Enseñar a -y, sobre todo, aprender de- Tony Guiteras

Por: Dayron Roque

Fuerte El Morrillo, Matanzas, Cuba

Es de una felicidad tremenda que podamos conmemorar -que significa “hacer memoria”- la vida de Antonio Guiteras: Tony, como nos gusta llamarlo entre jóvenes que nos negamos a olvidar, y sobre todo a olvidar de manera selectiva, el aniversario de su asesinato en El Morrillo.

En la construcción de las memorias colectivas de los pueblos, de las personas, y de manera especial de eso que todo el mundo llama “las jóvenes generaciones”; la escuela y la enseñanza de la Historia desempeñan un papel primordial. No por casualidad o azares del destino, las nociones y representaciones de sentido común que tenemos sobre la historia en general, hechos y personalidades en particular, están permeados en no poca medida por las marcas que deja la Historia impartida en la escuela.

La descomunal personalidad de Tony Guiteras es, sin embargo, de esos personajes que nuestra Historia ha colocado en la “segunda fila” del panteón nacional y justo en ese sitio, si no más “para atrás”, se encuentra también en nuestras aulas.

Pretendo compartir algunas ideas sobre lo que ha sido el desafío de enseñar, y, sobre todo, aprender de Tony Guiteras.

No es menos pertinente aclarar que, en rigor, no soy estudioso de Guiteras, en el sentido común del término. Soy solo un joven que le ha tocado abordarlo en un caminito de enseñanza de la Historia de Cuba que va desde la escuela primaria hasta la educación superior. La verdad es que ha sido más la suerte que el destino lo que me ha permitido toparme con Tony en ese largo camino.

Comparto mi visión desde la posición de un maestro de educación primaria al que en su momento correspondió “despachar” la figura de Antonio Guiteras como “autor de las medidas más radicales del llamado Gobierno de los Cien Días”, según afirmaba el libro de texto de sexto grado. Una foto, la más conocida, insertada en casi todos los textos de historia, acompañó en aquella ocasión mi “explicación” del asunto. Tengo la esperanza de que aquellas niñas y niños hayan descubierto, más adelante, quién fue en realidad ese hombre estrábico.

El (re)encuentro con Tony llegó cuando, con un poco más de profundidad, me correspondió desarrollar la docencia en Historia de Cuba en la formación de maestros de educación primaria que cursaban el nivel medio superior. En ese momento había que hacer verdaderas acrobacias didácticas para compaginar el hecho de que Guiteras se ubicaba en lo que una muy buena persona, con fines estrictamente metodológicos y de enseñanza, la profesora Bárbara Rafael Acosta, había denominado: el “ala revolucionaria” de la oposición a la tiranía de Gerardo Machado. Zona en la cual, además, se podía hallar, según el mismo esquema, el primer Partido Comunista, y sucedió “simplemente” que no se entendieron y por eso, entre otras causas, “fracasó” o “se fue a bolina” la Revolución del ´33.

Luego supe que la cuestión era más compleja que aquel esquema, y que la Revolución, en rigor, no era del ´33, sino del ´30; pero así empecé. Aquí solo deseo resaltar el hecho de cómo una formulación, reitero, estrictamente metodológica, puede volverse una enunciación sustituta de la Historia misma.

La división didáctica de la oposición a Machado, y más adelante del gobierno provisional de Grau San Martín, es una idea que aun trasciende en no pocas personas a la hora de explicar(se) qué sucedió con la Revolución del ´30 y fuente de numerosas confusiones para la comprensión de un proceso de naturaleza compleja y consecuencias en el largo plazo.

El asunto era difícil porque no había forma de darle una explicación cabal a esa contradicción, en los límites de lo que yo mismo había aprendido y lo que señalaba el programa de Historia de Cuba. Con tal esquema se podía, eso sí, justificar la “falta de unidad” en la acción como causa del fracaso de la Revolución, y así se repetían las razones que habían acabado con las otras revoluciones independentistas cubanas en el siglo XIX. Yo no había aprendido entonces que ninguna Revolución fracasa si es verdadera.

He de apuntar que, aun en el nuevo programa y libro de texto para este nivel ―medio superior― la personalidad de Guiteras es “despachada” con algunas valoraciones muy simplistas o, por lo menos, inexactas, del tipo: “destacó la vía de la lucha armada” (y punto) o que su ideario tenía el “antimperialismo como línea esencial”. Por ninguna parte se llega a plantear que fue, en rigor, un revolucionario comunista convencido; con lo cual se lastra la posibilidad de entender que no hay una sola línea de lo que es “ser comunista”; de consecuencias que trascienden lo estrictamente docente.

