Por: Carlos Ramos*
Las raíces y la genealogía roja y negra
El Ejército de Liberación Nacional (ELN) nace el 4 de julio de 1964 en el centro-norte de Colombia, una región con una marcada historia de lucha. Desde las resistencias indígenas contra la opresión de la colonia española, la Insurrección de los Comuneros liderado por José Antonio Galán (1781), los levantamientos comunistas en la primera mitad del Siglo XX, y el alzamiento armado de las guerrillas liberales a raíz del asesinato de Jorge Eliecer Gaitán (1948).
Pero la otra parte de su nacimiento se remonta a la Cuba revolucionaria de la década de los sesenta. El Ejército de Liberación Nacional comparte los colores de la bandera del Movimiento 26 de Julio y no es un hecho casual porque parte de su génesis se dio en el primer territorio libre y socialista de Nuestra América. En 1962, estudiantes colombianos becados en Cuba se prepararon militarmente para unirse a la lucha contra los bandidos en la Sierra del Escambray. Estos mismos determinaron más tarde conformar la Brigada Pro Liberación José Antonio Galán, que luego, en Colombia, se convirtió en el ELN.
El camino propio hacia el socialismo
Por ello es que muchos señalan al ELN como una insurgencia pro-cubana. Pero la verdad es que el ELN se ha caracterizado históricamente por ser una organización que no depende de ninguna tendencia internacional, sino que bebe de muchas experiencias revolucionarias del mundo, como la de Cuba, Vietnam y El Salvador. Y esto es el primer legado que nos deja Fidel, quien siempre abogó por una revolución y un socialismo propios. La Revolución cubana –como todo proceso revolucionario auténtico — fue y continúa siendo un acto de herejía, rompedor de esquemas, que tomó la historia por sorpresa. El pensamiento propio, la experiencia, avanzar y aprender de los aciertos y errores propios, es el camino que recorrió Fidel. Es la expresión práctica del planteamiento de Mariátegui que “el socialismo latinoamericano no puede ser ni calco ni copia, sino creación heroica.”
Fidel entendió que si bien era preciso aventurarse en un camino autónomo, ello no implicaba el aislamiento de otras luchas emacipatorias. Por eso el ELN entiende que hay que seguir bebiendo de otras experiencias, con el fin de enriquecer el propio proceso de lucha. Por ejemplo, las experiencias de poder popular que han surgido en nuestra América como las Comunas de la Revolución bolivariana, las autonomías de los pueblos indígenas de México, Bolivia y Colombia, los asentamientos de los Sin Tierra de Brasil, las organizaciones barriales y asamblearias de Argentina y Chile; todas son experiencias que enriquecen el horizonte del proyecto de liberación nacional y humana.
El pequeño versus el gigante
Fidel y el pueblo cubano demostraron que era posible que una pequeña isla resistiera el embate de un enemigo gigante, en este caso, el enemigo más poderoso de mundo: el imperio norteamericano. En contra de todo pronóstico, luego de la implosión del campo socialista soviético, Cuba se mantuvo firme ante la crisis de la década de los noventa. Ante el hostigamiento y chantaje del imperialismo estadounidense, Cuba nunca cedió, nunca claudicó y nunca se rindió. Y esta es, posiblemente, la lección más importante que nos deja la Revolución cubana, una lección que los libros de historia aun no registran en su justa dimensión.
De forma similar, la insurgencia colombiana resiste ante uno de los ejércitos más grandes del hemisferio. A ello se le suma el trabajo continuo de grupos paramilitares, las bases militares norteamericanas presentes en el territorio. En comparación, el ELN es una guerrilla pequeña, un David contra un titánico Goliat.
La correlación de fuerzas es altamente desfavorable para el movimiento insurgente colombiano, como también lo fue para los pocos expedicionarios cubanos que sobrevivieron el desembarco del Granma en diciembre de 1956. Pensar que esas personas, escasamente armados, alcanzarían el triunfo en menos de dos años, era absolutamente inconcebible. Un acto de locura dirían muchos. Esa pequeña isla pobre fue capaz de enviar tropas internacionalistas a África, aportar a la liberación definitiva de Angola y enterrar definitivamente al Apartheid sudafricano. Fueron esos otros actos de audacia que, previo a los hechos, muchos hubieran descartado como imposibles. Y sin embargo se hicieron y fueron realidad.
La historia demuestra que el pequeño puede resistir ante el gigante, y que la determinación ante la adversidad, y la fuerza de la moral de las revolucionarias y los revolucionarios son elementos indispensables para salir victoriosos ante un enemigo poderoso.
¿El camino de las armas en el Siglo XXI?
Las armas no pueden ser un dogma. Quienes en el pasado sobre-valoramos el papel de las armas y menospreciamos el papel del movimiento social y popular entendemos que las críticas realizadas fueron acertadas. Luego muchos se fueron al otro extremo: al rechazo absoluto de las armas en la disputa política-revolucionaria y eso se convirtió en otro dogma. Este fue un consenso predominante en el mundo durante la década de los noventa, cuando la mayoría de las guerrillas (El Salvador, Guatemala, y algunas de Colombia) se habían desmovilizado.
Pero se olvida que Cuba es, y siempre ha sido, un pueblo en armas. Ha sido precisamente por eso que el imperialismo norteamericano nunca se atrevió a invadir la isla, como ha hecho con muchos pueblos del mundo, pues sabía bien que el pueblo cubano era capaz de inmolarse antes de retornar a la esclavitud, y que decenas de miles de soldados norteamericanos perecerían en el intento de re-conquista de la isla.
La violencia la imponen las circunstancias de cada país. En Colombia, la clase dominante recurre a la violencia de manera sistemática para sostenerse en el poder y acumular riqueza. Ha sido así por más de 200 años. Para la muestra: en el 2016, aclamado como “Año de la Paz” por el gobierno colombiano, han sido asesinados 117 líderes y activistas sociales, justo en medio de un proceso de paz entre el gobierno y las FARC-EP.
Por eso la consigna del ELN en la agenda de negociaciones de paz con el gobierno es “sacar la violencia de la política”, recordando que la primera violencia siempre ha sido del grande contra el pequeño, del poderoso en contra del débil, de la oligarquía colombiana en contra de su pueblo. Cuando los de arriba cesen de utilizar la violencia para sostener su hegemonía, los de abajo no tendrán que recurrir al legítimo derecho a la rebelión para defenderse y transformar esa situación.
No se puede perder de vista que el capitalismo global es un proyecto político-militar, que ha conllevado a la destrucción de Irak, Libia y Siria; y que sostiene guerras en todo el planeta, incluyendo Colombia. Pero pocas veces se cuestiona el derecho de los poderosos a recurrir a la violencia para adelantar sus intereses. En cambio, cuando los pobres de la tierra recurren a las armas en legítima defensa, se llama “terrorismo”.
La paz, por tanto, no es el silenciamiento de los fusiles, sino el resultado de la modificación de las condiciones que originan el conflicto. Y la principal condición que habrá que modificar es la erradicación de la violencia política. En eso, al decir de nuestro Comandante Camilo Torres, la clase en el poder tiene la última palabra, pues mientras la oligarquía persista en violencia el pueblo seguirá defendiéndose y resistiendo.
Fidel le enseñó al mundo que la dignidad humana no se negocia, no importa la adversidad que haya que enfrentar, no importa el precio que hay que pagar por mantenerla. Los elenos y las elenas llevaremos siempre esa enseñanza en el corazón.
*Carlos Ramos es combatiente del ELN.
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