmediatamente, son harto ilustrativos. Frank tenía claridad y determinación en algo esencial, en lo que había coincidencia plena con Fidel: la revolución no se hacía para regresar al 9 de marzo, sino para hacer transformaciones que dotaran al país de libertades fundamentales y justicia social.

Lo verdaderamente impresionante es que todos esos documentos fueron elaborados cuando la muerte se cebaba en su círculo más íntimo de amigos, en su hermano Josué, lo que le inundaba de tristeza y dolor; cuando la muerte revoleteaba a su alrededor. Que iba a morir fue una eventualidad que serenamente vio materializarse en una certeza. Estaba virtualmente acorralado por el desenfreno represivo de las fuerzas policiales. La contingencia de su muerte se le anunció en varias oportunidades. 
En la misma medida en que el movimiento clandestino, que no sólo estaba constituido por el hegemónico Movimiento 26 de Julio, sino también por otras organizaciones como el Directorio Revolucionario, acrecentaba la insurrección, el dictador y su palenque de corifeos, lejos de ceder, se aferraban al poder, resueltos a conservarlo a sangre y fuego. Mientras el régimen quiso aparentar cierto apego a la legalidad construida después que conculcó la legalidad anterior derivada de la Constitución de 1940 o respaldada por ella, como norma acudió a detener y presentar a sus enemigos ante los tribunales de urgencia, una jurisdicción extraordinaria de escasas garantías jurídicas. Obviamente, ello sucedía cuando no acudía a la fórmula de ejecutar sumariamente a los detenidos, como hizo en 1953 y cotidianamente a partir de 1956. Recordar, como matanzas colectivas, los sucesos del Moncada, el Goicuría, la Embajada de Haití, los expedicionarios del Granma, las Pascuas Sangrientas o el asalto al Palacio Presidencial. Como crímenes aislados, la relación sería demasiado extensa.

Si algún límite o mantenimiento de las apariencia hubo antes, tras la última absolución que benefició a Frank y a decenas de sus compañeros de causa, la dictadura acudió generalizadamente al crimen político como sistema casi exclusivo. La dictadura acudirá a un expediente corriente: las torturas sobre la piel, el tiro en la cabeza y las hormigas en la boca de un cuerpo tirado al descuido en un yerbazal de algún camino próximo a la ciudad. O más sencillo y económico, e igual de criminal: cuatro o cinco tiros a quemarropa a un combatiente indefenso en plena calle, a la luz del día. O con simulación. Creyendo siempre en la impunidad. Por eso la absolución de Frank equivalía a una sentencia de muerte extrajudicial decretada por parte de las fuerzas represivas.

Por su arraigo, y porque muchos conocían y otros sospechaban la hombradía que el crimen apagó, Frank fue la víctima más prominente, cuya muerte el 30 de julio de 1957 desencadenó una huelga espontánea que paralizó la ciudad de Santiago de Cuba y tuvo repercusiones muy profundas en todo el país.
Quizás porque tenía el convencimiento de que estaba en vísperas de su inmolación patriótica se dio prisa, sobreponiéndose al dolor — dolor infinito, a lo martiano — , para tratar de articular de manera preciosa la insurrección, culminarla en breve, con una huelga general revolucionaria, y producir entonces en Cuba lo que ambicionaba: una revolución de contenido socioeconómico, político-cultural, ético-moral. Él estaba preparado para asumir papeles muy destacados en una revolución empujada por una generación de jóvenes.

Tenía veintidós años y medio. La misma edad, quizás menos, que tienen los cubanos de hoy cuando egresan de la universidad. En verdad, parafraseando a Fidel Castro cuando supo de su muerte, pero pensando ahora para ahora: no sospechan los jóvenes cubanos lo que había de grande y prometedor en Frank País.

Yo mismo, confieso, lo ignoraba. Gracias a Caminos por la oportunidad que me concedió de comenzar a descubrirlo.

La Habana, 25 de mayo del 2007.


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