Mi vida como profesor de Historia de Cuba cambió cuando un día me topé, por casualidad, como suele suceder en estos casos, con el “terrible” artículo de Pablo de la Torriente Brau sobre Guiteras y Carlos Aponte, Hombres de la Revolución.

Todavía me causan conmoción las palabras:

Antonio Guiteras cometió errores graves. En su apasionante carrera política hay páginas buenas para que un historiador sin miedo diga la verdad y la angustia de un hombre honrado en la encrucijada de los dilemas terribles. (…)Era como un imán de hombres y los hombres sentían atracción por él. Les era misteriosa, pero irresistible, aquella decisión callada, aquella imaginación rígida hacia un sólo punto: la revolución. Tuvo también defectos. El día del castigo no hubiera conocido el perdón. Era un hombre de la revolución. Tampoco tuvo nada de perfecto…

¿Que no hubiera conocido el perdón el día del “juicio final”? ¿Que no “tuvo nada de perfecto”? ¿Cómo encajaba esa afirmación con una historia escolar que nos enseña que los héroes y mártires lo son casi desde que nacieron, con niveles de perfeccionamiento humano que hacen prever el relevante papel que la historia le tenía asignado a posteriori? ¡Me quedé asombrado! ¡Imaginemos la reacción que, todavía, provoca en mis estudiantes cuando les propongo leer ese artículo!

Cuando en 2009 se publicó en Cuba, Tony Guiteras, un hombre guapo, de Paco Ignacio Taibo II, lo compré y, sin mucha esperanza, intenté popularizarlo entre mis estudiantes. ¡Fue un éxito inmediato! Ya sabemos el tono de película de acción en que está escrito y el número de intríngulis que revela y lo hacen una biografía excepcional del mártir de El Morrillo; para mí superó las expectativas.

Ese curso no pocos estudiantes se disputaron la posibilidad de presentar ese libro como parte de un ejercicio evaluativo que desarrollamos entonces. Por desgracia, los cursos siguientes, el sistema evaluativo tradicional se impuso y ya no pudimos regresar al festival de lecturas sobre Historia, donde Guiteras dejó de ser un sujeto desconocido de un gobierno de una duración imprecisa y se convirtió en un hombre de carne y hueso de actuación real. Creo que en tal popularidad influyeron, al menos, dos causas: el carácter épico de la vida revolucionaria de Guiteras ―en un escenario de bombas, pistolas, secuestros, conspiraciones, guapería…― y la necesidad, aún latente en nuestra juventud, de encontrar héroes con los cuales identificarse. Aunque algunos todavía tratan de reducir, de manera muy interesada y selectiva, la acción revolucionaria de Guiteras a esa especie de violencia gansteril, la lectura en profundidad de su vida permite descubrir al hombre de una ideología socialista y comunista que no cabe en los arquetipos del héroe tradicional.

En la universidad, enseñar Historia de Cuba tiene sus ventajas; como la de ser un poco más flexible con el abordaje de determinadas personalidades históricas. Mis años en este nivel de educación me han permitido entender a Antonio Guiteras como una oportunidad única de hacer una enseñanza de la Historia más parecida a lo que fue y menos a lo que “debió haber sido”.

¿Por qué afirmo esto?

Guiteras, su personalidad, su vida, su actuación en el medio de la Revolución del ´30, su obra escrita, permite explotar la contradicción como “pulmón de la historia” y, por tanto, como insumo para ser enseñada. La Historia de Cuba escolar ―y en esto incluyo hasta la educación superior, al menos en mi experiencia― ha renunciado, en no pocas ocasiones, a enseñar las contradicciones, o hacerlo de manera muy simplista; con lo cual la historia se reduce a esquemas poco creíbles, muy factibles para evaluaciones, pero poco adecuados a la realidad o cuya explicación requiere de los profesores grandes muestras de acrobacia didáctica para darle validez a las afirmaciones que aparecen en los programas y libros de textos.

Así sucede, por ejemplo, con la relación entre Guiteras y el Partido Comunista y algunos de sus dirigentes. Hace unas semanas, cuando abordábamos la Revolución del 30, con un grupo de primer año de Psicología, esto fue de lo que más preguntas generó entre jóvenes de diecinueve y veinte años. ¿Por qué? Porque han aprendido una historia tan lineal, tan ausente de contradicciones ―que no sea la que se da entre “buenos” y “malos”, “explotados” y “explotadores”, “héroes” y “villanos”, o entre “clases sociales” de naturaleza imprecisa― que cuando descubren que el campo revolucionario fue­, es, ojalá lo entendamos mejor, una zona de perennes contradicciones resulta en una suerte de epifanía. Cuando me corresponde llevar a Tony Guiteras al aula, invito a mis estudiantes a disentir, junto a mí, de lo que hemos entendido por siempre de él y de los “héroes” y los “antihéores”.

No deja de sorprenderme que cada año encuentro una línea nueva, un asunto antes no tratado, un camino a recorrer. Concebirlo de esa manera permite entender que las revoluciones la hacen mujeres y hombres contradictorios y complejos; que se equivocan en no pocas ocasiones, pero que también son capaces de rectificar ―o a veces se salen por completo del campo de la Revolución, pero bueno ya eso es otra cosa―; que no siempre es posible mirar hacia atrás con los espejuelos del presente por las distorsiones que introducen los hechos posteriores y la personalidad de Guiteras y, en general, toda la Revolución del ´30 es un ejemplo fehaciente de ello; porque la Revolución cubana del´59 y su narrativa coloca unos lentes que aumentan el papel de unos y disminuyen o desparecen el papel de otros en aquel proceso, a partir del papel que sus críticos o aliados tuvieron con posterioridad.

La consideración de Guiteras como uno de los padres del comunismo cubano tiene un valor más ideológico que metodológico, es cierto; pero, justamente por ello, la enseñanza de la Historia de Cuba no puede renunciar a él. ¿Qué quiere decir esto? Ningún libro de texto menciona a Guiteras como tal ―supongo que porque sería muy complejo explicar que puede ser un “comunista que no esté en Partido” o un “comunista sin carné” ―; pero si así fuera reconocido permitiría entender que las fuentes del socialismo y el comunismo cubanos son más ricas de lo que se enseña, y posibilitaría construir una noción más rica de lo que es “ser comunista”. Con toda probabilidad, si así se enseñara; alguna o algún joven impetuoso, militante de nuestra Unión de Jóvenes Comunistas (UJC), propondría que la esfinge de Guiteras pudiera sea incluida en el emblema de la juventud comunista, justo entre Mella y el Ché. Con toda probabilidad, si así se enseñara; nosotras y nosotros mismos; militantes del actual Partido Comunista reclamaríamos ese mismo sitio para Guiteras en el imaginario comunista cubano.

Estudiar el pensamiento de Guiteras, despojados de “medidas tomadas” y “puntos de un programa”, permitiría entender la articulación, para nada forzada, entre la Revolución del ´30 y la Generación del Centenario, primero, y el Movimiento 26 de Julio (MR-26–7) o el Directorio Revolucionario 13 de Marzo (DR-13-M), después. No resulta casual que, en el Manifiesto a la nación, de antes del asalto al Moncada ―del cual se habla casi nada en la enseñanza oficial de la Historia de Cuba― se mencione como una de las fuentes inspiradoras a la Joven Cuba. Fidel Castro, en su primer discurso en la entonces Plaza Cívica, el 9 de mayo de 1959, dedica unos párrafos a recordar a Guiteras; y el Che, dos años después, explicará las profundas razones que llevaron a rebautizar a la empresa eléctrica con el nombre de Tony, inspirados en el ejemplo que dio aquel al nacionalizar, en pleno apagón, la norteamericana Compañía Cubana de Electricidad.

Como también el llamado de este taller es a pensar en qué nos dice Guiteras, a ochenta y dos años de su asesinato en El Morrillo, no renunciaré a cumplir tal propósito; por eso me pregunto: “¿Qué me dice Guiteras a mí?”

Que debemos aprender a distinguir entre los diferentes y los contrarios. Los diferentes no son los contrarios, pueden y seguramente estarán en nuestro campo y no son enemigos. El primer Partido Comunista no comprendió esto a cabalidad con Guiteras y otros revolucionarios, que se equivocaron en aspectos puntuales o más grandes; pero, como aspira el poeta “se murieron como vivieron”: en la Revolución, asesinados en no pocos casos por los que sí son el enemigo que ha tenido, por desgracia, mejor instinto que nosotros para reconocer a los verdaderos revolucionarios. Esperamos que el actual Partido no cometa los mismos errores; si no, de poco habrá servido el ejemplo de Guiteras.

Que la Revolución y el socialismo no se pueden hacer a medias, que hay que ir hasta el final, en tanto las “negociaciones” con la reacción y el capitalismo solo acaban ―a la larga― pasando la cuenta, porque se trata de una lucha asimétrica. Para complementar la idea anterior, es verdad que con el Che asimilamos ―parece que más como consigna, que como concepto― que al “imperialismo ni un tantico así… nada”; pero desde antes, con Guiteras, debimos comprender que “todos los servidores del imperialismo se parecen”. ¡Deberíamos aprender a identificarlos!

Que la Revolución, cuando es de verdad y con mayúscula, no se hace con hombres o mujeres perfectos, infalibles o inmaculados. Lo más probable es que esos hombres o mujeres no encuentren perdón el día del juicio final, como dijo Pablo.

¡Ojalá nosotros tampoco!


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